"Por la mañana los mancebos de Metimna buscaron en balde la amarra.
Nadie confesó haberla tomado. Disputaron un poco con sus huéspedes por este motivo, se embarcaron y se fueron. Navegaron treinta estadios, y llegaron a los campos donde moraban Dafnis y Cloe. Aquel llano los pareció muy a propósito para correr liebres. Y como carecían de soga o cuerda que les sirviese de amarra, entretejieron y retorcieron largas varillas de verdes mimbreras, con las cuales amarraron la nave a tierra por la alta popa. Soltaron luego los perros para que olfatearan y levantaran la caza, y tendieron las redes en los sitios que juzgaron más adecuados. Los perros, con sus ladridos y carreras, espantaron las cabras, y éstas abandonaron los cerros y alcores y se vinieron hacia la mar, donde entre la arena no tenían pasto, por lo cual algunas de las más atrevidas se acercaron a la nave y se comieron la mimbre verde a que estaba amarrada. En la mar a la sazón había resaca, porque soplaba viento de tierra, de suerte que, no bien el barco quedó libre, las olas le empujaron y se le llevaron lejos. Pronto se percataron de ello los cazadores, y unos corrieron a la orilla, otros atraillaron los perros, y todos gritaron de manera que cuanta gente había en los vecinos campos acudió al oírlos, pero de nada valió su venida. El viento sopló más fuerte y se llevó el barco con celeridad irresistible. Los de Metimna, enojados con la pérdida de tantas prendas de valor, buscaron al cabrero, y habiendo hallado a Dafnis, se pusieron a darle golpes y a desnudarle; y hasta hubo uno que valiéndose de la cuerda con que atraillaba los perros, iba a atarle las manos a la espalda. Maltratado así Dafnis, gritó y pidió socorro a los rústicos, y sobre todo llamó a Lamón y a Dryas. Acudieron éstos, que eran dos viejos recios, con las manos endurecidas en las labores del campo, y se hicieron respetar, exigiendo que se tratase el negocio en justicia y fuesen oídas las partes. Todos se conformaron y Filetas, el vaquero, fue nombrado juez porque era el más anciano de los que allí estaban presentes, y por su rectitud, famoso en aquella comarca. " 1. Fragmento de “Elegía a las musas”, de Solón (638-558 a. C.)
Famosas hijas de Mnemósine y Zeus Olímpico
Musas Piéridas, escuchadme cuando os invoco. Concededme la felicidad que otorgan los dioses bienaventurados y gozar siempre entre todos los hombres de una buena fama; ser así dulce para los amigos, y amargo para los enemigos, que mi vista sea para unos objetos de respeto, para otros de temor. Si bien deseo tener riquezas, no quiero obtenerlas de manera injusta. Más tarde, llega certero el castigo. La riqueza que otorgan los dioses, es firme para el hombre desde su cimiento más profundo hasta la cima. Pero la que buscan los hombres a causa de su insolencia, no viene con orden, sino que obedeciendo a las obras injustas, sin querer las sigue y rápidamente se mezcla con la desgracia. Nace de un pequeño origen, como el del fuego, débil primero, incurable termina. No duran por cierto mucho tiempo para los mortales las obras de la insolencia, sino que Zeus vigila el fin de todo y, de repente, como súbitamente dispersa las nubes el viento primaveral, que, tras revolver el fondo del yermo mar de muchas olas y devastar en la tierra productora de trigo las bellas obras alcanza la alta sede de los dioses, el cielo, y nuevamente aclara el día y brilla la bella fuerza del sol en la fértil tierra, y no haya la vista ni siquiera una nube. Tal es el castigo de Zeus; no contra uno como se encoleriza un hombre mortal. (…)
1. “Oda a la alegría” de Friedrich Schiller (fragmento)
¡Alegría, hermosa chispa de los dioses
hija del Elíseo! ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave. ¡Abrazaos, criaturas innumerables! ¡Que ese beso alcance al mundo entero! ¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada tiene que vivir un Padre amoroso.
1. “A la Patria”, de Leopoldo Lugones (fragmento)
Patria, digo, y los versos de la oda
como aclamantes brazos paralelos, te levantan ilustre, única y toda en unanimidad de almas y cielos.
Visten en pompa de cerúleos paños
su manto de Andes tus espaldas nobles, y sobre ellas encumbran tus cien años su fresca fuerza de leales robles.
Corcel azul de la eterna aventura,
sobre la playa que se ablanda en seno, con su crin derramada en suave holgura se alarga el mar como a pedirte freno.
1.
Fragmento de Libro XIII, de Cayo Lucilio (148 o 147-102 o 101 a. C.).
Es una sátira en verso en la que se ironiza sobre los banquetes.
Añade viniendo de Siracusa una bolsa de cordobán…
Suprímanse ante todo los banquetes solemnes y las francachelas. Esto mismo se hace en un banquete; presentarás ostras compradas por muchos miles de sestercios. Pero cuando nos recostamos a la mesa, ampliamente abastada, a costa de grandes gastos… El alimento del convite fue idéntico al que toma el todopoderoso Júpiter. Y no como un pobre, con un plato roto de tierra de Samos. (…)
1. Fragmento de “Primera sátira” del Libro I, de Quinto Horacio Flaco
(65-8 a. C.). Es una sátira en verso en la que se critica el comportamiento de determinados sujetos.
¿Por qué será que nadie bien hallado
Vive, o Mecenas, con aquel estado Que, tal vez, el acaso le destina, O a quien por elección, tal vez, se inclina? ¿Y ha de tener cualquiera Por feliz al que sigue otra carrera? Dichoso el Mercader! Dice el Soldado, De años y fatigas quebrantado. Oh! Clama el Mercader, por otra parte, Cuando su nave sufre adverso viento, Más vale, sí, la profesión de Marte. ¿A qué está reducido? En un momento, La pelea se traba, Y en pronta muerte acaba, O en festivo y glorioso vencimiento. El abogado con envidia alaba Al Labrador, si antes que el gallo cante Llamando está a su puerta el Litigante: Y al mismo Labrador, cuando abandona Sus haciendas, y en Roma comparece Porque de su persona Un fïador responde, le parece Que solo el Ciudadano es envidiable. De esto hay tantos ejemplos cada día, Que aun Fabio, el hablador infatigable, Si los fuera a citar, se cansaría. Y por no entretenerte mas prolijo, Oye a qué fin mi plática dirijo. Si les dijera un Dios: Vaya en-buen-hora; Que a comentaros vengo; tú, Soldado, Has de ser Mercader; y tú, Abogado, En Labrador de volverás ahora: Trocad vuestros papeles: idos: ea! (…)