quieren vivir nuevas aventuras. Así que, un día, deciden escaparse de casa. Se van en una tartana vieja tirada por una mula. Pero tienen un accidente y acaban todos en un barranco. Cuando se levantan, no sienten latir su corazón y piensan que están muertos.
Comienzan, entonces, una serie de travesuras por
varias casas del pueblo, pues los cuatro amigos están convencidos de que son fantasmas invisibles. Escriben mensajes en los muros, desenchufan televisiones, dejan huellas rojas en cristales y paredes... Por la noche se refugian en la casa del monte. Creen ver un aquelarre de brujas. Vuelven al pueblo, donde son visibles para todos. La gente les pide cuentas por sus fechorías. Ellos se dan cuenta de que están vivos, y de que se habían intentado comprobar el pulso del corazón en el lado derecho en vez de en el izquierdo, de ahí su error. Le cuentan a la gente lo que han visto en la casa del monte, que en realidad ha sido un robo de obras de arte de una iglesia. Los chicos les indican dónde están y la gente del pueblo va a recuperar las obras. Los cuatro amigos están muy contentos de estar vivos. Además, saben que la gente del pueblo los va a perdonar.
Fantasmas de día cuenta la aventura de cuatro
amigos: Seve, José Ignacio, Rodríguez y un niño más, el narrador de la historia, cuyo nombre no se menciona. Todo comienza cuando Seve decide escapar de casa con sus amigos, después de haber reñido con sus padres. José Ignacio roba la mula de Jacinto, el lechero, y los cuatro muchachos huyen del pueblo. De pronto, nadie supo muy bien por qué, cayeron con todo y mula al fondo de un barranco. Después de un rato, al despertar, los chicos piensan que han muerto, pues no sienten el latido de su corazón. Era extrañamente normal estar muertos, podían verse entre ellos e incluso les daba hambre. A José Ignacio se le ocurrió que por haber robado la mula de Jacinto deberían permanecer en el mundo vagando como fantasmas hasta remediar su falta.
Los cuatro chicos comenzaron a buscar la mula para
regresarla a su dueño y así liberar sus almas. Sin embargo, Seve decidió aprovechar su condición de fantasma y divertirse asustando a la gente del pueblo; pensando que podría atravesar muros, se lanzó contra una pared que le hizo sangrar la nariz. Se limpió la sangre con la mano y la estampó en una ventana de la casa; a todos les pareció una broma sensacional espantar a los vecinos dejando huellas de manos con sangre, pero ésta, ya se había secado.
Al pasar por los nogales del padre de José Ignacio,
descubrieron al ricachón de Aniceto robando nueces, José Ignacio, indignado, trató de meterle un buen susto, pero Aniceto parecía no verlo ni oírlo. Los chicos se dieron cuenta de que al estar muertos, la gente no podría verlos y, para desquitarse de Aniceto, fueron a buscar acuarelas para estampar huellas en su casa y darle un buen susto por ladrón; ya que eran invisibles, podrían hacer muchas cosas divertidas.
Para cortar camino, los chicos entraron en una casa,
empujaron la puerta, caminaron por el pasillo hasta la cocina y salieron por la ventana. Todos en la casa se asombraron muchísimo. Los cuatro muchachos entraron en varias casas del pueblo haciendo travesuras y moviendo cosas; metieron los dedos en los frascos de mermelada de Salomé, quien alcanzó a darle un escobazo a José Ignacio. Cuando por fin recogieron las acuarelas, estamparon huellas rojas por todas partes, donde pudieran espantar a quien pasara por ahí. Todo el día hicieron travesuras hasta que vieron a Josefina, la mula de Jacinto, y corrieron tras ella, más de una hora, para atraparla y regresarla con su dueño.
Se hacía de noche y los muchachos estaban
cansados. Intentaron pasar la noche en una casa vieja y sola, de la cual se decía que era una casa de brujas.