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El caso Marymount: no fue solo un profesor

POR Sentiido

12 Abr 2022

Tras las denuncias contra un profesor de educación física


del colegio Marymount de Bogotá por abusar
sexualmente de una alumna de 14 años, varias exalumnas
también denunciaron acosos y abusos cometidos por
otros miembros de la institución. Sentiido recopiló
algunos de los testimonios.
Jimena*, exalumna del Marymount, recuerda claramente el día en que una
persona que les estaba dando una charla de educación sexual escribió en el
tablero, de lado a lado, la palabra A B S T I N E N C I A. Esa era, según la
experta, la mejor manera de prevenir un embarazo. No les habló de otros
métodos anticonceptivos porque “podrían ser dañinos para la salud”. Tampoco
tocó temas como orientación sexual, responsabilidad, importancia del
consentimiento en las relaciones sexuales o acoso o abuso sexual. (Ver: La
educación sexual es un proceso, no una charla de un día).

A menos de que se los hubieran explicado en sus casas, ni Jimena* ni sus


compañeras tenían las herramientas para comprender que en el
colegio algunas de ellas estaban viviendo situaciones de acoso y abuso sexual.
Esto incluía recibir comentarios sobre la talla de su brasier por parte del profesor
de educación física o que se metiera al vestier mientras ellas se cambiaban;
escuchar en el recreo confidencias que un profesor de historia les hacía sobre sus
encuentros sexuales con su esposa o recibir mensajes de texto de parte de algunos
profesores con comentarios como lo bueno que era ser profesor para poder
conocer “niñas tan lindas”.

También había abusos como recibir abrazos de cuerpo entero por detrás, sin
consentimiento, por un profesor de literatura o tener siete años de edad y ser
invitadas por el padre del colegio a sentarse en sus piernas mientras veían
películas y él metía la mano debajo de la falda del uniforme. Y así hasta llegar al
extremo del caso públicamente conocido del exprofesor de educación física,
Mauricio Zambrano, capturado y hoy investigado por la Fiscalía por presuntos
“actos sexuales en persona puesta en incapacidad de resistir”.

Había muchas cosas de las que, según las sobrevivientes,


no se hablaba en el colegio Marymount.

Algunas exalumnas se están dando cuenta ahora que


fueron víctimas de acoso y abuso sexual.
Pero solo ahora que el caso de Zambrano se hace público es que se empieza a
conocer la dimensión de las situaciones de acosos y abusos sexuales por parte de
algunos miembros de la institución educativa hacia varias alumnas durante un
período concentrado en los últimos 15 años, aunque otros casos se presentaron en
un período anterior y bajo otra rectoría.

Consultamos con la Junta de Directores del colegio para saber su postura sobre
las denuncias y conocer qué se está haciendo para apoyar a las estudiantes del
colegio, pero no obtuvimos respuesta. Una vocera designada por el colegio para
el manejo de la crisis solicitó el envío de las preguntas por escrito, pero tres
semanas después de enviadas no habíamos recibido las respuestas.
(Ver: Marymount: no se trata solo de abogados, también es un problema ético)

Lo que ha hecho posible este Me too escolar es la vocería que han asumido las
exalumnas de varias generaciones del Marymount, quienes se han atrevido a
contar sus historias. Y mientras unas han contado secretos que habían guardado
durante años, otras apenas se están dando cuenta de que ellas o sus amigas fueron
víctimas de acoso y abuso sexual. Además, un grupo de exalumnas se organizó
para canalizar denuncias y apoyar psicológica y legalmente a las víctimas.

Sentiido habló con varias exalumnas. Aquellas que fueron víctimas de acosos y
abusos pidieron mantener en reserva su identidad, por temor a ser
revictimizadas y porque, además, algunas están participando en el proceso de la
fiscalía en calidad de testigos en el caso contra Zambrano.

A partir de estos testimonios logramos identificar una serie de acosos y abusos


cometidos por el mismo Mauricio Zambrano así como por otras personas, en
particular dos exmiembros de la institución: el padre Daniel Álvarez, quien
falleció en 2021, y el exprofesor de literatura Leonardo Bejarano Castillo,
quien salió del colegio a raíz de la denuncia de una estudiante, pero que luego fue
profesor en el colegio Anglo Colombiano. Intentamos contactar a Bejarano a
través de dos correos electrónicos proporcionados por una de las sobrevivientes,
pero no obtuvimos respuesta. Su cuenta de Twitter tampoco admite el envío de
mensajes.

Los testimonios que reproducimos aquí fueron obtenidos en nueve entrevistas


directas con las víctimas y en dos testimonios escritos, proporcionados por ellas a
al correo de denuncias de las exalumnas. Otros testimonios consistentes sobre los
abusos cometidos por el padre Álvarez sobre ese tipo de conductas no fueron
incluidos en este artículo porque las víctimas no dieron su autorización expresa
para usarlos, aunque fueron compartidos en redes sociales.
“Desde que teníamos 13 o 14 años era normal escuchar
comentarios coquetos hacia nosotras y se volvía una
forma de validación”.

Mucho más que un profesor de educación física


Mauricio Zambrano fue profesor de educación física en el colegio Marymount
durante cerca de 15 años. En ese período fue el encargado de dictar esta materia y
de coordinar actividades y equipos como el de fútbol. Además, con cierta
regularidad era uno de los profesores designados para acompañar a las alumnas
de bachillerato a viajes a otras ciudades y países.

Actualmente Zambrano enfrenta una demanda por abuso sexual de una


estudiante de 14 años de edad. A raíz de esa denuncia, la exalumna Laura
Giraldo, quien hoy estudia medicina, compartió de manera pública su testimonio
en el que relata que cuando tenía 17 años, después de un largo período de
establecer una relación cercana con ella, Zambrano también abusó de ella.

Pero otras exalumnas de promociones diferentes relataron acosos cometidos por


Zambrano. Entre los relatos que recogimos, las exalumnas cuentan que Zambrano
les hacía comentarios sobre sus cuerpos, sobre el tamaño de sus senos o sobre su
color de piel. Además, ellas cuentan que en un viaje compartió su carpa con una
alumna; que entraba al vestier mientras ellas se estaban cambiando y que
ayudándole a hacer estiramientos a una de sus alumnas, aprovechó para hacer
movimientos que tenían una connotación sexual.

“Desde que teníamos 13 o 14 años era normal escuchar comentarios coquetos


hacia nosotras, y de alguna manera se volvía una forma de validación
satisfactoria. Claro, éramos niñas sin ningún tipo de información y formación
sobre posibles casos de abuso y manipulación. El colegio se encargó de formar
‘niñas de bien’ que pudiéramos quedarnos calladas y quisiéramos complacer y
obedecer. No por nada en medio de esta situación nos piden y exigen discreción,
prudencia y silencio, pero Mauricio se hacía pasar como ‘amigo’ para
sobrepasarse con comentarios y como ahora bien se sabe, también física y
sexualmente”, relata Ingrid* egresada del colegio en 2015.

Las exalumnas graduadas más recientemente, pertenecientes a las generaciones


más afectadas por estas situaciones, hoy empiezan a ver las cosas con más
claridad. “En ese momento para nosotras todo eso era normal; todas sabíamos
que Mauricio era así y vivíamos en medio de una educación sin interacción con
hombres, enseñadas a que los hombres nos buscaran. Creo que para muchas era
rico ser ‘la china que Mauricio mira’; de hecho tengo muchos recuerdos de una
amiga que se moría por él y él la acosaba. Entonces al almuerzo ella siempre
nos decía, ‘oigan pasemos cerca al gimnasio para que Mauricio me mire, y
cosas así”, dice Elena* de la promoción de 2013.

Otro caso que habla de la normalización de conductas inapropiadas es el que


relata María*, quien formo parte del equipo de fútbol que dirigía Mauricio
Zambrano. Ella cuenta que Zambrano se metía sin avisar al vestier mientras ellas
se estaban cambiando. “La primera vez que eso pasó me quedé congelada, no
podía creer que él estuviera ahí y todo el mundo siguiera cambiándose como si
nada. Me sentí muy incómoda y se los comenté a mis compañeras, pero todas me
dijeron ‘fresca, eso es normal’… A mí nunca me gustó eso, pero no dije más
porque no quería que me cogieran rabia, no quería ser la antipática o caerles
mal a todas”.

María* dice que en una ocasión Zambrano le gritó en medio de un partido: “¡pero
dele a la pelota, dele duro como les da a los manes!”. Después del juego ella lo
enfrentó, le dijo que no le gustaba ni el apodo que él le había puesto ni ese tipo
de comentarios y hasta ahí llegó el acoso de Zambrano con ella. Contactamos a
Jairo Porras por Twitter, el abogado de Zambrano, pero no obtuvimos respuesta.
“A mí nunca me gustó eso, pero no dije más porque no
quería que me cogieran rabia.”

El padre Daniel Álvarez salió del colegio, pero nunca se


dijo la verdadera razón.

Ver películas y comer dulces


¿A qué niño o niña no le gustaría ver películas y comer dulces? Esta era la
invitación que el padre Daniel Álvarez les hacía a niñas de primaria y que ellas
aceptaban porque el padre Daniel era una persona amable, que las trataba muy
bien.

Varias personas relataron en un grupo cerrado de exalumnas, en Facebook y a


través de mensajes enviados a un email creado por las exalumnas para recopilar
testimonios de abuso y acoso, cómo el padre Daniel realizaba una actividad los
viernes en la tarde que consistía en invitar a las niñas de primaria a ver
películas en el segundo piso de la Iglesia, un lugar al que se accedía por una
escalera estrecha y en el que nunca había presencia de ningún otro adulto.

Las exalumnas relatan que cuando tenían entre 6 y 8 años, mientras estaban
viendo las películas, el padre las invitaba a sentarse en sus piernas y luego les
metía la mano debajo de la falda.

En una ocasión, una de estas alumnas relata haberle contado a sus padres lo
sucedido, tras lo cual ellos asistieron al colegio y a raíz de esta situación el padre
Daniel salió del colegio, pero nunca se supo la verdadera razón. El testimonio
señala que se le dijo a la comunidad educativa que el padre realizaría un viaje de
estudios.
Beatriz*, graduada hace menos de 5 años del colegio, denuncia: “Yo tenía
aproximadamente 5 o 6 años, adoraba al Padre Daniel. Nos invitaba al altillo de
la iglesia a ver películas y a comer dulces pero poco a poco empecé a sentirme
incómoda porque siempre que iba me pedía que me sentara en sus piernas y la
forma en que me trataba no se sentía adecuada. Comencé a notar que me metía
la mano entre la falda, me arrimaba la entrepierna, me metía su pulgar entre
mis bikers… recuerdo hasta cómo su respiración cambiaba cuando lo hacía. Yo
me sentía incómoda y finalmente no volví. Hace poco hablando con una amiga
de mi generación, contó lo mismo y me dieron ganas de llorar… es algo que
hasta hoy me afecta mucho”.

Viviana* estudió en el Marymount de Bogotá desde prejardín. Para ella ha sido


un golpe muy duro conocer lo que sus compañeras han compartido, recuerdos
que la han llevado a revivir su propia experiencia. Cuando estaba en tercero
de primaria, durante unas jornadas de confesiones que se hacían en el colegio y a
las que invitaban a varios padres, a ella le correspondió confesarse con el padre
Daniel.

“Estábamos sentados en la banquita de la iglesia y yo le estaba confesando mis


pecados de niña de tercero de primaria, que entre otras, hasta el día de hoy me
pregunto qué puede confesar una niña a esa edad. De pronto me empezó a
consentir la rodilla y empezó a subir la mano debajo de la falda… Yo me
paniquié, mis papás me habían advertido sobre ese tipo de cosas y aunque
estaba muy asustada me moví un poco y me le zafé; empecé a tartamudear, no
podía hablar así que terminé rápido mi confesión y salí de ahí con náuseas, pero
no le conté a nadie. En ese momento le quité trascendencia y seguí con mi vida.
Sólo vine a verbalizarlo muy recientemente”.
“El padre Daniel era alguien en quien confiábamos y que
tenía una apariencia bonachona, pero en realidad era un
depredador debajo de una sotana”.
Ella también recuerda que fue a algunas de las tardes de película en el altillo de la
iglesia. Dice que nunca había ningún otro adulto allí y que en ese lugar, el padre
también la cargó un par de veces, como a otras niñas, mientras veían las películas
pero que no recuerda que en esas ocasiones él la hubiera tocado.

“En el colegio el padre Daniel era como un ‘tío chévere’, alguien en quien
confiábamos y que tenía una apariencia bonachona, pero en realidad era un
depredador debajo de una sotana”, dice Viviana* quien además recuerda cuando
les acariciaba la mejilla o les arreglaba algún mechón de pelo.

Hubo otros comportamientos por parte del padre, como el que relata Eloisa*.
Cuando se preparaba para la primera comunión se confesó con él y le habló sobre
un abuso sexual del que fue víctima en su familia.

“Yo tendría 9 o 10 años y le dije que no sabía muy bien cómo lidiar con la culpa
que sentía, porque a raíz de ese abuso por parte de un primo, mi familia se había
dividido y que aunque yo no quería hablar con mi abusador tampoco quería
perder a mi familia. Él me dijo que yo era una niña muy fuerte, que tenía que
perdonar a mi abusador porque seguramente él también la estaba pasando muy
mal. Según los testimonios que han salido a la luz en estos días, el padre Daniel
lo que les hizo a varias estudiantes fue lo que mi abusador me hizo a mí: meter
su mano debajo de la falda”, recuerda Eloisa* para quien esa respuesta del padre
fue profundamente revictimizante.

Amistad, confianza y manipulación


Otro de los nombres que ha salido a relucir en las denuncias es el del profesor de
literatura, Leonardo Bejarano Castillo.

Durante su adolescencia Pilar* pasó por una etapa de mucha angustia existencial.
Ella cuenta que era una persona que lloraba fácilmente y que se sentía muy
desubicada y ansiosa frente al futuro. Tenía algunos problemas académicos
porque le costaba concentrarse y le asignaron una tutoría grupal con Bejarano.
Así empezaron a acercarse. Ella tenía 15 años y estaba en noveno grado.

Cuando la tutoría terminó, Pilar y Bejarano continuaron conversando después de


clase y en los recreos. “Yo era una persona que lloraba mucho, tenía mucha
ansiedad y él vio eso y me acogió. Durante décimo y undécimo hablamos mucho;
antes yo no había encontrado a quién expresarle mis angustias y él sabía que ese
apoyo era muy importante para mí. Entonces se creó un vínculo de confianza
enorme por esos dos años pero a medida que pasó el tiempo empecé a notar
cosas raras. Por ejemplo, si estábamos sentados conversando frente a frente él
acercaba su silla y ponía sus piernas dentro de las mías. Sin embargo yo
batallaba en mi cabeza y me decía, ‘no hay nada, me lo estoy imaginando’, pero
cada vez las invasiones a mi espacio personal eran más evidentes”.

“A mí me creyeron porque lo que conté quedó grabado


en una cámara de la biblioteca, pero a otra niña no”.
Un día ya próximas a finalizar undécimo y en medio de las angustias por la
elección de carrera que Pilar no tenía clara, fueron a hablar a la biblioteca a un
espacio donde no había nadie.

Ella le comentó de nuevo sus preocupaciones porque no sabía qué haría al


graduarse y después de haber pasado dos años apoyándola de repente Bejarano le
dijo: “La verdad, de todas las personas de tu promoción tu futuro es el que más
me preocupa, no sé cómo vas a hacer cuando no nos veamos… Y me empezó a
consentir la rodilla -yo tenía falda-y eso me hizo llorar muchísimo más. Eso fue
una puñalada para mí y cuando me paré para irme él me abrazó por detrás y me
pegó su pelvis haciéndome sentir su pene. Entonces no tuve ninguna duda.
Pensé: ‘lo que acabo de sentir estuvo mal’. Me dolió muchísimo que después de
haberme destruido con lo que me dijo, me hiciera eso”.

Pilar* no podía controlar el llanto. Tuvo que salir de clases. Estaba tan mal que
una amiga tuvo que acompañarla un rato. A ella le confió lo que había pasado y
fue su amiga quien le dio fuerzas para ir a denunciarlo. Así lo hizo pero luego
tuvo que repetirlo. “Me hicieron contarlo todo delante del abogado, de la
directora, de mis papás, fue un momento horrible. Al mismo tiempo había una
niña de mi ruta con la que me iba en la parte de atrás del bus y a la que
Mauricio Zambrano la estaba acosando. Ella y yo hablamos de esto. A mí me
creyeron porque lo que conté quedó grabado en una cámara de la biblioteca,
pero a ella no”.

A Bejarano lo iban a despedir de inmediato pero Pilar* no quería que eso pasara
de manera abrupta. Sentía que si eso ocurría todo el mundo se iba a enterar de lo
que le había pasado y ella ya se sentía muy frágil como para enfrentar algo así.
Así que le pidió a la rectora que por favor no lo hiciera, que esperara a que
terminara el año escolar. Y así se hizo.

Bejarano se fue del Marymount. Después trabajó en el colegio Anglo


Colombiano pero hace un tiempo salió de allí, sin que se tenga claro cuál fue el
motivo.

El caso de Pilar* fue el que precipitó la salida de Bejarano del Marymount pero
no fue el único. Paola, quien comparte por primera vez esta experiencia, lo hace
por escrito pues nunca ha podido hablar de ello.

A Paola* le interesaba mucho la literatura. Se acercó a Bejarano por petición de


una amiga suya que se sentía atraída hacia él y que le pidió a Paola que le
ayudara hablándole a Bejarano de ella. Paola se acercó pero las conversaciones
sobre libros dominaban los encuentros con el profesor, que se daban en una
banca detrás de unos árboles durante los recreos. Ella se sentía incómoda porque
al sentarse lado a lado, una de las piernas de Bejarano tocaba la suya, aunque lo
excusaba diciéndose que la banca era pequeña y los hombres se sientan con las
piernas abiertas.

Un día, cuando ya había confianza entre ambos, Paola cuenta que Bejarano le
pidió que se quedara a las actividades extracurriculares y lo acompañara a
revisar las aulas, una tarea que él tenía que hacer, pero que mientras tanto podrían
conversar sobre el libro que ella estaba leyendo. Una vez en los pasillos, recuerda
Paola, él le dijo que fueran a su oficina en el departamento de español para sacar
un libro que quería prestarle.

“Me senté sobre la mesa que estaba a la derecha para que él pudiese pasar a
coger el libro. En lugar de pasar, Bejarano me agarró de la cintura moviéndome
hacia él y bajándome de la mesa. Con la otra mano cogió mi cabeza y me besó
‘apasionadamente’ a la fuerza. En simultánea, bajó su mano derecha para
cogerme la cola. Me soltó y fue hacia su maleta a sacar el libro, como si nada
hubiese pasado. Yo tardé en entender qué estaba pasando, y cuando sacó el libro
y me lo dio le dije que me iba a dejar el bus y salí corriendo. No supe qué
hacer”.

En esa área no había cámaras y Paola* pensó que si contaba algo no le creerían.
Además, no quería que la juzgaran por estar en el departamento con él a esa hora.
Tampoco dijo nada en su casa para no ser la “la oveja negra de la familia”. Él
siguió actuando como si nada hubiera pasado pero ella se sentía mal. Tenía
miedo de que alguien se enterara y la atormentaba pensar que siempre sacaba 10
en todos sus ensayos, pero que nunca sabría si se lo merecía. “Intenté suicidarme
cuando estaba en décimo, pero no fui capaz al último momento. Nadie supo,
nadie sospechó, pero empecé a usar mis redes sociales para escribir lo que
pensaba. Mis amigas me leían y algunas se preocuparon tanto que le contaron al
psicólogo del colegio”.
Paola* relata que la citaron a una reunión con el psicólogo y la directora del
colegio María Ángela Torres. Ella tuvo miedo de que hubieran descubierto lo que
había pasado con Bejarano pero en realidad la citaban por las frases de angustia
que escribía en sus redes sociales. Paola* les pidió al psicólogo y a la directora
que no les dijeran nada a su papá y a su mamá y prometió que cerraría las redes
sociales. “Y así fue. Ninguno de los dos les dijeron nada a mis papás. Ninguno
de los dos me preguntó al otro día cómo estaba. Pero debieron. Yo necesitaba
ayuda así no quisiera pedirla”, dice Paola, quien intentó de nuevo suicidarse 10
años más tarde.

“Ni María Ángela ni el psicólogo les dijeron nada a mis


papás. Ninguno me preguntó al otro día cómo estaba.
Pero debieron. Yo necesitaba ayuda así no quisiera
pedirla”.
Jimena*, la alumna que recuerda la clase de educación sexual enfocada en la
abstinencia como método anticonceptivo, también afirma haber sido acosada por
él. Ella era una muy buena estudiante y le iba muy bien pero la actitud de algunas
niñas hacia ella era hostil. Amaba la literatura y cuando empezó a tener clases
con Bejarano en octavo grado, quedó deslumbrada con su conocimiento. Ella
estaba empezando a pensar qué camino seguir en la universidad y la literatura era
una posibilidad.

“Yo tenía 14 años pero sentía que teníamos conversaciones súper profundas. En
algún punto yo pasaba los recreos hablando con él en vez de pasarlo con mis
amigas y se empezó a escuchar el rumor de que yo era ‘la favorita’ de Bejarano
– porque en el colegio era común escuchar que cada profesor tenía una favorita
en cada generación- entonces mis compañeras me decían ‘tú que eres la favorita
de Bejarano, pídele que nos de un día más para la entrega del trabajo’. Eso me
hacía sentir especial, sobre todo porque hasta entonces yo no siempre había sido
muy bien tratada por mis compañeras”. Por otro lado, Jimena* cuenta que una
estudiante más grande y que también era cercana a Bejarano empezó a
hacerle bullying.

Al llegar a undécimo, como la monografía de grado de Jimena* tenía que ver con
Literatura, le asignaron a Bejarano como orientador. Una vez terminado el
trabajo académico siguieron conversando y en un momento de mucha
vulnerabilidad -en el que Jimena* estaba indecisa sobre su futuro profesional y
cuando su primer novio acababa de terminar la relación con ella- Bejarano se
aproximó de una manera diferente a ella.

Aunque no hubo acercamiento físico, Jimena* sí sentía que la forma como él la


trataba era diferente a sus compañeras y que eso no se sentía del todo bien. “Me
saludaba y se despedía de mí dándome un beso en la mejilla, o me ponía los
brazos en la cintura”.

Estando muy cerca de la graduación, un día Jimena tuvo que ir al colegio y se lo


encontró. “Entonces me dijo: ‘bueno, como ya eres egresada tengo que decirte
algo y es que estoy enamorado de ti’. Eso me sorprendió muchísimo, para mí él
era un amigo y eso fue una confusión total. Después, cuando entré a la
universidad me siguió llamando y nos vimos una vez en un café a la salida de mi
universidad, pero esa fue la última vez que lo vi porque yo me sentía muy
incómoda con esa situación”.

En 2004 Lina Cuellar, exalumna del Marymount y además directora de Sentiido,


regresó a su colegio como profesora. Durante su época de estudiante Lina no
había percibido que hubiera una relación tan cercana entre alumnas y docentes
pero al regresar como profesora le pareció raro que algunas alumnas pasaran
tanto tiempo en los recreos con los profesores. Después escuchó un par de
comentarios sobre una alumna a la que supuestamente Bejarano le había dado un
beso en el corredor de bachillerato.
En una ocasión, Lina le pidió prestado a Leonardo el libro que estaban leyendo
con las alumnas porque a ella se le había quedado. Cuando lo abrió, se encontró
con que el marcador de páginas era la letra de la canción “Lolita”, que habla de
una relación entre un profesor y una estudiante con frases como: “Perversa piel
de melocotón / Lolita, maldita / Adolescente sin corazón / (…) Hoy no has
venido / Y había francés / Vas a arruinar mi reputación / Sobresaliente te puse
ayer / En pasión”.

“Eso me alertó y empecé a desconfiar un poco de él y a observar con más


atención”, cuenta Lina. Ella dice que en una ocasión vio cómo Bejarano y una
alumna que estaba a cierta distancia de él se estaban enviando mensajes de texto.
Como Bejarano y Lina compartían el mismo espacio, un día ella se sentó a
trabajar en un computador que él había estado usando.

Sin percatarse, Bejarano había dejado su correo electrónico abierto y aunque ella
sabía que estaba mal violar su privacidad, decidió mirarlo por las sólidas
sospechas que tenía de que algo estaba pasando entre esa alumna y él. Encontró
que había una larga lista de conversaciones entre Bejarano y ella. Abrió una al
azar y descubrió que era una especie de ‘pelea de novios’ relacionada con un
viaje que ella había hecho con su familia.

“Entonces no supe qué hacer porque sabía que la forma como había obtenido la
información era incorrecta… Pero pasado un tiempo, cuando me enteré de que
él sería director de grupo de esa estudiante, hablé con mi jefe directa sobre lo
que había pasado y ella me recomendó que lo hablara con la coordinadora de
bachillerato”.

Después Lina se fue del colegio para hacer un doctorado y no supo qué había
pasado, hasta ahora que han salido a la luz todos los testimonios de exalumnas
suyas. De acuerdo con Lina, este asunto llegó a oídos de la rectora, pero el
profesor continuó en su cargo por muchos años más.
Leonardo tenía como marcador de páginas de un libro
que estaban leyendo con las alumnas una hoja con la
letra de la canción “Lolita”.

Al menos otros cuatro profesores, que ya no están en el


colegio, habrían incurrido en conductas de acoso o abuso

Otras situaciones
La investigación que está en curso en la Fiscalía contra Mauricio Zambrano por
abuso sexual abrió la puerta para que muchas más alumnas ofrecieran sus
testimonios contra él. Aunque ese y los casos antes expuestos son los más
representativos y documentados hubo otras situaciones de presunto acoso y abuso
que también han sido denunciadas por las exalumnas.

Al menos otros cuatro profesores, que ya no están en el colegio, habrían


incurrido en conductas de acoso o abuso. Varias alumnas señalaron que era
frecuente que algunas estudiantes se dieran besos con el profesor de
comunicaciones; un profesor de matemáticas fue acusado por varias alumnas de
haberlas mirado de manera obscena, fijando su ojos en los senos de ellas; otros
testimonios señalan que un profesor de historia las contactaba por chat y que en
ocasiones en los recreos les contaba sobre situaciones sexuales que vivía con su
esposa.

Finalmente, y en una rectoría anterior a la de María Ángela Torres, un profesor


de música es recordado por varias alumnas de la promoción de 2005 por tener
“comportamientos extraños”. Uno de ellos es el que relata Liliana*: “En sus
clases más de una vez se sentaba en su escritorio, que era cerrado y uno no
podía ver las piernas sino solo los pies, y mientras escuchábamos música él
metía las manos debajo del escritorio y hacía movimientos y sonidos muy raros.
En ese momento nosotras no sabíamos nada de sexualidad, estábamos en 5° de
primaria y tendríamos 10 u 11 años. Tengo la percepción de que él se
masturbaba en clase”. Cuando terminaba la clase, las niñas simplemente
comentaban entre ellas sobre lo “chistoso” que se veía lo que hacía el profesor.
Otros testimonios señalan que este profesor de música fue sorprendido viendo
pornografía en las instalaciones del colegio, tras lo cual fue despedido.

Un contexto de límites difusos


La experta en prevención de maltrato, acoso y abuso infantil y juvenil Isabel
Cuadros se enfrenta día a día a este tipo de situaciones. En la Asociación Afecto -
de la cual es directora- trabaja con un grupo de profesionales para ofrecer
herramientas para la prevención.

Ella es enfática en cuanto a la responsabilidad del abuso y del acoso: “Cuando


hablamos de que un entorno fue permisivo o de una cultura que estimula ciertas
conductas nunca podemos asumir esta crítica como una forma de diluir la culpa
en el ambiente. La culpa del abuso es del abusador, la culpa del acoso es del
acosador”, enfatiza. Sin embargo, Cuadros reconoce que es importante explicar
qué condiciones en un determinado entorno pueden favorecer el actuar de
abusadores y acosadores.

Entre los 24 testimonios recogidos de manera escrita por las exalumnas y en 9


entrevistas realizadas individualmente por Sentiido, surgió de manera consistente
la noción de que entre los últimos diez a quince años, las relaciones entre
alumnas y ciertos profesores hombres jóvenes, eran muy cercanas e informales.

“Mientras era profesora del Marymount salí una noche a una panadería cerca a
mi casa en Chapinero y me encontré al profesor de comunicaciones con una
alumna. Esto me sorprendió, porque era un día entre semana y era tarde. No
pensé que fuera grave, pero sí me pareció raro”, narra Lina Cuellar.
Ana María Cristancho, también exalumna y exprofesora, forma parte del grupo
de exalumnas que está ofreciendo apoyo a las víctimas. Su trabajo ha consistido
en recopilar los testimonios y actualmente se encuentra trabajando en un
cruzamiento de datos para determinar el modus operandi de los acosadores y/o
abusadores y las conductas recurrentes.

“La culpa del abuso es del abusador, la culpa del acoso


es del acosador”

“Estos profesores destruyen las redes que hay entre las


niñas. Cuando ellas denuncian algo, las amigas no les
creen y se van quedando solas”.
“Estas personas se aproximan a las niñas desde su rol de profesores y abusan
del interés de ellas en sus materias. Ese interés, sumado a momentos de
vulnerabilidad de ellas, es la combinación perfecta para el acercamiento. Posan
de amigos, ofrecen confianza, consiguen sus teléfonos y van logrando que ellas
solas se pongan en situaciones vulnerables. En ese marco de ‘amistad’ les piden
cosas como ‘acompáñame a mirar los salones que tengo que revisar que no se
haya quedado nadie’ o ‘quédate después de clase y conversamos’”, explica Ana
María, quien ha trabajado con temas de violencia sexual en contextos de trata de
personas.

Esto tiene consecuencias como que las estudiantes terminen alejándose de una
materia o de un área de estudio que les interesa particularmente. O que se peleen
entre ellas, porque algunos de estos profesores, con su forma de proceder y de
elegir a una “favorita” en cada grupo, generan un ambiente hostil entre ellas.

“Ellos destruyen las redes que hay entre las niñas. Cuando ellas denuncian algo,
las amigas no les creen y se van quedando solas. O cuando son consideradas la
alumna ‘favorita’ esto genera celos de parte de otras. Incluso hay casos en que
sus compañeras quieren ‘usar’ a esa estudiante favorita para que le pida al
profesor algún favor. Algunos testimonios señalan que Zambrano utilizaba a las
niñas en su clase de fútbol para bajarle intensidad a los chismes (sobre la
relación particular de él con alguna alumna) y que les pedía a sus aliadas que
matizaran esos comentarios, es decir, generaba un ‘contra-chisme‘”, explica
Ana María.

Catalina Bayer es profesora actualmente en el colegio Marymount. Dicta la clase


de psicología a las alumnas de los grados superiores. También es exalumna y de
su época de estudiante recuerda que había situaciones de acoso pero que en ese
momento no eran leídas como tales.

“Cuando yo era estudiante, nosotras nos parábamos más desde un lugar de


‘terminó once y ahora ella es novia de un profesor’ o no cuestionábamos que el
profesor le hablara mucho a una determinada estudiante o que le diera regalos o
que tuviera con ella un trato diferenciado. De Mauricio Zambrano sí sabíamos
que había personas que ‘se metían’ con él pero es muy triste verlo hoy y que en
ese momento lo hubiéramos dejando pasar en silencio sin nunca preguntarle a la
niña, sino más bien lo que comentábamos era: ‘ella se metió con Mauricio’. Es
decir, se sabía pero no se hablaba y se asumía que era porque ella quería”,
explica Catalina.

Para Isabel Cuadros no es extraño escuchar esto. “Las niñas no se dan cuenta del
acoso y del abuso porque los abusadores son manipuladores y culpan a la
víctima; la convencen de que ella tiene la culpa y se utiliza en esas formas de
violencia. La víctima no se da cuenta en ese momento de lo que le está pasando.
Y el caso que conocimos por los medios de comunicación ejemplifica eso (se
refiere a Laura Giraldo): ‘la niña’, hoy estudiante de medicina, sólo se da
cuenta de que lo que había vivido en el colegio había sido un abuso durante una
clase en la universidad en la que están haciendo un laboratorio clínico sobre
abuso sexual”.
“Fuimos muy felices en el colegio y todo esto nos duele
mucho. Es como sentirnos engañadas”

Las cosas por su nombre


Culpa es una palabra que ha surgido constantemente en buena parte de la
comunidad educativa durante las últimas semanas, pero esta parece estar en el
lugar equivocado: en las alumnas y exalumnas. Muchas de ellas les han
expresado a sus compañeras ese sentimiento por no haber visto claramente los
acosos y abusos o por no haber actuado o por no haberlo hecho de manera
suficientemente vehemente cuando intuyeron que algo estaba mal.

Las sobrevivientes, por su parte, sienten culpa de haber callado o de haber


hablado e incluso, de haber sido acosadas o abusadas. Sienten culpa hasta de
haber sufrido un acoso “menos grave” que el que vivieron otras. Es el caso de
María* -la alumna que se quejaba porque Zambrano se les metía al vestier- quien
dice: “cuando yo empecé a leer los testimonios de otras pensé: ‘qué bobada lo
que me pasó a mí, eso no fue nada comparado con lo que le pasó a ella’. Pero si
uno universaliza esa lógica nadie tendría derecho a pedir reparación porque
siempre habrá una persona que ha sido más abusada y más violentada que la
anterior. Nada de esto se puede llamar ‘normal’ ni ‘común’ y estamos hablando
porque cada testimonio ayuda a construir un caso más robusto”.

Ahora, aunque todavía hay alumnas y exalumnas que defienden a Zambrano o a


otros profesores, muchas están dispuestas a llamar las cosas por su nombre así les
duela profundamente, porque en la gran mayoría de los casos aman al colegio.
Tanto que muchas vuelven como profesoras o traen a sus hijas a estudiar en él.

Entre lágrimas, María* -quien relató los acosos de Zambrano en el equipo de


fútbol- dice: “Fuimos muy felices en el colegio y nos duele mucho. Es como
sentirse engañada, como si se te meten en la familia y te das cuenta de que tenías
una herida que no sabías que tenías y que no es sólo tuya sino que es de todas, y
que está en juego el nombre del colegio, el nombre de personas que tú quieres
mucho y que están siendo cuestionadas. Son cosas contradictorias, difíciles de
digerir. Pero cuando uno ve que la niña (que denunció el abuso de Zambrano)
que es amiga de mi vecina fue la que desató todo este tema, yo pienso: la
conozco desde que era una bebé y es monstruoso lo que pasó… En algún
momento nosotras pudimos ser ella”.

En el colegio todavía hay quienes dudan de la veracidad de los testimonios que


surgieron como una ola en el grupo privado de exalumnas en Facebook. Ángela
Yepes es exalumna de la promoción de 1999 y mamá de una estudiante del
colegio que está en cuarto grado. “A mí hay papás que me han llamado a
preguntarme, ‘Ángela, ¿tú sí crees todo lo que están diciendo?’… Y yo digo,
¿cómo pueden dudarlo? Es verdad que la mayoría de los papás quieren trabajar
propositivamente pero todavía hay un sector tratando de que esto no salga del
colegio“.

Cuando estalló el escándalo en redes y medios de comunicación fue poco lo que


el colegio les comunicó a los padres. La entonces rectora María Ángela Torres
les envió un video de nueve minutos “respondiendo preguntas”: no, el colegio no
tenía conocimiento; sí, ya tomamos medidas y el profesor fue destituido; sí,
estamos en shock; y sí, el colegio sí tiene rutas trazadas para estos casos. Pero no
se habló realmente de lo que estaba ocurriendo, de la magnitud del problema y de
la necesidad de tomar medidas de fondo.

María Ángela Torres no respondió a nuestra solicitud de entrevista.

“Es verdad que la mayoría de los papás quieren trabajar


propositivamente pero todavía hay un sector tratando de
que esto no salga del colegio”.
Juliana Martínez, directora de investigaciones de Sentiido, exalumna y
exprofesora del colegio Marymount y actualmente profesora de género y
sexualidad en American University en Washington DC, explica que el colegio
está inmerso en una cultura que responsabiliza a las mujeres, las niñas y las
adolescentes de la conducta sexual de los hombres, sobre todo cuando esta
conducta es inapropiada o incluso delictiva. “Crecimos escuchando frases que de
mil maneras naturalizaban una especie de instinto predatorio de los hombres,
como si ellos no pudieran controlar su deseo sexual y como si fuera
responsabilidad de las mujeres controlar esos impulsos sexuales de los
hombres”.

De ahí frases como “las niñas de hoy son tenaces” o “ellas lo buscan y después
qué va a hacer el profesor”, que se han escuchado recientemente en la comunidad
educativa como si el abusador y el acosador fueran las víctimas y no los
victimarios.

Frente a esto, Juliana es enfática: “El adulto es quien tiene a cargo el bienestar,
el cuidado y el aprendizaje de las alumnas y es quien tiene la responsabilidad de
controlar e impedir una situación que pueda llegar a acoso o abuso, sin
importar qué haga la niña o la adolescente porque hay una relación de poder
del profesor sobre la alumna”, dice.

Ángela Yepes tenía la esperanza de que una reunión a la que fueron convocados
los acudientes de las alumnas el 18 de marzo fuera un espacio para hablar
sinceramente, reconociendo abiertamente las fallas. “En esta reunión no hubo la
sinceridad que esperaba, todo el tiempo se disculpó a la exrectora de lo que
pasó y se sostuvo la idea de que el colegio nunca conoció nada de esto, lo cual
no es para mí una buena señal de la manera como se pretende manejar esta
crisis”.

A raíz de todo lo que se ha destapado en estas semanas, las actuales alumnas del
Marymount atraviesan un momento complejo. Marta*, una de las exalumnas
psicólogas que están ayudando a las víctimas, explica que las actuales alumnas
“están atravesando por un trauma colectivo porque ha sido un mes en el que han
tenido cerca a periodistas, abogados, miembros de la Fiscalía y en general
agentes externos que pueden ser estresores para ellas. La vida tiene que seguir
en el colegio, pero en paralelo, toda la comunidad necesita hacer un trabajo
para manejar el estrés postraumático y entender qué fue lo que pasó, poder
expresar qué sienten. De alguna manera, todas son víctimas indirectas de estos
comportamientos y del manejo que le han dado los medios, las redes sociales y
sus propios círculos sociales”.

Para Catalina Bayer, actual docente, ha sido muy duro que se destape todo, pero
dice que se torna más difícil cuando se intenta minimizar lo ocurrido: “He
escuchado comentarios como ‘las exalumnas quieren acabar el colegio; ¿por
qué ponen todo eso en redes sociales? Eso es odio contra el colegio’. Y no, no es
odio, es rabia porque hay que decir lo que nunca se dijo y hay que reconocer lo
que pasó”.

Todas las personas consultadas para este artículo coinciden en que lo mejor que
le puede pasar al colegio es reconocer la verdad y dejar de lado la antigua
directriz según la cual lo más importante es “el buen nombre” del colegio, como
les decían a las alumnas cada vez que iban a eventos o salidas. La nueva lección
es que, más importante que la reputación son las alumnas, pasadas, presentes y
futuras.

*Los nombres de las víctimas fueron cambiados para proteger su


identidad. Las personas mencionadas por su nombre autorizaron la
publicación de la versión de los hechos aquí narrados, con excepción
de la exrectora María Ángela Torres y los profesores Mauricio
Zambrano y Leonardo Bejarano y el fallecido padre Daniel Álvarez.
“La vida tiene que seguir en el Marymount, pero en
paralelo toda la comunidad necesita hacer un trabajo para
manejar el estrés postraumático y entender qué fue lo que
pasó”.

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