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en la cultura occidental
MENTE ALTERNATIVAJUNIO 25, 2019
Lo expuesto en las obras de Israel Finkelstein, Neil Asher Silberman o Lester L. Grabbe
causa sorpresa y mucho rechazo en quienes siempre han confiado en la historicidad de
los relatos de la Biblia.
Y aunque toda nuestra vida hayamos creído en lo que dice la Biblia como la
incuestionable palabra de Dios —ya sea por tradición familiar o porque nuestro sueldo
proviene del diezmo y las ofrendas de los millones de creyentes—, ya nada podemos
hacer al respecto más que aceptar que fuimos engañados como niños pequeños e
indefensos, y sentarnos a pensar qué hacer para terminar con ese gasto de recursos que
generan los parásitos que viven de la buena fe de la gente.
Los creyentes merecen nuestro respeto, y son dignos de admiración. Pero todos aquellos
inútiles que no saben hacer otra cosa que comer bien y ostentar autos de lujo gracias al
bolsillo ajeno, desde nuestro punto de vista deberían enfrentarse a la justicia, pues se
han dedicado a vender mentiras, un dios que no existe, y promesas vacías a los
desesperados. Esto es: daño económico, moral y psicológico, todo junto.
En los años siguientes se produjo un intenso y acalorado debate sobre la datación de los
restos arqueológicos atribuidos a esta época, en el que se enfrentaban, por una parte,
Israel Finkelstein, David Ussishkin y Nadav Na’aman, representantes de la «Escuela de
Tel Aviv», y, por otra, arqueólogos estadounidenses como William Dever y Lawrence
Stager.
A pesar de las riquezas que se nos dice poseían David y Salomón (“… consiguió que la
plata fuera tan corriente como las piedras”), no se menciona nada de ellas en ni un solo
texto de Egipto y Mesopotamia ni de su harén legendario (además de exagerado).
Estela de Dan.
“Maté a Jojrán, hijo de Ajab rey de Israel, y maté a Ocozjías hijo de Joran de la Casa de
David…” También se encontró una inscripción de Mesa, rey de Moab, donde se hace
referencia a la Casa de David.
El hallazgo en 1993 de la estela de Tel Dan exacerbó los debates en torno a la figura de
David y su reino. La estela, fechada en el siglo IX, conmemora las victorias de un rey
arameo sobre la «casa de David», con alusiones que arrojan luz sobre la revuelta de
Jehú en Israel, a la que se refiere el segundo libro de los Reyes (9-10). El testimonio que
aporta esta estela, junto con el de la famosa inscripción de Mesa, no permiten dudar de
la existencia del fundador de la dinastía que lleva el nombre de David, pero sí de la
cronología y, en especial de su poderío militar.
La arqueología prueba que, al tiempo que surgían otros reinos vecinos, en Israel y Judá
se instauraron sendas monarquías cuyas capitales, Siquén y Jerusalén, en un principio
no pasaban de ser poblaciones poco más extensas que las de las aldeas de las comarcas
montañosas.
Israel no llegó a conformar un Estado hasta la época de Omrí, y Judá hasta la de Ozías,
como ha mostrado sobre todo Hermann Michael Niemann. Del mismo modo, Jerusalén
no llegó a ser capital de un Estado hasta finales del siglo VIII a. C. Así lo prueban
también los estudios en torno a la existencia de escuelas de escribas en las principales
ciudades o centros político-religiosos y culturales.
Estamos viendo aquí una diferencia de casi medio milenio 500 años, entre las
dataciones tradicionales y las actuales. Es como decir que los españoles conquistaron
América hace mil años, cuando en realidad fueron 500. Es un error demasiado grueso
para cualquier tipo de datación. Obviamente la primera no es científica, sino que se dató
de acuerdo con el antojo del escriba. Las fechas actuales son todas fiables y válidas.
Los judíos no se preocupan en absoluto por estos hechos, pues ¿qué nación no ha
exagerado respecto al esplendor y las virtudes de sus caudillos, lo cual es una práctica
común? Lo que sí llama mucho la atención es que los científicos judíos (que son de los
mejores del mundo) consideren esas fábulas mal datadas y en su mayoría inventadas,
casi como una especie regalo para todo el mundo occidental.
“La historia de los reyes sagrados del antiguo Israel, David y Salomón es uno de los
regalos más perdurables desde el Medio Oriente a la civilización occidental, desde las
encumbradas catedrales y los elegantes palacios de la Europa media hasta las
silenciosas galerías de los museos de arte mundialmente famosos, con los púlpitos de la
América pueblerina y las epopeyas de Hollywood. Las figuras de David, Pastor,
Guerrero, y el rey protegido por Dios, y su hijo Salomón, gran constructor, Juez sabio
imperturbables soberanos de un vasto imperio, se han convertido en modelos
intemporales de liderazgo correcto confirmado por la divinidad. Han configurado las
imágenes occidentales sobre la realeza y han servido como modelos de Piedad, región,
expectación mesiánica y destino nacional. Ahora, gracias a la arqueología, podemos
diseccionar, por primera vez, los principales elementos de la historia bíblica para ver
cuándo y cómo surgió cada uno de ellos. Los resultados de nuestra búsqueda serán,
quizá, sorprendentes, pues los descubrimientos de las últimas décadas han mostrado lo
lejos que se hallaba el mundo real de David y Salomón de los esplendorosos retratos
escriturarios.” (Finkelstein y Silberman pg. 245).
Los relatos bíblicos que componen la «Historia del ascenso de David al trono» y la
«Historia de la sucesión al trono» revisten carácter legendario y no fueron redactados
sino a finales del siglo VIII o comienzos del VII (el relato bíblico los sitúa en el siglo XI
a.C.). Conservan, sin embargo, como afirma Finkelstein, vagos recuerdos que poseen un
trasfondo histórico, como los que se refieren a Gat como la ciudad filistea más
importante en la época o a los pequeños reinos arameos de Geshur y Maacah en la
periferia de Damasco.
Los dos arqueólogos israelitas, Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, han escrito
varios libros, resultado de sus excavaciones en Israel, que se refieren a la historicidad de
los libros del Antiguo Testamento. La existencia de los patriarcas del Éxodo, de la
presencia de los israelitas en el Sinaí, la conquista de Canaán y el período de los jueces,
no son hechos históricos.
Sí, el rey Arturo, otra figura exaltada tal vez con algún trasfondo histórico de los
recuerdos colectivos, es un caso semejante. Usamos siempre ese tipo de modelos
culturales antiguos como si la antigüedad fuera en sí una virtud y esos modelos no
hacen otra cosa que enquistar los puestos de poder y todos los niveles jerárquicos como
algo que responde a la voluntad de dios. Dios mismo, como un creador SEPARADO de
nosotros, que aparentemente hizo surgir de la nada la materia, por lo cual todo le
pertenece, mientras se lo administran unos pocos representantes suyos en la Tierra.
Esto y mucho más, estudiaremos en la segunda parte del curso “LA VERDAD SOBRE
LA BILIA” de VIDA COHERENTE. No te lo puedes perder, pues aquí presentamos la
evidencia de todas las mentiras que heredó Occidente, de mentes mucho más cultivadas
y que, desde nuestro punto de vista, son la principal causa del fracaso que estamos
viviendo en el mundo actual.