Está en la página 1de 3

Fran Manuel Díaz-Faes Saavedra

27 de febrero de 2023 (12:47)

(T) "El directo: Teatro TEG"


(dos enormes pequeñas piezas en tres actos)

He necesitado ver en un año en tres ocasiones tres, estas dos obras, hemistiquios de un
mismo poema, o un mismo verso: poema escénico y teatral del gran TEG, (Teatro
Estudio Gijón).

Para hacerme una idea, de lo sublime he insistido y lo haré más veces llevando gente a
mi lado para que se empape del saber que no ocupa lugar y no sabré adquirir solo. La
fuerza, las fuerzas del gran teatro. El TEG.
Se siente así uno transportado a un ambiente, a dos así en vivo y en directo por los
caminos de la literatura y el teatro, la buena literatura dramática, dramatizada.
La primera de las veces que vi esta pieza doble fue gracias a la amable invitación de mi
amigo Mamel, Manuel Pizarro, protagonista, en un derroche de talento sólo para 3 o 4
personas en su local de ensayo de Gijón. En una intimidad casera que nos da a entender
ese laboratorio capaz de ensayar un año o más para sacar su esencia en esta destilería.
Ese ya es un dechado de fabricación concienzuda y sin el apremio de la velocidad y lo
súbito.
La segunda, fue en el propio escenario del Teatro Jovellanos con el público expectante y
nervioso. La última, la semana pasada en el Teatro Palacio Valdés de Avilés.
Ha sido un fulgor, una hoguera de gran teatro.

No podría enumerar la grandeza de este grupo, que llevo viendo desde que tengo uso de
razón.

"Gris de ausencia" y "El acompañamiento", aun siendo de distinto tiempo pasado al de


ahora y diferente autor (ambos argentinos) suenan en silencio como engranaje
engrasado, codificado en esta liturgia tan bien planteada por el inabarcable director que
es Miguel G. Expósito.
El espacio es determinante y singular, sin artificios que distraigan, significante en pocos
elementos, el teléfono, las mesas, el aguamanil, el espejo, el cartel, los carteles, el
periódico, que engrandecen en la iluminación los instantes dramáticos que se exaltan. Y
un Gardel subrayando un final que queda para los anales de la grandeza teatral
asturiana.

Plantea el escritor de "Gris de ausencia", Roberto "Tito" Cossa la desubicación de la


emigración, tan distante de la actual que llega a Europa con esa globalización que indica
el programa. Distante pero no menos desgarradora. Unos italianos que han viajado a
Argentina y vuelven a su país y se quedan en ese interregno fuera de sí y de sitio.
Empezando por el desbarajuste del idioma, por momentos argentino y porteño o con el
deje lunfardo y de jergas propias y por otro el de la lengua italiana y los recuerdos
entremezclados y el propio de la última en esa cadena generacional, la hija más joven,
que se entiende en castellano e intenta balbucear el inglés.
Esa falta de integración es en realidad una desintegración que han vivido tantas
personas y en varias generaciones: la de los emigrantes tras el exilio mismo de la
dictadura de Franco de España incluso la de los años 40 y 50 para "mejorar" en Europa
apenas sin aprender otro idioma, que siguió a la de la gran emigración por entonces a
América (Argentina, Venezuela, Cuba, Méjico... ) que a finales del siglo XIX y
principios del XX se llevó a más de 400.000 asturianos fuera.
Y es la falta de integración, desbancada, apartada y desubicada de referencias estables
de las nuevas generaciones nacidas allá y que no "se sienten" de ningún lado, apátridas
emocionales cuando regresan a la madre patria que finalmente no se sabe cuál es la que
se cruza con la de los padres y abuelos y familiares que les pasa otro tanto por el
entrecruce de emociones hacia ambas orillas.

La interpretación es asombrosa. El trabajo de los actores, el propio inicio con


Filiberto en su introspección de un abuelo y su bandoneón desvencijado. En una
sugerida trattoria, pizzería, que conduce al Trastevere romano en otra enorme
interpretación de Mariano para construir el personaje del camarero paternofilial
también.
Y las mujeres, Martina en personaje más contenido como madre incapaz de entender el
lenguaje que le hablan, ese extrañamiento y desesperación, y en su hija, Ana, como
única esperanza que seguirá viajando para continuar esa rueda sinfín de la falta de
referencias estables. Y la aparición de Manuel como contrapunto familiar, un cuñado
portador del realismo hipotético que combate con ironía o desdén esos sueños,
desengaños y esperanzas de un vaivén emocional. Ese que construyen o hacían construir
antes las familias, como un conjunto a veces de fortalezas vacías.

Es en "El acompañamiento" de Carlos Gorostiza donde esa fortaleza, de uno solo, se


llena y se encumbra. La locura del sueño y el deseo y la realidad, la soledad. El miedo
además latente de la frustración que impide las decisiones que quedan en simulacro.
Este nuevo "tour de force" de dos actores Manuel Pizarro y Mariano Alfonso llega
aquí a su cénit. No ha mucho que despedimos al añorado José Lobato para siempre y
que contrastó su inmensidad escénica con la de Manuel y no por vez primera si no
última para desgracia de todos. Esa capacidad de introspección está delineada por el
mismo Pizarro en su interpretación de Tuco.
Aquí está un trabajo soberbio de esta enormidad escénica, amparada y defendida por su
estatura gestual y vocal librada al abrigo de su sentido profesional de actor.
A Rafael Álvarez "el Brujo" se le achaca a veces que no sabe o puede trabajar con otros
porque ese gigantismo interpretativo anula al partenaire y las réplicas que no llegan a
gozar de un paralelismo. Aquí Manuel que es también de otra galaxia, sin embargo,
posibilita que Mariano esté a su altura y con la dirección de Miguel ese decalaje sea así
de armonioso y alcance cotas en el personaje de Sebastián realmente inalcanzables en la
interpretación y modelado de su tipología.

Un quiosquero va a ver a su amigo. Encerrado como un anacoreta fuera de este mundo y


viviendo en la mitomanía de Gardel y la interpretación de los tangos. Alargado y
embaucado por las mentiras y autocomplacencia.
Y Manuel se desborda ante el espejo, el afeitado, las gárgaras, los movimientos y
ademanes, los gestos, la contención y casi ese monólogo interior, la suelta de
emociones, las pausas internas y la interacción al fin con su amigo. Y éste, Mariano,
hace lo mismo en la gradación de tensión y conflicto, apaciguamiento y crispación, el
vaivén del diálogo, la intensidad y la pausa correlativas en ambos actores.

Cuando en la primavera pasada vimos la primera interpretación de este ensamble de dos


piezas nos hacíamos cruces de que no tuviesen ninguna actuación en un año casi, hasta
el estreno del 14 de diciembre en el Jovellanos. Ahora otra en febrero en Avilés. Tan
mal va esa idea del teatro. Es una auténtica pena. Y sin embargo es una oportunidad de
ver una obra maestra de TEG, el Teatro Estudio Gijón. Y ponderar su habilidad y oficio
artesano para mostrar esta vez la adversidad, el infortunio, la aflicción, desamparo,
conflicto, contrariedad, tropiezos y cuitas de unas vidas azarosas. Las que se aplican,
destinan y asignan y consagran a un sueño, a varios sueños. Cada personaje el suyo.

Yo he tratado de dar con estas notas la exactitud esencial del espejo del teatro que
refleja la cuarta pared divergente y múltiple del público.
Y un teatro escrito en unas horas de estrecheces en la dictadura de Videla, sabiendo
además que la libertad de pensamiento está por encima de la libertad de expresión y que
más importante incluso que la libertad es ser libre. Y este teatro nos hace libres. O al
menos más libres. Porque vemos así mostrarse a estas tipologías y esencias humanas
que encarnan los actores.

El teatro, los teatros y audiencias vibraron ante este ejercicio exultante y generoso de
gran drama cotidiano de vivir. Una calidad elevada que deja otro estupendo e
inolvidable juego escénico de TEG para la posteridad. En directo. Un directo al corazón.

(T) teatro
© Il Professore© window's-free-lance, diciembre de 2022 Teatro Jovellanos de Gijón,
febrero de 2023 Teatro Palacio Valdés de Avilés.

También podría gustarte