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Retrato de Gollum

Su aspecto tan retorcido como sus pensamientos obsesivos. Su piel paliducha, como si la
misma oscuridad se hubiera impregnado en ella, le confiere una apariencia más propia de una
criatura subterránea que de un ser humano. Sus ojos, grandes y brillantes, destellan con la
intensidad de un tesoro arrebatado, pero también revelan la desesperación de quien ha
perdido la luz del sol.

Su delgadez extrema lo hace parecer más una sombra que una entidad física, mientras que su
espalda encorvada sugiere la carga abrumadora de la obsesión por el Anillo Único. Las arrugas
en su rostro, talladas por la agonía de la posesión, son como surcos en la tierra árida de
Mordor. Sus dientes, afilados como cuchillas, son metáforas de la traición y la ferocidad que
habita en él.

Gollum se mueve con la agilidad de una araña, susurra con la astucia de un serpiente y sus
gestos son tan torcidos como su propia alma. Su voz, un susurro sibilante, es como el eco
distorsionado de la soledad eterna. En su esencia, Gollum es una caricatura de la corrupción,
un ser tan deformado por la codicia que su presencia es una hipérbole viva de los estragos que
puede causar la obsesión desmedida.

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