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POR Sentiido
12 Abr 2022
También había abusos como recibir abrazos de cuerpo entero por detrás, sin
consentimiento, por un profesor de literatura o tener siete años de edad y ser
invitadas por el padre del colegio a sentarse en sus piernas mientras veían
películas y él metía la mano debajo de la falda del uniforme. Y así hasta llegar al
extremo del caso públicamente conocido del exprofesor de educación física,
Mauricio Zambrano, capturado y hoy investigado por la Fiscalía por presuntos
“actos sexuales en persona puesta en incapacidad de resistir”.
Consultamos con la Junta de Directores del colegio para saber su postura sobre
las denuncias y conocer qué se está haciendo para apoyar a las estudiantes del
colegio, pero no obtuvimos respuesta. Una vocera designada por el colegio para
el manejo de la crisis solicitó el envío de las preguntas por escrito, pero tres
semanas después de enviadas no habíamos recibido las respuestas.
(Ver: Marymount: no se trata solo de abogados, también es un problema ético)
Lo que ha hecho posible este Me too escolar es la vocería que han asumido las
exalumnas de varias generaciones del Marymount, quienes se han atrevido a
contar sus historias. Y mientras unas han contado secretos que habían guardado
durante años, otras apenas se están dando cuenta de que ellas o sus amigas fueron
víctimas de acoso y abuso sexual. Además, un grupo de exalumnas se organizó
para canalizar denuncias y apoyar psicológica y legalmente a las víctimas.
Sentiido habló con varias exalumnas. Aquellas que fueron víctimas de acosos y
abusos pidieron mantener en reserva su identidad, por temor a ser
revictimizadas y porque, además, algunas están participando en el proceso de la
fiscalía en calidad de testigos en el caso contra Zambrano.
María* dice que en una ocasión Zambrano le gritó en medio de un partido: “¡pero
dele a la pelota, dele duro como les da a los manes!”. Después del juego ella lo
enfrentó, le dijo que no le gustaba ni el apodo que él le había puesto ni ese tipo
de comentarios y hasta ahí llegó el acoso de Zambrano con ella. Contactamos a
Jairo Porras por Twitter, el abogado de Zambrano, pero no obtuvimos respuesta.
“A mí nunca me gustó eso, pero no dije más porque no
quería que me cogieran rabia.”
Las exalumnas relatan que cuando tenían entre 6 y 8 años, mientras estaban
viendo las películas, el padre las invitaba a sentarse en sus piernas y luego les
metía la mano debajo de la falda.
En una ocasión, una de estas alumnas relata haberle contado a sus padres lo
sucedido, tras lo cual ellos asistieron al colegio y a raíz de esta situación el padre
Daniel salió del colegio, pero nunca se supo la verdadera razón. El testimonio
señala que se le dijo a la comunidad educativa que el padre realizaría un viaje de
estudios.
Beatriz*, graduada hace menos de 5 años del colegio, denuncia: “Yo tenía
aproximadamente 5 o 6 años, adoraba al Padre Daniel. Nos invitaba al altillo de
la iglesia a ver películas y a comer dulces pero poco a poco empecé a sentirme
incómoda porque siempre que iba me pedía que me sentara en sus piernas y la
forma en que me trataba no se sentía adecuada. Comencé a notar que me metía
la mano entre la falda, me arrimaba la entrepierna, me metía su pulgar entre
mis bikers… recuerdo hasta cómo su respiración cambiaba cuando lo hacía. Yo
me sentía incómoda y finalmente no volví. Hace poco hablando con una amiga
de mi generación, contó lo mismo y me dieron ganas de llorar… es algo que
hasta hoy me afecta mucho”.
“En el colegio el padre Daniel era como un ‘tío chévere’, alguien en quien
confiábamos y que tenía una apariencia bonachona, pero en realidad era un
depredador debajo de una sotana”, dice Viviana* quien además recuerda cuando
les acariciaba la mejilla o les arreglaba algún mechón de pelo.
Hubo otros comportamientos por parte del padre, como el que relata Eloisa*.
Cuando se preparaba para la primera comunión se confesó con él y le habló sobre
un abuso sexual del que fue víctima en su familia.
“Yo tendría 9 o 10 años y le dije que no sabía muy bien cómo lidiar con la culpa
que sentía, porque a raíz de ese abuso por parte de un primo, mi familia se había
dividido y que aunque yo no quería hablar con mi abusador tampoco quería
perder a mi familia. Él me dijo que yo era una niña muy fuerte, que tenía que
perdonar a mi abusador porque seguramente él también la estaba pasando muy
mal. Según los testimonios que han salido a la luz en estos días, el padre Daniel
lo que les hizo a varias estudiantes fue lo que mi abusador me hizo a mí: meter
su mano debajo de la falda”, recuerda Eloisa* para quien esa respuesta del padre
fue profundamente revictimizante.
Durante su adolescencia Pilar* pasó por una etapa de mucha angustia existencial.
Ella cuenta que era una persona que lloraba fácilmente y que se sentía muy
desubicada y ansiosa frente al futuro. Tenía algunos problemas académicos
porque le costaba concentrarse y le asignaron una tutoría grupal con Bejarano.
Así empezaron a acercarse. Ella tenía 15 años y estaba en noveno grado.
Pilar* no podía controlar el llanto. Tuvo que salir de clases. Estaba tan mal que
una amiga tuvo que acompañarla un rato. A ella le confió lo que había pasado y
fue su amiga quien le dio fuerzas para ir a denunciarlo. Así lo hizo pero luego
tuvo que repetirlo. “Me hicieron contarlo todo delante del abogado, de la
directora, de mis papás, fue un momento horrible. Al mismo tiempo había una
niña de mi ruta con la que me iba en la parte de atrás del bus y a la que
Mauricio Zambrano la estaba acosando. Ella y yo hablamos de esto. A mí me
creyeron porque lo que conté quedó grabado en una cámara de la biblioteca,
pero a ella no”.
A Bejarano lo iban a despedir de inmediato pero Pilar* no quería que eso pasara
de manera abrupta. Sentía que si eso ocurría todo el mundo se iba a enterar de lo
que le había pasado y ella ya se sentía muy frágil como para enfrentar algo así.
Así que le pidió a la rectora que por favor no lo hiciera, que esperara a que
terminara el año escolar. Y así se hizo.
El caso de Pilar* fue el que precipitó la salida de Bejarano del Marymount pero
no fue el único. Paola, quien comparte por primera vez esta experiencia, lo hace
por escrito pues nunca ha podido hablar de ello.
Un día, cuando ya había confianza entre ambos, Paola cuenta que Bejarano le
pidió que se quedara a las actividades extracurriculares y lo acompañara a
revisar las aulas, una tarea que él tenía que hacer, pero que mientras tanto podrían
conversar sobre el libro que ella estaba leyendo. Una vez en los pasillos, recuerda
Paola, él le dijo que fueran a su oficina en el departamento de español para sacar
un libro que quería prestarle.
“Me senté sobre la mesa que estaba a la derecha para que él pudiese pasar a
coger el libro. En lugar de pasar, Bejarano me agarró de la cintura moviéndome
hacia él y bajándome de la mesa. Con la otra mano cogió mi cabeza y me besó
‘apasionadamente’ a la fuerza. En simultánea, bajó su mano derecha para
cogerme la cola. Me soltó y fue hacia su maleta a sacar el libro, como si nada
hubiese pasado. Yo tardé en entender qué estaba pasando, y cuando sacó el libro
y me lo dio le dije que me iba a dejar el bus y salí corriendo. No supe qué
hacer”.
En esa área no había cámaras y Paola* pensó que si contaba algo no le creerían.
Además, no quería que la juzgaran por estar en el departamento con él a esa hora.
Tampoco dijo nada en su casa para no ser la “la oveja negra de la familia”. Él
siguió actuando como si nada hubiera pasado pero ella se sentía mal. Tenía
miedo de que alguien se enterara y la atormentaba pensar que siempre sacaba 10
en todos sus ensayos, pero que nunca sabría si se lo merecía. “Intenté suicidarme
cuando estaba en décimo, pero no fui capaz al último momento. Nadie supo,
nadie sospechó, pero empecé a usar mis redes sociales para escribir lo que
pensaba. Mis amigas me leían y algunas se preocuparon tanto que le contaron al
psicólogo del colegio”.
Paola* relata que la citaron a una reunión con el psicólogo y la directora del
colegio María Ángela Torres. Ella tuvo miedo de que hubieran descubierto lo que
había pasado con Bejarano pero en realidad la citaban por las frases de angustia
que escribía en sus redes sociales. Paola* les pidió al psicólogo y a la directora
que no les dijeran nada a su papá y a su mamá y prometió que cerraría las redes
sociales. “Y así fue. Ninguno de los dos les dijeron nada a mis papás. Ninguno
de los dos me preguntó al otro día cómo estaba. Pero debieron. Yo necesitaba
ayuda así no quisiera pedirla”, dice Paola, quien intentó de nuevo suicidarse 10
años más tarde.
“Yo tenía 14 años pero sentía que teníamos conversaciones súper profundas. En
algún punto yo pasaba los recreos hablando con él en vez de pasarlo con mis
amigas y se empezó a escuchar el rumor de que yo era ‘la favorita’ de Bejarano
– porque en el colegio era común escuchar que cada profesor tenía una favorita
en cada generación- entonces mis compañeras me decían ‘tú que eres la favorita
de Bejarano, pídele que nos de un día más para la entrega del trabajo’. Eso me
hacía sentir especial, sobre todo porque hasta entonces yo no siempre había sido
muy bien tratada por mis compañeras”. Por otro lado, Jimena* cuenta que una
estudiante más grande y que también era cercana a Bejarano empezó a
hacerle bullying.
Al llegar a undécimo, como la monografía de grado de Jimena* tenía que ver con
Literatura, le asignaron a Bejarano como orientador. Una vez terminado el
trabajo académico siguieron conversando y en un momento de mucha
vulnerabilidad -en el que Jimena* estaba indecisa sobre su futuro profesional y
cuando su primer novio acababa de terminar la relación con ella- Bejarano se
aproximó de una manera diferente a ella.
Sin percatarse, Bejarano había dejado su correo electrónico abierto y aunque ella
sabía que estaba mal violar su privacidad, decidió mirarlo por las sólidas
sospechas que tenía de que algo estaba pasando entre esa alumna y él. Encontró
que había una larga lista de conversaciones entre Bejarano y ella. Abrió una al
azar y descubrió que era una especie de ‘pelea de novios’ relacionada con un
viaje que ella había hecho con su familia.
“Entonces no supe qué hacer porque sabía que la forma como había obtenido la
información era incorrecta… Pero pasado un tiempo, cuando me enteré de que
él sería director de grupo de esa estudiante, hablé con mi jefe directa sobre lo
que había pasado y ella me recomendó que lo hablara con la coordinadora de
bachillerato”.
Después Lina se fue del colegio para hacer un doctorado y no supo qué había
pasado, hasta ahora que han salido a la luz todos los testimonios de exalumnas
suyas. De acuerdo con Lina, este asunto llegó a oídos de la rectora, pero el
profesor continuó en su cargo por muchos años más.
Leonardo tenía como marcador de páginas de un libro
que estaban leyendo con las alumnas una hoja con la
letra de la canción “Lolita”.
Otras situaciones
La investigación que está en curso en la Fiscalía contra Mauricio Zambrano por
abuso sexual abrió la puerta para que muchas más alumnas ofrecieran sus
testimonios contra él. Aunque ese y los casos antes expuestos son los más
representativos y documentados hubo otras situaciones de presunto acoso y abuso
que también han sido denunciadas por las exalumnas.
“Mientras era profesora del Marymount salí una noche a una panadería cerca a
mi casa en Chapinero y me encontré al profesor de comunicaciones con una
alumna. Esto me sorprendió, porque era un día entre semana y era tarde. No
pensé que fuera grave, pero sí me pareció raro”, narra Lina Cuellar.
Ana María Cristancho, también exalumna y exprofesora, forma parte del grupo
de exalumnas que está ofreciendo apoyo a las víctimas. Su trabajo ha consistido
en recopilar los testimonios y actualmente se encuentra trabajando en un
cruzamiento de datos para determinar el modus operandi de los acosadores y/o
abusadores y las conductas recurrentes.
Esto tiene consecuencias como que las estudiantes terminen alejándose de una
materia o de un área de estudio que les interesa particularmente. O que se peleen
entre ellas, porque algunos de estos profesores, con su forma de proceder y de
elegir a una “favorita” en cada grupo, generan un ambiente hostil entre ellas.
“Ellos destruyen las redes que hay entre las niñas. Cuando ellas denuncian algo,
las amigas no les creen y se van quedando solas. O cuando son consideradas la
alumna ‘favorita’ esto genera celos de parte de otras. Incluso hay casos en que
sus compañeras quieren ‘usar’ a esa estudiante favorita para que le pida al
profesor algún favor. Algunos testimonios señalan que Zambrano utilizaba a las
niñas en su clase de fútbol para bajarle intensidad a los chismes (sobre la
relación particular de él con alguna alumna) y que les pedía a sus aliadas que
matizaran esos comentarios, es decir, generaba un ‘contra-chisme‘”, explica
Ana María.
Para Isabel Cuadros no es extraño escuchar esto. “Las niñas no se dan cuenta del
acoso y del abuso porque los abusadores son manipuladores y culpan a la
víctima; la convencen de que ella tiene la culpa y se utiliza en esas formas de
violencia. La víctima no se da cuenta en ese momento de lo que le está pasando.
Y el caso que conocimos por los medios de comunicación ejemplifica eso (se
refiere a Laura Giraldo): ‘la niña’, hoy estudiante de medicina, sólo se da
cuenta de que lo que había vivido en el colegio había sido un abuso durante una
clase en la universidad en la que están haciendo un laboratorio clínico sobre
abuso sexual”.
“Fuimos muy felices en el colegio y todo esto nos duele
mucho. Es como sentirnos engañadas”
De ahí frases como “las niñas de hoy son tenaces” o “ellas lo buscan y después
qué va a hacer el profesor”, que se han escuchado recientemente en la comunidad
educativa como si el abusador y el acosador fueran las víctimas y no los
victimarios.
Frente a esto, Juliana es enfática: “El adulto es quien tiene a cargo el bienestar,
el cuidado y el aprendizaje de las alumnas y es quien tiene la responsabilidad de
controlar e impedir una situación que pueda llegar a acoso o abuso, sin
importar qué haga la niña o la adolescente porque hay una relación de poder
del profesor sobre la alumna”, dice.
Ángela Yepes tenía la esperanza de que una reunión a la que fueron convocados
los acudientes de las alumnas el 18 de marzo fuera un espacio para hablar
sinceramente, reconociendo abiertamente las fallas. “En esta reunión no hubo la
sinceridad que esperaba, todo el tiempo se disculpó a la exrectora de lo que
pasó y se sostuvo la idea de que el colegio nunca conoció nada de esto, lo cual
no es para mí una buena señal de la manera como se pretende manejar esta
crisis”.
A raíz de todo lo que se ha destapado en estas semanas, las actuales alumnas del
Marymount atraviesan un momento complejo. Marta*, una de las exalumnas
psicólogas que están ayudando a las víctimas, explica que las actuales alumnas
“están atravesando por un trauma colectivo porque ha sido un mes en el que han
tenido cerca a periodistas, abogados, miembros de la Fiscalía y en general
agentes externos que pueden ser estresores para ellas. La vida tiene que seguir
en el colegio, pero en paralelo, toda la comunidad necesita hacer un trabajo
para manejar el estrés postraumático y entender qué fue lo que pasó, poder
expresar qué sienten. De alguna manera, todas son víctimas indirectas de estos
comportamientos y del manejo que le han dado los medios, las redes sociales y
sus propios círculos sociales”.
Para Catalina Bayer, actual docente, ha sido muy duro que se destape todo, pero
dice que se torna más difícil cuando se intenta minimizar lo ocurrido: “He
escuchado comentarios como ‘las exalumnas quieren acabar el colegio; ¿por
qué ponen todo eso en redes sociales? Eso es odio contra el colegio’. Y no, no es
odio, es rabia porque hay que decir lo que nunca se dijo y hay que reconocer lo
que pasó”.
Todas las personas consultadas para este artículo coinciden en que lo mejor que
le puede pasar al colegio es reconocer la verdad y dejar de lado la antigua
directriz según la cual lo más importante es “el buen nombre” del colegio, como
les decían a las alumnas cada vez que iban a eventos o salidas. La nueva lección
es que, más importante que la reputación son las alumnas, pasadas, presentes y
futuras.
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