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Psicología Humanista

El Orgullo

Lucía Elisa Morales García


28 de Junio de 2012
El orgullo es un comportamiento humano basado primordialmente en el amor propio o
amor a sí mismo, por lo tanto, en la medida en que ese amor a mí mismo sea sano o
distorsionado, es también la medida en que el orgullo puede resultar una virtud o un
defecto, algo positivo o algo negativo, algo funcional o algo disfuncional.

El orgullo tiene diferentes connotaciones a nivel social, cultural y religioso, cada una de
estas esferas entiende el orgullo de diferente forma y lo alaban o critican según el
significado que le dan y el contexto en el que se presenta.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la palabra orgullo como:


“Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de
causas nobles y virtuosas”. Otros diccionarios, sin embargo, lo definen de forma contraria:
“Satisfacción personal que se experimenta por algo propio o relativo a uno mismo y que se
considera valioso”.

Soberbia (Del latín Superbia) y Orgullo (Del francés Orgueil), son propiamente sinónimos
aun cuando coloquialmente se les atribuye connotaciones particulares cuyos matices las
diferencian. El principal matiz que las distingue está en que el orgullo es disimulable, e
incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la soberbia se
le asocia con el deseo de ser preferido a otros, basándose en la satisfacción de la propia
vanidad, del Yo o Ego.

Para Santo Tomás de Aquino, el orgullo es uno de los siete pecados capitales y es
considerado el original y más serio, y de hecho, es la fuente principal de la que derivan los
otros ya que es el pecado cometido por Lucifer al querer ser igual a Dios. Es identificado
como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los
otros a pesar de que lo merezcan y mostrando un amor excesivo por uno mismo.

Los griegos se referían al orgullo (Hibris), como un desprecio temerario hacia el espacio
personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento
violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter
irracional y desequilibrado, y más concretamente por Ate (La Furia o el Orgullo).

Desde un punto de vista espiritual, el orgullo significa que consideramos a nuestro propio
ego como algo más importante que el ego de la otra persona. Es una compensación por los
sentimientos de inferioridad y deficiencia; nos separa de los demás y de nuestro ser real. Es
un vicio que no une sino que aparta y nos pone por encima, en un lugar especial y aislado
que pensamos que alguna otra persona tiene. Es ceguera interior que conduce al egoísmo
exterior y al estado de separación.

La definición del escritor Dante Alighieri es "Amor por uno mismo pervertido al odio y
desprecio por el vecino de uno." En su obra, La Divina Comedia, el penitente era obligado
a caminar con la cabeza agachada mientras era golpeado con un látigo para inducir
sentimientos de humildad.
En la Filosofía Objetivista, el orgullo racional es una de las tres virtudes principales y se
define como estima apropiada de sí mismo que proviene de la ambición moral de vivir en
plena consistencia con valores personales racionales.

Para Nietzsche el orgullo es una virtud elevada, propia de hombres superiores, la cual
conduce a una honestidad absoluta consigo mismo (Lo cual hace imposible cualquier
trampa o acto deshonesto), valentía y superación constante siempre buscando estar por
encima de los demás y no ocultarlo ante nadie.

El Budismo Zen persigue la aniquilación del orgullo, la vanidad, la obsesión, la


susceptibilidad y la excesiva animosidad. El Zen detesta el egoísmo que se manifiesta en
efectos calculados (con resultados artificiosos y efectistas) o cualquier otro tipo de auto
glorificación.

Si bien existe un sin número de definiciones y posiciones acerca del orgullo es claro que
existen dos vertientes, la positiva y la negativa.

El orgullo, en su vertiente positiva, puede considerarse como sinónimo de autoestima. La


diferencia, sutil aunque importante, radica en que la autoestima tiene que ver con la
confianza, el valor y la importancia que se concede uno mismo, la satisfacción de estar en
sintonía con la realidad que se aplica de un modo genérico y siempre positivo. Es decir, la
autoestima tiene su reflejo en la suma de todo, mientras que el orgullo no es necesariamente
positivo y su aplicación tiende a ser puntual. Uno no está orgulloso en general de todo; el
orgullo se aplica a aspectos concretos. Se puede estar orgulloso de alguien o se puede estar
orgulloso de haber alcanzado algún objetivo concreto, lo cual, a su vez, refuerza la
autoestima, pero no es la autoestima en sí.

Los niños experimentan orgullo por primera vez a partir de los dos años y medio, y lo
reconocen a los cuatro años. Es una emoción social fundamental que tiene expresiones
similares en las diferentes culturas como una leve sonrisa o la inclinación de la cabeza con
las manos en las caderas o levantadas en lo alto. “Es una emoción autoconsciente, que
refleja cómo uno se siente sobre sí mismo, y es un importante componente social. Es la
señal de estatus más fuerte que conocemos de entre las emociones; más poderosa que una
expresión de felicidad o de satisfacción." Según la doctora Jessica L. Tracy al realizar
estudios de este comportamiento.

Los investigadores tienden a dividir el orgullo en dos amplias categorías. El llamado


orgullo auténtico surge de logros reales, como criar a un niño difícil o crear una compañía.
El orgullo arrogante, como lo llama la doctora Tracy, está más cerca de la arrogancia o del
narcisismo, y es un orgullo sin un fundamento sustancial.

Un sentimiento de orgullo, cuando es convincente, actúa como si fuera un imán emocional.


Si bien al hablar de los aspectos positivos no hay demasiados conceptos que puedan
equipararse al orgullo, en el plano negativo la lista es bastante extensa. Así pues, el orgullo
se asocia, en mayor o menor medida, con la soberbia, la vanidad, la arrogancia o el
egoísmo, por citar algunos. Pero la clave diferencial debería buscarse en que el orgullo se
centra en la satisfacción respecto a un logro personal, mientras la soberbia se basa en que
los supuestos logros personales están siempre por encima de los logros de los demás.

La soberbia es la trampa del amor propio, estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es
falta de humildad y por tanto, de lucidez. La soberbia es más cerebral, se da en alguien que
objetivamente tiene una cierta superioridad, que realmente sobresale en alguna faceta de su
vida. Sus manifestaciones son más internas y privadas, aunque pueden ser observadas por
una atmósfera grandiosa que él crea sobre su persona y además, a través de sus máscaras;
hay arrogancia, altanería, tono despectivo hacia los demás, que se mezclan con desprecio,
desconsideración, frialdad en el trato, distancia gélida, impertinencia e incluso, tendencia a
humillar.

El orgullo es más emocional. Es una alta opinión de uno mismo mediante la cual la persona
se presenta con una superioridad y un aire de grandeza extraordinario. Asimismo, el orgullo
puede contener sentimientos como la vulnerabilidad o la sensación de derrota al ceder ante
argumentos superiores al nuestro. La intolerancia a reconocer errores o la superioridad de
otros planteamientos que ponen en tela de juicio el nuestro, llevan a ciertos individuos a
cerrarse ante la posibilidad real o imaginaria de verse menospreciados o humillados. En
este sentido el orgullo es una coraza que enmascara un sentimiento de inferioridad.

Decía Esopo: “Nuestro carácter nos hace meternos en problemas, pero es nuestro orgullo el
que nos mantiene en ellos”. El orgullo malentendido nos afianza en el error; reconocerlo,
como se apuntaba antes, supone mostrarse vulnerable, inferior. “El orgullo detesta el
orgullo en los demás”, dijo Benjamín Franklin, y es que el orgullo malentendido no puede
ver más que competencia y peligro en otro orgullo. Carl Jung dijo una gran verdad cuando
afirmó que “A través del orgullo nos engañamos a nosotros mismos”. El autoengaño es una
de las formas más humanas de protegerse contra el miedo a reconocer los errores y las
consecuencias que provienen de los mismos.

Un ejemplo de cómo el orgullo negativo produce consecuencias a nivel laboral es lo que


comenta el analista de negocios Tomás García-Purriños: “El orgullo provoca que operemos
con exceso de confianza, la peor consecuencia del exceso de confianza es que puede
llevarnos a alterar la información que recibimos para adecuarla a nuestra realidad. Otro
error provocado por el orgullo es la creación de perspectivas irreales. Debido a que el
orgulloso se considera más inteligente y mejor que los demás, no diversifica. El deseo de
satisfacer el ego provoca la llamada “trampa de la autocomplacencia”, que induce a
proclamar los éxitos a nuestras habilidades y a descargar los fracasos en los demás o en
circunstancias desgraciadas. No obstante, la autocomplacencia tiene sus riesgos, uno de los
más curiosos, sin duda, es que puede llevar a auto limitarnos. Tenemos tanto miedo al
fracaso que a veces ponemos en práctica estrategias de descargo de responsabilidad.”

A manera de conclusión podemos decir que el orgullo, al ser un comportamiento humano,


es subjetivo; es susceptible a la interpretación moral y se presenta en diferentes grados que
van desde la soberbia hasta la simple vanidad.

Como cualquier otro comportamiento humano, se debe buscar un equilibrio sano y no vivir
el orgullo en sus manifestaciones extremas.

La base de una persona equilibrada en términos del orgullo, es una mezcla de humildad y
autoestima. Una no está reñida con la otra. Una persona que reconoce sus defectos y lucha
por combatirlos y a la vez, tiene confianza y seguridad en sus posibilidades, es lo que
podríamos entender como alguien que maneja un orgullo sano.

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