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El auge del testimonio en Cuba : la contribución de la mujer a la historia nacional

Mélanie Lebert-Moreau

« Hay que oírlas hablar nada más, y uno se da cuenta »1. Así termina el cuento « Tiempo de

cambio » del escritor cubano Manuel Cofiño López, publicado en 1969. Evoca a travès de su

primera experiencia sexual en la Cuba pre revolucionaria la tragedia colectiva de miles de

mujeres de manera elíptica y púdica sin que jamás aparezca la palabra prostituta. La fuerza

evocadora de su relato anuncia de manera premonitoria el necesario trabajo de re apropiación

de su historia y por ende de la historia nacional por parte de las mujeres cubanas.

Casi ausentas como objeto y aún más como sujeto de la historiografía durante siglos a pesar

de su papel relevante en todo el proceso socio histórico que llevó a la revolución del 59, se

autoadjudicaron en el siglo XX el derecho de contribuir a la escritura de la historia, como

periodistas, escritoras y más recientemente de manera oficial como historiadoras.

Se insertaron e hicieron suyo un género genuinamente cubano, llamado por su primer y mayor

representante, Miguel Barnet « novela testimonio », al publicar en 1966 la extraordinaria y

vanguardista « Biografía de un cimarrón ». Institucionalizado en 1970 con la creación el

premio literatura testimonial de la Casa de las Américas, el testimonio nace del proceso de

concientización social, de la aspiración a la dignidad colectiva e individual que cogen pareja

con intenciones políticas contra el olvido de un pasado propiamente cubano.

Harto largo sería citar la lista de novelas testimonio, memorias, autobiografías publicadas en

Cuba especialmente a partir de los años 80 que corresponden al auge del género, y

1 Manuel Cofiño López, Tiempo de cambio, Instituto del Libro, La Habana, 1969, p.18.
afortunadamente otros investigadores se dedicaron a esto2. Sobre lo que sí se debe insistir es

en la intrínseca relación entre historiografía y lo que nos interesa aquí, o sea la literatura

testimonial no como género literario sino como género memorial. En este sentido,

cualesquiera que sean las temáticas abordadas por las obras, nos importa ver cómo y por qué

los autores cubanos se empeñan en representar con credibilidad los hechos del pasado.

Abundan en Cuba las temáticas relativas a los notables acontecimientos : las guerras de

independencia con la literatura de campaña, la lucha contra Batista con los relatos de

miembros del Ejército Rebelde, los diarios del Che, los temas post revolucionarios entre los

cuales Playa Girón, las misiones a Africa, el exilio, y en sumo grado el período especial y sus

consecuencias socioeconómicas. Para el investigador, amen de las imprescindibles obras

redactadas por los historiadores cubanos, cuya rigurosa metodología es harta reconocida, y las

fieles fuentes primarias escudriñadas en los archivos, otra fuente la constituyen los

testimonios.

Serán fuentes con tal que los susodichos especialistas se adhieran a determinadas corrientes

historiográficas a la que nosotros nos aferramos hace años como investigadora incipiente. De

hecho, cuando el historiador quiere estudiar la historia de Cuba valiéndose entre otros, de la

literatura testimonial o memorial, se apoya, se nutre del concepto de intra historia ideada por

el español Unamuno a finales del XIX, en plena guerra hispano-cubana, y por supuesto de la

consabida micro historia impulsada por Carlo Ginzburg a principios de los años 1980. Ambos

comparten el deseo de eliminar las obsesiones generalizadoras y heroícas inherentes a la

Historia, sustituyendo la verticalidad de los acontecimientos y de sus actores por la

cotidianidad y la localidad. Tanto la intra historia de Unamuno, según él « la historia

inconciente » donde a nivel local una persona en su rutina, su cotidiano impulsa el cambio,

2
Ver el excelente artículo de Angel Luís Fernández Guerra, « Literatura testimonial en Cuba : repaso
a un « género » tan antiguo como reciente », TEMAS, n°62-63, p. 215-227, Abril-septiembre 2010.
como la micro historia, se basan en la reducción de la escala de observación, en el análisis

microscópico, y para Ginzbug, en la crítica de fuentes. En Cuba, el historiador y demógrafo

Juan Pérez de la Riva reivindicó esta « historia de la gente sin historia » y encabezó aquella

corriente que en el caso cubano va emparejado con el humanismo del socialismo,

enfocándose primero en la condición del esclavo en los barracones.

Cómo él, Miguel Barnet, a la hora de organizar las palabras de Esteban Montejo, el cimarrón,

se planteó la necesidad de romper con la historia tradicional y proponer algo que « (…) no se

pareciera a nada de lo que se había hecho anteriormente, y sin embargo, pudiera cumplir el

propósito que deseaba : llenar el vacío, las lagunas que había en la historia de Cuba de

algunos aspectos que aparecen reflejados en el libro (…), las relaciones interétnicas, la vida

sexual en los barracones y otras cuestiones »3.

Llenar el vacío, colmar los huecos, eso fue lo que hizo el narrador y poeta, sorprendido por el

rotundo éxito de su obra, ensalzada por la intelectualidad de la época, no sólo en Cuba sino en

toda América Latina, y publicada en muchos países europeos. Este despertar de la conciencia

colectiva abrió la brecha de la memoria como si los cubanos, hartos de ver su historia contada

por otros, se hubieran hecho con ella, la hubieran integrado y necesitaran apropiársela de

nuevo. Si hoy, abundan los testimonios sobre el período postrevolucionario, a nuestro juicio,

el período menos estudiado y sin embargo de sumo interés es el período republicano. La

deformación estructural de la sociedad debida a la intervención norteamericana de 1899 que

derrumbó el sistema colonial e implantó un capitalismo sin cuartel, a la falsa independencia, a

la corrupción política, trajeron consigo una serie de crisis sin precedentes, sociales, morales,

económicas, que culminaron con las dictaduras sangrientas de Machado y Batista. Fue incluso

una época de intensa actividad social, con el reforzamiento de una conciencia nacional que

3 Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2001, p.194.
hechó raíces en el asociacionismo, en los gremios, en los movimientos feministas, estudiantes,

obreros, pero fue también un hervidero intelectual y artístico.

Los que trabajamos esa etapa, conocemos con creces las obras de imprescindibles

historiadores como Julio Le Riverend, Emilio Roig de Leuschsenring, Olga Portuondo, María

del Carmen Barcia, Raquel Vinat de la Mata ; hemos revisado la pletórica prensa de la

época, los discursos, los archivos, la novela social de principios de siglo, pero donde

realmente encontramos fuentes muy interesantes y dignas de competir con cualquier

otra fuente primaria fue en los testimonios. En este caso, la mujer desempeña un papel

relevante, tanto como autor como testimoniante. Las zonas más oscuras sobre la condición

de la mujer y las cuestiones de género, sobre los sectores marginados, la prostitución, la

corrupción pero también sobre la alta sociedad y las luchas por la libertad llegaron a ser

esclarecidas, y los detalles evocados permitieron reconstruir un pasado de manera horizontal y

polifacético.

Reconstruir, ese es el verbo correcto. En una entrevista sobre ciencia y cultura, María del

Carmen Barcia, eminente historiadora, autora entre otros muchos estudios, de Capas

populares y modernidad en Cuba (1878-1930)4, dijo lo siguiente : « La creatividad y la

intuición son peculiaridades intrínsecas a todo científico, a todo artista, y a todo intelectual.

(…) Nunca reproduciremos los hechos y circunstancias de la historia tal como ocurrieron. De

lo que se trata es aproximarnos, lo más posible, a su verdad, pero esto no es simple, pues

requiere lograr una especie de autoconciencia científica de la realidad social (…) ». Aboga

por la necesidad de compaginar el conocimiento y la imaginación, una imaginación capaz de

hacernos vivir en una sociedad determinada y reproducir mentalmente sus modos de vida.

Para ella, « las fuentes literarias, la narrativa, permite asomarnos a una visión capaz de

4María del Carmen Barcia, Capas populares y modernidad en Cuba (1878-1930, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 2009.
reproducir la sociedad desde formas más sensibles y también más profundas (…)5 ». La

misma autora se valió de una novela publicada en el año 1911 cuando redactó « capas

sociales y modernidad en Cuba… », « Purita Rosal. La novela de una tiperrita »6, para

analizar la condición de la mujer frente a la modernidad y la posición antinómica de los

hombres en aquella etapa histórica.

Las mujeres que vamos a estudiar aquí merecen a todas luces el título honorífico de

historiadoras, empezando por Renée Méndez Capote. Las tres obras « Memorias de una

cubanita que nació con el siglo », publicada en 1963, « Por el ojo de la cerradura » en 1977, y

« Amables figuras del pasado », en 1980, son testimonios repletos de detalles que abarcan

más de medio siglo de historia nacional, del final de la colonia a la Revolución del 59, y cuya

escritura y estructura revelan la autoconcientización de una intelectual que del papel de

testigo pasó a asumir el de actriz del proceso socialista. Su indosincrasia dentro del género

memorial estriba en su origen social. Cuando la mayor parte de los testimonios conciernen

individuos de bajo estirpe social, mujeres pobres, negras, obreras, y son el resultado de

entrevistas realizadas por científicos que recogen la voz de los marginados, aquellas tres

obras son escritas por la protagonista, nacida en una familia de la más alta burguesía

habanera, y cuya posición privilegiada le permitió relacionarse con los personajes más

importantes de la época, presidentes, intelectuales, artistas, empresarios. « Yo nací

inmediatamente antes que la República. Yo en noviembre de 1901, y ella en mayo de 1902,

pero desde el nacimiento nos diferenciamos : ella nació enmendada y yo nací decidida a no

dejarme enmendar »7. Así inicia su obra « Memorias… ». Se considera « hija de la Enmienda

5
Ricardo Quiza Moreno, « Ciencia y cultura : del cruce de caminos a las bifurcaciones, diálogo con
María del Carmen Barcia y Reynaldo González », in : Revolución y cultura, La Habana, 2010, 4-11.
6
La novela narra los avatares de una joven mecanógrafa que se desenvuelve en la Cuba republicana de
principios del siglo XX. Este oficio moderno era el parangon de la inserción de la mujer en la esfera
pública. El término tiperrita es una cubanización del de Type Writter.
7
Renée Menez Capote, Memorias de una cubanita que nació con el siglo, Ediciones Unión, La
Habana, 1963, 9.
Platt » y ya el relato está empapado de historicismo. Tuvo la suerte de vivir una infancia feliz,

mimada por unos padres adinerados, pero que habían participado en la lucha por la

Independencia y cuya mente antiesclavista y anticolonialista les protegían de la decadencia

moral que caraterizaba la sociedad. Saturada según sus propias palabras « de cultura y de

arte » desde la edad más tierna por una educación de alto nivel, enriquecida por sus viajes al

extranjero, le joven Renée es el puente entre dos mundos, el antiguo modelo colonial, donde

predominaba la influencia europea y especialmente francesa y española, y el apremiante

capitalismo norteamericano y sus anhelos modernizadores : « La sociedad cubana de mi

infancia era de formación europea. Lo norteamericano era entonces despreciado por bárbaro y

de inferior calidad »8. Su mamá es el paradigma de un modo de vida típicamente criollo que

resiste en vano a la incipiente república. Abundan en el texto las referencias al hablar

folklórico de la madre que sigue regañando a sus hijas con expresiones heredadas del periodo

esclavista : « esta niña necesita un cepo (…), un día te voy a dar un boca abajo (…),

Componte es lo que hay que darles a estos niños (…) Bien decía Papá Ramón Su Mercé que

Mujer que aprende latín no puede tener buen fin »9. Renée Mendez Capote le dedica a su

mamá inegables páginas de descripciones cuya calidad literaria es digna de las obras de

Marcel Proust. La profusión de detalles en el rememoramiento del decorado y mobiliario de la

habitación, de la vestimenta, peinados, y adornos de su madre, de sus hábitos, en el octavo

capítulo son fuentes inestimables para el investigador y merecen ser clasificadas en la historia

material, sirviendo en este caso para el estudio de la condición de la mujer. De igual modo,

las descripciones del vedado salvaje y exuberante de principios de siglo y de su paulatina

transformación10, de la sin par Habana Vieja, de sus comercios y de los productos allí

8
Ibidem, 153.
9
Ibidem, 39.
10
Ibidem, 43-46.
vendidos11 son une mina de oro y condensan en unas páginas lo que el investigador puede

encontrar después de numerosas y fastidiosas horas sumido en la prensa de la época. Son más,

dan vida a las fotos de las mansiones y acontecimientos de la crónica social que se encuentran

en las revistas como Social o Carteles. La influencia francesa se plasma en la enumeración de

las tiendas francesas, de los manjuares y hasta la presentación del menú ofrecido al cuerpo

diplomático por el primer presidente Tomás Estrada Palma y al que asistieron como

comensales los padres de la joven Renée el 5 de enero de 1905 : « Potage : crème

d’Argenteuil, Hors d’œuvre : Orly d’Huitres, Tartelettes de chevreuses au foie gras (…)

relevés : Boudin de merlan à la sauce ravigotte (…), Entrées : Dinde truffée, sauce Périgueux

(…), dessert : pomme glacée à l’abricot et à la pistache, café, liqueurs (…) »12.

La nueva organización social, entre otras cosas, el auge del proletariado y el trabajo femenino

completan el panorama de la época. Si los censos nos dan cifras, proporciones, Renée Méndez

Capote, en cuya casa se afferraban un enjambre de criados, se esmera en hablar de los

salarios, de los horarios y condiciones de trabajo : « La organización del trabajo doméstico en

la República se basaba en la esclavitud. Los sueldos eran irrisorios. El promedio, hablo de las

casas ricas, era de tres centenes una sirvienta, 4 o 5 centenes un criado hombre, 6 una cocinera

o un cochero, 3 un jardinero, un caballericero, un pinche de cocina, o un criado de

« afuera »13.

La nostalgia de su madre se topa con la admiración de su padre por la modernidad, una

modernidad a la que tenía facíl acceso por su posición económica. El lector asiste al estreno

bullicioso de los primeros automóviles, que poco a poco sustituyen los caballos tirando las

volantas, los flamantes cocheros negros14. La construcción del Malecón, las obras para la

11
Ibidem, 184.
12
Ibidem, 149.
13
Ibidem, 147.
14
Ibidem, 156-57.
instalación del alcantarillado, el teléfono, el cinematógrafo portátil que estrenó en casa, la luz

eléctrica, las modernos refrigeradores y lavadoras se invitan en el relato. La obra se clausura

con la adolescencia de la autora, momento en que pierde las ilusiones infantiles y se percata

de la trágica situación en la que el pueblo cubano está hundido. En 1977, cuando publica

« Por el ojo de la cerradura », la Revolución ya dejó oir la voz del cimarrón de Miguel Barnet

pero también la de decenas de mujeres cubanas entrevistadas por Margarett Randall, una

norteamericana que publicó en 1972 « La mujer cubana ahora »15. Los testimonios, repartidos

en temas como el trabajo, la lucha, la prostitución, resultan muy impactantes por su contenido

y por la novedad del estilo. El pasado republicano surge, crudo y sin concesiones. A buen

seguro el hecho de que una extranjera hubiera podido rescatar aquellos testimonios reveló a

autores cubanos como Renée Méndez Capote la necesidad de sincerarse aún más abordando

temas sociales y políticos. Van a seguir lo que ya desde los años veinte, muchas feministas

progresistas habían hecho, denunciando injusticias sociales y de género, o sea a través de

discursos como Loló de la Torriente o Hortensia Lamar, de novelas sociales como Ofelia

Rodríguez Acosta en « La vida manda », o en la prensa como la periodista Mariblanca Sabás

Aloma que se hizo el portavoz de las mujeres explotadas en la esfera pública y privada.

En « Por el ojo de la cerradura »16, Renée Méndez Capote se despoja de las reglas impuestas

por la novela y ofrece una serie de reflexiones y retratos correspondiendo al momento en que

ella se hizo actriz de la historia nacional, adhiriéndose al socialismo y luchando activamente

para derrocar al dictador Machado a los 32 años, a peligro de su vida. El tono se hace cada

vez más crítico, la pluma acerbe y mordaz cuando en los textos « La palanca » y « un político

inefable » vuelve sobre la corrupción que roía la sociedad. La misma Renée explica cómo

aceptó el cargo de directora de la Biblioteca Nacional, ofrecido por el presidente después de

15
Margarett Randall, La mujer cubana ahora, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972.
16
Renée Méndez Capote, Por el ojo de la cerradura, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1977.
la siguiente pregunta « Que es lo que te complacería » ? Parece inspirarse en los títulos de

Margarett Randall cuando a secas aborda el tema « Juego, prostitución, ladronero y

abandono »17 . Estamos frente a un trabajo de reconstrucción que se parece más a un estudio

histórico que a un puro testimonio. Otra vez llena el vacío cuando nos obsequia una galería

de retratos, los de las esposas de los presidentes de la República18, desvelando detalles e

indicios que no encontramos en los trabajos históricos. Harto interesante es su compromiso

con la izquierda y sus acciones a escondidas de su esposo, el español Manolo Solís Mendieta,

famoso y muy acomodado director de la tienda el Encanto, del que se divorciará

escandalosamente. Los 22 días de cárcel como prisionera política a raíz de la huelga general

de 1935 dan pie a una descripción original de los pabellones de mujeres19.

Al leer las obras de Renée méndez Capote, uno tiene la impresión de seguir un allegado, un

familiar, por los vaívenes, las reiteradas referencias a personajes o acontecimientos que

aparecen en las tres obras. En « Amables figuras del pasado », publicado en 1980, afloja la

nostalgia con retratos de « gente sencilla » que pertecenen a su infancia, su abuelo, la nana

negra, el cochero, sus profesores, millonarios, artistas, intelectuales como Enrique José

Varona, Juan Marinello, Antonio Guiteras, recorriendo casi un siglo de historia cubana. Uno

se deleita leyendo su intercambios espitolarios con Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, y se

admira frente a la labor realizada en el Lyceum que creó ella en 1929.

La narración viene interrumpida por fragmentos de discursos, como el de la hija de Máximo

Gómez en el 33, artículos de periódicos, demostrando una metodología de estudio de las

fuentes y documentos que la asemejan al historiador.

17
Ibidem, 79.
18
Ibidem, 59-70.
19
Ibidem, 168.
El testimonio, las memorias, en todas sus fases de elaboración, son historia, ya que exigen un

riguroso trabajo. Una labor de rememoramiento en el caso de autores como Renée Méndez

Capote que asumen la doble función de testimoniante y escritor. Siguiendo los pasos de la

cubanita Renée, Sonnia Moro recibió en el 2004 el Premio Memoria por su obra « Nostalgias

de una habanera del Cerro »20. La historiadora cuenta en el prólogo cómo sus estudiantes y

allegados, al cuestionarla constantemente sobre su propia experiencia, hicieron que ella se

decidiera a sincerarse contando su juventud, la de una joven blanca, de la pequeña burguesía

habanera, educada y mimada, cuando la mayor parte de los testimonios son asumidos por

gente pobre o marginada. Comparte con Renée Méndez Capote un origen social privilegiado,

y sobre todo una evolución, una concientización que la llevó a involucrarse en la lucha

revolucionaria, renunciando a las comodidades inherentes a su posición. Para ella,

« matrimoniar la historia oral con el género da resultados estimulantes y proporciona un triple

disfrute : ser testimoniante, editora e historiadora indistintamente »21. Insiste en la importancia

de la cotidianidad, de los pliegues tanto más interesantes como las líneas y bajo su pluma el

lector se sume en la Habana de aquel tiempo, las salidas, la música, la política, la Ciudad y la

Revolución.

Otra vertiente del testimonio la constituyen las obras como « Golpeando la memoria »22,

sobre la vida de la poeta Georgina Herrera y escrita a cuatro manos con Daisy Rubiera la

historiadora. La colaboración entre ambas mujeres, aquella labor que sin temor podríamos

calificar de científica, plurisdiciplinaria, viene a acreditar nuestra tesis sobre la íntima

relación entre micro historia y testimonio. Obra maestra, continuación lógica de « biografía

de un cimarrón », « Reyita sencillamente », también es el resultado de la colaboración de una

historiadora, Daisy Rubiera, y de un testimoniante, su mamá, mujer que nació negra y pobre,

20
Sonnia Moro, Nostalgias de una habanera del Cerro, Ediciones la Memoria, La Habana, 2006.
21
Ibidem, 13.
22
Daisy Rubiera Castillo, Golpeando la memoria, Ediciones Unión, La Habana, 2005.
en el marco de un proyecto de investigación sobre la mujer de color, tema recién abordado a

pesar de su relevante importancia. Los miembros del jurado que la recompensaron con el

premio Casa de las Américas en 1997 se quedaron pasmados ante aquella obra tan impactante

y sincera. La calificaron de « imprescindible », y asemejando Reyita a Esteban Montejo el

cimarrón, consideraron que Reyita « dice lo que él no dijo ni pudo decir y lo hace, además,

desde la perspectiva de una mujer negra »23. De hecho, ninguna investigación clásica sobre la

condición de los hombres y mujeres de color durante la República puede llenar los vacíos

como Reyita, o mejor dicho, ningún trabajo puede darse por terminado sin haber consultado

esta obra. En manos de los científicos, el testimonio llega a ser una herramienta, una fuente

primaria, pero en el caso de que el autor sea un familiar del testimoniante, la tarea se hace

más ardúa por la carga emocional que conlleva. No podemos clausurar este trabajo sin

abordar una obra, poco conocida pero de mucho interés. Se trata de « Historias contadas por

Pura »24, escrita por el etnólogo Ernesto Chávez Alvarez, que recogió la palabra de Pura de

Armas, joven miserable que vivió toda su juventud en la temible Ciénaga de Zapata. Hasta

febrero de 1954, cuando Oscar Pino Santos, un periodista, publica en Carteles un artículo en

tres partes con fotos titulado « La Ciénaga de Zapata, realidad y leyenda », el pueblo cubano

casi no conocía esta zona pantanosa y hóstil, mundo aparte en la isla donde el hombre

sobrevivía entre hambre, miseria, enfermedades y animales salvajes. Es casi un trauma para

los lectores. Medio siglo después, en el 2008, se da a luz el testimonio de Pura y es sofocante.

El lector se sume en otro mundo, y aprende cómo se vivía en esta zona abandonada por todos,

su sistema casi feudal, la muerte que rondaba a cada rato, los parasitos que roían los

estómagos, la miseria más espantosa, y las plantas como únicas medicinas.

23
Daisy Rubiera Castillo, Reyita sencillamente, ver la contraportada.
24
Ernesto Chávez Alvarez, Historias contadas por Pura, Ediciones La Memoria, La Habana, 2008.
Estas historias a las que nos referimos brevemente, dejando de lado por falta de espacio otras

muchas como las de Dulcila Cañizares y el mundo de la prostitución habanera de 191025,

escritas entre los años 60 y hoy pero enraízadas en la etapa republicana, cumplen varias

funciones. Son mujeres que escriben su historia o la de otras, sometiéndose a una labor

científica en la elaboración de los textos y en la búsquedad constante de la verosimilitud

histórica. Colman un hueco dejado por la historiografía entre la colonia y la Revolución en lo

que a muchos temas sociales se refiere. Rompen con la autobiografía, la espítola y las

crónicas de viaje de la Condesa de Merlín, de Gertrudís Gómez de Avellandeda, de Dulce

María Loynaz, géneros narrativos más visitados por las mujeres no sólo en Cuba sino en el

resto del mundo entre el siglo XVIII y el XIX. Ya no reproducen criterios estereotipados

sobre el sexo débil y un ideal femenino anticuado, más bien establecen un diálogo con la

Historia nacional y su propia historia, convirtiéndose a travès de este género, el testimonio

memorial, en un nuevo tipo de historiadoras.

25
Dulcila Cañizares, San Isidro 1910 : Alberto Yarini y su época, Editorial Letras Cubanas, La
Habana, 2000.

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