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Fantasmas de día de Lucía Baquedano:

Seve y sus amigos viven en un pueblo pequeño y


quieren vivir nuevas aventuras. Así que, un día,
deciden escaparse de casa. Se van en una tartana
vieja tirada por una mula. Pero tienen un accidente y
acaban todos en un barranco. Cuando se levantan, no
sienten latir su corazón y piensan que están muertos.

Comienzan, entonces, una serie de travesuras por


varias casas del pueblo, pues los cuatro amigos
están convencidos de que son fantasmas invisibles.
Escriben mensajes en los muros, desenchufan
televisiones, dejan huellas rojas en cristales y
paredes... Por la noche se refugian en la casa del
monte. Creen ver un aquelarre de brujas. Vuelven al
pueblo, donde son visibles para todos. La gente les
pide cuentas por sus fechorías. Ellos se dan cuenta
de que están vivos, y de que se habían intentado
comprobar el pulso del corazón en el lado derecho en
vez de en el izquierdo, de ahí su error. Le cuentan a
la gente lo que han visto en la casa del monte, que
en realidad ha sido un robo de obras de arte de una
iglesia. Los chicos les indican dónde están y la gente
del pueblo va a recuperar las obras. Los cuatro
amigos están muy contentos de estar vivos. Además,
saben que la gente del pueblo los va a perdonar.

Fantasmas de día cuenta la aventura de cuatro


amigos: Seve, José Ignacio, Rodríguez y un niño más,
el narrador de la historia, cuyo nombre no se
menciona.
Todo comienza cuando Seve decide escapar de casa
con sus amigos, después de haber reñido con sus
padres. José Ignacio roba la mula de Jacinto, el
lechero, y los cuatro muchachos huyen del pueblo.
De pronto, nadie supo muy bien por qué, cayeron con
todo y mula al fondo de un barranco. Después de un
rato, al despertar, los chicos piensan que han
muerto, pues no sienten el latido de su corazón. Era
extrañamente normal estar muertos, podían verse
entre ellos e incluso les daba hambre. A José Ignacio
se le ocurrió que por haber robado la mula de Jacinto
deberían permanecer en el mundo vagando como
fantasmas hasta remediar su falta.

Los cuatro chicos comenzaron a buscar la mula para


regresarla a su dueño y así liberar sus almas. Sin
embargo, Seve decidió aprovechar su condición de
fantasma y divertirse asustando a la gente del
pueblo; pensando que podría atravesar muros, se
lanzó contra una pared que le hizo sangrar la nariz.
Se limpió la sangre con la mano y la estampó en una
ventana de la casa; a todos les pareció una broma
sensacional espantar a los vecinos dejando huellas
de manos con sangre, pero ésta, ya se había secado.

Al pasar por los nogales del padre de José Ignacio,


descubrieron al ricachón de Aniceto robando nueces,
José Ignacio, indignado, trató de meterle un buen
susto, pero Aniceto parecía no verlo ni oírlo. Los
chicos se dieron cuenta de que al estar muertos, la
gente no podría verlos y, para desquitarse de
Aniceto, fueron a buscar acuarelas para estampar
huellas en su casa y darle un buen susto por ladrón;
ya que eran invisibles, podrían hacer muchas cosas
divertidas.

Para cortar camino, los chicos entraron en una casa,


empujaron la puerta, caminaron por el pasillo hasta
la cocina y salieron por la ventana. Todos en la casa
se asombraron muchísimo. Los cuatro muchachos
entraron en varias casas del pueblo haciendo
travesuras y moviendo cosas; metieron los dedos en
los frascos de mermelada de Salomé, quien alcanzó a
darle un escobazo a José Ignacio. Cuando por fin
recogieron las acuarelas, estamparon huellas rojas
por todas partes, donde pudieran espantar a quien
pasara por ahí. Todo el día hicieron travesuras hasta
que vieron a Josefina, la mula de Jacinto, y corrieron
tras ella, más de una hora, para atraparla y
regresarla con su dueño.

Se hacía de noche y los muchachos estaban


cansados. Intentaron pasar la noche en una casa
vieja y sola, de la cual se decía que era una casa de
brujas.

Estaban cansados, temerosos y hambrientos; todos


querían regresar a sus...

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