Está en la página 1de 14

“GEOGRAFÍAS DEL TERROR”: UN MARCO DE ANÁLISIS PARA EL

ESTUDIO DEL TERROR

http://www.ub.edu/geocrit/-xcol/9.htm

Ulrich Oslender
Department of Geographical Earth Sciences
University of Glasgow, Escocia, Reino Unido
Ulrich.Oslender@ges.gla.ac.uk

“Geografías del terror”: un marco de análisis para el estudio del terror


( Resumen)

Hay un consenso hoy en día de que la llamada “guerra contra el terror”’ funciona
como un eje ordenador de las relaciones internacionales políticas y diplomáticas.
¿Pero a cuál terror se refiere exactamente, y de quién contra quién? En este
contexto quiero intervenir con la propuesta de un marco conceptual-metodológico
para el estudio del terror y el terrorismo, al cual denomino “geografías de terror”.
Lo propongo básicamente por dos razones: (1) para re-orientar los discursos
geopolíticos contemporáneos sobre la ‘guerra contra el terror’ que definen
‘terrorismo’ de manera restringida como un terrorismo contra sistemas del estado
democrático neoliberal occidental, mientras esconden ‘otros terrorismos’,
incluyendo los orquestados por estos mismos estados democráticos neoliberales; y
(2) como herramienta metodológica para el estudio sistemático del impacto del
terror sobre poblaciones locales.

Palabras clave: Terror, guerra contra el terror, paisajes de miedo, Colombia,


comunidades negras

“Geographies of terror”: An analyhtical framework for the study of terror


(Abstract)

There is a consensus today that the so-called ‘war on terror’ has redefined political
and diplomatic international relations. But what terror is evoked here exactly? In
this context I want to propose a conceptual-methodological framework for the
study of terror and terrorism, which I have called ‘geographies of terror’. I
propose this framework for two principal reasons: (1) to redirect contemporary
geopolitical discourses on the ‘war on terror’ that define ‘terrorism’ in a restricted
fashion as a terrorism against systems of the western neoliberal democratic state,
while at the same time they hide ‘other terrorisms’, including those orchestrated
by these very neoliberal democratic states; and (2) as a methodological tool for the
systematic study of the impact of terror on local populations.

Keywords: Terror, war on terror, landscapes of fear, Colombia, black


communities

La era de la guerra global y del terror

La guerra y el terror son dos conceptos clav para entender el mundo


contemporáneo. Según Hardt y Negri (2004: 3), vivimos en la era de la guerra
global, en la que “la guerra es un fenómeno general, global e interminable”, que
afecta a todas las esferas de la vida social, política y económica. Si para
Hobsbawm (1995) el siglo XX fue la “era de los extremos”, caracterizada por una
miríada de guerras y la pérdida de un número de vidas sin precedentes, al siglo
XXI se lo ha denominado también como la “era del terror” (Talbott y Chanda,
2001). En ella, la llamada “guerra contra el terror” funciona como un eje
ordenador de las relaciones internacionales políticas y diplomáticas, que divide
simplísticamente el mundo entre “buenos” y “malos”. “O están con nosotros, o
están con los terroristas” – en la expresión admirablemente sencilla del presidente-
vaquero estadounidense. Por más terribles que sean las consecuencias, la
necesidad de pensar el mundo en cómodos términos binarios parece afirmarse de
nuevo en la política mundial actual después del fin de la guerra fría.

En este contexto de cambiantes imaginarios geopolíticos quiero proponer un


marco conceptual-metodológico para el estudio del terror y el terrorismo, que
denomino “geografías de terror”. Lo presento por dos razones: (1) para re-orientar
los discursos geopolíticos contemporáneos sobre la “guerra contra el terror” que
definen “terrorismo” de manera restringida como aquel ejercido contra sistemas
del estado democrático neoliberal occidental, mientras esconden “otros
terrorismos”, incluyendo los orquestados por estos mismos estados democráticos
neoliberales; y (2) como herramienta metodológica para el estudio sistemático del
impacto del terror y de sus manifestaciones espaciales sobre poblaciones
locales. En particular, el concepto de “geografías de terror” permite estudiar un
número de fenómenos geográficos asociados con el terror y el terrorismo, que
ayuda a examinar más a fondo las múltiples manifestaciones del terror y la manera
como las personas lo experimentan y como intentan vivir con él cotidianamente.
Voy a aplicar este marco conceptual y metodológico al caso de las poblaciones
rurales negras en la región del Pacífico colombiano para examinar la campaña
sistemática de terror que varios actores armados (incluyendo el ejército
colombiano) han desatado sobre estas poblaciones.

Conviene resaltar que mi propuesta de “geografías de terror” quiere ser aplicada a


una variedad de contextos marcados por manifestaciones de terror, no solamente
en Colombia. En ese sentido, el marco conceptual invita también a pensar otros
contextos, por ejemplo: los paisajes de miedo y terror en el Líbano durante y
después de la guerra que el ejército de Israel desencadenó en el verano del 2006;
los territorios aterrorizados de la población palestina; o los campos de refugiados
de Darfur en el Sudán. En otras palabras, espero que cada lector tenga en mente su
propio contexto al cual referirse con la presente propuesta metodológica y
conceptual.

Geografías de Terror[1]

La propuesta de “geografías de terror” consta de siete puntos principales:

1. La producción de “paisajes de miedo”. La aplicación continua del terror en una región


por parte de los actores armados produce paisajes de miedo. Estos paisajes frecuentemente
son visibles en las huellas dejadas atrás, como por ejemplo casas destruidas y quemadas,
huecos de balas o graffiti en las paredes, o plantaciones arrasadas o quemadas. Estos paisajes
de miedo también son evidentes en los espacios vacíos (o vaciados) creados cuando los
pobladores huyen, y abandonan sus casas y pueblos por temor de persecución y masacres.
Aun cuando la gente desplazada regrese a sus casas después de un tiempo, el sentido de
miedo producido por el terror experimentado queda impreso en sus imaginarios y también de
manera material en el paisaje. La presencia en el espacio de cuerpos humanos muertos,
destruidos, o mutilados, es un recuerdo constante de la forma de actuar de los actores
armados y violentos; un recuerdo que está “vivo” en los paisajes producidos como resultado
de la penetración, violación o tortura de esos cuerpos. Esta interpretación va más allá de la
clásica propuesta humanística de Tuan (1978) quien piensa los paisajes de miedo como una
metáfora para el estudio de geografías imaginadas, por ejemplo, en cuentos infantiles. Se
trata aquí más bien de establecer una relación sistemática entre miedo y paisaje en relación
con el espacio social rutinario y las prácticas corporeizadas de la vida cotidiana. Por esto es
importante examinar las formas en las que el terror materializa el miedo, y cómo éstas
pueden ser identificadas y efectivamente “leídas” en los paisajes cambiantes.[2] Podemos
pensar aquí, por ejemplo, en los paisajes bombardeados de Líbano y de Palestina.

2. Restricciones en las movilidades y prácticas espaciales rutinarias. La implantación de un


régimen de terror en un lugar supone restricciones en los movimientos cotidianos de la
población. Éstas pueden ser explícitamente impuestas por los actores armados que prohíben
a la población local ir a ciertos lugares; o pueden ser implícitas, dictadas por el miedo y un
sentido de terror que le aconseja a uno no moverse a ciertos lugares. Un sentido de
inseguridad generalizado se extiende por el lugar y afecta las formas en que la gente se
mueve en sus alrededores. El contexto de terror lleva así a una fragmentación del espacio y
rompe dramáticamente la movilidad espacial cotidiana. Bajo su régimen, frecuentemente las
poblaciones locales están confinadas en ciertas áreas de las que no pueden salir, por ejemplo,
cuando los actores armados instalan retenes en determinados sitios de paso donde se controla
la entrada y salida de productos, mercancías y personas a una zona. Estos “espacios de
confinamiento” se observan, por ejemplo, en el conflicto Israel-Palestina, donde la población
palestina está recluída en los territorios ocupados y su movilidad está seriamente restringida
y bloqueada por el ejército israelí en los diversos puntos de frontera. De manera drástica se
muestra este confinamiento actualmente en la construcción de un muro por los israelíes que
pretende inhibir a los palestinos entrar a territorio israelí.

3. Dramática transformación del sentido de lugar. El concepto del “sentido de lugar” tal
como lo desarrollan la geografía humana y la antropología se refiere a su dimensión
subjetiva: a las percepciones individuales y colectivas que se generan en él, y a los
sentimientos asociados individual y colectivamente. El nuevo contexto de terror
dramáticamente transforma este sentido de lugar. Las personas empiezan a sentir, pensar y
hablar de su lugar de vida de manera distinta, en formas ahora impregnadas de experiencias
y memorias traumáticas, y de miedos y angustias. O se envuelven en silencio cuando piensan
en el lugar de origen que han tenido que dejar atrás. Para muchos refugiados, por ejemplo,
las atrocidades experimentadas son demasiado duras como para nombrarlas. El lugar de vida
que recuerdan ahora es el espacio físico (y mentalmente registrado) de la masacre, de la
matanza, tortura o del encuentro cara a cara con los agentes del terror. Ya no es el “hogar”
(homeplace, en inglés), del que nos habla la feminista afro-americana Bell Hooks (1991: 41-
49), ese espacio libre de control y opresión donde se construyen las solidaridades y
sociabilidades. Ahora, en cambio, los imaginarios individuales y colectivos del lugar de
origen son reemplazados por lo que podríamos denominar un “sentido aterrorizado de
lugar”.

4. Des-territorialización. El terror rompe con las formas existentes de territorialización. Las


amenazas y masacres cometidas por los actores armados llevan a la pérdida de control
territorial de las poblaciones locales. Huyendo de la violencia abandonan sus tierras, sus
casas, sus ríos. El desarraigo y el desplazamiento forzado de individuos y poblaciones
enteras es la muestra más visible de este aspecto. Sin embargo, des-territorialización existe
también cuando se le impide a alguien la movilidad por los terrenos acostumbrados; cuando
las personas sienten restringidos sus movimientos cotidianos rutinarios. En otras palabras, el
miedo opera como agente que pone en acción un proceso que podríamos denominar de “des-
territorialización mental”. Este se da cuando, como resultado de la violencia, ciertos lugares
parecen peligrosos y esta percepción (mental) resulta en la evasión (práctica) de estos
lugares y así en la pérdida o una ruptura del control territorial. Aun cuando el terror no haya
sido experimentado de primera mano, sino en forma de rumores, una ansiedad más bien
general puede rápidamente volverse percepción concreta de una amenaza externa y miedo
que efectúan estos procesos de des-territorialización mental.

5. Movimientos físicos en el espacio. El desplazamiento forzado es el resultado más visible


en situaciones de amenazas y matanzas. Puede ser a menor escala, con la huida de
individuos, o a escala masiva, con el éxodo de poblaciones enteras de una región azotada por
el terror. Los desplazamientos pueden resultar en migraciones de corta distancia y duración,
por ejemplo hacia viviendas de familiares en un poblado cercano. O pueden ser de larga
distancia y duración, por ejemplo hacia las grandes ciudades del país. Estos flujos
migratorios de refugiados son a menudo representados cartográficamente por agencias de
ayuda, las ONG, o la Agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR. Los mapas
proporcionan una primera indicación del tamaño del movimiento y ayudan a visualizar las
tendencias de desplazamientos de corto o largo plazo. Sin embargo, estas representaciones
gráficas deben acompañarse con las historias personales que los refugiados narran de sus
experiencias en el proceso de desplazamiento. Pues ellos pasan largos trayectos de caminatas
en condiciones de gran inseguridad y caos para llegar al lugar de refugio. Las narrativas de
estos trayectos brindan un sentido muy corporeizado de la experiencia del desplazamiento y
forman parte del “ser desplazado”. Es importante también señalar que hay otros
movimientos re-organizadores del espacio. El retorno de refugiados a sus lugares de origen
implica movimientos en dirección opuesta a la huida y dirigidos hacia una recuperación de
las territorialidades perdidas, o, en otras palabras, a procesos de re-territorialización.

6. Re-territorialización. Los procesos de des-territorialización deben ser vistos


conjuntamente con los de re-territorialización. Lo uno no ocurre sin lo otro. El retorno de las
poblaciones desplazadas a su lugar de origen, por ejemplo, es uno de estos momentos que
implican re-territorialización. Este regreso a las tierras de origen no es fácil. Está
acompañado por el miedo y la incertidumbre sobre las condiciones en que se encuentran las
tierras, la casa y el pueblo. Esto implica una re-definición de las relaciones sociales
anteriores y una re-construcción de los paisajes de miedo en espacios de solidaridad y paz.
Sin embargo, los desplazados que no vuelven (sea por decisión propia o por falta de
condiciones de seguridad) también se embarcan en procesos de re-territorialización. De
hecho, estos procesos comienzan en el momento de la re-ubicación de las
personas desplazadas en el lugar de llegada con los primeros intentos de sobrevivencia y de
re-construcción de sus vidas. El nuevo entorno urbano, por ejemplo, conlleva todas las
dificultades del re-acomodo en un espacio desconocido y frecuentemente hostil. Encontrar
trabajo, alojamiento y educación adecuada para los hijos; estos son algunos de los problemas
más usuales. La estigmatización y discriminación de la persona desplazada en la ciudad es
otro.

7. Estrategias espaciales de resistencia. Las personas resisten a la imposición del terror


individual y colectivamente en muchas formas y a muchas escalas, desde el plano personal
y el comunitario, hasta el nacional y el global. En el caso de los movimientos sociales que
operan en contra de las situaciones de terror, se puede identificar una política de resistencia a
escala múltiple que incorpora estrategias locales, nacionales y globales. A escala local, por
ejemplo, las estrategias para confrontar el terror en el lugar pueden incluir escondites para
las personas en caso de un ataque inminente, o la organización de poblaciones locales para
confrontar a los actores armados, incluyendo la resistencia armada contra las fuerzas
violentas. A escala nacional se crean estructuras de coordinación, y el movimiento actúa
como interlocutor entre el gobierno nacional y las ONG. Cada vez más el nivel global
adquiere una importancia estratégica sin precedentes para estos movimientos. Ellos
denuncian atrocidades y terror ante ONG internacionales, agencias de ayuda y cooperación
internacional, y la ACNUR. La crisis de refugiados en Dafur, la campaña de terror de Israel
contra la población civil en el Líbano, y la lucha de las comunidades negras en Colombia son
todos ejemplos de cuan importante puede ser una campaña internacional (aunque no sea
suficiente por si sola) para intervenir a favor de poblaciones locales que se encuentran
sujetas a campañas de terror, incluyendo de terror de Estado.
Este marco conceptual de siete puntos no es rígido ni cerrado. Por el contrario, propone una
agenda para acercarse al fenómeno del terror como un conjunto complejo de espacios,
emociones, prácticas, movimientos y materialidades que operan en varias escalas – desde el
cuerpo a las micro-geografías del hogar, la calle, el río, el bosque y la región. En lo que
sigue voy a esbozar cómo se puede aplicar este marco conceptual-metodológico de
“geografías de terror” al caso de las comunidades negras en el Pacífico colombiano. Para
ello necesito primero introducir el contexto más amplio de la región y de su gente.

Territorios colectivos en el Pacífico colombiano

La región de la costa Pacífica colombiana es un área de aproximadamente diez


millones de hectáreas que se extiende desde el Tapón del Darién y la zona
fronteriza con Panamá hasta la frontera con Ecuador. Casi el 80 por ciento de la
región está cubierta de bosque tropical húmedo. Cerca de un millón de
afrocolombianos viven en esta región, en su mayoría descendientes de africanos
esclavizados que fueron traídos en tiempos coloniales para trabajar en las minas
de oro. En 1991 Colombia adoptó una nueva Constitución que reconoció en el
Artículo Transitorio AT-55 por primera vez a las comunidades negras del país
como grupo étnico con derechos culturales y territoriales propios. Referencia
obligada que hoy define la relación cambiante entre afrocolombianos y nación es
la Ley 70 de 1993 que garantiza, entre otros, derechos territoriales colectivos a las
comunidades negras rurales en el Pacífico colombiano.[3]

Como resultado de la Ley 70 se han titulado colectivamente casi cinco millones de


hectáreas de tierras para comunidades negras en la costa Pacífica, anteriormente
consideradas como “baldías” por el Estado colombiano. Actualmente administran
estas tierras los consejos comunitarios, figura jurídica creada por el Decreto 1745
de 1995 como máxima autoridad de administración interna dentro de las tierras de
comunidades negras.[4] Sin lugar a dudas esto constituye un logro impresionante
en la política cultural negra en Colombia. Sólo imaginándose que un 50% del área
total de la región del Pacífico ha sido titulado colectivamente a comunidades
negras en una fase histórica en la cual la lógica neoliberal reina en la economía
mundial y del país, podemos entender por qué el antropólogo Michael Taussig
(2004: 95) considera la legislación del AT-55 y de la Ley 70 “uno de los
experimentos más innovadores en teoría política en este siglo”.

Sin embargo, fue precisamente en el momento en que se entregaban los primeros


títulos colectivos a las comunidades beneficiarias cuando la irrupción de actores
armados empezó a manifestarse y con ella una dinámica que dramáticamente dio
marcha atrás a la suerte de las comunidades negras en el Pacífico y embarcó a la
región entera en un mar de violencia y terror.

Desplazamiento y des-territorialización
El evento que se considera generalmente como el punto de partida de este nuevo
desarrollo fue la noche de terror del 20 de diciembre de 1996 en la municipalidad
de Riosucio, a orillas del río Atrato, en el Departamento de Chocó. En una
campaña militar coordinada, el ejército colombiano y grupos paramilitares
entraron al casco urbano de Riosucio hacia las 5 de la madrugada, tumbaron
puertas, sacaron a la gente a la fuerza, golpeando a muchos, matando y haciendo
desaparecer a muchos más. Testigos de los hechos de este “trágico amanecer”
hablan de cómo muchos pobladores trataban de escapar, muriendo ahogados en
las aguas del río (Córdoba, 2001). Esta experiencia traumática aún está presente
en la memoria colectiva de los sobrevivientes y de muchos activistas
afrocolombianos. En diciembre de 2005, por ejemplo, una líder chocoana en gira
por los EEUU por invitación de una ONG norteamericana, comenzó la charla que
dio en la Universidad de Los Ángeles invocando los paisajes de miedo que este
ataque había dejado tras de sí: cadáveres de pobladores que se mantuvieron
durante días sin entierro; casas abandonadas con sus puertas derribadas y sin
ninguna alma presente. Casi diez años después, para ella, como para tantos otros
que tuvieron que huir de sus pueblos, recordar su río y su pueblo está
indefectiblemente asociado con la experiencia del terror, el miedo y con una
constante ansiedad. De hecho, las memorias de este trágico amanecer han
transformado los sentimientos de hogar que asociaban con su río, en un sentido de
lugar aterrorizado.

Después del ataque sobre la población civil en Riosucio, en los primeros meses de
1997 se produjo el desplazamiento masivo de alrededor de 20 mil
afrocolombianos debido a la continua presión del ejército colombiano y de
paramilitares, quienes argumentaban estar persiguiendo a grupos guerrilleros de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Como me contó un
líder afrocolombiano –que ahora vive como desplazado en Bogotá– sobre su
experiencia a unos 20 kilómetros de Riosucio:

“El 14 de enero del 97, una mañana, un lunes, sentimos lo más


horrible de la vida. Una cosa tan espantosa, hubo gente que de los
nervios se murió. Estábamos desayunando, yo estaba en mi casa,
cuando sentimos que la tierra se estremeció. Primero sentimos un
estropicio – ¡bum! – una vaina aterradora. Y al ratico las casas
temblaban, eso fue de seguido – ¡bum, bum, bum! Fuimos a ver qué
era, y eran aviones que pasaban por todo eso. Porque el bombardeo
inició desde Riosucio, el 14 de enero. Indiscriminadamente. Luego
de que bombardearon el casco urbano entraron a todas las cuencas, a
la cuenca de Salaquí, Truandó, Cacarica, bombardeando toda esa
zona. En Cañoseco desbarataron una escuela. La única zona que no
bombardearon en mi río fue la comunidad donde yo vivía. Pero fue
una cosa tan espantosa que los habitantes que estábamos arriba, de
ver la inmensidad del bombardeo dijimos: ‘abajo no quedó gente’.
Cuando tiraban las bombas allí, acá se estremecía y las casas
temblaban como si fuera un temblor. Una vaina muy espantosa.
Después de ese bombardeo nadie bajó por miedo para ver lo que
había pasado allá. A los 5 días, que bajó alguien a mirar qué había
pasado, no había un alma en la orilla del río. Porque la gente, ¿qué
pasó? El bombardeo de esa noche, toda la gente campesina se
desplazó masivamente.”

Aquí también los paisajes de miedo pueden ser “leídos” en las huellas que el
bombardeo dejó atrás. Un silencio extraño envolvía al río –“no había un alma en
la orilla”. El lugar había sido vaciado de personas, quienes habían huido por el
miedo de persecuciones y matanzas. Estos espacios vacíos o vaciados son una de
las características principales de los paisajes de miedo. Mediante el recurso a
amenazas, masacres y terror contra la población local, los diferentes actores
armados –grupos guerrilleros, paramilitares y ejército colombiano– disputan el
control territorial en determinadas zonas. La población civil está atrapada en el
fuego cruzado, o como los líderes afrocolombianos lo explican frecuentemente, la
población civil está como en sandwich entre los grupos armados. Esta metáfora
del sandwich resulta muy ilustrativa, pues se utiliza para señalar que las
poblaciones no sólo están atrapadas en la mitad del fuego, sino que tampoco
pueden salir de esta situación porque sus movimientos están restringidos,
impedidos o controlados por los actores armados. Es decir, en la medida en que
los grupos armados establecen retenes en diferentes partes del río y controlan la
entrada de productos, mercancía y gente a la zona existe una tendencia clara hacia
la creación de espacios de confinamientoen el Pacífico colombiano. En el río
Atrato, por ejemplo, los paramilitares controlan la movilidad en la parte baja entre
Turbo y Riosucio, y las FARC en la parte arriba entre Quibdó y Bellavista.
Aunque es necesario indicar que estos parámetros de control espacial no son fijos,
pues la fluctuación del poder territorial a través de confrontaciones militares hace
que la situación concreta del control territorial pueda ser re-mapeada en cualquier
momento. Para las poblaciones locales el confinamiento es igual de desastroso que
el desplazamiento forzado. El “emplazamiento” sin poder moverse libremente por
su espacio, sin tener la oportunidad de ejercer su territorialidad libremente, es
simplemente otra forma de des-territorialización. Es decir, la des-territorialización
no ocurre solamente cuando las poblaciones locales son expulsadas a la fuerza de
sus tierras; sino también cuando son confinadas dentro de espacios de
emplazamiento. Esta es la clase de “des-territorialización mental” de que hablaba
en el cuarto punto del marco conceptual de “geografías de terror” propuesto. Los
emplazados también son des-territorializados.
Resistencia y re-territorialización

Las comunidades negras han creado varios mecanismos de defensa y de denuncia


contra la realidad del desplazamiento forzado, las masacres y la pérdida de
territorialidad. Y lo han hecho movilizándose en varias escalas que van desde lo
local, hasta lo global, vía lo nacional. A lo largo de los ríos de la región del
Pacífico, por ejemplo, las poblaciones locales a veces implementan estrategias de
ocultamiento en el caso de que haya ataques inminentes: mediante micro-
movimientos constantes dentro de sus territorios, se esconden en lugares que
conocen muy bien o huyen por rutas bien conocidas. De esta manera se moviliza
el conocimiento del medio físico como estrategia de resistencia. La experiencia
histórica del cimarronaje y el conocimiento detallado de las micro-geografías y de
los espacios locales confluyen en esa estrategia de defensa. A escala nacional se
discuten las posibilidades de coordinar este tipo de estrategias por medio de un
sistema de alertas tempranas que avisa sobre la posibilidad de incursiones
violentas de los actores armados.

En el centro de estas y otras estrategias de resistencia está la declaración


intencionada de no dejarse desplazar más de las tierras. En otras palabras, se busca
generar procesos de re-territorialización, de volver a ejercer control territorial de
una manera significativa y recuperar el control perdido. ¿Pero cómo pueden las
poblaciones locales establecer mecanismos para garantizar el ejercicio territorial a
sabiendas de la presencia de actores armados? En muchos casos, comunidades
enteras han decidido regresar colectivamente a las tierras de las cuales fueron
expulsadas forzosamente, pero estos retornos tienen que organizarse de manera
muy cuidadosa. En estos esfuerzos juega un papel importante la solidaridad
nacional e internacional. Para muchas comunidades locales que están atrapadas en
medio del fuego y en un ciclo de violencia política, desarraigo y expulsión,
conectarse con la comunidad internacional no es solamente una opción en su
lucha, sino una estrategia que cada día se hace más necesaria. En casos como el
colombiano, donde los desplazados no sólo se sienten abandonados por el Estado
sino activamente perseguidos por él, “globalizar la resistencia” no es un mero
juego de palabras sino una estrategia importante para su supervivencia (Oslender,
2004b y 2007).

Una de las organizaciones negras que más fuertemente ha desarrollado una


política de resistencia a escala múltiple es el Proceso de Comunidades Negras
(PCN). Como red de más de 120 organizaciones locales de comunidades negras,
el PCN nació en la Tercera Asamblea Nacional de Comunidades Negras, en
septiembre 1993 (Grueso et al., 1999). Desde hace varios años el PCN ha venido
denunciando la situación dramática que se vive en el Pacífico colombiano. Un
académico colombiano en EEUU, amigo del Proceso, ha colaborado en la
organización de varias giras de activistas de esta organización para informar al
público norteamericano sobre la lucha de las comunidades negras en Colombia.
Además ha facilitado a estos activistas espacios para documentar su lucha en
publicaciones nacionales e internacionales (Escobar et al. 2002, Grueso y Arroyo
2002). La campaña internacional, por ejemplo, ha conseguido recientemente la
condecoración de una de las líderes del PCN con el prestigioso Premio
Medioambiental Goldman.[5] El PCN también ha creado vínculos importantes
con redes de resistencia global, como la Acción Global de los Pueblos (AGP), un
espacio de convergencia para organizaciones de base y activistas de todo el
mundo en el que se articulan prácticas de resistencia contra el (des)orden mundial
neoliberal. La AGP coordinó, por ejemplo, una gira de seis miembros del PCN por
Europa en marzo de 2001, con el fin de llamar la atención sobre la crítica
situación de las comunidades negras en Colombia entre políticos de la Unión
Europea, y entre miembros de sindicatos en Italia, Gran Bretaña, España y
Alemania.

El uso del Internet ha sido crucial en estas formas de movilización. Permite la


divulgación rápida de informaciones, de alertas urgentes a la comunidad
internacional, la coordinación de acciones colectivas, y el intercambio de análisis
y decisiones. Una reciente campaña de acción urgente, en diciembre de 2005,
sirve para ilustrar la importancia de este medio. Por medio de un mensaje
electrónico enviado desde las oficinas del PCN en Bogotá, se alertó a la
comunidad internacional sobre la presencia de 500 soldados del ejército
colombiano en la cuenca del río Yurumanguí, al sur de Buenaventura. Los
soldados se habían establecido en las casas de la población local y se temían
combates inmediatos con guerrilleros de las FARC. Al recibir este mensaje
enviado por correo electrónico, yo hice una llamada telefónica, desde la ciudad de
Los Ángeles, en EEUU, a un caserío en el río Yurumanguí, donde un soldado me
contestó el teléfono satelital de la comunidad. Pregunté por el comandante y le
expresé mi preocupación por la situación de los derechos humanos en la zona.
Sobre todo protesté por el hecho de que se estuviera usando a la población civil
como escudo humano ante un posible enfrentamiento con las FARC. Al silencio
inicial al otro lado de la línea telefónica, siguió la voz del comandante,
sorprendido de que yo, desde tan lejos (¿será que él sabía ubicar a Los Ángeles en
su imaginario geográfico?) estuviera enterado de la situación en el río
Yurumanguí. Me aseguró, de manera amable, que su misión en el río era rutinaria
y que la población civil, obviamente, sería respetada. Otros colegas en EEUU y
Europa también lograron a comunicarse con el comandante de esta manera y
recibieron respuestas similares. Y aunque no se sabe siempre cual puede ser el
efecto concreto de hacer esta clase de llamadas telefónicas, en el caso del río
Yurumanguí no hubo enfrentamientos militares entre ejército y FARC, ni se
registraron abusos por parte de la fuerza militar en esa ocasión. Por supuesto no
debemos caer en la trampa de un romanticismo heroico con base en una especie de
“activismo telefónico”. Pero los líderes del movimiento negro en Colombia
insisten que esta clase de acciones ha ayudado en el pasado a evitar masacres y
desplazamientos forzados.

Conclusiones

En 1991, con la proclamación de la nueva Constitución de Colombia, no era


previsible que la región del Pacífico se fuese a integrar tan rápidamente a la
cartografía de la violencia del país. Esta no era la clase de inclusión que se preveía
cuando la nación fue declarada como multicultural y pluriétnica. No obstante, en
la última década hemos presenciado la transformación de la región del Pacífico de
“paraíso de paz” –“un refugio de las soluciones dialogales al conflicto” (Arocha,
1993: 177)— en paisajes de miedo. La lucha por el control territorial entre
diferentes actores armados y económicos ha insertado la lógica de la guerra en la
región, promoviendo la des-territorialización masiva de las poblaciones locales.

He propuesto el marco conceptual-metodológico de “geografías de terror” para


aproximarnos a la complejidad del fenómeno al que usualmente nos referimos
como “desplazamiento forzado”, con el fin de infundir en su análisis el
sentimiento de terror que se vive en las zonas de expulsión. Además ese marco
nos anima a pensar sobre el terror y terrorismo en formas distintas y más
complejas de las que son propagadas sin cansancio por la mayoría de los políticos
y los medios masivos de información. De esta manera la propuesta es una llamada
a situarse críticamente frente a los discursos sobre la “guerra contra el terror”. El
verdadero terror, se podría decir, no es tanto dirigido en contra de los EEUU o en
contra de las ideas y valores liberales de la democracia estilo occidental. El
verdadero terror lo viven personas común y corrientes de carne y hueso en su vida
diaria en todo el mundo, y frecuentemente como resultado directo de las acciones
de los mismos gobiernos que pretenden ser bajo amenaza terrorista. El marco de
“geografías de terror” brinda una herramienta metodológica para el estudio
sistemático del impacto del terror sobre poblaciones locales en distintos contextos
y lugares. En este sentido la perspectiva geográfica propuesta quiere ser una
invitación a pensar espacialmente terror y terrorismo, a desarrollar los diferentes
puntos propuestos, añadir nuevos aspectos y comprobar su utilidad en contextos
más allá del colombiano.

Agradecimientos

Este trabajo ha sido apoyado por la Unión Europea a través del programa Marie
Curie OIF (2005-2008). Agradezcoa John Agnew en el Departamento de
Geografía de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) su apoyo
durante mi estadía en dicha institución como Investigador Visitante (2005-2007).
Este trabajo también se ha beneficiado de los relevantes comentarios de Denis
Cosgrove, a quien,in memoriam, se dedica este artículo.

Notas
[1]He venido trabajando desde hace varios años sobre las geografías de terror en el Pacífico colombiano.
Versiones anteriores de miselaboraciones se encuentran en Oslender (2004a, 2006).

[2]Desde la geografía cultural se ha desarrollado las nociones de ‘leer el paisaje' y el ‘paisaje como texto'
(Duncan 1990; Duncan y Duncan 1988).

[3] Para mayores detalles sobre aspectos de esta legislación véase Agudelo (2004), Arocha (1992), y Restrepo
(1998).

[4] Las experiencias de algunos consejos comunitarios han sido documentadas en Rivas (2001) y Oslender
(2001).

[5] El Premio Medioambiental Goldman es considerado como el ‘Premio Nobel' para el medio ambiente. Se
otorga cada año a activistas ecologistas que han logrado importantes resultados. Libia Grueso del PCN ganó el
premio en Abril 2004 en la categoría América Sur/Central. Véase la página web del Premio Goldman para
información y un video ilustrativo del trabajo de Grueso y el PCN (www.goldmanprize.org/node/106).

Bibliografía

AGUDELO, Carlos. La constitución política de 1991 y la inclusión ambigua de


las poblaciones negras. En AROCHA, J. (ed) Utopía para los excluidos: el
multiculturalismo en África y América Latina. Bogotá: CES, Universidad
Nacional de Colombia, 2004, p.179-203.

AROCHA, Jaime. Los negros y la nueva Constitución colombiana de


1991. América Negra, 1992, vol. 3, p.39-54.

AROCHA, Jaime. Chocó: paraíso de paz. En ULLOA, A. (ed) Contribución


africana a la cultura de las Américas. Bogotá: Instituto Colombiano de
Antropología / Proyecto Biopacífico, 1993, p.177-184.

CÓRDOBA, Marino. Trágico amanecer. En SEGURA NARANJO, M.


(ed) Éxodo, patrimonio e identidad, Bogotá: Ministerio de Cultura, 2001, p.248-
252.
DUNCAN, James. The city as text: the politics of landscape interpretation in the
Kandyan kingdom. Cambridge: Cambridge University Press, 1990.

DUNCAN, James; DUNCAN, Nancy. (Re)reading the landscape. Environment


and Planning D: Society and Space, 1988, vol.6, p.117-126.

ESCOBAR, Arturo; GRUESO, Libia; ROSERO, Carlos. Diferencia, nación y


modernidades alternativas. Gaceta, 2002, vol.48 (enero 2001 – diciembre 2002),
p.50-80.

GRUESO, Libia; ROSERO, Carlos; ESCOBAR, Arturo. El proceso organizativo


de comunidades negras en el Pacífico sur colombiano. En ESCOBAR, A. El final
del salvaje: naturaleza, cultura y política en la antropología contemporánea.
Bogotá: ICANH/ CEREC, 1999, p.169-199.

GRUESO, Libia; ARROYO, Leyla. Women and the defence of place in


Colombian black movement struggles. Development, 2002, vol.45(1), p.60-67.

HARDT, Michael; NEGRI, Antonio. Multitude: war and democracy in the age of
Empire. New York: The Penguin Press, 2004.

HOBSBAWM, Eric. Age of extremes: the short twentieth century 1914-1991.


London: Abacus, 1995.

HOOKS, Bell. Yearning: race, gender, and cultural politics. London: Turnaround,
1991.

OSLENDER, Ulrich. La lógica del río: estructuras espaciales del proceso


organizativo de los movimientos sociales de comunidades negras en el Pacífico
colombiano. En PARDO, M. (ed) Acción colectiva, Estado y etnicidad en el
Pacífico colombiano. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia,
Colciencias, 2001, p.123-148.

OSLENDER, Ulrich. Geografías de terror y desplazamiento forzado en el Pacífico


colombiano: conceptualizando el problema y buscando respuestas. En
RESTREPO, E. & A. ROJAS (eds) Conflicto e (in)visibilidad: retos en los
estudios de la gente negra en Colombia. Popayán: Universidad del Cauca, 2004a,
p. 35-52.

OSLENDER, Ulrich. Construyendo contrapoderes a las nuevas guerras geo-


económicas: caminos hacia una globalización de la resistencia. Tabula Rasa,
Revista de Humanidades (Bogotá, Colombia), 2004b, vol.2, p.59-78 (disponible
en: http://www.unicolmayor.edu.co/investigaciones/numero_dos/oslender.pdf).

OSLENDER, Ulrich. Des-territorialización y desplazamiento forzado en el


Pacífico colombiano: la construcción de geografías de terror. En HERRERA, D.
& C.E. PIAZZINI (eds) (Des)territorialidades y (no)lugares: procesos de
configuración y transformación social del espacio. Medellín: INER, 2006, p.155-
172.

OSLENDER, Ulrich. Spaces of terror and fear on Colombia’s Pacific coast: the
armed conflict and forced displacement among black communities. En
GREGORY, D. & A. PRED (eds) Violent geographies: fear, terror, and political
violence. New York: Routledge, 2007, p.111-132.

RESTREPO, Eduardo. La construcción de la etnicidad: comunidades negras en


Colombia. En SOTOMAYOR, M.L. (ed) Modernidad, identidad y desarrollo.
Bogotá: ICAN, 1998, p.341-359.

RIVAS, Nelly. Ley 70 y medio ambiente: el caso del Consejo Comunitario Acapa,
Pacífico nariñense. En PARDO, M. (ed), Acción colectiva, Estado y etnicidad en
el Pacífico colombiano. Bogotá: ICANH, 2001, p.149-169.

TALBOTT, Strobe; CHANDA, Nayan (eds). The age of terror: America and the
world after September 11. New York: Basic Books, 2001.

TAUSSIG, Michael. My cocaine museum. London: The University of Chicago


Press, 2004.

TUAN, Yi-Fu. Landscapes of fear. Oxford: Blackwell, 1978.

Referencia bibliográfica

OSLENDER, Ulrich. “Geografías del terror”: un marco de análisis para el estudio del
terror. Diez años de cambios en el mundo, en la Geografía y en las Ciencias Sociales, 1999-
2008. Actas del X Coloquio Internacional de Geocrítica, Universidad de Barcelona, 26-30
de mayo de 2008. <http://www.ub.es/geocrit/-xcol/9.htm>

También podría gustarte