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Durante las primeras dos décadas del siglo XXI, diferentes reformas
constitucionales y legislativas han modificado el derecho procesal en
materia penal, mercantil, laboral, civil y familiar introduciendo, entre otros,
los principios de oralidad, inmediatez, contradicción y concentración. Los
procedimientos en materia de amparo y contencioso administrativo también
han evolucionado significativamente. En breve, la suma de todas esas
reformas han generado un nuevo derecho procesal, orientado por otro
innovador principio constitucional, según el cual los juzgadores deben
privilegiar la solución del conflicto sobre los formalismos procedimentales,
siempre que no se afecte el debido proceso o la igualdad entre las partes.1
Una parte importante de estos cambios, en particular en la materia civil y
familiar, se originaron en la Consulta Nacional sobre Justicia Cotidiana de
2015, entendida como “aquella que se encarga de solucionar los problemas
del día a día de las personas”.2 Ese ejercicio concluyó con una idea
profundamente perturbadora: la mayor parte de la población carece de las
condiciones y medios para acceder y obtener justicia de las instituciones del
Estado.3
Nadie puede negar las bondades de transitar a un sistema oral que, a través
de audiencias que concentran etapas procesales, resuelva de manera
expedita los procedimientos que más aquejan a las personas que acuden a
los tribunales, tal y como lo mandata el segundo párrafo del artículo 17
constitucional. Asuntos que tienen que ver con los problemas del estado
civil y familiar de las personas (e. g. divorcios, custodias, pensiones
alimentarias, sucesiones), las obligaciones contractuales y las sociedades
civiles, entre otros.
La primera tiene que ver con el centralismo que ha generado las continuas
reformas al artículo 73 constitucional, y que nos ha convertido en un
“federalismo muy centralista”. Puede argumentarse que la unificación
procesal nacional era necesaria para operar adecuadamente los
procedimientos de oralidad penal, justicia para adolescentes, ejecución
penal, mecanismos alternativos, tanto en materia penal como general,
justicia laboral, justicia mercantil y, ahora, la codificación procesal civil y
familiar única. Sin embargo, este argumento no considera las enormes
diferencias que existen entre los 32 sistemas de justicia estatales. Solo
como ejemplo, podemos mencionar el procedimiento penal acusatorio y
oral que, a pesar de tener una codificación única, opera de formas muy
diversas dependiendo la entidad federativa de que se trate.
Dicho lo anterior, en esta nota queremos hacer una reflexión inicial sobre el
proceso de implementación del nuevo código.7 Partimos del supuesto que su
aplicación implica desplegar una nueva política pública en materia de
justicia civil y familiar, es decir, convertir el diseño del código en acciones
específicas, para lo cual es necesario tener y desplegar los recursos
organizacionales y presupuestales que se requieren. El problema es que,
como en muchos otros casos, el diseño del código supone la existencia de
esas condiciones, que en la realidad simplemente no existen y por ello
dificultan -o hacen imposible- su implementación.
En efecto, resulta iluso pensar que todos los cambios que implica el nuevo
código podrán ser implementados exitosamente sólo con los exiguos
presupuestos judiciales de los estados. Se requiere de inversiones
importantes para capacitación, infraestructura, servicios personales y, muy
importante, para la operación de la justicia digital11 con todas los avances e
innovaciones en el uso de las tecnologías de la información que contempla
el código.
El día que inicie la vigencia del código, 1 de abril de 2027 a nivel nacional,
la primera demanda que se reciba se deberá tramitar conforme las reglas del
nuevo procedimiento oral. Sin embargo, subsistirán miles de
procedimientos que se iniciaron bajo el código vigente. Tanto desde la
perspectiva organizacional como procedimental, un mismo juzgado no
puede llevar simultáneamente ambos procedimientos. Por ello,
necesariamente se requerirá de más personal, es decir, de nuevos jueces y
del personal mínimo de apoyo para desahogar los nuevos procedimientos.
Claro está que conforme se vayan agotando los procedimientos
tradicionales, el personal pasará a formar parte de los juzgados de oralidad,
empero, ello sucederá tiempo después; al inicio, necesariamente se requiere
de nuevos jueces. ¿Cómo enfrentar entonces el proceso de transición sin la
posibilidad de crear nuevas plazas?
Por otro lado, el artículo séptimo transitorio13 señala que se debe conformar
una Comisión para la Coordinación del Sistema de Justicia. Esto resulta
plausible y necesario pues se requiere de una instancia que guíe y oriente a
las entidades federativas en la implementación del nuevo código, al mismo
tiempo que exija resultados en el avance de la implementación del código.
Por último, la fecha límite para que inicie operaciones la justicia procesal
oral civil y familiar es el 1 de abril de 2027, menos de cuatro años a partir
de la publicación del código. El tiempo siempre es relativo. Podemos decir,
y con justa razón, que este plazo es razonable, incluso demasiado largo,
pues es urgente modificar los procedimientos civiles y familiares en
beneficio de las personas y de una mejor justicia cotidiana.
Pero también es válido sostener que es muy poco tiempo para implementar
una reforma de gran calado como la que nos ocupa. Se tiene que llevar a
cabo una exhaustiva, adecuada y rápida capacitación y preparación tanto
del personal jurisdiccional como de los abogados; se deben construir los
espacios que albergarán las salas de oralidad, pero además, se requiere
equiparlas con los requerimientos tecnológicos necesarios (por ejemplo la
videograbación de las audiencias); seleccionar al personal, jueces y
auxiliares, que iniciarán la aplicación del nuevo procedimiento, así como
contemplar el incremento que paulatinamente se irá presentando, porque se
desconoce qué tantos casos se solucionarán a través de los mecanismos
alternativos.
1
Véase Martín Reyes, Javier. Reformas en materia de justicia cotidiana.
México, FCE, 2018, pp. 129-133. Las implicaciones de este principio
merecen un análisis que aún no se ha realizado.
2
Ídem p. 17
3
Véase, Justicia cotidiana. Síntesis del informe y de las recomendaciones
en materia de justicia cotidiana, consultable en https://bit.ly/49Ia7Sj
4
Ídem p. 25
5
Tuvo que intervenir la Suprema Corte de Justicia de la Nación para instar
al Congreso de la Unión a dar cumplimiento con el artículo cuarto
transitorio del Decreto de reforma al artículo 73, fracción XXX de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, a través del
Amparo en Revisión 265/2020, resuelto por la Primera Sala, en la sesión
del 12 de mayo de 2021 y que deriva de un amparo concedido por omisión
legislativa.
6
Estos porcentajes representaron 1,489,816 asuntos ingresados en los
tribunales estatales del país en materia familiar y civil en 2021.
7
Sobre los problemas de la implementación véase Cejudo, Pardo y
Dusaugge (eds.). Variaciones de implementación. Ocho casos de política
pública. México, CIDE; 2019
8
Véase Caballero, José. “La reforma procesal penal de 2008” en Cejudo,
Pardo y Daussage, op. cit.pp. 65 y ss
9
Véase Artículo Sexto Transitorio del Decreto que Expide el Código
Nacional de Procedimientos Civiles y Familiares, publicado en el DOF el 7
de junio de 2023.
10
Véase Artículo Noveno Transitorio del mismo Decreto.
Así denominada por el Libro Octavo, del artículo 933 al 973 del Código
11
del INEGI
14
La Comisión quedó instalada dentro del plazo establecido por el artículo
séptimo transitorio; el 3 de octubre de 2023, se publicó en el Diario Oficial
de la Federación, el acuerdo que declara la instalación de la Comisión para
la Coordinación del Sistema de Justicia Civil y Familiar en los Estados
Unidos Mexicanos (Cocifam), así como las bases de operación de dicha
Comisión.
15
Artículo Séptimo Transitorio del Decreto, op. cit. supra
16
Sobre esta cuestión véase Caballero, op. cit. pp. 80 y ss.