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El objetivo de este texto es presentar los aspectos más relevantes de la filosofía hispánica o
hispanoamericana. Podemos, en un principio, separar los intereses de España y la América
hispana. Pero hay algo que no podemos separar: la lengua. España y la América hispana hablan
la misma lengua, y en la lengua se hereda también un modo de pensar y un modo de ser. En
principio, cabe decir que la filosofía en nuestra lengua, más allá del idioma, intentará responder,
de acuerdo a sus propios intereses, a un problema que los une. Desde mediados del siglo XIX
hasta mediados del XX aproximadamente, la filosofía de España se propone repensar ¿qué es el
ser/sentirse españolx? Y se lo preguntan también, y fundamentalmente, porque España ha
perdido a sus colonias. Es el momento de repensarse. Entonces, ¿qué es el pensamiento español
sin sus colonias? Y de nuestro lado, en el mismo período, nos urge pensar lo mismo, pero desde
el otro ángulo, ¿qué es ser americanx? Y ¿qué es ser americanx sin España? A España y a la
América de habla española les urge repensarse de manera casi idéntica: ¿Qué somos?, ¿quiénes
somos?, y ¿cómo vivir ahora después de más de 300 años de ser conquistadorxs/conquistadxs?
A ambos nos mancomuna esa reflexión. ¿Qué significa ser/estar en el mundo siendo españolxs
que dejaron de ser potencia imperial y perdieron sus colonias? Y ¿Qué significa ser/estar en el
mundo siendo americanxs independientes? El problema es, como vemos, ético y político. Y la
filosofía hispanoamericana no sólo se producirá en español, sino que, frente al nuevo poder que
empieza a consolidarse –surgido en parte de la Reforma protestante-, España y la América
hispana parecen decidir no seguir la vía de reflexión que comienza a dominar en Europa, la
gnoseológica y epistemológica, sino que se vuelcan a reflexionar sobre su propia vida en un
mundo que ha cambiado radicalmente y del cual se sienten ajenos. Es por eso que, en parte, la
producción filosófica hispanoamericana tomará otros carriles. No se adecuará al género literario
del trabajo científico sino que recorrerá las vías de la poesía, la novela, el cuento y el ensayo
(filosófico). En estos géneros, la reflexión sobre la vida parece estar en un plano más vivificante,
en un plano más concreto que en el texto científico. Esta “decisión” es uno de los motivos por
los cuales aún muchxs se preguntan si existe realmente una filosofía hispanoamericana, y si la
hay, ¿qué tipo de filosofía es?
Reflexionar sobre la existencia o no de una filosofía en nuestra lengua parece ocioso y trivial,
puesto que pensamos en nuestra lengua y reflexionamos filosóficamente con ella. Sin embargo,
menos trivial es, quizás, problematizar a qué tipo de filosofía nos volcamos mayoritariamente
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(ética, estética y política)
los hispanoparlantes. Estos problemas que comienzan a plantearse una vez independizadxs
políticamente del Reino español tienen aún cierta vigencia, sobre todo porque la situación de la
filosofía hispánica respecto de la filosofía británica y estadounidense, y de la alemana y francesa,
ha quedado en una zona marginal, o al menos, en una zona de penumbra.
Estimo entonces que para que este tema se comprenda en su justa medida hay que tener en
cuenta algunos aspectos relevantes. Esos aspectos son: 1) el tema del idioma, la lengua con la
cual producimos filosofía; 2) la situación política que motiva nuestra reflexión filosófica y que
abre la problemática ética de nuestra filosofía, en detrimento de la problemática metafísica,
gnoseológica y epistemológica; y 3) la forma en que nuestro pensamiento se ha exteriorizado,
es decir, el género discursivo en el cual, en mayor medida, nuestro pensamiento se ha
encauzado.
Juzgo que un estudio sobre estos aspectos nos permitirá señalar algunos de los motivos que
incidieron en la indiferencia general respecto de la producción filosófica en nuestra lengua, e
incluso en la desestimación general de nuestro pensamiento como pensamiento filosófico. Estas
consideraciones están presentes en toda la producción en español, tanto en España como en
Hispanoamérica. Situación que motivará que el estudio que hagamos sobre la filosofía en nuestra
lengua y sobre su lugar en el mundo, o al menos en el mundo occidental, deba hacerse tanto
para la filosofía del viejo continente como para la del nuevo.
El hispanista francés Alain Guy recuerda que Víctor Delbos, un coterráneo suyo historiador de
la filosofía, ya a fines del siglo XIX un día le dijo a sus estudiantes: “Para conocer la totalidad
de la filosofía, es necesario poseer todas las lenguas, salvo, sin embargo, el español.”
Seguramente lo que motivara tal afirmación se vinculaba a que, por ese
Los prejuicios
sobre la
entonces, el francés se convirtió en la lengua nacional de mayor difusión en
filosofía en todos los dominios de la cultura, heredando la universalidad del latín. Lo cual
nuestra
lengua
coadyudó a que la filosofía de habla española, quedara desde entonces,
lingüísticamente enclaustrada por mucho tiempo (Ardao, 1963, 44). Pero lo
señalado por Guy no debe ser considerado como una novedad para los hispanoparlantes. Al
respecto, y a propósito de una entrevista que hace unos pocos años le hicieran al filósofo
argentino León Rozitchner, donde se problematizaba la existencia o no de una filosofía
argentina, éste traía a la memoria que, en la década del 50 el pensamiento que definía la
filosofía de nuestro país era el alemán. Incluso sostuvo en esa misma nota que creía que eso
continuaba ocurriendo en la Facultad de Filosofía y Letras (Scolnik, 2005, 17). Su creencia no
estaba errada. Entonces no son demasiado extrañas para nosotrxs estas afirmaciones que
desacreditan la filosofía en nuestra lengua. Y menos extrañas son si, por ejemplo,
consideramos que uno de los grandes ideólogos argentinos, Juan Bautista Alberdi, en su
Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837), declarara la necesidad de
independizarnos de la lengua española y mostraba su simpatía por el pensamiento y la lengua
francesa:
Si la lengua no es otra cosa que una faz del pensamiento, la nuestra pide una
armonía íntima con nuestro pensamiento americano, más simpático mil veces con
el movimiento rápido y directo del pensamiento francés, que no con los eternos
contoneos del pensamiento español. (Alberdi, 1955, 80)
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(ética, estética y política)
Ahora bien, que todas estas afirmaciones no nos resulten extrañas no implica por ello que
debamos naturalizarlas y aceptarlas como verdaderas. Por lo mismo, no implica que no exista
una filosofía en nuestra lengua, o que no se pueda producir filosofía en nuestra lengua. De
hecho, Heidegger cuenta que un día se encontró en un coloquio al filósofo español Ortega y
Gasset, quien estaba muy deprimido, y comenzaron a pensar la relación entre el pensamiento
y la lengua materna, y allí He¡degger se dio cuenta cuán intensa e inmediatamente pensaba
Ortega desde su lengua, lo que lo llevó a concluir que también en español se podía pensar
intensamente (Rozitchner, 2005, 18).
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(ética, estética y política)
más integristas –que prefieren la denominación “española” porque aúna a todxs lxs habitantes
del reino, y no sólo a los del Reino de Castilla.
Otro problema respecto de la denominación de nuestra lengua lo constituyó la escritura. Si nos
centramos en el caso de la lengua escrita, debemos remontarnos a los inicios de la separación
-en la España medieval- de la lengua escrita vulgar de la culta.
Varios estudios señalan a las Glosas Emilianenses (977 d.C.) como la primera producción
literaria escrita en castellano, escrita en una lengua romance y ya no en latín, que era la lengua
culta. Sin embargo, no es del todo claro si la lengua utilizada en este conjunto de apuntes o
anotaciones hechas por un estudiante para comprender unos textos en latín, es o no el
castellano.6 Y cuando hablamos de “castellano” aquí referimos a la lengua hablada y escrita en
Castilla.7 Si bien éste es un antecedente remoto sobre la denominación de nuestra lengua
escrita, a partir de mediados del siglo XVI el calificativo de “española” predominará sobre el de
“castellano” también respecto de la escritura. Por ello Menéndez Pidal señala que puede
hablarse con toda corrección de una producción escrita o literaria española:
El término castellano puede tener un valor preciso para designar la lengua del Poema
del Cid, cuando la unidad nacional no se había consolidado. […] Pero desde fines del
siglo XV la lengua que comprendió en sí los productos literarios de España no puede
sino llamarse lengua española. (Menéndez Pidal, 1918, 3)
Las discusiones filológicas y políticas en torno a este debate son abundantes, pero no quiero
dejar de señalar una concepción político-filosófica que me parece más que sugerente, y que
en alguna medida se distancia de las anteriores, puesto que no es casticista y es mucho más
que integrista, es antes bien pluralista mas no europeísta.
Con esto fija su posición no sólo respecto de la denominación de la lengua escrita y hablada
por los españoles e hispanoamericanos, sino además, el contenido de dicha lengua. Unamuno
entiende que, a diferencia del castellano, la lengua española es la lengua enriquecida por la
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mezcla del castellano con una multiplicidad de lenguas no castellanas: la lengua de los vascos,
de los catalanes, gallegos, e incluso, según él, de la multiplicidad de variaciones que se ven en
las lenguas hispanoamericanas. Con ello, el español es una lengua común a cuya formación
contribuyeron una multiplicidad de lenguas que, deformando al castellano, lo enriquecieron. Y
así, frente al férreo casticismo, en la convención constituyente del 31 Unamuno propone al
“español” como lengua oficial.11
El español
[…] en lengua española, en la única lengua nacional, no sólo de España, sino de como
una veintena de naciones desparramadas por el mundo todo, en la lengua hispano- lengua
americana, lengua mundial. (Unamuno, 1908) mundial
En conclusión, la lengua española representa para Unamuno, frente al purismo casticista del
castellano, la lengua de lo diverso. Aquella lengua compuesta y “deformada” -
El español es y por lo mismo enriquecida- por todos los hablantes del español: los vascos,
una lengua
enriquecida por los catalanes, los gallegos, y también los hispanoamericanos. Una fusión que
sus constantes mantiene vivos y en tensión permanente los elementos de cada lengua
deformaciones
involucrada.
En este segundo apartado quiero considerar dos cuestiones: por un lado, I) las primeras
manifestaciones filosóficas en nuestra lengua, y por otro, II) señalar una particular teoría
lingüística que alcanzó una importante e influyente posición desde fines del siglo XIX hasta
mediados del siglo XX tanto en Europa como en América, teoría que abrió las puertas a pensar
nuestra particular forma de estar en el mundo.
I. Más allá que la escritura en lengua española se haya consolidado frente al latín como lengua
oficial de España en los años posteriores a la unificación de Castilla y León, y a la anexión y
recuperación de otros territorios, en filosofía el abandono del latín no corre parejo en los
tiempos. La producción de filosofía española por ese entonces, y por varios siglos más, sigue
siendo el latín. España, junto a Italia, serán los últimos países europeos en incorporar su
lengua vulgar a la producción de su filosofía.
La cuestión que abordaremos aquí no es tanto desde cuándo puede señalarse la existencia de
una filosofía española, sino antes bien, desde cuándo tenemos filosofía en lengua española.
Porque si bien podríamos responder a la primera cuestión señalando, por ejemplo, a Séneca
como “el primer filósofo español”, o que la “filosofía española” comienza más propiamente a
partir de la constitución política de España como nación en 1492, y en cuyo caso quienes
representan por ese entonces la filosofía española son Francisco de Vitoria, Francisco Suárez,
Luis de Molina, Juan Luis Vives y Francisco Sánchez, entre otros. El segundo problema, en
cambio, tiene que ser respondido desde tiempos mucho más cercanos a los actuales.
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(ética, estética y política)
siguen Descartes -en francés-, hacia fines de la tercera década del mismo siglo, Wolff -en
alemán- a inicios del siglo XVIII, y luego, recién hacia el primer cuarto de ese siglo, primero
Vico -en italiano- y después Feijóo -en español-. En este orden, la producción filosófica
abandona la lengua culta -el latín- para formularse en lengua romance (1963, 43), en las
lenguas nacionales.
Feijóo: el inicio De esta manera, un siglo más tarde que Bacon diera inicio a la elaboración
de la filosofía filosófica en inglés, y que Descartes fundara formalmente con el Discurso del
en lengua
Método (1637)12 la filosofía de lengua francesa, en 1726 Feijóo da origen a
española
la filosofía en lengua española:
[…] en la lengua hispánica hoy patrimonio de una veintena de naciones y a cuya vida
contribuyen todas sin monopolio de ninguna de ellas. […] Es la lengua que sin perder su
carácter propio y su personalidad sino más bien afirmándola más y más al desenvolverse, se
ensanchaba a medida de los vastos dominios territoriales que abarca.
(Unamuno, 1911)
Según Ardao, Feijóo libró una inmensa batalla por una reforma intelectual y espiritual de la
España de su tiempo, sumida en la decadencia de los últimos Austrias. Su trabajo
abarcó los más diversos temas, y se dirigía tanto a destruir errores y
Pensar en
supersticiones como a imponer nuevas concepciones y doctrinas que nuestra lengua
derivaban directamente de la filosofía y la ciencia modernas. 13 Por cuanto la se constituye
filosofía española, tanto en los claustros españoles como en los en una
cuestión
hispanoamericanos estaba sujeta aún, y más que en ningún otro país de política
Europa, al escolasticismo medieval, el papel singular de Feijóo en esa
renovación del pensamiento hispánico fue la adopción de la lengua nacional como
medio de expresión, haciendo además una política expresa de dicho idioma. (1963, 41-42).
Amén de las razones esgrimidas por Feijóo para iniciar la producción filosófica en español, es
necesario señalar que, en Hispanoamérica, pese a que la obra del benedictino fuera durante
el siglo XVIII una de las más leídas tanto aquí como en España, el tránsito hacia la enseñanza
de la filosofía en español fue más lento. Testimonio de este fenómeno lo encontramos, por
ejemplo, en nuestro país, donde hasta el siglo XIX aún se dictaban las clases en latín. Sería
recién después de la Revolución de Mayo y de la Independencia el momento en que un joven
profesor se atreviera a dar el gran paso:
Fue el ideologista Juan Crisóstomo Lafinur, en 1819, el primer profesor que en Buenos Aires
sustituyó el latín por el español en la enseñanza de la filosofía. (Ardao, 1963, 45)
Con lo dicho, tenemos entonces que la producción filosófica en nuestra lengua recién se inicia
en el primer cuarto del siglo XVIII, y que la enseñanza de la filosofía en nuestro idioma se da
por primera vez en América, y en nuestro país particularmente, a inicios del siglo XIX, una vez
firmada la Declaración de la Independencia.
II. El segundo punto a tratar aquí, y una vez constatado el inicio de la producción filosófica
en nuestra lengua, consistirá en abordar la relación entre lengua y pensamiento, o lengua y
filosofía, para ver si de esta relación se desprende alguna particularidad. Para
La influencia ello tomamos como punto de partida una teoría que tuvo un importante éxito
de la teoría
entre fines del XIX e inicios del XX. Esta tesis será conocida en los años 50
de las
“lenguas como la tesis del “relativismo lingüístico”, pero entre fines del XIX e inicios del
nacionales” XX se acuñó bajo el nombre de “concepción de las lenguas nacionales” o
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“filosofías nacionales”, puesto que esta teoría ejerció una importante influencia en el desarrollo
del nacionalismo político-lingüístico.
Durante el siglo XIX y hasta los primeros años del XX el problema general que se presenta a
gran parte de los países europeos y americanos a partir de la caída de la
El problema
Monarquías Absolutas (Ancien Régime), es el de repensarse ya no bajo un gran
de
Imperio sino como pueblo separado o independiente de su antigua situación repensarse
imperial. En nuestro caso particular, bajo el dominio de la Corona Española este
orden colonial perduró en gran medida hasta la Guerra de la Independencia Española (1812),
que permitió, como ya había pasado en Francia, la apertura a la Monarquía Constitucional (el
Nuevo Régimen). Para nuestra América, el fin de esta situación de dependencia, de este estado
colonial, ocurriría sin embargo en 1898 cuando España pierda sus últimas colonias, Puerto
Rico y Cuba. Este hecho posibilitó que, en gran medida, España se independice de sí misma.
Independizarse de sus colonias implicaba al mismo tiempo quedar independizada, porque
mientras que en la América de habla española ya desde la primera década del siglo XIX nos
habíamos tomado la tarea de comenzar a pensarnos a nosotros mismos como independientes,
España no logró hacerlo hasta fines de ese mismo siglo. Es ante este evento que una
generación de poetas y filósofxs españoles, conocida como la Generación del ´98, sintieron la
necesidad de tomar esta tarea de repensar su situación ante el mundo. Ocurre algo así como
un renacimiento vital en España.
Es importante señalar ahora que por ese entonces comienza a ejercer una sugerente
influencia, tanto de un lado del Atlántico como del otro, y también en otros
Cada lengua países europeos, una teoría lingüística proveniente del romanticismo alemán 14
contiene una
visión
que señalaba la íntima relación entre la lengua y la patria, o la lengua y la
particular del raza, entendiendo que cada lengua contenía una particular visión del mundo
mundo compartida por una nación o un pueblo, y esa visión estaba reflejada en la
formación y uso de sus categorías gramaticales y léxicas. En este sentido, cada
lengua implicaba una categorización del mundo exterior, al recortar la realidad de una forma
particular. Esta concepción lingüística será, para algunos, la base para nuestro propio
ethos,15 la base para repensar nuestro modo de ser-en-el-mundo, nuestra forma de estar en
el mundo.
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necesario reflexionar cómo ello había afectado a unos y a otros. Era necesario repensarse en
esta nueva situación.
Nicol, para dar cuenta de ello, traza un breve recorrido por la historia de la filosofía mostrando
que hay distintas formas, estilos o tipos de filosofía y de hacer filosofía. Y señala
Filosofías
centrales y que dentro de esos tipos hay unos que se consideran como “centrales” (la gran
marginales historia) y otros “marginales” (la pequeña historia), distinción que radica en lo
prolongada o no de una tradición filosófica. A partir de esta caracterización
indica que, mientras en las “centrales” coexisten todos los estilos y formas de hacer filosofía,
en las “marginales”, en cambio, la caracterización de una filosofía debe hacerse en virtud de
los estilos que en ella predominan local y temporalmente. Lo cierto, afirma, es que en
determinadas situaciones lo que predomina son los estilos marginales, estilos que identifica
con la sofística, la ideología, los sistemas inventados y las ideas sueltas. Marginales, por
supuesto, respecto de una filosofía que se considera central y principal en ese entonces –la
especulativa y la científica. Entonces, cuando la predominancia es muy acentuada, la filosofía
se definiría por un rasgo peculiar que consiste en “no ser como los demás”. Lo típico de esta
filosofía se caracterizaría por su situación de marginalidad, por su falta de universalidad (1998,
43).
A ningún griego se le ocurrió preguntarse por la existencia de una filosofía griega, así como
a ningún latino o medieval, ya fuese francés, inglés o alemán, se le ocurrió preguntarse por
la existencia de su filosofía; simplemente pensaban, creaban, ordenaban, separaban,
situaban, definían, esto es, pura y simplemente filosofaban. Esa extraña filosofía que a sus
propios creadores y herederos en Latinoamérica llena de complejos. […] ¿Qué clase de
hombres somos que no somos capaces de crear un sistema, que no somos capaces de
originar un filósofo que se asemeje a uno de tantos que han sido y son claves de la historia
de la filosofía? ¿Qué clase de hombres somos? (Zea, 2003, 11)
Esta será la pregunta central. Esta pregunta está en el centro de la escena y El problema de
del problema de la filosofía hispanoamericana. Por tal motivo, señala Nicol, la la distinción
como un
filosofía hispánica o hispanoamericana tiene planteado un problema que
problema del
concierne al ethos (1998, 25). ethos
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En este sentido señala que cuando lxs americanxs se encontraron libres de las ataduras del
poder imperial, tuvieron que ponerse a pensar en qué eran ellxs. Y lo mismo le ocurrió a lxs
españolxs. El problema que urgía responder era ¿qué es ser españolx habiendo perdido las
colonias? Y ¿qué es ser americanxs liberadxs de la Corona española? Así, consumada la
independencia americana por un lado, y habiendo España perdido sus colonias por otro,
americanxs y españolxs, unxs antes y otrxs más tarde, tuvieron la misión de formarse la idea
y realidad de su carácter propio (ethos), autóctono y distintivo. Unxs y otrxs se pusieron a
pensar el problema de su ser. Si el problema de nuestra filosofía es un problema ético, un
problema que concierne al ethos, la pregunta que cabe hacer es ¿en qué consistiría ese
carácter propio, ese rasgo típico, ese modo de ser, de nuestra filosofía?
Para responder esta pregunta, Nicol repasa la historia del pensamiento hispanoamericano y
del español desde las independencias, y pone de relieve que, por ejemplo, en la América de
habla española, cuando se pretendió marcar la diferencia con España, se lo hizo tratando de
reivindicar el vínculo con lo indígena, a partir de una diferenciación de razas: americanos-
europeos. Esto condujo a que de un lado y del otro se volcaran a pensarse regionalmente. Así,
surge en España un movimiento europeísta y un pensamiento europeizante. Y en América el
indigenismo y el panamericanismo. Sin embargo, señala Nicol, en este último caso, por ser
concepciones forzadas y extemporáneas, no daban cuenta de un vínculo real con “lo propio”,
con lo indígena. Y en el caso de España, el europeísmo también fue una corriente muy forzada
y resistida. Era necesario entonces dar con otro u otros aspectos que permitieran dar cuenta
del modo de ser hispanoamericano. Quizás ya no a partir de las diferencias, sino a partir de
lo que los unía.
Cuando hablamos de ethos no pretendo, como parece hacerlo Nicol, pensar en El ethos: una
algo intrínseco, en una esencia. No hablamos aquí de un ethos en un sentido actitud
fuerte, sino antes bien, como ya señalara Foucault en ¿Qué es la Ilustración?
(1984), algo así como una actitud, una manera de pensar, sentir, actuar y conducirse respecto
a la actualidad, que a la vez indica una pertenencia y se presenta como una tarea (1996, 94).
Entonces, ¿qué aspectos del pensamiento hispanoamericano podrían caracterizar esta actitud
hacia el mundo? En una buena porción de los estudios hispanoamericanos sobre esta cuestión
hay tres aspectos que resaltan, dos de ellos pueden ser considerados ético-políticos, el otro,
estético-político. Vamos a dedicarnos a los dos primeros en este apartado, y al último en el
siguiente.
Lo primero que hay que advertir aquí es que para indicar estos aspectos vamos a tener que
recurrir a las afirmaciones y argumentos que se esgrimen tanto en torno a la filosofía española,
como a la filosofía latinoamericana, y también los que abordan ambas. Es decir, de manera
separada y de manera conjunta a la vez, puesto que algunos estudios se dedican a la cuestión
sobre la filosofía de España, otros sobre la filosofía de Latinoamérica, y otros a la filosofía que
llamamos Hispánica o Hispanoamericana.
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un eufemismo para que lo español que sea más aceptable para los hispanoamericanos. Lo
hispánico no es lo español. Lo español y España es sólo una parte de la hispanidad, y lo mismo
respecto de Hispanoamérica; ella también es sólo una parte de la hispanidad. La hispanidad
es ese elemento común a ambos. Una comunidad de espíritu y de sangre.
Lo que hay, dice Nicol, es interdependencia. Lo que encontramos aquí es La hispanidad:
elemento común
la unidad de una diversidad, una pluralidad. La interdependencia se a España y a la
produce porque la Independencia de América creó, justamente, la América de habla
española
dependencia de España, al producirse la distinción política de una y otra
(Nicol, 1998, 96-109). Dice muy bien Nicol que esta interdependencia, esta comunidad, es de
espíritu y de sangre. Y digo que dice muy bien porque lo hispánico, la
Lo común: la
interdependencia hispanidad, se caracteriza por el mestizaje. Uso el término “mestizaje”
Mestizaje. aquí en un sentido muy amplio. La hispanidad se caracteriza por la mezcla
de sangres, de culturas, de religiones y de lenguas, haciendo de todas
estas, no por ello sin conflicto, una única, la hispánica. Si bien en algunos países de nuestro
continente el mestizaje fue mayor que en otros, es posible afirmar, como señala el hispanista
inglés Hugh Thomas, que el mestizaje en la América de habla española es un hecho casi único.
La presencia de indígenas en la sociedad urbana por una parte, y la de españoles en la
sociedad rural por otra, fue un hecho distintivo en nuestra América respecto de otras
colonizaciones, incluso respecto del caso de Norteamérica. Y ni siquiera los impedimentos que
establecía la ley española pudieron evitarlo.
Dicho esto, quiero hacer hincapié en una de las formas de mestizaje que se dio entre
El mestizaje
americanos y españoles. El propio Nicol, ante la pregunta por el problema de
la filosofía hispánica señalaba que el problema no consistía en lo “hispánico”,
porque lo que determinaba la hispanidad de nuestra filosofía no era algo problemático porque
ésta se establecía por la lengua. La lengua es entonces ese suelo común a nuestro
pensamiento. La lengua española o hispánica o hispanoamericana, o como queramos llamarla,
es la que constituye la hispanidad de nuestra filosofía.
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Recordemos aquí lo que unas líneas antes ya habíamos visto sobre esta cuestión. Unamuno
afirmaba la necesidad de pronunciarse a favor de la lengua española en virtud de su diversidad
frente al castellano como lengua pura, la lengua de la casta, del casticismo. La lengua española
es la lengua de la mezcla, la lengua de la mezcla del castellano con el vasco, con el catalán,
con el valenciano, con el gallego y con el hispanoamericano.
Vamos ahora al otro aspecto ético-político que permite caracterizar la actitud del que, de ahora
en más llamaremos, hispanismo filosófico.
Muchos son los estudios que coinciden en este aspecto. El filósofo peruano Miró Quesada
señala que, mientras en la cultura occidental la filosofía se anticipa a la acción, puesto que la
fundamenta, la justifica, en Latinoamérica primero es la acción y luego la justificación de esta
acción (Zea, 34), porque, como ya señalara Alberdi, la filosofía funciona como ideología, da
razones, no del ser o los entes, como algunas expresiones de la filosofía occidental, sino del
orden político y social latinoamericano (Zea, 31). Pero el caso es que esto no sólo es para
nuestra región. Los españoles piensan de la misma manera su filosofía.
El filósofo español Manuel García Morente, en una conferencia dictada en Buenos Aires en
1934, reconocía que si bien sólo en la Edad Media las contribuciones españolas a la filosofía
habían sido relevantes, sería recién a mediados del siglo XIX que comenzaría a resurgir el
pensamiento español (1996, 5). Las razones de este surgimiento estriban, para García
Morente, en cuestiones históricas y de carácter. Las históricas las atribuye a la labor que
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“abandonó” España en Europa y América, pero las razones de carácter (ethos) pueden
resumirse en estas palabras:
Para decirlo brevemente, el alma española no es apta para el tipo de filosofía que hasta ahora
ha venido haciéndose en Europa, y no es apta para ese tipo de filosofía porque el alma
española adora otros ídolos que no la pura inteligencia. El alma española pone por encima
de la contemplación teórica especulativa intelectual la acción; pone por encima de
Actuar para la teoría la vida; pone por encima de la especulación la moral, la ética, la nobleza
vivir, y no, de carácter. El español, en la tabla de valores que constituyen la esencia de su alma,
vivir para
pensar ha puesto en los primeros lugares, no al sabio recluido en su laboratorio, no al
matemático inclinado sobre la hoja de papel y haciendo sus figuras geométricas, no
al filósofo meditando sobre la contextura del mundo y de las cosas, sino que ha puesto al
hombre que lleva a cabo su propia vida con la pureza y la belleza de una parábola descripta
por un proyectil. El español ha preferido siempre vivir a pensar, o mejor dicho, el español ha
puesto al pensamiento al servicio de la vida, lejos de poner la vida al servicio del
pensamiento. Este tipo de vida, completamente reducida a la especulación mental, es algo
que el español no puede concebir.
(García Morente, 1996, 6-7)
Para el alma española la vida es más que el pensamiento, y los siglos XVII, XVIII y XIX en
que se desarrolló el idealismo y la filosofía propiamente moderna, implicaron la reducción de
la vida al pensamiento. Recién entre mediados y fines del siglo XIX entonces, a partir de la
decadencia de la filosofía idealista y del auge y posterior caída del positivismo, es decir, desde
la denominada crisis de la razón, y al mismo tiempo por la pérdida de sus colonias, España
comienza a preocuparse por sí misma (se ensimisma) y deja de ocuparse del resto de Europa,
a la vez que es desocupada de América. Así, España comienza a cuestionarse por su ser
nacional.
Y entonces, al reflexionar sobre sí misma, ha tenido que advertir el pensamiento español que
la índole propia, el modo de ser propio del español es anteponer la acción y la vida a la
meditación. Entonces ha podido empezar a surgir una filosofía española, tan pronto como se
ha preguntado el pensamiento reflexivo español: ¿en qué relaciones se halla la vida y el
pensamiento?
(García Morente, 1996, 8)
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Con esto, como señala Nicol, la filosofía hispánica no fue un recurso, sino una acción,
autónoma y auténtica.
3. Política estética19
Habíamos señalado al inicio del apartado anterior que, de los tres aspectos que conformaban
la actitud, el ethos, el modo de ser/estar/sentir el mundo de los
El objetivo:
ser hispanoamericanos, uno de ellos era de orden estético-político.
originales,
no imitar Hegel decía que América era el porvenir, y que ésta debía apartarse del suelo en
que, hasta ese momento, se había desarrollado la historia universal. Quizás fue
siguiendo estas huellas que la filosofía latinoamericana haya tenido como objetivo principal la
originalidad (Zea, 26). La imitación debía desaparecer. Y si no se podía dejar de imitar, al
menos había que inventar un poco, asimilar. Es decir, hacer propio lo que parecía extraño
(Zea, 26). En el mismo sentido, Nicol señala que, si bien en América se adoptaron doctrinas
ajenas, estas representaban un caudal de experiencia política. Por eso no se repetían y
aplicaban como fórmulas mágicas, sino que se asimilaban y se transformaban. Dicha
transformación iba de la mano no sólo de la originalidad personal de cada pensador sino
también de la situación vital en que se encontraban todos (1998, 52). La filosofía para los
americanos independizados se tornaba una cuestión vital. Y esta no podría reproducir las
formas ajenas, sino que tenía que crear, o recrear las suyas propias. La cuestión no era un
mero problema estilístico, sino que estaba relacionada con los problemas propios. Y
cuando culmina el régimen español en América, al nacer la hispanidad, como
señala Nicol, la realidad espiritual de la hispanidad es un nuevo estilo de Originalidad:
dar respuestas
comunidad que se determina por unos hechos y unas posibilidades. Por ello, a los
con el término “filosofía original” debe entenderse aquella que trata de dar problemas
propios desde
respuestas a los problemas que una determinada realidad, y en un una
determinado tiempo, ha originado. Una filosofía cuyas soluciones no hayan perspectiva
situada.
sido consideradas nunca como la única y posible solución. (Zea, 27).
Ahora, que en términos generales la filosofía sea entendida sobre todo como una formulación
sistemática a través de los tratados es debido al afán de presentarse como ciencia, aunque ni
siempre haya sido así ni parezca que tenga que seguir siéndolo. Como señala Galán,
especialmente a partir de la Ilustración el modelo hegemónico de las ciencias
arrastró a la apreciación de un determinado tipo de pensamiento gestado en A partir de la
los entornos académicos y tendientes a huir de lo literario para envolverse con Ilustración el
modelo de
el rígido manto de “lo serio”. Lo serio se confunde entonces con lo sistemático. las ciencias
(2007, 95). De esta manera, frente a la filosofía sistemática, metafísica, arrastró a la
filosofía
epistemológica o especulativa, propia de la tradición filosófica moderna, la
filosofía hispánica, que se enfrentaba ahora a otros problemas, debía buscar otros recursos
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expresivos. La cuestión es, como señala Nicol, que la filosofía es distinta de la ciencia, porque
el sentido particularmente humano de la existencia que tenemos los hispanos permite advertir
que la filosofía modela los espíritus, y que hay que lograr que éste sea propio, auténtico,
distinto. Entonces, la filosofía que medita sobre el propio ser y el propio lugar no es un género
científico de pensamiento. No lo es constitutivamente, es decir, no lo es por definición.
En virtud de ello, Unamuno señala que, como la filosofía española es del orden del estar más
que del decir y pensar, se resuelve como a-filosofía (1915, 603-608), es decir, por fuera de la
filosofía misma. O mejor, por fuera del género en el cual habitualmente, al menos desde la
modernidad, suele exteriorizarse la reflexión filosófica. Es por ello que señala que la filosofía
española no sólo se encuentra fundamentalmente en el arte pictórico, sino que cada vez está
más convencido que ella:
[…] está líquida y difusa en nuestra literatura, en nuestra vida, en nuestra
acción, en nuestra mística, sobre todo, y no en sistemas filosóficos. Es La filosofía
concreta. ¿Y es que acaso no hay en Goethe, verbigracia, tanta o más hispánica se
filosofía que en Hegel? Las coplas de Jorge Manrique, el Romancero, el desarrolla y se
encuentra en
Quijote, La vida es sueño, la Subida al Monte Carmelo, implican una intuición
formas de
del mundo y un concepto de la vida Weltanschauung und Lebensansicht.20 expresión no
Filosofía esta nuestra que era difícil de formularse en esa segunda mitad del filosóficas
siglo XIX, época afilosófica, positivista, tecnicista, de pura historia y de
ciencias naturales, época en el fondo materialista y pesimista.
Nuestra lengua misma, como toda lengua culta, lleva implícita una filosofía.
Una lengua, en efecto, es una filosofía potencial. (1950, IV, 704)
Esta particularidad de la filosofía española la nota con cierto desprecio el filósofo español
González Caminero al indicar que, “[…] en pocas épocas, seguramente en ninguna, han
existido como hoy -refiriéndose a su propia época, el siglo XX- tantos Janos bifrontes que
miran con una cara a la filosofía y con otra a la literatura.” (1988, 46). El problema que ve
González Caminero en la filosofía del siglo XX, y sobre todo en la española, es producto de la
miopía con la que la concibe. ¿Es que la filosofía sólo puede exteriorizarse mediante el tratado
o, en la actualidad, mediante los llamados papers? ¿O será, como ya señalara Aristóteles, que
el asunto, el tema, debe plantearse por los medios más adecuados, y no en uno en particular?
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La pregunta, ¿qué somos?, ¿qué tenemos que ser?, ¿cuál es nuestra posición en el mundo?
marca un síntoma de crisis. Pero, como señala Nicol, la crisis es general, no afecta sólo a los
hombres de los países latinoamericanos. Y estos ya se encuentran en condiciones, como los
europeos, de plantear el tema en términos universales, porque su filosofía no viene sólo de
libros sino de una real experiencia histórica (1998, 62). Ahora bien, esta angustiosa situación
vital ha encontrado expresión tanto en la literatura como en la filosofía. Y en virtud de ello
Nicol señala la relevancia que tuvo, tanto aquí como en España, la
El ensimismamiento filosofía existencialista (1998, 71). Tanto aquí como allí, se da una
como tópico común
de la filosofía meditación del nuevo nacimiento. Y en América, la reflexión sobre este
hispánica con el nuevo nacimiento es la reflexión sobre la mutación del ethos. Por ello,
existencialismo
el problema es esencialmente ético (Nicol, 1998, 77) La mutación del
ethos latinoamericano se da por la equiparación del nivel de vida del hombre americano con
el europeo, lo cual produce la desaparición de las peculiaridades típicas (con todas las ventajas
y desventajas). El tema es que estas ideas, esta reflexión sobre sí mismos, ha sido inspirada
por algunxs filósofxs españoles. Y por otro lado, parece que el pensamiento ensimismado, en
la comunidad hispánica (España y la América de habla española), está encaminado a examinar
y debatir exclusivamente sus problemas locales formulando sus ideas en el género llamado
ensayo, (Nicol, 1998, 79), que no es un género científico, sino antes bien literario, o como lo
llaman tanto Zea como Nicol, un género más cercano a la “ideología” que a la ciencia.
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(ética, estética y política)
Tenemos entonces que el otro aspecto del ethos de la filosofía hispánica es el de haberse
expresado por vías distintas de las cuales suele recurrir la reflexión filosófica. Dados otros
problemas, habrán entonces otros medios, otros géneros para expresarse.
Entonces tenemos que, el cuento, la poesía, la novela, y el ensayo fueron los moldes en los
que lxs filósofxs hispánicxs han volcado en mayor medida sus reflexiones
sobre nuestro mundo. Ello en detrimento del modelo científico de filosofía. El ensayo
como género
Entre estos géneros el ensayo fue el más visitado. La naturaleza epistémica de preferencia
del ensayo parecía ser uno de los motivos de su predilección. Este género
híbrido, captó, en esos tiempos, la mayor producción y difusión de las ideas
Como la
filosóficas de la hispanidad. El ensayo, un género mixto entre la pura
hispanidad, el
ensayo es un filosofía y la pura literatura, parece haber resultado más cómodo a la
género mixto
naturaleza, también híbrida, mixta, de lo hispánico. Como su nombre lo
indica, el ensayo es un “intento”, una prueba, una operación de tanteo. Y en tanto tal se dirige
no a un público especializado, sino a la “generalidad de los cultos”. Y acá podemos distinguir
también el ensayo sin más y el ensayo filosófico. Mientras que para el ensayista nato, el ensayo
constituye una forma de pensar, para el filósofo, en cambio, es una forma ocasional de exponer
las ideas ya pensadas pero con distinto artificio. De esta manera, el ensayo puede ser usado
como artificio para expresar ideas filosóficas a quienes no son filósofxs, como para eludir los
rigores del método filosófico (Nicol, 1998, 212-213).
Las distintas revoluciones latinoamericanas que nos librarían de las ataduras políticas de
España fueron, como señala Arciniegas, producto de la agitación intelectual, de los ensayos
escritos como anticipadores de la emancipación. En Latinoamérica el ensayo no sólo es anterior
a la novela y a la biografía, sino que cumple una función más decisiva que éstas. Desde el
momento de los procesos independentistas, el ensayo estuvo abocado a configurar la identidad
latinoamericana y a encontrar los modelos más adecuados para afrontar los conflictos y las
antinomias en que se dividía y polarizaba la sociedad. Incluso la propia independencia, señala
Arciniegas, “no viene sino a acentuar su calidad de mundo de contradicciones y problemas.”
(1979, 11). Pero el ensayo no sólo cumplió una función pre-independentista, sino que en
escritos ensayísticos post-independentistas se elaboraron los fundamentos constitucionales de
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(ética, estética y política)
nuestros países, y expresaron allí la necesidad de originalidad para dar curso a la singularidad
propia de lo latinoamericano.
Así, la misión primordial del ensayo era conceptualizar la “diferencia” y definirse en oposición,
primero a España, pero luego también a la influencia inglesa, francesa y estadounidense. Por
ello, el ensayo responde a configurar y definir la identidad latinoamericana y la de sus
respectivas naciones. De esta manera, el ensayo ha optado, en general, por una actitud
militante, esa “poderosa carga estética y ética compulsiva de acción”, como señala Morales
(1993) sobre el ensayo en Martí.
Pero si bien en nuestra América el ensayo fue el género más frecuentado, ello no obsta a que
en España haya sucedido lo mismo, y por motivos no tan diversos a los nuestros. España
también se “sentía diferente”, diferente porque ya no era “pura”, diferente por la influencia de
nuestra América, y en ese sentido, diferente también al resto de Europa. Por eso el ensayo
sirvió allí como aquí, para configurar su identidad en tiempos postcoloniales en América pero
europeizantes y de germanofilia en Europa. El ensayo sirvió a los españoles también como un
recurso contra-hegemónico. En ensayo expresan sus ideas, desde mediados del siglo XIX a
mediados del XX, abogadxs, políticxs, educadorxs, filósofxs, médicxs, literatxs, historiadorxs,
de uno y otro lado del Atlántico. Lo hacen así Mariano Moreno, Sarmiento, Alberdi, Bello,
Vasconcelos, Zea, Lugones, Ingenieros, Miró Quesada, Mariátegui, Vaz Ferreyra, Ortega y
Gasset, Unamuno, Zubiri, Zambrano, Borges, Martí, Lezama Lima, Sarduy, Carpentier, etc.
En un estudio reciente (2013),22 la filósofa y politóloga belga Chantal Mouffe, señala que las
prácticas culturales y artísticas –y aquí podríamos incluir a la ensayística- pueden desempeñar
un rol crítico donde podrían lanzarse luchas contra-hegemónicas. Así, frente a la cultura
dominante actual, que es la que construye el “sentido común” -y que en
El ensayo, un
filosofía ese “sentido común” de la práctica filosófica lo encontramos en los género para
“trabajos académicos”, los llamados papers-, las prácticas más cercanas al pensar
alternativas
arte que a la ciencia no sólo son capaces de desafiar la hegemonía actual
sino también la visión pospolítica según la cual no hay ninguna alternativa al orden actual. El
problema, como vemos, es desde el inicio, político. Y para pensar un orden político alternativo
los filósofos hispánicos tuvieron que repensar sus propias prácticas discursivas, ya que, como
señala Unamuno en “Estética política”, como la política es arte, es el sentido estético el que
hay que aplicarle (1958, IX, 877).
En resumen, lo dicho hasta aquí nos permite afirmar que ante el problema político de la
Independencia surge un problema ético, la necesidad de repensarse aquí y allá, de recrearse
ante este nuevo nacimiento, ante este renacimiento. Repensar cuáles eran las notas
características, cuáles eran los aspectos de la manera de pensar,
El ethos hispánico, una
actitud contracultural, sentir y actuar hispánicas. Lxs filósofxs hispánicos de mediados del
antihegemónica, o XIX hasta mediados del XX tuvieron la tarea de hacer, de construir
contra-hegemónica
su propia -y nueva- vida. Tuvieron que repensar su actitud ante el
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(ética, estética y política)
mundo. Y tuvieron que reconstruir su propia casa -el término ethos también significa morada-
. Y para ello necesitaron volcar sus ideas en moldes distintos a los ya difundidos y
hegemónicos. La elección del ensayo como medio de difusión de las ideas en la filosofía
hispánica fue una decisión de orden político, una forma de distinguirse y a la vez oponerse,
aquí y allá, a “lo que se debía imitar”. En este sentido quizás pueda entenderse el ethos
hispánico como una actitud contracultural, contrahegemónica.
Ahora, y para finalizar, habíamos señalado al inicio de este trabajo que estimaba que este
estudio nos iba a permitir reflexionar sobre la indiferencia general respecto de la producción
filosófica en nuestra lengua, e incluso en la desestimación general de nuestro pensamiento
como pensamiento filosófico. Veamos ahora algunos antecedentes, previos a la
Independencia, pero contemporáneos a la colonia, para ver si rastreando la historia del
pensamiento y de los modelos discursivos de habla española podemos encontrar algunos de
los motivos que incidieron, desde ese momento, y luego también, en la consideración
generalmente negativa de nuestra filosofía.
Al respecto quiero señalar aquí dos posibles razones. Uno de los posibles motivos por los
cuales la filosofía en lengua española haya quedado relegada de la Historia de la filosofía, se
debe, en gran medida, al descrédito de los conceptos de “tradición” y “autoridad” 23 y a la
“germanización de la historia”.24 Es decir, al discurso filosófico –hegemónico– de Una
la modernidad que nos fuera transmitido desdeñando la raigambre religiosa cuestión
de poder
(católica) de lo español. Fue este discurso de la tradición racionalista entonces el
que, como una autoridad, mediante el envío de un mensaje significativo del pasado,
constituyó nuestro horizonte de sentido de la filosofía en lengua española. La subvaloración
de la filosofía en nuestra lengua tuvo como fuente de motivación la posición de poder que
ganó el racionalismo ilustrado a partir del siglo XVII y los efectos producidos a partir de la
transmisión de un discurso de lo que, desde esa corriente, consideraban como filosófico. Es la
conformación de una epìstéme25 –en términos foucaultianos– particular, la moderna (o la
racionalista, mejor).
Otra de las razones se vincula al caos en que estaba sumida la modernidad temprana. Como
indica Álvarez Solís, una sociedad en crisis está obligada a replantear la imagen que tiene de
sí misma para proyectarse en otra imagen del mundo, sea ya para restaurar una imagen
pasada o para imaginarse el futuro (2015, 35). Es por ello que, a diferencia de lo propuesto
por la filosofía moderna como modo de superación de esas ruinas, tanto García Morente
(1934), como Ubieto Arteta (1986), Nicol (1998) y Álvarez Solís (2015), coinciden en sostener
la “diferencia” española, en calificar que “España es diferente” (o al menos se presenta como
tal) del resto de las naciones europeas. El siglo XVII, en plena maduración del Barroco español,
representa la nacionalización de los temas y del espritu renacentista (el de un segundo
renacimiento), donde se desarrollan el conceptismo y el culteranismo –tendencias
específicamente barrocas– y al mismo tiempo se acrecienta el aislamiento de España del resto
de los países europeos.
Claro está que esa misma observación puede hacerse del otro lado, es
El decir, del resto de las naciones europeas que comienzan a cobrar La
discurso
un rol dominante entre los siglos XVII y XIX (Francia, Alemania y “diferencia”
del poder
como algo
Gran Bretaña). Ellas mismas ven que España es diferente. La negativo
“diferencia española” radicaba en estar sumida en el atraso. Así lo registra
Unamuno:
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(ética, estética y política)
Y más ahora, en que tanto se charla de la conciencia de nuestro atraso respecto a los demás
pueblos cultos; ahora, en que unos cuantos atolondrados que no conocen nuestra propia
Historia […] dicen que no hemos tenido ni ciencia, ni arte, ni filosofía, ni Renacimiento (este
acaso nos sobraba), ni nada. (1950, IV, 702)
Incluso quienes han tenido una mirada más optimista, afirman que España pasó sin escalas
del Medioevo a la era contemporánea –al menos en las tesis en las que no se
La
pretende reforzar la idea de que España continúa hoy siendo medieval–. Pero “diferencia”
por otro lado, García Morente, Ubieto Arteta, Nicol y Álvarez Solís, entre otros, como algo
positivo
cada uno desde una perspectiva diferente, observan en esa “diferencia” un
aspecto que podría considerarse como positivo.
Tomo como punto de partida el trabajo de Álvarez Solís para señalar brevemente los motivos
que me llevan a sostener que, por un lado, España también tuvo su modernidad y que incluso
contribuyó civilizatoriamente a la modernidad europea más de lo que usualmente se cree (Cfr.
Álvarez Solís, 2015, 26). Pero por otro lado, quiero señalar que esa “diferencia española”, que
está sustentada en términos teóricos en un proyecto político conservador y que, producto de
la Contrarreforma, fue en gran medida reaccionaria tanto filosófica como políticamente, puede
Una actitud ser vista –desde una perspectiva actual– como contra-hegemónica a una visión
contra- del mundo que, desde el siglo XVII en adelante hace pie en la razón
hegemónica
tecnocientífica como “salvadora” del hombre. En definitiva, esta última forma
de enfrentarse a la crisis se trata de una transvaloración de un tipo de salvación por otra. Si
para los españoles la “salvación” estaba en la religión, desde el siglo XVII en adelante, para
los Ilustrados, la “salvación” estará en la ciencia. Esta transvaloración constituyó la actual y
hegemónica racionalidad científico-tecnológica a la que hoy también ponemos en cuestión.
Si, por ejemplo, analizamos los discursos, prácticas y sujetos que produjo la sociedad barroca
del siglo XVII, se pone de relieve la diferencia hispánica como modo anómalo de la subjetividad
frente a los modos de subjetividad humanista.
[…] si explicar el modo hispánico de la modernidad implica comprender el lado oculto de la
modernidad occidental, entonces tal comprensión permite desmontar los dispositivos
culturales con los que los ilustrados construyeron la identidad moderna y afirmarse como
posibilidad histórica […] (Álvarez Solís, 2015, 20)
Ello conduce a la justificación del aparente olvido ilustrado del mundo mediterráneo. En
consecuencia, unas razones se cruzan con otras.
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la relevancia que cobran estos signos de ocultación y marginación discursiva es que funcionan
como motor del aparato discursivo de acumulación capitalista. Por ello, señala, que:
[…] las producciones barrocas operan como contra-discursos que son capaces de generar
resistencias políticas, contra-conductas y discursos marginales que evitan identificar la
modernidad occidental con los procesos de homogenización de la mentalidad ilustrada.
(2015, 26)
Al respecto, Unamuno, en un artículo de 1904 sobre la filosofía española, sostiene que España
“[…] tenía su filosofía; pero cuando empezaba a florecer se la ahogaron, se la helaron los
definidores de la escolástica, los intelectualistas.” (2007, VIII, 650).
Lo dicho hasta aquí permite concluir, como lo afirma Galán, que fue:
[…] precisamente por el triunfo de la Ilustración en toda Europa y la sólo parcial Motivos de la
aceptación de ésta en el mundo de habla hispana se puede entender que se mirada
diese esa mirada indiferente a lo que en español se producía. (2007, 95) indiferente a
la filosofía
hispánica
En este sentido es que Galán señala que, con la situación actual, los países
de habla hispana, que parecen haber quedado en un estadio premoderno, 26 se
encuentran ahora más rápidamente con la posmodernidad y parecen preparados para ocupar
su adecuado lugar en la esfera internacional no sólo de lo literario -que nunca ha podido
soslayarse-, sino también de lo filosófico (Galán, 2007, 94-95).
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