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David Bestué, cocción lenta

Dos exposiciones nos traen las formas y aromas del furor urbano de Barcelona y del
campo sobrio de Valladolid a través de la investigación poética de sus materiales

Esta reseña podría haberse llamado “historia de dos ciudades”, como la novela de
Dickens ambientada en la Inglaterra y Francia de la revolución francesa. Pero, más allá
de las dualidades culturales diferenciadas entre Barcelona y Valladolid, me parece más
interesante hablar no de encasillamientos excluyentes, sino de procesos. Creo que a
David Bestué también: los de las transformaciones químicas que se suceden en la
materia a nivel microscópico, los cambios sociales y políticos que van constituyendo los
sistemas ciudadanos en los que vivimos, y los procesos propios, las dudas a las que se
enfrenta en cada un contexto y sus posibilidades poéticas.

En la exposición Ciudad de arena en Fabra i Coats plantea una búsqueda en


profundidad, como si fuera una tulenadora buscando salida a cielo abierto, de “un
pasado no vivido”, de las tres primeras décadas democráticas de Barcelona (1979-
2011), los mismos primeros 30 años de la vida del artista, y del presente y su potencia
de futuro, como explica la comisaria Marta Sesé. Las referencias y materias se
amalgaman en las nuevas sala del edificio: primero, restos de dispositivos del campo
de tiro olímpico, de plantas desaparecidas ya sean extintas en las dunas o procesadas
industrialmente; segundo, las maquetas de los proyectos arquitectónicos y
urbanísticos y la respuesta que tuvieron y provocaron, a través de una selección de
titulares de prensa proyectados y cantados por Hidrogenesse; tercero, un bosque
escultórico colgante y vertical de nuevas piezas en los que Bestué vuelve a materiales
orgánicos e inestables como azúcar, jazmín, amapolas o buganvilla amasados con
piedra, trapo y papel. Estas tres aproximaciones totalmente diferentes –objetos
encontrados, documentación y residuos– se unen lumínicamente a través de cada
planta con los destellos de una vieja lámpara giratoria de la Font Màgica de Montjuïc,
la fosforescencia de una farola reflectante diseñada por Galí y Quintana, icónica en los
nuevos parques de los noventa, y con luz natural.

En el Patio Herriano de Valladolid, un entorno no tan familiar para Bestué, la muestra


se plantea desde una contemplación calmada, como un botánico recorriendo sus
campos y que une las muestras con las notas de la poesía de Olvido García Valdés, que
le presta el título Pajarazos, y las visitas al Museo Nacional de Escultura y a iglesias
castellanas. Extrae y depura sus componentes para encontrar el pigmento de su
territorio y la forma y esencia material de sus tallas policromadas barrocas. Es un
ejercicio continuo de composición casi pictórica en la sala, que se agranda en la
instalación de la Capilla. Con dos piezas, un pilar-pierna recubierto de paja con una
gran visera-pétalo de flores trituradas y un cilindro-pozo de resina de ciprés, el artista
trasciende este espacio y lo convierte en exterior, en campo puro, al perdernos en su
altura y embriagarnos de sus olores.

Desde hace más de diez años, Bestué realiza análisis en los que deconstruye la realidad
más cercana y desarticula convenciones, ya sea desde la escritura –ha escrito libros y
artículos sobre arquitectura moderna y contemporánea– como desde la presentación
de sus proyectos instalativos. De su mano, nos hemos acercado también a Madrid, El
Escorial, La Coruña o Pamplona para conocer no sólo edificios, sino también las
relaciones que se establecen entre los materiales con los que se construyen, los
hechos socioeconómicos que las rodean y las decisiones de políticas que esconden.

Una mirada hacia un paisaje y un paisanaje, una imagen de ciudad incluso antes de ser
ciudad y nuestra forma de habitarla. En estas visiones que mezclan épocas y
temporalidades, el material, que también tiene un origen y unos tiempos específicos,
se ve atravesado por la investigación y entendimiento del pensamiento de la poesía,
aquel que nos permite nombrar la parte por el todo, hacer analogías improbables,
contagiar fondo y forma por la cercanía… en definitiva observar y expresar fuera de lo
aceptado, lo establecido o convencional.

Así, en estas dos muestras, trabajando desde una poética del detrito urbano o del
desecho cultivado, los restos de lo que es ruina del progreso o de un pasado
inamovible, se convierten literalmente en objetos-palabras para una nueva escritura al
margen que, esperemos, amplíe horizontes.

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