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CRISIS DE 1955:

En la década de los 50, las economías latinoamericanas enfrentaron una crisis marcada por factores internos
y externos. El deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores impulsó la movilización social y la
radicalización política, influenciada por la Revolución Cubana. Ante el temor de una revolución socialista,
respaldados por Estados Unidos, los ejércitos latinoamericanos llevaron a cabo golpes de Estado que
establecieron dictaduras represivas.

El fracaso del modelo industrializador (ISI) en mediados de los cincuenta se atribuyó a varios motivos. La falta
de desarrollo industrial limitó la diversificación económica, mientras la escasa industrialización pesada
aumentó la dependencia de bienes importados. La orientación interna de la industria y las medidas
ultraproteccionistas desalentaron la inversión y la competencia internacional, llevando al estancamiento
tecnológico.

El sector agroexportador también enfrentó desafíos, ya que la falta de cambios estructurales en la agricultura
contribuyó al estancamiento. Aunque hubo algunas innovaciones tecnológicas, el minifundio coexistió con
latifundios improductivos, afectando la productividad agrícola. La desigual distribución de la riqueza
persistió, a pesar del aumento del poder adquisitivo, dejando a amplias capas de la población con escasos
recursos. Además, la debilidad de empresarios locales, con una mentalidad poco innovadora, no pudo
competir con los cambios tecnológicos de los centros industriales. En el ámbito externo, el fin de la guerra de
Corea y la reactivación económica de Europa marcaron el final de la coyuntura favorable para América
Latina. La Tercera Revolución Industrial provocó cambios en el comercio mundial, como el aumento de
barreras arancelarias y la sustitución del comercio interindustrial por el intraindustrial, afectando los precios
internacionales de las materias primas latinoamericanas. La
extensa y diversa geografía de América Latina contribuyó a que el estancamiento económico no afectara
uniformemente todo el territorio simultáneamente. Surgieron disparidades regionales, con el desarrollo
industrial persistiendo en áreas como el polo industrial de San Pablo y Río de Janeiro en Brasil, mientras que
otras experimentaron un acentuado deterioro económico y condiciones de pobreza extrema. En las décadas
del sesenta y setenta, se alternaron intentos de reformas estructurales con profundas crisis económicas,
políticas y sociales en la mayoría de los países latinoamericanos. Se caracterizó por una creciente
dependencia económica de la economía capitalista mundial, exacerbada por las tensiones políticas y sociales
influidas por la Revolución Cubana y la intensificación de la Guerra Fría.

ñEl estancamiento económico se atribuyó a diversos factores interrelacionados. El deterioro de los términos
de intercambio generó un déficit en la balanza comercial, con productos exportados de menor valor y bienes
importados más costosos. La protección industrial y los desequilibrios en la balanza de pagos provocaron
inflación persistente. La desnacionalización de las economías latinoamericanas se acentuó con la creciente
presencia de multinacionales, especialmente estadounidenses, dominando sectores clave. Este nuevo
modelo económico se centró en la mano de obra barata para las empresas transnacionales, generando la
necesidad de garantías de paz social y beneficios económicos por parte de los gobiernos. La
descapitalización, según la CEPAL, se manifestó en la salida de capitales por inversiones externas y
préstamos, anulando los beneficios recibidos. La falta de ahorro interno limitó la capacidad de inversión y
desarrollo tecnológico, aumentando la dependencia financiera del exterior.

El aumento de la deuda externa resultó de la búsqueda de préstamos para insumos industriales, como
maquinaria, pero no logró alcanzar los niveles deseados de desarrollo industrial. Las políticas del FMI, con un
régimen monetario único, devaluaciones, restricción del crédito interno y desaliento a la intervención
estatal, tuvieron repercusiones negativas. La crisis en el sector agrícola, con la baja de precios, la falta de
reformas agrarias y la desconexión de zonas rurales del mercado nacional, impactó en el consumo y
contribuyó a un círculo económico negativo con disminución de empleos y salarios.
Ante la crisis en América Latina, el economista Raúl Prebisch, figura clave en la CEPAL, abogó por cambios
estructurales. Planteó reformas agrarias para transformar la propiedad y modernizar el agro, buscando un
aumento sustancial en la producción. Simultáneamente, abogó por seguir el proceso de industrialización,
enfocándose en el desarrollo de tecnología propia y la producción para la exportación, aunque la falta de
capitales llevó a depender del financiamiento externo. El gobierno de Kennedy, preocupado por el impacto
de la Revolución Cubana en la empobrecida América Latina, propuso la Alianza para el Progreso, ofreciendo
créditos de aproximadamente 2.000 millones de dólares y sugiriendo cambios estructurales en el agro. Sin
embargo, la oposición interna en Estados Unidos y la muerte de Kennedy dejaron la iniciativa sin efecto, con
la mayoría de los créditos posteriores destinados a ayuda militar.

En respuesta a los golpes de Estado, muchos países latinoamericanos se inclinaron hacia políticas
neoliberales. Estas promovieron la eliminación del Estado intervencionista y benefactor, así como la apertura
total en los ámbitos comercial y financiero. Este cambio marcó un giro significativo en la dirección política y
económica de la región.

En la década del sesenta, el descenso en la tasa de crecimiento económico y los ingresos generó intensos
conflictos sociales entre empresarios y trabajadores, desencadenando tensiones políticas. Para mitigar la
crisis, se implementaron medidas, algunas propuestas por el FMI con repercusiones sociales diversas. La
eliminación de los cambios múltiples benefició a exportadores y latifundistas, pero aumentó la carestía de
productos importados al agotarse los “dólares baratos”. Devaluaciones monetarias provocaron inflación,
afectando la vida cotidiana en varios países latinoamericanos.

La inflación perjudicó a asalariados y jubilados, generando una distribución regresiva del ingreso. Mientras
los trabajadores empobrecían, los sectores más poderosos incrementaban sus ingresos, ampliando la brecha
entre ricos y pobres. En la década del sesenta, países como Uruguay, Argentina y Chile vieron descender el
salario real en un 50%, y para 1970, la CEPAL indicó que el 30% de la población acaparaba el 72% del ingreso.
La restricción de créditos afectó a pequeños y medianos productores, incapaces de hacer frente a las
demandas económicas y tecnológicas. La disminución del poder adquisitivo de las clases medias, junto con el
empobrecimiento rural, impulsó la migración hacia las ciudades, creando asentamientos precarios. La
urbanización desorganizada, combinada con el estancamiento económico, redujo el Producto Bruto Interno
per cápita. La polarización social se acentuó, y la clase obrera, sindicalizada en las décadas anteriores,
intensificó su movilización, cuestionando políticas económicas y la dependencia de Estados Unidos.

Los reclamos de los trabajadores, expresados en huelgas y manifestaciones, aumentaron a fines de los
sesenta y principios de los setenta. Los estudiantes, mayormente de la clase media empobrecida, se unieron
a las luchas sociales, dando lugar a movimientos como los Cordobazos en Argentina. A pesar de la dura
represión, las protestas se multiplicaron, destacándose el trágico suceso en la Plaza de las Tres Culturas en
Tlatelolco (México, 1968). En este contexto, la Iglesia Católica, tradicionalmente conservadora, vio emerger la
Teología de la Liberación, una corriente crítica que abogó por transformaciones económicas y sociales,
estableciendo vínculos con sectores de izquierda. La Declaración de los Obispos Latinoamericanos en
Medellín en 1968 reflejó la preocupación de la Iglesia por la creciente injusticia social en la región.

La situación política en América Latina durante este período se caracterizó por un cambio hacia posturas
conservadoras en los gobiernos de la región. Esta transición fue acompañada por una radicalización en la
protesta sociopolítica y un cambio en la perspectiva de Estados Unidos sobre el continente. Ante la creciente
agitación popular y el temor a sublevaciones de izquierda, se forjó una alianza entre los gobiernos, las élites
económicas y los intereses estadounidenses.

La crisis económica y la influencia de la Revolución Cubana dieron origen a movimientos guerrilleros, tanto
rurales como urbanos. La internacionalización de la revolución cubana inspiró y respaldó a estos
movimientos, con la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) respaldando oficialmente la
formación de focos guerrilleros. La teoría del foco, propuesta por Régis Debray, abogaba por la creación de
pequeños grupos armados para debilitar gobiernos y fomentar levantamientos populares.

La guerra de guerrillas involucró a diversos actores, incluyendo jóvenes intelectuales, militares disidentes,
clérigos radicales y campesinos. Surgieron movimientos guerrilleros en países como Perú, Bolivia, Colombia,
Brasil, Uruguay y Argentina. En Bolivia, la guerrilla liderada por el Che Guevara fracasó en gran medida
debido a la falta de apoyo rural y llevó a un cambio hacia los centros urbanos. En América Central, la
injusticia social y política dio lugar a movimientos guerrilleros en Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
En Uruguay, la crisis económica generó protestas estudiantiles, sindicales y guerrilleras en la década del
sesenta. La guerrilla urbana se intensificó entre 1969 y 1972, liderada principalmente por el Movimiento de
Liberación Nacional (MLN-Tupamaros). Mientras tanto, otros sectores de la izquierda, como los partidos
comunistas, optaron por vías legales y propusieron frentes populares como medio para llegar al poder, como
se evidenció en la formación del Frente Amplio en Uruguay y la Unión Popular chilena con Salvador Allende
como presidente en 1971.

En este contexto, los ejércitos latinoamericanos se convirtieron en actores destacados, estrechando vínculos
con Estados Unidos bajo la Doctrina Johnson. Se establecieron centros de adiestramiento antiguerrillero con
asesores militares estadounidenses, y se amenazó con intervenciones militares directas. La irrupción del
ejército en terrenos constitucionalmente prohibidos, impulsada por movimientos guerrilleros, trabajadores y
estudiantes, desencadenó la instauración de gobiernos dictatoriales y militares en las décadas del setenta y
ochenta.

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