Está en la página 1de 48

¿una alternativa para el futuro?

1
2
3
4
Un “modelo-en-circulación”

¿Quién? ¿Cuándo? ¿Cómo?

De lo comunal y colectivo

Dos casos, una huerta

¿U
Una altern
nativa para el futturo?

5
6
Un modelo en circulación
La agricultura urbana es una práctica
global que opera en distintas escalas e
involucra una multiplicidad de actores
(Schwab, Caputo y García-Hernández,
2017, 15). En términos generales, aparece
enmarcada en una tendencia global que
promueve la producción de alimentos
en entornos urbanos, locales y de
barrio, desafiando la hegemonía de la
producción industrial (Cooke, 2021). En
el caso particular latinoamericano, se
trata de un “modelo en circulación” (Roy
y Ong citados por Schwab, Caputo y
García-Hernández, 2017) de la planeación
urbana presentada como única gran
solución para múltiples problemáticas
que se relacionan no sólo con la seguridad
alimentaria, “el desarrollo urbano y
la reducción del efecto invernadero”
(Hernández-García citado por Salazar,
2020), sino también con la “autogestión
de la ciudad, el desarrollo de una
identidad local y el empoderamiento de
comunidades” (Schwab, Caputo y García-
Hernández, 2017, 15). Por estas razones,
durante las últimas décadas (Cooke,
2021) se ha exacerbado el discurso sobre
el que se soportan varias estrategias de
promoción de esta práctica por parte
de instituciones, gobiernos e incluso
organizaciones no gubernamentales
en regiones latinoamericanas donde
existe una vulnerabilidad, basada en la
condición de pobreza, en la alimentación
y la subsistencia.

7
Sin embargo, la implementación y/o promoción
indistinta de estas prácticas desconoce los contextos locales
y particulares en los que se soportan las prácticas en torno
a la agricultura en la ciudad y la producción de alimentos
y productos para el consumo en entorno urbanos. Tal es el
caso del contexto colombiano en el cual cada vez más las
distintas prácticas de la agricultura urbana son entendidas
como “multifuncionales” en la medida en que responden a
dinámicas y manifestaciones relacionadas con el “activismo
político […] la preservación de memorias ecológicas perdidas
–como es la historia de Don Fabriciano Ortiz (Ramírez et al.,
2022)–, la biodiversidad [y] la resiliencia” (Schwab, Caputo y
Hernández-García, 2017, 16). Aún más, la agricultura urbana
se manifiesta en la ciudad colombiana a través de las huertas
como “un activo social y patrimonial” colectivo de “activación
territorial” (Ramírez et al, 2022). Al respecto, Ramírez (2022)
enfatiza en que:

Los huertos (hortus), según indica su


etimología, han implicado la acción de echar
raíces y cercar […] el imperio, el dominio y
la propiedad, así como con la búsqueda del
vínculo con la tierra, el origen, la familia y la
comunidad. (18 – 19)
8
Así, resulta tanto más contrastante y diciente el caso
de la agricultura urbana en Colombia por su estrecha relación
con las transformaciones en el territorio, las migraciones,
los desplazamientos asociados a la violencia y la guerra,
así como con una memoria cultural asociada a un “material
físico” (Barriga y Leal, 2011, 22) que se cosecha entre los
procesos acelerados de crecimiento de la ciudad. Ahora bien,
para entender todavía más esta relación y las dinámicas
sociales, urbanas y ambientales en las que se enmarca, esta
monografía se enfocará en analizar el caso particular de
las prácticas de agricultura urbana a través de las huertas
urbanas de Bogotá. Para ello, se analizará, en primer lugar, su
contexto social como principal catalizador y soporte esencial
para su mantenimiento bien sea vinculado a una gestión
pública o a una de comunidad. En segundo lugar, se estudiará
el contexto urbano en relación con los lugares y zonas de
aparición y localización de estas prácticas, así como con la
gestión y promoción realizada por la alcaldía y sus entidades
desde principios de este siglo. Este contexto en relación
con el primero permitirá hacer un contraste de las iniciativas
según su enfoque “de abajo-arriba” y/o “de arriba-abajo”
(Piastrellini, 2019). Finalmente, se intentará reconstruir un
contexto asociado a los efectos y relaciones ambientales de
la agricultura urbana como práctica proveedora de múltiples
servicios ecosistémicos para la ciudad actual y, sobre todo,
para la ciudad del futuro.

9
10
¿Quién? ¿Cuándo? ¿Cómo?
¿Quién?

En la ciudad de Bogotá, la agricultura


urbana como “actividad realizada en el
hogar” (Schwab, Caputo y Hernández-
García, 2017, 17) aparece hacia los años 50
y 60 con los procesos de desplazamiento
del campo a la ciudad (Barriga y Leal,
2011, 22-23). De esta forma, inicia como
“una necesidad de los migrantes [o
desplazados] de relacionarse con el
territorio” (Hernández-García citado
por Salazar, 2020) así como un reclamo,
individual y colectivo, sobre la tierra
(Schwab, Caputo y Hernández-García,
2017, 19). Por tal razón, es, principalmente,
practicada por una población de bajos
recursos quienes poseen un pasado rural
agrícola (Schwab, Caputo y Hernández-
García, 2017, 20). Así pues, por su origen
y transformación a través del tiempo, la
agricultura urbana en Bogotá evidencia
“las desigualdades sociales y ambientales
de la ciudad” (Ramírez et al., 2022, 18). Al
respecto, es importante notar los vínculos
que a través de las huertas se articulan
con la necesidad “de relacionarse con el
territorio”, de conectarse con él simbólica
y culturalmente (Hernández-García citado
por Salazar, 2020), y de, con mayor fuerza
después del periodo de confinamiento,
recrearse.
11
En el caso particular latinoamericano, la agricultura
urbana es promovida principalmente como una estrategia
para la subsistencia a través de la garantía de la seguridad
alimentaria (Schwab, Caputo y Hernández-García, 2017,
17). Aún más, en Bogotá ha sido comúnmente asociada
a prácticas propias de “personas de escasos recursos
económicos” (Hernández-García citado por Salazar, 2020),
dada la hipótesis de su génesis hacia la segunda mitad del
siglo XX en “las áreas de crecimiento espontáneo” (Directiva
de Jardín Botánico de Bogotá citada por Barriga y Leal,
2011, 22-23). Tal aproximación enfocada exclusivamente a
la subsistencia ha sido criticada pues no existe información
precisa y consistente que soporte la investigación realizada
por múltiples organizaciones internacionales para la
promoción únicamente por subsistencia (Schwab, Caputo
y Hernández-García, 2017, 17). Al respecto, las evidencias
recogidas sobre la práctica demuestran que las huertas
urbanas, tanto en el caso bogotano como en otras ciudades
colombianas, están relacionadas también con otros factores
más allá de la subsistencia (Schwab, Caputo y Hernández-
García, 2017, 17) como la construcción de comunidad e
identidad (Schwab, Caputo y Hernández-García, 2017, 19
- 20), el cuidado y la apropiación del territorio (Ramírez et
al., 2022, 18 - 19) y la preservación de una memoria cultural
(Ramírez et al., 2022, 39) a través de “un material físico como
semillas y plántulas” (Barriga y Leal, 2011, 22). Es, a su vez, una
manifestación cultural, en muchos casos colectiva, vinculada
al territorio en el que se realiza (Hernández-García citado por
Salazar, 2020) y al tiempo estrechamente relacionada con
el contexto del que provienen [los agricultores] (Schwab,
Caputo y Hernández-García, 2017, 17).

En otro orden de ideas, resulta fundamental entender


las huertas urbanas como prácticas ineludiblemente
relacionadas con manifestaciones de poder sobre el suelo
y el territorio. Así pues, actualmente existen “asimetrías de
poder” (Schwab, Caputo y Hernández-García, 2017, 21) dentro
de la gestión colectiva y comunal de las huertas, por las cuales
las motivaciones que impulsan la práctica son diferentes. Por
un lado, “líderes de comunidad”, como en el caso de Cocinol
12
en Bogotá, perciben las huertas como parte de una estrategia
para enfrentar problemáticas políticas, de “sostenibilidad
ecosistémica” así como de “expresión cultural y artística”.
Mientras tanto, miembros particulares de la comunidad
“operan [según] el valor basado en el uso concreto” (Schwab,
Caputo y Hernández-García, 2017, 19 -20). En este sentido,
se trata de “un activo” en el que participan múltiples y
diversos actores como “instituciones, grupos sociales,
comunidades, familias e individuos” (Ramírez, et al, 2022),
por lo cual está conectado con su grado de compromiso para
su mantenimiento y subsistencia a través del tiempo.

Todavía más, existen igualmente evidencias de la


relación y vínculo emocional sobre la práctica de la huerta,
como sucede en los casos estudiados por Barriga y Leal (2011,
157), en los cuales se manifiesta la creación y fortalecimiento
de relaciones dentro de la comunidad agricultora. (Barriga
y Leal, 2011, 159-160). De manera similar, se han registrado
testimonios sobre la mejora de la calidad de vida no sólo por
“el consumo de alimentos limpios” (Vera citado por Navarrete,
2016) sino también por la educación y vinculación de/a
comunidad que resulta de la promoción de la participación
de la agricultura urbana –tal es el caso de la huerta en la
Caja de Sueldos de Retiro de la Policía Nacional en Bogotá–
(Navarrete, 2016). Esto, por su parte, evidencia que la huerta
comunitaria, como una de las prácticas de agricultura
urbana, ofrece “el factor espacio físico” y además propicia
“un ambiente de trabajo en equipo” (Barriga y Leal, 2011, 138-
139) que fortalece los vínculos entre los participantes y con el
lugar que habitan (Ídem, 159-160).

¿Cuándo?

Ahora bien, dentro del contexto urbano es


fundamental entender la aparición de la voluntad institucional
por promover este tipo de prácticas en las ciudades. Aquello,
según se describe al inicio del texto, permite entender los
contrastes de las “asimetrías de poder” y la participación de
los agentes según su enfoque y perspectiva “de arriba-abajo”
o “de abajo-arriba”. De tal forma, es durante la administración
13
de Luis Eduardo Garzón cuando aparece la agricultura urbana
como una estrategia del distrito dentro del programa “Bogotá
sin Hambre” (Perdomo citada por Salazar, 2020). Dicho
programa buscaba asegurar una “seguridad alimentaria y
nutricional” especialmente para “la población más pobre
y vulnerable” (Concejo de Bogotá D.C. Acuerdo 119 de junio
del 2004 citado por Barriga y Leal, 2011, 23-24). Cabe notar
que este enfoque bien estaría enmarcado en los modelos
en circulación descritos anteriormente. Sin embargo, según
Martha Liliana Perdomo, directora del Jardín Botánico
de Bogotá, este enfoque particular sobre la población
vulnerable se dio además porque “había mayor interés de la
comunidad” por la práctica de las huertas urbanas (Perdomo
citada por Salazar, 2020). Aquello no estaría sustentado en
evidencias precisas, pero podría estar relacionado con las
características descritas en el contexto social, así como con
una preocupación sobre la seguridad alimentaria relacionada
con la garantía de “derechos colectivos, sociales, ambientales
y culturales” (Ramírez et al., 2022, 19).

Asimismo, desde que la agricultura urbana se


implementó como estrategia del distrito, ha estado liderada
por el Jardín Botánico de Bogotá (JBB), entidad que se
encarga de la capacitación, adecuación y articulación de las
huertas urbanas en la ciudad (Jardín Botánico de Bogotá,
S.F.). Con estas medidas pretendían principalmente facilitar
la implementación de jardines comunitarios (Schwab, Caputo
y Hernández-García, 2017, 17). En la actualidad, el JBB se
encarga de realizar “asistencias técnicas, capacitación y
fortalecimiento” de las huertas existentes (Observatorio
Ambiental de Bogotá, 22 de mayo de 2022). Así, una de
las estrategias implementadas por parte del JBB (Jardín
Botánico de Bogotá) han sido las rutas agroecológicas en
algunas localidades (Perdomo citada por Salazar, 2020).
Estas pretenden facilitar que “los huerteros ofrezcan sus
productos” a través de “un recorrido interactivo en donde las
huertas urbanas y periurbanas de Bogotá se conectan entre
sí” según temáticas particulares para cada localidad. (Jardín
Botánico de Bogotá, S.F.). Estas rutas están compuestas por
guías que describen e invitan a visitar las huertas presentes
14
en la localidad, ofreciendo un directorio para contactarlas
directamente (Jardín Botánico de Bogotá, S.F.).

Respecto a su localización en el tejido urbano,


las huertas urbanas aparecen, en un primer momento, en
espacios privados como “patios, balcones o antejardines”.
Actualmente, muchas de ellas se implantan en espacios de
acceso comunitario (Salazar, 2020). Aquello implica que,
siendo una práctica para el reclamo individual y/o comunal
sobre la tierra (Schwab, Caputo y Hernández-García, 2017, 19),
depende de la capacidad y posibilidad de acceso a “capas
verdes; suelos urbanos en general [y] espacios públicos”
(Ramírez et al., 2022, 18). Por tal motivo, y entendiéndola
como evidencia de “las desigualdades sociales y ambientales
de la ciudad” (Ramírez et al., 2022, 18), está asociada a
la implementación de “acciones de restauración social y
redistribución de recursos” (Ramírez et al., 2022, 18). Todavía
más, se implantan comúnmente en áreas que rodean la
vivienda y sirven simultáneamente tanto para la apropiación
sobre la tierra y la producción de alimentos y medicina
como para la expresión y la creación de “valores estéticos y
culturales” (Schwab, Caputo y Hernández-García, 2017, 19).
Según explica Morales (en Ramírez et al., 2022), debido al
“acelerado proceso de urbanización”, estos espacios se han
reducido en gran medida por el progresivo reemplazo de
las casas [donde se habrían originado] por edificaciones en
altura”.

¿Cómo?

Finalmente, al comprender las huertas urbanas de


Bogotá en su dimensión de “espacio emergente” que “da
sentido al territorio”, se reconoce su valor bajo “un enfoque
de patrimonios integrados” como el natural, el cultural y
“el material con el inmaterial” (Ramírez et al., 2022). En
su ejercicio de promoción sobre el “cuidado del territorio
y de la vida (Ídem), están implícitos múltiples beneficios
relacionados con la sostenibilidad de las formas de vida y de
habitar la ciudad, la autogestión de la ciudad y el desarrollo

15
de la identidad local (Schwab, Caputo y Hernández-García,
2017, 15). Aquello sin duda se conecta con lo anteriormente
expuesto sobre la preservación de memorias ecológicas,
biodiversidad y resiliencia. De ahí que incluso el Acuerdo
605 de 2015, “por el cual se formulan los lineamientos
para institucionalizar el Programa de Agricultura Urbana y
Periurbana Agroecológica en la ciudad de Bogotá”, resalta y
enfatiza la contribución de estas prácticas a “la adaptación
del cambio climático”. Todavía más, la agricultura urbana
como:

[…] un modelo de producción de alimentos


en espacios urbanos y periurbanos, que
permita la organización de comunidades
aledañas para implementar sistemas
agrícolas, por medio de prácticas en las que
se aprovechen los residuos, se optimicen los
recursos y no interrumpa las interacciones
con los ecosistemas, utilizando una gama de
tecnologías. (Artículo 2°).
16
A su vez, identifica los siguientes sistemas dentro
de la agricultura urbana para su implementación en la ciudad
además de las huertas comunitarias existentes:

• Agricultura vertical
• Sistemas biointensivos
• Sistemas de raíces flotantes
• Producción en camas elevadas
• Agricultura de reciclaje
• Agricultura familiar
• Producción y manejo de fertilizantes
biológicos
• Preparación de biocontroladores
(Parágrafo de Artículo 2°)
17
Por otra parte, según estadísticas expuestas por
Zapata, Barbieri, Ardila, Akle y Osma (2019, 72), actualmente
en Colombia sólo se utiliza un tercio del suelo agrícola
disponible que además se caracteriza por tener bajos niveles
de tecnología para la producción. En este orden de ideas,
además de que existe una gran necesidad por aumentar el
suelo agrícola disponible para la producción de alimentos
así como la mejora de la tecnología utilizada para ello, es
fundamental que “se desarrollen prácticas consolidadas de
agricultura urbana” no sólo para la provisión de alimentos
frescos sino también para “ la generación de empleo, el
reciclaje de desechos urbanos, la creación de cinturones
verdes y el fortalecimiento de la resiliencia de la ciudad ante
el cambio climático (traducción propia de Zapata, Barbieri,
Ardila, Akle y Osma, 2019, 72). Al respecto, el Observatorio
Ambiental de Bogotá (2022), afirma que al utilizar desechos
como materia prima para cultivar alimentos han logrado
reducir “casi a la mitad la cantidad […] que [podrían] llegar de
manera innecesaria al relleno Doña Juana”. Aún más, el mayor
Vera, líder de la huerta de la Caja de Sueldos de Retiro de la
Policía Nacional, incluso alcanza a imaginar que:

18
Si replicamos esto en
todos los edificios de
Bogotá, se contribuiría de
alguna manera a combatir
los efectos del cambio
climático […] Y eso es lo que
buscamos: construir entre
todos la ciudad y el planeta
que queremos. (Vera citado
por Navarrete, 2016). 19
Conclusiones

Con todo esto en mente, aparecen algunos


aspectos relevantes para analizar y profundizar. En primer
lugar, se identifica una distancia importante entre los
liderazgos y gestiones sociales y colectivos con aquellos
desde la institucionalidad por parte del Jardín Botánico.
Particularmente, es necesario atender las “asimetrías de
poder” para hacer de estas prácticas sostenibles a través
del tiempo con el apoyo y el compromiso no sólo de quienes
promueven su aparición y génesis en distintos lugares de
la ciudad sino también de las entidades encargadas de
dar soporte. Todo esto considerando su influencia sobre la
potencialización de los beneficios asociados a las huertas y
otras prácticas de la agricultura urbana en Bogotá.

20
21
22
De lo comunal y colectivo
La siguiente revisión bibliográfica intenta
aportar al entendimiento de la relación de
la arquitectura con las formas de habitar
de una colectividad y/o comunidad,
habiendo identificado la fuerte relación
colectiva y social de las huertas urbanas
en Bogotá. De esta forma, aparecen
conceptos asociados a estas relaciones
y sus manifestaciones en arquitectura,
como expresión espacial de ellas.

23
En el artículo “La arquitectura sin arquitectos:
Algunas reflexiones sobre arquitectura vernácula”

Tillería (2017) identifica un hacer de la arquitectura que está


estrechamente relacionada con lo comunal en términos de lo
popular, lo autóctono y lo tradicional. En este reconocimiento
hace énfasis en la arquitectura vernácula como una forma
de hacer que engloba estas tres cualidades. De esta forma,
define la arquitectura vernácula, entendiendo lo vernáculo
como lo “doméstico, nativo [propio] de nuestra casa o país”,
como producto de una estrecha relación entre el hombre y su
entorno. Así, resulta de “sistema social y cultural complejo”
por el cual la arquitectura refleja “las maneras de habitar”.
Con esto en mente, entiende la arquitectura vernácula no
sólo en su dimensión material, es decir, por la cual resulta
de “una transformación en la que el suelo proporciona la
primera materia y el hombre la actividad transformadora”
(Torre, 1934 citado por Tillería, 2017), sino también en su
dimensión social. Al respecto enfatiza en la manera en que
la arquitectura vernácula, asociada a una colectividad que
se expresa en tradición y cultura, “crea paisajes únicos”
que otorgan “ingentes valores de identidad para cada
comunidad”. En otras palabras, esta arquitectura que es
autóctona, tradicional, popular y vernácula, no es “un sueño
bucólico del hacer lugar”, sino una “expresión de identidad
de una comunidad” y la manera en la que hombre y entorno
“forman parte integral del paisaje cultural”.
Con esto en mente, profundiza en la comprensión
sobre lo patrimonial en tanto, bajo este marco conceptual,
trasciende los monumentos. Esto es, no son estos los únicos
contenedores de valor y patrimonio.

24
De tal forma, lo patrimonial en la actualidad “también
habita lo cotidiano de manera que, “la vida tradicional
de un pueblo” --sus formas de habitar— hacen parte del
conjunto patrimonial. En este orden de ideas, Tillería habla
de una arquitectura de lo comunal en la medida en que es
una expresión casi directa de las formas de habitar y de la
identidad de una comunidad. Cabe aclarar que, aunque
Tillería no es explícito en el uso del concepto “comunidad”,
hace alusión a ella en la medida en que reflexiona sobre
lo popular –en sus palabras, “perteneciente o relativo al
pueblo”—. Todavía más, todo esto asume una ausencia de la
imagen individual del arquitecto. Es en este caso descrito por
Tillería, solo la voz colectiva la que aporta al discurso sobre la
arquitectura y las formas de habitar asociadas a ella.

25
En el artículo “El ‘yo’ y los ‘otros’. ¿Comunidad o
colectividad?”

Giasson (2016) reflexiona sobre los conceptos de comunidad


y colectividad en el marco de las ciencias sociales. En este
sentido, a partir de la teoría sobre la creación verbal de Mijail
Batjín –un filósofo y teórico del lenguaje— evalúa estos
conceptos a la luz de la construcción de relatos sobre una
“comunidad”. Así, parte de la relación cercana o distante de
un “contador” con “la comunidad y la tradición”, para definir
el término que nos concierne desde el espacio que otorga al
individuo. Con esto, cuestiona incluso las formas en las que
al hablar de uno –“comunidad” o “individuo”— se perjudica
el otro. El término de colectividad, en este sentido, aparece
como un concepto más abierto.
Para entender la relación cuestionada, propone
partir de entender “la aportación individual” al discurso que
se construye sobre una comunidad. Define entonces que
el enunciado sobre el que se construye el relato o discurso
oscila entre lo dado —cuando existe “una relación diacrónica
entre el hablante […] y la ‘comunidad’—, lo planteado –cuando
la relación es sincrónica, es decir, “con los diferentes ‘yos’
juntados que constituyen las otras voces a las cuales la mía
se junta”—y lo creado –cuando el ‘yo’ o hablante aporta de
manera personal “a la cultura, al gran discurso, a las voces
ajenas”—. De esta forma, lo creado, que es producto del
individuo que “actúa, juega y reinterpreta”, siempre resulta de
lo dado. Con estas distinciones, Giasson no sólo describa los
momentos con los cuales se construye un relato o discurso
de una ‘comunidad’ sino también las relaciones asociadas
a estos momentos de creación. De tal manera, es posible

26
relacionar el análisis de Giasson con la arquitectura de
lo comunal en la medida en que considera una creación
asociada a una lectura o interpretación sobre una comunidad
o lugar dado que es producto de “múltiples voces”. Todavía
más, sugiere la existencia de una relación desde el interior
del individuo hablante con la comunidad, lo cual podría
extenderse a la arquitectura y problematizar en cierta
medida la arquitectura “sin arquitectos” de Tillería (2017), en
la cual pareciera que la construcción de arquitectura como
expresión de lo comunal y popular no podría estar asociado
al mismo tiempo a una individualidad que habla desde lo
comunal. En estos términos, la manera en que Giasson defino
la colectividad permite incluir ambos agentes, yo-individuo-
hablante-arquitecto y otros-comunidad, en la producción de
lo creado.

27
28
Dos casos, una huerta

29
Santa Elena

Planta de elaboración propia.

2000 Año de origen


Verduras, hortalizas, aromáticas y medicinales Categoría

María Elena Villamil Agricultorx

Barrio San Martín Ubicación


140 m² Área aproximada

30
Florece Fenicia

Planta de elaboración propia.

Año de origen 2013


Categoría Verduras, hortalizas, aromáticas y medicinales

Agricultorx Vecinxs del sector

Ubicación Barrio Las Aguas


Área aproximada 114 m²

31
Planta de elaboración propia.

La Huerta Santa Elena se ubica en el patio de una antigua casona


en la que vive María Elena Villamil desde hace 20 años. Empezó
como una actividad de apropiación sobre el suelo y expresión
cultural individual. Las materas y huertas se ubican en el perímetro
del patio y hacia el centro aparece un módulo de cubierta bajo la
cual se cosechan hierbas y se cocina con los productos obtenidos
de la huerta.

32
Planta de elaboración propia.

La Huerta Florece Fenicia se ubica en un vacío hacia el centro de


una manzana al final de un predio alargado en el barrio Las Aguas.
Entre culatas sus materas se ubican hacia el perimetro y el centro
posterior de manera que hacia el costado inferior (u oriente, es
decir en el dibujo hacia la derecha) se localizan espacios para
actividades colectivas.

33
Diagrama resumen de las relaciones sociales, intervenciones,
servicios y cualidades espaciales de la Huerta Santa Elena.
Elaboración propia.
34
Diagrama resumen de las relaciones sociales, intervenciones,
servicios y cualidades espaciales de la Huerta Florece Fenicia.
Elaboración propia.
35
36
¿Una alternativa para el futuro?

37
Durante el análisis del caso sobre las huertas urbanas
en Bogotá, se seleccionaron dos huertas específicas
para estudiarlas a la luz de sus relaciones con un entorno
construido. Esto con el propósito de identificar y caracterizar
las relaciones de la gestión social-colectiva y la gestión
institucional, bien sea por parte del distrito u otras entidades
privadas. Con esto en mente, se seleccionaron dos huertas
con una importante cualidad colectiva de manera que
se pudiesen identificar distintos instantes de relación
individual y comunal: Huerta Santa Elena y Huerta Fenicia
(Ver Diagrama 1). Así, del análisis es posible afirmar que las
huertas urbanas en Bogotá es una práctica promovible más
allá de la reproducción de “modelos en circulación” (Schwab,
Caputo y García-Hernández, 2017) en tanto ofrece servicios
ecosistémicos en gran medida soportados por su cualidad
colectiva y de apropiación sobre la tierra.

Diagrama 1. Localización de Huerta Santa Elena y Huerta Fenicia. Elaboración propia.


38
Mapa 1. Localización en vacío urbano Huerta Santa Elena. Mapa 2. Localización en vacío urbano Huerta Fenicia.

En primer lugar, es relevante notar que las


huertas analizadas tienen una fuerte vocación comunal.
Independientemente de su génesis resaltan por su actual
relación con respecto al contexto inmediato y, también,
con respecto a la red de huertas en la ciudad. Por un lado, la
huerta Santa Elena hace parte de la red agroecológica de la
localidad, promovida por el Jardín Botánico, y a su vez provee
servicios de provisionamiento y educación al barrio. Por
otro, la huerta Fenicia es un proyecto que nace del proyecto
urbano Progresa Fenicia de forma que beneficia no sólo a la
comunidad vinculada al plan urbano sino también al barrio
y la población flotante asociada a la universidad. En ambos
casos, las huertas se localizan en vacíos urbanos entre la
trama densificada de los barrios San Martín y Las Aguas (Ver
Mapa 1 y 2). Esto, por su parte, evidencia aquello que Schwab,
Caputo y Hernández-García (2017) argumentaban sobre la
relación de la práctica con manifestaciones de apropiación
individual y comunal sobre la tierra, con la capacidad de
acceso a “capas verdes; suelos urbanos [y] espacios públicos”
(Ramírez, et al., 2022, 18). En estos dos casos, las huertas se
encuentran en vacíos en predios privados (Ver Planta 1 y 2)
con la característica particular de estar vinculados a una
colectividad –entendida en los términos descritos por Giasson
(2016)—. Por tal razón, permiten el acceso público y/o comunal
39
de manera que se fortalecen de la participación colectiva en
ellas, pero a su vez aseguran su sostenimiento a través del
tiempo en la medida en que generan apropiación. En este
sentido, su relación con poblaciones específicas resulta en la
manifestación y expresión de “valores estéticos y culturales”
(Schwab, Caputo y Hernández-García, 2017, 19) propios.

Tal es el caso de los espacios autoconstruidos para


el encuentro y el fortalecimiento de las prácticas colectivas
en torno a las huertas analizadas. En ambos casos, Huerta
Santa Elena y Huerta Fenicia cuentan con módulos de
encuentro para el desarrollo de actividades colectivas. Por
un lado, la Huerta Santa Elena, en el patio de la casona en
el que se encuentra, es decir, en el mismo vacío en el que
aparece la huerta, cuenta con un espacio cubierto por una
estructura metálica y teja de PVC bajo la cual desarrollan
talleres educativos y procesos de fertilización y compostaje
(Ver Diagrama 2). Además, cuenta con un espacio de cocina
con una estufa, un horno y un mesón. En contraste, la Huerta
Fenicia se encuentra junto un llamado Módulo de Intercambio
(Ver Diagrama 3) el cual no sólo sirve a la huerta, la cual
tiene para sí una carpa de PVC y toldo, sino también y con
mayor importancia a las actividades dentro del Proyecto
Progresa Fenicia. Con esto en mente, es posible notar que
son estos espacios autoconstruidos para el encuentro los
articuladores y potenciadores de la relación de las huertas
con el barrio en el que se implanta y la red agroecológica a
la que pertenecen. Aún más, estos espacios junto con otros
elementos y mobiliarios autoconstruidos como las materas,
mesas y ornamentos en materiales reciclados y reutilizados
son resultado de la apropiación que no sólo es individual ni
comunal, sino colectiva.

Además de las relaciones sociales y culturales


que se evidencian en las huertas analizadas, resalta la
identificación de servicios ecosistémicos asociados a
rutinas de la práctica. Como se ve en los diagramas 2 y 3, las
huertas proveen servicios no sólo de aprovisionamiento sino
también culturales, de sostenimiento y de regulación que,
más relevante aún, se relacionan con actividades periódicas.
40
Diagrama 2. Exposición de caso Huerta Santa Elena. Elaboración propia.

Diagrama 3. Exposición de caso Huertas Fenicia. Elaboración propia.

41
Aquello sugiere que la huerta ofrece servicios ecosistémicos
en la medida en que sobre ella se dinamizan relaciones
colectivas con el entorno natural y construido. Estas
evidencias soportan aquello que el mayor Vera imaginaba
para Bogotá sobre los beneficios de la replicabilidad de las
huertas (Vera citado por Navarrete, 2016). Todavía más, esto
permite argumentar la promoción de la agricultura urbana
más allá de la reproducción de un “modelo en circulación”
como el descrito por Schwab, Caputo y Hernández-García
(2017). Ahora bien, aunque a la escala de las huertas los
servicios ecosistémicos identificados parecen beneficiar
apenas a la población asociada a ellas, son prueba del
potencial de fortalecer la red de huertas para beneficiar
también sistemas de la ciudad. En otras palabras, en la
acumulación de unidades de huertas en vacíos urbanos como
estos o con otras características de relación con espacios
público/comunales sería posible impactar toda la ciudad y su
entorno urbano y natural.

Con todo, en una ciudad densa y contrastante como


Bogotá, el análisis de estas dos huertas permite notar que las
huertas urbanas se presentan como una estrategia posible de
adaptación al cambio climático a partir de la suma de acciones
colectivas y comunales que proveen a escala barrial múltiples
servicios ecosistémicos. Todavía más, la arquitectura propia
de la práctica demuestra ser la materialización, a partir
de la autoconstrucción, de manifestaciones colectivas
lo cual asegura su sostenimiento a través del tiempo y
su versatilidad con respecto a su localización de vacíos
urbanos. De esta forma, la distancia identificada durante la
contextualización del caso entre los liderazgos y gestiones
sociales con aquellos desde la institucionalidad resulta
ser menos problemática y es por el contrario prioritario
la aseguración de una relación precisa de la práctica con
una colectiva. Es más, la relación gestión social/colectiva-
gestión institucional debe enfocarse en el fortalecimiento
de los tejidos colectivos y comunales, además de las redes
propuestas para toda la ciudad, para que se convierta en
un modelo reproducido más allá de la tendencia global.

42
43
44
Bibliografía
Barriga, L.M., Leal, D.C. (2011). Agricultura Urbana en Bogotá. Una evaluación externa-participativa.
[Proyecto de grado, Universidad del Rosario]. Repositorio Institucional E-docUR –
Universidad del Rosario. https://repository.urosario.edu.co/items/66348a11-c044-
46bd-9590-167906cd5cd9
Concejo de Bogotá, D.C. (27 de agosto de 2015. Acuerdo 605 de 2015. https://www.alcaldiabogota.gov.
co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=62903
Cruz, T. (2001). “Casa Familiar: Living Rooms at the Border and Senior Housing with Childcare”. En
Small Scale Big Change: New Architectures of Social Engagement [Exposición]. MoMA.
https://www.moma.org/interactives/exhibitions/2010/smallscalebigchange/projects/
casa_familiar.html
Food and Agriculture Organization (S.F.) “Panorama general”. Centro de conocimientos sobre
agroecología. https://www.fao.org/agroecology/overview/es/
Fundación Cerros de Bogotá. (2023). La Huerta Santa Elena. https://storymaps.arcgis.com/
stories/2033913d385b4a688e2b66772c59b605
García Ramírez, W. (2012) “Arquitectura participativa: las formas de lo esencia”l. Revista de
Arquitectura, 14 4-11.
Garcia, C. “Teorias y Practivas, Urbanismos “bottom-up”: participación ciudadana en la planificación y
desarrollo urbano”. Revista de Urbanismo, 10(2), 45-60.
Giasson, P. (2016). “El “yo” y los “otros”. ¿Comunidad o colectividad?” Estudios Mesoamericanos, (1),
56–65. Recuperado a partir de https://revistas-filologicas.unam.mx/
estudiosmesoamericanos/index.php/em/article/view/107
Hernandez Garcia, I, Hernandez Garcia, J y Niño Bernal, R. (2012). “Visiones alternas de ciudad:
complejidad, sostenibilidad y cotidianidad”. Instituto de Investigaciones Hábitat, Ciudad
y Territorio. https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/36980
Jardín Botánico de Bogotá. (S.F.). Rutas agroecológicas. https://jbb.gov.co/rutas-agroecologicas/
Lizarralde Moreno, A. (2021). Seres y saberes: procesos de diseño en la Huerta Fenicia. Universidad
de los Andes.
López, A. “Negociaciones urbanas: en los espacios de lo común desde la experiencia del colectivo
arquitectura expandida”. Revista de Urbanismo, Pg 141-157.
Malaver, C. (6 de mayo 2020). El Recoveco - Huertas Urbanas en Bogotá. Canal EL TIEMPO. Youtube.
https://youtu.be/lsz6Lzs2As0?feature=shared
Morales, L. (2020). Adentro: vida en Bogotá (Primera edición). Universidad de los Andes, Facultad de
Artes y Humanidades, Centro de Estudios de Periodismo, Ediciones Uniandes.
Navarrete, M. (2016). Tres huertas urbanas en Bogotá. La gran Ciudad Siembra. Goethe-Institut
Colombia. https://www.goethe.de/ins/co/es/kul/mag/20872601.html
Observatorio Ambiental de Bogotá. (23 de mayo del 2022). “Huertas Urbanas. ¿Qué son y cuántas
hay en Bogotá?” Observatorio Ambiental de Bogotá. https://oab.ambientebogota.gov.
co/huertas-urbanas-que-son-y-cuantas-hay-en-bogota/
Progresa Fenicia (febrero-marzo, 2023). “Cultivar, amar, enseñar: tres historias de mujeres del barrio
Las Aguas”. Directo Fenicia. https://issuu.com/programaprogresafenicia/docs/
edici_n_84
Ramírez et al. (2022). Huertas urbanas en Bogotá. IDPC: Bogotá, D.C. https://idpc.gov.co/
publicaciones/producto/huertas-urbanas/
Salazar, S. (18 de mayo del 2020). “Agricultura urbana: cultivos que provee la ciudad”. Pesquisa
Javeriana. https://www.javeriana.edu.co/pesquisa/agricultura-urbana-cultivos-que-
provee-la-ciudad/
Schwab, E., Caputo, S., & Hernández-García, J. (2018). “Urban Agriculture: Models-in-Circulation
from a Critical Transnational Perspective.” Landscape and Urban Planning, 170, 15–23.
https://doi.org/10.1016/j.landurbplan.2017.09.012
Scott, F. (2004) “Revisitando Arquitectura sin arquitectos”. Revista de cultura de la arquitectura, la
ciudad y el territorio del Centro de Estudios de Arquitectura Contemporánea, edición 6.
Tillería González, J. (2017). “La arquitectura sin arquitectos, algunas reflexiones sobre arquitectura
vernácula”. AUS [Arquitectura / Urbanismo / Sustentabilidad], (8), 12–15. https://doi.
org/10.4206/aus.2010.n8-04
Torralba, C. (2019). Directorio de huertas urbanas de Bogotá, D.C. Bogotá: Universidad Distrital
Francisco José de Caldas & Jardín Botánico de Bogotá. https://jbb.gov.co/documentos/
tecnica/2019/directorio-huertas-urbanas.pdf
WWF. (6 de marzo de 2018). Glosario ambiental: Servicios ecosis… ¿qué?. https://www.wwf.org.
co/?324210/Glosario-ambiental-Servicios-ecosis-que
Zapata, F., Barbieri, G., Ardila, Y., Akle, V., Osma, J. (2019). “Agrolab: A living lab in Colombia for
Research and education in urban agriculture.” Sensing the city, sensing the rural.
Cumulus Conference Proceedings. https://cumulusbogota2019.org/cumulus-
conference-proceedings-bogota-2019.pdf#page=72

45
46
Seminario de grado
2024-10

Profesor: Marteen Goossens.

Escrito y editado por Sofía Gómez


Gutiérrez.

Impreso en Bogotá, Colombia.


Facultad de Arquitectura y Diseño.
Universidad de los Andes, 2024

47
48

También podría gustarte