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Valoración y criterios de intervención en el patrimonio modesto

de la ciudad de Santa Fe.

Miriam Bessone*, María Laura Tarchini**


Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad Nacional del Litoral
mbessoneyarqcolaborativas@yahoo.com.ar, mltarchini@unl.edu.ar

Introducción

La consolidación de la cultura de la memoria hacia finales del siglo XX tuvo claras incidencias
en las tendencias de rescate y recuperación de la historicidad de los entornos construidos. Las
reestructuraciones y cambios funcionales propios de las ciudades plantearon la necesidad de
pensar y actuar sobre un conjunto de edificios que, como obras heredadas en el tiempo, son
depositarias de memoria y se presentan en tensión en relación a las dinámicas del mercado.

En este contexto la temática del patrimonio se ha instalado progresivamente con mirada


sensible y operatividad técnica, abriendo un campo de intervención proyectual atento a la
tensión preexistencia-contemporaneidad. Destaca la contribución del patrimonio modesto al
ambiente urbano heredado, representada por una particular relación del edificio con la
parcela, y con las edificaciones adyacentes en términos de escala y cohesión, por lo que se
define como parte de un conjunto de mayor valor -tramo, esquina, barrios- que debe
considerarse ineludiblemente en su doble condición: arquitectónica y urbano-ambiental.

En la ciudad de Santa Fe, abordar la problemática del patrimonio doméstico requiere


reconocer las dinámicas urbanas de transformación que tensionan las preexistencias, y desde
una perspectiva histórica individualizar aquellos momentos claves en la construcción del
patrimonio heredado que se vinculan con los procesos de modernización iniciados hacia finales
del siglo XIX e intensificados en el siglo XX.

Dentro de las dinámicas urbanas de la ciudad es posible reconocer dos momentos de


modernización que han constituido el mayor volumen de obras construidas valoradas como
patrimonio modesto, es decir, como aquel patrimonio menor que silenciosamente ha
producido ciudad observado desde una perspectiva urbano territorial.

Un primer momento a finales del siglo XIX, donde Santa Fe participa de los procesos
internacionales y nacionales de modernización promovidos por la llegada de inmigrantes, por
la utilización de nuevas tecnologías constructivas y de movilidad que significó en términos
espaciales un importante crecimiento demográfico, trajo como consecuencia una mayor
demanda de espacios para diferentes tipos de viviendas y comercios que se materializan a
partir de una tipología lineal reconocida como casa chorizo y comercios en esquina.

Un segundo momento, en la década de 1930, cuando la emergencia de la arquitectura


moderna transformó el paisaje urbano a través de la reducción del tamaño de los lotes, la
compactación de sus plantas y el lenguaje racionalista que emergió claramente diferenciado
en la conformación de las fachadas, pero que no generó una ruptura tipológica radical pues las
arquitecturas modernas se mixturaron con la ciudad heredada sin mayores conflictos.
Esta amable convivencia entre las obras construidas en ambos momentos puede verificarse en
la escala, homogeneidad en términos de materiales, colores e incluso de proyectistas. No son
pocos los casos en los que pueden verificarse dos, tres o más edificaciones linderas
gestionadas por el mismo propietario y/o diseñadas por el mismo arquitecto o técnico que
llevan a una gran unidad de la imagen urbana resultante que hoy representan conjuntos de
valor patrimonial.

La construcción del patrimonio modesto en Santa Fe

Santa Fe, al igual que otras ciudades del litoral argentino, si bien con orígenes de fundación
española, ingresa al siglo XIX con una estructura urbana que no ha alcanzado a consolidarse. Es
la operación transformadora de fines del siglo XIX la que inicia un proceso de modernización
que definitivamente declina los modelos coloniales y que, al despuntar el siglo XX, en plena
expansión demográfica, económica y productiva, adopta los programas figurativos del
historicismo arquitectónico como un primer paso hacia una prefiguración modernizante que
acompaña el crecimiento del trazado. De este modo se definen los ámbitos urbanos de la
ciudad moderna, que aún hoy, con las continuidades y transformaciones producidas en la
segunda mitad del siglo XX, pueden reconocerse por una cierta homogeneidad y significación
en sus componentes físicos, definiendo el acervo patrimonial de la ciudad contemporánea.

Hacia finales del siglo XIX es posible reconocer un primer momento de producción edilicia, en
donde la ciudad de Santa Fe participa de los procesos de modernización promovidos por la
voluntad de progreso cosmopolita, que trajo como consecuencia la llegada de inmigrantes, la
utilización de nuevas tecnologías constructivas y de movilidad, y que en términos espaciales
significó un importante crecimiento demográfico y una mayor demanda de espacios para
nuevas temáticas arquitectónicas. Las obras que arquitectos e ingenieros extranjeros realizan
dan muestra del gran impulso que estaba cobrando la ciudad pero, por sobre todo, hablan del
clima cultural de la época, en donde el crecimiento, el desarrollo y la novedad se constituían
en claves del progreso. Los edificios incorporan nuevos materiales, tecnologías e imágenes
expresivas que tendrán repercusión en el lenguaje arquitectónico.

En un mismo espacio urbano conviven arquitecturas que se expresan en clave del eclecticismo
academicista, de la tradición funcional, o del modernismo, materializando las arquitecturas
públicas del Estado, de la producción, del sistema ferro portuario y de las viviendas de la
incipiente burguesía que hoy se constituyen en edificios de valor patrimonial. Estas viviendas
de mayor jerarquía, que por escala y resolución adquieren relevancia, fueron acompañadas
por la producción de un gran número de edificaciones menores que conformaron el tejido
urbano en expansión de la mano de constructores idóneos -en general inmigrantes italianos-
que conociendo el oficio de construir por repetición o semejanzas a las arquitecturas de su
país de origen produjeron una imagen identitaria por fuera del trazado original de la ciudad,
donde la reducción de la subdivisión de la parcela fue matriz a partir de la cual se generó una
forma urbana representativa de la organización social del paisaje cultural de Santa Fe.

Es dentro de este proceso donde por sucesión de habitaciones se consolida la tipología lineal
en sus diferentes variantes de uso que ofreció a los habitantes una opción posible y progresiva
de generación de su vivienda propia o vivienda y comercio. Reconocida como “casa chorizo”,
“casa de patios”, “casa del gringo” presenta una ocupación en la parcela repetitiva y adyacente
en dos variantes: recostada sobre uno de los lados del lote atendiendo las orientaciones más
favorable o en espejo haciendo coincidir los patios, condición que se presenta como
posibilidad para que, acorde a los afianzamientos económicos, se genere la fachada como
elemento de significación social cuyos rasgos característicos se mantienen hasta la década de
1940.

Estas construcciones se constituyen como elemento básico de una forma urbana-ambiental


que tiene una extraordinaria permanencia en la ciudad y constituye un momento de una
espacialidad fuertemente identitaria caracterizada por monumentales edificios públicos
generalmente emplazados sobre calles jerarquizadas -avenidas y bulevares-, plazas o parques y
por un tejido que en el centro raramente superará planta baja y un piso, cuya unidad básica
para la vivienda es “la casa del gringo” en sus diferentes variantes: vivienda única; dos o más
viviendas, una al frente y otras internas o superpuesta, vivienda y comercio en esquina.

El paisaje urbano de las áreas centrales de este modo se conformará por fachadas continuas y
sobre línea de edificación, alturas homogéneas, materiales recurrentes como la mampostería
siempre revestida, los balcones de hierro, las altas aberturas de madera y la recurrencia al
repertorio lingüístico de los historicismos o el eclecticismo.

Un segundo momento de significación en la construcción del tejido urbano de la ciudad se


reconoce en la década de 1930, en consonancia con las acciones llevadas a cabo por una sólida
clase media en ascenso económico que requería de nuevas representaciones y de un poder
político progresista dispuesto a construir su imagen de Estado moderno en obras tales como
parques, plazas, escuelas, hospitales, edificios de gobierno municipal y ministerios
provinciales.

La vivienda moderna racionalista tanto en su distribución funcional como en su expresión


formal reemplazó en gran medida a los modelos vigentes proponiendo un habitar doméstico
en nuevas condiciones. La obra que arquitectos y técnicos constructores nacionales producen
dan cuenta de las necesidades de las clases medias y clases medias altas que buscan
desprenderse de las representaciones asociadas al ámbito residencial de principios de siglo XX
para expresar un nuevo modo de vida. Las manifestaciones de la vivienda acompañarán el
proceso de consolidación y crecimiento de la ciudad: las obras de mayor jerarquía contribuirán
a la consolidación de ejes representativos como Bulevar Gálvez, mientras que otras de menor
rango y calidad resolutiva definieron por sumatoria el tejido e imagen urbana de las zonas en
transformación y expansión, como por ejemplo barrio Constituyentes.

Las viviendas racionalistas en sus variantes de resoluciones se adaptaron a las características


de la parcela y configuración urbana, donde prevalecen lotes entre medianeras de
proporciones longitudinales. En general las casas se desarrollaron compactadamente sobre el
frente, liberando el fondo para el patio o jardín. La distribución funcional se resolvía volcando
sobre una de las medianeras el área de servicios: cochera, cocina, habitación de servicio
cuando la había y toilet; sobre la otra medianera se volcaban las áreas principales: living,
comedor, dormitorios, escritorio. La presencia de las medianeras obligaba a trabajar sobre dos
planos: fachada y contra fachada se resolvían a partir de códigos estéticos de proporciones
horizontales que buscaban eliminar el ornamento mediante el uso de revoques blancos. En lo
tecnológico se continuó con tradiciones constructivas, y se incorporaron los avances de la
industria y la técnica: perfiles metálicos, persianas de enrollar, aceros cromados, pinturas al
látex, cerámicos, entre otros, más toda la gama de nuevos artefactos que se incorporaron a la
vida del hogar.
La mayoría de estas casas, resueltas en dos niveles, se construían sobre la línea municipal,
aprovechando al máximo la superficie del terreno y siguiendo la vocación de las áreas céntricas
de la ciudad. Hubo casos de viviendas de grandes dimensiones y calidad de detalles en que las
que el volumen edificado se retrocedía de la línea municipal, destinando unos metros
cuadrados a la representatividad del ingreso.

También fue habitual resolver programas funcionales mixtos mediante la incorporación de


locales comerciales, y en el caso de profesionales un escritorio o consultorio. De particular
interés fue el desarrollo de unidades de vivienda multifamiliares a partir de dos resoluciones:
viviendas internas y de altos compartiendo un mismo lote, en donde sin perder la escala
domestica se desarrollaban hasta cuatro unidades de vivienda; y edificios en altura, tipología
novedosa en Santa Fe que generó una primera transformación del paisaje urbano del área
central.

Valoraciones

Las obras construidas en los dos momentos identificados convivieron amablemente en


relación a la escala, la homogeneidad en términos de materiales, colores e incluso de
proyectistas. No son pocos los casos en los que pueden verificarse dos, tres o más
edificaciones linderas gestionadas por el mismo propietario y/o diseñadas por el mismo
arquitecto o técnico constructor que llevan a una gran unidad de la imagen urbana resultante;
situación que representa un conjunto de valor patrimonial.

Las necesarias reestructuraciones y cambios funcionales a las cuales se ven sometidas las
ciudades plantean la necesidad de pensar y actuar sobre un conjunto de edificios y entornos
existentes, en donde el patrimonio modesto presenta mayor vulnerabilidad por su escala,
dominio y valor de mercado en relación al suelo urbano.

Por lo tanto al momento de intervenir en estas preexistencias cabe preguntarse ¿a qué tipo
edilicio pertenece?, ¿qué tipos de uso posibilita? ¿cuál es su relación con el tejido urbano?, ¿a
qué escala urbana pertenecen?, ¿cuál es la configuración de la forma, tanto en sus aspectos
técnicos como expresivos?, sin soslayar que el intento de conservación o reconversión de este
patrimonio, significa una delicada operación de diseño en el que se genera una interacción
tensionada entre factores económicos, sociales y culturales.

Para poder responder a tales interrogantes se requiere que la obra sea perfectamente captada
y comprendida en dos dimensiones: una arquitectónica y otra paisajística-ambiental, dentro
del cual cada pieza representa una singularidad que se jerarquiza y potencia dentro del
conjunto.

Dimensión arquitectónica
Dentro esta dimensión se reconoce en el edificio valores de uso, de formas y de significados
que responden a lógicas primigenias y se constituyen en sistemas necesarios de interpretación.

Respecto a “la forma” se reconoce la necesidad de interpretación y valoración de una “lógica


formal” y “una lógica material”. La valoración de la sintaxis, escala, proporcionalidad se
presentan como posibilidad de interpretación y valoración del volumen construido -escala,
medidas y proporciones- y de la fachada. La valoración de los aspectos materiales, sistemas
construidos y estado de conservación se presenta como posibilidad de economía de usos y
estudio de compatibilidades con los materiales actúale. Los aspectos expresivos posibilitarán a
través de la presencia de la luz destacar cualidades tectónicas que contribuirán a la calidad
espacial de cada intervención proyectual.

La valoración de una lógica de “uso”, se presenta como posibilidad de reconocimiento de las


posibles adecuaciones a usos actuales y niveles de habitabilidad y confortabilidad dentro de
una misma cadena tipológica.

El “significado” de los testimonios de los procesos históricos que han conforman la cultura
heredada representa valor para un determinado grupo social. En el primer lugar, adquiere
carácter intergeneracional, ya que las futuras generaciones tienen derecho a conocer de forma
directa las manifestaciones materiales de su pasado. En el segundo caso, el significado ha de
variar según la jerarquía del recurso considerado. Dentro de estas valoraciones es donde se
presentan las mayores contradicciones ya que la ponderación de los valores depende de los
diferentes actores: el habitante del barrio, el usuario, el agente inmobiliario o el futuro
usuario.

Dimensión paisajística-ambiental
El paisaje urbano resulta de la sumatoria de componentes de la estructura de la ciudad tales
como el medio natural en el cual se emplaza, el trazado y materialización de las calles, el
parcelario y el ritmo que el mismo imprime al espacio público, la arquitectura de las
edificaciones que lo componen, los colores predominantes, la escala, la forestación, el
mobiliario urbano, etc. Además se suman otros componentes inmateriales tales como los usos,
los sonidos, el asoleamiento, los ritmos urbanos, etc. que le otorgan vitalidad a lo construido.
“El ambiente se percibe como una atmósfera que permite que las personas logren no sólo
referencia para su ubicación espacio-temporal -sentido de pertenencia-, sino también un
rango de identidad -sentido de pertinencia-. Posibilitar o facilitar la ubicación y generar
relaciones afectivas son las consecuencias directas y deseables de un ambiente armónico,
organizado, eficiente, sano y estimulante; un ambiente urbano así cualificado genera una
imagen discernible de la ciudad. Con ello, es posible distinguir áreas centrales de barrios
tradicionales, calles principales de calles barriales, plazas institucionales de espacios verdes
vecinales, es decir, reconocer los espacios de la vida urbana para u mejor uso, disfrute y
valoración” (Bertuzzi, Bessone, Tarchini 2014).

Tanto si se considera el paisaje -como resultado final en que los diversos componentes del
sistema urbano y de su entorno se presentan a la vista del observador1- o si se refiere el
concepto más general de ambiente urbano, tal como se define más arriba, puede observarse
que la manera de construir explicada anteriormente ha generado sectores de ciudad de
condiciones excepcionales en cuanto a su carácter, cohesión y significado, entendiendo al
“carácter” como aquellos rasgos distintivos de áreas urbanas que refieren a su identidad
independientemente de sus valores estéticos; a la “cohesión”2 como unión entre cosas y a la
“homogeneidad”, como la correcta y conveniente adhesión entre las partes de un conjunto
urbano -relaciones entre trazado, parcelario, formas de ocupación de las parcelas, tipos
edilicios-. Para los tejidos históricos y en particular para el patrimonio modesto, vendría dada

1
UNESCO, Centro de Patrimonio Mundial, 2005: Memorando de Viena. Patrimonio mundial y arquitectura
contemporánea. Manejo de los paisajes históricos urbanos
2
Concepto referenciado en la recomendación de Nairobi de 1976 y el documento de Conti, Alfredo. Paisajes
históricos urbanos: nuevos paradigmas en conservación urbana.
por la correspondencia de las partes componentes en relación a un modelo o patrón vinculado
con una tradición de habitar y construir desarrollada en el tiempo.

Por lo tanto es posible reconocer desde la valoración urbana ambiental en la ciudad: áreas,
tramos y esquinas con alta densidad de edificaciones que constituyen el patrimonio modesto
de la ciudad de Santa Fe.

Las áreas se identifican como fragmentos de tejido urbano que presentan modos de habitar
que lo identifican, calidad espacial reconocida sustentada en la relación entre la arquitectura y
el espacio público, homogeneidad tipológica, particularidades constructivas etc., siendo el
ejemplo más significativo de la ciudad de Santa Fe el Barrio Candioti Sur.

Los tramos se conforman como partes del tejido urbano, organizados en función de una calle,
avenida o bulevar que se caracterizan por la densidad de edificios patrimoniales, la relación de
escala entre los mismos y el espacio público, la homogeneidad de colores, materiales, técnicas
constructivas empleadas, forestación, uso, etc., siendo Bulevar Gálvez un ejemplo significativo.

En las esquinas urbanas es posible reconocer la presencia de edificios de valor patrimonial que
constituyen espacios de referencia urbana y de calidad ambiental, como ejemplo se puede
citar la esquina de Bulevar Gálvez y Güemes o de Bulevar Gálvez y Las Heras, entre otras

Criterios de intervención

Las prácticas de intervención, generalmente vinculadas al prefijo “re” -restauración, re


funcionalización, rehabilitación, reconversión, entre otras-, reconocen diversos criterios que
suponen diferentes tipos de coexistencia entre las preexistencias y la contemporaneidad. En
esta coexistencia la articulación de las tensiones que se generan entre las posibilidades físicas,
los requerimientos de usos sociales y las dinámicas del mercado, hacen ineludible la
realización de estudios históricos y valoraciones dentro de un contexto de sustitución.

Fernández (2015) afirma que vetas de una modalidad proyectual heterónoma3 se reconocen
en las actuaciones propias del llamado genéricamente “reciclaje o prácticas retrospectivas”,
sobre todo en aquellos casos de patrimonio débil, antropológico o cultural en donde el
proyecto es más de experimentación hipotética que de intervención científica. Modalidad que
puede aplicarse a las prácticas que se actúan sobre el patrimonio modesto, y en donde es
factible reconocer diferentes lógicas4 que suponen diversos grados de convivencia -y por lo
tanto diferentes criterios de actuación- entre la herencia construida y la contemporaneidad.

En la ciudad de Santa Fe, A los fines de un análisis crítico de las actuaciones, se pueden
reconocer tres “lógicas de intervención” que por “oposición” o “por diálogo”, vinculan
condiciones culturales, formaciones discursivas y/o productivas, en donde el proyectista puede
constituirse en promotor, gestor, ganador de un concurso de arquitectura o estar al servicio de

3
Heterónomo: la modalidad heterónoma del proyecto se opone al modo autónomo (Rossi y su requerimiento de un
código lingüístico autor referenciado) y remite en cierto sentido a aquello que Benévolo bautizó retrospecto en
tanto proyecto en reversa, proyecto que en vez de ir para adelante se plantea un ejercicio de reelaboración de
materiales previos citado (Fernández, 2015).
4
Lógica: cuestiones básicas en torno a las cuales pueden generarse estrategias optativas de intervención
proyectual; como conjunto discreto de cuestiones alrededor de las cuales discurren conductas proyectuales
diferenciales (Fernández, 2015).
una operación exclusiva de mercado. De este modo lógicas tipológicas, formalistas y
fenomenológicas se presentan de manera aislada o articuladas en las prácticas que operan
sobre el tejido heredado.

Lógica tipológica
En relación a la tipología, el “tipo edilicio” y la ocupación en la parcela se constituyen en claves
de lectura para interpretar las condiciones del patrimonio modesto y sus posibilidades de
adaptación a nuevas necesidades y usos. La repetición de tipologías de similares características
ha sido el modo en que sectores y barrios de la ciudad se han consolidado y caracterizado en el
tiempo. El “tipo” para esta lógica se constituye en un valor en sí mismo desde tres
dimensiones: de uso, de organización espacial y de relación del edificio en la parcela. Las
operaciones proyectuales se realizan dentro de una misma cadena tipológica, por lo que es
posible reconocer: continuidades, reconversiones y rupturas.

Continuidades: casos en que el tipo edilicio original se ha adaptado a los requerimientos de


uso de la contemporaneidad sin borrar la esencia patrimonial de la casa en su condición de
pieza particular o como parte de un tramo. Como ejemplo de estas intervenciones se puede
mencionar la pervivencia del tipo edilicio “casa chorizo” de barrio Candioti Sur, con jardín al
frente o sobre la línea de edificación adaptada mediante la incorporación de una planta alta o
un espacio de cochera sin que ello haga perder las características propias de la tipología.

Reconversiones: casos en que el patrimonio modesto se presenta como posibilidad de dotar


de servicios a los sectores urbanos en que se inserta dando respuesta a las dinámicas de
cambio de usos de la ciudad contemporánea. Como ejemplo es posible mencionar la
adecuación a usos comerciales, gastronómicos, consultorios médicos y oficinas en general, que
se ha generado en edificios de vivienda de Barrio Candioti Sur.

Rupturas: casos en que se superpone un programa funcional que no se adecúa a las


características y posibilidades de la tipología original. La superposición de la tipología de
edificio en altura a viviendas valoradas como patrimonio modesto se presenta como la ruptura
tipológica más significativa, representando una degradación de los valores reconocidos y del
sistema urbano ambiental.

Adaptación del “tipo edilicio” dentro de la cadena tipológica acorde a requerimientos del habitar contemporáneo
Reconversiones del “tipo edilicio vivienda” -uso privado- a otros usos de carácter semiprivados o semipúblicos.

Superposición del tipo edilicio generando ruptura de escala y forma, lo cual representa una degradación de los
valores reconocidos y del sistema urbano ambiental.

Lógica formalista
En relación a la forma, la resolución del volumen, la escala, la proporción y el estudio de las
envolventes, las exploraciones proyectuales del discurso contemporáneo, se plantean por
oposición o diálogo. Los estudios formales, tanto en sus aspectos sintácticos geométricos
como expresivos se constituyen en un valor que posibilita articular las preexistencias y la
actualidad. Generalmente esta lógica presenta dos pares antagónicos: un discurso de formas
que dialoga con las preexistencias o un contradiscurso que tensionan los límites de la misma,
en donde el peso de lo simbólico, y el recurso de los lenguajes mixtos se centran en la imagen
del edificio.

Diálogo con las preexistencias: casos en que la intervención presenta continuidad en el sistema
de proporcionalidad, escala así como en el uso de materiales, texturas y colores. Las prácticas
logran integrar y armonizar lo existente con lo nuevo sobre la base de un adecuado manejo
técnico-estético de los materiales. Los ejemplos pueden vincularse a proyectos que proponen
acciones de continuidad de usos y simple conservación material del edificio o bien de
reconversión de usos con la consecuente necesidad de incorporar superficie o modificar la
existente.

Contradiscurso: casos en que las intervenciones proyectuales se distinguen y dejan de dialogar


con las preexistencias por oposición de geometrías, escalas, texturas o colores. El proyecto
contemporáneo tiende a prevalecer por sobre las formas heredadas, haciendo una
interpretación banal o exacerbada de la doctrinaria recomendación de rechazo a los
mimetismos estilísticos.

Lógica fenomenológica
Esta lógica ha cobrado fuerza en los últimos años, lejos de representar una alternativa teórica
más, se presenta como una actitud proyectual que se centra en los efectos perceptivos de los
materiales en el espacio. “Fenomenología es, pues, sinónimo de esta “intuición”, de esta visión
primordial de lo que se da, de lo que aparece; no es tanto una vuelta a las cosas mismas sino,
más bien, al modo en que éstas se revelan al observador. En este sentido, tanto el debate
teórico sobre la intervención en edificios de valor patrimonial como en su propia práctica, el
aparecer es el resultado intencional de los actos subjetivos -en último término operaciones-
que dan sentido a las construcciones arquitectónicas. Dentro de este “aparecer”, es posible
reconocer la superposición de uso de materiales extraños al proyecto original” (Fernández,
2015).

Lógica formalista: diálogo Lógica formalista: contradiscurso Lógica fenomenológica

Consideraciones finales

El patrimonio modesto de la ciudad de Santa Fe se encuentra fuertemente tensionado por las


dinámicas de cambio propias de los requerimientos contemporáneos. Los edificios
monumentales y los edificios públicos y/o institucionales tienen una mayor resistencia al
cambio que viene dada por su condición, estabilidad dominial y escala. Los edificios de
propiedad privada, y más aún los residenciales de menor escala, tienen una mayor
predisposición al cambio como consecuencia de la variabilidad en la titularidad, las
limitaciones de mantenimiento, etc. Es así que los edificios que conforman el patrimonio
modesto resultan más vulnerables a la transformación, y sobre todo a la sustitución total, a lo
que se puede agregar en las áreas centrales y pericentrales la relación entre el costo del suelo
y el costo de la construcción que a medida que pasa el tiempo se va alterando, adquiriendo
mayor importancia el primero sobre el segundo, cuyo valor no alcanza a compensar la
depreciación que sufre.

Valorar el patrimonio modesto requiere por lo antes expresado valorar su modesta escala, su
rol en la construcción de barrios, tramos y esquinas que han contribuido a definir un tejido
con alto grado de cohesión, una armónica articulación entre las piezas arquitectónicas y un
mantenimiento del patrón tipológico que se refleja en el espacio público a través de las
fachadas, escala y ocupación de la parcela. Intervenir sobre el mismo requiere entonces una
delicada operación de diseño que articule las valoraciones presentadas y la dinámica urbana.

Bibliografía

AA.VV. “Inventario. 200 obras del patrimonio arquitectónico de Santa Fe”. Santa Fe. FADU UNL,
CAPSF y otros. 1993.
Bertuzzi, M. Laura; Bessone, Miriam; Tarchini, M. Laura. “Preinventario de Obras de la Ciudad
de Santa Fe”. Material Inédito. 2014
Conti, Alfredo: “Paisajes históricos urbanos: nuevos paradigmas en conservación urbana”, en
Paisajes Históricos Urbanos. Metodología de Gestión del Patrimonio Urbano. San Juan.
ICOMOS. 2009.
Fernández, Roberto. “Laboratorio americano. Historia, territorio y proyecto”. Material inédito.
2015.
Fernández, Roberto. “Obras del tiempo”. Buenos Aires. Concentra. 2007.
Müller, Luis; Acosta, M. Martina; Espinoza Lucía; Parera, Cecilia; Tarchini, M. Laura.
“Arquitectura y modernización. Santa Fe, 1935-1955”. Santa Fe. Ediciones UNL. 2006.
Tarchini, Ma. Laura. “La vivienda racionalista y los procesos de modernización de la sociedad
santafesina 1935 - 1955”. Santa Fe. Programa Cientibeca. Material inédito. 2002.

* Miriam Bessone. Arquitecta. Magíster en Didácticas Específicas (FUCH UNL). Estudiantes del
Doctorado en Arquitectura FADU UNL. Profesora Titular e Investigadora categoría III, Facultad
de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad Nacional del Litoral. Presidente de la
Comisión de Patrimonio Municipalidad de Santa Fe.

** María Laura Tarchini. Arquitecta (UNL). Doctora en Investigación (UniBo), tesis sobre
conservación del patrimonio construido del ‘900. Profesora Adjunta Ordinaria Área Ciencias
Sociales, FADU UNL. Investigadora Categoría III, Directora Proyecto de Investigación
“Patrimonio, ciudad y arquitectura. Alcances y posibilidades de un campo de estudio y
actuación”, UNL. Coordinadora Académica Doctorado en Arquitectura, FADU UNL.

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