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REESCRIBIR LA HISTORIA LITERARIA PUERTORRIQUEÑA: UNA PROPOSICION

Prof. Alberto Martínez-Márquez


Departamento de Humanidades
Universidad de Puerto Rico en Aguadilla

Volver a la historia del acontecer literario puertorriqueño en estos precisos momentos se

torna una tarea imprescindible e impostergable. Hago un recuento. De 1955 a 1983 se publicaron

cuatro volúmenes de historia literaria en nuestro país: Diccionario de literatura puertorriqueña

de Josefina Rivera de Álvarez, editado en 1955 bajo Ediciones de La Torre, aumentado y reeditado

por el Instituto de Cultura Puertorriqueñas en dos volúmenes en el año de 1974; Historia de la

literatura puertorriqueña de Francisco Manrique Cabrera, publicado por Las Americas

Publishing Company en 1956; Historia panorámica de la literatura puertorriqueña, de Cesáreo

Rosa Nieves, lanzado por la Editorial Campos en 1963; y el mastodóntico Literatura

puertorriqueña: su proceso en el tiempo de Josefina Rivera de Álvarez, publicado por la editorial

Partenón en 1983. Podríamos añadir un quinto libro, Literatura y sociedad en Puerto Rico de José

Luis González, impreso en 1976 por el Fondo de Cultura Económica de México, que cubre, desde

una lectura sociológico-marxista el trabajo de los cronistas de Indias hasta la pretendida

Generación de 1898. De hecho, el segundo volumen de este trabajo, anunciado por González en la

introducción de su estudio, nunca vio la luz (9).

Esto significa que luego de 1983 nuestra historia literaria se detuvo en el tiempo. Al menos,

en lo que concierne a los manuales y esbozos que hubieran podido periodizar la producción

escritural puertorriqueña luego de esa fecha Por supuesto, en el presente existen una gran cantidad

de estudios académicos, rigurosamente documentados, altamente innovadores y tenazmente

transgresores que han revisado algunos de los momentos importantes del pasado y del presente de

nuestra literatura. Por mencionar algunos al azar: Literatura negra del siglo XIX escrita por

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negros recopilación y estudio preliminar de Roberto Ramos Perea, publicado por la Editorial LEA

del Ateneo Puertorriqueño en 2009 y corregida y aumentada bajo el sello editorial de Publicaciones

Gaviota en 2011; Modernidad y resistencia: literatura obrera en Puerto Rico (1898-1910) de

Carmen Centeno Añeses, divulgada por El Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el

Caribe y cooeditado por Callejón en 2005; Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura

entre siglos de Mario R. Cancel, publicada por Pasadizo en 2007, que gira en torno a la literatura

que surge a partir de la llamada Generación de 1980; y el estudio bibliográfico Historia de la

literatura puertorriqueña a través de sus revistas literarias de Adolfo E. Jiménez Benítez, editado

en 2010.

De igual manera, es preciso destacar los escritos cardinales de Luis Felipe Díaz: La

na(rra)ción en la literatura puertorriqueña (Ediciones Huracán, 2008), que indaga sobre las

formaciones (y deformaciones) discursivas de lo nacional, y Modernidad literaria puertorriqueña

(Isla Negra, 2005), estudio que ofrece una lectura posestructuralista y postmoderna de la

producción literaria de actualidad. Más recientemente, la voluminosa antología, editada por Marta

Aponte, Juan G. Gelpí y Malena Rodríguez Castro, intitulada Escrituras en contrapunto: estudios

y debates para una historia crítica de la literatura puertorriqueña, publicada por la Editorial de

la Universidad de Puerto Rico en 2015, ofrece toda una interesante gama de acercamientos teórico-

críticos a diversos autores, textos, géneros e instantes de la literatura puertorriqueña. Como indican

los editores en el prólogo, con cierto recelo: “Escrituras en contrapunto pretende intervenir en el

campo de la historia literaria, pero sin entregar una historia totalizadora” (xii). Aunque, como nota

bene, tengo que decir que para un proyecto que se propone anti-totalizador, las 799 páginas de los

veintisiete ensayos incluidos allí, con sus respectivas bibliografías, resulta una cuestión un tanto

paradójica.

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Una historia literaria puertorriqueña emergente se vuelve urgente, en estos precisos

momentos en que van surgiendo exponencialmente nuevas tentativas de lecturas y nuevos

paradigmas hermenéuticos en el horizonte de expectativas de la crítica actual. Mirar hacia la

totalidad, no significa necesariamente que la periodización quede sojuzgada a pretensiones

totalizantes (o totalizadoras, como le llaman los editores de Escrituras en contrapunto). A fin de

cuentas, la idea de la totalidad es una construcción y no un proceso natural. Incluso, tengo que

agregar que el desgaste de las metanarrativas teleológicas de corte hegeliano, que han sustentado

las teorías de la historia y la propia historiografía durante mucho tiempo, y los cánones de lectura

establecidos por las instituciones culturales dominantes, que en muchas ocasiones fungen dentro

o al margen de los aparatos ideológicos del estado—ie., Departamento de Instrucción

Pública/Educación, Universidad de Puerto Rico, Ateneo Puertorriqueño e Instituto de Cultura

Puertorriqueña—, han puesto en evidencia la imposibilidad de articular lo literario de forma

monolítica, uniforme y definitiva. Mirar los entrecruces que operan como resultado de la

circulación de las energías sociales de cada texto y de cada autor que se estudia, es un asunto

inaplazable. Sobre este particular, nos advierte el crítico estadounidense Stephen Greenblatt—

campana mayor del llamado Neohistoricism o Escuela contextualista de Berkeley—, que “se torna

imposible tomar el texto mismo como el recipiente perfecto, insustituible e independiente que

encierra en sí mismo todos sus significados” (505, traducción mía).

La historia literaria no debe verse como un proceso lineal, ni mucho menos progresivo. No

aspira a un telos o concreción final. Es la articulación inconstante, como bien indica el teórico

alemán Hans Ulrich Gumbrecht, de la simultaneidad de lo no-simultáneo (471). Esto daría cuenta

de la heterogeneidad y de las discontinuidades que operan en la producción literaria. A esto llamo,

procesos de imbricación, y me refiero a pensar la constitución de la literaria puertorriqueña como

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la formación de un mosaico intermitente de escrituras superpuestas, donde se manifiestan sus

diferencias lingüísticas, estéticas, estilísticas e ideológicas. Así, por ejemplo, al lanzar una nueva

mirada sobre los cuentistas de la Generación del Cincuenta, compuesta por René Marqués,

Abelardo Díaz Alfaro, José Luis González, Edwin Figueroa, Pedro Juan Soto, José Luis Vivas

Maldonado, Salvador M. de Jesús y Emilio Díaz Valcárcel, resultaría imperioso reevaluar su

composición e incluir a escritoras como Violeta López Suria y Marigloria Palma. Ambas autoras

no sólo escriben y publican en el mimo momento que Marqués y compañia, sino que, de igual

modo, comparten con los éstos las técnicas narrativas, las líneas temáticas y la angustia existencial

como principio ordenador. Tanto López Suria como Palma, muestran trazos diferenciales respecto

a los escritores masculinos de su tiempo, en cuanto a los espacios geográficos, la tipología de los

personajes, las posibles alusiones e intertextualidades y los modos de representación de la realidad.

Recuérdese que durante la segunda mitad del siglo XX, la antología Cuentos puertorriqueños de

hoy, compilada por Marqués, formaba parte del currículo escolar. Marqués establece un canon

patriarcal del cuento puertorriqueño del 50 y lo justifica en su prólogo. Lo que llama la atención

es que en ese mismo prólogo menciona de soslayo a algunos cultivadores del cuento de esa misma

generación como lo son José Emilio González y la propia Violeta López Suria, a los que les

concede alguna importancia. Sin embargo, ninguno de ellos está incluido en dicha antología.

Se me ocurre que un cuento como “La muñeca”, de Violeta López Suria, que sitúa su

acción en un lugar y un tiempo indeterminados, dialogaría perfectamente con “Los inocentes” de

Pedro Juan Soto, que toma lugar durante la diáspora boricua en Nueva York al inicio de los

cincuentas. Sacaré el cuento de López Suria de los márgenes generacionales y lo moveré

estratégicamente al centro mismo de la institución de Marqués y asociados a través de un breve

ejercicio exegético. El cuento de López Suria pertenece a la colección de poemas y cuentos Gotas

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en mayo, publicada en 1953. Por su parte, “Los inocentes” de Soto forma parte de Spiks de 1956.

Se e trata del primer libro de ambos escritores.

En “La muñeca” Marienna, una niña preadolescente, a quien su madre abandonó de muy

pequeña, reside con su padre, un titiritero. Este le regala una muñeca y le insiste a Marienna que

debe parecerse a ella. Al final, el padre, cuyo nombre es Zinno, se suicida y la niña queda sola con

su tía, quien la consuela y evita que pueda ver a su padre muerto. El relato concluye como sigue:

No podía llorar. Se abrazó a la muñeca de palo que la miraba


sonriente, dura.
Esta vez no sabía a quién parecerse. (136)

En “Los inocentes”, Pipe, un hombre de treinta años con retraso mental es objeto de

discusión entre la madre y la hermana de éste, puesto que esta última desea internarlo con el fin de

aliviar sus cargas diarias. Como puede verse a continuación en el parlamento de Hortensia, la

hermana de Pipe:

-En Puerto Rico era dihtinto -dijo Hortensia, hablando por encima
del hombro-. Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la
gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al
vecino. La vida eh dura. Yo me paso los añoh cose que cose y
todavía sin casalme.

Las similitudes en cuanto a forma, tema, personajes y contenido son impresionantes.

Veamos a continuación:

1. Los cuentos son cortos y sintéticos.

2. Están narrados en tercera persona.

3. El modo narrativo se sitúa en el Realismo.

4. La intromisión del narrador en tercera persona es mínimo.

5. Se privilegia el diálogo sobre la descripción.

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6. Hay un giro fenomenológico en cuanto a la manera en que los personajes principales

se piensan dentro de su consciencia.

7. Se trata de narrativas familiares.

8. El desenlace resulta en fatalidad o catástrofe (según lo define Aristotételes en su

Poetiké).

Compárense, además, los siguientes fragmentos, que presentan la forma en que Pipe y

Marienna conciben su mundo desde una óptica onírica y fantasiosa:

treparme frente al sol en aquella nube con las palomas sin caballos
sin mujeres y no oler cuando queman los cacharros en el solar sin
gente que me haga burla
(“Los inocentes”)

Marienna se obsesionaba. Día tras día. La maravilla de su muñeca a


través de la imaginación del padre la hacía viajar a Oriente, Viena y
París.
(“La muñeca”)

“Los inocentes” y “La muñeca” están estructurados bajo el signo de lo trágico, desplazando

el angst o angustia existencial hacia los personajes secundarios: la madre y la hermana de Pipe, en

el caso del primer relato, y Zino, el padre de Marienna, en el caso del segundo. Sin embargo, he

aquí donde se encuentra factura diferencial de ambos cuentos: mientras Soto intercala el monólogo

interior de Pipe en “Los inocentes”, para mostrar el interior del personaje; López Suria coloca

descripciones breves al final y al inicio de los diálogos entre los personajes y deja que el diálogo

revele lo que piensa Marienna. Otra diferencia, en el monólogo interior de “Los inocentes” el niño

recurre a un lenguaje más poético, alejado del sociolecto de la madre y de la abuela, que demarcan

su tipología social: emigrantes campesinos que residen en la metrópoli. Empero en “La muñeca”,

desprovisto de referencias temporales específicas, la economía de su lenguaje prescinde de lo

poético y del lenguaje coloquial como instancias representativas de tipos sociales.

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Con respecto a los períodos literarios, me parece pertinente reescribir el Romanticismo en

Puerto Rico. Este movimiento artístico que arropa prácticamente todo el siglo XIX, corre paralelo

y superpuesto con otras manifestaciones literarias y artística como el Neoclasicismo, el Realismo,

el Parnasianismo, el Modernismo y el Naturalismo. Entiendo que en vez de referirnos al

Romanticismo, debiéramos hablar propiamente de los Romanticismos. Bajo esta última

conceptualización, se daría paso a una comprensión más cabal y distendida, a fin de desechar el

concepto unívoco y obsoleto que nos presentan los manuales de historia literaria. Un ejemplo

claro de ello es la producción poética y narrativa de Manuel Corchado y Juarbe. A estos fines,

analizaré brevemente el siguiente poema, que lleva por título “Una consulta”:

La faz entre el velo oculto,


entró en mi despacho ayer
temblorosa una mujer,
para hacerme una consulta:

—Busqué labor; no me dieron;


limosna y no conseguí,
y cuando a casa volví
mis hijos pan me pidieron.

Presa de horror y de afán,


desde mi propia cocina,
con un gancho, a una vecina
conseguí robarle un pan.

Nada comimos ayer,


Y hoy lo mismo aconteciera
si al robo no recurriera.
Pregunto: ¿lo debo hacer?

La escuché petrificado;
Pan y dinero le di,
Y por respuesta añadí:
—Que conteste otro abogado.

Sabemos de entrada, que el Neoclasicismo, muestra una tendencia en contra del

retoricismo, favoreciendo el racionalismo y el didactismo. Por el contrario, el Romanticismo se le

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concibe opuesto a las normas clásicas y busca a todas luces exaltar la individualidad, la libertad y

el subjetivismo. En el poema anterior, desde una perspectiva formal, se nos muestra un registro

neoclásico en cuanto a la brevedad de sus versos y la parquedad de su lenguaje. Sin embargo,

temáticamente hay un giro hacia la subjetividad. El abogado, que es a la vez el poeta implícito,

asiste a la mujer en su necesidad y enuncia la imposibilidad de ofrecer una respuesta concluyente

a este dilema moral. En el poema, la pobreza pudiese justificar el robo como acto de justicia en el

ofrecimiento del pan y el dinero. Piénsese que una lectura contextualizada del poema, nos presenta

al autor del mismo, como una persona activa en el plano político-social. Corchado y Juarbe

representó a Puerto Rico en las cortes españolas y asumió posturas liberales en su tiempo, como

enseñar el Espiritismo en escuelas y universidades como materia científica. “Que conteste otro

abogado”, alude a la incapacidad de emitir una condena o una exoneración de parte del

interlocutor. Lo racional y lo subjetivo entran en un movimiento dialéctico que va más allá de lo

bueno y lo malo, colocando en ese “otro abogado” (la divinidad o la conciencia del lector) su

resolución final.

La narrativa del Romanticismo es mucho más heteróclita que la poesía. Como resultado

de mi investigación para el curso de Narrativa Puertorriqueña que dicté en el Programa de Maestría

de la Universidad del Sagrado Corazón en los años comprendidos de 2006 y 2013, logré distinguir

cinco Romanticismos, que pasaré a mencionar a continuación: (1). el romántico-mimético de

influjo español y francés, (2). el romántico mimético de influjo alemán e inglés, (3). el romántico-

costumbrista, (4).el romántico-indianista y (5) el romántico-fantástico.

La narrativa romántica-mimética de influencia española queda ejemplificada desde un

inicio por los autores del Aguinaldo Puertorriqueño de 1843. Relatos como “Pedro Duchateau”

de Martín Travieso, Historia de Don Alfonso de Córdoba y Doña Catalina de Sandoval” de Miguel

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Alcayde, “Muerta por amor” de Mateo Cavahlon, “La infanticida” de Juan Manuel Echevarría y

“El astrólogo y la judía” de Eduardo González Pedroso, acusan influencias del Romanticismo

español (Larra, Gil y Carrrasco) y del francés (Chateaubriand, Hugo, Dumas). Particularmente se

destacan la recurrencia a la narrativa histórica y la época medieval como trasfondo de la trama. La

narrativa romántica-mimética de influjo alemán e inglés puede apreciarse en los cuentos “Violet”

y “¡¡Asesino!!” de Francisco Gonzálo (Pachín Marín), donde se hace evidente el influjo de

Wolfgang Goethe, Heinrich Heine, Friedrich Schiller y otros componentes del Sturm und Drag.

En cuanto al romántico-costumbrisma, Manuel Alonso Pacheco es su figura principalísima

con El gíbaro, obra publicada en 1849 y aumentada en 1883. Sus narrativas van desde la leyenda

hasta el cuadro de costumbres. La palma del cacique de Alejandro Tapia y Rivera y Los dos indios

de Ramón Emeterio Betances constituirían el romántico-indianista. Bajo esta categoría se

representa al indígena puertorriqueño como un salvaje noble que lucha por liberarse del opresor.

Finalmente, el romántico-fantástico, contiene un sinnúmero de cultivadores, incluyendo a Tapia,

con su novela Póstumo el transmigrado y Betances, con el relato “La virgen de Borinquen”. La

colección de cuentos de Manuel Corchado y Juarbe, Historias de ultratumba, libro publicado en

1872, que presenta sus iderio estético, político y religioso, también participa de este renglón. Del

mismo modo, es preciso mencionar la trilogía Nadir-Sha de Francisco Mariano Quiñones,

compuesta por Kalila, Fátima y Riza kouli. Las primeras dos novelas fueron publicadas en 1875

y 1876, respectivamente, en Bruselas. La tercera parte de la trilogía permanece inédita.

Sobre Kalila, explica el historiador y crítico Mario R. Cancel:

El verdadero protagonista de Kalila, más que Nadir el héroe persa


capaz de emocionarse y enamorarse, es la masonería misma como
cuerpo simbólico. Y si la masonería representaba una alternativa
modernizadora como se ha propuesto en este texto, es la modernidad
la protagonista y este discurso otra de las manifestaciones de esa

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aspiración del siglo que tantas dificultades planteó el intelectual
europeo y el americano. (xxix)

Una historia del lector y de la lectura, dentro de esta nueva historia de la literatura

puertorriqueña que propongo aquí, revelaría los títulos, los autores y los géneros predominantes

en determinadas épocas y períodos. Con ello se daría paso al estudio de las influencias (imitatio e

intertextualidad), de las formaciones generacionales, de la constitución de los cánones y

contracánones y de las refiguraciones de la concepción de lo literario y de lo textual a través del

tiempo. Por ejemplo, según expresa el historiador Robert Darnton en un ensayo “Historia de la

lectura”: “Los registros de las bibliotecas de préstamo ofrecen una oportunidad mejor para

establecer relaciones entre los géneros literarios y las clases sociales, pero son pocas las que han

sobrevivo” (187). Más adelante arguye: “El dónde de la lectura es más importante de lo que podría

creerse, pues la situación del lector en su escenario puede darnos indicios sobre la naturaleza de

su experiencia” (189). Un microestudio como el propuesto por Darnton, entendido dentro del

macroproceso de nuestra literatura, revelaría las correlaciones, concomitancias y disparidades

entre grupos de lectores de San Juan, Utuado, San Germán y Ponce a finales de siglo XIX o a

principios de la década de 1940. Esto nos daría un dato relevante, puesto que bien podría apuntar

a la demanda de lectura de cierto tipo de literatura y la constitución de tipos de lectores. Incluso,

arrojaría luz sobre la relación entre los lectores y los autores y la respuesta de estos últimos a esa

demanda.

La literatura de la diáspora puertorriqueña en los Estados Unidos se ha percibido como un

proceso separado del desarrollo literario en la isla. Dentro de la historia literaria que propongo, se

incluirían los autores más difundidos como Pedro Pietri, Sandra María Esteves, Piri Thomas, Tato

Laviera y Miguel Piñeiro; pero también las figuras relegadas al olvido como José Angel Figueroa,

Diana Ramírez de Arellano, Pedro Juan Labarthe y Jesús Colón. De igual forma, debe concedérsele

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un espacio muy particular a la literatura diaspórica que se escribe en español, como es el caso de

Lourdes Vázquez, Alfredo Villanueva Collado, Marithelma Costa, Pedro López Adorno, Myrna

Nieves y Juan Manuel Rivera, por mencionar algunos. A esto debe añadírsele las interacciones

entre los autores de la diáspora y los que residen en la isla. Resultaría beneficioso trazar un mapa

de influencias y deslecturas mutuas.

Un aspecto desconocido e inédito en nuestra historia literaria es el que atañe a los autores

emigrados, exiliados y transterrados en Puerto Rico. La presencia de Pedro Salinas, Ramón Ayala,

Juan Ramón Jiménez y Aurora de Albornoz, por mencionar algunos de los más destacados autores

del exilio español, jamás ha sido debidamente calibrada y contextualizada dentro del panorama

literario puertorriqueño. Me parece que ya es hora de hacer justicia a los escritores españoles e

hispanoamericanos que han estado presentes desde el Aguinaldo puertorriqueño de 1843,

aportando y enriqueciendo nuestra cultura y nuestras letras. Salinas, Ayala, Jiménez y Albornoz

no solamente participaron como profesores, críticos y editores, sino produjeron una parte

significativa de su corpus creativo y exégesis literaria durante su estancia en Puerto Rico; amén de

interactuar con la inteligentsia y la clase escritural del país. Su presencia en la isla tuvo una

influencia directa sobre muchas de nuestras figuras literarias como José María Lima, Manuel

Martínez Maldonado y Anagilda Garrastegui. Otro tanto puede decirse de Luis Cartañá, el poeta

surrealista cubano, quien residiera en la ciudad de Mayagüez y fuera profesor del recinto de la

Universidad de Puerto Rico en esa ciudad. Cartañá no sólo produjo toda su obra poética en Puerto

Rico, sino que fundó el taller literario “El árbol de cristal”, en el que participaron destacados poetas

de la Generación de los Ochenta como Mario R. Cancel y Edgard Ramírez Mella. En años más

recientes se hace meritorio destacar la presencia de los cultores dominicanos Maricusa Ornés,

Eugenio García Cuevas, Miguel Ángel Fornerín y Doris Melo, en la zona metropolitana y del este

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de la isla; al igual que la de la boliviana Beatriz Navia y del venezolano Orlando Planchart, en el

sur del país. Navia y Planchart fueron los fundadores y editores de la revista A propósito, surgida

a mediados de los años de 1990 y que fuera una importante palestra para los escritores

puertorriqueños ya cimentados como también lo fue para los escritores más noveles.

Finalmente, es imperioso mencionar el rescate que ha venido efectuándose en la última

década de este siglo figuras literarias marginadas como José Elías Levis, José de Diego Padró y

Fidel Matheu, a la par con relecturas de la obra de Julia de Burgos, Luis Palés Matos y Luis Muñoz

Marín. Los estudios de éstos realizados por Fernando Feliú, Elidio La Torre, Haydée de Jesús y

Ernesto Álvarez, Griselle Merced Hernández, Mercedes López Baralt, Zoé Jiménez Corretjer y

Giannina Caro Delgado Caro, ofrecen una oportunidad magnífica para el tejido de una o varias

historias de la literatura puertorriqueña, que se ofrezcan una visión crítica, diferencial y alternativa,

a la par con los nuevos paradigmas epistemológicos. Soledad Lloréns Torres, Gustavo Agrait y

Edelmira González Maldonado aún esperan por reinscribirse dentro de este proceso.

Otro aspecto que me parece cardinal aquí es entender la literatura puertorriqueña, más allá

del referente geográfico o de su representación de lo que yo denomino lo nacional-excluyente. hay

que entender la historia literaria emergente más bien como una zona de prácticas escriturales que

polemizan y conversan. Esta historia debe ponderar también el rol de la institución de la crítica y

revisar los parámetros historiográficos que se han utilizado. Hay que considerar que, como nos

recuerda Jacques Leehnardt, toda periodización es imperfecta. Sin embargo, es apremiante asumir

esa imperfección para desfasar la otrora recitación del catálogo de nombres y de obras y suplantarla

por la constitución de unas nuevas coordenadas que nos permitan configurar otro mapa de nuestra

literatura, que (re)sitúe y (re)valore autores, textos y lecturas.

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Bibliografía

Aponte, Marta, Juan G. Gelpí y Malena Rodríguez Castro, eds. Escrituras en contrapunto. Río
Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2015.

Darnton, Robert. “Historia de la lectura”. Formas de hacer historia. Peter Burke (ed.). Madrid:
Alianza, 1999. 177-208.

Corchado y Juarbe, Manuel. Obras completas. Tomo I. San Juan: Instituto de Cultura
Puertorriqueña, 1975.

Greenblatt, Stephen. “The Circulation of Social Energy”. Culture/Power/History. Nicholas Dirks,


Geoff Elly y Sherry Ortner (eds). New Jersey: Princeton UP, 1994. 504-519.

Leenhardt, Jacques, “Literatura e historia”. Hacia una historia de la literatura


hispanoamericana. Ana Pizarro (coord.). México: El Colegio de México, 1987. 151-167.

López Suria, Violeta. “La muñeca”. Antología puertorriqueña. Rosita Silva de Muñoz (ant.).
Madrid: Talleres Tipográficos Ferreira, 1963. 134-136.

Soto, Pedro Juan. “Los inocentes”. http://ciudadseva.com/texto/los-inocentes/

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