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Mónica Sorín
Capítulo 1
César Vallejo
La pregunta puede parecer obvia, pero la respuesta no lo es. Es más: puede haber muchas
respuestas, diferentes entre sí, que podrían pasar por los múltiples matices que oscilan entre los
extremos: desde «no hay relación entre calidad de vida y creatividad», hasta «quien es creativo tiene
una buena calidad de vida». El asunto nos conduce directamente a un tema que –parafraseando a
Shakespeare– podríamos enunciar así: «¿Ser o tener?, that is the question».
La calidad de vida, ¿se relaciona con lo que uno tiene o con lo que uno es? Los mass media se
dedican a bombardeamos con imágenes para convencemos de que vivir es tener, tener cada vez
más: casa, auto, yate, ropa y todo lo que sea posible soñar. Hasta la marca de jabón que usted usa,
«lo distingue» como persona. La idea del «cosismo» −tan querida por los seres «cosistas» − es
evidentemente alimentada por los que producen y venden las cosas. Pero la realidad, a veces, nos
hace poner en duda tal felicidad: millonarios que se suicidan, se drogan, alcoholizan o no duermen
sin hipnóticos, nos ponen a pensar: ¿Será cierto que el dinero no hace la felicidad? Los que tal
afirman, recuerdan con frecuencia aquel antiguo cuento popular, sobre el rey que buscaba la camisa
del hombre feliz para ponérsela y descubrió que el único ser feliz que encontró … no tenía camisa.
Claro que generalmente este cuento lo repiten los que tienen unas cuantas camisas …
Ambas posiciones me molestan mucho: el «cosismo» (más conocido por consumismo),
porque aliena a la persona mediante la propiedad de las cosas; el «pobrismo» (la apología de la
pobreza), porque me parece profundamente hipócrita y manipulador. En resumen: no creo que el
dinero haga la felicidad, como tampoco creo en la felicidad del hombre sin camisa.
Todo ser humano merece una vida material decorosa. Es más, ello es casi una condición para
que la gente pueda disfrutar de otras necesidades menos «terrestres»: con hambre o sin techo, es
difícil concentrarse en la lectura de un buen libro, o hacer el amor con amor (que no es lo mismo que
efectuar un coito).
Estas reflexiones nos conducen a diferenciar dos conceptos: nivel de vida y calidad de vida.
Nivel de vida es una categoría socio-económica, que se evalúa en función de los bienes
materiales y los servicios con que cuenta la población, así como la equidad en su distribución: incluye
las condiciones sociales y de producción.
Calidad de vida es una categoría psico-sociológica, que se refiere al bienestar subjetivo que
las personas sienten, en relación con la satisfacción de sus necesidades; es la percepción psicológica
que se tiene de la cotidianeidad, el modo en que cada uno «la vive».
Quien tenga un pensamiento economicista, creerá que hay una relación directa y mecánica
entre ambos aspectos; así, un buen nivel de vida se reflejaría automáticamente en una buena calidad
de vida. O bajo nivel de vida, en mala calidad de vida. Si bien existe, sin duda, una relación entre
ambos, ese bienestar subjetivo que supone la calidad de vida depende sólo en parte del nivel de vida
y no hay una determinación unilateral y directa. En una sociedad puede haber indicadores de alto
crecimiento económico, que no necesariamente son vividos por la población con mayor bienestar
subjetivo (ello depende de múltiples factores, que pueden ser de orden ecológico, psicológico,
urbanístico, estético, político, informativo, entre otros). A su vez, en situaciones históricas
coyunturales, la satisfacción subjetiva puede ignorar algunas necesidades materiales no cubiertas.
Mencionaré tres casos, que ilustran −en su expresión en la vida individual de las personas−
las complejas relaciones entre nivel de vida y calidad de vida:
Vemos pues cómo la subjetividad se expresa de maneras muy diversas, y en relaciones muy
complejas con el contexto económico-social. La relación entre nivel de vida y calidad de vida no es
mecánica o directa, porque la subjetividad tampoco es mecánica o directa, ni en su origen ni en su
desarrollo.
*
Rancho: en América latina, vivienda fabricada con materiales rudimentarios por debajo del límite de pobreza.
autoconstruye con independencia de cualquier contexto social, hasta una posición sociologizante,
donde la única realidad es el grupo, la sociedad o el colectivo, y el individuo sería un producto del
medio social. Pero estos enfoques antinómicos absolutizan uno de los polos del complejo sistema
individuo-sociedad. De lo que se trata es de buscar cuál es el nexo que vincula individuo y sociedad,
para entender sus mutuas relaciones. Lo que está en la base de la relación del sujeto con el exterior,
son sus necesidades. Ya en el bebé, las primeras experiencias de contacto con la madre, primera
fuente de satisfacción de sus necesidades, son vivencias fundantes para su psiquismo. Todo el
contacto de la persona con el exterior se va estructurando a partir de sus necesidades: es la
satisfacción o insatisfacción de éstas la que va significando y resignificando la realidad que lo rodea,
dándole una vivencia de pertenencia a esa realidad que lo nutre, o de alienación de esa realidad que
lo frustra y percibe como ajena. El psiquismo del sujeto se va construyendo en ese interjuego entre lo
interno y lo externo, donde sus necesidades son la base motivacional de todas sus experiencias de
aprendizaje y de contacto con el mundo. La forma concreta en que el sujeto satisface sus
necesidades, y el tipo de vínculo que para ello estructura con el exterior, son a su vez condicionados
y condicionantes. Es decir, por un lado el sujeto es el actor, el sujeto activo de ese intercambio con el
exterior y a la vez va siendo configurado por sus condiciones concretas de existencia.
En ese proceso de intercambio, el sujeto podrá llegar a ser cada vez más agente
transformador, o mero producto de sus circunstancias. Dice Erich Fromm que el hambre y la
imposición nunca pueden ser condiciones para una actividad humana productiva, como sí lo son la
libertad, la seguridad económica y una organización de la sociedad donde el trabajo sea no un medio
para vivir, sino la expresión significativa de las potencialidades humanas.
Pero esta formulación queda en un plano general, que es necesario precisar: En la vida
cotidiana, la relación entre individuo y sociedad se concreta en el vínculo del sujeto con diversos
grupos e instituciones. Grupos e instituciones que no son simples mediatizadores de ese vínculo, no
son sólo contexto sino texto: texto que produce múltiples sentidos y significados. Los grupos e
instituciones de los que formo parte me atraviesan (atraviesan mi subjetividad), del mismo modo
que ellos (grupos e instituciones) están atravesados (transversalizados) por lo social, que les imprime
un sello −a veces evidente, otros enmascarado − resultante de las condiciones económicas y políticas,
del proyecto (o no proyecto) social.
Es allí donde se constituye el sujeto; es en esta intrincada trama vincular en la que se mueve
su vida (cada vez más sujeto, o cada vez más objeto, en constante contradicción de condicionante y
condicionado) donde surgirán la salud o la enfermedad, el aprendizaje o la estereotipia. Los grupos
(en particular, el familiar) y las instituciones (en particular, la escuela) son el contexto y el texto de su
construcción.
¿Qué es aprender?
4) Autonomía. Supone:
Como proceso, la capacidad de auto-regulación en la toma de decisiones.
Como resultado (vinculado por supuesto al proceso), la capacidad de tener
comportamientos independientes de las demandas del medio (no conformismo).
Del análisis de esta síntesis resulta evidente el papel fundante que la familia y la escuela
desempeñan en el desarrollo −o no− de la salud mental. Ello es subrayado por algunas corrientes
psicológicas, hasta el punto de considerar éstas que el enfermo mental es el portavoz de la
enfermedad familiar.
Así, Pichon-Rívière afirma:
«El miembro enfermo del grupo familiar, es el portavoz y depositario de ese grupo enfermo.
La enfermedad mental es siempre grupal, y supone patología en los vínculos.»
Estas ideas pueden resultar insólitas para algunas personas. Sin embargo, piense en casos
concretos, y verá que existe una especie de tipología familiar, variada, que puede agruparse en dos
extremos: por un lado, el tipo de grupo familiar «amalgamado». Son familias donde los miembros se
«pegotean», donde hay una especie de viscosidad vincular. Son grupos familiares cerrados, rígidos,
que aceptan con dificultad a nuevos integrantes, los cuales son ubicados siempre en un status
inferior. Son familias donde los conflictos pueden estallar de forma súbita y violenta.
En el otro extremo, estarían los grupos familiares que tienden a la disolución y a la ruptura
progresiva de sus vínculos. Hay poca o ninguna unidad familiar, y los integrantes se desprenden
fácilmente, perdiendo a veces todo tipo de vínculo
v ínculo con el resto.
Una estrategia para generar mayor salud mental en estas familias pasaría −en el primer tipo−
por promover la discriminación entre los miembros, por adquirir una distancia óptima (ni
«invasores», ni «ausentes»), por romper el estereotipo familiar conforme al cual cada integrante es
«propiedad privada» del otro. En el segundo −y opuesto− tipo familiar, de lo que se trata es de
intentar construir mejores y más fluidas redes comunicantes entre los miembros.
Hay, por supuesto, familias que «se mueven»
m ueven» en variadas formas intermedias.
Si analizamos con detenimiento los criterios de salud mental expuestos en la sinopsis,
resultará evidente cómo las familias descritas pueden distorsionar aspectos vitales de la salud de
cada uno de sus miembros.
En síntesis, en este capítulo he intentado mostrar la relación existente entre sociedad, familia
y escuela, como estructurantes de un determinado modo de aprender, de salud o enfermedad.
Cómo se vinculan estos conceptos al de creatividad es parte del objeto de los dos capítulos
siguientes. Aquí sólo subrayo que la creatividad se expresa en todas las esferas de la vida del sujeto.
No es potestad sólo de los artistas ni de los genios: se puede ser creativo o no creativo, y con
diferentes grados, en distintos aspectos, en toda la vida cotidiana (en el trabajo, en la vida familiar,
en la amistad, en el estudio, en el tiempo libre).
BIBLIOGRAFÍA
envuelta
El oído queenescuchaba
un azul velo de niebla.
esto, ¿No es hermosa?
y tras escuchar
atentamente otro rato dijo:
− Pero, ¿dónde se encuentra esa montaña que no
la escucho?
Luego la mano habló, y dijo:
− Es inútil tratar de tocarla y sentirla: no encuentro
ninguna montaña.
Y la nariz dijo:
− No hay ninguna montaña cerca de aquí, no
puedo olerla.
Después el ojo se volteó hacia el otro lado, y los
demás sentidos comenzaron a susurrar de la extraña
alucinación del ojo. Y hablaban entre sí:
− ¡ALGO DEBE ANDAR MAL EN EL OJO!»
La creatividad:
Algunos entienden la creatividad como una capacidad propia de los genios que aportan
nuevas adquisiciones a la humanidad. Para otros, es la capacidad de generar productos novedosos.
También puede entenderse como una expresión interna que no necesariamente tiene resultados
objetales. En los tres casos –y en muchos más− puede hablarse de creatividad, pues cada uno apunta
a un aspecto del problema. La creatividad está presente en hechos que cambian el rumbo de la
humanidad, y puede también estar en los pequeños actos de nuestra vida cotidiana. Ello es así,
porque la creatividad se vincula a una cualidad exclusivamente humana: la generación de nuestros
significados y sentidos que enriquecen la comprensión y el desarrollo . El dique construido por un
castor, la tela tejida por una araña, el nido de un pájaro, son todas obras bellas y valiosas; pero los
siglos pasan, y castores, arañas y pájaros siguen construyendo «su habita» de la misma manera. Es el
ser humano, con su capacidad de reflexión y sus utopías, el que puede modificar permanentemente
el mundo del que forma parte. Sin embargo, no siempre ejerce esa capacidad transformadora
potencial, o sólo lo hace en algunas esferas de la vida, o lo hace en una dirección que conduce a la
destrucción.
La creatividad está pues estrechamente vinculada al cambio que promueve desarrollo. Pero
no siempre asumimos la necesidad del cambio (como si cambiar supusiera pérdida de identidad,
cuando ésta es concebida como fenómeno inmutable. Paradójicamente, para permanecer, hay que
cambiar. ¿Puede haber mayor asesinato de la identidad, que asignarle inmutabilidad?). Por otro lado,
no siempre asumimos los cambios que son necesarios (pues se puede «cambiar» para no cambiar).
Suele asociarse creatividad con genialidad. Así, la cualidad del ser creativo sería atributo de
unos pocos «elegidos». Es cierto que −si quisiéramos hacer la historia de la creación humana −
podríamos sintetizarla en un listado centenares de talentos que revolucionaron la historia del arte,
de la ciencia, de la técnica. Pero es igualmente cierto que cada uno de ellos supo, por sus
características intelectuales y personales, sintetizar lo que pudiéramos llamar «la lógica de su
tiempo» o «el espíritu de su época». Cuando analizamos la vida de un gran creador, resultan
evidentes las influencias que desempeñaron los conocimientos acumulados en su momento, los
maestros y modelos que tuvo, e incluso las ideas o concepciones predominantes a las que se opuso,
y que operaron como desencadenantes por negaciónnegac ión dialéctica.
En este sentido podríamos afirmar que el saber social opera corno necesidad para la
creación, mientras que el individuo en el que se encama ese saber social en un momento
determinado, resulta de la casualidad. Es decir: cuando la sociedad está en condiciones de «parir» un
conocimiento o descubrimiento, lo hará necesaria e inevitablemente: qué individuo (o grupo de
individuos) lo llevarán a efecto depende ya de factores casuales. Esto es particularmente así en las
ciencias naturales o exactas y en la técnica, donde se reflejan objetivamente leyes de la realidad. En
el caso de la creación artística, dada su alta carga subjetiva, lo individual resulta mucho más evidente.
Las ciencias sociales estarían en un punto intermedio, donde la determinación social e individual se
entrecruzan de modo peculiar.
Haciendo un ejercicio de fantasía, para ilustrar las afirmaciones anteriores: La vacuna anti-
rábica se hubiera descubierto con o sin Pasteur, con algún tiempo y lugar de diferencia. La pintura
cubista habría surgido con o sin Pablo Picasso, Juan Gris o Georges Braque: pero sólo Picasso pintó
Guernica, y nadie más habría podido hacerlo por él. La mayéutica y el psicoanálisis −en su
esencialidad− habrían surgido necesariamente, pero las construcciones teóricas -de Sócrates o
Sigmund Freud tienen su particular matiz personal, donde el entrecruzamiento de la historia de la
época y la historia del individuo dan un producto peculiar y único. Creados por otros habrían sido
«iguales, pero diferentes»; o «diferentes, pero iguales», según prefiera el lector subrayar las
diferencias o las semejanzas. La intención de estas comparaciones no pasa por dar mayor o menor
«mérito» a la creación en diferentes campos sino por señalar cómo se entrecruzan los factores
sociales e individuales, en dependencia del grado de subjetividad que el tipo de actividad supone.
También es ajena la intención de restar mérito a los grandes creadores. Todo lo contrario: es una
increíble hazaña −para un individuo− sintetizar el conocimiento o el espíritu de su época y a la vez
provocar un salto cualitativo en la continuidad histórica; la humanidad tiene con ellos una gran
deuda.
Pero la relación entre lo individual y lo social no se observa sólo en las creaciones geniales.
Todo acto creativo, sencillo y cotidiano debe ser analizado también en esa perspectiva. Todo
aprendizaje humano, opera en relación con un «otro». La presencia
presencia de un interlocutor (e
(externo
xterno o
interno) es condición del aprender. Desde la más temprana infancia, el niño se vincula con el mundo
a través de otras personas, fundamentalmente las de su núcleo familiar inmediato. El contacto con
estos adultos, va generando y construyendo un modelo del aprender, una matriz de aprendizaje, que
incluye o excluye la creatividad. El niño comienza a vincularse con el afuera en un clima de confianza
o de censura, de protagonismo o de pasividad. Las formas comunicativas y exploratorias que
adquiere en su infancia serán luego repetidas en la edad adulta, frente a un contexto social más
amplio y complejo. Ese modelo relacional familiar, interiorizado, operará como grupo interno que
mediatiza las relaciones con los grupos externos.
A su vez, ese modelo de aprender que estructura cada familia, emerge del contexto social.
Las familias no son siempre como «quieren», sino en gran medida como «pueden». E incluso el
«querer» ser de tal modo está ya altamente condicionado. En su obra clásica, Frederich Engels
muestra cómo cada formación económica social conforma un tipo de familia que tiende a reproducir
y mantener a aquella.
La familia y la escuela son «poleas trasmisoras» básicas de cualquier tipo de sociedad: a
través de ellas, el poder busca su reproducción. Esa determinación de la sociedad sobre el individuo,
no opera directamente, sino a través –fundamentalmente− de los grupos, las instituciones y los
medios masivos de difusión. Y estas expresiones sociales contienen una concepción del aprendizaje;
cómo es asumido éste y qué papel desempeña en él la creatividad nos informa acerca de cada
sociedad.
Reflexionemos un poco sobre cómo suelen o pueden estructurarse los procesos de
enseñanza y aprendizaje en las instituciones sociales.
Las instituciones satisfacen diferentes necesidades y funciones sociales. Tienden a normar
«lo aceptable» (permitiéndolo) y «lo inaceptable» (excluyéndolo).
En este sentido, la sociedad más que como contexto opera como texto: la realidad social no
constituye una mera influencia, sino que se erige en texto fundante de los grupos y las instituciones.
Esto se hace particularmente visible o evidente en las situaciones sociales límites, pero opera así
siempre. Para que un grupo (dentro de una institución) o una institución (dentro de una sociedad)
puedan «escapar» a esa condicionalidad deben desarrollar expresa y conscientemente un proyecto
de transformación y cambio institucional o social. Ello es así, porque las instituciones constituyen
parte de las redes del poder social. Por tanto, no cambian solas o de forma espontánea, pues están
muy reforzadas socialmente. Esto se observa claramente en los procesos de burocratización de la
enseñanza, a la que Rosa Jaitin −sintetizando a diferentes autores − caracteriza del siguiente modo:
− Arrebata a los participantes del proceso educativo la responsabilidad de sus actos. Esta falta de
autonomía cercena la capacidad creativa de educadores y educandos.
− Despoja a los implicados del ejercicio de la inteligencia y de la reflexión crítica.
− Disminuye las motivaciones intrínsecas, lo que limita el nivel de eficiencia. La falta de recursos
materiales aparece como pretexto encubridor.
− Los individuos se sienten psicológicamente «sitiados» y con altos montos de ansiedad o angustia,
que impiden pensar. La «mentalidad de sitiadores» se va reproduciendo en los diferentes niveles: así,
por ejemplo, el educador es «sitiado» respecto a la institución, y es «sitiador» respecto al alumno .
De igual modo una sociedad «sitiadora» tiende a generar familias «sitiadoras».
LA CREATIVIDAD: ¿SE VINCULA A LO VIEJO O A LO NUEVO?
Se asocia la creatividad a la novedad, y sin duda hay un vínculo estrecho entre lo creativo y lo
nuevo. Pero, ¿cómo operarían un individuo o una sociedad donde todo comenzara cada día?
Sin memoria −individual o social− no hay desarrollo, no hay identidad, no hay aprendizaje. El
pasado pierde parte de su sentido, y el futuro parece alienarse del presente y del pasado.
A nivel social, sin memoria histórica no hay continuidad. Su ausencia se relaciona con una
posición antidialéctica ante lo nuevo y lo viejo, donde estos polos aparecen como opuestos e
irreconciliables. Se producen fenómenos supuestamente contrarios, que a veces −sin embargo−
coexisten en diferentes esferas, en una aparente contradicción:
− Deslumbramiento constante con «lo nuevo» que aparece como lo único válido. Se pasa de moda en
moda, sin asideros que den solidez al proceso social.
− Afianzamiento de lo viejo, aferrándose a lo conocido, que aparece como lo único válido. Lo nuevo
es percibido como amenazador, o inútil. Las verdades están todas dichas.
Saber mantener y consolidar aspectos «viejos» que demuestran cada día su vigencia y
efectividad es expresión de solidez. Saber asimilar los aspectos nuevos que pueden enriquecer
nuestro quehacer es también expresión de solidez. «Lo nuevo», si no se vincula a lo conocido y a lo
existente, carece de raíces: es frágil y superficial.
A nivel individual, una persona es sana cuando se adapta creativamente. Adaptación activa,
transformadora, ¿no supone una actitud abierta al cambio, a lo nuevo, desde el aprovechamiento
lúcido y coherente de su propia historia?
Es interesante ver hasta qué punto el sentido de identidad suele vincularse a una actitud
estereotipada y anclada. «Yo vine aquí para aprender, no a cambiar», afirmó una joven en una sesión
grupal. Como si la identidad no implicara una permanente reestructuración donde se articulan
dialécticamente lo viejo y lo nuevo, el pasado, el presente y el futuro.
Pero la idea de cambio genera ansiedad y miedo. Todo el que se anticipa, al asumir el rol de
agente de cambio, arriesga tener que enfrentar la incomprensión y la soledad. Ante el agente de
cambio, surge siempre la resistencia al mismo, y esto ocurre así tanto a nivel individual como social.
El agente de cambio representa lo nuevo, la superación de las ansiedades y temores que las
transformaciones suponen. La resistencia al cambio representa lo viejo, y el miedo a lo desconocido.
La tendencia al cambio y la resistencia al mismo, generalmente coexisten como polos
contradictorios, donde se producen momentos de avance y de retroceso. Si se impone la resistencia
al cambio, se produce la parálisis y desaparecen las soluciones creativas; la vida comienza a repetirse
en una cruel caricatura de sí misma. Si, por el contrario se impone el cambio, éste sólo es progresivo
si –junto a los elementos nuevos− integra los elementos valiosos de lo ya conocido. En todo acto
creativo, hay una dialéctica entre continuidad y ruptura, entre futuro y pasado, entre lo ya conocido
y lo por conocer.
«Todos ellos tuvieron siempre corno armas privilegiadas, conscientemente las imputaciones
las atribuciones desmesuradas, las calumnias dirigidas, las detracciones bien montadas o mal
resueltas, los elogios fáciles y la rápida indiferencia, las prohibiciones ignorantes y el resentimiento
como «panacea niveladora», la censura como estado de ánimo permanente, el moralismo cosmético,
las estimaciones personales y el «más de lo mismo» como normas de vida y caminos de perfección
simulados; y otros asesinatos sentimentales –parafraseando a Borges− que nada tienen en común
con la crítica».
Para la conciencia cotidiana, el juego suele ser sinónimo de bobería o ñoñez, lo cual supone
vaciar al juego de ingenio y' agudeza. En los diccionarios, aparece como broma, descanso, chanza,
travesura. Estas atribuciones apuntan a un aspecto del juego: cierto, pero muy parcial.
En una de sus conferencias, Antón Makarenko decía: «Un buen juego se parece a un buen
trabajo y viceversa… El juego desprovisto de esfuerzo y de actividad creadora, produce efectos
negativos. Como se ve, en este sentido, se parece mucho al trabajo».
En la vida de grandes creadores, hay múltiples muestras de este vínculo entre juego y
trabajo; por sólo dar dos ejemplos, recordemos a Albert Einstein y Jacobo Moreno. Relataba el
primero que su teoría de la relatividad tuvo su origen en un juego de adolescencia: imaginó cómo
vería el universo si uno se montaba sobre un rayo de luz. Con gran sentido del humor, Moreno
−creador del psicodrama− cuenta:
«Cuando yo tenía cuatro años y medio mis padres vivían en una casa cerca del río Danubio.
Un domingo se habían ido a hacer una visita, dejándome sólo con niños de la vecindad en el sótano
de la casa. El tamaño de este sótano era cerca de tres veces mayor que el de una habitación
ordinaria. Estaba vacío, con la excepción de una gran mesa de roble en el centro. Los niños dijeron:
«Vamos a jugar». Uno me preguntó «¿A qué?»; dije: «Juguemos a Dios y sus ángeles». Los niños
preguntaron: «Pero ¿quién es Dios?» Yo contesté: «Yo soy Dios y ustedes son mis ángeles».
Estuvieron todos de acuerdo. Todos dijeron: «Debernos construir el cielo primero». Arrastramos al
sótano todas las sillas que había en las demás habitaciones de la casa, las pusimos sobre la mesa y
Analizar las especificidades de estos cuatro «tipos» de personas sería interesante pero nos alejaría del tema.
Aquí sólo deseo subrayar que en los tres primeros, bajo ropaje diferente, subyace la indiferencia. Y la
indiferencia es letal para el individuo y para la sociedad, por múltiples razones. Entre otras, porque indiferencia
y creatividad no tienen puntos de contacto.
comenzamos a erigir un cielo tras otro, atando varias sillas juntas a un nivel y colocando más sillas
encima de ellas, hasta llegar al techo. Luego todos los niños me ayudaron a trepar hasta que llegué a
la silla que estaba más arriba y me senté en ella. Los niños empezaron a dar vueltas alrededor de la
mesa utilizando sus brazos como alas y cantando. De repente un niño preguntó: «¿Por qué no
vuelas?» Estiré los brazos tratando de hacerlo. Un segundo después me caí y me encontré en el piso
con el brazo derecho fracturado. Esta fue en cuanto puedo recordar, la primera sesión psicodramátíca
privada que dirigí.»
Estos son dos ejemplos máximos del juego como expresión de la potencia creadora del sujeto
y de su extraordinario valor heurístico. Es difícil que quien no pueda jugar con alternativas, con lo
insólito, con la sorpresa, con el asombro, con lo anticonvencional, realice un trabajo creador.
Por ello, entre las múltiples funciones del juego infantil cabe subrayar aquí el papel que éste
desempeña en el desarrollo de matrices de aprendizaje, de matrices organizativas de lo imaginario,
que emergerán luego en el proceso creador del sujeto adulto.
Para hacer ciencia hay que haber hecho previamente mucho juego, afirmaba Pichon-Rivière,
y agregaba: «Si un niño se inhibe para jugar, le ocurrirá igual en el aprendizaje de la ciencia.»
Viendo jugar a un niño, podemos suponer –con bastante margen de aproximación− cómo
trabajará cuando sea adulto. La escuela desempeña un papel decisivo en la consolidación (o
modificación) de las matrices lúdicas adquiridas en el seno familiar. En mi práctica grupal y
psicodramática, puedo observar con frecuencia el desempeño de personas que han olvidado el
ejercicio lúdico. Su aprendizaje familiar, escolar o social las ha ido conduciendo de una «actitud
lúdica» a una «actitud seria», o «responsable», o «disciplinada», donde juego y trabajo pierden todo
vínculo. Se desarrolla entonces un alto nivel de estereotipia y de externalidad, se observa una
pérdida en la espontaneidad y autenticidad del sujeto.
Las siguientes valoraciones, realizadas por personas que concluyeron una experiencia de
talleres creativos y psicodramáticos, son significativas, y constituyen un grito de alarma («el final del
camino», ¡a los 28 años!) y por otro un claro ejemplo del valor terapéutico del juego creativo.
M.R., (30 años): «Este curso de psicodrarna ha significado para mí poder vivir días que nunca
olvidaré. Esto quiere decir: «Aprendí jugando, jugando como la niña que fui, desde mi adultez. Y así,
soy hoy más adulta que antes al recuperar a mi niño interior. Ha sido útil, ha sido maravilloso, y soy
más feliz.»
L.C., (28 años): «He podido disminuir la angustia que me daba creer que había llegado al final
del camino (la adultez). Ahora sé que podemos crear cada día. Gracias por habernos hecho recuperar
la capacidad de soñar y jugar.»
«En su cuaderno de primer año del nacional de Dolores, en una composición titulada El
Juego, refiere la historia clásica del genio que entrega a alguien el ovillo de su vida: bastaría tirar de
su hilo para que los días más anhelados llegasen prestamente. El feliz poseedor del ovillo apresuro
tanto sus deseos que todas las etapas de su vida, desde la niñez impaciente hasta la serena
ancianidad, las cumplió en sólo cuatro meses y seis días. Y el precoz escritor de once años concluye
con mayéutica solemnidad: «¿Y no es el juego el arte de experimentar en un momento las
transformaciones que el destino necesita muchos años producir? En suma, el juego no es más que el
ovillo del genio».
En el juego creativo se funden los aspectos mis productivos y sanos del juego y del trabajo.
LA CREATIVIDAD: ¿RACIONAL O AFECTIVA?, ¿CONSCIENTE O INSCONCIENTE?
«La protagonista de un libro que leí una vez decía: "Mi mundo acaba de estallar en mil
pedazos. Oí la explosión." Aquella expresión me impactó grandemente, me parecía una imagen
genial de lo que sucede cuando de pronto ese orden, esa forma que le damos al mundo, tratando
muchas veces de adaptarlo a nuestras necesidades y deseos de redimirlo y controlarlo, es vencido
por el caos, la rebelión de la realidad a ese orden ficticio que intentamos imponerle.
Esa frase retumbaba en mi cabeza al inicio de la sesión. Mi grupo, ese mundo en miniatura,
parecía a punto de estallar, todos oíamos la explosión. El detonante era el saber, su luz había
iluminado las fisuras, las heridas abiertas y mal suturadas, haciéndolas visibles. El saber se
presentaba amenazador, destructivo aunque lo que estaba destruyendo era un montón de
ignorancia sobre nosotros mismos. Sólo que la ansiedad ante el ataque de lo nuevo y la ansiedad
ante la pérdida de lo conocido, de nuestros cómodos y seguros esquemas nos paralizaba, nos
impedía encontrar la clave de un cambio, de un crecimiento que supusiera no renunciar a nuestra
identidad individual y nuestra identidad grupal, sino su afirmación en un nivel superior.»
CREATIVIDAD: ¿ESPONTANEIDAD O PROYECTO? ¿INSPIRACIÓN O PERSISTENCIA? ¿POSIBILIDAD O
UTOPÍA?
Jacobo Moreno destaca la espontaneidad, como un pilar fundamental del acto creativo. Sin
capacidad para «jugar» con la sorpresa, con lo asombroso, con lo inesperado, la creatividad se
bloquea. Eduardo Pavlovsky (en cuyas sesiones psicodramáticas le he oído con frecuencia decir a un
participante: «Sorpréndete tú mismo con lo que digas o hagas, asómbrate de ti missmo»), afirma:
«Lo terrible es dejar de sorprenderse. Ahí en ese punto trágico muere el amor y la creación.»
Lo espontáneo puede percibirse como caótico, pero bajo el aparente desorden de lo
espontáneo, subyace una fuerza impulsora coherente.
Espontaneidad y proyecto son pues momentos necesarios, diferentes y por eso
complementarios. Son célebres diversas frases de inventores y creadores, del tipo: «Para crear, hace
falta 10% de inspiración, y 90% de sudor». Pienso que este tipo de frase afirma una parte de la
verdad, pero apunta también a desbaratar un mito: el de la inspiración como propiedad exclusiva de
«los dioses de la creación». Es interesante, porque pareciera que para destacar el carácter «humano»
o «terrestre» de lo creativo fuera necesario subrayar el papel del proyecto, de la persistencia, del
trabajo; como si la inspiración correspondiera en cambio al terreno de lo «divino», o «de los
elegidos». Creo que ello deriva de que –históricamente− la humanidad ha ido cercenando el ejercicio
de la espontaneidad: en el pensamiento, en los afectos, en la comunicación, en la conducta.
Recordemos que a las personas espontáneas se las suele llamar «locas», con indulgente paternalismo
o con escandalizada agresividad, según cual sea el carácter de sus transgresiones.
A la gente le resulta desconcertante −y a veces intolerable− una persona que dice lo que
piensa, que rompe con lo establecido, que transgrede sin culpas (o venciéndolas) lo pautado, aunque
eso establecido y pautado sea a veces irracional o inhumano. (Inhumano en el sentido de que limita
el sano reconocimiento y satisfacción de las necesidades de la persona.) Los estereotipos, los
prejuicios, las normas arbitrarias forman parte tan «natural» de lo que Moreno llamaba las
«conservas culturales», que cuando alguien los ignora o no se somete a ellos, puede aparecer –
psicológicamente− como «subversivo». «Todos nos transformaríamos si nos atreviéramos a ser lo
que somos», dice Marguerite Yourcenar, en su Alexis.
A lexis.
El libre ejercicio de la espontaneidad y de la autenticidad, es imprescindible para el desarrollo
creativo, y para la identidad misma.
A su vez, la consecución del acto creativo, requiere del proyecto y de b persistencia. Ello
resulta más evidente en el área de la creación científico-técnica o artística, pero es igualmente válido
en las esferas más interpersonales e íntimas. Pensemos en el amor o en la fidelidad necesitan sin
dudas de la espontaneidad, pero difícilmente perduran sin la responsable voluntad de su
construcción. Y ¿hay algo más bello y nutriente que la contradicción de un amor que es al mismo
tiempo espontánea y voluntariamente construido?
El tema del proyecto, nos conduce al análisis de la relación entre posibilidad y utopía.
«… en los talleres, donde suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de
magia, y son magia de verdad, mis linda que la otra.»
Fantasía, deseos, utopía y sueños… Realidad, posibilidad, objetividad, factibilidad …
Qué fácil resulta separarlos. Y qué fácil también confundirlos (que no es lo mismo que
integrarlos).
Encontrar el justo equilibrio y una actitud totalizadora entre ambos polos es difícil, pero
imprescindible. Requiere un alto nivel de objetividad (que no supone ausencia de compromiso, sino
mirada desprejuiciada) y una capacidad simultánea para «ver» todas las alternativas de proyecto que
están contenidas como potencia en lo que ya existe. Es la utopía la que amplía las fronteras de lo
posible, creando nuevas perspectivas para los proyectos.
Sin utopías, el «realismo» y el «posibilismo» sólo conducen a un cambio mediocre. Sin
análisis realista, las utopías se quedan en lo declarativo, en discursos que pueden ser bellos, pero
carecen de anclaje. O, en el peor de los casos, conducen al fracaso y la impotencia.
Decía muy al comienzo que lo que distingue el trabajo humano de la actividad animal, es la
capacidad de proyectar y transformar el contexto y a uno mismo. Es decir, el ser humano tiene
capacidad anticipatoria y en ella ejerce su libertad. El hombre no elige entre términos dados, sino
entre posibles (proyectos). Y se aliena cuando no puede proyectar la satisfacción de sus necesidades.
Por eso, la condición humana requiere, para su desarrollo sano y coherente, de la unidad entre las
posibilidades (que son expresión de su libertad), los proyectos (donde se manifiestan sus
conocimientos y capacidad anticipatoria) y el reconocimiento de sus necesidades individuales y
sociales (impulsoras de su actividad).
Ser creativo es pues condición y expresión de libertad; y supone integración de utopías y
realidades, que conducen −en su movimiento concreto− a nuevas utopías y nuevas realidades.
«Ritmo, respiración, potencia… ¿Para quién? ¿Para mí? No, sin duda para el lector. Se escribe
pensando en un lector. Así como el pintor pinta pensando en el que mira el cuadro. Da una pincelada
y luego se aleja dos o tres pasos para estudiar el efecto: es decir, mira el cuadro como tendría que
mirarlo, con la iluminación adecuada, el espectador que lo admire cuando esté colgado en la pared.
Cuando la obra está terminada, se establece un diálogo entre el texto y sus lectores (del que está
excluido el autor). Mientras la obra se está haciendo, el diálogo es doble. Está el diálogo entre ese
texto y todos los textos escritos antes (sólo se hacen libros sobre otros libros y en torno a otros
libros), y está el diálogo entre el autor y su lector modelo».
En investigación realizada con jóvenes artistas plásticos, plantean estos −en su mayoría− que
necesitan crear «en soledad». Y –al mismo tiempo− un alto porcentaje afirma que pinta para
comunicarse con…
También en el trabajo profesional, hay múltiples referencias a «las otras voces». Tal es el
caso de un hermoso artículo de Salvador Minuchin, quien relata cómo en sus sesiones de terapia
familiar «le hablan al oído» las voces de Virginia Satir, de Jay Haley, de Carl Whitaker.
Ese diálogo constante en que el ser humano se mueve, se expresa en esta frase que alguna
vez escuché: «La palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha. Diálogo y
silencio aparecen allí en su unidad». El silencio no es sólo para «no decir» sino para escuchar.
Reflexionando sobre las aptitudes terapéuticas, Marcelo Percia afirma que para coordinar un grupo,
lo más importante es ocuparse de la propia apertura, abriendo la escucha que no es lo mismo que
abrirse paso. Quien se abre paso, quita de en medio −o ignora activamente− todo lo que estorbe a su
esquema previo. El que escucha, en cambio, se deja «incomodar», acepta el reto de lo inesperado. Ya
lo decía Pichon-Rivière: «Cuando no entienda, cállese y escuche». Una persona o un grupo creativos
se mueven necesariamente entre el diálogo y el silencio, entre el decir y el escuchar.
Es como si en la creación se alternaran el silencio que me permite conectarme conmigo
misma y con los demás, y el diálogo con múltiples voces (las que me hablan y las que emito). En
ambos, en el silencio y en el diálogo, están «el uno» y «el otro», como interlocutores necesarios del
proceso creador.
Estas reflexiones comenzaron con un listado de preguntas dicotómicas. La esencia de la
dialéctica reside precisamente en el conocimiento multilateral, que integra la infinita cantidad de
matices de la realidad (a diferencia del pensamiento rectilíneo, la unilateralidad, la absolutización de
un aspecto, la rigidez y la petrificación). Podríamos pues afirmar que el pensamiento dialéctico (¿y no
es válido hablar también de manera
m anera dialéctica de ser y de expresarse?) son requisitos esenciales para
«disparar» la creatividad; porque el proceso creador implica una síntesis de lo divergente, de lo
antagónico, de lo contradictorio.
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