Está en la página 1de 116

PARA LEER LA TEORÍA GENERAL…

DE JOHN MAYNARD KEYNES.

FEDERICO J. NOVELO y URDANIVIA.

CON EL PRÓLOGO, ACTUALIDAD DE


KEYNES Y PERTINENCIA DE LA TEORÍA
GENERAL, DE LEONARDO LOMELÍ
VANEGAS.

1
PARA ELSA, POR TODO Y POR SIEMPRE.

2
Prólogo.

Actualidad de Keynes y pertinencia de la Teoría General.

Los clásicos son, nos decía a sus alumnos mi querido maestro Arnaldo Córdova,
pensadores universales por la trascendencia y la vigencia de su obra; aquellos
que han marcado hitos en la historia del pensamiento y definido coordenadas para
el análisis de la realidad social en las que nos seguimos moviendo. No cabe duda
que John Maynard Keynes entra dentro de esta categoría. A casi 125 años de su
nacimiento y a más de 80 de la publicación de su obra cumbre, la Teoría General
de la ocupación, el interés y el dinero, es irrefutable que se trata de uno de los
economistas más influyentes de todos los tiempos. Es también, como
frecuentemente señala con fina ironía el autor de este libro, Federico Novelo y
Urdanivia, uno de los economistas más citados y paradójicamente menos leídos.
De ahí la importancia de este libro, que nos ofrece una primera aproximación a la
obra cumbre de un gran economista y algo más: una lectura inteligente que
permite poner énfasis en las contribuciones más importantes de Keynes.

El ejercicio que realizó Novelo al escribir este libro resulta tanto más pertinente
dado que al calor de la primera gran crisis del siglo XXI varias aportaciones
keynesianas que habían sido duramente cuestionadas en el último tercio del siglo
XX fueron revaloradas y se recurrió sin ambages a las políticas económicas que
de ellas se desprendían para superar la emergencia. Sin embargo, la eficacia con
la que se pudo conjurar el riesgo de una segunda gran depresión llevó a una
rápida restauración de la ortodoxia económica y al regreso de las obsesiones por
la disciplina fiscal, circunstancia que en gran medida explica la larga recesión que
siguió a la crisis y en la que en términos generales aún se encuentra buena parte
del mundo. Estos eventos pusieron en evidencia al menos dos fenómenos: la
extraordinaria vigencia de las ideas de Keynes para entender y tratar de gobernar
al capitalismo contemporáneo, así como la fortaleza de la coalición de intereses
que soporta a la globalización neoliberal y defiende los dogmas ampliamente
rebasados y cuestionados de la economía neoclásica que la sustentan. Es por ello
que regresar a Keynes constituye no solo una aventura intelectual en nuestro

3
tiempo, sino una invitación a la acción, con miras a construir alternativas de
política económica, participación política y organización social ante el
estancamiento y la desigualdad.

El predominio del “consenso macroeconómico” de la segunda posguerra en torno


a la síntesis neoclásica contribuyó, indudablemente, a las visiones distorsionadas
sobre Keynes y sus contribuciones teóricas. El “keynesianismo bastardo”, como lo
denominara en su momento Joan Robinson, ayudó a difundir una visión
excesivamente simplificada del pensamiento keynesiano, fuera de contexto y
contaminada con el eclecticismo propio de la síntesis neoclásica. De esta manera,
se descalificó como pensamiento “Keynesiano” al que en realidad era el resultado
de dicha síntesis, dejando de lado la naturaleza y los alcances de las
contribuciones más significativas de Keynes al análisis económico. De hecho, sus
principales aportaciones no se limitan a un recetario de políticas económicas útiles
en determinados contextos, que dicho sea de paso él tenía claramente
identificados; por el contrario, se basan en una visión mucho más moderna y
compleja de la racionalidad individual y colectiva y del funcionamiento del sistema
económico, en donde las expectativas y la incertidumbre juegan un papel
fundamental.

En su libro De Keynes a Keynes1, Federico Novelo ya había realizado un recuento


del proceso a partir del cual se popularizó y desnaturalizó buena parte del
pensamiento keynesiano en la segunda posguerra, así como la manera en la que
fueron evolucionando y adquiriendo mayor relevancia política los planteamientos
de esa reacción al keynesianismo y al intervencionismo estatal que conocemos
como neoliberalismo. Dicha reacción se expresó en un ataque abierto tanto a sus
ideas teóricas como a sus implicaciones para la política económica. Sin embargo,
al haberse centrado en una versión simplificada y fuera de contexto de las
contribuciones de Keynes, la crítica neoliberal no ha podido desvirtuar ni las
aportaciones de Keynes al análisis y la comprensión del sistema económico, ni las
posibilidades de intervención del Estado en la economía, que siguen siendo
1
Federico Novelo y Urdanivia, De Keynes a Keynes. La crisis económica global en perspectiva
histórica, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2011.

4
viables, haciéndose cargo de las restricciones a las que se enfrentan actualmente
los estados nacionales. Las ideas de Keynes constituyen, sin lugar a dudas, la
apuesta más ambiciosa para reformar al capitalismo conciliando el interés
individual con el colectivo y las libertades individuales con la búsqueda de la
igualdad. Se trata de la propuesta más seria para gobernar al capitalismo
construyendo al mismo tiempo un conjunto de satisfactores sociales provistos por
el Estado, para corregir la secular tendencia al desequilibrio y a la perpetuación de
las desigualdades que es inherente a la economía de mercado.

Novelo también analiza los contextos en los que surgen las ideas de Keynes y las
de sus críticos y cómo las crisis económicas han puesto en evidencia la
importancia del análisis keynesiano para entender la racionalidad realmente
existente en el capitalismo contemporáneo, tan alejada de la que sirvió de base a
los primeros marginalistas para construir su sistema teórico.

La actualidad de Keynes la encontramos tanto en sus aportaciones, que siguen


siendo vigentes para entender la racionalidad, la dinámica y la tendencia al
desequilibrio del capitalismo, como en su método. A pesar de ser uno de los
discípulos dilectos de Alfred Marshall, quien ejerció una incuestionable influencia
en su formación, John Maynard encontró también una poderosa fuente de
inspiración en la heterodoxia. Con la erudición propia de un economista que
conoce a los principales autores de su disciplina, Novelo valora la lectura
inteligente y la reinterpretación que de mercantilistas y clásicos (incluido Marx)
realizó Keynes, así como la recuperación de una de las aportaciones más
relevantes y hasta ese momento menos valoradas de Thomas R. Malthus.

Satanizados por el liberalismo y menospreciados aún por discípulos de Keynes


como Roy Harrod, que no entendían el interés que les dispensaba su maestro, los
mercantilistas tuvieron importantes intuiciones económicas que son dignas de
revalorar, aun cuando no hayan podido construir una explicación coherente del
funcionamiento económico, objetivo que dicho sea de paso, nunca estuvo entre
sus planes. En particular, advirtieron el riesgo de las altas tasas de interés como
un poderoso freno al crecimiento y la importancia de impulsar la generación de

5
empleos como medios para acrecentar la riqueza de una nación. Más que sus
interpretaciones equívocas sobre ciertos fenómenos económicos, fue su confianza
en la acción del Estado para garantizar la prosperidad a través de la política
económica la causa de las críticas y la animadversión del pensamiento liberal, en
el que se inscribe la economía política clásica, hacia el mercantilismo.

Una de las principales contribuciones de Keynes es su crítica a la Ley de Say y la


recuperación del concepto de demanda efectiva de Thomas Malthus. La
conclusión de este razonamiento es que el sistema económico tiende al
desequilibrio más que al equilibrio, a diferencia de lo que creían los clásicos y
como sostienen con fervor más digno de causas religiosas que científicas los
economistas neoclásicos. Keynes supo descubrir al gran economista que había en
Malthus en su correspondencia con David Ricardo y en otros trabajos, mientras
que la mayor parte de sus contemporáneos solo valoraron su Primer ensayo sobre
la población. En sus propias palabras: “no se puede salir de la lectura de esta
correspondencia sin la sensación de que la obliteración casi total de la línea de
pensamiento de Malthus y el completo dominio de la de Ricardo durante cien años
han sido un desastre para el progreso de la ciencia económica” 2. En particular,
destaca la comprensión de Malthus acerca de los determinantes de la demanda
efectiva, la debilidad del consumo improductivo y la posibilidad real de que la
demanda agregada no sea igual a la oferta, lo que sumiría a la economía en un
proceso que tendería a profundizar la recesión en lugar de corregir
automáticamente el desequilibrio y dar paso a la recuperación.

Amplio conocedor de la obra de Keynes, Novelo ubica a la Teoría general de la


ocupación, el interés y el dinero dentro de una travesía intelectual que se inicia
con sus primeras obras, fuertemente influidas por el pensamiento de Marshall,
pasa por el Breve tratado sobre la reforma monetaria3 de 1923, anuncia ya la
originalidad y agudeza de su pensamiento en el Tratado sobre la moneda4 en

2
Citado por Federico Novelo en Invitación a Keynes, México, Fondo de Cultura Económica, 1997,
(Colección Popular 533).
3
John Maynard Keynes, Breve tratado sobre la reforma monetaria, México, Fondo de Cultura
Económica, 1992.
4
John Maynard Keynes, A treatise on money, London, Cambridge University Press, 1971.

6
1930 y finalmente desemboca en esta magna obra en 1936. Esta trayectoria está
fuertemente determinada no solamente por su propia formación intelectual, sino
por el contexto histórico. Lector inteligente de libros de historia y perspicaz analista
político, Keynes comprendió las consecuencias de largo plazo de la Primera
Guerra Mundial. En las Consecuencias económicas de la paz5 vio con claridad
que el costo excesivo de las condiciones impuestas a Alemania tendría efectos
nocivos en su recuperación económica y en la estabilidad europea, creando las
condiciones para un segundo conflicto, más desastroso aún que el primero.

La Teoría General se inscribe por lo tanto en la evolución personal del


pensamiento de Keynes y en el contexto de la mayor crisis económica que había
enfrentado hasta ese momento el capitalismo. Una crisis para la que el
pensamiento económico de la época no estaba preparado, aunque aquí cabe
hacer una digresión. Es posible afirmar que el pensamiento económico dominante
del primer tercio del siglo XX estaba tan alejado de la explicación de los
fenómenos económicos de su época como el actual (que dicho sea de paso, es
fundamentalmente el mismo, aderezado con algunos desarrollos de los últimos
ochenta años), por lo que su predominio no puede atribuirse a su capacidad
analítica sino a su funcionalidad para justificar cierto tipo de políticas económicas
que favorecían a intereses particulares. Lo cierto es que pocos economistas
entendieron la magnitud del desafío que enfrentaba el capitalismo en los años
treinta, en medio de una severa crisis económica y ante la alternativa del
socialismo real en la Unión Soviética y la emergencia de los regímenes fascistas
en Europa occidental. De ahí la importancia de las contribuciones de Keynes
sobre los determinantes de la demanda agregada, los problemas para alcanzar en
la realidad el pleno empleo, la importancia del dinero y de la política monetaria
para el funcionamiento de la economía real y el amplio margen de maniobra de la
política económica para estimular la demanda efectiva.

La trascendencia de las contribuciones teóricas de Keynes es innegable. Aunque


valora y en varios momentos defiende el gran intento de Marshall por lograr una
5
John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Ediciones Crítica,
Grupo Editorial Grijalbo, 1988.

7
síntesis coherente del pensamiento marginalista con algunos de los postulados
clásicos, Keynes es consciente de las debilidades del planteamiento. Incluso la
determinación del precio por la interacción entre la demanda y la oferta, que
constituye la piedra angular sobre la que se construye hasta nuestros días la
Microeconomía de los libros de texto, no está exenta de discusión cuando
distinguimos entre el corto plazo y el largo plazo. Por lo que respecta a la creencia
(no se le puede llamar de otra forma) acerca de que la economía es un sistema
autorregulado que se caracteriza por su tendencia automática al equilibrio, la
necesaria igualdad entre el ahorro y la inversión pasa de ser la condición de la
estabilidad del sistema a convertirse en cláusula de exclusión, ya que en los
hechos no hay ninguna garantía de que se pueda mantener a lo largo del tiempo.
Como señala Novelo, dicha falla se explica por “la tradición neoclásica de colocar
un supuesto en el sitio que debe ocupar una explicación: el supuesto es que el
incremento del ahorro produce –por la reducción automática de la tasa de interés-
un incremento de la inversión”.

En el largo plazo la igualdad entre ahorro e inversión no solamente no está


garantizada, sino que la dinámica económica conspira para que se produzca una
divergencia. La tasa de interés, que en teoría debería ser la responsable de
mantener la identidad, se determina aparte. Pero además, mientras que la tasa de
interés es en todo caso el incentivo del ahorro, en el de la inversión es la eficacia
marginal del capital (otra contribución keynesiana), que como señala Novelo,
“responde a estatutos propios y diferenciados” a los de la tasa de interés. En
última instancia, ambos “compiten para definir el uso más conveniente de la parte
del ingreso que excede al consumo: ahorro o inversión”. Mientras que la inversión
es un componente de la demanda efectiva, el ahorro es un residuo del ingreso que
no necesariamente ingresará al sistema financiero, ya que como lo señala otra de
las grandes aportaciones de Keynes, las personas pueden manifestar una
preferencia por la liquidez por incertidumbre o para fines especulativos.

A diferencia de clásicos y neoclásicos, Keynes considera que la Ley de Say debe


ser interpretada al revés: no es la oferta la que crea su propia demanda, sino la

8
demanda efectiva la que crea su propia oferta. Y su capacidad para estimular el
crecimiento económico será mayor entre más lejos se encuentre la economía del
pleno empleo. Como señala Novelo, “el más desafortunado supuesto de toda la
teoría clásica” es el pleno empleo inamovible. Más aún, la brecha entre la
producción real y la de pleno empleo abren la posibilidad de utilizar la política
monetaria como una palanca de crecimiento, ya que las consecuencias
inflacionarias de la expansión monetarias solamente son válidas para situaciones
de pleno empleo, las cuáles son tan excepcionales en nuestros días como los
mercados en donde aún existe competencia perfecta.

Una de las más grandes contribuciones de Keynes y que ha sido revalorada


recientemente, tras la actualización que sobre el tema ofrecieron los premios
Nobel de 2001 George Akerlof y y Robert Shiller, fue su análisis sobre el
comportamiento colectivo que facilita los pánicos financieros y las orgías
especulativas6. A diferencia de la racionalidad neoclásica convencional, los
“animal spirits” explican las conductas económicas irracionales, detrás de las
cuales encontramos la avidez por las ganancias que caracteriza al capitalismo y
los problemas de información e incertidumbre que son inherentes al
funcionamiento de los mercados financieros. Más aún, la relación entre estos
comportamientos y el ciclo económico permite entender la causa y la evolución de
las crisis financieras más importantes que han asolado al capitalismo y que
rápidamente han extendido sus efectos al sector real de la economía. Este tema
es de una actualidad escalofriante para entender la gran recesión que marca
nuestro presente.

Este pequeño gran libro es el resultado del interés persistente y acucioso de


Federico Novelo sobre la vida, la obra y la influencia de John Maynard Keynes. El
espacio que ocupa en su producción académica este interés intelectual es la mejor
carta de recomendación del libro que el lector tiene en sus manos. Dicho interés
se remonta a hace ya tres décadas, cuando publico Teoría económica

6
Akerlof, George y Robert Shiller, Animal spirits: cómo la psicología humana influye en la
economía, Barcelona, Editorial Planeta, 2009.

9
keynesiana7, libro con una clara utilidad práctica para la docencia pero que
también constituía un punto de partida para revalorar las contribuciones de Keynes
en pleno ascenso del neoliberalismo. Una década más tarde publicó un segundo
libro que si bien estaba dirigido a un público más amplio, mantenía el rigor
analítico del primero, pero dejando clara su intención a partir del título: Invitación a
Keynes8. Este sugerente título cumple su propósito, ya que se trata de una
invitación a conocer no solo la obra económica, sino la vida, el contexto cultural, la
circunstancias económicas y políticas de Kenes, así como los autores y las
corrientes que más influyeron en su pensamiento.

Uno de los primeros libros que compré como estudiante de primer ingreso en la
Facultad de Economía fue La teoría económica keynesiana. Recuerdo que al ver
en la bibliografía que se trataba de un profesor de la Unidad Xochimilco de la
Universidad Autónoma Metropolitana me dio envidia (de la buena, dirían otros
clásicos) por no poder tomar clases con él. Pero la vida da muchas vueltas y
brinda satisfacciones inesperadas. Siendo él egresado de la Facultad (Escuela
Nacional cuando él estudió) de Economía de la UNAM y amigo de mis maestros,
tuve ocasión de conocerlo cuando ya había terminado la licenciatura, en casa de
mi director de tesis José Ayala Espino, y desde entonces hemos cultivado una
amistad que mucho agradezco y aprecio, por todo lo que de Federico he podido
aprender en muy diversos ámbitos, incluido por supuesto el de la economía.
Tratándose de uno de los principales conocedores de la obra de Keynes,
agradezco mucho la confianza que depositó en mí al pedirme que prologara este
libro, que se añade a la trilogía de Novelo sobre el pensamiento económico de
Keynes y sus repercusiones en la política económica de las tres últimas décadas.
Espero haber cumplido la misión de transmitir al lector la importancia y el valor de
leer esta obra, que estoy seguro que contribuirá a que la Teoría General sea más
leída y mejor comprendida.

7
Teoría económica keynesiana, México, Universidad Autónoma Metropolitana y Plaza y Valdés
Editores, 1987.
8
Federico Novelo Urdanivia, Invitación a Keynes, op. cit.

10
Leonardo Lomelí Vanegas9.

9
Profesor y exdirector de la Facultad de Economía (FEUNAM) y actual Secretario General de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)

11
PARA LEER LA TEORÍA GENERAL DE LA OCUPACIÓN, EL INTERÉS Y EL
DINERO, DE JOHN MAYNARD KEYNES.

Federico Novelo U.10

“Los reveses económicos de 1880 provocaron la aparición por vez primera de la


ominosa palabra <<desempleo>> en The Oxford English Dictionary en 1888”
(Skidelsky, 2013: 70).

PRESENTACIÓN.

Al abordar la obra maestra de un autor notable, como es el caso de la Teoría


general de la ocupación, el interés y el dinero, de John Maynard Keynes, resulta
indispensable hacer referencia al contexto que domina esa trascendente labor.
Testigo presencial del crepúsculo europeo que siguió a la Paz de Cien Años, de la
Gran Guerra (1914-1918), de la Revolución soviética, la guerra civil y la edificación
de la URSS, del retorno del patrón oro en Inglaterra al mediar 1925, de la Gran
Depresión y sus pavorosas secuelas, de la emergencia de los fascismos en
Europa y Japón, de la Guerra Civil en España y de la Segunda Guerra Mundial y,
casi por último, del orden económico internacional que se pondría bajo la
institucionalización de Bretton Woods, Keynes también fue testigo presencial de
un notable cambio de época, en el que se haría visible la emergencia de
modernidad y colectivismo (Skidelsky, 2013: 630-631) del desdoblamiento de los
capitalistas entre empresarios e inversionistas, de la sólida acción colectiva de los
trabajadores (Kicillof, 2012: 79-100) y del tránsito de la abundancia a la
estabilidad.

En la lógica de su reconocida ambigüedad (“Cuando las cosas cambian, yo


cambio de opinión; Usted, ¿qué hace?”), Keynes mismo cambió –en muy pocos
años- el enfoque sostenido sobre los asuntos económicos, de una gestión
dominantemente monetaria, una fórmula mágica (que le llevaría a “descubrir” la

10
Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México).

12
tasa de interés del pleno empleo) y un fracaso artístico, todo ello visible en el
Tratado sobre la moneda (1930) a otra, donde la incertidumbre, la construcción
de expectativas, el espíritu animal de los empresarios, la preferencia por la
liquidez, la inestabilidad del sistema económico, el equilibrio con desempleo y la
gestión económica del Estado, fundamentan la nueva teoría, con arreglo a
importantes elementos psicológicos, propios del comportamiento humano –según
la clase- en sociedad.

El presente trabajo, que en una primera versión corta se publicó en el número 43


de la revista Configuraciones (enero-abril 2017, México), intenta analizar las
razones y expresiones de esos cambios, del mundo y del enfoque, para examinar
la pertinencia pretérita y actual de la actitud y de sus resultados. Tiene la
pretensión suplementaria de aportar algo (como diría Keynes) al debate actual
sobre la teoría económica heterodoxa y la gestión pública de los asuntos
económicos (la expresión práctica más rotunda de la propia heterodoxia). Por
último, y también, esta obra quiere ser una evocación de John Maynard Keynes,
en el 71º aniversario de su muerte.

I.- HISTORIA Y ECONOMÍA.

“En mi opinión, no hay sitio, excepto en el ala izquierda del Partido Conservador,
para aquellos cuyos corazones están en el individualismo, pasado de moda y el
laissez-faire integral; aunque éstos contribuyeron en gran medida al éxito del siglo
XIX. Digo esto, no porque crea que estas doctrinas fueron erróneas en las
condiciones en las que nacieron, sino porque han dejado de ser aplicables en las
condiciones modernas” (Keynes, 1925: 303).

La historicidad en la teoría económica, ausente del todo en la aportación


neoclásica, consiste en la eficacia explicativa de la época en que se propone, en
su aplicabilidad y en el realismo de sus supuestos. Siguiendo a John R. Commons
–economista institucionalista estadounidense, alumno de Thorstein Veblen-
Keynes evoca la distinción de tres épocas, tres órdenes económicos claramente
diferenciados: “El primero es la era de la escasez, “sea debida a ineficiencia o
violencia, guerra, costumbre o superstición” En dicho período “se da el mínimo de
13
libertad individual y el máximo de control gubernamental, comunista o feudal, a
través de la coerción física”. Éste fue, con breves intervalos en casos
excepcionales, el estado económico normal del mundo hasta, digamos, el siglo XV
o XVI.”

“Después viene la era de la abundancia. “En un período de extrema abundancia


se da el máximo de libertad individual y el mínimo de control coercitivo a través del
gobierno, y las relaciones de intercambio entre los individuos sustituyen al
entendimiento”. Durante los siglos XVII y XVIII hicimos nuestro camino libres de la
esclavitud de la escasez, al aire libre de la abundancia, y en el siglo XIX esta
época culminó gloriosamente con las victorias del laissez-faire y del liberalismo
histórico”.

“Pero ahora estamos entrando en una tercera era, que el profesor Commons llama
período de estabilización y caracteriza justamente como “la alternativa real al
comunismo de Marx”. En este período, dice: “… se da una disminución de la
libertad individual, impuesta en parte por sanciones gubernamentales, pero
principalmente por sanciones económicas a través de la acción concertada de
asociaciones, corporaciones, sindicatos y otros movimientos colectivos de
fabricantes, comerciantes, obreros, agricultores y banqueros, sean éstos entes de
carácter secreto, semiabierto, abierto o de arbitraje”. Los abusos de esta época en
las esferas del gobierno son el fascismo por una parte y el bolchevismo por la otra
[…] No es un accidente que la fase inaugural de esta lucha política, que durará
mucho y tomará muchas y diferentes formas, se centre en la política monetaria.
Porque las interferencias más violentas en la estabilidad y en la justicia, a las que
el siglo XIX se sometió por la satisfacción debida a la filosofía de la abundancia
fueron precisamente las producidas por variaciones del nivel de precios” (Keynes,
1925: 305-307. El subrayado es mío –FNU-)11.

11
El respeto intelectual de Keynes a Commons se expresó, entre otras cosas, por medio de una
carta en la que le comunica: “Me parece que no hay otro economista con cuyo modo de pensar me
siento más de acuerdo” (citado en Skidelsky, 1992: 229).

14
Resulta muy difícil exagerar la importancia que Keynes otorga a la historia y, muy
especialmente, al cambio de etapa (de la abundancia a la estabilización) que le
tocó vivir. Su creación de mayor relevancia, la Teoría general de la ocupación, el
interés y el dinero (1936), constituye el puerto de llegada tras una travesía que
partió de la tradición de la Teoría cuantitativa de la moneda y, en general, de la
opacidad marshalliana, encadenada al patrón oro, que transitó por el Breve tratado
sobre la reforma monetaria (1923) y, más notablemente, por el Tratado sobre la
moneda (1930), para arribar a la plenitud de lo que su compañero del Grupo de
Bloomsbury, Roger Fry denominó la vida imaginativa, considerablemente alejada
de las funciones biológicas (como la alimentación y la procreación, “vida material”)
y dedicada a las artes, la búsqueda del conocimiento científico y la escritura
creativa (Backhouse y Bateman, 2014: 93-94). Esta vida, por supuesto,
correspondía a lo que Keynes juzgó como la mejor parte del legado de George
Moore y sus Principia Ethica: “Nada importaba fuera de nuestros estados de
ánimo, nuestros y de los demás naturalmente, pero sobre todo nuestros. Esos
estados de ánimo no iban asociados ni a acciones, ni a resultados obtenidos o
consecuencias. Consistían en estados de contemplación y comunicación
intemporal, ampliamente desvinculados de un <<antes>> o de un <<después>>.
Su valor dependía, según el principio de la unidad orgánica, del estado de cosas
de un todo no susceptible de ser útilmente analizado en partes. Por ejemplo, el
valor del estado de ánimo de estar enamorado dependía no solamente de la
naturaleza de las propias emociones, sino del valor de su objeto y de la
reciprocidad y naturaleza de las emociones del objeto; no dependía, si lo recuerdo
bien, o no dependía demasiado, de lo que acontecía o de cómo uno se sentía un
año después; si bien, por lo que a mí respecta, siempre defendí el principio de la
unidad orgánica a través del tiempo, el único que todavía hoy me parece plausible.
Los sujetos apropiados de contemplación y comunión apasionadas eran una
persona amada, la belleza y la verdad, y los objetos primarios en la vida de cada
uno eran el amor, la creación y fruición de la experiencia estética y la búsqueda
del conocimiento; el primero, a mucha distancia, el amor” (Keynes, 1949 –él
expresó su deseo de que fuera publicado en fecha posterior a su muerte-: 359).

15
En opinión de Karl Polanyi, las cuatro instituciones que apoyaron la Paz de los
Cien Años (de la conclusión de las guerras napoleónicas al estallido de la Gran
Guerra, en 1914), fueron: El sistema del balance de poder que impidió el
surgimiento de un guerra larga y devastadora entre las grandes potencias; el
patrón oro; el mercado autorregulado, y el Estado liberal. El mercado
autorregulado, la importancia determinante de las leyes de ese mercado,
constituyó la institución más relevante, según este autor (Polanyi, 1992: 49-66).
Las cuatro sucumbieron casi simultáneamente: la primera, con el estallido de la
propia guerra, el resto durante y después de las hostilidades; con ellas, sucumbió
también el orden social, económico y político decimonónico.

“En la primera guerra mundial participaron todas las grandes potencias y todos los
estados europeos excepto España, los Países Bajos, los tres países escandinavos
y Suiza. Además, diversos países de ultramar enviaron tropas, en muchos casos
por primera vez, a luchar fuera de su región. Así, los canadienses lucharon en
Francia, los australianos y neozelandeses forjaron su conciencia nacional en una
península del Egeo -<<Gallípoli>> se convirtió en su mito nacional- y, lo que es
aún más importante, los Estados Unidos desatendieron la advertencia de George
Washington de no dejarse involucrar en <<los problemas europeos>> y
trasladaron sus ejércitos a Europa, condicionando con esa decisión la trayectoria
histórica del siglo XX. Los indios fueron enviados a Europa y al Próximo Oriente,
batallones de trabajo chinos viajaron a Occidente y hubo africanos que sirvieron
en el ejército francés. Aunque la actividad militar fuera de Europa fue escasa,
excepto en el Próximo Oriente, también la guerra naval adquirió una dimensión
mundial: la primera batalla se dirimió en 1914 cerca de las islas Malvinas y las
campañas decisivas, que enfrentaron submarinos alemanes con convoyes aliados,
se desarrollaron en el Atlántico norte y medio” (Hobsawm, 1995: 31-32). El 28 de
junio de 1914, en Sarajevo, fue asesinado el archiduque Francisco Fernando de
Austria-Hungría y semanas después estalló la Gran Guerra; este dramático
incidente desató un conflicto que, de manera casi imperceptible, ya se encontraba
en curso:

16
“En 1907, una autoridad del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, Eyre
Crowe, escribió un excelente análisis sobre la estructura política europea y el auge
de Alemania. La cuestión principal que planteó, y que hoy sigue teniendo una
importancia clave, es si la crisis que llevó a la Primera Guerra Mundial fue
causada por el ascenso de Alemania, lo que provocó una especie de resistencia
orgánica ante la aparición de una nueva y poderosa fuerza, o tuvo como causa la
política específica y, por tanto, evitable, alemana. ¿Fue la capacidad alemana o el
comportamiento de este país lo que provocó la crisis?”

“<<Alemania tendría el acierto de crear una armada tan poderosa como podía
permitirse>>. Y en cuanto el país lograra la supremacía naval, mantenía Crowe, la
supremacía en sí –independientemente de las intenciones de Alemania- se
convertiría en una amenaza objetiva para Gran Bretaña, algo <<incompatible con
la existencia del Imperio británico>>” (Kissinger, 2012: 531-532).

II.- EL PATRÓN ORO Y LA TEORÍA CUANTITATIVA DEL DINERO.

“Una premisa de la teoría es que la velocidad de circulación del dinero sea un


parámetro bastante estable. En consecuencia, cualquier aumento de la cantidad
de dinero debería traducirse en un aumento en la misma proporción del nivel
general de los precios, si a corto plazo también la cantidad de bienes disponibles
se mantiene constante. Dicho de otro modo, dada la disponibilidad de los bienes,
el nivel de sus precios vendría a depender exclusivamente de la cantidad de
dinero en circulación. Si se eleva el nivel general de precios (inflación), la causa
sería imputable al aumento de la circulación monetaria; al contrario, la deflación
sobrevendría como consecuencia de una contracción del circulante, y no por otra
cosa. El abanderado de la escuela neocuantitativa o escuela de Chicago, M.
Friedman, ha podido escribir: “Quizá ninguna otra relación empírica en economía
se ha visto reaparecer tan uniformemente, en una variedad tan amplia de
circunstancias, como la relación entre los cambios sustanciales del stock de dinero
a corto plazo y las variaciones de los precios; unos y otros están infaliblemente
ligados y van en la misma dirección: yo diría que esa uniformidad es del mismo
orden que las que forman la base de las ciencias físicas”. El mecanismo a través

17
del cual la circulación monetaria influye en los precios es el de la demanda. Si,
como se supone, los individuos desean mantener cierta proporción constante, o
casi, entre sus stoks líquidos y la disponibilidad de otros bienes, cualquier
agregado al dinero en su posesión se transformará en demanda de otros bienes
en esa proporción. Pero esa demanda difícilmente podrá ser satisfecha si la
capacidad de producción de la economía está agotada, o si de cualquier modo la
oferta correspondiente tarda en manifestarse, por las rigideces de la producción
(por lo menos a corto plazo). La consecuencia será pues una inflación de
demanda, que reducirá el poder adquisitivo de los stoks de dinero en poder de los
individuos. El anterior exceso de liquidez no será considerado tal, porque el
aumento de los precios habrá restablecido la proporción habitual entre el valor
nominal de los otros bienes (o también entre dos valores reales: lo importante es
que se confronten valores homogéneos, o todos nominales o todos reales).

Según la teoría cuantitativa, el fenómeno inflacionario derivado del aumento de la


circulación monetaria debería tener escasas repercusiones sobre los precios
relativos: eso significa que todos los precios absolutos deberían aumentar
aproximadamente en la misma proporción, de manera que sus relaciones no se
modificarían en forma significativa” (Ricossa, 1990: 217-218).

Por lo que hace al marco de funcionamiento de la Paz de Cien Años, conviene


recordar que consistió en el sencillo dispositivo de los ajustes que imponía el
patrón oro: “Cuando se producía un aumento –exógeno- en la cantidad de oro más
allá de las necesidades de la circulación, el oro <<sobrante>> iba a parar a las
reservas centrales. Esta abundancia provocaba, a su vez, un relajamiento en las
condiciones del crédito y un cambio de la política de descuentos del Banco (se
abría una época de dinero fácil). La disponibilidad de crédito, por su parte,
estimulaba la demanda de bienes cuya adquisición depende del financiamiento
bancario lo que, a su turno, desencadenaba un incremento en los precios. Este
aumento de precios terminaba por difundirse a toda la economía. Se producía
entonces <<inflación interna>>; cada pieza de oro representaba un poder
adquisitivo menor en términos de bienes. El mecanismo enfatizaba el efecto

18
equilibrante que tiene este movimiento de los precios internos con respecto a los
del resto del mundo. Las mercancías producidas en el país se encarecían
relativamente; el volumen de las importaciones aumentaba y se reducían las
exportaciones. El ingreso de mercancías tenía, como contrapartida, la salida del
metal. El oro fluía hacia el exterior devolviendo normalidad a las condiciones del
crédito. El resultado final, de largo plazo, era que el metal excedente se escapaba
de la órbita circulatoria, el crédito se enfriaba y los precios regresaban también a
su nivel normal. El equilibrio se restablecía y el aumento inicial (exógeno) en la
cantidad de dinero se revertía sin dejar consecuencias visibles” (Kicillof, 2012:
123). En el otro extremo, el ocupado por las naciones con déficit inicial, el
problema era mucho menos terso: “Cuando la estructura interna de precios de un
país divergía de los niveles de precios internacionales, el único medio legítimo
para que ese país se ajustara al flujo de las reservas de oro era la deflación. Esto
significaba permitir que su economía se contrajese hasta que los salarios en
descenso redujeran el consumo lo suficiente para restaurar la balanza externa.
Esto implicaba descensos drásticos de los salarios y de los ingresos agrícolas,
aumento del desempleo y una aguda alza en bancarrotas empresariales y
bancarias” (Block, en Polanyi, 1992: 34-35).

Con la Gran Guerra, las funciones del Estado –particularmente las fiscales, a los
efectos de una recaudación notablemente incrementada y a los efectos, también,
de un enorme gasto público que rompe el monopolio privado de la creación de
empleo- se modifican de raíz, inicialmente en los países de mayor desarrollo
relativo.

Thomas Piketty, en su aclamado texto, realiza un interesante recorrido por la


evolución del papel económico y social del Estado, a partir de revisar la proporción
de la fiscalidad en las economías de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y
Suecia “… relativamente representativas de la diversidad de las situaciones
observadas en los países ricos. Se observan varias similitudes sorprendentes en
esas evoluciones, así como importantes diferencias. La primera similitud es que
los impuestos representaban menos de 10 % del ingreso nacional en todos los

19
países en el siglo XIX y hasta la primera Guerra Mundial. Eso corresponde a una
situación en la que el Estado se involucraba muy poco en la vida económica y
social. Con un 7-8 % del ingreso nacional, era apenas posible cumplir con las
grandes funciones de todo gobierno (policía, justicia, ejército, relaciones
exteriores, administración general, etc.), pero no mucho más. Una vez financiados
el mantenimiento del orden, el respeto del derecho de propiedad y los gastos
militares (que por sí solos a menudo representan casi la mitad del total), no
quedaba casi nada en las arcas del Estado. En esa época, los Estados también
financiaban algunas carreteras e infraestructuras mínimas, así como cierto número
de escuelas, universidades y hospitales, aunque los servicios públicos de
educación y salud accesibles para la mayoría de la población eran a menudo
bastante rudimentarios.

A partir de 1920-1930 y hasta 1970-1980, en el conjunto del mundo rico se asistió


a un incremento considerable del porcentaje del ingreso nacional que los
diferentes países decidían dedicar a los impuestos y al gasto público (y, en
particular, al gasto social). En todos los países desarrollados, en apenas medio
siglo, la participación de los impuestos en el ingreso nacional se multiplicó por un
factor de, por lo menos, tres o cuatro (a veces por más de cinco, como en los
países nórdicos). Después se observa, una vez más en todos los países, una
estabilización casi completa de la participación de los impuestos en el ingreso
nacional desde los años ochenta hasta la década iniciada en 2010 […]. Las
alternancias políticas y las especificidades nacionales no están totalmente
ausentes, pero, en resumidas cuentas, sólo tienen una importancia limitada frente
a esta estabilización de conjunto” (Piketty, 2014: 522-524).

Si la Paz de Cien Años permitió un considerable incremento en la disponibilidad de


oro, por los yacimientos descubiertos y explotados en el Oeste de los EUA y en
Australia y África, pari pasu y con arreglo a la teoría dominante (la cuantitativa de
la moneda), la Gran Guerra propició la dominancia del dinero representativo sobre
el dinero mercancía (con valor intrínseco), sin que las emisiones estuvieran
siempre respaldadas (lo que significó una fuerte convocatoria a espirales

20
inflacionarias), y con la capacidad gubernamental suplementaria de gestionar las
tasas de interés. La teoría entonces hegemónica proponía que la cantidad de
dinero (M) multiplicada por la velocidad de su uso (V) se igualara con el nivel de
precios (P) multiplicado por cantidad de bienes producidos (Q):

(1) M × V = P × Q,

La disponibilidad de oro incrementada (con arreglo al patrón de ese metal) tendría


efecto sobre el nivel de precios:

(2) ɅM × V = ɅP× Q,

Con lo que la intensidad en el uso del dinero, la producción y el empleo (según


esta teoría) no se verían afectados. “Con antecedentes en fray Tomás de Mercado
y la Escuela de Salamanca, la teoría cuantitativa del dinero se formuló
modernamente por el economista estadounidense Irving Fisher como una relación
según la cual la cantidad de dinero multiplicada por su velocidad media de
circulación, se iguala con el nivel general de precios multiplicado por el flujo de
bienes reales. Lo cual significa que los precios dependen de la relación entre la
masa de recursos financieros y los recursos reales” (Tamames, 1988: 266). El
problema, como lo describió Keynes en su mejor libro, radicó en la pérdida de
respaldo de la emisión de dinero a la que se abandonaron los gobiernos de las
naciones que participaron en la Gran Guerra: “Se dice que Lenin ha declarado que
el medio mejor para destruir el sistema capitalista es viciar la circulación. Con un
proceso continuado de inflación, los gobiernos pueden confiscar, secreta e
inadvertidamente, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos. Por ese
método, no sólo confiscan, sino que confiscan arbitrariamente; y aunque el
procedimiento arruina a muchos, por el momento enriquece a algunos. La
contemplación de esta reorganización arbitraria a favor de los ricos atenta no sólo
a la seguridad, sino a la confianza en la equidad de la actual distribución de la
riqueza. Los favorecidos por este sistema, aún más de lo que merecen y aún más
de sus esperanzas y deseos, se convierten en especuladores, objeto del odio de
la burguesía, a la que la inflación ha empobrecido, no menos que del
proletariado. Como la inflación sigue y el valor real de la moneda tiene grandes
21
fluctuaciones de mes a mes, todas las relaciones permanentes entre deudores y
acreedores, que constituyen el primer fundamento del capitalismo, se desordenan
tan profundamente que llegan a no tener sentido, y el procedimiento para hacer
dinero degenera en un juego y en una lotería”.

“Lenin tenía, ciertamente, razón. No hay medio más sutil ni más seguro de
trastornar las bases existentes de la sociedad, que envilecer el valor de la
moneda. El procedimiento pone todas las fuerzas recónditas de las leyes
económicas del lado de la destrucción, y lo hace de manera tal, que ni un solo
hombre, entre un millón, es capaz de notarlo”.

“En los últimos momentos de la guerra, todos los gobiernos beligerantes


realizaron, por necesidad o incompetencia, lo que un bolchevique hubiera hecho
intencionadamente. Aún ahora, cuando la guerra está ya terminada, muchos de
ellos continúan, por debilidad, las mismas corruptelas” (Keynes, 1987 [1919]: 152-
153).

Tras asumir que el incremento arbitrario en la oferta monetaria tuvo un notable


efecto inflacionario también por el calentamiento del crédito que impulsó, la
pregunta es si ante estos llamados de la demanda se generó algún impacto en la
oferta y, con ella y en menor proporción, en el empleo (N):

(3) ɅM × V = ɅP × ɅQ ≥ ɅN

De estas reflexiones, surgió la idea keynesiana de la fórmula mágica, la tasa de


interés del pleno empleo que le ocupó por un largo período, incluido el de
elaboración y publicación del Tratado sobre el dinero, al que describió como un
“fracaso artístico”, al darse cuenta que no cubría sus expectativas (Backhouse y
Bateman, 2014: 167). Vale la pena enfatizar que, al moverse en esa lógica,
Keynes compartía los razonamientos propios de la teoría clásica, en el sentido de
imaginar que el incremento del ahorro, por efecto de una alta tasa de interés,
produciría una disminución de la misma tasa, con lo que se propiciaría un
incremento en la inversión, en el producto y en el empleo; todo el error parte de
una severa confusión respecto a aquello para lo que la tasa de interés es un

22
precio equilibrante: un premio a la posposición del consumo que significa el ahorro
y, simultáneamente, el precio del “capital libre” que es demandado por los
inversionistas (el precio de los fondos ahorrados es el incentivo para la inversión,
según la teoría clásica). Avanzar hacia una teoría de la ocupación, no sólo ni
dominantemente monetaria, implicó precisar los componentes de la teoría clásica,
a la que juzgaba inaplicable en el cambio de época; recuperar la precursora
intuición malthusiana de la demanda efectiva, con la inclusión del efecto
multiplicador; descubrir el desdoblamiento del antiguo empresario-inversionista, en
gestores de las empresas y compradores de acciones o bonos, obsesionados por
la búsqueda activos líquidos, (convertidos en especuladores por la incertidumbre
y por su (in)capacidad de construir expectativas que correspondieran con el
tiempo de agotamiento de la vida útil de los bienes de inversión), y elaborar la
crítica a y la sustitución de lo hasta entonces reconocido como teoría del dinero,
para originar la relevante teoría de la liquidez.

En el dominio del panorama internacional por la incertidumbre, después de la


Primera Guerra Mundial, el retorno al patrón oro aparecía, para algunos muy
importantes banqueros y funcionarios, como un adecuado principio de solución.
“La Conferencia Monetaria Internacional de Génova, en 1922, estableció: La
restauración del patrón oro, la creación de bancos centrales independientes, la
disciplina fiscal, la asistencia condicional a los países en los márgenes del
sistema, y la sostenida cooperación de los bancos centrales en la administración
del sistema” (Frieden citado en Novelo, 2011: 35). En la nación que cargó con las
mayores responsabilidades durante la Paz de Cien Años y, en el ámbito europeo,
durante la Gran Guerra, Gran Bretaña, la idea de regresar a las condiciones de
1913, comenzando por el patrón oro, ocupó el deseo, la reflexión y la actividad del
Ministro de Hacienda del Reino Unido, Winston Churchill, quien propuso ese
retorno, en el proceso de presentación del presupuesto, durante la primera mitad
de 1925 (“El costo de 3 libras 17 chelines por onza de oro –y, consecuentemente,
el de la libra en 4.86 USD- en el que se basa la nueva paridad tenía un gran
significado simbólico, pues es el valor de la libra esterlina que estableció sir Isaac
Newton en 1717, cuando estaba a cargo de la casa de moneda” (Backhouse y

23
Bateman, 2014: 100). Montagu Norman –que gobernó el Banco de Inglaterra de
1920 a 1944 y jugó un papel protagónico en Génova- apoyó a Churchill en ese
retorno: “En opinión de hombres educados y razonables, no hay alternativa a la
vuelta al patrón oro. El ministro de Hacienda sin duda será atacado hiciera lo que
hiciese, pero en el primer caso (patrón oro) será insultado por los ignorantes, los
apostadores y los industrialistas anticuados; en el último caso (no patrón oro) será
insultado por los instruidos y por la posteridad” (Jenkins, 2001: 452).

La decisión de este retorno, tuvo efectos diversos. La respuesta de Keynes no fue


uno de los más lamentables12. Una Huelga General de una semana y la de los
trabajadores mineros por seis meses mostraron con suficiencia la gravedad de esa
medida.
III.- LA ECONOMÍA CLÁSICA QUE ENFRENTÓ KEYNES.

“La economía se propone, ciertamente, servir de ayuda al estadista para


determinar, no sólo cuál debe ser el fin que anhela para su país, sino también
cuáles serán los mejores métodos y la línea de conducta para conseguirlo; pero se
aparta de muchos procedimientos políticos de los cuales el hombre práctico no
puede prescindir; por consiguiente, es más bien una ciencia pura y aplicada que
una ciencia y un arte, y por eso le cuadra mejor la denominación de economía, en
un sentido amplio, que la de economía política” (Marshall, 2005 [1948]: 48-49).

Sobre un primer y relevante asunto, los componentes de la llamada teoría clásica,


Keynes reconoce el notable esfuerzo sintetizador de Alfred Marshall, para acercar
a los marginalistas (especialmente Jevons y Walras) a la preocupación ricardiana
por los costos de producción y, en acrobática correspondencia, acercar a Ricardo
a las preocupaciones por la identidad precio=utilidad marginal (decreciente, por
añadidura), al marginalismo; propósito, este último, que no le perdonó P. Sraffa.
Keynes lo asumió de la siguiente forma: “La estéril controversia producida por la

12
Los días 22, 23 y 24 de julio de 1925, Keynes publicó Las consecuencias económicas de la
paridad de la esterlina, en el Hogarth Press, de Leonard y Virginia Woolf. Para los Ensayos de
persuasión, los condensó con el título “Las consecuencias económicas de Churchill”, anunciando la
deflación de la vida proletaria británica, por el retorno al patrón oro con una libra sobrevaluada
frente al dólar, en un 10 %. Un error notable (Keynes, 1925b).

24
oscuridad de Ricardo y su repercusión sobre Jevons, acerca de los papeles que
representan la demanda y el costo de producción en la determinación del valor
quedó definitivamente esclarecida. Después del análisis de Marshall, no quedó
nada por decir” (Keynes, 1926a: LV, citado en Kicillof, 2012: 176).

La afición de Marshall por el equilibrio parece derivar de sus intentos por conciliar
a Ricardo con Walras o, de manera más abstracta, a los costos de producción con
la utilidad marginal. El ámbito de las elaboraciones correspondientes a la teoría del
valor, la determinación de los “sacrificios” humanos del trabajo y la espera (costos
salario y capital) habrán de conciliarse con el “disfrute” del consumo (utilidad
marginal). La identidad valor-precio se construye, para Ricardo, del lado de la
oferta (Q = costos) y, para Walras, del lado de la demanda (V = utilidad). Marshall
está de acuerdo con el segundo, en el corto plazo; mientras que el primero es su
elegido en el definitivo largo plazo; no obstante, la incorporación que hace
Marshall de la noción ricardiana de costos, no resulta satisfactoria para un
conocedor notable de la obra de David Ricardo: “Puede añadirse que, no sólo en
este caso sino en general, el uso de la expresión <<coste de producción>> ha sido
evitado en este trabajo, como lo ha sido también el término <<capital>> en su
connotación cuantitativa, a costa de algún circunloquio engorroso. La razón es que
estos términos han venido a estar ligados inseparablemente con el supuesto de
que representan cantidades que pueden medirse independientemente de, y antes
que, la determinación de los precios de los productos. (Recuérdense los <<costes
reales>> de Marshall y la <<cantidad de capital>> implicada en la teoría de la
productividad marginal). Puesto que uno de los objetivos de esta obra consiste en
liberarse de tales presupuestos, la eliminación de los términos parecía el único
camino para no deslizar prejuicios en el tema” (Sraffa, 1966: 25)13 . Como telón de
fondo, la figura de J. B. Say, y su interpretación del dinero (vehículo de una
demanda que, paradójicamente, es función de la oferta) está presente en todo el
razonamiento.

13
La incorporación de esta importante aclaración de Sraffa me fue sugerida por mi amigo Ignacio Perrotini
Hernández, quien leyó el manuscrito de esta obra.

25
Por lo tanto, el valor (y precio) se determina, en la teoría clásica que enfrenta
Keynes, por la demanda (utilidad marginal), en el corto plazo, y por la oferta
(costos de producción), en el largo plazo. La distribución, por su parte, se
determina, en el corto plazo, por la aportación marginal (adicional) de cada factor
de producción al producto total (vgr. Salario = producto marginal del trabajo)
mientras que, en el largo plazo, está determinada por el salario de subsistencia (x)
igual al salario realmente pagado (x), [x = x]; la ganancia corresponderá a la
ganancia media de la actividad productiva (premio a la espera por el retorno de la
inversión, necesariamente mayor que la tasa de interés, y a la organización de la
producción), y la renta de la tierra, a la fertilidad media y a la fortaleza y
organización de los terratenientes (la Ley de Rendimientos Decrecientes, en
obsequio del talento de los inversionistas, supone que comienzan a producir en las
tierras de mayor fertilidad).

En lo relativo a la teoría del dinero y del interés, la economía clásica percibe al


primero como el vehículo empleado por la demanda para la realización de gastos
de consumo y de inversión; lo no gastado en cualesquiera de estas dos formas, y
que adopta la forma de ahorro, pone en marcha un peculiar mecanismo de
relajamiento de las condiciones de crédito y de incremento de la inversión y de la
oferta que –por sí misma- incrementará la demanda. El asunto corresponde a la
tradición neoclásica de colocar un supuesto en el sitio que debe ocupar una
explicación: el supuesto es que el incremento del ahorro produce –por la
reducción automática de la tasa de interés- un incremento de la inversión. El
supuesto deriva de la percepción dominante, la de Say, sobre el dinero: un medio
de intercambio, inconvertible y sin valor intrínseco; también descansa sobre una
tautología: la inversión y el ahorro serán iguales por cuanto son la parte del
ingreso no gastada en consumo. Esta igualdad se alcanza con arreglo a cierta
causalidad y a cierta temporalidad: la inversión es una parte integrante de la
demanda efectiva, mientras el ahorro es un residuo del ingreso que no es un dato
dado ni fijo; al variar la inversión es predecible la variación, en el mismo sentido,
del ingreso y, en menor proporción, del consumo. Si la inversión aumenta (o
disminuye), el ingreso aumentará (o disminuirá), el consumo como proporción del

26
ingreso (C/Y) crecerá (o disminuirá) en menor proporción que el ingreso y, por lo
tanto, el ahorro aumentará (o disminuirá) sin determinación alguna por parte de la
tasa de interés, que no es determinante sino determinada. Esta aclaración debe
extenderse a la confusión de la teoría clásica sobre el mercado de capital, al que
supone que concurren –como oferta- los fondos ahorrados (curva con pendiente
positiva) y, como demanda, los requerimientos de inversión (curva con pendiente
negativa). Este mercado se equilibrará –según la teoría dominante- por el precio
que, en tal mercado, no es otro que la tasa de interés; en la realidad, no existe
relación de causalidad entre el incentivo dominante para el ahorro (tasa de interés)
y el relativo a la inversión (expectativa de beneficios o eficacia marginal del capital
–tasa de descuento-). Ambos, que responden a estatutos propios y diferenciados,
habrán de compararse para definir el uso más conveniente de la parte del ingreso
que excede al consumo: ahorro o inversión.

Un último componente relevante de la teoría clásica es la doble (y contradictoria)


construcción de la teoría de los precios, que –en el comienzo- sugiere que el valor
y los precios están regidos por las condiciones de oferta y demanda, y –en el
segundo tratado- sostiene que las variaciones en la cantidad de dinero producen
cambios proporcionales en los precios. La <<evolución>> de la teoría cuantitativa
del dinero, desde una identidad sin eficacia explicativa de nada hasta una
<<teoría>> que supone las variaciones en los precios como resultado
proporcional de variaciones en la cantidad de dinero (representativo, que no es
reserva de valor), acabó por conformar la versión dominante de la teoría clásica de
los precios, porque sus efectos aparecen después del más desafortunado
supuesto de toda la teoría clásica: el pleno empleo inamovible, por el que no hay,
no puede haber, variaciones en la producción (Q), mientras que la definición del
dinero y la ausencia de la tasa de interés convierten en fijo el proceso de rotación
o la velocidad del dinero (V), entre otras razones, por no incorporar la demanda
especulativa del mismo, concluyendo con un efecto inflacionario de cualquier
incremento en la cantidad de dinero y, lo que resulta otro supuesto falaz de la
misma confusión: la inflación será, siempre y en cualquier momento, un
problema monetario.

27
“La deficiencia más acusada de la teoría clásica se ubica en el supuesto de pleno
empleo que tiñe con su impronta toda la arquitectura del sistema clásico. La
economía capitalista había dado muestras elocuentes en el primer tercio del siglo
XX de su capacidad para funcionar con un elevado nivel de capacidad ociosa y
una significativa proporción de los recursos existentes involuntariamente
desempleados –en especial los trabajadores-; la economía en los hechos no
parecía contar con ninguna tendencia automática hacia la recuperación. La teoría
clásica se mostraba en este terreno incompetente e inerme, porque simplemente
excluyó de su sistema esta posibilidad. No se preguntó explícitamente por los
determinantes del volumen de ocupación de los recursos disponibles, sino que
supuso que se encontraban en un estado de pleno empleo permanente” (Kicillof,
2012: 254-255).

IV.- LA GRAN DEPRESIÓN.

“El quid de la explicación <<monetarista>> de Friedman es que la cantidad de


dinero cayó, pero no porque no hubiera prestatarios dispuestos, sino porque la
Reserva dejó que disminuyera la cantidad de dinero. En contraste, la mayoría de
keynesianos han seguido el propio ejemplo de Keynes al explicar la depresión en
términos de fallo en mantener la demanda agregada. Fue la caída del gasto lo que
llevó a la disminución del stock de dinero, y no al revés” (Skidelsky, 2009: 90).

La publicación de Las consecuencias económicas de la paz, la adscripción a los


grupos de los Apóstoles (en Cambridge) y de Bloomsbury, su paso por distintas
instancias del gobierno y la publicación regular de artículos y la muy notable de El
tratado sobre la moneda, ya habían otorgado a Keynes una considerable
notoriedad que se acrecentó notablemente con la publicación de la Teoría general
de la ocupación, el interés y el dinero. En otro espacio, me he encargado de
describir la historia de la Gran Depresión; en éste, solo me propongo evocar –con
dos citas- el origen de tan aciaga circunstancia (el crack de 1929) y las causas de
su metamorfosis en duradera depresión. Comenzamos –por supuesto- con
Keynes:

28
“Tomemos, ante todo, los bienes de consumo que van al mercado para la venta.
¿De qué dependen los beneficios (o pérdidas) de los productores de tales bienes?
Los costes totales de producción, que son la misma cosa que los ingresos totales
de la comunidad contemplados desde otro punto de vista, se dividen en una cierta
proporción entre coste de bienes de consumo y coste de bienes de capital. Las
rentas del público, que son de nuevo la misma cosa que los ingresos totales de la
comunidad, se dividen también en cierta proporción entre gasto en la compra de
bienes de consumo y ahorros. Ahora bien, si la primera proporción es mayor que
la segunda, los productores de bienes de consumo ganarán dinero; porque sus
ingresos, que son iguales al gasto del público en bienes de consumo, serán
mayores (como lo muestra una breve reflexión) que lo que les ha costado producir
esos bienes. Si, por el contrario, la segunda proporción es menor que la primera,
entonces los productores de bienes de consumo obtendrán pérdidas
excepcionales. De lo cual se deduce que los beneficios de los productores de
bienes de consumo sólo pueden restablecerse o porque el público gaste una parte
mayor de sus recursos en tales bienes (lo que significa ahorrar menos), o porque
una mayor proporción de la producción tome la forma de bienes de capital (dado
que esto significa una producción menor proporcionada a los bienes de consumo).
Pero los bienes de capital no se producirán en una escala mayor a menos que los
productores de tales bienes estén obteniendo un beneficio. Así llegamos a nuestra
segunda cuestión: ¿de qué dependen los beneficios de los productores de bienes
de capital? Dependen de si el público prefiere mantener sus ahorros líquidos en
forma de dinero o su equivalente, o emplearlos para comprar bienes de capital o
su equivalente. Si el público se muestra reacio a comprar los últimos, entonces los
productores de bienes de capital sufrirán una pérdida; en consecuencia, se
producirán menos bienes de capital, con el resultado de que, por las razones que
antes se han dado, los productores de bienes de consumo también sufrirán una
pérdida. En otras palabras, todas las clases de productores tenderán a sufrir una
pérdida; y sobrevendrá el desempleo general. Esta es una descripción
excesivamente simplificada de un fenómeno complejo. Pero creo que contiene la
verdad esencial. Pueden sobreponerse muchas variaciones, fugas y

29
orquestaciones, pero la melodía es esta”14. La segunda y muy extensa cita,
fundamental para comprender la metamorfosis del quebranto financiero en la Gran
Depresión, proviene de la obra estelar de John K. Galbraith:

“1.- La pésima distribución de la renta. En 1929 el cinco por ciento de la población


con rentas más altas recibió aproximadamente la tercera parte de toda la renta
personal de la nación. Esta distribución de la renta tan excesivamente desigual
significaba que la economía está asentada sobre un alto nivel de inversión o un
alto nivel de consumo de bienes suntuarios, o sobre ambos a la vez. El rico no
puede comprar grandes cantidades de pan. Si el conjunto de éstos se decide a
transferir lo que recibe habrá de ser a cambio de bienes suntuarios o inversiones
en nuevas instalaciones y proyectos. Inevitablemente, tanto el gasto suntuario
como el de inversión están sometidos a influencias y fluctuaciones mucho
mayores que el pan. Este tándem esencial –gasto e inversión- fue especialmente
susceptible a las destructoras noticias del mercado de valores en octubre de 1929.
2.- La muy deficiente estructura de las sociedades anónimas. La realidad era que
la empresa norteamericana de los años veinte había abierto sus hospitalarios
brazos a un número excepcionalmente alto de promotores, arribistas,
sinvergüenzas, impostores y todas sus supercherías. Pocas veces, en la larga
historia de estas actividades, se las ha visto operar como una marea de latrocinios
corporativos de tan vastas proporciones. Las tareas corporativas más importantes
eran inherentes, por lo demás, a la enorme estructura de creciente creación de las
holdings, y los trust de inversión. Las holdings controlaban amplios sectores de las
sociedades por acciones, de ferrocarriles y esparcimiento. En estos casos, como
en los trust de inversión, siempre existía el peligro de devastación por una acción
a la inversa de la palanca. En particular, los dividendos de las compañías de
producción pagaban los intereses de las obligaciones de las recién ascendidas
holdings. La interrupción de los dividendos significaba la orfandad de las

14
John M. Keynes, La Gran Depresión de 1930 (Diciembre de 1930), en Ensayos de persuasión,
Crítica, Grijalvo, Barcelona, 1988, pp.135-139. Respecto a las ganancias o pérdidas de los
productores de bienes de consumo, desde la versión en inglés (que se reproduce en la traducción),
se confunde el efecto de mayores o menores gastos en consumo (p. 138, 3er párrafo). Aquí, se
presenta una versión corregida por el autor (FNU)

30
obligaciones, la bancarrota y el colapso de la estructura. En esas circunstancias,
era perfectamente obvia la tentación de reducir la inversión en plantas productivas
a fin de seguir obteniendo beneficios. Sin olvidar que esto venía a sumarse a las
presiones deflacionarias. Pero una vez llegadas a esta situación, las entidades se
veían obligadas a reducir sus beneficios, con lo cual toda la pirámide de empresas
disminuía de tamaño y fuerza. Cuando esto sucedía, eran inevitables nuevos
cercenamientos. Solicitar préstamos para nuevas inversiones se hacía imposible
en estas condiciones. Sería realmente difícil imaginar un sistema mejor dispuesto
para facilitar la continuación y acentuamiento de la espiral deflacionaria.
3.- La pésima estructura bancaria. En los primeros seis meses de 1929, quebraron
346 bancos de distintas localidades del país, con un total neto de depósitos de 115
millones de dólares. Las quiebras de bancos pueden convertirse rápidamente en
un mal epidémico cuando la renta, el empleo y los precios o el valor de los objetos
se hunden como resultado de una depresión. Esto fue lo que sucedió después de
1929. Y, una vez más, sería difícil un mecanismo más apropiado para ampliar al
máximo los efectos del pánico. Lo frágil y tarado destruyó no solamente a los
restantes mecanismos frágiles y tarados sino que contaminó lo fuerte. Por todas
partes, ricos y pobres se dieron cuenta del desastre mediante la persuasiva
conciencia de que sus ahorros habían sido liquidados. No hace falta decir que este
sistema bancario, una vez inmerso en las convulsiones de la quiebra, afectó de
modo definitivo el gasto de sus depositantes y la inversión de sus clientes.
4.- La dudosa situación de la balanza de pagos. Los países extranjeros no podían
cubrir su balanza comercial adversa con EE.UU., mediante crecientes pagos en
oro, o al menos no por mucho tiempo. Lo cual significaba que o bien aumentaban
sus exportaciones a EE.UU., o reducían sus importaciones o bien dejaban
incumplidos los pagos de los préstamos anteriores. El presidente Hoover y el
Congreso actuaron rápidamente para eliminar la primera posibilidad –eliminar la
cuenta con mayores importaciones-: elevaron fuertemente el arancel.
Consecuencia de esta medida fue que las deudas –incluso las de guerra- no
pudieron ser satisfechas, y esto de rechazo provocó una estrepitosa caída de las
exportaciones norteamericanas. La reducción no fue grande en relación al

31
producto total de la economía norteamericana, pero contribuyó al desastre general
y repercutió de forma particularmente grave en la agricultura.
5.- Los míseros conocimientos de economía de la época. Los economistas y todos
aquellos que ofrecían consejo económico durante los últimos años veinte y
primeros treinta eran fundamentalmente malos economistas y perversos
consejeros. En los meses y años siguientes al crac del mercado de valores, los
honorables consejos económicos de los profesionales cargaron su orientación
hacia el tipo de medidas más apropiadas para empeorar las cosas. A partir de
entonces, la política económica adoptada no hizo sino empeorar cada vez más las
cosas. Para los republicanos el presupuesto equilibrado era, como siempre, alta
doctrina. Pero el programa del partido demócrata en 1932 abogaba –con una
concreción que los políticos rara vez aconsejan- por un ´presupuesto federal
equilibrado cada año sobre la base de una precisa estimación gubernamental
dentro de los límites señalados por los ingresos fiscales...´ El presupuesto
equilibrado no era un tema de reflexión y ni siquiera, como a menudo se ha
asegurado, una cuestión de fe. Más bien era una simple fórmula, y no fue el único
corsé que se aplicó a la economía. Hubo también el espantajo de un abandono del
patrón oro –cuya vigencia impedía la elevación del tipo de cambio- y, todavía más
sorprendente, de un riesgo de inflación. Si la economía hubiese estado
´fundamentalmente firme y sólida´ en 1929 los efectos del gran crac de la bolsa
habrían sido pequeños” (Galbraith, 1983: 242-254). Dos saldos plausibles, el
abandono del patrón oro y el establecimiento del New Deal, reflejan la asimilación
global de las pavorosas lecciones de la Gran Depresión. La Teoría general… ,
cuyas particularidades se analizan a continuación, representa la más duradera
reacción frente ese infortunio.

V.- LA TEORÍA GENERAL de la OCUPACIÓN, el INTERÉS y el DINERO.

“La Teoría general del empleo, el interés y el dinero es una obra de una
fascinación imperecedera. Es simple y sutil, oscura y profunda. Ofreció una forma
sistemática de pensar, no solo sobre el comportamiento de las economías
contemporáneas, sino sobre los obstáculos que se interponen en la búsqueda de

32
una mayor riqueza en todos los tiempos. Combinó una visión del futuro con una
rigorosa demostración de la posibilidad de un equilibrio con desempleo. A pesar
de que los economistas jóvenes con inclinaciones especulativas se sentían
atraídos hacia ella como un almacén de ideas sugerentes, era su utilidad práctica
la que principalmente les atrajo en un mundo suspendido entre la democracia en
estado de putrefacción y la dictadura que estaba arrasando con todo” (Skidelsky,
2013: 725).

Los años treinta del siglo XX comenzaron muy mal, con los pavorosos efectos
planetarios de la Gran Depresión, y terminaron peor, con el comienzo de la
Segunda Guerra Mundial. La puesta en escena de los componentes del New Deal,
del presidente Franklin D. Roosevelt, incluidos los grandes reconocimientos de
Keynes a esa estrategia que, declaraba, convirtió a los Estados Unidos en el
laboratorio económico del mundo, y la utilización docente de las pruebas (1934) y
posterior publicación (1936) de su libro, La teoría general sobre el empleo, el
interés y el dinero (en adelante, La teoría general), conformaron el lado plausible
de esa década bárbara.

La gran intuición que Keynes reivindica, y enfrenta a la Ley de Say, es la


Demanda Efectiva, medida en unidades de salario (Ds), en ella se suman la
demanda de bienes de consumo (D1) y la demanda de bienes de inversión (D2).
De esta agregación es posible inferir la noción de demanda agregada; sin
embargo, el término demanda efectiva corresponde al hecho de conformar el
punto específico de cruce de la curva correspondiente a la función de demanda
total con la que corresponde a la función de oferta total; en ese punto,
generalmente distinto al del pleno empleo, la demanda total corresponde al
consumo más la inversión, divididos por el costo primo que es la remuneración a
todos los factores comprometidos en la producción (salarios, ganancias propias,
ganancias de otros capitalistas, intereses, rentas) y es, simultáneamente, la
variable explicativa del nivel de precios. El empresariado (los capitalistas en
general) llevará la producción hasta el punto en el que el costo primo muestre la

33
mayor diferencia con la remuneración a los otros factores, maximizando su
ganancia.

En la gráfica 1, se establece la concepción keynesiana de la Demanda Efectiva


que es aquella que efectivamente se encuentra con la oferta total; el eje de las
ordenadas es el correspondiente al precio de la oferta total (POT) y el de las
abscisas, a la ocupación. La demanda (D – D´) crecerá con la ocupación, por el
crecimiento del ingreso y del consumo de bienes salario y de bienes de inversión
implicados en su producción, y se cruzará con la oferta (Z – Z´) en el punto E. El
sistema económico se encuentra en una situación de equilibrio con desocupación,
lejos del pleno empleo.

Sobre las unidades de medida, Keynes incorpora –y vincula- a los elementos


fundamentales de su investigación: trabajo y dinero, de forma que todas las
categorías del análisis se expresan de forma dineraria, en unidades de salario, o
en cantidades de trabajo (unidades de trabajo): “Al tratar de la teoría de la
ocupación me propongo, por tanto, usar solamente dos unidades fundamentales
de cantidad, a saber, cantidades de valor en dinero y cantidades de ocupación. La
primera es estrictamente homogénea y la segunda puede hacerse que lo sea;
pues en la medida en que grados y clases diferentes de trabajo y empleo

34
asalariado disfruten de una remuneración relativa más o menos fija, la magnitud
de la ocupación puede definirse bastante bien, para nuestro objeto, tomando una
hora de empleo del trabajo ordinario como unidad y ponderando una hora de
trabajo especial proporcionalmente a su remuneración; es decir, una hora de
trabajo especial de trabajo a la unidad en que se mide el volumen de ocupación, y
llamaremos unidad de salario al salario nominal de una unidad de trabajo. Por
tanto, si E representa la nómina de salario (y sueldos), S la unidad de salarios y N
la cantidad de empleo, E=NS” (Keynes, 1951: 50-51).

Por lo que hace al carácter fijo de muchas de las categorías de la teoría clásica,
que la acaba convirtiendo en una teoría estática, Keynes explica que muchas
decisiones del presente deberán considerar importantes elementos del futuro, del
que sabemos muy poco, si algo; la presunción de diferencias entre el futuro y el
presente, el cuadro dominado por la incertidumbre, obliga a imaginar expectativas
y a construir previsiones, de corto plazo para la fijación de precios –que son
resultado de los costos marginales de factores (oferta), de la remuneración a los
mismos y del volumen de ocupación (demanda), y de largo plazo para las
decisiones de inversión; eso determina el carácter dinámico de la teoría
keynesiana. Resulta imposible exagerar la importancia que, para Keynes, tiene
esta cuestión: “Sin la incertidumbre, Keynes es algo así como Hamlet sin el
príncipe” (Minsky, 1987: 17).

El tema, ahora que existe un importante retorno al debate filosófico de la


dimensión temporal, requiere de la percepción y definición keynesiana de la
incertidumbre: “Por conocimiento incierto no pretendo simplemente distinguir lo
que se da por cierto de lo que es sólo probable […] El sentido en el que estoy
utilizando el término es aquel en el cual la perspectiva de una guerra europea es
incierta, o el precio del cobre y el tipo de interés de aquí a veinte años, o la
obsolescencia de los inventos, o la situación de los poseedores de riqueza privada
en el sistema social de 1970. En estas cuestiones no existe ninguna base
científica sobre la que pueda formarse ninguna probabilidad calculable.
Sencillamente no lo sabemos” (citado en Skidelsky, 2009: 109). Con Friedman

35
(¿con quién más podría pasar?) comienza la arbitraria metamorfosis de la
incertidumbre en probabilidad: “Una vez incluida la incertidumbre, el objeto de
elección no es ya un grupo de bienes de composición conocida, sino un conjunto
de alternativas excluyentes, cada una con su específica probabilidad” (Friedman,
1966: 90). La siguiente metamorfosis sufrida por la incertidumbre, muy útil para
atrapar incautos durante la orgía especulativa de los derivados envenenados (La
Gran Recesión), consistió en convertirla en riesgo, con las consecuencias que
hasta esta fecha se padecen: “El uso de la palabra ´riesgo´ para cubrir
acontecimientos fortuitos que no pueden asegurarse trasmite una precisión falsa,
que conforta a los mercados, pero que no tiene ninguna base en la ciencia”
(Skidelsky, 2009: 62). Con arreglo a tales distorsiones, entre otras cosas, se
decretó la domesticación del ciclo económico que se salió de madre en 2007.

Un elemento fundamental a considerar es el enfrentamiento que Keynes establece


entre la Ley de Say, en tanto ruta clásica hacia el pleno empleo y la Demanda
Efectiva que se refiere al punto de intersección de la curva del precio de oferta
agregada (con pendiente positiva) y la curva de la demanda agregada medida en
unidades de salario (con pendiente negativa). Este punto establece una condición
de equilibrio en condiciones usualmente distintas a las del pleno empleo.

V.1.- EL CONSUMO.

“… las artes del consumo son conservadoras y tradicionales. Están


profundamente arraigadas en los hábitos y en el nivel de vida de las distintas
clases sociales. Para usar la frase de Keynes, la propensión al consumo sufre
de bastante inelasticidad, y esto no sólo se aplica a los niveles más altos de
ingreso, sino también a los más bajos niveles” (Estey, 1960: 260).

Keynes comienza por analizar a los determinantes de la demanda agregada, el


mejor sustituto de la conocida Ley de Say: la propensión marginal a consumir es la
parte de la variación en el ingreso que se destina al consumo; sus características
son: que es positiva (el consumo se mueve en la misma dirección que el ingreso),
que es menor que la unidad (no todo el ingreso incrementado toma la forma de

36
consumo) y que tiende a cero (hay un momento en que ninguna porción del
ingreso incrementado se destina al consumo, no solo por la utilidad marginal
decreciente). Mientras que lo que Keynes definió como economía clásica supone
que la inversión deriva de la abstinencia en el consumo, él afirma que entre mayor
sea la parte del ingreso que se gasta de esta forma, mayor será el efecto
(multiplicador) que la inversión tendrá sobre el ingreso y, en último término, sobre
la ocupación; Keynes precisa el origen del término: “El concepto de multiplicador
fue primeramente introducido en la teoría económica por R. F. Kahn (alumno de
Keynes en Cambridge) en su artículo sobre <<The Relation on Home Investiment
to Unemployment>> (Economic Journal, junio de 1931). Su razonamiento en este
artículo dependía de la noción fundamental de que, si la propensión a consumir en
varias circunstancias hipotéticas (juntamente con otras condiciones) se da por
conocida y concebimos que las autoridades monetarias u otras públicas tomen
medidas para estimular o retardar la inversión, el cambio en el monto de la
ocupación será función del cambio en neto en el volumen de inversión; y pretendía
sentar principios generales para calcular la relación cuantitativa real entre un
incremento en la inversión neta y el aumento de la ocupación total que le
acompañará” (Keynes, 1951: 114). El multiplicador de Keynes, basado en el
trabajo de Kahn, es el multiplicador de inversión, y la mecánica es la siguiente:

El multiplicador (k) es igual al ingreso (Y) dividido por el propio ingreso menos la
parte de él destinada al consumo (c): k = Y / Y – c; lo que es igual al ingreso
dividido por la parte de él destinada al ahorro (s): k = Y / s; como c y s son
fracciones de Y, el multiplicador es igual al recíproco de s, lo que permite afirmar
que k será mayor entre mayor sea c. Si se asume que el nuevo nivel de ingreso
(Y´) es igual a la inversión (I) multiplicada por el multiplicador (k), Y´ = I x k, resulta
que un mayor nivel de consumo habrá de generar un mayor nivel de ingreso. Si
este último se divide por la unidad de salario, se tiene una adecuada aproximación
al nuevo nivel de ocupación (N). Las complicaciones que enfrenta el pleno
cumplimiento del efecto multiplicador, tienen que ver, en primer lugar con la rigidez
de la oferta monetaria que, en su caso, dificulta la metamorfosis en ingreso
monetario del resultado de k × I; la segunda complicación deriva de la

37
convergencia o divergencia del ámbito público y el privado, en una eventual
competencia o convergencia por el uso del crédito disponible en el sistema
económico, y la tercera, corresponde al componente importación de la producción
nacional que, de existir, filtra una parte del efecto multiplicador hacia el exterior y,
así, disminuye el ingreso (y el empleo) resultantes. Esta primera sección ilustra lo
que Keynes denominó la Función Consumo, con su primera variable
independiente, la propensión marginal a consumir (dC / dY).

En la diferenciación de las propuestas keynesianas respecto a la teoría clásica, la


función consumo es un paso inicial en la construcción teórica del sistema
económico keynesiano, a la luz de dos importantes consideraciones. La primera,
se refiere a la definitiva relación de causalidad por la que el consumo es una
función del ingreso, medidos ambos en unidades de salario (Cs = f (Ys); la
segunda, también relativa a relaciones de causalidad, explica al ahorro como una
función del ingreso (S = f (Ys), pero no del ingreso total, sino de aquel al que se le
sustrae el gasto en consumo que significa el primer uso del ingreso, por lo que –en
último término- el ahorro se convierte en una función de la propensión marginal a
consumir (S = f (dC / dY), sin mediación de la tasa de interés, y no al revés, como
sugieren los viejos y los nuevos clásicos. Aunque Keynes incluye a varios cambios
(en la unidad de salario, en la diferencia entre ingreso e ingreso neto, imprevistos
en el valor de los bienes de capital no considerados al calcular el ingreso neto (= a
Ingreso Bruto – Depreciación), en la tasa de descuento del futuro, en la política
fiscal y en las previsiones acerca de la relación entre el nivel presente y el futuro
del ingreso) como factores objetivos que tienen efectos probables sobre el
consumo, “… el ingreso total medido en unidades de salario es, por regla general,
la principal variable de que depende el elemento consumo de la función de
demanda global” (Keynes, 1951: 95-99). Suplementariamente, este primer uso del
ingreso tiende a ser mucho más estable que los que son gobernados por la
propensión a invertir o por la preferencia especulativa por la liquidez, en los que la
presunción de diferencias entre el presente y el futuro, cualquiera que sea, genera
incertidumbre y obliga a construir expectativas.

38
El tema del consumo, la magnitud y estructura de la demanda, la inflación
derivada del conflicto entre salarios y beneficios, y su efecto en el papel de la
demanda, de cara al crecimiento económico, son parte de los elementos de una
teoría alternativa sobre el propio crecimiento, dirigido por la demanda, que supera
con mucho a la llamada vieja teoría del crecimiento, que ha estado dirigida por la
oferta. En la elaboración keynesiana, la inversión responde –mediante una
previsión- a la construcción de expectativas sobre el comportamiento futuro de la
demanda para el cálculo probable de beneficios (Setterfield –editor-, 2005: 320
pp.).

V.2.- LA INVERSIÓN.

“… puedo dar testimonio de que Keynes, cuyo conocimiento de la literatura


económica y, en particular, de la contemporánea y no inglesa, no era de primer
orden, llegó a este concepto (eficacia marginal de capital) con toda independencia”
(Schumpeter, 1971 [1954]: 1274, n. El subrayado es mío, FNU).

“Aunque no la llama “eficacia marginal del capital”, el profesor Irving Fisher ha


dado, en su Theory of Interest (1930), una definición de lo que denomina “la tasa
de rendimiento sobre costo” que es idéntica a la mía. “La tasa de rendimiento
sobre costo –dice- es aquella que, usada para medir el valor presente de todos los
costos y el de todos los rendimientos, igualará ambos”. El profesor Fisher explica
que la extensión de las inversiones en cualquier sentido dependerá de una
comparación entre la tasa de rendimiento sobre costo y la tasa de interés. Para
inducir a realizar nuevas inversiones “la tasa de rendimiento sobre costo deberá
exceder a la tasa de interés” (Keynes, 1951: 140).

El desamor de Schumpeter por Keynes nunca dejó de crecer y, muy


probablemente, nació con la adscripción del primero, durante la Gran Depresión, a
las filas del liquidacionismo: Andrew Mellon fue el más notorio liquidacionista,
pero, por supuesto, no fue el único: “Dos de las principales figuras de la época,
Joseph Schumpeter, en ese momento profesor en Harvard, y Lionel Robbins, de la
London School of Economics, salieron a la palestra para exhortar concretamente a

39
que no se hiciera nada. En efecto, la depresión debía seguir libremente su curso,
única forma en que llegaría a curarse, de modo espontáneo. La causa de la crisis
era la acumulación de venenos en el sistema; a su vez, las penalidades
resultantes eliminarían la ponzoña y devolverían la salud a la economía. Según lo
declaró explícitamente Joseph Schumpeter, el restablecimiento del sistema
siempre tenía lugar espontáneamente. Y añadió: <<Y eso no es todo: nuestro
análisis nos conduce a creer que la recuperación sólo puede ser efectiva si se
produce por sí misma>>” (citado en Galbraith, 1989: 213). Por su parte, Keynes
contemplaba a los liquidacionistas como víctimas de un severo problema mental:

“Les parece que sería un triunfo de la injusticia si tanta prosperidad no se viera


subsiguientemente equilibrada por una bancarrota universal. Según dicen,
necesitamos lo que educadamente llaman una liquidación prolongada que
nos ponga en el buen camino. La liquidación, nos dicen, no se ha completado
todavía; pero con el tiempo lo hará. Y cuando haya pasado suficiente tiempo para
que se complete la liquidación, todo volverá a ir bien. Las voces que nos dicen que
la vía de escape se halla en la economía estricta y en abstenerse, siempre que
sea posible, de utilizar la producción potencial del mundo, son voces de
insensatos y locos de atar” (Keynes, 1932: 525). Es éste, el espacio en que –como
se aclara en la cita de la Teoría general…- se muestra que, según el propio
Keynes, su llegada al concepto de eficacia marginal del capital no habría sido
posible sin las elaboraciones previas del profesor Irving Fisher, con lo que se
muestra la segunda mentira de Schumpeter (la primera, por supuesto, es la
relativa a la ignorancia económica de Keynes).

Es probable, también, que Schumpeter imaginara un juicio de la historia que,


comparado con Keynes, le habría de resultar realmente adverso: “Nacido en el
mismo año que Schumpeter, y compartiendo con este el honor de tener toda una
escuela de pensamiento económico que lleve su nombre, tenemos a John
Maynard Keynes (1883-1946). En términos de influencia intelectual, no hay
comparación entre los dos. Puede decirse que Keynes es el economista más
importante del siglo veinte. Redefinió el tema e inventó el campo de la

40
macroeconomía –la rama que analiza la economía completa como una entidad
que es diferente a la suma total de sus partes” (Chang, 2014: 105).

Si el uso del ingreso en consumo, además de ser el inicial empleo de esta


categoría, es considerablemente estable, el que puede hacerse en inversión
tiende a la inestabilidad fundamentalmente por lo poco que se sabe sobre el futuro
y por la importancia que éste tiene en las decisiones del presente. La inversión es
lo que marca el paso en el sistema keynesiano y es, también, el primer elemento
que define el carácter dinámico de este cuerpo teórico por la interacción que
establece entre el hoy y el mañana, sea por la duración productiva, vida útil, de los
bienes de inversión, sea por los plazos de capitalización que sobre ellos se
aplican. Siempre por la construcción de expectativas sobre el comportamiento
futuro del consumo, del cambio técnico incorporado a la producción (y su efecto
sobre costos y precios), y de la tasa de interés (como referente del uso alternativo
–ahorro- de la parte del ingreso que excede al consumo). Consumo e inversión
(D1 + D2) conforman la demanda efectiva y responden a las dos primeras
variables independientes del sistema económico: propensión marginal a consumir
y eficacia marginal del capital, respectivamente.

El incentivo para invertir, entonces, sólo de manera indirecta guarda relación con
la tasa de interés, tal que el uso del ingreso que excede al consumo será en
inversión (I) si la eficacia marginal del capital (r) excede a la tasa de interés real –
sustraída la inflación- (i), durante la vida útil del bien de inversión:

Y = c + I, si r > i, y, a la inversa, será en ahorro (s) si acontece lo contrario:

Y = c + s, si i > r.

El cálculo de la renta financiera que deriva del ahorro, mediante la tasa de interés,
se realiza del presente hacia el futuro, mientras que los beneficios de la inversión
se calculan, mediante la eficacia marginal del capital (una tasa de descuento),
desde el futuro hacia el presente. Para que la eficacia marginal de capital pueda
compararse con la tasa de interés, se le define como “… la tasa de descuento que
lograría igualar el valor presente de la serie de anualidades dada por los

41
rendimientos esperados del bien de capital, en todo el tiempo que dure, a su
precio de oferta” (Keynes, 1951: 135):

PO = BE / (1 + r) n, donde:

PO.- precio de oferta de los bienes de capital (costo de reposición), que induce al
fabricante a producir una unidad adicional de los mismos;

BE.- Beneficios Esperados o rendimiento probable de la inversión; son esperados


y no corrientes por la incertidumbre que acompaña al largo plazo keynesiano (5
años), correspondiente con la vida útil del bien de capital, con las condiciones de
crédito para su adquisición, con la competencia y con la demanda futura sobre lo
producido en ese periodo;

r.- Eficacia Marginal del Capital; la tasa de descuento que iguala, en el tiempo, a
PO con BE, y

n.- Los años de vida útil o los plazos de capitalización del bien de capital de que se
trate.

Durante la fase A (expansiva) del ciclo económico, la eficacia marginal del capital
tiende a disminuir. En las ramas de mayor rentabilidad, el espíritu animal de los
empresarios les llevará a incrementar la inversión irracionalmente, con lo que
disminuyen los beneficios esperados; simultáneamente, la mayor demanda de los
bienes de capital correspondientes, elevará el precio de oferta de los mismos, con
lo que se disminuye r y se ingresa en la fase B (depresiva) del mismo ciclo
económico corto.

Si el crecimiento de la inversión se verifica mientras la eficacia marginal del capital


(r) es mayor que la tasa de interés (i), y si la tendencia de r es la disminución
mientras i es resistente a la baja, la expansión de la inversión se detendrá en el
punto de cruce de las curvas de r y de i. Lo que determina la tendencia
decreciente de la eficacia marginal del capital es, en primer lugar, la posibilidad de
que más oferentes del mismo producto concurran al mercado –elasticidad
producción (ɅZs / ɅDs ≥ 1), donde un incremento de la demanda efectiva medida

42
en unidades de salario (Ds) encuentra una respuesta elástica, igual o mayor, del
lado de la oferta, también medida en unidades de salario (Zs)- y, en segundo
lugar, la posibilidad de que otros bienes resulten sucedáneos adecuados del que
ha sufrido un incremento en la demanda –elasticidad sustitución-. Ni la producción
privada ni la sustitución por otra mercancía resultan posibles, o frecuentes, en el
caso del dinero, lo que explica la resistencia de su precio (i) a disminuir.

La inversión marca el paso del funcionamiento del sistema económico keynesiano


porque su incremento, derivado de r > i, produce el incremento de la ocupación
(N), del ingreso (Y), del consumo (c) y, como sustrato, del ahorro (s). El avance
técnico que históricamente ha transitado de las habilidades del trabajador a las
características del bien de inversión o medio productivo (de la herramienta a la
maquinaria, de la maquinaria a la robótica, por ejemplo) induce a que el gasto
preferente en inversión sea en medios productivos, por lo que su efecto en la
ocupación es menos que proporcional.

La inversión afronta un costo primo que remunera a los actores productivos y


representa, simultáneamente, el ingreso factorial:

CUADRO 1

INGRESO FACTORIAL Y PROPENSIÓN A CONSUMIR.

FACTOR INGRESO (Y) PROPENSIÓN A


COSUMIR (C/Y)
Capital Ganancia C/Y <<< 1
Materias Primas Renta C/Y << 1
Recursos Financieros Intereses C/Y <<< 1
Trabajo Salario C/Y = 1

El empresario ofrecerá tanto empleo cuanto mayor sea la diferencia entre el costo
primo y el costo del resto de factores; es decir, donde mayor sea la ganancia; y el
cruce de esta curva de oferta con la de demanda agregada determina a la

43
demanda efectiva en una situación de equilibrio, generalmente distinta a la del
pleno empleo. Uno de los aspectos más relevantes de la elaboración keynesiana
es su ruptura, en este tema de la inversión, con la teoría clásica que la hace
depender de la oferta de fondos ahorrados, que premia a la espera –antes de
Marshall, a la abstinencia- y que construye una teoría del valor que lo reconoce
como fruto del trabajo, y remunera a ese sacrificio con el costo de producción
salario, y del capital, espera a la que remunera con el costo de producción tasa de
interés, negando la filiación ricardiana al trabajo como única fuente de valor.

En la transición que le tocó vivir a Keynes, la fuerte tendencia a las actividades


bursátiles diferencia el comportamiento de los empresarios del de los accionistas,
favoreciendo la búsqueda de activos líquidos15: “En otros tiempos, cuando casi
todas las empresas eran propiedad de los empresarios o de sus amigos y
asociados, la inversión dependía de que hubiera suficientes individuos de
temperamento sanguíneo e impulsos constructivos, que emprendieran negocios
como una forma de vivir, sin basarse en cálculos precisos acerca de las ganancias
probables. El asunto era en parte una lotería, aunque el resultado final dependía
mucho de si la habilidad y el carácter de los directores estaba por encima o por
debajo de la media. Algunos fracasarían y otros tendrían éxito; pero aun después
de los acontecimientos nadie sabría si el promedio de los resultados, medido en
sumas invertidas, había excedido, igualado o quedado corto en relación con la
tasa dominante de interés; aunque, si excluimos la explotación de los recursos
naturales y los monopolios, es probable que el promedio real de los resultados de
las inversiones, aun en periodos de progreso y prosperidad, haya defraudado las
esperanzas que indujeron a invertir. Los hombres de negocios jugaban un juego
que era una mezcla de habilidad y suerte, cuyo resultado medio para los
jugadores desconocen quienes participan en él. Si la naturaleza humana no
sintiera la tentación de probar suerte, ni satisfacción (abstracción hecha de la

15
“Entre las máximas de la finanza ortodoxa, ninguna, seguramente, es más antisocial que el
fetiche de la liquidez, la doctrina según la cual es una virtud positiva de las instituciones de
inversión concentrar sus recursos en la posesión de valores líquidos. Olvida que las inversiones
no pueden ser líquidas para la comunidad como un todo” (Keynes, 1951: 153-154).

44
ganancia) en construir una fábrica, un ferrocarril, una mina o una hacienda, no
habría mucha inversión como resultado simplemente de cálculos ponderados”.

“Sin embargo, las decisiones de invertir en negocios privados del viejo tipo eran,
en gran parte, irrevocables no sólo para la comunidad en conjunto, sino también
para los individuos. Con la separación entre la propiedad y la dirección que priva
hoy, y con el desarrollo de mercados de inversión organizados, ha entrado en
juego un nuevo factor de gran importancia, que algunas veces facilita la inversión,
pero también contribuye a veces a aumentar mucho la inestabilidad del sistema.
Cuando faltan los mercados de valores no tiene objeto intentar revaluar con
frecuencia una inversión en la cual nos hemos comprometido. Pero la bolsa fija
nuevos valores a muchas inversiones todos los días y estas operaciones dan
frecuentes oportunidades a los individuos (aunque no a la comunidad en conjunto)
para revisar sus compromisos. Es como si un agricultor, habiendo observado su
barómetro después del desayuno, decidiera retirar su capital del negocio agrícola
entre diez y once de la mañana y reconsiderar si debía volver a él posteriormente
durante la semana. Pero las revaluaciones diarias de la bolsa de valores, aunque
se hacen con el objeto principal de facilitar traspasos entre individuos de
inversiones pasadas, ejercen inevitablemente influencia decisiva sobre la tasa de
las inversiones corrientes; porque no tiene sentido crear una nueva empresa
incurriendo en un gasto mayor que aquel a que se puede comprar otra igual ya
existente, mientras que hay un incentivo para gastar en una nueva emisión lo que
podría parecer una suma extravagante, si puede venderse en la bolsa de valores
con una ganancia inmediata. Por eso ciertas clases de inversiones se rigen por el
promedio de las previsiones de quienes trafican en la bolsa de valores, tal como
se manifiesta en el pecio de las acciones, más bien que por las esperanzas
genuinas del empresario profesional” (Keynes, 1951: 148-150).

El equipo empleado sufre una disminución de valor cuando se utiliza (T) y sufre
otra disminución de valor cuando no se utiliza (T´), con una rebaja del primer caso,
cuando se incurre en algún desembolso para paliar el segundo. Al restar al primer
dato el segundo, se obtiene el costo de uso (U):

45
U = T – T´

El ingreso nacional total será igual al ingreso de todas las empresas menos el
costo de uso de toda la producción. Si A representa al ingreso bruto nacional y U
al costo de uso, el ingreso del sistema económico es igual a A – U (Dillard, 1968:
71-72).

El tema de la inversión no se aborda completamente si se omite el principio de


aceleración, que se enuncia así: “Un cambio determinado en el nivel de la
producción final corresponde a una variación proporcional en el stock de bienes
capitales empleados en la producción general; y como tal stock, a causa de la
duración de los bienes que lo componen, es mayor que la producción de bienes
capitales, sufre esa producción una variación proporcionalmente mayor que la
variación de la producción total”.

“En principio presupone, evidentemente, que exista una relación constante entre
stock de capital y nivel de la producción final: esa relación se llama coeficiente de
capital, o coeficiente de aceleración o acelerador” (Napoleoni, 1962: 1). En una
interpretación dinámica, como previsión de los inversionistas, respecto a
variaciones visibles en el consumo, el acelerador (a) deberá entenderse como “…
expresión de la respuesta de la inversión (I) al cambio previamente experimentado
por el consumo (C):

a = ɅI / ɅC” (Tamames, 1988: 287).

V.2.1.- COINCIDENCIAS CON KALECKI.

“Sin embargo, si uno quisiera dotar de grandeza a las afirmaciones de Keynes, no


pienso que sea necesario argumentar que no podríamos haber llegado al mismo
resultado por otras vías o en una fecha posterior. Por nombrar a uno sólo, Michal
Kalecki estaba acercándose al mismo objetivo por su propia cuenta” (A. Robinson,
1946: 42, citado en King, 2009: 41).

Si la conocida Paradoja de Kalecki se contrasta con las previsiones de Keynes


sobre la inversión, el primero será mucho más que un keynesiano de izquierda:

46
Cuando Malthus acepta que el capital puede exceder su monto en relación con la
población demandante y en relación con el trabajo disponible, se resiste a aceptar
la inversa, de manera que el exceso de capital se convierte en un incentivo
adverso a la inversión, como lo sugirió Kalecky: <<La tragedia de la inversión es
que causa crisis porque es útil. Sin duda, mucha gente encontrará esta teoría
paradójica, pero no es la teoría la que es paradójica, es el objeto de estudio, la
economía capitalista, la que lo es>> (Kalecky, 1939: 318, citado en King, 2009:
52).

“La teoría se puede resumir diciendo que, dada la psicología del público, el nivel
de producción y de ocupación en general depende del volumen de inversión. Lo
planteo de ese modo, no porque sea el único factor del que depende la producción
agregada sino porque, en un sistema complejo, se acostumbra considerar como la
causa causans el factor más sujeto a fluctuaciones bruscas y apreciables. De una
manera más general, la producción agregada depende de la propensión a
atesorar, de la política de la autoridad monetaria en la medida en que afecte el
volumen de dinero, del estado de confianza respecto al rendimiento esperado de
los bienes de capital, de la propensión a gastar y de los factores sociales que
influyen en el nivel del salario monetario. Mas, entre todos estos factores, los
menos confiables son aquellos que determinan la tasa de inversión, pues en ellos
influyen nuestras ideas del futuro, acerca del cual sabemos tan poco” (Keynes,
1937: 221). Tanto por lo que hace a la formalización kaleckiana de la inversión,
como a la del multiplicador, las coincidencias con Keynes son casi totales:

I = m (C1 + A) – nK

En Kalecky, la inversión es resultado de una función positiva del gasto de los


capitalistas y de una función negativa del stock de capital existente. Ambas
funciones tendrán efectos sobre la expectativa de beneficios, igual que en Keynes,
pero en forma estática, no como expectativa de largo plazo 16 ni como la previsión
correspondiente. Parte de las diferencias entre Keynes y Kalecky radica en que el

16
Ya se sabe que, para Keynes, el largo plazo (alrededor de cinco años) corresponde a la vida útil
de los bienes de inversión.

47
segundo escribía como economista, con horrible redacción y excesiva
formalización, pero si se observa con detenimiento la última parte de la ecuación
kaleckyana, y se reflexiona a profundidad sobre la elaboración keynesiana, la
función negativa del stock de capital existente, viene a ser una suerte de negación
de la incertidumbre que, a la hora de hacer comparaciones, se complica por una
mala traducción (de las muchas en que incurrió Eduardo Hornedo) sobre una
expresión clave de Keynes: “Los espíritus animales” de los empresarios, espíritus
a los que el traductor del FCE convirtió en “la energía animal”: But individual
initiative will only be adequate when reasonable calculation is supplemented and
supported by animal spirits, so that the thought of ultimate loss which often
overtakes pioneers, as experience undoubtedly tell us and them, is put aside as
heathly man put aside the expectation of death (Keynes, 1993: 343): “… pero la
iniciativa individual solamente será adecuada cuando el cálculo razonable esté
apuntalado y soportado por la energía animal, de tal manera que la idea de
pérdidas finales que a menudo detiene a los precursores, como la experiencia le
muestra a ellos y a los demás, se rechaza del mismo modo que el hombre lleno de
salud hace caso omiso de sus probabilidades de muerte”, (Keynes, 1951: 147).

Tanto por lo que hace a la expresión kaleckiana de la inversión, como a la del


multiplicador, las coincidencias con Keynes son totales; las diferencias en las
respectivas profecías, lo creo firmemente, deben derivar del verdadero efecto de
los pronósticos económicos -de entonces y de ahora- que, según John K.
Galbraith, consiste en la elevación del prestigio de la astrología.

V.3.- EL AHORRO Y LA TASA DE INTERÉS.

“Además, será una gran ventaja en el orden de los acontecimientos que defiendo,
que la eutanasia del rentista, del inversionista que no tiene ninguna misión, no
será algo repentino, sino una continuación gradual aunque prolongada de lo que
hemos visto recientemente en Gran Bretaña, y no necesitará de un movimiento
revolucionario” (Keynes, 1951: 361).

48
“Los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una
corriente fuerte de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la
empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando
el desarrollo del capital de un país se convierte en subproducto de las actividades
propias de un casino, es probable que aquél se realice mal” (Keynes, 1951: 157).

La posposición del consumo no sólo se origina por el ahorro; puede deberse al


atesoramiento de una parte del ingreso, sin recibir nada a cambio. El supuesto
consistente en que la tasa de interés es un premio por posponer el consumo,
como buen supuesto neoclásico, carece de realismo. De lo que se priva quien
ahorra es de liquidez y, por esa renuncia, se convierte en merecedor del premio
que es el interés; esta definición keynesiana establece que, además de medio de
pago, el dinero es una reserva de valor y mucho más que un vehículo de la
demanda. Keynes propone que, a pesar que la tasa de interés nominal supere a la
inflación: (que la tasa de interés real sea positiva), existen motivos para preferir el
dinero en líquido que corresponden a: 1) transacción (velocidad ingreso –V- de la
teoría cuantitativa de la moneda), 2) precaución (costo de uso y otros gastos
vinculados a la inversión dependientes del ingreso) y 3) especulación
(expectativa de mayores beneficios financieros por presión exitosa sobre la tasa
de interés). La tasa de interés, entonces, es igual a los motivos de preferencia por
la liquidez (1 + 2 +3) divididos por la oferta monetaria total (M) Los dos primeros
motivos de preferencia por la liquidez son agrupados en el motivo negocios, que
demanda una parte de la oferta monetaria para consumo e inversión (M1), con la
que se construye una primera función de preferencia por la liquidez relativa al
ingreso f1 (Y) = M1, mientras el tercer motivo de preferencia por la liquidez
demanda otra parte de la oferta monetaria para especulación (M2) y permite
construir una segunda función de preferencia por la liquidez relativa al
comportamiento futuro de la tasa de interés f2 (i) = M2, tal que:

f1(y) + f2(i) = M1 + M2 = M

De manera explícita, estas funciones complican la eficacia práctica de la teoría


cuantitativa del dinero, por cuanto la rotación del mismo (V) sólo es igual a M1, en

49
la medida en la que dicha teoría no prevé el uso especulativo del dinero (M2), por
lo que:

(4) ɅM x (ɅV + ɅM2) ≠ [ɅP + (i – π)] x ɅQ, donde:

i = Tasa de interés nominal futura, y

π = Tasa de inflación prevista.

Si la tasa de interés es: i = (M1 + M2) / M, la pretensión gubernamental de


colocarla por debajo de la eficacia marginal de capital (r) durante la vida útil de los
bienes de inversión, se alcanzaría incrementando la M; sin embargo, Keynes
sostiene que esta reducción de la tasa de interés (i) no será duradera por cuanto
provoca un rápido incremento en la demanda de dinero para consumo e inversión
(M1), por el abaratamiento de las costos financieros, y en la demanda de dinero
para especulación (M2), por la reducción del premio por renunciar a la liquidez. A
esta circunstancia adversa la denominó trampa de liquidez.

Si, con Keynes, suponemos que M1 sirve a las tareas de consumo e inversión y
M2 a las de especulación, el éxito de la primera describe un círculo virtuoso de
operación del sistema económico, por cuanto con ella crecen el ingreso y el
empleo; mientras que el éxito de M2, siempre como proporción de M, describe la
conversión del sistema en una economía de casino. La conclusión relativa a
aquello que corresponde a la política monetaria salta a la vista, si se asume el
peso extraordinario de la especulación para esterilizar los esfuerzos
gubernamentales para reducir, con arreglo al incremento de la oferta monetaria, a
la tasa de interés y hacerlo de manera perdurable. La escasez del dinero, que
presiona al alza de la tasa de interés, carece de justificación y se inspira en la
usura: “Era usura, escribió a un corresponsal, <<extraer del prestatario alguna
cantidad adicional al verdadero sacrificio del prestamista que la debilidad de la
posición negociadora del prestatario o su extrema necesidad hace plausible.
Encuentro interesante exponerlo de esta manera porque realmente viene a ser lo
mismo que mi teoría de la liquidez” (citado en Skidelsky, 2009: 175).

50
En una situación de equilibrio, con una tasa de interés alta, M0 = (M1o + M2o)→io,
la autoridad monetaria realiza un esfuerzo por disminuir la tasa de interés,
mediante el incremento de la oferta monetaria, ɅM´ > (M1 + M2) → Vi1, con lo que
crecerá la demanda de dinero para consumo e inversión, ɅM11 y la
correspondiente a la especulación, ɅM21; el resultado de estos incrementos,
especialmente el correspondiente a propósitos especulativos, es una nueva
presión al alza de la tasa de interés. Esta esterilización de la manipulación
monetaria para reducir los costos financieros, es la trampa de liquidez (Novelo,
2014: 118-119), que impide la reducción duradera de la tasa de interés que, a su
vez, al compararse con la eficacia marginal del capital no amenaza al desarrollo
preferente de la inversión ni, en último término, al crecimiento de la ocupación. La
trampa de liquidez, en opinión de Keynes, es la más fuerte evidencia de la falta de
robustez, de la debilidad, de la sola manipulación monetaria para obtener una
reducción temporalmente adecuada de la tasa de interés, y un argumento robusto
para esperar los mejores efectos de incremento en la ocupación, provenientes de
las políticas fiscales17:

GRÁFICA 2.

TRAMPA DE LIQUIDEZ.
17
“... es casi siempre por su prodigalidad por lo que se conoce a un hombre: Enrique VIII, para sus
esposas; Luis XIV, para sus amantes, y el general Douglas Mac Arthur, para sus discursos. Los
keynesianos han sido asociados para siempre a los gastos públicos” (Galbraith, 1955: 53).

51
Tasa de interés activa Tasa de interés pasiva

M0

X0 M'
Y1
i0
X1 Y2
i1
(Y )
L1

(i) 1
L2
(i) 0
L2

0 1 0 1
M1 M1 M1 M2 M2 M2

Demanda de dinero Demanda de dinero


para negocios ($) para especulación ($)

V.4.- LAS RELACIONES DE CAUSALIDAD EN EL MÉTODO DE KEYNES.

“Todas estas leyes (las del sistema de Keynes) difieren de las que proporciona el
sistema clásico” (Kicillof, 2010: 290).

Por lo hasta ahora analizado, las relaciones de causalidad entre las categorías
keynesianas, son las siguientes:

El consumo es una función del ingreso: C = f (Y);

El ingreso es una función de la ocupación (ingreso factorial): Y = f (N);

La ocupación es una función de la inversión: N = f (I);

La inversión es una función, en sentido directo, de la eficacia marginal del capital


y, en sentido adverso, de la tasa de interés: I = f (r, i);

52
La eficacia marginal del capital es una función de la expectativas de beneficios y
del precio de oferta de las bienes de inversión, durante toda su vida útil: r = f (BE,
Po, µ), y

La tasa de interés es la relación entre los motivos de preferencia por la liquidez y


la oferta monetaria: (transacción + precaución + especulación) ÷ M.

Siempre en el corto plazo18, las relaciones entre variables independientes


(propensión marginal a consumir, eficacia marginal de capital y tasa de interés) y
variables dependientes (nivel de ingreso y volumen de ocupación), en un ambiente
en el que existen, también, variables dadas (demografía y horizonte tecnológico
disponibles), permiten construir una cadena causal para todo el sistema de
Keynes, de la siguiente forma:

“I.- Entre la curva de preferencia por la liquidez L (i) y la cantidad de dinero M se


fija la tasa de interés i;

II.- La tasa de interés así determinada (i*), en conjunto con la eficacia marginal del
capital EMK (I), establece el volumen de la inversión I;

III.- A través del multiplicador k, los cambios en la inversión (I*) repercuten sobre la
demanda agregada DA, que en conjunto con el precio de la oferta global Z fijan el
ingreso Y de equilibrio;

IV.- Cada nivel de producto y de ingreso de equilibrio (Y*) se asocia, a su vez, con
un determinado volumen de ocupación; por último,

V.- Dada la productividad del trabajo, el nivel de ocupación de equilibrio (N*) está
asociado con un nivel determinado de salario real W/P* (Kicillof, 2010: 291-292).

18
Posiblemente la cita más evocada de Keynes, aunque de manera incompleta, es “En el largo
plazo estamos todos muertos. Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil, y
demasiado inútil, si en cada tormenta lo único que nos dicen es que cuando pasa el temporal el
océano está otra vez tranquilo” (Keynes, 1923: 95).

53
La causalidad que propone Kicillof plantea ciertas interrogantes. La primera está
referida a las desconocidas razones por las que el punto de partida no
corresponde a la economía productiva, sino a la monetaria, la determinación de la
tasa de interés (i). Este comienzo, en mi opinión, se aparta de la secuencia
propuesta por Keynes, que inicia con el examen de la Demanda Efectiva y con su
primer componente, la demanda de bienes de consumo. Al respecto, podría
iniciarse la cadena con una figura que partiera de esa demanda, ubicada a la
izquierda del numeral III y que colocara en el eje de las ordenadas al consumo (C)
y en el de las abscisas al ingreso (Y), con una línea que se inicia en el origen, con
pendiente de 45 grados, que correspondería a C = Y (donde todo el ingreso se
destina al consumo); esta recta estaría cortada por una curva de pendiente
54
negativa leve, en un nivel de ingreso tal que C < Y, tal cual acontece en la realidad
y que sugiere que, según crezca el ingreso, menor será la parte de él destinada al
consumo; el planteamiento sugiere, también, que existen niveles previos de
ingreso en los que el consumo podría ser mayor o igual al propio ingreso
(Napoleoni, 1962: 333 –fig. 1b-); la propensión marginal al consumo es,
simultáneamente, el más estable y el primero de los usos del ingreso y tendiente a
cero. Una segunda figura podría tener en el eje de las ordenadas al multiplicador
[(Y/Y-C) > 1] y en el de las abscisas al ingreso trazando una línea de pendiente
positiva mayor de 45 grados y con tendencia a acercarse al eje de las ordenadas,
con lo que se explicaría (en lugar de suponer) el origen del multiplicador. En el
numeral III de la cadena propuesta, es correcto iniciar con la demanda efectiva
(DA), aunque se debiera concluir con el nuevo nivel de ingreso (Y*) y colocar -
entre ambos- al producto del multiplicador y la inversión (kI*), de manera que la
secuencia de las identidades fuera realmente causal:

DA = kI* = Y*

La determinación de la demanda efectiva (del ingreso –Y- y del empleo –N-)


medida en unidades de salario (DAs) será el resultado del comportamiento de las
variables independientes del sistema económico (propensión marginal a consumir
–c-, eficacia marginal de capital –r- y, en sentido adverso, tasa de interés –i-).
Cualquier medida de política económica, como el incremento de la oferta
monetaria o la reducción de los salarios nominales19, ahora tan útil para flexibilizar
lo que la teoría clásica consideró sumido en la mayor rigidez, sólo podrá impactar
favorablemente al ingreso y a la ocupación si logra incrementar a las dos primeras
variables independientes y reducir a la tercera. El abandono del sistema
económico a los efectos de la iniciativa privada, no podrá provocar la emergencia
del círculo virtuoso de crecimiento del consumo, elevación de la rentabilidad de las

19
Un duradero error de la teoría clásica consiste en proponer, para incrementar la ocupación, la
reducción de los salarios reales por parte de los trabajadores. Se olvida que lo que pueden pactar
con sus empleadores son exclusivamente los salarios nominales, además de la consecuencia en
la propia teoría de acercar en el tiempo la presencia de la llamada desutilidad marginal del salario
y, con ella, el desempleo de quienes, así, vean disminuir la capacidad adquisitiva de su salario.

55
inversiones y reducción perdurable de la tasa de interés. Se requiere la mano
visible del Estado.

VI.- LOS SALARIOS Y LA OCUPACIÓN.

“Se dice algunas veces que sería ilógico por parte de la mano de obra resistirse a
una rebaja del salario nominal y no a otra del salario real. Por razones que damos
más adelante, y afortunadamente, como veremos después, esto puede no estar
tan falto de lógica como parece a primera vista; pero lógica o ilógica, ésta es la
conducta real de los obreros” (Keynes, 1951: 22).

Las dos agarraderas teóricas de la propuesta reductora de los salarios que, según
la economía ortodoxa, favorecería el incremento de la ocupación, son: la Ley de
Rendimientos Decrecientes, que se traslada de la tierra a la ocupación, y la
identidad Salario Monetario = Producto Adicional del Trabajo; la primera es una
importante derivación de todo el sistema propuesto por David Ricardo, que tiene
las características siguientes:

Ricardo, cuyos esfuerzos teóricos se diferencian de los de Adam Smith por cuanto
concentró sus elaboraciones en explicar la forma en la que la riqueza se distribuye
entre los agentes, y no sólo en las causas por las que llega a existir, compartió con
éste una sólida confianza en los beneficios del libre comercio. Los agentes
económicos de Ricardo, son: los propietarios de la tierra, que la arriendan; la clase
trabajadora que presta sus servicios a cambio de un salario, y la clase capitalista
que alquila la tierra, da trabajo a los obreros y organiza el proceso productivo;
convertido en modelo, este enfoque presenta algunas restricciones: un solo
producto (el trigo), la identidad de la inversión con el fondo de salarios y una
duración anual del proceso productivo. La formalización descansa en un elemental
sistema de ecuaciones:

(1.1) X = f (N), con las siguientes características:

(a) f(0) ≥ 0;

(b) f´(1) > ´x

56
(c) f´´(N) < 0

(1.2) R = f (N) – Nf´(N),

(1.3) W = NX,

(1.4) K = W,

(1.5) P = X – R – W, donde:

X indica la cantidad de grano producida durante el período de producción, N el


número de trabajadores empleados, R las rentas totales, W los salarios totales, K
el capital circulante, P los beneficios y x el salario unitario. La ecuación (1.1)
representa la función de producción del sistema y el significado de las
características es:

(a) Consiste en que si no empleamos trabajador alguno, la producción que se


obtiene puede ser cero o positiva;

(b) Significa que cuando comenzamos el proceso productivo, con el primer


trabajador obtenemos una producción de grano que es al menos superior a
la cantidad ´x, que representa el “salario de subsistencia”, y

(c) Significa que la producción se realiza con rendimientos de escala


decrecientes (en obsequio de la racionalidad empresarial, que comienza a
producir en los ámbitos más rentables- lo que, para el modelo, equivale al
uso inicial de las tierras con mayor fertilidad-).

Si se observa el modelo formado por las ecuaciones de 1.1 a 1.5, resulta evidente
que es incompleto, ya que está constituido por cinco ecuaciones y tiene siete
incógnitas. Para completarlo, se añaden las dos ecuaciones siguientes:

(1.6) N= N´,

(1.7) K = K´, donde:

57
N´ y K´ representan, respectivamente, las cantidades disponibles de trabajo y de
capital. La condición prevista por Ricardo, en el ánimo de alcanzar la estabilidad
de todo el sistema, consiste en que el salario pagado sea igual al salario de
subsistencia (x = ´x), de donde resulta la última ecuación necesaria para el
equilibrio natural:

(1.8) x = ´x

En este equilibrio natural, el número de trabajadores y, por lo tanto, la población,


es una variable determinada por el propio sistema económico; más
específicamente, por el nivel de ingreso, de forma que, si éste aumenta (x > ´x), la
población crecerá y, al contrario (si x < ´x), disminuirá (Pasinetti, 1984: 19-3120).

Si centramos la atención en el significado c) de las características “la producción


se realiza con rendimientos de escala decrecientes”, podemos afirmar que, en
obsequio al talento de los inversionistas, se emplearán primero las unidades de
tierra más fértiles y, al ampliar la producción empleando tierras de menor fertilidad,
los rendimientos decrecen a pesar de aplicar el mismo volumen de inversión
(ocupación). Al trasladar esta ley al ámbito del empleo, se supone (no se explica
por qué) que cada nuevo trabajador será menos productivo que el anterior y que
esa aportación adicional reducida define el monto del salario de todos los
trabajadores empleados. Las razones por las que el nuevo trabajador será menos
productivo, al tiempo que construyen la variable explicativa del salario reducido,
son un misterio. Al combinar estas agarraderas teóricas, se continúa suponiendo
que la reducción de los salarios monetarios producirá una secuencia de relaciones
causales:

La reducción de los salarios monetarios (SM) produce una reducción del costo
primo (CP); la reducción del CP produce una reducción del precio (P); si la

20
“Cuando el precio de mercado de la mano de obra es superior al natural, la situación del
trabajador es floreciente y próspera, pues puede disponer de mayor cantidad de artículos de
primera necesidad y de satisfacciones y, por lo tanto, mantener una familia numerosa. Sin
embargo, cuando, debido al estímulo que los salarios elevados proporcionan para el incremento de
la población, aumenta el número de trabajadores, los salarios vuelven a su precio natural y a veces
hasta bajan más, en virtud de una reacción” (Ricardo, 1817: Capítulo V, p. 98).

58
demanda/precio es elástica (ΛD/ṾP≥1), crecerá la demanda (D); si la oferta (Z) es
elástica frente a variaciones en la demanda (ΛZ/ΛD≥1), crecerá la inversión (I) y,
con ella, la ocupación (N). Al analizar los efectos de la disminución de los salarios
sobre las variables independientes del sistema económico keynesiano (propensión
marginal a consumir, eficacia marginal del capital y tasa de interés), Keynes
demuestra el resultado adverso de la propuesta:

a) La reducción de los salarios monetarios, es una transferencia de una


porción del ingreso nacional desde el factor que mayor proporción del
ingreso destina al consumo, el trabajo (C/Y=1), hacia factores cuyo
consumo ocupa una parte mucho menor de su ingreso, capitalistas y
rentista (C/Y << 1), con lo que la propensión marginal a consumir disminuye
con la reducción de los salarios nominales;

b) Al reducirse el consumo, por efecto de la reducción salarial, la expectativa


de beneficios (BE) también disminuye y, con ella, la rentabilidad de las
inversiones, la eficacia marginal de capital (r). La r iguala los BE con el
precio de oferta de los bienes de inversión (PO), tal que PO = BE/ (1+ r)µ,
donde µ es igual a los años de vida útil del bien de inversión o a los plazos
de capitalización del mismo, y

c) Al reducirse el precio de las mercancías, la demanda de dinero para


consumo e inversión (M1) disminuye y, con ella –aunque solo
temporalmente- la tasa de interés (i). Este efecto positivo se alcanza, sin
conflicto social, aumentando la oferta monetaria (M).

La conclusión de Keynes es que la reducción de los salarios monetarios no


produce un incremento en la ocupación y que los salarios del presente deberán
ser menores a los del futuro y, los del país, menores a los de los socios
comerciales (Keynes, 1951: 227-240). La señora Robinson aporta al tema:

“La teoría ortodoxa, que Keynes atacaba, sostenía que una reducción de las tasas
de salarios monetarios implicaba una reducción de los salarios reales, y que una
reducción de los salarios reales conduciría a un incremento del empleo. El

59
argumento de Keynes era muy diferente del que después han elaborado
inadecuadamente los keynesianos bastardos; porque, según éstos, las tasas de
salarios monetarios son rígidas por razones institucionales. El argumento (de
Keynes) se fundaba en que, si durante una depresión se consiguiera reducir los
salarios, la situación empeoraría porque ello conduciría a una disminución de
precios y a expectativas de caídas posteriores que desanimarían la inversión; por
otra parte, la caída del valor monetario de las acciones reduciría la disponibilidad
del crédito y pondría a los bancos en peligro de quiebra” (Robinson, 1976: 118-
119).

El tema, central en la construcción de la economía política keynesiana, convocó a


opinar a importantes economistas keynesianos, como Lawrence R. Klein, Abba P.
Lerner y, más recientemente, a Hyman Minsky:

“El profesor Viner concluyó que la única diferencia entre Keynes y los economistas
clásicos, con respecto a temas como la oferta de mano de obra y las tasas de
salarios, consistió en la negación previa por parte de Keynes de que una
reducción de los salarios monetarios reduciría el desempleo. Viner fue uno de los
primeros críticos que puso en duda la habilidad de Keynes en continuar la
correlación clásica entre las reducciones de salarios reales y el desempleo. Viner
creyó que Keynes no había refutado en realidad a los economistas clásicos sino
que simplemente había indicado que las reducciones a los salarios monetarios
podrían conducir a expectativas adversas y a un comportamiento rígido de la
inversión. En realidad, Keynes permitió a los economistas demostrar más que
esto, fundamentalmente que el mecanismo clásico no es la palanca automática
que se pensaba que era” (Klein, 1983: 113-114).

“Si un hombre no está dispuesto a aceptar un salario real menor, entonces es un


desocupado voluntario, y Keynes no se ocupa en absoluto de él. Pero hay
millones de personas que están desocupadas según la definición de Keynes pero
que caen fuera de la definición clásica de desocupación, y éstas crean uno de los
más apremiantes problemas sociales modernos. Éstos están dispuestos a trabajar
por menos del salario real actual –estarían dispuestos a trabajar a cambio del

60
salario monetario actual incluso si el costo de la vida aumentara un poco-, sin
embargo, no pueden encontrar trabajos. ¿Qué determina el número de personas
en una sociedad que se encuentran en esta posición? O, para hacer la pregunta
de otra manera ¿qué determina el número de personas que encuentran
ocupación? La negativa clásica a considerar a estos hombres como realmente
desocupados involuntarios se resuelve a sí misma en una receta para encontrarles
ocupación. Sólo necesitan aceptar salarios menores y encontrarán trabajo. Keynes
hace objeciones a este procedimiento de los economistas sobre dos bases
separadas. Su primera objeción se refiere a la base práctica de la inutilidad de dar
consejos que sabemos que no se aceptarán, incluso si son buenos consejos. Es
tiempo de que los economistas que desean dar consejos prácticos a los estadistas
comprendan que los salarios monetarios son rígidos, que los trabajadores, de
hecho, rehusarán reducir los salarios monetarios. Pero la principal objeción de
Keynes consiste en la negativa de la teoría que se expone como base para el
tratamiento. Si se reducen los salarios monetarios, no se deriva de esto
necesariamente que habrá algún aumento en la ocupación” (Lerner, 1936: 217-
218).

“En opinión de Viner, la teoría de Keynes es en esencia el modelo marshalliano al


que se agrega una especificación precisa del modo en que se determina la
velocidad. Similar a la de Viner es la interpretación de la Teoría general que hace
Hicks en ´Mr. Keynes and the Classics´, donde afirma que “su teoría (la de
Keynes) es difícil de distinguir de las teorías marshallianas revisadas y
modificadas que, como hemos visto, no son nuevas”. La repulsa de Keynes a la
interpretación de Viner no deja lugar a ambigüedades. Keynes escribió: “No puedo
estar de acuerdo con la interpretación de Viner; estoy convencido que los teóricos
monetarios que tratan de abordar a la demanda de dinero de esa manera (la de
Viner) andan totalmente sobre la pista falsa” (Minsky, 1987: 66).

VII.- INFLACIÓN ESTRUCTURAL (NO MONETARIA).

“La inflación no es un fenómeno monetario, es el resultado de desequilibrios de


carácter real que se manifiestan en forma de aumentos del nivel general de

61
precios. Este carácter real del proceso inflacionario es mucho más perceptible en
los países subdesarrollados que en los países industriales” (Noyola, 1956: 604,
citado en Martínez y Manrique, 1991: 305).

Para Keynes, la teoría convencional incurre en una separación falsa al dividir la


teoría del valor y la distribución, por un lado, y la teoría del dinero, por otro. Esa
falsa separación origina la relevante confusión de dos teoría de los precios en el
mismo cuerpo teórico: “Mientras los economistas se ocupan de lo que se llama
teoría del valor, han acostumbrado enseñar que los precios están regidos por las
condiciones de oferta y demanda; habiendo desempeñado papel prominente, en
particular, los cambios en el costo marginal y en la elasticidad de oferta en
períodos cortos. Pero cuando pasan, en el libro II, o más frecuentemente en otra
obra, a la teoría del dinero y de los precios, ya no oímos hablar más de estos
conceptos familiares pero inteligibles y nos trasladamos a un mundo en donde los
precios están gobernados por la cantidad de dinero, por su velocidad-ingreso, por
la velocidad de circulación relativamente al volumen de transacciones, por el
atesoramiento, por el ahorro forzado, por la inflación y la deflación et hoc genus
omne; y se hace muy poco esfuerzo, o bien ninguno, para ligar estas frases más
vagas con nuestras ideas anteriores de elasticidades de oferta y demanda”
(Keynes, 1956: 281). Habría, entonces, que hacer una formulación simple de la
teoría cuantitativa del dinero: “… si hay elasticidad perfecta de la oferta en tanto
haya desocupación, y perfecta inelasticidad de la misma tan pronto como se
alcanza la ocupación completa, y si la demanda efectiva cambia en la misma
proporción que la cantidad de dinero, la teoría cuantitativa del dinero puede
enunciarse como sigue: “Mientras haya desocupación, la ocupación cambiará
proporcionalmente a la cantidad de dinero; y cuando se llegue a la
ocupación plena, los precios variarán en la misma proporción que la
cantidad de dinero” (Keynes, 1951: 284). Como la teoría ortodoxa supone que el
sistema opera en condiciones de pleno empleo, todo incremento en la cantidad de
dinero producirá un incremento proporcional en los precios, con lo que la inflación
se convierte, siempre y en cualquier momento, en un fenómeno monetario.

62
La simplificación propuesta permite establecer algunas posibles complicaciones
que dicha teoría enfrenta en los hechos:

“1) La demanda efectiva no cambiará en proporción exacta a la cantidad de


dinero.

2) Desde el momento en que los recursos no son homogéneos, habrá


rendimientos decrecientes, y no constantes, a medida que la ocupación aumente
gradualmente.

3) Como los recursos no son intercambiables, algunos bienes alcanzarán una


condición de inelasticidad en la oferta a pesar de haber recursos sin empleo
disponibles para la producción de otros bienes.

4) La unidad de salarios tenderá a subir antes que se haya alcanzado la ocupación


plena.

5) Las remuneraciones de los factores que entran en el costo marginal no


cambiarán todas en la misma proporción” (Keynes, 1951: 284-285).

Las complicaciones 3 y 4 sugieren que la inflación puede anteceder a la ocupación


plena, como en realidad sucede; sin embargo, cada una de ellas responde a
circunstancias específicas. La inelasticidad de la oferta propicia que la presión del
incremento en la demanda efectiva se aplique sobre el nivel de precios
propiciando un fenómeno inflacionario no monetario:

(ɅZ ÷ ɅDs ˂ 1) › π, donde:

ɅZ = Incremento de la oferta;

ɅDs = Incremento de la demanda efectiva en unidades de salario, y

π = Inflación.

La teoría keynesiana de los precios resulta de gran ayuda para comenzar a


explicar los fundamentos de la inelasticidad de la oferta y, en mayor profundidad,
de la inflación no monetaria: “El nivel general de precios depende, en parte, de la

63
tasa de remuneración de los factores productivos que entran en el costo marginal
y, en parte, de la escala de producción como un todo, es decir (considerando
conocidos el equipo y la técnica), del volumen de ocupación. Es verdad que,
cuando pasamos a la producción como un todo, el costo de la misma, para
cualquier industria, depende parcialmente de la producción de las demás; pero la
variación más importante, de la que no hemos hecho caso, es el efecto, tanto
sobre los costos como sobre el volumen, de los cambios en la demanda. Es de
este lado donde tenemos que introducir ideas completamente nuevas cuando nos
ocupamos de la demanda en conjunto y ya no más de la de un producto aislado,
considerado separadamente, suponiendo invariable la demanda total” (Keynes,
1951: 283).

Para producir cualquier mercancía es necesario el eslabonamiento, hacia atrás,


con otras mercancías (y con su respectivo proceso productivo). La aparición de
cuellos de botella (embotellamientos, les llama Keynes) en la provisión de
cualquier factor o de cualquier insumo en esos procesos, producirá inelasticidad
de la oferta de dichos bienes y, con ella, elevación de los precios por la desviación
de la demanda en direcciones distintas a las de la oferta.

Por lo que hace a un incremento de la unidad de salarios, previo a la ocupación


plena, la relación de causalidad sugerida por Keynes establece que la
heterogeneidad de los recursos y la presencia de embotellamientos en la provisión
de algunos bienes y servicios necesarios en la producción, acaban afectando –al
alza- los precios de los bienes salario y, según la psicología de los trabajadores y
la política de los patronos y de los sindicatos obreros, se hará presente el conflicto
social que presiona por la elevación de la unidad de salarios, en condiciones de
crecimiento de la ocupación. La puesta en ejercicio de lo que Henri Aujac
denominó la capacidad de regateo de las clases sociales, llevó a Juan F. Noyola a
percibir a la inflación como “… un aspecto particular del fenómeno mucho más
general de la lucha de clases” (Noyola, 1956: 605, citado en Martínez y Manrique,
1991: 306).

64
En la muy calificada, y elogiada, opinión de Thomas Piketty, la desigualdad
fundamental (r > g, donde r = a la tasa de rendimiento del capital, y g = a la tasa
de crecimiento económico) conforma una realidad histórica que ha permitido a la
clase de poseedores dedicarse a otra cosa que a su propia subsistencia. En el
análisis que realiza, de la Antigüedad al siglo XXI, se enfatiza que: “Durante la
mayor parte de la historia de la humanidad, el hecho principal es que la tasa de
rendimiento del capital siempre fue por lo menos 10 o 20 veces superior a la tasa
de crecimiento de la producción y del ingreso” (Piketty, 2014: 388).

VIII.- INSPIRACIÓN EN LA HETERODOXIA.

“Yo mismo defendí durante muchos años con convicción las teorías que ahora
ataco y creo no ignorar cuál es su lado fuerte” (Keynes, 1951: 7 –Prefacio-).

En la discusión con su futuro biógrafo, Keynes enfrentó serias oposiciones para


mostrar una brizna de simpatía por los mercantilistas y otros heterodoxos, en el
cuerpo de la Teoría general… . Sobre el tema, escribió el 3 de septiembre de 1935
a su alumna Joan Robinson: “Roy (Harrod) hace fuertes objeciones al capítulo 26
(que en la versión definitiva sería el 23), en el sentido de que es una tentativa
tendenciosa de glorificar imbéciles” (citado en Harrod, 1985: 528). La inclusión
final, no sólo en ese capítulo, constituye uno de los espacios menos leídos de la,
de suyo poco leída, Teoría general…. En los mercantilistas, en Malthus, en Marx y
los teóricos del subconsumo abrevó Keynes con una altamente diferenciada
atención, y con grados diferentes de reconocimiento a sus aportaciones; algo
distinto a la devoción que dispensó a la religión (no a la moral), propuesta por
George Edward Moore en sus Principia Ethica, aunque con intensidad
comparable.

VIII. 1.- EL MERCANTILISMO.

“El mercantilismo es, por lo tanto, el primer paso que da el nuevo Estado secular
en su camino hacia la realización cabal del liberalismo. Su aceptación es bien
natural. La acción de un gobierno fuerte ha asegurado la paz; ¿por qué no ha de
obtener también la prosperidad?” (Laski, 1939: 52).

65
La obra más reconocida sobre dicho periodo es la del profesor E. F. Heckscher, La
época mercantilista, editada por el Fondo de Cultura Económica en 1953. En ella,
se destacan cuatro características de ese pensamiento económico que son las
siguientes:

En primer lugar, destaca que los mercantilistas jamás imaginaron la existencia de


una tendencia hacia el ajuste automático de la tasa de interés que la estableciera
en el nivel adecuado. El problema de las altas tasas de interés lo percibieron como
el mayor obstáculo para el crecimiento de la ocupación y lo explicaron como
derivado de la cantidad de dinero y de la preferencia por la liquidez. Al procurar
aumentar la primera y disminuir la segunda, luchaban por el crecimiento de la
riqueza de la nación21: “La abundancia de dinero hace bajar el precio de la usura o
el tipo de interés […] El alto interés deprime el comercio, lo que hace a los
comerciantes ricos retirarse y colocar su acervo a interés y a los comerciantes de
menor importancia quebrar” (Heckscher, 1953: 644-646).

La segunda característica relevante del pensamiento mercantilista consiste en que


advirtió el sofisma de la baratura y los riesgos que implica una competencia
excesiva para que la relación de intercambio se convierta en adversa para una
nación. Heckscher cita a Gerald Maylnes en su Lex Mercatoria: “Procurad no
competir con otros malbaratando para daño de la república, con el pretexto de
aumentar el comercio; porque el comercio no aumenta cuando los bienes son muy
baratos, porque la baratura procede de la corta demanda y la escasez de dinero,
que hace las cosas baratas; de tal manera que lo contrario aumenta el comercio,
cuando hay abundancia de dinero y los bienes se vuelven más caros al ser
demandados” (Heckscher, 1953: 655).

La tercera característica del pensamiento mercantilista consistió en considerar el


miedo a los bienes y la escasez de dinero como causas de la desocupación. De
nuevo Heckscher cita a Clement Armstrong que, en escritos de 1530, formula: “La

21
Para calcular la tasa de interés (i), Keynes (y los mercantilistas) establece(n) la relación de la
cantidad de dinero (M) con la preferencia por la liquidez (Pl), tal que i = Pl /M. Al crecer M, Ceteris
paribus, disminuye i.

66
gran superabundancia de productos y mercancías de fuera importados todos los
años en Inglaterra no sólo ha determinado una penuria de dinero, sino que,
además, ha arruinado toda la industria que podría haber dado trabajo a un gran
número de personas del pueblo bajo, permitiéndoles sacar de ese trabajo dinero
para pagar sus alimentos y bebidas y que hoy se ven obligados a holgar o a vivir
de la mendicidad y del robo […] El pensamiento mercantilista mataba dos pájaros
de un tiro. De una parte, se desembarazaba el país de un sobrante de
mercancías, en el que, según se creía, radicaba la causa del paro forzoso y que
se reputaba perjudicial por todos los conceptos; de otra parte aumentaba la
cantidad de dinero existente en el país” (Heckscher, 1953: 569-570 y 624).

La cuarta característica es que no evadía la repercusión que el carácter


nacionalista de sus propuestas había de tener en la tendencia a promover la
guerra, al luchar por la ventaja nacional y por la fuerza relativa. Es
particularmente en este caso, donde el papel del Estado, necesariamente
intervencionista, adquiere la dimensión fundamental que, más tarde, durante la
época del amanecer de la economía política clásica, con Adam Smith en el origen,
se juzgará claramente estorbosa.

Un libro convicto de ser una indecencia por el Gran Jurado de Middlesex en la


tercera década del siglo XVIII y –casi simultáneamente- quemado en Francia, La
fábula de las abejas, de Bernard Mandeville, ofrece una brillante conclusión que,
de paso, ilustra lo que bien podría percibirse como la política mercantilista del
desarrollo:

“Por tanto, el único arte infalible para hacer a una nación feliz y lo que llamamos
floreciente, consiste en proporcionar a todos la oportunidad de trabajar; para
conseguir lo cual, el primer cuidado del gobierno debe ser promover tan gran
variedad de manufacturas, artes y oficios como el ingenio humano pueda inventar;
y el segundo, estimular la agricultura y la pesca en todas sus ramas, para obligar
igualmente a la tierra y al hombre a rendir el máximo de su capacidad; pues así
como la una es una regla infalible para atraer a una nación grandes multitudes de
gentes, la otra es el único medio de mantenerlas y alimentarlas. La grandeza y la

67
felicidad de las naciones deben esperarse de esta política y no de las frívolas
regulaciones de la prodigalidad y la frugalidad (que, según las circunstancias de
las gentes, tomarán el giro más conveniente); porque déjese que el valor del oro y
de la plata suba o baje, el bienestar de todas las sociedades dependerá siempre
de los frutos de la tierra y del trabajo de la gente; ambos juntos son un tesoro más
cierto, más inextinguible y más real, que el oro del Brasil o la plata de Potosí”
(Mandeville, 1729: 127)22.

VIII.2.- THOMAS R. MALTHUS Y LA DEMANDA EFECTIVA.

“Ricardo conquistó a Inglaterra de una manera tan cabal como la Santa Inquisición
a España. Su teoría no fue aceptada sólo por la City, los estadistas y el mundo
académico, sino que la controversia se detuvo y el punto de vista contrario
desapareció completamente y dejó de estudiarse. El gran enigma de la demanda
efectiva, con el que Malthus había luchado, se desvaneció de la literatura
económica. Ni una sola vez puede verse mencionado en cualquiera de los trabajos
de Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou, de cuyas manos ha recibido su mayor
madurez la teoría clásica. Sólo pudo vivir furtivamente disfrazada, en las regiones
del bajo mundo de Carlos Marx, Silvio Gesell y el mayor Douglas” (Keynes, 1956:
43).

La figura de Malthus, tanto o más polémica que la de cualquier otro economista a


lo largo de la historia, recibe una suerte de juicio salomónico por parte del
historiador del análisis correspondiente: “Marx derramó sobre él su corrosiva ira.
Keynes le glorificó. Tanto el vituperio como la apología descubren fácilmente sus
raíces de prejuicio. Marx –o el burgués laico que había en él- no odiaba nada tanto
como la ropa talar. Por otra parte, aunque no concedía crédito alguno a los
partidarios del libre comercio de los alimentos, tampoco trataba a los demás sino
con hiriente burla. Para Marx y, desde luego, para sus obedientes seguidores,
estos últimos no eran sino lacayos a sueldo de los terratenientes. Este modo de
liquidar la aportación de Malthus no es mejor que el método según el cual otros

22
Hay, en la traducción de esta cita, otro de los recurrentes errores de Eduardo Hornedo (Keynes,
1956: 347).

68
liquidan la de Ricardo basándose en que era judío, lacayo de “los intereses del
capital”. Pero la parcialidad de Keynes por Malthus, aunque moralmente
admirable, -pues son pocos los que ensalzan a un precursor, y Keynes estaba
convencido de que Malthus lo era suyo-, llega a extremos que no son mucho más
razonables que el odio de Marx” (Schumpeter, 1971: 540-541)23.

Tras evocar un intercambio epistolar entre David Ricardo y Thomas Malthus,


Keynes afirma: “No se puede salir de la lectura de esta correspondencia sin la
sensación de que la obliteración casi total de la línea de pensamiento de Malthus y
el completo dominio de la de Ricardo durante cien años han sido un desastre para
el progreso de la ciencia económica. Una y otra vez en estas cartas Malthus es la
voz del sentido común, cuya fuerza es incapaz de reconocer, con su cabeza en las
nubes, Ricardo […] ¡Si Malthus y no Ricardo hubiera sido el tronco del que brotó la
ciencia económica del siglo XIX, cuánto más sabio y rico sería hoy el mundo!”
(Keynes, 1933: 144 y 146).

El 16 de julio de 1821, Malthus escribió:

“Respecto del asunto que ahora discutimos, parece como si nunca hubiéramos de
comprendernos bien, y casi desespero de poder explicarme alguna vez cómo es
posible que, después de leer los dos primeros párrafos de la primera sección de
mi último capítulo, todavía “entiende Ud. que yo digo que si se pone en acción una
gran capacidad productiva, el resultado será desfavorable a los intereses de la
humanidad”. De modo expreso digo que mi objeto es mostrar cuáles son las
causas que ponen en juego la capacidad de producción; y si recomiendo una
cierta proporción de consumo improductivo, es evidente que lo hago con la
expresa y única finalidad de proporcionar el motivo necesario para la máxima
producción continua. Y creo, además, que esta cierta proporción de consumo
improductivo, que varía de acuerdo con la fertilidad del suelo, etc., es en absoluto
necesario e indispensable para poner en movimiento los recursos de un país…

23
“… partiendo de su condición de oruga de los estudios de la moral y de crisálida de historiador,
pudo finalmente extender las alas de su pensamiento y estudiar el mundo como economista”
(Keynes, 1933: 177).

69
Ahora bien, uno de los motivos más esenciales de producción es que los
responsables de la actividad industrial reciban una parte adecuada de lo que se
produce. Pero Usted mismo admite que un gran ahorro temporal, que se inicie
cuando las utilidades son suficientes para estimularlo, puede ocasionar tal división
del producto que no dé motivo para aumentar más la producción. Y si no se llama,
con propiedad, estancamiento a un estado de cosas en el cual no hay motivo,
durante cierto tiempo, para aumentar más la producción, no sé cómo pueda
llamársele; en particular cuando este estancamiento dejará sin trabajo, de modo
inevitable, a la próxima generación. Sabemos por experiencias repetidas que el
precio en dinero del trabajo no baja nunca hasta que muchos obreros han estado
parados por algún tiempo. El problema consiste en si este estancamiento de
capital y el subsiguiente de la demanda de trabajo, que origina el aumento de
producción si a la vez no hay un consumo improductivo adecuado de parte de los
terratenientes y capitalistas, puede producirse sin perjuicio para el país y sin
ocasionar una disminución de la felicidad y riqueza, como hubiera ocurrido si el
consumo improductivo de aquéllos hubiera estado en tal proporción con el exceso
natural de la sociedad que no se hubieran interrumpido los móviles de la
producción y se hubiera evitado, en primer lugar, una demanda anormal de
trabajo, y luego una disminución necesaria y repentina de la misma. Pero si esto
es así, ¿cómo puede decirse que la frugalidad puede ser perjudicial para los
productores, aunque pueda no serlo para el estado, o que un aumento de
consumo improductivo entre los terratenientes y capitalistas no pueda ser, algunas
veces, remedio apropiado para un estado de cosas que fracasan los móviles de la
producción?” (Malthus, 1946 [1820]: XXXVI-XXXVII).

En la lógica malthusiana, la demanda efectiva es, ni más ni menos, la variable


explicativa de la riqueza: “La riqueza general, lo mismo que determinadas partes
de ella, vendrá en todos los casos tras una demanda efectiva. Siempre que haya,
una gran demanda de mercancías, es decir, siempre que el total de ellas pueda
comprar una cantidad mayor de trabajo tipo que antes, sin que se requiera para
producirlas más valor de capital, tendremos los mismos motivos para esperar un
aumento general de la producción de mercancías que un aumento de oferta de

70
determinadas mercancías cuando sube su precio de mercado sin un alza
proporcional en su costo de producción en dinero. Y, por otra parte, siempre que
baje el valor de la producción de un país, calculado por el trabajo que con ella se
puede comprar, mientras que el valor de los anticipos es el mismo, disminuirá el
poder y el deseo de emplear trabajadores, y se detendrá durante algún tiempo el
aumento de la producción” (Malthus, 1946 [1820]: 305). Con la diferenciación entre
valor y riqueza, producción y realización, resulta evidente la paternidad
malthusiana de esa significativa intuición: la demanda efectiva.

VIII. 3.- MARXISMO DECIMONÓNICO.

Con notable antelación a la propuesta keynesiana, y de manera aún más

esquemática, Carlos Marx –quien fallece el mismo año en que nació J. M. Keynes

(1883)- analiza los componentes, las tres figuras, de lo que denominó el proceso

cíclico del capital; esta relevante aportación que, como se desprende de sus

resultados, es una clara negación de la llamada Ley de Say, comienza con la

forma dineraria del capital (D), asumiendo que el dinero es capital si, y sólo si, se

metamorfosea en dos formas específicas de mercancía (M) que son los medios

productivos en un sentido amplio (instalaciones, maquinaria, materias primas) y la

fuerza de trabajo; hasta aquí, los ciclos del capital se verifican en la esfera de la

circulación, constituyendo un simple intercambio de las mercancías D–M. A partir

de este momento, se interrumpe la circulación y se inicia una nueva metamorfosis,

en la que el capital toma una forma productiva (P), de manera que: D-M...P; éste

es el proceso productivo en el que las mercancías medios productivos y la fuerza

de trabajo que se le asocia, conforman una función producción comandada por el

capitalista y en la que una parte del trabajo es impaga y apropiada por el mismo

capitalista. De la forma productiva (P), resulta una nueva mercancía, distinta a

71
aquellas que la hicieron posible y que contiene una magnitud de valor mayor que

M y conforma el inventario de la producción (M´) que habrá de volver a la

circulación para intercambiarse por otra magnitud dineraria (D´), también, por

lógica, mayor que D:

D-M... P-M´-D´24; el hecho de que M´>M y, consecuentemente, que D´>D,

demuestra lo desatinado de la conocida, e inútil, Ley de Say y permite ver que,

donde la economía clásica vio una puerta hacia el pleno empleo, Marx descubriera

la mecánica de las llamadas crisis de realización del valor. Estos ciclos

demuestran también, que –en la lógica marxista- el capitalismo es un sistema que

produce mercancías por medio de mercancías, que son las células con las que

funciona.

En la vinculación entre las categorías marxistas, especialmente las

correspondientes al esquema de reproducción ampliada y los agregados

keynesianos, y gracias a las aportaciones de Shigeto Tsuru, tenemos una relación

extraordinariamente estrecha, por lo que hace a ambas interpretaciones del

sistema económico y de sus vulnerabilidades: Tsuru agrega los dos sectores de la

elaboración de Marx (producción de bienes de capital y producción de bienes de

consumo), en un solo capital constante (C), y otro variable (V), al tiempo que suma

y desagrega la plusvalía, en función de su destino: para consumo de los

capitalistas (Pc), para capital constante adelantado (Pac) y para capital variable

adelantado (Pav). De la suma de todos los componentes proviene el producto (W):

• C + V + Pc + Pac + Pav = W

Karl Marx Fiedrich Engels, Las metamorfosis del capital y el ciclo de las mismas, en El capital,
24

Tomo II / Vol. 4, Siglo veintiuno Argentina editores, S. A., México, 1976, pp. 29-142.

72
Veamos la relación con los agregados keynesianos:

• Consumo = W- (C + Pac) = V + Pc + Pav

• Inversión = Pac + Pav

• Costo de uso = C – Pav

• Ahorro = (C + Pac) – (C – Pav) = Pac + Pav; es decir, igual a la inversión;

• Ingreso Nacional= W – (C – Pav) = V + Pc + Pac + Pav + Pav

El capital variable adelantado aparece en dos ocasiones, al formalizar al Ingreso

Nacional: primero, como inversión y, segundo, como consumo proletario (Tsuru,

1945: 397-406). Ésta, digamos, estrecha cercanía entre ambos análisis, permite

abrigar grandes sospechas respecto a la indisposición de Keynes por mostrar una

brizna de simpatía por los padres fundadores del marxismo, tal como se lo

comunicó a su amigo George Bernard Shaw, en carta fechada el 1º de enero de

1935:

“De los dos, prefiero a Engels. Puedo darme cuenta que inventaron cierto método

y una manera abominable de escribir, caracteres ambos que sus sucesores han

conservado con fidelidad. Pero si me dice usted que descubrieron una clave para

el rompecabezas económico, sigo sin comprender, pues no puedo descubrir en

ellos nada que no sea un afán anacrónico de controversia ... Creo que estoy

escribiendo un libro de teoría económica que revolucionará en gran parte –no en

seguida, supongo yo, pero sí durante los próximos diez años- el modo de pensar

del mundo sobre los problemas económicos” (Citado en Harrod, 1951: 463).

En numerosos aspectos de su vida y de su obra, Keynes se mostró notablemente

ambiguo, y así aconteció con las interpretaciones que de él hicieron no pocos de

73
sus seguidores, ya para divulgar un keynesianismo altamente comedido y

conformista con los postulados de la economía clásica (keynesianismo bastardo,

le llamaría Joan Robinson), ya para alumbrar una prole, más bien escasa, de

keynesianos de izquierda. Entre estos últimos, la misma señora Robinson se

define como “… la primera gota que cayó en la tinaja con la etiqueta

<<keynesianos de izquierda>>. Además, en la actualidad constituyo una

proporción importante del contenido de la tinaja, ya que buena parte del resto se

ha ido evaporando” (Robinson, 1976b: 348).

VIII.4.- LOS TEÓRICOS DEL SUBCONSUMO.

¿Puede la desigualdad afectar la marcha económica?; ¿no es, acaso, una


característica definitoria del capitalismo? En su extraordinario Tratado sobre los
ciclos económicos, James Arthur Estey describe el factor común que comparten
los diversos y diferenciados teóricos del subconsumo: “La causa fundamental de
las crisis y las depresiones periódicas es la incapacidad de los consumidores para
adquirir productos de la industria a precios que cubran sus costos. Lo que produce
las interrupciones periódicas en la industria es la incapacidad de los productores,
no para continuar la producción (no hay ninguna prueba de falta de aptitud o de
capital), sino para encontrar una salida, a precios lucrativos, para sus artículos”
(Estey, 1960: 248).

La dificultad que acompaña a la descripción de estos cuerpos teóricos suele


asociarse con la debilidad de sus aspiraciones científicas y la que se hace visible
en las credenciales profesionales de buena parte de sus animadores. De otro lado,
la simplicidad y lógica de sus explicaciones les convierte en admisibles, de fácil
aceptación. Ello hace comprensible su notable impacto en buena parte de las
medidas fiscales, y de otras medidas redistributivas que les escoltaron, durante el
Nuevo Trato.

74
Para Estey, existe un espectro de teorías del subconsumo de muy diferenciada
calidad científica que, en su condición de mayor ingenuidad (el teorema A más B,
por ejemplo), parten de suponer que hay costos de la producción que, al tiempo
que se cargan a los precios de la oferta industrial, no representan pago alguno a
los consumidores. Es el caso de los fondos para la depreciación, renovación y
otras reservas, con los que el mayor C. H. Douglas ofrece la teoría más ingenua
del subconsumo, por cuanto los recursos que se reservan no habilitan como
ingreso a los consumidores y, al ser un costo, sí forma parte del precio de una
oferta industrial que, por esta razón, no podrá realizarse:

“Douglas clasifica en dos grupos todos los pagos hechos por una organización
económica:

Pagos A, hechos a los individuos, como sueldos, salarios o dividendos; y pagos B,


hechos a otras organizaciones por maquinaria, materias primas, intereses sobre
préstamos bancarios, etc.

Los pagos A constituyen la corriente de poder de compra; los pagos B no forman


parte de ella. Tanto A como B son costos y entran en el precio. Por eso el precio
es igual a A más B, pero el poder de compra es igual a A. En consecuencia, hay
una deficiencia del poder de compra igual a B y, a menos que se reponga, la
producción debe cesar” (Estey, 1960: 251).

Aunque el punto de partida es parcialmente cierto por cuanto estos fondos


reservados solo se gastarán tras el crepúsculo de los bienes de inversión
empleados en el presente, el panorama de la actividad industrial en su conjunto
permite advertir que en todo momento las reservas de ayer se están ejerciendo, al
tiempo que la teoría económica convierte al consumo en una función del ingreso
neto (el ingreso bruto menos las depreciaciones). El asunto relevante, no tan
ingenuo, es que el fondo para la depreciación es el resultado de un cálculo
económico, no de un ejercicio de contabilidad, en el que juega su papel la
incertidumbre para la elaboración de previsiones sobre los precios futuros de los
bienes de inversión. Un exceso de prudencia financiera, que amplíe la diferencia

75
entre ingreso bruto e ingreso neto, habrá de afectar adversamente al consumo. Sí
hay ingenuidad (al ubicar el problema en un sitio distinto a aquel en el que
realmente está), pero no tanta.

Se dispone de una teoría mucho más atendible, la del ahorro excesivo, que Foster
y Catchings popularizaron en los Estados Unidos. Estey ofrece esta sucinta
exposición: “La sociedad no gasta todo su ingreso; parte habrá de ser ahorrado.
Parte lo ahorra la misma industria, pues no todo el valor del producto de la
industria se distribuye en forma de ingresos; parte se retiene para aumentar el
equipo productivo. De lo que se distribuye en ingresos, una parte también se
ahorra. Estos ahorros, a través de los bancos y emisiones de valores, regresan a
la industria, donde son invertidos, es decir, son usados para la compra de equipo
productivo, o sean los medios para producir más bienes” (Estey, 1960: 255).

La magnitud del ahorro de los consumidores y de los productores origina una


deficiencia del poder adquisitivo de todos frente a la cantidad de bienes ofrecidos
para su venta, que crecerá a mayor velocidad que el consumo. El diferencial entre
demanda y oferta, a favor de la segunda (Z > D), debe provocar una deflación que
–con arreglo a la teoría cuantitativa de la moneda- solo se podrá exorcizar con un
incremento más que proporcional de la oferta monetaria. El problema no
encuentra solución en la expansión y abaratamiento del crédito bancario (la
disponibilidad de dinero fácil), en la medida en que, preferentemente, el uso que
permitirá su amortización se halla del lado de la producción y no en el del
consumo, con lo que el diferencial propiciatorio de la deflación se verá
incrementado con la expansión del crédito. La propensión al ahorro, aunque para
Keynes es un residuo que depende de la propensión marginal a consumir, origina
crisis y depresión o, como preferían plantearlo estos autores, origina el dilema del
ahorro.

El papel estelar, entre los teóricos del subconsumo, pertenece al inglés J. A.


Hobson. Para él, el sistema económico sufre de un ahorro excesivo como una
lamentable normalidad que deriva de la desigual distribución del ingreso que se

76
encuentra en todas las sociedades industriales. El capitalismo produce pocos
ricos, muy ricos y muchos pobres, muy pobres.

“… estos ingresos desiguales no se gastan todos en el mismo grado. Los hechos


reales muestran que, mientras los pobres gastan la mayoría de sus ingresos, los
ricos ahorran más y más. La evidencia muestra no sólo que el grueso de los
ahorros proviene de los ingresos más altos, sino que el porcentaje ahorrado
aumenta al aumentar el ingreso. De acuerdo con Hobson, este aumento del ahorro
con el ingreso es el resultado natural e inevitable de la situación de las personas
ricas, particularmente de las muy ricas. La sociedad moderna tiene una clase de
personas, pequeña en su número, pero muy importante por el ingreso que recibe,
que se encuentra en tan buena situación que no puede encontrar la forma de
gastar todos sus ingresos. Puede tener los gustos más refinados –casas
elegantes, ejércitos de criados, yates, propiedades y todos los avíos elaborados
del lujo moderno-, sin embargo, están completamente incapacitadas para gastar
los ingresos continuamente crecientes de que “disfrutan”. De esta manera
tenemos la situación paradójica de que, mientras aquellos que están en el otro
extremo de la escala de ingresos les agradaría consumir, sin poderlo hacer, los del
otro extremo tienen la capacidad de consumir, pero no el deseo” (Estey, 1960:
259).

En opinión de Hobson, la metamorfosis de los fondos ahorrados en inversión


habrá de imprimir mucha mayor velocidad al crecimiento de la oferta, frente al que
experimenta la demanda, con lo que la llegada de una crisis de realización se hará
inevitable. Al tiempo que Keynes está de acuerdo en la conveniencia de reducir la
desigualdad socioeconómica, como el mejor remedio para este y otros problemas
del capitalismo, discrepa de Hobson en que los fondos invertidos sea mayor
problema que los ahorrados: “No creo que pueda suscribir la doctrina del
subconsumo de Hobson. Pero estoy de acuerdo con la noción, que quizá es
similar a la suya, de que la prosperidad es acumulativa. Si en las circunstancias
existentes podemos hacer algo, ortodoxo o no ortodoxo, para estimular la
demanda, desde cualquier parte, esta demanda requerirá un aumento en la oferta,

77
que a su vez mantendría e intensificaría la demanda, y así en adelante. Pero todo
esto no es lo que Hobson tiene en mente, creo”, escribió a Brailsford, el 27 de
octubre de 1926 (citado en Skidelsky, 2013: 528-529). Desde aquí, se va
prefigurando la pertinencia que tendrá para Keynes una trascendente reforma
del pensamiento económico: el enunciado de la Ley de Say, pero al revés.

IX.- EL CICLO ECONÓMICO.

“El mundo no está gobernado desde lo alto de tal manera que los intereses

privados y de la sociedad coincidan siempre. No está administrado aquí abajo de

tal manera que coincidan prácticamente. No es una deducción correcta de los

principios de la economía que el interés personal opera siempre para el interés

público” (Keynes, 1926 [1963]: 312).

La vulnerabilidad del sistema económico al tránsito frecuente del auge a la crisis

se produce, en parte, en la misma condición humana que incluye a los espíritus

animales (el impulso espontáneo e irracional que prefiere la acción a la inacción -

Chang, 2014: 107-), en parte, también, a la dominancia de una teoría económica

que no puede preveer la cercanía, o la misma posibilidad, de las crisis y, en otra

parte, a la dinámica misma de las categorías del propio sistema (una alta eficacia

marginal del capital habrá de producir una baja eficacia marginal del capital).

Para Keynes, la inversion marca el paso. Responde a la rentabilidad que se

estima para toda la duración de los bienes de inversion y, por ello, conforma la

más inestable utilización de la parte del ingreso que excede al consumo. La

mecanica es la siguiente: En el camino hacia el auge, con una alta eficacia

marginal del capital (r), crecerá la inversion (I) y, por el efecto multiplicador, la

ocupación (N), el ingreso (Y) y, menos que proporcionalmente (y con tendencia a

78
la disminución), el consumo (C), con un crecimiento perceptible del ahorro (S); el

incremento en la demanda de los bienes de inversion presionará al alza de su

precio de oferta (ɅPO), mientras que la elasticidad de la producción y de

sustitución de los bienes producidos elevará su oferta y reducirá el flujo de

benefición esperados (VBE), de lo que resultará una disminución de la eficacia

marginal del capital (hasta acercarse a la tasa de interés) que habrá de

desencadenar una redución de la inversion, con un efecto multipicador negativo

que producirá la disminución de la ocupación, del ingreso y un incremento (como

proporción de ese ingreso disminuido) del consumo, con lo que se reiniciará la

recuperación del sistema económico. La interpretación keynesiana del ciclo

económico tiene una coincidencia –en el origen- con el punto de partida de las

elaboraciones de Hobson: la profunda desigualdad en la distriubución del ingreso

que origina el subconsumo.

Keynes critica la propuesta de su contemporáneo Dennis H. Robertson (1890-

1963), quien percibe al ciclo como un estado anormalmente fuerte de la inversion,

como sobreinversión que resulta de una tasa de interés muy baja. El término es

inapropiado, por cuanto describe una situación de incremento de la inversion en

una etapa posterior al pleno empleo, del todo infrecuente; si cabe, la solución

(elevar la tasa de interés) es peor, por cuanto “… pertenece a esa clase de

remedios que curan la enfermedad matando al paciente” (Keynes, 1951: 310). La

llegada al auge desencadenará la crisis; por ello, Keynes propone que, en el

camino al primero, se mantenga lo más baja posible la tasa de interés y que, con

la ampliación del espectro de ramas rentables, se construya una situación de

79
semiauge (una línea horizontal paralela –y mucho más alta- a la tasa de interés),

que evite la crisis.

En las crisis, lejanas y recientes, la irracionalidad de los agentes también ha

jugado su papel. La participación de colectividades abandonadas a las actividades

especulativas históricamente ha sido fundamental en el surgimiento, duración y

profundidad de las crisis; aunque muy difícilmente en su superación. Keynes lo

expresó claramente: “Una valoración convencional que se establece como

resultado de la psicología de masa de un gran número de individuos ignorantes

está sujeta a modificaciones violentas debidas a un cambio violento en la opinión

como consecuencia de factores que en realidad no significan gran cosa para el

rendimiento probable, ya que no habrá motivos de convicción fuertemente

arraigados para mantenerla con firmeza” (Keynes, 1951: 141).

IX.1.- CICLO Y ESPÍRITUS ANIMALES EN LA HISTORIA ECONÓMICA.

¿Qué comportamiento colectivo facilitó el abandono a las orgías especulativas? El

tema, fundamental en el análisis de las crisis, no es nuevo en absoluto. Ya desde

1841, Charles Mackay reclamaba la falta de previsión respecto al frenesí

avaricioso de naciones completas, en los casos de El proyecto Misisipí (sic), La

burbuja de la South Sea Company y La tulipomanía o manía de los tulipanes

(Mackay, 2009:143 pp.) Muchos años después, John K. Galbraith volvió sobre el

tema y, a partir de los casos analizados por Mackay, lo amplió hasta la revisión de

la conducta colectiva durante crisis más recientes (Galbraith, 2009: 141 pp.).

Robert Shiller, en los años recientes, ha intentado explicar, primero en lo

80
individual, la vertiente psicológica de las crisis (Shiller, 2003: 330 pp.), y en el

mismo 2009 y al lado de George A. Akerlof, ofreció una espléndida actualización

del tema (Akerlof y Shiller, 2009: 327 pp.).

La recurrencia de conductas económicas irracionales, sólo parcialmente se explica

en los engaños y propaganda de los instrumentos con los que se originan e inflan

las burbujas. Parece existir, en la condición humana, un invencible apetito de

enriquecimiento veloz, cómodo y sencillo, en cuya búsqueda toda la experiencia

acumulada recurrentemente se vuelve prescindible. Veamos, en dos ejemplos,

cómo describe Mackay ese abandono; primero, entre 1719 y 1720, en el caso de

lo que él denominó El proyecto de la Compañía del Misisipí:

“Tanto las clases altas como las bajas tenían una perspectiva única de riqueza sin

límites. No había nadie de renombre entre la aristocracia, con las excepciones del

duque de Saint-Simon y el mariscal Villars, que no estuviera metido en el negocio

de compraventa de acciones. Gente de toda edad, sexo y clase social especulaba

con las subidas y bajadas de los títulos del Misisipí. La Rue de Quincampoix era el

punto de encuentro principal de los corredores y, como era una calle estrecha e

incómoda, continuamente ocurrían accidentes en ella a causa de la tremenda

presión de la multitud. Sus casas, cuyo alquiler solía costar mil libras al año en

épocas normales, reportaban ahora unos ingresos de doce a dieciséis mil libras.

Un zapatero remendón, que tenía allí un puesto, ganaba unas doscientas libras

diarias alquilándolo y suministrando material de escritorio a los corredores y sus

clientes. La historia asegura que un jorobado ganaba sumas considerables en la

calle ¡alquilando su joroba como escritorio para especuladores impacientes! La

gran afluencia de personas que se reunían allí para hacer negocios atrajo una
81
afluencia aún mayor de espectadores. Y éstos, a su vez, atrajeron al lugar a todos

los ladrones y gentes de mal vivir de París, de modo que continuamente se

producían alborotos y peleas. Al anochecer solía ser necesario enviar una patrulla

de soldados para despejar la calle” (Mackay, 2009: 31-32).

En Gran Bretaña, a partir de 1720 y en el caso de la South Sea Company, las

cosas no eran muy distintas:

“Parecía entonces que todo el mundo se había convertido en corredor de Bolsa.

Exchange Alley se encontraba todos los días bloqueado por la multitud y no se

podía transitar por Cornhill a causa del gran número de carruajes. Todos iban allí a

comprar acciones. <<Cada tonto aspiraba a ser un granuja>>, en palabras de una

balada publicada en la época y cantada por las calles (“Una balada del Mar del

Sur”):

Entonces aparecieron estrellas y ligas

Entre la chusma más vil

Comprar y vender, ver y escuchar

Los judíos y gentiles se pelean

Las damas más importantes allá iban

Y viajaban en carrozas cada día

O empeñaban sus joyas por una cantidad

Para jugar en la Bolsa.

La insaciable sed de ganancias que afligía a todas las capas de la sociedad no

podía ser saciada ni siquiera por los Mares del Sur” (Mackay, 2009: 81).

Shiller ofrece una explicación de la metamorfosis de conductas racionales,

especial aunque no exclusivamente en materia económica, en sus opuestas. Este


82
autor se dedica a examinar diversas explicaciones de la conducta humana

subordinada a ciertas externalidades por las que, prescindiendo de su libre

albedrío, incurre en comportamientos irracionales. La propuesta de presión de

grupo, apoyada en el experimento de Solomon Asch –donde un grupo de siete a

nueve personas, en el que todas menos una se habían entrenado previamente

para ofrecer las mismas siete respuestas equivocadas a doce preguntas,

obligando a que el no coludido las escuchara antes de formular las suyas; en uno

de tres casos, el sujeto de experimentación cedía y daba las mismas respuestas

equivocadas del grupo cómplice-; la del complemento a ésta, ofrecida por Deutsch

y Gerard –para quienes el sujeto de Asch reaccionó a la información que indicaba

que un grupo numeroso de gente había llegado a una conclusión distinta a la suya

y que, por su tamaño y unanimidad, no podía estar equivocado-; la de Stanley y

Milgram –en la que el sujeto adopta la conducta del rebaño por el poder de la

autoridad (experto)25 que envía órdenes cuyo cumplimiento es más conveniente

que no hacer nada o hacer otra cosa- y que sugiere que la humanidad ha

aprendido a confiar en la autoridad que considera legítima: “Si tenemos en cuenta

los comportamientos observados por Milgram y Asch, no habrá de sorprendernos

que tantas personas acepten la autoridad de otras respecto a la valoración del

mercado, entre otras cosas. Es probable que, en esta área, la mayoría de la gente

confíe menos en su propia opinión de lo que los sujetos de experimentación

confiaban en las pruebas que tenían ante los ojos: la longitud de una línea trazada

25
En este experimento, el sujeto debía administrar descargas eléctricas a una persona sentada a
su lado (cómplice del experimento); no había tales descargas, pero el cómplice fingía recibirlas y
experimentar gran dolor. A pesar de ello, cuando el profesional ordenaba la continuación de las
descargas, la mayoría de los sujetos del experimento le obedecía.

83
sobre una tarjeta o el dolor experimentado por una persona sentada junto a ellos”

(Shiller, 2003: 192).

En la conducta colectiva, las cascadas de información juegan un papel

fundamental. El ejemplo clásico de la formación de tales cascadas es el relativo a

la elección de un restaurante entre dos disponibles, en la misma calle. Sólo el

primer cliente enfrentará intuitivamente y en soledad la necesidad de elegir entre

ambos que están vacíos; a partir de él, que involuntariamente se convierte en

referente, el resto de clientes preferirán ingresar al establecimiento que tenga

algún o algunos comensales, sin evidencia disponible de la calidad que ambos

ofrecen (se podría estar eligiendo, a partir de esta “información”, al peor de los dos

sin que los clientes lo supieran). El método, extraordinariamente elemental y

recurrente, consiste simplemente en seguir a otros.

Para el caso de los mercados financieros, el camino preferente por el que se sigue

a otros es el más antiguo y simple de la interacción humana: la comunicación boca

a boca. Veamos los ejemplos propuestos por Shiller:

“En un estudio realizado en 1986, John Pound y yo intentamos averiguar qué era

lo que primero atraía a los inversores particulares. Enviamos por correo un

cuestionario a un grupo escogido al azar y pedimos que recordaran a qué

empresa pertenecían las últimas acciones que habían adquirido. Luego

preguntamos: “¿Qué fue lo primero que le llamó la atención de esta compañía?”.

Sólo el 6 % de los individuos consultados mencionó revistas o diarios. La mayoría

de las respuestas citaron fuentes que necesariamente implicaron comunicación

interpersonal directa. Aunque la gente lea mucho, la comunicación interpersonal

ejerce mayor influencia sobre su atención y sus actos.


84
En lo que respecta a las inversiones, el poder de la comunicación interpersonal

boca a boca ha quedado demostrado por el trabajo de las unidades de vigilancia

de mercados en las Bolsas y dentro de la Comisión de Bolsas de valores. La

misión de estas unidades de vigilancia es detectar transacciones internas, y para

ello rastrean todas las comunicaciones ocurridas entre inversores particulares. Por

ejemplo, los resultados revelaron cómo se inició una serie de comunicaciones

boca a boca en mayo de 1995, cuando una secretaria de IBM recibió la orden de

fotocopiar documentos que contenían referencias a la ultrasecreta adquisición de

Lotus Development Corporation por parte de esa empresa, transacción que debía

ser anunciada el 5 de junio de ese mimo año. La mujer solo se lo comentó a su

marido, un televendedor. El 2 de junio él se lo dijo a otra persona –un compañero

de trabajo que compró acciones dieciocho minutos después de haberse enterado-

y luego a un amigo –un técnico de ordenadores que inició una serie de llamadas

telefónicas-. Cuando finalmente se realizó el anuncio el 5 de junio, veinticinco

personas vinculadas a esta célula de comunicación boca a boca habían invertido

medio millón de dólares en acciones. Entre ellos había un cocinero, un ingeniero

electrónico, un ejecutivo bancario, un distribuidor mayorista de productos lácteos,

una ex docente, una ginecóloga, una abogada y cuatro corredores de Bolsa.

Queda demostrado que la comunicación boca a boca puede funcionar a gran

velocidad y entre grupos sociales dispares” (Shiller, 2003: 194-195).

El tema de la metamorfosis de comportamientos colectivos racionales en sus

opuestos tiene relevancia por el papel de variables explicativas de las

inestabilidades, no siempre visibles, que subyacen en el capitalismo. Su examen

es necesario, no sólo en atención a sus más extravagantes expresiones –como la


85
disposición a embaucarse, durante el siglo XVIII en Inglaterra, en la creación de

Una compañía para llevar a cabo una actividad muy provechosa, pero que nadie

debe saber en qué consiste26-, sino por constituir una causa principal de las

fluctuaciones del sistema económico. A estos excesos, presentes en la naturaleza

humana- los gobiernan espíritus animales (motivos no económicos y conductas

irracionales) que transitan de estados de ánimo irresponsablemente optimistas a

verdaderas oleadas de pesimismo y… pánico.

En la Teoría general… Keynes descubrió la presencia de los espíritus animales y,

lo que quizá sea más importante, la forma de contrarrestarlos con la intervención

del gobierno. Las diversas reacciones conservadoras que cuestionaron (y

cuestionan) el legado de Keynes, más las elaboraciones de quienes pretendieron

acercarle a la teoría estándar, exorcizaron, casi por decreto, a tales espíritus y,

desde hace más de treinta años, con el thatcherismo del Reino Unido y el

reaganismo estadounidense, reivindicaron el credo en el mercado, originando los

problemas que ya no tan recientemente agobian al capitalismo.

Un elemento fundamental en el inicio de las burbujas especulativas, en la fase A,

expansiva, del ciclo económico es el de la confianza, como expresión de los

espíritus animales, con arreglo a la interpretación que, de ella, hace Roland

Benabou, en su Groupthink: Collective:

“El concepto de confianza corresponde a un estado psicológico de la gente en que

ésta no utiliza lo suficiente la información disponible. Es demasiado confiada y su

26
Charles Mackay, Delirios populares extraordinarios y la locura de las masas, op. cit., p. 85. El
promotor obtuvo la suscripción, en un solo día, de más de mil acciones (2 libras esterlinas por
suscripción) y marchó al continente la misma tarde. Nunca más se supo de él. Loc. cit.

86
estado de ánimo la impulsa a invertir en exceso” (Citado en Akerlof y Shiller, 2009:

33 n.).

Como puede apreciarse, la confianza deviene fe, término que sobrepasa lo

racional y que, por ello, corresponde a una forma optimista de espíritu animal. La

importancia de esta cuestión a la hora de adoptar decisiones de inversión

difícilmente puede exagerarse: “La mayoría de las decisiones que tomamos, y

sobre todo algunas de las más importantes de nuestra vida, las tomamos porque

<<nos parecen bien>>” (Akerlof y Shiller, 2009: 35).

La confianza irracional tiende a encontrar, en el llamado lado oscuro de los

espíritus animales, un complemento retroalimentador, montado en la corrupción y

la mala fe, que opera como una suerte de efecto multiplicador de la confianza y

que no estuvo previsto ni por Keynes ni por el resto del Grupo de Bloomsbury, al

menos durante sus años de acercamiento a George Moore:

“No me ocupo, sin embargo, del hecho de que ese aspecto de nuestro código (el

inmoralismo) fuera escandaloso. No lo hubiera sido menos si hubiéramos tenido

absoluta razón. Lo que más importa es que, según pienso ahora, se apoyaba en la

endeble base de una visión a priori, desastrosamente equivocada, de lo que es y

parece ser la naturaleza humana, tanto la nuestra como la de otros […]

repudiábamos todas las versiones del pecado original, de la presencia en la mayor

parte de los seres humanos de veneros morbosos e irracionales de maldad”

(Keynes, 1949: 369).

Un claro ejemplo de este complemento perverso, está contenido en las

ocupaciones de Charles Ponzi, el más célebre impulsor de los fraudes

piramidales, durante los años veinte del siglo pasado:


87
“El fraude de Ponzi incita a los primeros inversores –a los que supuestamente ha

hecho ganar enormes sumas de dinero- a comentar sus éxitos financieros a otra

ronda de inversores, quienes a su vez invierten en el fraude y posibilitan que el

estafador pueda pagarle a la primera ronda de inversores, cuyos triunfos atraen

cada vez más inversores, y así sucesivamente. Tarde o temprano, el fraude debe

llegar a su fin porque la oferta de inversores no es inagotable, y el estafador lo

sabe. Lo mejor que podría pasarle es desaparecer de la escena sin haberle

pagado a la última y más grande ronda de inversores, y luego escapar de la mano

de la ley” (Shiller, 2003: 98-99).

IX.2.- LA GRAN RECESIÓN.

Con los ingredientes dispuestos, víctimas, victimarios y tolerancia gubernamental,

es necesario recorrer la historia de la crisis en curso, destacando las más

relevantes variables explicativas del actual estado de cosas:

“Desde finales de la década de 1990 hasta el año 2006, los precios de la vivienda

en Estados Unidos se dispararon, sobre todo en mercados como Boston, Las

Vegas, Los Angeles, Miami y Washington D. C. Esta burbuja inmobiliaria se ha

asociado al incremento masivo de los préstamos para hipotecas subprime, que en

el mercado hipotecario pasó de un simple 5 % a un 20 %, aproximadamente, con

un total de 625 mil millones de dólares.

Los préstamos para hipotecas subprime se convirtieron en una nueva gran

industria cuya regulación no era la adecuada. Reemplazaron a los programas

gubernamentales que concedían créditos a prestatarios con rentas bajas bajo

auspicios de la Administración Federal para la Vivienda y la Administración de

Veteranos. Bajo la influencia de la era Reagan, con su fe en soluciones


88
procedentes de mercados privados, se dejó que decayeran los programas del

gobierno, que se habían regulado a conciencia para que beneficiaran a los

propietarios de las viviendas, mientras se estimulaba el florecimiento de empresas

privadas que ofrecían servicios similares (pero con tipos de interés elevados o que

iban a sufrir un incremento en fecha posterior).

Por desgracia, muchos prestamistas de hipotecas subprime concedieron hipotecas

que no eran adecuadas para sus prestatarios. Anunciaron a bombo y platillo unos

pagos iniciales reducidos que a menudo encubrían unos tipos de interés mucho

más elevados que se aplicarían más adelante. Los prestamistas tuvieron mucho

éxito concediendo este tipo de créditos a personas vulnerables, de poca formación

y mal informadas. Aunque este comportamiento quizá no sea ilegal, creemos que

los casos más destacados merecen la calificación de corruptos.

En general, estos fabricantes de hipotecas no creían en sus propios productos y

deseaban deshacerse de ellos cuanto antes. Esto fue posible, a su vez, gracias a

los cambios radicales que se estaban produciendo en los métodos con que se

concedían y financiaban las hipotecas. Antes, las entidades que concedían

hipotecas, como las Sociedades de Ahorro y Préstamos, eran las mismas que las

financiaban. Pero el mercado había experimentado un cambio y entonces, las

entidades (corredores hipotecarios, bancos u otras instituciones de ahorro) que

ofrecían hipotecas pocas veces las mantenían en cartera si no que las vendían.

En realidad, solían reagrupar en paquetes las operaciones que contrataban

mediante una gran variedad de modalidades. En esta reagrupación en paquetes,

los diferentes tramos de las hipotecas se solían agrupar y se vendían en

fracciones muy variadas. Igual que los tenderos espabilados habían descubierto
89
que podían hacer un buen negocio vendiendo un pollo a trozos, los mercados

financieros se habían dado cuenta de que era posible vender las hipotecas por

partes. Los tenedores finales de estas hipotecas están muy distanciados de

quienes las conceden y suelen sentir escaso interés por comprobar las

calificaciones de las hipotecas individuales de sus carteras. Además, comparten

las pérdidas y ganancias con un número elevado de compradores.

Ahora bien, si las hipotecas –o las porciones que corresponden a las de riesgo

más elevado- conllevan que éste sea muy elevado, es natural plantearse la

cuestión siguiente: ¿quién va a comprarlas? Pues resultó que, una vez que las

hipotecas se habían reunido en paquetes, se produjo un milagro financiero. Se

enviaron a agencias de clasificación para su aprobación. Los paquetes de

hipotecas subprime recibían clasificaciones muy altas (80 % AAA y 95 % A o

superior). En realidad, estas clasificaciones eran tan elevadas que tenían que

comprarlas compañías tenedoras de bancos, fondos de mercado monetario,

compañías de seguros y a veces incluso bancos depositarios, que nunca se

hubieran dignado a aceptar individualmente ninguna de ellas.

Según Charles Calomiris, dos pizcas de magia permitieron que las agencias de

clasificación pudieran realizar este truco de sombrero. Otorgaban a las garantías

un índice muy bajo de pérdidas esperables por impago, un 6 %. Esta posibilidad

de impago se basaba en datos muy recientes procedentes de un período en el que

el precio de la vivienda había aumentado con rapidez. Incluso así, las

estimaciones de las pérdidas esperables en caso de impago eran escasas, entre

un 10 y un 20 %.

90
Los que compraron estos paquetes basura de elevada clasificación no tenían

ningunas ganas de examinarlas a fondo, ya que lo que deseaban era obtener los

máximos beneficios de la compra de hipotecas subprime que añadirlas a sus

beneficios actuales. Se necesitan estudios considerablemente sofisticados para

cuestionar una clasificación AAA. Por descontado, los que habían reunido la

basura deseaban obtener sus emolumentos y nadie deseaba la responsabilidad

de levantar la perdiz. Si un calificador de valores facilitaba calificaciones poco

favorables, los empaquetadores de hipotecas se irían tranquilamente a otra parte.

Existía, además, un equilibrio económico que abarcaba toda la cadena de

operaciones, desde los compradores de propiedades hasta los otorgantes de

préstamos hipotecarios, los garantes de las mismas, las agencias de clasificación

y, finalmente, los compradores de títulos amparados por hipotecas. Todos tenían

una motivación. Pero los que se hallaban al inicio de la cadena, los que había

firmado hipotecas de viviendas que no se podían permitir y los titulares finales de

la deuda estaban comprando un versión moderna de ungüento de la serpiente”

(Akerlof y Shiller, 2009: 69-72).

La Gran Recesión fue, como se ha visto, el estallido de una burbuja especulativa

en el manejo desaseado de hipotecas de alto riesgo; esta burbuja recibió la fuerza

de su expansión prácticamente en el momento en que otra burbuja especulativa,

en ese caso bursátil, se desinflaba. Desde la perspectiva de la economía

conductual, así fueron las cosas:

“La historia comienza prácticamente en 2000 y 2001. En 2000 se produjo una gran

caída del mercado bursátil mientras la economía retrocedía a causa de la

exuberancia irracional de los años puntocom. En índice de crecimiento real del PIB
91
experimentó una desaceleración de un 4 % en 1999 y la primera mitad del 2000, a

solo un 0.8 % durante la primera mitad de 2001. La administración Bush utilizó el

bajón para realizar recortes fiscales masivos y permanentes. El primero y el mayor

se aplicó en forma de ley en junio de 2001. La Reserva Federal también actuó. La

tasa de los tipos de interés, que había sido del 6 % durante la última mitad de

2000, en noviembre de 2002 había disminuido al 0. 75 %. Existen muchos motivos

para creer que ambas medidas fueron efectivas, ya que la economía se recuperó.

Al parecer, la reducción de los tipos de interés tuvo el efecto previsto. El anterior

boom había sido inestable en cuanto a gastos en equipamientos de capital. La

inversión en equipamiento y software había sido especialmente elevada justo

antes del pánico Y2K (efecto 2000). En este nuevo boom, el estímulo procedía de

la vivienda. En solo cuatro años, entre 2001 y 2005, el gasto inmobiliario aumentó

un 33.1 %, mientras que el crecimiento del PIB fue solo de 11.2 %.

Pero entonces comenzaron a suceder cosas extrañas. Se trata de situaciones que

suelen ocurrir durante los booms mientras predomina el exceso de confianza. La

gente comienza a comprar viviendas como si fuera su última oportunidad en la

vida (porque creen que los precios continuarán subiendo por encima de sus

posibilidades), y los especuladores empiezan a efectuar inversiones en el sector

inmobiliario, como si todo el mundo fuera a pensar que debería comprar ahora,

prácticamente a cualquier precio, porque más adelante no podrá permitírselo. Los

precios de la vivienda aumentaron casi dos terceras partes durante el corto

intervalo comprendido entre el primer trimestre de 2000 y el cuarto trimestre de

2006. En Los Angeles, Miami, San Francisco y algunas otras zonas, aumentaron

bastante más. De la noche a la mañana, grandes zonas agrícolas se convirtieron


92
en zonas de construcción de nuevas casas. La fiebre de la especulación

inmobiliaria hacía acto de presencia.

Y lo que resulta más sorprendente es que no fueron únicamente los compradores

de viviendas a quienes alcanzó la fiebre. Los mercados financieros,

supuestamente muy prudentes, colaboraron y secundaron el proceso. Por

descontado, los agentes inmobiliarios y los corredores de hipotecas no tenían

ningún motivo para detener la fiebre, ya que los honorarios que estaban

obteniendo de las transacciones, con una actividad tan dinámica, eran enormes. Y

lo que es más sorprendente aún, los que estaban al otro lado del libro contable se

quedaron con las hipotecas y proporcionaron a los compradores de casas los

fondos masivos que necesitaban para sus imprudentes especulaciones.

Los motivos de que los compradores adquirieran estas hipotecas son muchos y

sencillos. Por una parte, los compradores habituales de hipotecas, varios tipos

diferentes de bancos, se habían dado cuenta de que podían obtener enormes

beneficios de las comisiones por tramitación de solicitud de los créditos, pero sin

que tuvieran que reflejar las hipotecas en sus libros contables. Como ya hemos

visto, podían repartirlas, el equivalente hipotecario de vender un pollo a trozos. Los

compradores de estas hipotecas no sabían lo que estaban comprando porque no

se quedaban con las hipotecas, sino con partes en forma de grandes paquetes,

con lo cual resultaba muy difícil o prácticamente imposible conocer las hipotecas

correspondientes. Además, las hipotecas titulizadas habían sido clasificadas por

diferentes empresas de clasificación. Éstas basaban sus estimaciones en la

probabilidad de incumplimiento de tales hipotecas, en las tendencias recientes de

los precios de la vivienda, que siempre habían subido. Por lo tanto, en este caso
93
parecían existir pocos motivos para temer incumplimientos. Además, en el caso de

que una agencia de clasificación hubiera creído que lo opuesto era cierto, que las

clasificaciones podrían incluir la posibilidad de que los precios de la vivienda

bajaran, cualquiera que eventualmente levantara la perdiz se haría inmensamente

antipático por haber puesto en entredicho a todo un repertorio de recaudadores de

tasas que se estaban haciendo muy ricos a toda velocidad” (Akerlof y Shiller,

2009: 278-280). Pese a todo el optimismo reinante, y en contra de las previsiones,

los precios de las viviendas bajaron (ver figura 2).

FIGURA 2

Fuente: George Soros, 2008, El nuevo paradigma de los mercados financieros.

Para entender la crisis económica actual, Taurus, México, p. 194.

En todo el proceso, la abultada presencia de los espíritus animales imposibilita

que la teoría económica convencional tenga alguna eficacia explicativa, por cuanto

considera que todos los motivos de participación de los agentes son económicos y

todas sus conductas, racionales.

94
Cuando los supuestos de la teoría útil son, como deben ser, realistas, es posible

encontrar, en todo evento de toma de decisiones de los agentes económicos,

conductas racionales e irracionales y motivaciones económicas y no económicas.

Esta carga de realismo en los supuestos puede ilustrarse de forma tal que las

conductas racionales y los motivos económicos expliquen tan sólo una pequeña

proporción del amplio espectro de conductas y motivos del accionar de los

agentes:

CUADRO 2

CONDUCTAS Y MOTIVOS DE LOS AGENTES ECONÓMICOS.

CONDUCTAS
MOTIVOS
RACIONALES IRRACIONALES

Económicos Teoría estándar Espíritus animales

No Económicos Teoría alternativa Espíritus animales

Fuente: Elaboración propia, con apoyo en: George A. Akerlof y Robert J. Shiller,

2009: 277.

Por teoría alternativa debe entenderse aquella que, como la keynesiana, sea

positiva, con supuestos realistas que informan cómo son las cosas (y no cómo

deberían ser, que es el caso de las teorías normativas, como la neoclásica) y que,

también, satisfaga la condición de comprender los motivos no económicos y las

conductas no racionales con los que, en realidad, se comportan los agentes.

95
El problema complementario, y de enorme magnitud, está en el cuerpo de

lamentables emociones que, antes y ahora, provocan las crisis y el absurdo

complemento que se construye como muy calificado llamado a la razón, propio de

los viejos liquidacionistas: la austeridad: “¿Puede ocurrir algo como esto (el

ascenso de A. Hitler al poder) hoy en día? Hay un estigma, bien establecido y

justificado, que desacredita toda invocación de los paralelos con el nazismo; y es

difícil creer que en el siglo XXI pueda ocurrir algo así de malo. Ahora bien, sería de

necios minimizar los riesgos que una recesión prolongada supone para los valores

y las instituciones democráticas. De hecho, en todo el mundo civilizado ha habido

un ascenso claro en las políticas extremistas: movimientos extremistas contrarios

a la inmigración, movimientos nacionalistas radicales y, sí, también los

occidentales, Hungría, ha avanzado mucho en el camino de regresar a un régimen

96
autoritario que recuerda a los que se expandieron por tantos países de Europa en

los años treinta.

Y Estados Unidos no es inmune a estos cambios. ¿Acaso alguien puede negar

que el Partido Republicano se ha vuelto mucho más extremista a lo largo de los

últimos años? Y si algo más adelante, en este mismo año, se le presenta una

ocasión de hacerse con el Congreso y la Casa Blanca, ¿no es porque el

extremismo florece en un entorno en el que no hay voces respetables que

ofrezcan soluciones al sufrimiento de la población?[…] En 2010, mi esposa y yo

tuvimos ocasión de escuchar un discurso sobre política económica de Wolfang

Schäuble, el ministro de economía alemán; a media charla, ella se inclinó hacia mí

y me susurró: <<A la salida, nos darán un látigo para que nos fustiguemos>>. Hay

que reconocer que Schäuble gusta de predicar sermones apocalípticos aún más

que la mayoría de dirigentes económicos, pero muchos comparten la tendencia. Y

la gente que dice estas cosas –que declara sabiamente que nuestros problemas

tienen raíces muy profundas y la solución no es fácil; que nos tenemos que

adaptar a un panorama más austero- parece sabia y realista, aunque esté

completamente equivocada” (Krugman, 2012: 29-33).

CUADRO 3.

PERFIL DE LAS CRISIS FINANCIERAS DESDE EL SIGLO XVII.

Año País (Ciudad) Causa

1618-1623 Sacro Imperio Romano Guerra de los Treinta

Germánico Años

1636-1637 República Holandesa Bulbos de Tulipán

97
1690-1696 Inglaterra Gloriosa Revolución

1720 Inglaterra y Francia Compañías Mares del

Sur y Mississippi

1763 Ámsterdam Fin de la Guerra de los

Siete Años

1772 Gran Bretaña y Vivienda y Compañía de

Ámsterdam las Indias Orientales

1792 EE. UU. Adopción de la

Constitución desde 1789

y Recuperación de Bonos

1793 Inglaterra La Manía del Canal

1797 Inglaterra Desembarco Francés

1799 Hamburgo Rotura del Bloqueo

Continental

1810 Inglaterra Campaña de Wellington

1815-1816 Inglaterra Fin de las Guerras

Napoleónicas

1819 Inglaterra y EE. UU. Waterloo 5 años después

y Fabricación de

Espaldas al Embargo

1825 Inglaterra Disminución de la Tasa

de Interés

1828 Francia Canales, Algodón

98
1836 Inglaterra Auge del Sector Textil

1837 EE. UU. Algodón

1838 Francia Monarquía, Julio, 1830

1847 Inglaterra Hambruna por la Escasez

de Patata de 1846

1848 Europa Hambruna

1857 Inglaterra y Europa Fin de la Guerra de

Continental Crimea y Ferrocarril

1864 Francia Fin de la Guerra Civil

1866 Inglaterra/Italia Compañías Navieras

1873 Alemania/Austria y EE. Indemnización Franco-

UU. Prusiana y Fraude de la

Campaña de 1872

1882 Francia Bancos Nuevos

1890 Inglaterra Compensación Argentina

de las Tierras del Sur

1893 EE. UU. Y Australia Ley de la Plata de 1890 y

Urbanización

1920-1921 Gran Bretaña y EE. UU. Especulación con Valores

1927 EE. UU. Y Francia/Italia Terremoto de San

Francisco y Fin del Auge

de la Posguerra

1929 EE. UU. Gran Depresión

99
1931-1933 Europa Suspensión de Créditos

de EE. UU. al exterior

1950-1970 Global Convertibilidad sin

Coordinación

Macroeconómica

1974-1975 EE. UU./Global Quiebra de Bretton

Woods, Boom Petrolero

1979-1982 EE. UU./Global Precios de Petróleo e

Inicio de la Crisis de

Deuda del Tercer Mundo

1982-1987 EE. UU. Promoción de los

Petrodólares

1990 Japón Índice Nikkei

1994-1995 México Flujo y Retirada de

Capitales

1997-1998 Tailandia, Indonesia, Flujo y Retirada de

Malasia, Corea, Rusia, Capitales

Brasil

2007-2008 EE. UU., Gran Bretaña, Hipotecas, Bienes

Islandia, Irlanda, España, Raíces, Préstamos

Grecia Gubernamentales

Fuente: Charles P. Kindleberger y Robert Z. Aliber, 2012: 439-448.

100
“De acuerdo con un estudio ampliamente citado (Reinhart y Rogoff, 2011: 470

pp.), casi ningún país atravesó por una crisis financiera entre 1945 y mediados de

los años setenta, cuando el factor financiero estaba sometido a una regulación

férrea. Entre mediados de los años setenta y finales de los ochenta, el porcentaje

de los países con crisis bancarias aumentó entre un 5 y un 10 por ciento,

calculado según su participación en la renta mundial. Dicho porcentaje aumentó a

casi 20 por ciento a mediados de la década de 1990 y cayó brevemente a cero

durante pocos años a mediados de la década de 2000, pero volvió a subir al 35

por ciento tras la crisis financiera de 2008” (Chang, 2014: 223).

X.- LA POLÍTICA ECONÓMICA.

“Por medio de la acción internacional (con la que el crédito bancario es barato y

abundante) no podemos hacer beber a los caballos. Ése es su problema. Pero

podemos proporcionarles agua. Reanimar el mundo seco a través de la liberación

de un millón de arroyuelos de capacidad de gasto es la tarea primaria de la

Conferencia Mundial (de 1932)”, (Keynes, 1933: 357).

En este apartado, importa precisar los aspectos definitorios de la política

económica keynesiana, más que enlistar los ámbitos y las medidas concretas de

las políticas monetaria y fiscal; sobre la primera, vale decir que Keynes la

consideraba relevante e insuficiente para promover el pleno empleo. Es relevante

porque parte de la reflexión que cuestiona el encarecimiento del dinero, en calidad

de bien escaso; la renta de la tierra puede elevarse por la falta de disponibilidad de

la misma para usos específicos y por su finitud; no es el caso de la tasa de interés,

101
por cuanto el dinero –mediante la política adecuada- fácilmente puede dejar de ser

escaso y, por lo tanto, “caro”.

La política monetaria es insuficiente porque es un incentivo débil para la

promoción del pleno empleo: “Hemos introducido por primera vez al dinero en

nuestro nexo causal, y podemos echar una primera ojeada a la forma en que los

cambios en la cantidad de dinero penetran en el sistema económico. Sin embargo,

si nos vemos tentados a asegurar que el dinero es el tónico que incita la actividad

del sistema económico, debemos recordar que el vino se puede caer entre la copa

y la boca; porque si bien puede esperarse que ceteris paribus, un aumento en la

cantidad de dinero reduzca la tasa de interés, esto no sucederá si las preferencias

por la liquidez del público aumentan más que la cantidad de dinero; y mientras

pueda esperarse que, ceteris paribus, un descenso en la tasa de interés aumente

el volumen de la inversión, esto no ocurrirá si la curva de la eficiencia marginal del

capital baja con mayor rapidez que la tasa de interés; y mientras es de suponer

que, ceteris paribus, un aumento en el volumen de inversión haga subir la

ocupación, esto puede no suceder si la propensión a consumir va en descenso.

Finalmente, si el empleo aumenta los precios subirán en un grado regido en parte

por la forma de las funciones físicas de oferta, y en parte por la propensión de la

unidad de salarios a subir en términos de dinero. Y cuando la producción ha

aumentado y los precios han subido, el efecto de esto sobre la preferencia por la

liquidez será aumentar la cantidad necesaria de dinero para mantener una tasa

dada de interés” (Keynes, 1951: 170).

102
El tema central, en la búsqueda del pleno empleo y en su relación con la

intervención gubernamental, radica en imaginar un gasto público capaz de

conducir el incremento de las inversiones incluso más allá del punto en el que la

eficacia marginal del capital (r) se iguale con la tasa de interés (i). El asunto

fundamental es la política fiscal comprometida con la creación directa de empleo:

“Por mi parte, soy ahora un poco escéptico respecto al éxito de una política

puramente monetaria dirigida a influir sobre la tasa de interés. Espero ver al

Estado, que está en situación de poder calcular la eficacia marginal de los

bienes de capital a largo plazo sobre la base de la conveniencia social

general, asumir una responsabilidad cada vez mayor en la organización

directa de las inversiones, ya que probablemente las fluctuaciones en la

estimación del mercado de la eficacia marginal de las diferentes clases de

capital, calculadas en la forma descrita antes, serán demasiado grandes para

contrarrestarlas con alguna modificación factible de la tasa de interés”

(Keynes, 1951: 162).

En esta cita, con sus enormes consecuencias, se origina el pánico reaccionario a

Keynes, por cuanto derrumba el monopolio privado de la creación de empleo y el

mito de evitar gravar a los ricos, porque ellos dedican buena parte de sus recursos

a la inversión y, por ello, a la ocupación. Michal Kalecki lo confirma puntualmente:

“Antes de aceptar la intervención del gobierno en la cuestión del empleo, debemos

resolver la reticencia de los <<capitanes de la industria>>. Toda ampliación de la

actividad estatal despierta el recelo de los empresarios, pero la creación de

empleo a partir del gasto gubernamental tiene un aspecto que hace que la

103
oposición resulte particularmente intensa. En un sistema de laissez-faire, el nivel

de empleo depende, en gran medida, de lo que se conoce como <<estado de

confianza>>. Si este se deteriora, la inversión privada se reduce, lo que comporta

una caída de la producción y el empleo (tanto directamente como por medio del

efecto secundario de la caída de ingresos derivados del consumo y la inversión).

Esto otorga a los capitalistas un poderoso control indirecto sobre la política

gubernamental: se debe poner todo el cuidado en evitar cuanto pueda alterar el

estado de confianza, pues lo contrario causaría una crisis económica. Pero

cuando el gobierno aprende el truco de incrementar el empleo mediante sus

propias adquisiciones, este poderoso mecanismo de control pierde su eficacia. Por

eso los déficits presupuestarios necesarios para llevar a cabo la intervención

gubernamental deben considerarse peligrosos. La función social de la doctrina de

la <<prudencia financiera>> consiste en lograr que el nivel de empleo dependa del

estado de confianza” (Kalecki, 1943, citado en Krugman, 2012: 106-107).

La diferencia que debe estar presente en el análisis del capital es la que

corresponde a los términos rentable y productivo. El capital es rentable mientras

sea escaso y proporcione un rendimiento probable en relación a su costo original o

precio de oferta, mientras dure, y por encima de la tasa de interés. El capital es

productivo mientras ofrezca un rendimiento que supere a su costo original,

mientras dura, aun cuando deje de ser escaso y aun cuando se acerque a o se

iguale con la tasa de interés. La rentabilidad proviene de la comparación a favor

de la tasa de descuento con la tasa de interés y el carácter productivo proviene de

un dato físico, en sentido estricto y de la superación dineraria del beneficio sobre

104
el costo. El Estado, mediante la política fiscal adecuada, puede llevar la expansión

de la inversión más allá del punto de encuentro de la eficacia marginal del capital

con la tasa de interés, sin considerar la rentabilidad, mientras el capital siga siendo

productivo y, por ello, puede acercar al sistema económico a la ocupación plena,

sin subordinarlo al estado de confianza. Se requiere, por supuesto, una institución

gubernamental distinta a la que reconoció el padre fundador de la economía

política: “Adam Smith admitió abiertamente que el gobierno <<es instituido en

realidad para la defensa de los ricos contra los pobres, o de aquellos que poseen

alguna propiedad contra aquellos que no poseen ninguna>>” (Chang, 2014: 74).

Se requiere, en fin, un gobierno empeñado en alcanzar el pleno empleo.

Un muy atendible autor remite a una cita esclarecedora, respecto a este tema

fundamental: “Es mucho mejor hablar de que el capital da un rendimiento mientras

dura, como excedente sobre su costo original, que decir que es productivo; pues

la única razón por la cual un bien ofrece probabilidades de rendimiento mientras

dura, teniendo sus servicios un valor total mayor que su precio de oferta inicial, se

debe a que es escaso; y sigue siéndolo por la competencia de la tasa de interés

del dinero. Si el capital se vuelve menos escaso, el excedente de rendimiento

disminuirá, sin que se haya hecho menos productivo –al menos en sentido físico”

(Keynes, 1951: 206, citado en Kicillof, 2010: 299).

XI.- A MANERA DE CONCLUSIÓN.

“A largo plazo Keynes aún sigue vivo” (Krugman, 1994: 205).

105
La enorme capacidad del Estado para gestionar directamente las inversiones que

rompen el monopolio privado de la generación de empleo y para distribuir el

ingreso (expuesta por Keynes en la Teoría general…), explica –aunque no

justifica- una muy buena parte de las graves descalificaciones enderezadas en

contra de la obra. La lista es larga:

“En 2005, la revista de derechas Human Events seleccionó la Teoría general


como uno de los diez libros más perniciosos de los siglos XIX y XX, en compañía
de obras como Mi lucha y El capital” (Krugman, 2012: 106). John K. Galbraith,
escribió: “Durante mucho tiempo, Keynes había despertado los recelos de sus
colegas por la claridad de su estilo y de sus ideas, circunstancias que a menudo
no se daban juntas. En la Teoría general… desmintió esa fama académica. Es
una obra profundamente oscura, mal escrita y publicada prematuramente. Todos
los economistas dicen que la han leído. Sólo lo ha hecho un puñado de ellos. Los
demás sienten el secreto remordimiento de que nunca lo harán. Una porción de su
influencia se debió a que era en gran parte incomprensible” (Galbraith, 1983a:
257). Para Joseph Schumpeter, “El keynesianismo es una semilla que no puede
ser trasplantada a suelo extraño: cuando así se hace, muere, y antes de morir se
vuelve venenosa” (Schumpeter, 1983: 373). “Axel Leijonhufvud afirma que ´como
economista teórico Keynes no estuvo exento de errores ni de inconsistencias
lógicas y, fallos aparte, tuvo ciertas costumbres irritantes en el análisis y la
presentación, que no han sido en absoluto útiles para los estudiantes posteriores.
Estos hechos no se pueden negar´. Según Athanasios Asimakopulos, ´la teoría
general no es un libro de fácil lectura, en parte porque la naturaleza
inherentemente compleja de la materia no permite un tratamiento sencillo, y en
parte porque Keynes no se tomó (o no tuvo) el tiempo necesario para trabajar todo
de manera consistente´. Oliver Blanchard, por su parte, sostiene en su popular
libro de texto que ´cuando se publicó la Teoría general de Keynes en 1936, casi
todo el mundo coincidió en que era un libro fundamental pero, al mismo tiempo,
casi impenetrable –y agrega Blanchard entre paréntesis- (tal vez el lector desee

106
echarle un vistazo para convencerse por sí mismo)´. Mark Blaug es aún más
categórico: ´La Teoría General es simplemente un libro poco claro y mal escrito´.
Seymour Harris, en la Introducción de la renombrada Guía de Hansen, escribió
que ´la exposición ofreció dificultades, pues muchas ideas no habían sido
pensadas claramente; hubo algunas confusiones y aun errores; no era muy clara
la relación entre la Teoría General y la doctrina aceptada, y Keynes, como
muchos innovadores, particularmente los que no están empapados en el tema, se
inclinó por exagerar la novedad de su enfoque y desarrollo´” (Kicillof, 2007: 18).
“Keynes considera dado el stock de capital disponible. Su modelo es también
estático y excluye el análisis de problemas de largo plazo. Otra crítica observa que
el modelo es demasiado agregado” (De Haan, 2016: 50).

El mundo en este 2017 no ha logrado la recuperación plena, en producto, empleo


y salarios, de los terribles efectos de la Gran Recesión, iniciada diez años atrás.
La sociedad mundial es más desigual y la política económica se encuentra
notablemente orientada hacia la austeridad por los intereses de los ricos: “… la
ortodoxia del libre mercado regresó muy pronto, y con ánimos de venganza. Mayo
de 2010 fue el punto de inflexión. La elección de una coalición de gobierno
liderada por los conservadores en el Reino Unido y la imposición del programa de
rescate de la Eurozona a Grecia ese mismo mes marcaron el regreso de la
antigua doctrina del equilibrio presupuestario. Se impusieron presupuestos
austeros- en los que se recorta radicalmente el gasto- en el Reino Unido y en las
economías de los llamados <<PIIGS>> (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).
El éxito de los republicanos a la hora de obligar al gobierno de Barak Obama a
aceptar un gran recorte en el programa de gastos en 2011 y la reafirmación de las
medidas anti-déficit en los países europeos centrales bajo la forma del Pacto
Fiscal Europeo firmado en 2012 llevaron las cosas aún más en esa dirección. En
todos esos países, pero especialmente en el Reino Unido, la derecha política
incluso está usando el argumento del equilibrio presupuestario como pretexto para
podar severamente el Estado de bienestar, que siempre quisieron reducir a su
mínima expresión” (Chang, 2014: 76). Habría que añadir que más de un gobierno

107
socialdemócrata ha participado en ayudar al retorno de las altas doctrinas del
equilibrio presupuestal y la reducción de impuestos a los ricos.

En muchos ámbitos de la vida económica (incluida la academia), en los que los


intereses dominantes son mal disimulados, la evocación de la teoría –y mucho
más de la política- keynesiana se descalifican como el retorno a un pasado
irrepetible, al tiempo que se construye una historia fantástica, en la que el libre
mercado, el individualismo (también el metodológico) y la desigualdad
construyeron el mejor mundo posible y… volverán a hacerlo si se conserva el
actual estado de cosas27. El regreso de Keynes, de sus relevantes propuestas, no
ha sido fruto de la casualidad ni la imposición de una escuela de pensamiento; la
inestabilidad del sistema económico, que pudo describir con envidiable claridad, la
recurrencia de las crisis del desorden capitalista y la norteada brújula del
economicismo neoliberal que las convoca, han sido y serán los elementos que
vuelven a invitar a Keynes al centro de la escena. Es deseable que, en la próxima
catástrofe económica, el mundo se encuentre en mejores condiciones y
disposición de entenderle y atenderle plenamente. Más nos vale.

27
“Por ejemplo, muchos economistas neoclásicos –incluso el <<progresista>> Paul Krugman-
argumentan que no deberíamos criticar la existencia de fábricas con salarios bajos en los países
pobres porque la alternativa podría ser el desempleo. Y es verdad… si aceptamos la estructura
socioeconómica subyacente como algo dado. Sin embargo, si estamos dispuestos a modificar la
estructura misma, veremos que existen numerosas alternativas a esos empleos de salario bajo o
paupérrimo […] Los trabajadores tendrían que elegir entre empleos de salario bajo y empleos de
salario alto, y no entre empleos de salario bajo y desempleo” (Chang, 2014: 92).

108
CUADRO 4.

COMPARACIÓN ENTRE TRES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO.

TEMA CLÁSICA NEOCLÁSICA KEYNESIANA

La economía está Clases Individuos Clases


integrada por…

Las personas Egoístas y Egoístas y No muy racionales


son… racionales racionales

El mundo es… Cierto (<<Leyes de Cierto, con un Incierto


Hierro>>) riesgo calculable

El ámbito La producción El comercio y el La Demanda


económico más consumo Efectiva (Consumo
importante es… + inversión) y el
empleo

La economía La acumulación de Las elecciones La gestión del


cambia por… capital individuales Estado

Recomendaciones Libre mercado Libre mercado con Políticas fiscales


de política fallos del mismo y activas,
económica del gobierno redistribución de la
renta en favor de
los más pobres

Fuente: Chang, 2014: 118-120.

109
BIBLIOGRAFÍA.

Akerlof, George A. y Robert J. Shiller, 2009, Animal Spirits, Ediciones Gestión


2000, Barcelona.

Backhouse, Roger y Bradley W. Bateman, 2014, John Maynard Keynes. Un


capitalista revolucionario, FCE, Breviarios 585, México.

Chang, Ha-Joon, 2014, Economics. The User´s Guide, Bloomsbury Press, New
York.

De Haan, Peter, 2016, From Keynes to Piketty. The Century that Shook Up
Economics, Palgrave, Macmillan, London.

Dillard, Dudley, 1968, La teoría económica de John Maynard Keynes. Teoría de


una economía monetaria, Aguilar, Madrid.

Estey, James Arthur, 1960, Tratado sobre los ciclos económicos, FCE, México.

Friedman, Milton, 1966, Teoría de los precios, Alianza Universidad, Madrid.

Galbraith, John K., 1955, El capitalismo norteamericano, Editorial Ágora, Buenos


Aires.

Galbraith, John K., 1983a, El crac del 29, Editorial Ariel, S. A., Barcelona.

Galbraith, John K., 1983b, El dinero. De dónde vino/adónde fue, Orbis, Madrid.

Galbraith, John K., 1989, Historia de la economía, Ariel, Barcelona.

Galbraith, John K., 2009, Breve historia de la euforia financiera, Ariel, Barcelona.

Harrod, R. F., 1985, La vida de John Maynard Keynes, FCE, México.

Heckscher, E. F., 1953, La época mercantilista, FCE, México.

Hobsawm, Eric, 1995, Historia del siglo XX, Crítica, México.

110
Jenkins, Roy, 2001, Churchill, Península, Barcelona.

Kalecky, Michal, 1939, Essays in the Theory of Economic Fluctuations, Allen &
Unwin, Londres.

Kalecki, Michal, 1943, Political aspects of full employment, en Political Quarterly 14


(4), octubre-diciembre, Londres.

Keynes, John Maynard, 1925a, ¿Soy un liberal?, en Ensayos de Persuasión,


Fundación ICO, Madrid.

Keynes, John Maynard, 1925b, Las consecuencias económicas de Churchill, en


Ensayos de Persuasión, Fundación ICO, Madrid.

Keynes, John Maynard 1926a, Alfred Marshall, en Marshall, A., 1949, Obras
escogidas, FCE, México.

Keynes, John Maynard, 1926b, The End of Laissez-Faire, en Essays in


Persuasion, W. W. Norton &Company, New York.

Keynes, John Maynard, 1932, The World´s Economic Outlook, en Atlantic 1,


Londres.

Keynes, John M., 1933, Thomas Robert Malthus. El primero de los economistas de
Cambridge, en Ensayos biográficos, Crítica, Barcelona.

Keynes, John M., 1933, Los medios para la prosperidad, en Ensayos de


persuasión, Editorial Síntesis, Madrid.

Keynes, John M., 1937, La teoría general del empleo, en Quarterly Journal of
Economics 51, febrero.

Keynes, John Maynard, 1949, Mis creencias juveniles, en Ensayos biográficos,


Crítica, Barcelona.

Keynes, John Maynard, 1951, Teoría general de la ocupación, el interés y el


dinero, FCE, México.

111
Keynes, John Maynard, 1987 [1919], Las consecuencias económicas de la paz,
Crítica, Barcelona.

Keynes, John M., 1988 [1930], La Gran Depresión de 1930, en Ensayos de


persuasión, Crítica, Grijalbo, Barcelona, 1988.

Keynes, John M., 1992 [1923], Teorías del dinero y cambios de divisas, en Breve
tratado sobre la reforma monetaria, FCE, México.

Keynes, John M., 1993, The General Theory of Employment, Interest and Money,
Great Books of the Western World # 57, Enciclopædia Britannica, Inc., Chicago.

Kicillof, Axel, 2007, Los fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias


teóricas de Lord Keynes, EUDEBA, Buenos Aires.

Kicillof, Axel, 2010, De Smith a Keynes. Siete lecciones de historia del


pensamiento económico, EUDEBA, Buenos Aires.

Kicillof, Axel, 2012, Volver a Keynes, EUDEBA-Clave Intelectual, Madrid.

Kindleberger, Charles P. y Robert Z. Aliber, 2012, Manías, pánicos y cracs.


Historia de las Crisis Financieras, Ariel Economía, Barcelona.

King, J. E., 2009, Una historia de la economía poskeynesiana desde 1936, AKAL,
Madrid.

Kissinger, Henry, 2012, China, Debate, Barcelona.

Klein, Lawrence R., La revolución keynesiana, Trillas, México.

Krugman, Paul, 1994, Vendiendo prosperidad. Sensatez e insensatez económica


en una era de expectativas limitadas, Ariel, S. A., México.

Krugman, Paul, 2012, ¡Acabad ya con esta crisis!, Crítica, Madrid.

Laski, Harold J., 1939, El liberalismo europeo, FCE, Colección Breviarios # 81,
México.

112
Lerner P., Abba, 1936, La teoría general en Robert Lekachman (1967), Teoría
general de Keynes. Informes de tres décadas, FCE, México.

Mackay, Charles, 2009, Delirios populares extraordinarios y la locura de las


masas, Profit Editorial, Barcelona.

Malthus, Thomas R., 1946 [1820], Principios de economía política, FCE, México.

Mandeville, Bernard, 1982 [1729], La fábula de las abejas. Los vicios privados
hacen la prosperidad pública, FCE (1982), México.

Marshall, Alfred, 2005 [1948], Principios de economía, Fundación ICO, Madrid.

Martínez Escamilla, Ramón e Irma Manrique, 1991, Juan F. Noyola. Vida,


pensamiento y obra, Instituto Politécnico Nacional, Universidad Nacional
Autónoma de México y Colegio Nacional de Economistas, México.

Marx, Karl Fiedrich Engels, 1976, Las metamorfosis del capital y el ciclo de las
mismas, en El capital, Tomo II / Vol. 4, Siglo veintiuno Argentina editores, S. A.,
México.

Minsky, Hyman, 1987, Las razones de Keynes, FCE, México.

Napoleoni, Claudio (Director), 1962, Diccionario de economía política, Ediciones


Castilla, Madrid.

Novelo, Federico, 2011, De Keynes a Keynes. La crisis económica global en


perspectiva histórica, UAM-SITESA, México.

Pasinetti, Luigi, 1984, Lecciones de teoría de la producción, FCE, México.

Piketty, Thomas, 2014, El capital en el siglo XXI, FCE, México.

Polanyi, Karl, 1992, La gran transformación, FCE, México.

Reinhart, Carmen M. y Kenneth S. Rogoff, 2011, Esta vez es distinto: Ocho siglos
de necedad financiera, FCE, México.

113
Ricardo, David, 1973 [1817], Principios de economía política y tributación, Editorial
Ayuso, Madrid.

Ricossa, Sergio, 1990, Diccionario de economía, Siglo XXI, México.

Robinson, Joan, 1976a, Herejías económicas, Ariel, Barcelona.

Robinson, Joan, 1976b, Carta abierta de un keynesiano a un marxista, en


Relevancia de la teoría económica, Ediciones Martínez Roca, S. A., Barcelona.

Schumpeter, Joseph A., 1971 [1954], Historia del análisis económico, Ariel
Economía, Barcelona.

Schumpeter, Joseph A., 1983, Diez grandes economistas: de Marx a Keynes,


Alianza Editorial, Madrid.

Setterfield, Mark, 2005, La economía del crecimiento dirigido por la demanda,


AKAL, Madrid.

Shiller, Robert J., 2003, Exuberancia irracional, Turner, Madrid.

Skidelsky, Robert, 1992, John Maynard Keynes. The Economist as Savior (1920-
1937), Penguin Books, Nueva York.

Skidelsky, Robert, 2009, El regreso de Keynes, Crítica, Barcelona.

Skidelsky, Robert, 2013, John Maynard Keynes, RBA Libros, Barcelona.

Soros, George, 2008, El nuevo paradigma de los mercados financieros. Para


entender la crisis económica actual, Taurus, México.

Sraffa, Piero, 1966, Producción de mercancías por medio de mercancías. Preludio


a una crítica de la teoría económica, oikos-tau, s. a. ediciones, Barcelona.

Tamames, Ramón, 1988, Diccionario de economía, Alianza Editorial, Madrid.

Tsuru, Shigeto, 1945, Sobre los esquemas de la reproducción, en Sweezy, Paul,


1945, Teoría del desarrollo capitalista, FCE, México.

114
ÍNDICE

DEDICATORIA. 2

PRÓLOGO. Leonardo Lomelí Vanegas. 3

PRESENTACIÓN. 12

I.- HISTORIA Y ECONOMÍA. 13

II.- EL PATRÓN ORO Y LA TEORÍA CUANTITATIVA DEL DINERO. 17

III.- LA ECONOMÍA CLÁSICA QUE ENFRENTÓ KEYNES. 24

IV.- LA GRAN DEPRESIÓN. 27

V.- LA TEORÍA GENERAL de la OCUPACIÓN, el INTERÉS y el DINERO. 32

V.1.- EL CONSUMO. 34

V.2.- LA INVERSIÓN. 37

V.3.- EL AHORRO Y LA TASA DE INTERÉS. 46

V.4.- LAS RELACIONES DE CAUSALIDAD. 50

VI.- LOS SALARIOS Y LA OCUPACIÓN. 53

VII.- INFLACIÓN ESTRUCTURAL (NO MONETARIA). 59

VIII.- INSPIRACIÓN EN LA HETERODOXIA. 62

VIII. 1.- EL MERCANTILISMO. 63

VIII.2.- THOMAS R. MALTHUS Y LA DEMANDA EFECTIVA. 65

VIII. 3.- MARXISMO DECIMONÓNICO. 68

115
VIII.4.- LOS TEÓRICOS DEL SUBCONSUMO. 71

IX.- EL CICLO ECONÓMICO. 75

IX.1.- CICLO Y ESPÍRITUS ANIMALES EN LA HISTORIA. 78

IX.2.- LA GRAN RECESIÓN. 85

X.- LA POLÍTICA ECONÓMICA. 98

XI.- A MANERA DE CONCLUSIÓN. 102

BIBLIOGRAFÍA. 108

116

También podría gustarte