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PRIMERA PARTE

Hipótesis sobre las estructuras HISTORIA

de la personalidad El término estructura tiene significaciones muy dife­


rentes según nos refiramos a la teoría de la Gestalt, a las
teorías jacksonianas o al estructuralismo. También se em ­
plea a veces en el sentido de «estructura de conjunto* y,
en este caso, se aproxima al em pleo del sustantivo inglés
pa ttem .
Sin embargo, en el lenguaje corriente, la estructura
continúa siendo una noción que implica una disposición
compleja, aunque estable y precisa, de las partes que ta
componen; es decir, la manera misma en que se compone
un todo, en que sus parles se avienen entre sí.
En mi introducción m e he extendido lo suficiente acerca
del sentido que se otorga en psicopatología al término
«estructura», como para que sea necesario justificar una
vez más los límites de esta utilización al nivel de la estruc-
tnuctura de base de la personalidad.
Consideraré que «constitución» y «estructura» de la per­
sonalidad representan, en líneas generales, un concepto
idéntico: el modo de organización permanente más pro­
fundo del individuo, a partir del cual se producen tanto
las ordenaciones funcionales llamadas «normales» como los
avatares de la morbilidad.
Salvo los casos en los que aparece empleado en el sen­
tido de «temperamento» o «carácter», el término «tipo»
se refiere habitualmente a la estructura de base, y no
parece necesario tratarlo desde una óptica particular.

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Didier ANZIEU (1965), sitúa en el primer cuarto del el fondo, sino la consecuencia lógica de los pasos prece­
siglo XX el desarrollo de la idea de «estructura», y cree dentes : cualquiera sean los factores desencadenantes o
que esta noción implica una consideración de los síntomas curativos que ésta o aquella escuela anteponen específica­
según el método asociacionista. Ahora bien, para el Dr. mente, la trayectoria profunda de cada uno conduce poco
Anrieu, los síntomas sólo tienen sentido vinculados unos a poco a la idea de la no-especificidad de la naturaleza
con otros o en su relación con el carácter; lo que consti­ mórbida de ésta o aquella estructura, de la labilidad tanto
tuye su especificidad no es su simple presencia,1 sino la como de la posibilidad de curación que ofrece toda estruc­
manera en que se disponen unos con respecto a los otros. tura en sí. Por su parte, la antisiquiatría va apenas más
Debemos tener en cuenta, además, tanto los síntomas «ne­ allá de las tendencias sociales o comunitarias precedentes
gativos» que corresponden a las deficiencias registradas en en el plano de un liberalismo que sigue siendo, delibera-
los pacientes, com o los síntomas «positivos» que corres­ m ente o no, racional: nos propone sim plem ente el «salto»
ponden a las reacciones específicas del paciente ante la fuera de la lógica, pero no produce ningún cambio radical
alteración de su personalidad. y, sobre todo, no aporta nada nuevo en lo referente al
No obstante, desde las descripciones poéticas o filo­ problema del continuum estructural del que no quiere ni
sóficas que se remontan a la antigüedad, la vertiente oír hablar: hasta tal punto parece mantenerse aferrada al
patológica de las estructuras ha sido siempre la que se ha registro de la angustia.
desarrollado con más facilidad. Sin embargo, encontramos Si bien se ha visto que es necesario clasificar los datos
en HOMERO, LA BIBLIA, DEMOCRITO, ASCLEPIO o profundos, preciso es reconocer que en este terreno, sin
PLATON referencias a tipos estructurales no mórbidos. los medios metapsicológicos que poseemos actualmente
Los autores de la Edad Media primero, luego SHAKES­ gracias al aporte de FFEUD y los post-freudianos, no bas­
PEARE, el clasicism o literario y numerosos autores más taban las meras descripciones; igualmente, no nos sor­
modernos se destacaron en el análisis, no sólo del carácter prende comprobar que en el terreno estructural nos en­
sino también de la estructura de algunos de sus personajes, contramos con muchas menos hipótesis a revisar que en
e incluso mostraron cóm o podía efectuarse, en el seno de el capítulo consagrado a las caracterologías.
una misma organización mental, el pasaje de la esfera psi­ Podemos considerar con Henri EY (1955) que la «va­
cológica todavía adaptada a la esfera patológica ya des­ riación mental patológica» se puede encarar según cuatro
compensada. modelos teóricos: como alienación radical, com o producto
A partir del siglo XVIII, son los psiquiatras los que más de los centros cerebrales, como variación de la adaptación
desarrollan su punto de vista sobre el terreno estructural. al medio, o incluso com o efecto de un proceso regresivo
PINEL (1801), ESQUIROL (1838), REGIS (1880) en Francia, en la organización psíquica. Sea cual fuese la respuesta
TUKE (1892), MAUDSLAY (1867), JACKSON (1931) en que se elija, conviene aprender la condición mental, excep­
Gran Bretaña, RUSH (1812) y A. MEYER (1910) en los Es­ ción hecha del episodio mórbido, dentro de una estructura
tados Unidos, GRIESINGER (1865), MEYNERT (1890), profunda original y formal que conserva indudablemente
WERNICKE (1900), KRAEPELIN (1913) en lengua alemana, su significación existencial y antropológica.
fueron los primeros en referirse a la continuidad entre lo En lo que se refiere al punto de vista estructura] en el
normal y lo patológico en la estructura profunda de la niño, Colette CHILAND (1971), ha sintetizado la opinión de
personalidad. Su actitud general profundamente «huma­ numerosos paido-psiquiatras contemporáneos al mostrar
nitaria» se apoya en esa convicción, aun cuando ésta no se la particular complejidad de la noción de estructura en
halle siempre claramente expresada. Los períodos llamados una edad en que el conjunto no parece estar aún en fun­
«social» y luego «comunitario» de la psiquiatría no son, en cionamiento y en que las fases de equilibrio y descom ­
pensación pueden sucederse sin que su significación pro­
1. Existen, por ejem plo, obsesivos iin «obsesión» alguna « te rio rm e n te funda resulte siempre evidente.
visible.

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La estructura, para Colette CHILAND (1967), sigue sien­ año 1946, el posible papel de toda organioidad en un
do un concepto inspirado en ia opinión de LEVI-STRAUSS sistem a de clasificaciones com o éste.
(1961), que se interesa por los modelos teniendo en cuenta Las clasificaciones «fisiológicas» han sido sostenidas por
no sólo los términos en sí mismos, sino también las rela­ MEYNERT <1884), TUKE (1892), WERNICKE (1900), A.
ciones entre los términos. Para C. CHILAND se trata de MEYER (1910), CONNOLY (1945), D. HENDERSON y
investigar la explicación estructural, no exclusivamente R. D. GILLESPIE (1950). Estas clasificaciones tratan de
al nivel del sistem a de relación, sino también al nivel de establecer las relaciones entre el funcionamiento mental
las reglas de trasformación que permiten pasar de un observado y las localizaciones neurológicas diversas que
sistema a otro, y considerando tanto los sistem as reales corresponderían a los centros reguladores del funciona­
como los sistem as meramente posibles. miento mental sobre este o aquel registro particular.
C. CHILAND se refiere a la opinión de A. FREUD (1965) Las clasificaciones «psicológicas» responden a una preo­
para incorporar la estructura al nivel del segundo tópico cupación por investigar, en el dominio del funcionamiento
en relación con las pulsiones, el Yo y el Super-yo, y para mental del «hombre normal», ciertas categorías en las que
fundar un eventual diagnóstico estructural sobre el estudio a continuación se intentará encuadrar los problemas psi-
de la relación de objeto y los mecanismos de defensa. copatológicos. Algunos autores com o LINNE (1763), AR-
Antes del aporte freudiano habían sido propuestas cla­ NOLD (1782), CRICHTON (1798), PRICHARD (1835), BUC-
sificaciones «sintomatológicas» a través de KAHLBAUM KNILL y HAKE-TUKE (1870), ZIEHEN (1892) y HEIN-
(1863), MOREL (1851). HECKER (1871 y 1874) y, sin duda, ROTH (1890), han trabajado en este sentido.
Emile KRAEPELIN, cuyas hipótesis han sido retomadas El punto de vista freudiano, por el contrarío, se interesa
en la clasificaoión centrada sobre la noción de psicosis y por algunos índices fundamentales que permiten diferen­
propuesta por la Asociación norteamericana de Psiquiatría. ciar o aproximar las estructuras taies como el sentido
Estas clasificaciones que tienden a vincular el síntoma con latente del síntoma (símbolo y com prom iso en el interior
el «problema fundamental» subyacente, se limitan al tipo del conflicto psíquico), el grado alcanzado por el desarrollo
de descripciones clínicas que han seducido a los psiquiatras übidinal, y también el grado de desarrollo del Yo y el
de todos los tiempos. E. BLEULER aportó en 1911 al­ Super-yo, y finalmente la naturaleza, la diversidad, la flexi­
gunas modificaciones, en el sentido de un afinamiento bilidad y la eficacia de los mecanismos de defensa.
de la semiología, pero siempre dentro de una gran depen­ Los post-freudianos continúan las investigaciones sobre
dencia de los síntomas. esas bases: K. ABRAHAM (1924), F. ALEXANDER (1928),
En la misma época aparecen ensayos de clasificaciones E. GLOVER (1932 y 1958), K. MENNINGER (1938 y 1963),
«orgánicas» con JACOBI (1830), MOREL (1860), SKAE J. FROSCH (1957) D. W. WINNICOTT (1959), W. SCOTT
(1897), CLOUSTON (1904), TUKE (1892), Esos puntos de (1962).
vista fueron retomados, hace algunos años, en la clasifi­ M. BOUVET distingue en 1950 los modos de estructu­
cación propuesta por la Asociación Real Médico-psicológica ración genital y pregenital. L. RANGELL (1960 y 1965) se
de Gran Bretaña. De acuerdo con ellos, habría una relación sitúa en una perspectiva de conjunto de las diferentes
íntima obligatoria entre el problema psíquico y una lesión fundones del Yo, A, GREEN (1962 y 1963), ha tratado de
que se supone orgánica. En el mismo sentido, nos encon­ apoyarse en las nociones de pérdida y restitución del
tramos con el punto de vista órgano-dinamista de Pierre objeto, fantasmatización, identificación y difusión, castra­
JANET (1927), que se apoya en gran medida en la noción ción, fraccionamiento, sublimación e inhibición, para dar
de evolución, con los trabajos de H. JACKSON (1931), de cuenta no sólo de las grandes entidades nosológicas clási­
MONAKOW ¡y MOURGUE (1928), y finalmente con las cas sino también de la diversidad de las pequeñas entidades
concepciones de H. EY (1958), inspiradas en JACKSON. «intermediarias», que muchos autores olvidan o maltratan
J. ROUART ha intentado precisar, en BONNEVAL, en el con excesiva frecuencia. J. H. THIEL (1966), por su parte,

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se rebela contra la exclusividad neurótica que durante
tanto tiempo ha puesto de manifiesto la investigación
psicoanalítica, y estim a que es necesario distinguir entre
una teoría de los problemas mentales por una parte, una
cierta filosofía de la naturaleza, las causas y las funciones
de la enfermedad, y por otra un sistem a de clasificación
de los desórdenes en sí.
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Estructuras y normalidad

1. LA NOCIÓN DE «NORMALIDAD»

Cierto es que el empleo de la noción de «normalidad»


presenta riesgos indiscutibles en manos de quienes detentan
la autoridad médica o política, social o cultural, económica
y filosófica, moral, jurídica o estética, y, por qué no, tam­
bién intelectual. La historia antigua y contemporánea, tanto
de las comunidades como de las ideologías, grandes o
pequeñas, nos ofrece crueles ejemplos de ello, además de
perm itim os comprobar que cada una de ellas retiene
solamente representaciones muy selectivas, en función de
sus opciones personales.
Si la «normalidad» se refiere a un porcentaje mayori-
tario de comportamientos o puntos de vista, desdichados
quienes pertenecen a la minoría. Sí, por otra parte, la
«normalidad» se transforma en función de un ideal colec­
tivo, ya conocemos de sobra los riesgos a que se ven
expuestas incluso la mayorías, dado que quienes se adju­
dican la vocación de defender por la fuerza dicho ideal
las reducen al silencio; se proponen así limitar a ese ideal el
desarrollo afectivo de los demás después de haberse visto
bloqueados ellos mismos por él, y de haber elaborado,
secundariamente, sutiles justificaciones defensivas.
De hecho, la «normalidad» se enfoca en la mayoría de
los casos en relación con los demás, con el ideal o la regla.
Para intentar seguir siendo o llegar a ser «normal», el niño
se identifica con los «mayores», y el ansioso les imita. En
ambos casos la pregunta manifiesta se enuncia de la si­
guiente manera: «¿Cómo hacen los otros?» y se sobreen­
tiende: «¿Cómo hacen los mayores?»

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Ahora bien, e! verdadero problema que plantea el even­ todos los recuerdos opresivos y dolorosos que despierta.
tual reconocimiento de una «normalidad» tal vez no se Y nuestra posición de investigadores se complica aún
sitúe en este nivel, entre estos dos falsos aspectos obje­ mas cuando comprobamos que muchos de los que no se
tivos: los demás o el ideal. encuentran oficialmente comprometidos con una u otra
El poderío atómico ha arrastrado al mundo a las tra­ de las dos posiciones defensivas precedentes vacilan a
gedias que todos conocemos y, sin embargo, ni siquiera menudo y alternativamente entre un rapto sádico que los
los más pacifistas pueden negar la existencia del átomo. inclina a favor de las normas «autoritarias», o un guiño de­
Por ende, ¿por qué habríamos de negar la necesidad de magógico hacia las susceptibilidades «contestatarias». Este
una noción de «normalidad»? movimiento pendular de anulaciones sucesivas presenta el
Si, en lugar de formular (o temer) continuamente jui­ riesgo no sólo de volver mudos a esos profesionales, sino,
cios de valor con relación a los dem ás en cuanto a una sobre todo, de hacerles perder todo coraje científico o toda
eventual «normalidad», que demasiado a menudo y lamen­ capacidad de investigación.
tablemente se concibe en este sentido, antepusiéramos la Sin embargo, la noción de «normalidad* se halla tan
comprobación de buen funcionam iento interior que dicha ligada a la vida como el nacimiento o la muerte, al utilizar
noción puede comportar, teniendo en cuenta los datos par. el potencial del primero tratando de retrasar las restric­
ticu'lares de cada individuo {aun cuando se vea muy limita­ ciones de la segunda, en la medida en que toda normalidad
do en sus posibilidades 'personales, de manera ocasional no puede sino coordinar las necesidades pulsionales con
o duradera), me parece que podríamos encarar las cosas de las defensas y las adaptaciones, los datos internos here­
otro modo que com o simples defensas proyectivas, o como ditarios y adquiridos con las realidades externas, las posi­
proselitismo invasor e inquietante. bilidades caracteriales y estructurales con las necesidades
Sin embargo, no es fácil encontrar interlocutores que relaciónales.
acepten discutir un aspecto subjetivo, eminentemente ma­ Y en la actualidad parece ser que el peligro principal
tizado y variable, de «normalidad» en función de las rea­ no reside tanto en el conocido riesgo de que la noción
lidades profundas de cada uno. teórica de normalidad sea usurpada en beneficio de los
Por una parte, la tentación sádica nos lleva inmediata­ poderosos o los soñadores, sino en la negación por los
mente a las estadísticas o los ideales. Por otra, la tentación pesimistas, que sirven sutilmente al instinto de muerte,
m asoquista y «pauperista» desencadena una alergia inme­ del conjunto de los elem entos reguladores internos que
diata y cargada de horror ante todos los compuestos d 2 permiten a los humanos (siempre limitadas) disponerse
la palabra «norm a»1. interiormente para procurar no la ilusión de la omnipo­
En el primer caso, nos hallamos prisioneros, por una tencia o la felicidad, sino al menos zonas de eficiencia y
parte, de un imperialismo que se apodera de la noción para bienestar suficientemente sólidas y constantes, en medio
intentar salvaguardar los privilegios que esta última ha de sus necesarias imperfecciones y sus no menos obliga­
avalado durante tanto tiempo, y en el otro caso nos torios conflictos interiores.
enfrentamos con un rechazo del térm ino, en razón de Llegaríamos así a una síntesis bastante aproximada a
la del hombre de la calle que cree, muy sabiamente sin
duda, que cualquier ser humano se halla en un «estado
1. En latín el térm ino norm a corresponde, en su sentido especifico al
in stru m enta de arq uitectura que en francés se llam a íquerre (escuaaraj, y normal», sean cuales fuesen sus problemas personales
sólo volvemos a encontrarlo más tardíam ente en Cicerón, Horacio o r n ,
en un empleo secundario y figurado, con el sentido de regla, m o a e lo o profundos, cuando consigue manejarlos y adaptarse a sí
ejem plo. El prim er significado determ ina solam ente el ángulo funcionalm enie mismo y a los demás, sin paralizarse interiormente dentro
mas ventajoso para articular dos planos en una construcción» y no una
posición ideal fija de la casa con respecto al suelo. La construcción pueue de una prisión narcisista, ni hacerse rechazar por los de­
encontrarse «a plomo*, (es decir, en equilibrio interno), aun sobre un
suelo en pendiente pronunciada, gracias a la escuadra, que justam ente h ab ra más (prisdón-hospital-asilo), a pesar de las inevitables diver­
rectificado los peligros que la inclinación prim itiva del terren o hacía co* gencias a que se expone en su relación con ellos.
rre r a la solidez del conjunto del edificio

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Mi intento actual de definir la noción de la «norma­ cótaco, com o los que existen dentro de una linea estructural
lidad» está lejos de satisfacerme por entero, aunque más neurótica entre «neurosis» y cierta forma de «normalidad»
no fuera por su extensión; pero hasta el presente m e ha adaptada a la estructuración de tipo neurótico.
parecido difícil reducir el núm ero de sus parámetros. Sin duda, un ejem plo podría ilustrar de manera mucho
Intento de definición: más precisa m is palabras:
La persona verdaderam ente «sajía» no es sim plem ente
la que se declara com o tal, ni mucho menos un enfermo Obs. n." 1
que se ignora, sino un su jeto que conserva en sí tantas
fijaciones conflictuales como la mayoría de la gente, que no René tiene 38 años. No tiene conocimiento de ningún
haya encontrado en su camino dificultades internas o ex­ antecedente médico notable. Alto, delgado, no parece" ni
ternas que superen su equipo afectivo hereditario o adqui­ muy fuerte físicamente, ni muy cuidadoso de su persona,
rido, sus facultades personales de defensa o de adaptación, ni m uy atento a lo que pasa a su alrededor. René ha sido
y que se perm ita un juego bastante flexible de sus nece­ el hijo único de un padre bastante mayor y taoitumo, no­
tario en un pueblecito, y de una madre mucho más joven,
sidades putsionales, de sus procesos prim ario y secundario
autoritaria y bastante agresiva.
tanto en los planos personales com o sociales, evaluando
Ha crecido fundamentalmente entre esta madre, su tía
la necesidad con exactitud y reservándose el derecho de
(hermana de la madre) y la abuela materna, en cuya casa
com portarse de manera aparentem ente «aberrante» en cir­
se alojó durante los años de sus estudios secundarios y sus
cunstancias excepcionalmente «anorm ales». comienzos en la Universidad.
Por lo tanto, será necesario insistir en que las nociones
Esos estudios fueron excelentes, al estar René dotado
de «normalidad» y «estructura» son independientes. En de un miuy elevado cociente intelectual, pero se eternizaron
efecto, la observación cotidiana ha demostrado amplia­ debido a que René no acababa de decidirse por una orien­
mente que una personalidad considerada «normal» puede tación definida ni por una carrera precisa. Se graduó muy
entrar en cualquier momento de su vida en el ámbito de pronto en la orientación literaria de la Escuela Normal
la patología mental, incluida la psicosis, y que, a la inversa, superior, pero no por eso dejaba de buscar certificados
un enferm o menta!, incluso psicótico, que recibe un tra­ de capacidad en todos sentidos, principalmente certificados
tam iento correcto y precoz, conserva intactas sus opor­ «científicos» que obtenía fácilmente, y se permitió incluso
tunidades de retornar a una situación de «normalidad». un giro mom entáneo hacia el campo del Derecho, Al ganar
De manera que actualmente, ya no nos atrevemos a opo­ un concurso de la Agregación de Letras, aceptó finalmente
ner de manera demasiado simplista las gentes «normales» un puesto en un gran liceo parisino, pero al cabo de
a los «enfermos mentales» cuando consideramos la estruc­ algunos años, y mientras continuaba todavía enseñando en
tura profunda. Ya no nos dejamos embaucar por las mani­ clases preparatorias, fue designado para un puesto impor­
festaciones exteriores, por estridentes que sean, corres­ tante en la administración central.
pondientes al estado (momentáneo o prolongado) en que Simultáneamente, proseguía ciertas investigaciones ma­
se encuentra una estructura verdadera, y no un cambio real temáticas y escribía poemas. Ponía de m anifiesto a la vez
de esta estructura en sí misma. un gran eclecticism o y muy escasos elementos pasionales;
Si nos limitamos, en un primer momento al menos, a se permitía pocas distracciones, pero no se aburría.
lo que en mis hipótesis personales llamo «estructuras esta- La mayoría de sus colegas, casados y padres de familia,
b les» (es decir, psicóticas o neuróticas), parece ev id e n te considerados «normales» por el hecho de que pasaban sus
que dentro de una línea estructural psicótica, existen tan­ veladas en cócteles o espectáculos de moda, los domingos
tos términos de transición entre «psicosis» y cierta forma en las carreteras suburbanas, los martes de carnaval en
de «normalidad» adaptada a la estructuración de tipo psi- Val-d-Isére, las Pascuas en casa de sus suegros y los meses

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de agosto en España, lo consideraban a él oomo un «ori­ René y su esposa son invitados frecuentemente a casa
ginal», simpático pero algo inquietante. En efecto, frente de colegas o parejas que han conocido en viajes o activi­
a él todo el mundo se sentía más o menos cuestionado, y dades culturales diversas, no porque ellos experimenten
pronto cada uno acababa por proyectar sobre René la la necesidad de brillar o entretenerse en sociedad sino
inquietante extrañeza que éste hacía nacer en el otro, den­ porque, especialm ente René, se muestra interesado —gra­
tro del frágil sistema de ideal colectivo adoptado por los cias a su mayor cultura y su espíritu abierto— por las
miembros del grupo considerado «normal» por simples zonas de inversiones narcisistas más diversas que encuen­
razones estadísticas o ideales. tra en sus anfitriones.
René experimentaba deseos sexuales, pero en la mayoría Por su parte, René y su esposa reciben fácilmente y sin
de los casos se las arreglaba para poner entre la mujer y una particular necesidad de ostentación a quienes simple­
él distancias tranquilizantes o dificultades apaciguadoras. mente tienen deseos de ver, sin sentirse, por otra parte,
Sin embargo, y luego de muchas vacilaciones, acabó particularmente violentos si por razones prácticas deben
casándose con una viuda joven, inteligente, activa y simpá­ incorporar a un superior o a uin colega menos simpático,
tica, pero a quien las gentes consideradas «normales» en pero bien situado.
esa época reprochaban que no se sometiera a los gustos ¿René es «normal» o no?
del momento.
René experimentó un difícil com ienzo conyugal: su Sin ninguna duda, se trata de una estructura edípica
madre no se mostraba favorable a ese matrimonio; por con una fijación materna bastante importante que ha fijado
su parte, los suegros «mimaban» excesivamente a la pareja; las inversiones afectivas dentro de ciertos lím ites difícil­
finalmente, René comenzó a sentir durante algunos m eses mente franqueables. Pero una vez planteado esto, podemos
una especie de «bola» que subía y bajaba, y que le oprimía comprobar en principio que no se ha producido ninguna
al nivel de la laringe. La «nuez», le decían, sin duda riendo, descompensación neta, y a continuación, que al parecer no
los amigos que habían leído tratados de divulgación psi- hay motivos para temer ninguna amenaza de descompensa­
coanalítica. Y efectivamente, dadas las difíoiles circuns­ ción, ya que el conjunto de los mecanismos de defensa y
tancias matrimoniales, la broma parecía muy acertada. adaptación parece funcionar con una evidente flexibilidad
Luego la pareja se creó una vida independiente, poco y una indiscutible eficacia, teniendo ciertamente en cuenta
original en relación con lo que los demás llaman «origi­ la realidad exterior, pero también, y en primer lugar, las
nalidad», pero bastante original, sin embargo, si nos refe­ realidades internas del sujeto, tanto de sus talentos co­
rimos a lo que la mayoría suele denominar apresurada­ mo de sus sectores eventualmente amenazados.
m ente «normalidad». Por lo tanto, yo consideraría el caso de René como una
Nacieron tres hijos, educados de una manera «curiosa»: estructura al mismo tiempo neurótica edípica y genital (lo
es decir que a vecinos, padres y amigos les chocaban las que no es, desde luego, una enfermedad en sí misma, sino
libertades de que disfrutaban. Sin embargo, sus padres una categoría fundamental de funcionamiento psíquico) y
no les abandonaban del todo, y los niños no parecían sufrir como un caso bien adaptado en el seno de ese grupo de
en absoluto en medio de las actividades «bohemias» de esta estructuras.
fam ilia que sigue sin tener otra cosa que una antigua vi­
vienda (en un barrio poco cotizado), un automóvil curioso
(de una marca extranjera poco conocida), una casa para 2. PATOLOGÍA Y «NORMALIDAD»
las vacaciones poco confortable en una campiña encanta­
dora pero sin prestigio, una situación financiera siempre En el curso de los últimos decenios, diferentes autores
complicada a pesar de un buen salario y algunos suple­ se han dedicado a estudiar la dialéctica normalidad-pa­
m entos, etc. tología.

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E. MINKOWSKI (1938), pone de relieve el carácter M. KLEIN (1952) nos propone, en toda evolución psi-
subjetivo de la noción de «norma», que sin embargo suele cogenética del niño, una posición persecutoria primitiva
sobreentenderse como un simple acuerdo con las necesida­ seguida de una posición depresiva más o menos edípica.
des y las realidades de la existencia. Se pone el acento en La primera posición, sobre todo, procedería obligatoria­
la relación con los otros, aunque el carácter principal del mente de mecanismos económ icos de tipo psicótico, y toda
estudio se mantiene dentro de una óptica más especial­ patología ulterior no podría sino tener en cuenta las fi­
mente fenomenológica. jaciones arcaicas en esas fases obligatorias para todos.
E. GOLDSTEIN (1951) se orienta de entrada en una Si bien estamos de acuerdo en no considerar «norman»
dirección bastante peligrosa al referirse a las nociones de a una estructura que haya seguido una evolución infantil
«orden» y de «desorden» que preparan toda una sucesión a todas luces privilegiada, también nos resulta difícil con­
de juicios de valor que resulta siempre engorroso for­ cebir, cuando atendemos neuróticos o estados límites, que
mular, o incluso simplemente intentar, en el marco de a. todos los individuos hayan atravesado un período en el
psicopatología; efectivamente, la unidad de medida corre que su Yo se ha constituido inicialmente de acuerdo con
automáticamente e! riesgo de ser considerada más en re­ un modelo psicótico, en el sentido preciso que continua­
lación con las escalas del grupo de los observadores que remos dando a ese término, es decir, en una auténtica
con una escuela establecida en función de los datos inte­ economía de fraccionamiento, verdadera organización es­
riores del sujeto observado. tructural, y no una mera etapa, laguna o imperfección
G. CANGUILHEM (1966) se refiere a diversos trabajos evolutiva.
de los años anteriores: A. COMTE (1842) quien, apoyándose A. FREUD (1968) creyó poder definir la normalidad en
en el principio de BRQUSSAIS presenta la enfermedad el niño a partir de la manera en que se establecen poco a
como exceso o defecto con relación al estado «normal»; poco los aspectos tópicos y dinámicos de la personalidad,
Claude BERNARD (1865), para quien toda enfermedad no y de la forma en que se producen y se resuelven los con­
es otra cosa que la expresión conflictiva de una función flictos pulsionales.
«normal»; LERICHE (1953), para quien no existe umbral C. G. JUNG (1913) ha intentado, por una parte, presen­
previsible entre lo fisiológico y lo patológico, con lo que la tar los aspectos complementarios de los personajes mí­
salud podría definirse sintéticamente como el estado de ticos de Prometeo (el que piensa an tes) y Epimeteo (el
silencio de los órganos; JACKSON, finalmente, para quien que piensa después), es decir el introvertido y el extrover­
la enfermedad se halla constituida por una privación y tido, refiriéndose a las obras de Cari SPITTELER y de
una reorganización ligadas a una disoluoión y una regre­ W. GOETHE. La «normalidad» estaría vinculada a la
sión, ideas que retoma H. EY quien precisa el orden de unión d e esas dos actitudes que C. G. JUNG considera
disolución, de la enfermedad, de las funciones mentales cercana a la concepción brahmánica del símbolo de unión.
a partir de lo que ha sido adquirido más recientemente en Por otra parte, el autor compara las nociones de adapta­
la maduración ontogénica del sujeto. G. CANGUILHEM ción (som eterse a su entorno), inserción (ligada a la no­
define la enfermedad como la reducción del margen de ción única de entorno) y «normalidad», que correspon­
tolerancia en relación con las infidelidades del medio. dería a una inserción sin fricoiones, destinada simple­
«Normalidad» sería también sinónimo de «adaptación», mente a cumplir condiciones objetivam ente fijadas. Lo
y esta idea comporta matices que permitirían a G. CAN­ patológico aparecería a partir del mom ento en que el
GUILHEM incluir algunos estados considerados por otros individuo saliera del marco de sumisión al entorno que
como «patológicos» dentro de los límites de lo «normal», corresponde a la «inserción», reservada a ese único cír­
en la medida en que esos estados pueden expresar una culo. Nos parece que este concepto es similar al que des­
relación de «normatividad» con la vida particular del cribiré en otro momento, con referencia al movimiento
sujeto. de depresión anaclítico del estado límite, dado que en

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este caso e! individuo corre el riesgo de abandonar el C. CHILAND (1966) ha retomado un punto de vista
círculo restrictivo pero tranquilizador de lo familiar íá- paralelo al demostrar que los niños, cuyo poder norma­
lico. tivo es el más desarrollado, no están sin embargo exentos
J. BOUTONIER (1945) lia mostrado el pasaje de ;a de ciertos signos de la línea neurótica o fóbica. Lo que
angustia a la libertad en el individuo que ha llegado a serviría de criterio de normalidad sería, más que un sim­
ser «normal», a pesar de que la maduración afectiva, fun­ ple diagnóstico de estructura, la flexibilidad del pasaje
damento de toda «normalidad» auténtica, es definida por de un buen funcionamiento situado al nivel de lo real, a
el Dr. ANZIEU (1959) como una actitud desprovista de un buen funcionamiento situado al nivel fantasmático.
ansiedad con respecto al inconsciente tanto en el trabajo Este punto de vista se revela productivo en el plano de
como en eí ocio, la aptitud para hacer frente a las inevita­ la reflexión cuando se lo compara con las conclusiones
bles manifestaciones de este inconsciente en todas las a las que han arribado en patología escolar africana LEH-
circunstancias en que la vida pueda colocar al individuo. MANN (1972), LE GUERINEL {1970) o MERTENS DE WIL-
R. DIATKINE (1967) ha propuesto considerar como una MARS (1968) con niños que, al tropezar con la ambigüe­
señal de anormalidad el hecho de que el paciente «no se dad producida por dos modelos culturales muy diferentes
sienta bien» o «no sea feliz», e insiste, por otra parte, so­ propuestos por la realidad, experimentaban justam ente
bre la importancia de los factores dinámicos y económicos dificultades reales para franquear el paso entre una buena
internos en el curso del desarrollo del niño, en lo concer­ integración de lo real y una buena elaboración fantasmá-
niente a las posibilidades de adaptación y de recuperación, tica; sin duda los problemas psicopatofógicos verificados
la tendencia a la limitación o la extensión de la actividad se orientan en el sentido de las hipótesis de C. CHILAND,
mental, y las dificultades con las que se encuentre en la quien precisa (1965):
elaboración de las fantasías edípicas. R. DIATKINE nos «N uestro objetivo no es necesariamente hacer del niño
advierte contra la confusión tan frecuente entre el diag­ un individuo conform e a lo que su medio, su familia, la
nóstico de estructura mental y el diagnóstico de normali­ escuela o la sociedad esperan de él, sino hacerle capaz de
dad psicopatológica. Esta preocupación ya no tiene, apa­ acceder a su autonomía y su felicidad con la m enor can­
rentemente, razón de ser. Efectivamente, un diagnóstico tidad posible de limitaciones.»
de estructura psíquica estable, en el sentido en que la P. BOURDIER (1972), finalmente, ha analizado diferen­
cias lógicamente previsibles entre las «normas» de una
defino a lo largo de todo este estudio, puede plantearse
independientemente de toda referencia a la patología, en mujer y las de un hombre, por ejemplo, o entre las asu­
tanto que el diagnóstico de «normalidad» implica, por el midas por niños de edades diferentes. Un niño de cuatro
años podría comportarse como un «loco» siendo com pleta­
contrario, un examen de la manera como el sujeto se en­
mente «normal», en tanto que en período de latencia los
tiende con su propia estructura psíquica.
m ismos síntom as desencadenarían una viva inquietud en el
Para R. DIATKINE, no es posible hallar en el adulto
psiquiatra. Por otra parte, un niño «normal» de cuatro me­
la llamada estructura «normal». Toda situación nueva
ses no percibiría el deceso de su madre si se le interpu­
con la que se enfrenta un individuo pone en cuestión su
siera un sustituto válido, en tanto que un niño de quince
equilibrio psíquico, y el autor estudia alternativamente
m eses «normal» se hallaría muy perturbado por el hecho
las dificultades que puede expresar este sufrimiento en
de no poder agredir a la madre y volver a verla intacta
el niño, según las edades y los estadios de maduración.
un momento después; en cuanto a un niño «normal» de
Trata de determinar la gama de los pronósticos relació­
nales ulteriores, e incluye del lado de los elem entos per­ seis años se satisfaría con el sufrimiento propio del tra­
bajo de duelo.
turbadores todas las restricciones de actividades u opera­
ciones mentalmente nuevas, en particular los sistem as A. HAYNAL (1971) muestra la dificultad de aplicar al
regularmente repetitivos, más o menos irreversibles. dominio psíquico los habituales criterios de «normalidad»

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que se refieren a la adaptación, la felicidad, la expansión, carácter no patológico, en tanto que ese resultado falta
etc., y la importancia de la relatividad sociológica de la en el carácter patológico; pero el término «patológico» se
noción de «normalidad», tanto en el hombre com o en las limita aquí exclusivamente al sentido de neurótico. En
sociedades animales, en las que deben tenerse más en Algunos tipos de caracteres descubiertos en la labor psi-
cuenta las condiciones ecológicas y la densidad territo­ coanalítica (1915) estudia las excepciones: los que fracasan
rial de la colectividad en cuestión. ante el éxito y los criminales por sentim iento de culpabi­
Por otra parte, haiy comportamientos raros que no son lidad exclusivamente por referencia a la economía edípi­
sin embargo anormales. Como lo señala J. de AJURIAGUE- ca, superyoica, genital ¡y castradora, o sea, a la línea neu­
RRA (1971) a propósito de un texto de KUBIE: «La salud rótica. En el Final del E dipo, S. Freud (1923) llega a de­
es un estado estadísticam ente raro y sin em bargo en clarar que lo que distingue lo normal de lo patológico
absoluto anormal.» reside en la desaparición o no del com plejo de Edipo; di.
Me parece conveniente reconsiderar ahora los concep­ cho de otra manera, rehúsa la categoría de «normalidad»
tos freudianos que conciernen a la noción de «normali­ a toda estructura no neurótica e incluso, al parecer, a
dad», y que, en nuestra opinión, pocas veces se han te­ una estructura neurótica en la que la represión del Edipo
nido en cuenta. hubiese actuado sólo de manera parcial. Exige la desapa­
En este terreno, como en muchos otros que se refieren rición completa del com plejo. En sus Tipos libidinales
a la psicología, tanto «normal» como «patológica», S. (1931), finalmente, trata de «cubrir la distancia que su­
FREUD ha significado un viraje importante en la manera puestamente existe entre lo normal y lo patológico» m e­
de pensar de los psicopatólogos. Antes y después de sus diante la distinción de tres tipos básicos: el erótico, el
informes teóricos y clínicos las concepciones habían cam­ narcisista y el obsesivo, que se combinarían habitualmente
biado radicalmente; lo que seguramente no quiere decir, en sub-tipos: erótico-obsesivo, erótico-narcisista y narei-
como ya veremos, que antes de S. FREUD nadie haya es­ sista-obsesivo; el tipo teórico erótáco-obsesivo-narcisista
crito sobre estos temas, ni tampoco que S. FREUD haya representaría, según FREUD, «la absoluta normalidad, la
tenido la posibilidad y el tiempo de agotar tal estudio. armonía ideal». Pero aparentemente FREUD se deja atra­
De sus Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad par por el engaño de 1a universalidad de las apelaciones
(1905), de su Formulación de dos principios del funciona­ «neuróticas», ya que si bien sus pertinentes descripciones
m iento m ental (1911) y de sus Cinco psicoanálisis (1905­ del obsesivo y del narcisista-obsesivo corresponden acerta­
1918) podemos retener tres postulados: damente a economías de neurosis obsesiva, y el tipo eró­
1. Toda la psicología del adulto tiene sus fuentes en las tico a econom ías neuróticas histéricas, parecería que bajo
dificultades experimentadas a nivel del desarrollo de la la cobertura del tipo erótico-narcisista, más que neurosis
sexualidad infantil. , describe estados límites; bajo la cobertura del tipo nar­
2. Son Jas pulsiones inhibidas, sexuales y agresivas, las cisista, caracteriales logrados; y finalmente prepsicóticos
que crean los síntomas. bajo la cobertura del tipo erótico-obsesivo (en este caso
3. El m odo como se vive la etapa organizadora de la el acento recae sobre las defensas antipsicóticas más que
personalidad (es decir, el Edipo), depende esencialmente sobre las incertidumbres del Yo).
de las condiciones del m edio ambiente. En este último artículo, más tardío dentro del conjunto
de su obra y que avanza más profundamente en la bús­
queda de los elem entos dialécticos entre normalidad y
Por otra parte, las precisiones que S. FREUD aporta patología, S. FREUD trata de ir lo más lejos posible en
en textos menos conocidos no invalidan en absoluto esos el reconocimiento de fenómenos no patológicos que im­
tres postulados: en sus Caracteres psicopáticos en el tea­ pliquen sin embargo inflexiones particulares en el modo
tro (1906) muestra que la inhibición se cumple en el de inversión de la libido en cada tipo descrito. Pero FREUD

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ticas o neuróticas) y por otra las organizaciones interme­
se halla prisionero de su gran descubrimiento: la econo­
diarias (estados lím ites) menos especificadas de manera
m ía genital edípica y neurótica, a la que reduce, por cierto
duradera y que pueden originar disposiciones más esta­
que con algo de insatisfacción, la mayor parte de sus otras
bles (enfermedades caracteriales o perversiones).
descripciones clínicas.
En lo que concierne al primer grupo, podemos consi­
Efectivamente, antes de FREUD los humanos se divi­
derar que existen tantos términos de trancisión entre
dían habitualmente en dos grandes categorías psíquicas:
«normalidad» y psicosis descompensada en ¡a línea es­
los «normales» y los enfermos mentales (entre los que se
tructural fija psicótica como entre «normalidad» y neu­
incluían en bloque los neuróticos .y los psicóticos). El
rosis descompensada en la línea estructural fija neuróti­
gran mérito de FREUD consiste en haber demostrado
ca. Por el contrario, en lo que concierne al segundo grupo
mediante sus trabajos revolucionarios sobre la economía
definido como intermediario, veremos enseguida que es
neurótica que no existía ninguna solución de continuidad
difícil considerar una real «norm alidad», debido a la in­
entre ciertos funcionamientos mentales considerados «nor­
tervención de enormes contra-inversiones energéticas an­
males» y el funcionamiento mental considerado «neuróti­
tidepresivas y permanentes (justamente, en razón de la
co». Todos los grados existen y los mecanismos siguen
precariedad de la adaptación a las realidades internas y
siendo, en el fondo, los mismos; sólo difieren, en mayor
externas) y de la inestabilidad profunda de tales organiza­
o menor medida, la adecuación y la flexibilidad del juego
ciones, que no están realmente estructuradas en el sentido
de esos mecanismos. Infortunadamente, S. FREUD no se definitivo y pleno del término.
aventura mucho más allá del terreno neurótico. Describe
Así pues, reservaríamos la noción de «normalidad» a
como neurosis un indiscutible estado límite com o el de
un estado de adecuación funcional feliz solamente en el
«el hombre de los lobos» (1918), y conocemos su renuncia a
interior de una estructura fija, ya sea neurótica o psicó­
abordar a los psicóticos, sus vacilaciones en la discusión
tica, en tanto que la patología correspondería a una rup­
de los datos nosológicos que concernían al Presidente
tura del equilibrio dentro de la misma línea estructura:.
SCHREBER (1911). Nos parece útil un ejem plo clínico:
Si bien al final de su vida escribió, en Com pendio de
psicoanálisis (1940), que era «im posible "establecer" cien­
Obs. n.° 2
tíficam ente una línea de demarcación entre estados nor­
males y anorm ales», S. FREUD, com o todos aquellos que Georges tiene 42 años. Es director de un Liceo. No sabe­
de manera más o menos inequívoca han permanecido Fi­ m os casi nada de su primera infancia, que dice recordar
jados exclusivamente en las posiciones de su época, pensó muy poco y sobre la que no desea hablar. Quedó huérfa­
durante mucho tiempo que la división no se planteaba
no de madre y luego, muy pronto, de padre. Le adoptó
entre normales por una parte y enfermos (neuróticos o
entonces una familia amiga de sus padres, conducida por
psicóticos reunidos) por otra, sino, entre neuróticos y
una mujer autoritaria, rígida y poco afectiva.
normales (que corresponden a los mismos mecanismos
Muy bien educado en el plano funcional, realizó estu­
conflictuales y defensivos), por una parte, y por otra el
dios altamente satisfactorios. Se reveló como un adoles­
grupo de los «no normales», que abarca todo el resto; ese
cente bastante precoz en el plano intelectual, com o un
«resto» al que se alude de manera imprecisa con la deno­
minación de psicóticos y prepsicóticos diversos, o bien estudiante meticuloso, y luego como un docente muy
más diversificados en psicosis concretas, pero también atento y racional. Sus cualidades de precisión, orden y
en estados límites, caracteriales, perversos, etc. razonamiento teórico, su sentido de la autoridad, el de­
Me propongo ir aún más lejos: parto del punto de recho y el m étodo le valieron un rápido avance adminis­
vista de que es posible distinguir, por una parte, las trativo a pesar de algunas asperezas en las relaciones con
estructuras auténticas, sólidas, fijas y definitivas (psicó- sus alumnos o colegas.

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A los veinticinco años se casó con lina mujer de la Actualmente, Georges evoluciona bien. Ha retomado
misma edad. También docente, igualmente autoritaria y todas sus actividades profesionales, pero sus relaciones
bastante rígida. Tuvieron dos hijos que parecen gozar de sociales han mejorado, y sus aspectos reivindicativos se
buena salud, pero que muy pronto fueron colocados en han corregido.
pupilaje a cierta distancia por su «bien» aparente y ra- Sin embargo, se trata sin ninguna duda de una estruc­
dional. tura psicótica; el tratamiento analítico ha identificado
La pareja evolucionó en grupos de investigación pro­ transferencia fusiona!, angustia de fraccionamiento, e im­
fesional e incluso filosófica bastante audaces (pero sin portantes negaciones de la realidad. Esta estructura, hasta
dejar de ser específicam ente burgueses), y a menudo ocu­ entonces no descompensada y que había permanecido en
pó sus noches, sus domingos y sus momentos libres con los límites de una indiscutible «normalidad», ha «esta­
llado» repentinamente ante una agresión externa dema­
el pretexto de reuniones o de cursillos diversos orientados
siado poderosa en relación con las defensas habituales
hacia técnicas, posiciones o ideas cuidadosamente selec­
del sujeto. Esta circunstancia ha originado la desperso­
cionadas de manera tal que se opusieran siempre al pen­
nalización y el delirio. Georges ha pasado del estado «nor­
samiento común de los colegas del mismo establecimiento.
mal» al estado «patológico» sin que su estructura pro­
Podríamos ver a Georges como un ejemplo de sujeto
funda varíe. Las defensas de modo obsesivo han cedido
«original», es cierto, pero de apariencia normal, bien adap­
momentáneamente ante la intensidad de la agresión prac­
tado a sus realidades internas y externas. Los principales ticada por lo real; y le ha resultado imposible negarlo,
mecanismos de defensa que hemos adelantado hasta aho­ porque las anulaciones obsesivas de las representaciones
ra pueden considerarse de tipo obsesivo. pulsionales ya no resultaban suficientes. De esta manera,
Pero he aquí que, durante una sesión de «dinámica da Georges se ha transformado en un «enfermo», sin cambiar
grupo» organizada por su Academia, George es el sujeto la forma estructural de su Yo. Se ha «curado» después sin
de más edad y de mayor jerarquía del grupo en el que variar el estado profundo del Yo, y por lo tanto su línea
participa. El animador, conocido por su ambivalencia estructura!, gracias a un tratamiento que permitió el res­
respecto de la Universidad, disfruta en cierta medida al tablecimiento de defensas más adecuadas, sin modificar
verlo vacilar en sus argumentos, aunque le cree capaz de sin embargo su modo de organización mental subyacente.
defenderse. El moderador, aún mucho más cáustico con
respecto a la autoridad y deseoso de complacer a los agre­
sivos, se abstiene de intervenir. Así es como George reci­
be sin ninguna precaución particular (ni preparación, des­ 3. LA «NORMALIDAD» PATOLÓGICA
de luego), toda la descarga agresiva del grupo. Inmediata­
mente se siente presa de un malestar interno, y no sabe Hemos visto la posibilidad de considerar por una par­
ya con claridad quién es, dónde está, ni qué hace. Huve te cierta «normalidad» y por otra las manifestaciones pa­
de la sesión, y, muy excitado, recorre la pequeña ciudad tológicas, en función de un modo de estructuración fijo
en que ésta se desarrolla, creyéndose perseguido por cual­ y preciso.
quiera que use uniforme. Pero las cosas parecen complicarse un poco cuando
Cuando se re q u ie r a los servicios de un médico inter­ nos vem os en la necesidad de describir las personalidades
viene un amigo que reside en los alrededores: lleva a llamadas «pseudo-normales», y que no corresponden justa­
Georges a su casa, y lo confía a un psiquiatra conocido mente a una estructura estable ni definitiva, tal como ocu­
que ordena reposo al paciente, lo atiende primero con rría cuando nos referíamos a las estructuras de la línea
medicamentos y sedantes, y luego lo envía a un psicoa­ neurótica o de la línea psicótica. En el interior de estas
nalista. últim as líneas, bien definidas en su evolución, los sujetos

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se defienden de la descompensación por medio de una el marco de lo que hemos definido anteriormente como
adaptación que atañe tanto a su propia economía como adecuado a los parámetros de «normalidad», es decir, de
a ios diferentes factores de originalidad: como veremos adaptación económica interna a la realidad íntima del
más tarde, esa adaptación provee a sus comportamientos sujeto.
relaciónales de elem entos singulares que constituyen sim­ Las verdaderas estructuras no originan personalidades
ples «rasgos de carácter». Por el contrario, las personali­ «pseudo normales» pero, según permanezcan o no libres
dades «pseudo normales» no se hallan así estructuradas de rupturas patológicas, pueden conducir alternativamente
en el sentido neurótico ni en el psicótico, sino que se a los que definimos, con CANGUILHEM, com o estados
constituyen, a veces de manera bastante duradera aunque sucesivos de adaptación, desadaptación, readaptación, etc.
siempre precaria, según diversos mecanismos, no muy Por el contrario, las sim ples organizaciones se com­
originales, que obligan a esos sujetos a «jugar el rol de portan de manera muy diferente: en caso de traumatismo
la gente normal», e incluso a veces «al hipemormal» más afectivo más o menos agudo, esas organizaciones pueden,
que al original, con tal de no descompensarse en la depre­ (en la mayoría de los casos) o bien hundirse en la depre­
sión. Se trata, de alguna manera, de una necesidad protec­ sión, o bien evolucionar hacia una estructuración más
tora de hipomanía permanente. Volveré a referirme a sólida y más definitiva de tipo neurótico o psicótico. Pero
ello a propósito de los estados límites y de las neurosis con excepción de tales accidentes afectivos, su estado co­
de carácter en particular. Pero el sentido común detecta rriente no puede denominarse «normal» sin restricciones,
fácilmente, luego de un cierto tiempo de exitosa super­ ya que parece corresponder a una defensa energética psí­
chería ,y en circunstancias sociológicas diversas, a esos quica mucho más importante y mucho más costosa en el
plano de las contrainversiones necesarias para apaciguar
líderes de escasos recursos constructivos, a los cuales
el narcisismo.
otras tantas personas decepcionadas narcisísticamente r.e
Efectivamente, esta clase de organización no se bene­
aferran durante el tiempo más o menos prolongado de
ficia ni de Ja categoría neurótica de los conflictos en tie
una ilusión. Esos personajes luchan con ardor, en nombre
el Super-yo y las pulsiones, con todos los compromisos
de un ideal o un interés cualquiera más o menos ideali­
estables posibles, ni, com o en la línea psicótica, de una
zado, simplemente contra su inmadurez estructural y sus
operación de laminación del Yo que aporta también una
frustraciones, y contra la depresión, cuyo peligro no con­
relativa estabilidad. En nuestras organizaciones «límites»,
siguen sin embargo aventar definitivamente. Incluso son
comprobamos una lucha incesante para mantener en un
a veces, y de manera pasajera, verdaderos «ger.iecitos»
anaclitismo obsesivo la seguridad narcisista que cubra
para su familia, su barrio o su pueblo, o bien para su me­ los permanentes riesgos depresivos. Tales exigencias nar-
dio de vida o de trabajo, en tanto su hipomanía pueda co­ cisistas obligan al estado límite, a las diversas afecciones
rresponder a las necesidades narcisistas del contexto jO- caracteriales o al perverso a mantener la religión de un
cial. Pero no resisten una prueba duradera de confronta­ Ideal del Yo que induce a ritos de com portamiento muy
ción con los otros o con lo real. por encima de los medios libidinales y objetales realmen­
Tendré ocasión de precisar nuevamente, a propósito te disponibles al nivel de la realidad del Yo. Ello conduce
de la noción de «estructura», que en psicopatología no po­ al sujeto simultáneamente a imitar a los personajes idea­
demos confundir los diversos modos de funcionamiento les prototipos de «normalidad» en el plano selectivo, y
mental remitiéndonos sólo a sus aspectos fenomenológicos también a imitar a los personajes que representan el por­
y superficiales. Corresponde oponer las verdaderas «estruc­ centaje más elevado cuantitativamente de casos semejan­
turas» (neuróticas o psicóticas con o sin jerarquía patoló­ tes entre sí en el grupo cultural al que aspira.
gica) a las simples organizaciones, menos sólidas y que lu­
Nos hallamos pues muy cerca del modo de funciona­
chan en todo momento contra !a depresión mediante di­
miento mental que D. W. WINNICOTT (1969) designa ba­
versas artimañas caracteriales o psicopáticas que superan

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jo los nombres de «Self artificial», o de «falso Self», y
que describe como organizaciones de defensas más efi­
caces contra la depresión. Nos hallamos también muy cerca
de lo que, como consecuencia de la filosofa alemana de
la «Ais Ob» (con E. VAIHINGER), H. DEUTSCH (1934)
ha definido bajo el término de personalidades «as if».
Esas descripciones de un carácter «simili» o «como si»
alcanzaron cierta celebridad porque corrésponden a una
realidad clínica frecuente y poco señalada hasta entonces,
pero también debemos reconocer que parte de su éxito
proviene de la carencia de referencias más precisas a una
organización económ ica profunda, distinta de la economía
estrictam ente neurótica, lo que no inquieta demasiado a
los espíritus analíticos defensivamente aferrados a la or­
todoxia del dogma (atribuido a S. FREUD) de la infalibi­
lidad organizadora del Edipo.
El estudio presentado por H. DEUTSCH es igualmente
interesante en el plano descriptivo: hiperactividad reac-
cional, apego a los objetos externos ¡y a los pensamientos
del grupo, con dependencia afectiva pero sin permitirse
sin embargo una desinversión objetual seria, gran labili­
dad ante los conflictos exteriores, pobreza afectiva y poca
originalidad, dada la movilidad de sus inversiones y su
nivel superficial.
C. DAVID (1972) ha descrito variadas formas clínicas
en el seno de tales actitudes, y ha acentuado la tendencia
a somatizar, los elementos caracteriales, la sobrevaloriza.
ción de la acción, el aspecto patológico no aparente del
narcisismo (Super-yo formalista, Ideal del Yo sádico, ne­
cesidad del éxito a cualquier precio), la necesidad de hi-
peradaptación a la realidad (estimulada por la sociedad),
el aspecto en realidad carencial de la adaptación (con un
único objetivo), la abrasión de las pulsiones, la angustia
subyacente y el aspecto artificial de las aparentes subli­
maciones. En síntesis, C. DAVID piensa que los dos fun­
damentos principales de esos «pseudonormales» están cons.
tituídos por la debilidad narcisista y el fracaso de ia
repartición entre inversiones narcisistas y objetales.
Me parece que la siguiente observación clínica corres­
ponde particularmente a este tipo de descripción:

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