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M. a R.a
Estoy viajando por Holanda. Por lo que leo en los periódicos del país
y en los franceses, veo que Alemania está y seguirá estando cada vez
más hundida en el bochorno. Le aseguro a usted que, si disto mucho
de sentír ningún orgullo. nacional, siento, sin embargo, la vergüenza
nacional, incluso en Holanda. Hasta el más pequeño holandés, compa-
rado"córi el más grande de los alemanes, es un ciudadano de su Estado.
¡Y no hablemos de los juicios de los extranjeros acerca del gobierno
prusiano! Reina una aterradora coincidencia y nadie se engaña ya acer-
ca del sistema y de su naturaleza tan simple. De algo ha servido,
pues, la nueva escuela. Ha caído el ostentoso manto del liberalismo
y el más odioso de los despotismos se ha desnudado ante los ojos del
mundo.
Es también una revelación, aunque invertida. Es una verdad que,
por lo menos nos enseña a conocer la vaciedad de nuestro patriotis-
mo y el carácter antinatural de nuestro Estado y a encubrir nuestro
rostro. Me mirará usted sonriendo, y me preguntará: ¿Y qué salimos
ganando con ello? Con la vergüenza solamente no se hace ninguna re-
volución. A lo que respondo: La vergüenza es ya una revolución; fue
realmente el triunfo de la revolución francesa sobre el patriotismo ale-
mán, que la derrotó en 1813. La vergüenza es una especie de cólera
replegada sobre sí misma. Y si realmente se avergonzara una nación
entera, sería como el león que se dispone a dar el salto. Reconozco
que en Alemania no se percibe todavía ni siquiera la vergüenza; por
el contrario, aque1los desgraciados siguen siendo patriotas. Pero, ¿qué
sistema podrá sacarles el patriotismo del cuerpo, como no sea este ri-
dículo sistema del nuevo caballero? [1591 La comedia del despotismo
que se representa en nuestro país es tan peligrosa para él como en su
tiempo lo fue la tragedia para los Estuardos y los Barbones. Y aun-
que esta comedia no fuese considt;rada mucho tiempo como Jo que
es, sería, a pesar de todo, una revolución. El estado es algo demasia-
do serio para convertirlo en una carnavalada. La nave de los locos
podría tal vez navegar durante algún tiempo, impulsada por el vien-
to; pero marchará fatalmente hacia su destino, precisamente porque
a Marx a Ruge.
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442 CARTAS CRUZADAS EN 1843
R. a M.b
M. a R.e
Colonia, mayo 1843.
B. a R.b
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ral, llevando un peno en los brazos, y el centinela le cenó el paso,
por el perro. La señora, indignada, se quejó a su marido, el general, y
se cursó una nueva consigna aboliendo la prohibición para los perros.
Desde entonces, los perros pueden entrar, de vez en cuando, a la te-
rraza. ¿Y los judíos? No, éstos todavía no. En vista de ello, los ju.
días protestaron, pidiendo que se ~os equiparara a los perros. El general
no sabia qué hacer. ¿Debía revocar la orden dada, cuyas consecuencias
revolucionarias no había podido prever? Su señora insistía en los de.
rechos de su perro y éste en los de sus amigas. La cosa se había
convertido en costumbre y el general se daba cuenta de que los judíos
pondrían el grito en el cielo si ahora, en pleno siglo xrx, no les ha--
cía extensivo el privilegio otorgado a los perros y que habían disfru-
tado a todo lo largo de la Edad Media. Así, pues, bajo su propia
responsablilidad, se dedicó a permitir que también los judíos entraran
en los jardines, siempre y cuando que éstos no estuviesen cerrados por
la estancia de la Corte. La indignación era grande, pero el veterano
guerrero se mantuvo en sus trece. Hasta que llegaron los rusos. Rep-
nin, general gobernador de la plaza, se encontró en 1813 con que no
tenía lugar para su Corte. En vista de ello, mandó convertir los jar.
dines en la terraza de Brühl, con su gran escalera y el libre acceso que
ahora se abre a ella. Esto sublevó los corazones de todos los sajones
de sentimientos normales; y si los rusos no hubieran sido mucho más
populares que los prusianos, habría estallado una revuelta. El pueblo
dejó las cosas estar, se prestó incluso a cazar los faisanes señoriales
de los jardines y se resignó a que se abriera también a las gentes este
paseo, reservado antes a los faisanes. Pero uno de ellos, el más normal
de todos los sajones, un consejero áulico del Príncipe, que todavía vive,
jamás ha perdonado a los rusos su intolerable afán de innovaciones,
que ha venido a destruir el orden establecido. E:l no reconoce la le.
galidacl ele la terraza ni la de los jardines. Jam~s ha puesto el pie en
"la terraza rusa", ni para subirla ni para bajarla, y procura siempre
atravesar por el legítimo portillo de los viejos tiempos, sin hacerse
acompañar nunca por penos ni por judíos y sin pasar por delante de
las jaulas de los faisanes, como no sea por el camino del centro, que
ya en los viejos y buenos tiempos pasados tenían que recorrer los vi.
sitantes a pie, fuera de la época de cría de las aves.
No cabe duda de que el cristiano conservador es hombre razonable,
y si todos los alemanes fuesen sajones normales y corrientes y no hu-
biese rusos, que de vez en cuando vienen y les abren paso, ni fran.
ceses que les cortan las coletas, como en Jena, y si, por último, no
hubiese prusümos ni apuntasen afanes de innovaciones en las cabezas
de sus monarcas cristianos y paganos, no cabe duda de que en ninguna
parte del mundo se viviría más tranquilamente que aquí, en Drcsde.
Pero, tal como están las cosas, son de temer para nuestra patria sajo.
na, tan tranquila y hermosa por dentro, que surjan de fuera, todavía,
grandes conmociones.
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456 CARTAS CRUZADAS EN 1843
F. a R.1
Bruckberg, junio de 1843.
Sus cartas y los planes literarios, que me comunica, me han dado mu-
cho que pensar. Mi soledad necesita de esas cosas y le ruego que no
deje usted de seguirme escribiendo. La muerte de los Anales Alemanes
me recuerda un poco a la muerte de Polonia. Los esfuerzos de unos
cuantos hombres han resultado inútiles en medio del pantano general
de la vida podrida de un pueblo:
No será tan fácil que encontremos en Alemania un asidero firme.
Todo está podrido hasta el tuétano, unas cosas de un modo, otras de
otro. Necesitamos hombres nuevos. Pero esta vez no llegarán, como
en la transmigración de los pueblos, de los pantanos y los bosques, s.ino
que tendremos que engendrarlos de nuestra propia entraña. Y a la nue-
va generación deberemos ofrecerle un nuevo mundo, en el pensamien-
to y en la poesía. Todo hay que extraerlo del fondo mismo de las
cosas. Una labor gigantesca para muchas fuerzas coaligadas. Ni un
solo hilo del viejo régimen habrá que dejar colgando. Nuevo amor,
nueva vida, dice Goethe; nueva doctrina, nueva vida, decimos nosotros.
No siempre la cabeza va delante, pues es lo más dinámico de todo
y, al mismo tiempo, lo que se mueve con mayor lentitud. En las ca-
bezas brota lo nuevo, pero en ellas es también donde lo viejo se afe-
rra más tenazmente. A la cabeza se rinden gozosamente las manos y
los pies. Lo primero que, por tanto, hay que limpiar y purgar es la
cabeza. La cabeza es el teórico, el filósofo. Sólo que debemos ense-
ñarla a soportar el duro yugo de la práctica, en la que, rebajándola, la
educamos y a morar humanamente en este mundo sobre los hombros
de hombres activos. No es más que una diferencia en cuanto al modo de
vivir. ¿Qué es la teoría y qué es la práctica? ¿Dónde está la diferen-
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"
cia? Teórico es lo que sólo se halla en mi cabeza, práctico lo que
bulle en muchas cabezas. Lo que une a muchas cabezas hace masa,
se expande y ocupa, así, un lugar en el ~undo. Y si se crea un nuevo
órgano para el nuevo principio, esto constituye una práctica, de la que
no es posible prescindir.
R. a M.m
M. a R.n