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Puede que más de uno, al leer la genial novela Frankenstein de Mary Shelley, se pregunte por

qué la autora eligió como título alternativo El moderno Prometeo. ¿Qué relación puede
guardar esa monstruosa criatura hecha con trozos de cadáveres con un titán del mundo clásico
que desafió a los dioses y tuvo un amargo final? Pues mucha, la verdad. El mito de Prometeo
es una de las primeras versiones que se conocen de la clásica historia en la que se juega a ser
un dios y se intentan controlar fuerzas superiores a las que el propio entendimiento puede
someter. Y, además, como manda la moraleja para estos casos: sale mal.

El titán que nos dio vida

Según la mitología clásica, Prometeo era un titán hijo de Jápeto y la oceánide Asia. De sus
hermanos, Prometeo era el más astuto y valiente de todos, tan osado que se atrevía a desafiar
a los mismísimos dioses del Olimpo. Tras la Titanomaquia, la guerra que enfrentó a dioses y
titanes, Zeus quiso poblar con seres vivos el mundo sobre el que reinaría y encargó esta tarea a
Prometeo y su hermano Epimeteo. Este segundo se encargó de crear a todos los animales y les
concedió propiedades que les ayudaran a sobrevivir como el pelaje para protegerse del frío, las
garras para cazar, la velocidad o una gran fuerza. Por su parte, Prometeo utilizó barro para
crear a unos seres más delicados y complejos que casi recordaban a la imagen de los dioses:
los hombres. El titán les concedió una gran inteligencia y habilidades extraordinarias como la
de caminar erguidos, construir herramientas o refugios, domesticar animales salvajes y
recolectar alimentos de la naturaleza.

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