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LA SEDUCCIÓN

DE UN ORDEN
Las elites y la construcción de Chile en
las polémicas culturales y políticas del siglo XIX

Ana María Stuven V.

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EDICIONES
UNIVERSIDAD
CATÓLICA
DE CHILE
LA SEDUCCIÓN
DE UN ORDEN
Las elites y la construcción de Chile en
las polémicas culturales y políticas del siglo XIX

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Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión
Casilla 114-D Santiago, Chile
Fax (56-2)-635 4789
Email: gechever@puc.cl

LA SEDUCCIÓN DE UN ORDEN
Las elites y la construcción de Chile en
las polémicas culturales y políticas del siglo XIX.
Ana María Stuven Vattier

©Inscripción N° 116.154
Derechos reservados
Primera edición
Octubre 2000
I.S.B.N. 956-14-0595-4

Portada: Germán del Sol


Producción gráfica: Paulina Lagos I.
Impresor: Andros

C.I.P.-Pontificia Universidad Católica de Chile


Stuven Vattier, Ana María
La seducción de un orden: polémicas del siglo
XIX en Chile / Ana María Stuven Vattier.
Incluye bibliografía.
1. Antropología Cultural y Social-Chile-Siglo 19.
2. Chile-Historia-Siglo 19.
It.
2000 306 cd21 RCAA2
LA SEDUCCION
DE UN ORDEN
Las elites y la construcción de Chile en
las polémicas culturales y políticas del siglo XIX

Ana María Stuven V.

EDICIONES
UNIVERSIDAD
CATÓLICA
DE CHILE
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Kahle/Austin Foundation

https://archive.org/details/laseducciondeunoOOOOstuv

Porque me han permitido
disfrutar del mayor regalo: ser mamá.
A mis hijos Andrea, Matías y Mantoi.
UMARIO

Agradecimientos 13
Introducción 15

Primera Parte: La Clase Dirigente Chilena;


el Consenso Social como Sustrato de
Continuida y Cambio 27
I. Los consensos: República, orden social y catolicidad en las
primeras décadas de la Independencia, 1810-1840 29
1. Tradición y modernidad: la república 29
2. Una sociedad en transición: orden y cambio 38
3. El orden institucional: autoritarismo y libertad 47
4. La religión católica: una fe común para una sociedad unida 54

II. Los actores y su contexto: La opinión pública en escena 61


1. La clase dirigente y su proyecto 61
2. Prensa, opinión pública y la generación de 1842 66
3. Bases intelectuales y políticas de la polémica 70
4. Los contestatarios 75
5. La “Argentina flotante” 79
6. Entre la literatura y la política 84
7. Política y disensión 87
8. La voz de la Iglesia 92
III. La apertura a la polémica: El reino del orden, 1841-1844 95
1. El escenario y su telón de fondo 95
2. El despertar cultural y la discusión intelectual 106
3. La idea de progreso 111
4. La educación para el cambio 119
5. La Iglesia reacciona: “La Revista Católica” de 1843 123

IV. Los desafíos al consenso: El temor al desorden social, 1845-1850 129


1. Un espíritu laico amenaza las conciencias 129
2. Surge la oposición: ¿la república de hecho? 137
3. Conservadores y liberales: la influencia del “48” francés 143
4. Se polariza la discusión: el recurso al orden 149
5. Reforma o revolución 158

Segunda Parte: Las Polémicas: Cultura y Política


se Debaten en la Formación de la Nación 167
V. Ortografía y lenguaje 169
1. El esfuerzo educacional 169
2. Ortografía y emancipación 173
3. La primera polémica literaria 175
4. La “Memoria sobre Ortografía Americana” 185
5. El desenlace 191

VI. Literatura y libertad: El romanticismo 195


1. El movimiento romántico 195
2. Literatura y sociedad 202
3. La polémica literaria y el cambio sociopolítico 207
4. Innovación y tradición; literatura y lengua 214

VII. Realidad e interpretación: Visiones sobre el pasado alteran el


presente y el futuro 221
1. La disciplina histórica en el país 221
2. La filosofía de la historia 223
3. La polémica de 1844 232
4. La polémica de 1848 242
VIII. Los límites de la polémica: “Sociabilidad chilena” por
Francisco Bilbao 251
1. Bilbao y su universo intelectual: Religión y República 251
2. “Sociabilidad Chilena” 259
3. El excéntrico Bilbao 265
4. El juicio: blasfemia e inmoralidad 269
5. El escándalo 273
6. El legado 279

Tercera Parte: Epílogo: Ruptura y Búsqueda de


Nuevas Formasde Consenso 283
IX. Revoluciones, orden y progreso, 1850-1860 285
1. Polarización y revolución 285
2. Orden y progreso 288
3. La secularización: embate fatal al consenso 291
4. Los nuevos actores y la revolución de 1859 296

Bibliografía 301

i
Agradecimientos

Se van agregando, con afecto y humildad, las exi­


gencias y las deudas contraídas durante el proceso de concepción, investiga­
ción, revisión y producción de un trabajo que siempre tiende a aparecer
culminante. De crear, de retribuir, de contribuir. Es la ocasión de enfrentarse
y exponer las ideas, pensamientos y creencias; también el momento en que
afloran las dudas y las gratitudes. Sinceramente creo que debo mucho a
muchas personas, no sólo por su aporte académico, sino por mucho más.
Ellas han ocupado un lugar y ejercido su influencia durante un largo perío­
do. Mario Góngora y Gonzalo Izquierdo guiaron con sabiduría y afecto mis
primeras incursiones en la historia intelectual del Siglo XIX. Frederick P.
Bowser, profesor guíai
de mi tesis doctoral en el Departamento de Historia de
la Universidad de Stanford, respetó mis devaneos intelectuales, pero también
me hizo comprender la importancia de las formas. Los profesores John J.
Johnson y Peter Paret incentivaron mi trabajo y me dieron valiosas sugeren­
cias. A Gabriel Almond debo un agradecimiento especial por su interés y sus
contribuciones a la formulación del proyecto, así como a Charles A. Hale,
quien leyó parte del manuscrito, me hizo interesantes comentarios y críticas,
y continúa contándose entre los que creen valioso indagar en torno a ese
difícilmente asible universo espiritual e intelectual que inspiró la acción de
las personas en el pasado. En la Universidad Católica de Chile, Oscar Godoy,
director del Instituto de Ciencia Política, me entregó su confianza, su rigor, y
el respaldo institucional. Hernán Godoy me alentó con su reconocimiento a
proseguir con los temas que me apasionan. A Cristián Gazmuri y Sol Serrano
debo el conocimiento de numerosas fuentes intelectuales y documentales.
Joaquín Fermandois me animó sin tregua, y me permitió creer en este pro-
14 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

yecto, largamente interrumpido por las situaciones que nos recuerdan que,
gracias a Dios, la vida no está sólo bajo nuestro control. Este libro ve la luz
gracias al apoyo e incentivo de Gabriela Echeverría, en Ediciones Universi­
dad Católica de Chile.

Todos quienes investigamos sabemos el aporte fundamental de nues­


tros ayudantes. Quiero mencionar a Gabriel Lagos, por la lealtad y capacidad
que puso a mi disposición; a Carla Soto generosa, solidaria e inteligente.
Patricia Campos colaboró animosa y eficientemente con la edición final.

En sus distintas etapas de elaboración, este trabajo contó con el apo­


yo material de la Universidad de Stanford, de la Weter Foundation, del Fon­
do Nacional de Ciencia y Tecnología (FONDECYT), y de la Universidad
Católica de Chile.

En los momentos que invitan a agradecer, entre los ausentes, a mi


padre: me enseñó el sentido de la sobriedad, y me legó inapreciables leccio­
nes de vida. La generosidad, el espíritu artístico y sentido crítico de Germán
del Sol están presentes, también, en la portada que él concibió para este
libro. Mis hijos saben que toda posibilidad de creación pasa por ellos. Cuan­
do inicié este camino, Andrés Eguiguren y Mónica Stuven me apoyaron de
manera que ellos saben cuánto agradezco. Espero que todo esto contribuya
a que este trabajo histórico transmita, más que un conjunto de datos y visio­
nes, una experiencia vital.

Santiago de Chile, junio de 2000.


Introducción

El rango de las preguntas que se formula el his­


toriador se ha ampliado considerablemente en las últimas décadas en su afán
incansable por indagar sobre el hombre y sus entornos. Este fin de siglo, con
sus convulsiones, dolores y esperanzas, ha exigido de la disciplina nuevas
miradas para aproximarse a la comprensión del pasado. La tradicional histo­
ria política e institucional, así como la historia de las ideas, fueron reempla­
zadas drásticamente después de la Segunda Guerra Mundial por las “nuevas
historias”, centradas en los problemas sociales y económicos. No obstante,
en un eterno retorno a lo político y cultural, el transcurso del tiempo, materia
de historiadores, demostró que la dinámica de la política y de la cultura
exigía nuevas perspectivas de investigación que explicaran la complejidad
de los hechos. 1

En Chile, el quiebre democrático y los desarrollos políticos posterio­


res han mantenido a la política como eje de reflexión, y han sido motivo de
reencuentro con la historia patria y sus mitos; de retorno al eterno sino
latinoamericano de búsqueda de la identidad. A menudo la pregunta sobre
la identidad se relaciona con una reflexión en torno a los orígenes. La demo­
cracia, convertida en hito para analizar los problemas sociales y políticos, ha
sugerido preguntas que remiten hacia el siglo XIX, momento fundacional de
la república, del Estado chileno, y momento originario del proceso de cons­
trucción nacional. Gracias también a transformaciones intelectuales en la
Europa de las últimas décadas, las herramientas que aporta la historiografía
contemporánea permiten enfrentar el desafío de las nuevas preguntas, aproxi­
mándose desde nuevos enfoques, que reincorporan a la política y la cultura
como claves fundamentales.
16 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Los valores, las ideas, los actores políticos reales constituidos en gru­
pos y redes, las prácticas políticas y culturales han surgido con fuerza como
temas de investigación en la historia política. Los estudios en torno a las
sociabilidades y a la modernidad, como la gran transformación que opera
entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX, han sido en parte conse­
cuencia de las nuevas miradas. El mundo moderno es el resultado del surgi­
miento del individuo como referencia central sobre el hombre y la sociedad;
una mutación ideológica vinculada con la Ilustración europea. El individuo
establece formas de sociabilidad caracterizadas por la asociación libre, y por
configurar espacios cuyo fin es la discusión. En términos políticos, la moder­
nidad es el fin del Antiguo Régimen, y el paso hacia el imperio del concepto
de soberanía popular, con sus imperativos de representación y de definición
de un cuerpo de ciudadanos que la actualicen. Ello implica una nueva forma
de legitimidad contractual que se opone a la legitimidad histórica, y que se
deposita en un ente abstracto que es el pueblo. En el caso particular ameri­
cano, la modernidad corresponde al período de reemplazo de la legitimidad
monárquica por la republicana. La modernidad política impuesta de súbito
sobre una sociedad tradicional.1

Uno de los resultados más palpables de este mundo moderno basado


en relaciones igualitarias, es el surgimiento de una opinión pública constitui­
da en figura retórica central de nuevas formas de relación entre el hombre, la
cultura y la política. Designa una nueva forma de autoridad, un tribunal
supremo al que ningún poder puede oponerse. La noción de opinión públi­
ca como tribunal político ha sido enfatizada por Jürgen Habermas, referencia
ineludible para todo análisis sobre la transición hacia nuevas formas de co­
municación.2 Siguiendo la definición de Habermas, son también opinión
pública las reflexiones críticas de un público competente para formarse sus
propios juicios.3 Habermas relaciona su surgimiento con fenómenos como
la despersonalización de la autoridad estatal que dio origen a la sociedad

1 Los trabajos de Franfois-Xavier Guerra son particularmente iluminadores para conocer los
alcances de la modernidad y su relación con América Latina. Cfr. especialmente su Modernidad
e Independencias. Ensayos sobre las Revoluciones Hispánicas. (México: FCE, 1992)
2 Jürgen Habermas, The Structural Transformaron of the Public Sphere (Mass.: Cambridge
University Press, 1989). Respecto de la opinión pública en Francia, Cfr. Keith Michael Baker,
Inventing the French Revolution (New York: Cambridge University Press, 1990).
3 Jürgen Habermas, The Structural Transformaron of the Public Sphere: An Inquiry into a
Category ofBourgeois Society (MIT Cambridge, Press: 1996), p. 90.
INTRODUCCION 17

*
civil, y el aparecimiento en consecuencia de una esfera pública, concebida
como la esfera de los privados que se reúnen en público, usando como
medio la razón. Esta nueva esfera de lo social configuró un campo de batalla
donde se debatía con el poder público. También estableció una nueva forma
de contacto entre el Estado y la sociedad. Es decir, los temas sociales y
políticos fueron considerados legítimamente tareas cívicas de una sociedad
comprometida en el debate público crítico.

El enfoque habermasiano contiene limitaciones, pero permite al histo­


riador de Chile, hacer confluir fenómenos históricos importantes, como los
procesos de consolidación del Estado y configuración de la nación, con la
constatación de la proliferación de debate público y de discusión cultural y
política, que aflora estrepitosamente a partir de la década de 1840. Entre las
instituciones y prácticas que conforman la esfera pública, la prensa fue el
conducto por excelencia para el debate público.4 Los panfletos y folletos
que circularon, incluso antes de la Independencia, fueron su antecesor. Sin
embargo, en Chile, especialmente a partir de la década del 40 y el fortaleci­
miento de la imagen del intelectual como portavoz de la opinión pública, la
prensa se convirtió en espacio privilegiado de polémica, constituyéndose
cada órgano en un interlocutor en sí mismo, a través de sus editores y la
recién constituida opinión pública que pensaba y debatía sobre el Estado y
la sociedad.

El espacio público es el espacio de la sociedad misma, el cual se


l
actualiza en el intercambio de opiniones. Es un espacio de libertad, abierto,
en que los ciudadanos opinan sobre temas universales. Es un lugar donde se
resuelven los conflictos sobre la base de la argumentación. En el caso chile­
no, el debate crítico se centra en la organización del cuerpo social, en las
características de la Nación, en la organización del Estado y en sus principios
legitimadores.

Este espacio adquirió un brillo especial a partir de 1841 y de la asun­


ción del Presidente Manuel Bulnes a la Presidencia de la República. El inau­

4 Para el surgimiento de la prensa en Chile, cfr... En su artículo “Literatura injuriosa y opinión


pública en Santiago de Chile durante la primera mitad del siglo XIX”, en Estudios Públicos,
76 (primavera, 1999) pp., 246, Pilar González Bernaldo consigna que entre 1812 y 1862 se
publicó un total de 445 periódicos
18 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

guró oficialmente un período que se había iniciado algunos años antes y que
se caracterizaba por una conciencia nacional impregnada de visiones
triunfalistas que habían surgido después de la victoria bélica contra la Confe­
deración Perú-Boliviana. Su ingreso al Palacio Presidencial estuvo marcado
por el signo de la liberación de las normas que regían la discusión política y
por proyectos de gran envergadura, apoyados en una bonanza económica
proveniente fundamentalmente de la minería.

La década que se inició con la administración Bulnes constituye un


momento fundante de la identidad cultural chilena. Atrás quedaban los mo­
mentos más álgidos de la lucha por la instauración de un Estado constitucio­
nal, aparentemente consolidado, luego de la firme imposición del orden por
parte del desaparecido Ministro Diego Portales. El poder constituido se había
afianzado en manos de la clase dirigente criolla, y ésta demostraba una segu­
ridad tal en su rol de depositaría de la autoridad legítima que permitía y
participaba de las discusiones que surgían respecto de nuevos proyectos.

Las preguntas de este libro se impusieron por su presencia ineludible.


Primero se materializaron en una tesis doctoral defendida en la Universidad
de Stanford: Social Consensos in Chilean Political Culture: Disputation and
Dissent, 1841-1851 (1991). Como toda creación, sufrió los avalares de la vida
misma, en un prolongado letargo de acción pero no de reflexión. Las pre­
guntas se hicieron más complejas, pero se mantuvo la actitud de respetuosa
búsqueda y de respeto al convencimiento de que los problemas históricos
deben estar contenidos en las fuentes. Los enfoques epistemológicos e
interpretativos sólo permiten hacer más comprensible lo que las fuentes con­
tienen. La prensa chilena de 1841 alzaba su voz de una manera que a cual­
quier lector atento no podía escapársele. Cómo no ser sensible a la polémi­
ca, especialmente si inmersa en las circunstancias de la década de 1980 en
Chile, el tema del debate político parecía un elemento fundamental para
recomponer las bases de una nación que, por circunstancias muy diversas,
se encontraban fracturadas. La inserción en la coyuntura histórica me exigió
reconocer un problema histórico al visualizar una vinculación, hasta ese
momento imperceptible, entre opinión pública, cultura política y la polémi­
ca. La posibilidad de la polémica durante la década de 1840 hablaba de
alguna profunda mutación que permitía su surgimiento, así como de la exis­
tencia de una determinada cultura política, donde pudo expresarse.
INTRODUCCION 19

Entiendo por polémica el arte o práctica de la argumentación o con­


troversia; un diálogo o disputa que implica el reconocimiento de la legitimi­
dad del contrincante y de su posición. La cultura política incluye los valores,
creencias y símbolos que definen la situación en la cual se desarrolla la
acción política. Ocupa, en otras palabras, el ámbito subjetivo de la política.5

Los principales actores de la polémica eran los miembros de la clase


dirigente, única con acceso a la educación y a la práctica en la tribuna públi­
ca. La revolución de la Independencia había desplazado el poder político
hacia los grupos que detentaban el poder social durante la Colonia, los cua­
les consideraban que el mando les pertenecía. Incluía a la aristocracia de
raigambre colonial, especialmente a los terratenientes, aunque éstos no cons­
tituyesen el actor principal, ni de las revoluciones independentistas, ni de los
primeros gobiernos republicanos. El sector más representativo de la nueva
nación fue un grupo que, compartiendo el origen aristocrático, asumió ca­
racteres burgueses. Sus representantes fueron mercaderes, hombres de tra­
bajo, militares e intelectuales quienes percibieron la necesidad de introducir
reformas políticas y sociales. A diferencia de Europa, por lo tanto, la aristo­
cracia chilena no fue desplazada del poder sino reinstalada en el gobierno
político, y sectores de ella pudieron adaptarse a los requisitos de su nueva
condición, convirtiéndose en hombres de pensamiento y de acción.

El Estado chileno fue una creación del sector dirigente; con el correr
del tiempo asumió su propia dinámica. La cohesión social y la comunidad de
valores configuraron lo que Alberto Edwards ha llamado la “fronda aristocrá­
tica”, casi siempre hostil a la autoridad de los gobiernos y a veces en abierta
rebelión contra ellos.6 La clase dirigente chilena del siglo XIX guió sus accio­
nes por el respeto hacia sus valores, teniendo en consideración una “razón
de Estado”, más pragmática y propiamente política. Desde este punto de
vista fue un grupo homogéneo, en el cual las diferenciaciones convenciona­
les entre liberales y conservadores, tan comunes en América Latina, no res­
ponden más que a actitudes pragmáticas o a problemas de énfasis. Subyace
siempre a todo análisis de las ideas la necesidad de tener en cuenta los

5 Lucien W. Pye y Sidney Verba. Political Culture andPoliticalDevelopment (Princeton: Princeton


University Press, 1965).
6 Alberto Edwards, La Fronda Aristocrática (Santiago: Editorial Universitaria, 1975).
20 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

problemas conceptuales, y la dificultad de trasponer contenidos definidos


para otras realidades. En el caso chileno, más allá de su reivindicación repu­
blicana, el contenido del liberalismo que prevalecía durante el siglo XIX, no
incluía al pueblo en la plenitud de sus derechos.7 La clase dirigente era un
grupo esencialmente conservador, abierto hacia un cambio que se percibía
como inevitable, y al cual había que conducir a fin de no alterar el rumbo
trazado y la estructura de poder consolidada por la misma elite. En ocasio­
nes, especialmente cuando no sentía amenazado el orden social, se identifi­
caba con un liberalismo definido casi exclusivamente en oposición al predo­
minio institucional de la Iglesia. Un buen ejemplo de lo anterior es la figura
de Ramón Errázuriz, primer presidente de la Sociedad del Orden en 1845,
quien en 1849 fue designado candidato presidencial por los liberales. Tam­
bién Domingo Santa María transitó desde la Sociedad del Orden hacia el
partido progresista para retornar al autoritarismo durante su mandato presi­
dencial (1881-1886).

La visión predominante al interior de esta clase dirigente en 1840, era


su comprensión de la cultura política como formas de sociabilidad política
que se visualizaban en transición. Influidos por Rousseau, Voltaire, Saint
Simón, Reynal y, en general, por la Ilustración francesa, cuyas obras llegaban
al país a pesar de las censuras, los miembros del grupo dirigente entendían
el tiempo como una forma de penetración al futuro, y no solamente como
historia acumulada. El presente es el espacio entre ambas tensiones; un pa­
sado que hay que comprender y elaborar para hacerlo historia, y un futuro
incierto y temido.

Se trata de una generación, llamada genéricamente de 1842, que con­


cebía la sociedad en movimiento, en tránsito hacia algo que aún no era. El
espacio en que se transitaba se encontraba vacío; era una suerte de reino de
imprevisibilidad permanente donde subsistían ciertos elementos estables y
consensúales, definidos en torno a valores y creencias. Entendemos que es
difícil el análisis empírico de las características del consenso, ya que muchas
veces las creencias no están claramente formuladas ni ordenadas
sistemáticamente. Aceptamos la indicación de Giovanni Sartori, en el sentido
de que la propiedad definitoria del consenso es un “compartir” algo que de

7 Cfr. Guy Hermet, Aux Frontiéres de la Démocratie (París: PUF, 1983).


INTRODUCCION 21

alguna manera une. Sartori incluye entre los elementos compartidos a los
valores que estructuran el sistema de creencias y las reglas del juego que se
pactan al interior de la sociedad.8 En el caso de la clase dirigente chilena
podemos identificar, por una parte, valores religiosos, éticos e históricos que
se derivan de una visión católica de la vida, y por otra, valores político-
sociales, que incluyen la valoración del orden social e institucional. Todos
los valores confluyen en ejercer un rol fundamental para la permanencia en
el poder. El tercer elemento estable es producto de lo que se concibe como
el espíritu de la época: un republicanismo riesgoso y definido vagamente en
sus alcances. Se le entiende principalmente como una forma de gobierno
opuesta a la monarquía; el tránsito de un Estado, encarnado en una figura, a
un Estado no encarnado, realidad abstracta y difusa. El gtupo que recibe la
nueva legitimidad debe crear nuevas legitimidades, lo que se traduce en una
búsqueda desesperada de la unidad que impida la disolución social.9 De ahí
que, a medida que el republicanismo se asoció crecientemente con deman­
das democratizantes, la clase dirigente chilena intentó limitar sus alcances
alegando las circunstancias particulares de las naciones latinoamericanas,
sometidas a las amenazas de la anarquía social y política. Así, de esta fusión
entre valores salvados del naufragio del pasado y de nociones sobre los
fundamentos del futuro, la clase dirigente chilena intentaba construir la sín­
tesis del presente.

El consenso en torno a la deseabilidad y legitimidad de estos elemen­


tos estables al interior de la clase dirigente es lo que permite que exista la
t
polémica como medio articulador del disenso posible. La visión católica del
mundo, el republicanismo, y la valoración del orden definieron el marco en
el que era culturalmente legítimo polemizar. Permitieron, en definitiva, que
se discutiese sobre diversos temas, la mayoría con vinculación política o
directamente políticos, sin que se descalificase a priori, moral o ideológica­
mente, al contrincante. Lo anterior no implica que las polémicas careciesen
de violencia personal. Basta recordar que Sarmiento, en la cúspide de su
polémica ortográfica, llegó a recomendar el ostracismo nada menos que para
Andrés Bello, máxima autoridad intelectual del país en ese momento. Signi­

8 Giovanni Sartori, The Theory of Democracy Revisited (New Jersey: Chatam, 1987)
9 Mona Ozouf, “L’Idée Républicaine et l’Interprétation du Passé National”, en Annales HSS,
novembre-décembre, 1998, n° 6, p. 1.076.
22 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

fica tan sólo que la discusión era posible y deseada en la medida en que el
planteamiento de la polémica no imponía amenazas inminentes contra los
valores establecidos. Se trata, por lo tanto, de formas de articulación de
disensos necesarios para configurar una nueva nación en la senda del pro­
greso, desarrolladas al interior de un consenso valórico.

Los debates en torno a la religión y su relación con la sociedad civil, y


especialmente con la sociedad política, son los más álgidos que registra la
historia del siglo XIX. Las tendencias secularizadoras del siglo, unidas en algu­
nos casos a la voluntad de profundización de la democracia, fueron motivo de
reflexión y conflicto, tanto en Europa como en los países hispanoamerica­
nos. Aunque la polémica sobre la relación entre religión y filosofía, y entre
Iglesia y Estado se remonta a siglos anteriores, en el siglo XIX sale desde los
parlamentos o instituciones eclesiales a la arena de lo público, con participa­
ción activa y legítima de la recientemente constituida opinión pública.

El análisis en torno a ciertos temas en que la polémica tuvo amplio


desarrollo creativo, tales como la lengua, la literatura y la historia, nos permi­
tirá delimitar un espacio desprovisto de verdades fijas, y comprobar cuáles
fueron los fundamentos sobre los que se quería edificar la identidad nacio­
nal, así como los valores que inspiraron una construcción, que contó con la
participación de todos los sectores que constituían la clase opinante de la
sociedad. Los temas polémicos a los que nos referiremos son explícitos en la
discusión, y consideramos que es importante valorar y explicar su especifici­
dad. Entendemos que la vinculación política de estos temas, que también es
explícita, se relaciona con el poder y con las resistencias que todo poder
provoca. Debido a la omnipresencia del poder, nuestra indagación no se
dirige tanto hacia por qué se produce la polémica, sino hacia cómo ella se
desarrolla, qué importancia asume el tema específico de que se ocupa y la
relevancia que tiene para la cultura política. La discusión se integró explícita­
mente a una noción de cultura política, que implicaba en todos sus aspectos
a la noción de poder y su relación con las expresiones culturales y las formas
políticas deseadas para la nación, por un grupo dirigente, que actuaba y
pensaba apoyado en un sustrato de legitimidad y consenso mínimo.

La dinámica de la polémica nos enfrentará también al problema de los


límites. En cada una de ellas, se hace evidente la relación entre discurso,
educación y poder, la cual otorga tensión a la discusión. Sin embargo, en
INTRODUCCION 23

0
cierto momento, la polémica excede el sustrato de legitimidad que aporta la
base consensual en torno a los valores constituyentes de la identidad nacio­
nal. Ello provoca la reacción inmediata de la clase dirigente hacia la
marginación del desafío planteado. En ese caso hablamos de “polémica
rupturista”, ejemplificada en el caso del artículo “Sociabilidad Chilena”, pu­
blicado por Francisco Bilbao en 1844. A través de la constatación del desafío
y de la existencia de límites a la discusión, se puede demostrar, por reacción,
la vigencia de los valores que hemos identificado como constitutivos de la
cultura política de la clase dirigente, sobre la cual se quería fundar la nueva
nación chilena.

El análisis de los desafíos planteados por esta obra hacia la cultura


nacional, definida como católica o, en lenguaje de Bilbao, hacia la “sociabi­
lidad” católica, en conjunto con la revisión de los términos de la condena­
ción pública que mereció, nos permite establecer los límites que la clase
dirigente fijaba a la polémica. Por ejemplo, no era reprobable discutir sobre
el problema institucional entre la Iglesia y el Estado, pero sí había restriccio­
nes para la discusión en el ámbito religioso, que desde la Independencia
quedó fuera del campo de la opinión.10 En el caso de Bilbao, él se rebeló
contra el fundamento católico de la sociedad, sugirió una nueva jerarquía
encabezada por la idea de soberanía popular, y se refirió al pueblo como
una clase social oprimida y marginada. Sus postulados, particularmente aque­
llos que desafiaban la concepción católica del mundo, implicaban una
trasgresión a las normas sobre impresos, y especialmente un rompimiento
i
con las normas que sustentaban el consenso, justificando que Francisco Bil­
bao fuera expulsado del debate. El orden y el republicanismo fueron
redefinidos al margen de la institucionalidad católica, lo que justificó que su
obra se quemara en plaza pública, y su autor fuera condenado por blasfemo
e inmoral, de acuerdo a una legislación que establecía esta sanción para
todo impreso que atacase “los dogmas de la religión Católica, Apostólica,

10 La Ley del 23 de junio de 1813, declaró libertad de imprenta, con excepción de las publicaciones
sobre escritos religiosos, pues para el gobierno era un “delirio que los hombres particulares
disputen sobre materias y objetos sobrenaturales, de modo tal que los escritos religiosos no
pueden publicarse sin previa censura del ordinario eclesiástico y de un vocal de la junta
protectora”. En 1846, la ley transifirió el control de los escritos religiosos a la autoridad civil,
pero mantuvo la restricción. Pilar González-Bcrnaldo de Quirós, “Literatura Injuriosa y Opinión
Pública en Santiago de Chile durante la Primera Mitad del Siglo XIX” op. cít.
24 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Romana, o que contenga expresiones ofensivas al respeto debido a Dios, a


la Santísima Virgen y a los Santos”.11

A pesar del proceso creciente de secularización que alarmaba a la


Iglesia y a los espíritus más tradicionalistas de la sociedad chilena, una visión
católica del mundo continuó predominando en la cultura política chilena
durante todo el período que nos ocupa (y por mucho tiempo). En nuestra
opinión, la secularización de la cultura antecede con mucho las leyes laicas
de los años 1880, y la separación entre la Iglesia y el Estado recién promulga­
da en 1925.12 Efectivamente, la década de 1840 aporta numerosos indicios
que justifican la reacción defensiva de la Iglesia, y que permiten rastrear este
proceso de cambios de actitud, por medio de los cuales las personas se
sienten inclinadas crecientemente a relaciones causa-efecto perceptibles en
el mundo que les rodea. La polémica sobre filosofía de la historia, donde se
plantea la superación del Providencialismo, es uno de los ejemplos que
hablan de un debilitamiento progresivo de estándares de legitimación basa­
dos en la costumbre y el carisma, y su reemplazo por categorías racionales
de eficiencia.13 La publicación de “Sociabilidad Chilena” y su posterior es­
cándalo son ya indicios más claros de la presencia de fisuras en la catolicidad
de sectores de la clase dirigente, responsable de aportar la visión de mundo
del grupo dominante.

La unidad de este libro no está dada por un hilo cronológico. No


obstante, para su argumentación es fundamental constatar que las principa­
les polémicas, incluyendo los primeros desafíos abiertos a la autoridad de la
Iglesia, se producen especialmente entre 1842 y 1844, época de apogeo de lo
que hemos llamado el auge consensual del gobierno de don Manuel Bulnes.
Sólo la discusión sobre filosofía de la historia, que se inicia en 1844 con la
publicación por parte de José Victorino Lastarria de sus Investigaciones sobre
la Influencia Social de la Conquista y del Sistema Colonial de los Españoles
en Chile, se reactualiza en 1848, con el Bosquejo Histórico de la Constitución

11 Ricardo Donoso, Las Ideas Políticas en Chile (Santiago: Fondo de Cultura Económica, 1946).
12 Para otro enfoque de este tema, ver Gonzalo Vial C., Historia de Chile: 1891-1973 (Santiago:
Editorial Santillana, 1981), vol. I, tomo I.
13 Gabriel A. Almond, Comparative Politics: System, Process and Policy (Boston: Little, Brown
and Co., 1978).
INTRODUCCION 25

del Gobierno de Chile durante el Primer Período de la Revolución de 1810 a


1814. Sin embargo, como ambas polémicas constituyen una unidad, las trata­
remos en conjunto.

La primera parte de este libro analiza el contexto histórico de conti­


nuidad y cambio que surge con la Independencia, explicitando el ámbito en
el cual se expresó el consenso valórico de la clase dirigente y su relación con
la lucha por la mantención de la hegemonía de su poder político y social.
Entendemos por hegemonía el predominio que ejerce un grupo sobre los
miembros de la sociedad. Incluye las normas y valores, no sólo políticos,
que integran su visión del mundo, los cuales se imponen sobre toda la socie­
dad. La hegemonía reposa sobre un acuerdo, lo que explica la importancia
que asume la función educativa para el grupo hegemónico.14 Esta relación
se hace más evidente cuando surgen los primeros desafíos, percibidos o
reales, a esa estructura de poder, ocasionando el cierre paulatino del grupo
dirigente en torno a sí mismo y a los valores que sustentan su permanencia
en el poder. Hacemos un esfuerzo, por tanto, por reflejar la evolución de
este proceso dialéctico entre la posibilidad de polémica y la percepción de
confianza por parte de la elite en cuanto a la perdurabilidad de su hegemo­
nía, desde el punto de vista de los elementos que hemos definido como
consensúales. La noción de peligro invadió la cultura política en un proceso,
que no tiene fecha fija pero sí hitos relevantes en su desarrollo.

Los temas que se debatieron en la década de 1840, principalmente a


l
través de la prensa, fueron múltiples, e incluían todos los ámbitos de la
cultura: la educación, la historia, la lengua, la literatura, la prensa, la religio­
sidad. En la segunda parte del libro analizamos las polémicas más represen­
tativas, seleccionadas en la medida en que, además de su especificidad como
tema, articulan un discurso sobre la sociedad en general. Nos concentramos
en las polémicas sobre lenguaje de 1842 y 1843, sobre literatura de 1842, y
sobre filosofía de la historia de 1844 y 1848. Todas ellas tuvieron un referente
común producto de la preocupación predominante por la organización so­
cio-política. La conclusión se encuentra contenida especialmente en el capí­
tulo 8, donde se explicitan los límites de la polémica con la publicación de
“Sociabilidad Chilena”. Se analiza el contenido del trabajo, las interpretacio-11

11 The International Encyclopedia of Sociology (New York: Continuum, 1984) p. 154


26 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

nes que mereció, las formas de respuesta que suscitó, el significado de las
acusaciones deducidas contra Francisco Bilbao, y la relevancia y proyeccio­
nes del episodio para la cultura política chilena.

La fuente principal de este trabajo es la prensa diaria y periódica. No


podía ser de otro modo, no sólo porque el problema surgió desde la prensa,
sino porque el periodismo era la gran vía de intercambio cultural entre inte­
lectuales. Los diarios y periódicos eran la tribuna donde se expresaban las
inquietudes políticas y sociales, y donde se exponía el proyecto de nación.
Existía conciencia de su poder como vehículo de divulgación de ideas, razón
por la cual todo lo que en ella se decía era importante. La clase dirigente
chilena desplegaba toda su imaginación y poder ante el papel impreso. Así
lo reconocía el primer diario de la nación, El Mercurio, en 1844: “La prensa
periódica es en la América española el instrumento de la reforma. Ella con­
tiene todas las verdades, todos los principios destinados a reemplazar el lote
que la tradición nos ha legado».15 Con ese poder, indudablemente la prensa
es el mejor reflejo de las tensiones, esperanzas y temores de la sociedad de
su época. Reproduce articulaciones sobre la verdad para la nación y el Esta­
do, expresadas en forma explícita. Pensamos que esa verdad se encontraba
en la superficie de las palabras utilizadas. De ahí que hemos intentado dejar
que los actores hablen por sí mismos, dándoles la palabra con reverencia y
sin prejuicios.

” “Las Reformas”, art. 3, El Mercurio de Valparaíso, 29 de Febrero de 1844.


Primera Parte
La Clase Dirigente Chilena; el
Consenso Social como Sustrato
de Continuidad y Cambio
I
Los consensos: República, orden social
y catolicidad en las primeras décadas
de la Independencia, 1810-1840

II
Los actores y su contexto: La opinión
pública en escena

III
La apertura a la polémica: El reino
del orden, 1841-1844

IV
Los desafíos al consenso: El temor al
desorden social, 1845-1850
I
Los consensos: República, orden social
y catolicidad en las primeras décadas de la
Independencia, 1810-1840

1. Tradición y modernidad: la república


La paradoja inicial en la creación del Estado de Chile es una república
que la clase dirigente acepta y desea, pero simultáneamente teme y rechaza.
La acepta como el signo de los tiempos, la desea como alternativa a la
monarquía; le teme por los riesgos que implica para el orden social, y la
rechaza por considerar que las condiciones necesarias de civilización del
pueblo no están dadas aún en el país. Es decir, en el momento en que el
grupo que naturalmente heredó las legitimidades políticas puso en marcha
su proyecto de creación del Estado chileno republicano, esta forma de orga­
nización institucional distaba
t
mucho de ser unánimemente valorada en toda
su complejidad. De ahí que las articulaciones políticas, que derivaron en una
organización institucional, pudieran consolidarse en forma relativamente in­
dolora, pero que sus derivaciones culturales, y sobre todo sociales, fueran
más difícilmente aceptadas, y más fácilmente postergadas en el tiempo. Por
lo tanto, para la clase dirigente chilena en torno a 1810, institucionalizar un
Estado republicano, con separación de poderes, régimen representativo, y
reconocimiento del concepto de soberanía popular como inherente a él, no
implicaba necesariamente la aceptación y menos la puesta en práctica de las
consecuencias de democratización social e inclusión política que esos con­
ceptos traían consigo.
Lo anterior se explica situándose en el universo valórico e intelectual
de un grupo que se formó al interior del aparato burocrático del despotismo
ilustrado borbónico, adaptándose a él sin mayores sobresaltos, y cuyo uni­
verso intelectual y cultural se encontraba también influido por las síntesis
30 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION.. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

elaboradas en España para resolver el conflicto entre su realidad monárquica


y un mundo que parecía volverle la espalda, en pos de la modernidad.1
Como ha sostenido Mario Góngora, la recepción de las ideas de la Ilustra­
ción francesa en España no fue literal, sino que realizó elaboraciones que
recogían tradiciones intelectuales nacionales preexistentes, que le dan a la
Ilustración española su signo particular. Con todo, se trató de una Ilustración
ecléctica, que no se embarcó en una crítica directa de la Cristiandad, pero
que rechazó la unión entre Catolicismo y filosofía, y también se manifestó en
los campos de la historiografía, la crítica y la erudición. En la búsqueda de
ese equilibrio entre tradición y modernidad, entre monarquía y soberanía,
destacaron Gaspar Melchor de Jovellanos, Martínez Marina, fray Benito Jeró­
nimo Feijóo, y el Conde de Campomanes, ampliamente difundidos en Chi­
le.2 En el contexto español también fueron importantes el Conde de Aranda
y Victorián de Villalba, quienes intentaron proponer reformas que evitaran
en América las revoluciones que se temían, sin por ello descartar el gobierno
monárquico. Así, por ejemplo, el Conde de Aranda propuso a Carlos III que
fundara 3 monarquías americanas, situadas en Méjico, Perú y Costa Firme,
asociadas con la monarquía central. La expulsión de los jesuítas también
debe ser vista como expresión de los temores de la Corona hacia algunos
puntos doctrinarios atentatorios contra su estabilidad. Por ejemplo, las críti­
cas a las teorías de origen divino de la monarquía, en beneficio de la tesis de
la generación popular de la soberanía, que sustentaban algunos teólogos
jesuítas.3
En las últimas décadas del Siglo XVIII, el horizonte de referencias se
amplió en Chile. Las ideas que produjeron y acompañaron la creación de las
repúblicas en Estados Unidos y Francia se conocieron en Chile gracias al
número creciente de barcos que tocaban sus costas, entre ellos los norte­
americanos, a los viajes a Europa de chilenos destacados, como Manuel de
Salas, y a la constitución de bibliotecas notables, como la de José Antonio de

1 Ver Bernardino Bravo, El Absolutismo Ilustrado en Hispanoamérica. Chile 1760-1860: de


Carlos III a Portales y Montt (Santiago: Editorial Universitaria, 1994).
2 Mario Góngora, Estudios sobre la Historia Colonial de Hispanoamérica (Santiago: Universitaria,
1998), cap. 5. Ver también Bernardino Bravo, “Jovellanos y la Ilustración Católica y Nacional
en el mundo de habla castellana y portuguesa” en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos,
Vol. 9 (1984).
3 Ver Jaime Eyzaguirre, Ideario y Ruta de la Emancipación Chilena (Santiago: Editorial
Universitaria, 1957), p. 46.
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA. ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 31

Rojas, donde figuraban obras de Rousseau, Montesquieu, la censurada Histo­


ria de América de Robertson, y obras de los enciclopedistas franceses.4 Len­
tamente, mientras en el campo de las ideas en Europa se desmoronaba el
edificio de la escolástica que fundó el orden colonial, y se cuestionaban los
cimientos en que se apoyaba la legitimidad monárquica, los chilenos se
enteraban de las nuevas construcciones racionales, cientificistas,
secularizadoras y eclécticas que les inspiraron a pensar a partir de nuevos
supuestos epistemológicos, donde la razón y el progreso dictaban las leyes
del universo social.
En este contexto intelectual, hacia fines del siglo, un pequeño grupo
comenzó a interiorizarse de las reflexiones que fueron causa y consecuencia
de la Revolución Francesa, sin por ello revisar seriamente su compromiso
monárquico, y, por influencia de la Ilustración española, sin cuestionar tam­
poco la filiación católica del Estado, mucho menos, la individual. No obstan­
te, incluso antes que se conocieran las noticias sobre el cautiverio de Fernan­
do VII, y se tuviera que asumir la acefalía de los reinos americanos, ya
habían circulado en el país, en forma generalmente inofensiva salvo peque­
ñas escaramuzas, algunos documentos que contenían este pensamiento de
nuevo cuño.5 Nada de ello permitía suponer una revuelta contra la monar­
quía, ni mucho menos un deseo generalizado de hacer efectivo un gobierno
republicano. En ese sentido es valioso el testimonio del futuro caudillo libe­
ral, Francisco Antonio Pinto, quien aseguraba que en el período inmediata­
mente anterior a la crisis, “... el más severo inquisidor no habría encontrado
suficiente causa para un autillo de fe...”6 Muy por el contrario, la ausencia del
monarca como figura únificadora de la incipiente nación chilena, produjo en
sus primeros momentos, confusión e inseguridad en quienes debían asumir
la nueva dirigencia, lo que no se contradice con el hecho de que durante la
crisis de la Monarquía y en los primeros años de la Independencia, circula­
ran en España y en varias regiones de América, catecismos políticos. Estos

4 Miguel Luis Amunátegui, La Crónica de 1810 (Santiago: Imprenta de La República, 1876-


1899), tomo II, pp. 47-48.
5 Ver Sergio Villalobos, Tradición y Reforma en 1810 (Santiago: Ediciones de la Universidad
de Chile, 1961). También las proclamas incorporadas al proceso de Rojas, Ovalle y Vera, en
el Tomo XXX de la Colección de Historiadores relativos a la Independencia de Chile, citado
en Ricardo Donoso, ed., El Catecismo Político Cristiano (Santiago: Imprenta Universitaria,
1943), p. 12.
6 Boletín de la Academia Chilena de la Historia. n° 7 (II trimestre, 1941).
32 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

eran textos, redactados con el método catequístico, que contenían reflexio­


nes sobre el gobierno republicano, la mayoría a favor de los procesos
independentistas.7
El proceso de familiarización con el sistema republicano se hizo más
evidente en los años en torno a 1810, cuando progresivamente fue hacién­
dose factible la bendición a los nuevos tiempos, que auguraban un futuro
gobierno representativo, “... el único que conserva la dignidad y majestad
del pueblo”.89Lo anterior sólo se hizo incompatible con el tiempo, con las
alabanzas al “príncipe desgraciado”, Fernando VII, “acreedor a la ternura, a
la sensibilidad, y a la consideración de todos los corazones americanos”, que
contiene El Catecismo Político Cristiano? Esta obra, atribuida principalmente
a Jaime de Zudáñez,10 se cree que circuló en el país poco antes del 18 de
septiembre de 1810. A pesar de dedicar elogiosos conceptos, y prometer
fidelidad al rey cautivo, es un documento doctrinariamente republicano.
Describe al gobierno republicano “democrático”, como el que “más acerca y
el que menos aparta a los hombres de la primitiva igualdad en que los ha
creado el Dios omnipotente”.11
De este y otros “catecismos” que circularon en la época se desprende
que conceptos como soberanía, representación, ciudadanía y felicidad del
pueblo, formaron parte del acervo intelectual y de las discusiones entre las
primeras autoridades nacionales. Aun los discursos legitimistas no dejaban
de reflexionar sobre lo que era una situación política nueva. Así, Manuel de
Salas, en su Representación al Primer Congreso Nacional, el 27 de julio de
1811, expresaba que, como “la desgracia ha interrumpido nuestras relacio­
nes con el soberano, y debemos por ahora considerarnos en el estado primi­
tivo...”, era perfectamente legítimo elaborar una constitución. Su inspiración
era que “... la facultad de gobernar es y debe ser el resultado de la voluntad
de los que depositan en otro una parte de su libertad y fortuna para que con
seguridad les conserve las demás y aquél o aquéllos en que se depone la
suprema autoridad, la reciben del completo o extracto de las voluntades de

7 Sobre los catecismos políticos, ver Rafael Sagredo, “Actores Políticos en los Catecismos
Patriotas”, en Historia, n° 28 (1994).
8 Ricardo Donoso, op. cit.
9 Juan Amor de la Patria, “El Catecismo Político Cristiano”, en Ricardo Donoso, op. cit., p. 7.
10 Hay una polémica histórica respecto al autor. Consultar el texto editado por Ricardo Donoso,
op. cit.
11 Ricardo Donoso, op. cit., p. 97.
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 33

todos”.12 En el mismo tenor de gobierno representativo, se expresó en su


Discurso Inaugural al Primer Congreso Nacional, el 4 de julio de 1811, Juan
Martínez de Rozas: “Debemos emprender este trabajo porque es necesario,
porque nos lo ordena el pueblo, depositario de la soberana autoridad...”,
refiriéndose a la tarea que al grupo dirigente cabía de organizar el país en
ausencia del Rey.13 Y pide a los “representantes de Chile”, que contengan
al pueblo (que) se inclina a la licencia, (ya)... los jefes (que se inclinan) a la
arbitrariedad”.14 Sólo asegurando la obediencia del pueblo y el respeto a la
ley de las autoridades, podrán legítimamente considerar su misión cumpli­
da.15
Entre los textos, es notable la Proclama de Quirino Lemáchez, firma­
da por Camilo Henríquez, que circuló en 1811 para promover la elección de
representantes al Primer Congreso Nacional. Allí se afirmaba que “la natura­
leza nos hizo iguales, y solamente en fuerza de un pacto libre, espontánea y
voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una
autoridad justa, legítima y razonable”.16 También El Catecismo de los Patrio­
tas, de 1813, el cual sostenía que “la soberanía reside en el pueblo... es una
e indivisible, imprescindible e inalienable”.17 Asimismo, la prensa representó
los nuevos aires. Antonio José de Irisarri, desde las páginas de El Semanario
Republicano, fue uno de sus portavoces. En uno de sus artículos, ingenua­
mente sostuvo que el concepto de república, "... nos envía una idea de
justicia, de equidad, y de conveniencia que nos hace amable su significado.
Nos figuramos un Estado regido sobriamente por la voluntad general, en
donde las leyes más justas protegen los derechos del hombre, sin atender a
i
sus riquezas ni a sus relaciones, en donde los intereses públicos no pueden
equivocarse, porque son ventilados por la multitud; finalmente, creemos que
no hay más que decir república para decir felicidad”.18

12 "Documentos Varios” en BACH, p, 303-


13 Juan Manuel de Rozas, “Discurso pronunciado con motivo de la Inauguración del Primer
Congreso Nacional”, en Camilo Henríquez y Juan Martínez de Rozas, Páginas de la
Independencia Nacional (Santiago: Editorial del Pacifico, 1975), p. 40.
Ibid., p. 42.
15 Simón Collier sostiene la posibilidad de que Rozas fuera independentista tan temprano como
en 1804. Ver Simón Collier, Ideas y Políticas de la Independencia Chilena, 1808-1833 (Santiago:
Andrés Bello, 1977), p. 83-
16 Camilo Henríquez, “Proclama de Quirino Lemáchez.”, en Raúl Silva Castro, ed., Antología/
Camilo Henríquez (Santiago: Andrés Bello, C1970).
17 Gonzalo Izquierdo, Historia de Chile (Santiago: Andrés Bello, 1990), tomo I, p. 28.
18 Ibid.
34 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

La expresión de la paradoja entre una república que se quiere, pero


al mismo tiempo se rechaza aparece tempranamente en los discursos sobre
la conformación del Estado y la nación en Chile.19 El mismo artículo de
Irisarri continúa reconociendo muy representativamente, que la república
implica “una soberanía tan extensa”, que debe lograrse en el tiempo, es
decir, que “... es indispensable que la ilustración supla este efecto, y que la
virtud anime los votos de la multitud. La astucia de algunos individuos, sobre
la falta de ilustración de la masa popular, ha sido siempre el escollo en que
perecen las repúblicas. El pueblo, entusiasmado por la libertad, tal vez traba­
ja por destruirla, sin conocer la naturaleza de los medios que un astuto
ambicioso le hace adoptar por convenientes”.20 Aunque aparentemente la
Independencia de España creó el sustrato, donde las ideas republicanas asu­
mían su necesidad y su posibilidad de aplicación, el rechazo definitivo a la
monarquía significaba mucho más que la inauguración de una nueva reali­
dad política. Implicaba necesariamente la actualización y el diálogo con las
nuevas visiones del mundo, que hacían posible imaginarse un viraje radical
en la organización social y la inserción del hombre en ella. Era, en definitiva,
la introducción de las tensiones y luchas del mundo moderno, en una socie­
dad que, a pesar de políticamente independiente, distaba mucho de com­
prender, aunque tal vez podía anticipar, las consecuencias que ello tenía
sobre su edificio social.
En los primeros textos republicanos, como el ya citado Catecismo
Político Cristiano, si bien se reconocía la legitimidad republicana, al mismo
tiempo se especificaba que se trataba del gobierno “de un cuerpo, colegio,
senado o congreso, cuyos individuos sirven a cierto tiempo, elegidos por los
pueblos”.21 Es decir, ese rasgo esencialmente moderno, expresado en pleni­
tud con la socialización del concepto de “pueblo”, que es la aparición de
ideales abstractos y actores individuales, que da origen a otro concepto
moderno, el de “ciudadano”, y donde por agregación se forma la soberanía
pública, aún no era plenamente incorporado en el universo de significados
políticos que manejaba la elite.22 La legitimidad política todavía se remitía a

19 Posteriormente se expresará en la paradoja entre la democracia que se desea y se teme.


20 Gonzalo Izquierdo, op. cit., p. 28.
21 Ricardo Donoso, op. cit., p. 7.
22 Pierre Rosenvallon expone las mismas dificultades en la Francia del Siglo XIX, donde explica
que el pueblo no era visto como “totalidad social”, requisito para identificársele con la
nación, y para que ejerza su potencia soberana. Ello influye, al igual que en Chile, para que
PRIMERA PARTE / CAP 1 / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 35

la constitución histórica del reino, donde la noción de pueblo se identifica


confusamente con el pueblo político moderno, dueño de la soberanía, y es
usada a veces como sinónimo de “los pueblos” o comunidades que negocia­
ban con el poder a través de relaciones jerárquicas de dependencia y que
mantenían vínculos de tipo tradicional. El concepto de derechos individuales
aún no era la base del canon del diálogo social.23
Ambos mundos, el de los referentes ideológicos modernos, y el de
una sociedad que continúa viviendo con vínculos tradicionales, convivieron
desde los inicios de la República para dar forma a la paradoja entre la moder­
nidad ideológica de la elite, y su apego a prácticas tradicionales. Las
conceptualizaciones políticas están encaminadas a llenar el espacio vacío
que se produce ante la desaparición de la figura orgánica de la monarquía y
el monarca, y a intentar reemplazar las estructuras sociales en que ésta se
sustentaba. Así surgen los nuevos actores, un nuevo tipo de hombre que
poco a poco irá poblando el espacio de la política moderna. Se trata en
definitiva, del ciudadano libre, que en El Catecismo Político Cristiano, tiene
“derechos y prerrogativas”.24 En El Catecismo de los Patriotas, estos derechos
aparecen definidos como “la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad,
y la resistencia a la opresión”.25 Gobernar fue, desde el primer momento, un
diálogo entre valores y reglas heterogéneas, con los principios que inspira­
ban e informaban el proyecto político republicano. Esa alternancia entre
tradición y modernidad se expresa, entre otras, en la tensión entre orden y
cambio, y entre catolicismo y libertad, siempre al interior de un mismo sector
í

no se vea a la democracia como una forma superior de organización política, o como técnica
de gobierno mejor que otras. Pierre Rosenvallon, Le Sacré du Citoyen. Histoire du Suffrage
Universelen France (Paris: Gallimard, 1992). Respecto de los derechos individuales, “La idea
que la afirmación de derechos subjetivos del individuo como fundamento del contrato traía
consigo el riesgo de quiebre social ha atemorizado al pensamiento político europeo desde
Burke...”. Agrega el autor que de ese temor surgió la Asamblea Constituyente en Francia.
Fran^ois Furet, Revolutionary France, 1770-1880 (Oxford: Blackwell, 1992), p. 73-
23 Sobre el problema entre modernidad y tradicionalismo en la fundación de los estados de
América Latina, ver Fran^ois Xavier Guerra, Modernidad e Independencias: ensayo sobre las
revoluciones hispánicas (Madrid: Mapfre, cl992). Respecto del concepto de “pueblo soberano”,
ver, del mismo autor, “Le Peuple Souverain: Fondements et Logiques d’une Fiction (le XIXeme
Siécle)” en Quel Avenir pour la Démocratie en Amérique Latine (París: Editions du CNRS,
1989).
24 Ricardo Donoso, op. cit., p. 106.
25 Camilo Henríquez, “El Catecismo de los Patriotas”, en El Monitor Araucano, 27 y 30 de
noviembre, y 2, 7, y 10 de diciembre de 1813, P- 150.
36 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

social. La construcción nacional se vivió como una sonata donde se alterna­


ban los momentos de allegro con los adagios, todo ello ejecutado por un
actor social homogéneo que dialoga constructivamente. Es un flujo y un
reflujo que genera una discusión, a veces contradictoria y oscura, que trans­
formará sustancialmente a Chile, en las primeras décadas de vida indepen­
diente, reorganizando su vida política, social y cultural.
Los intentos constitucionalistas son un momento clave en el proceso
de construcción, no sólo del Estado, sino también de la Nación. Aunque no
ponemos en duda la argumentación que sostiene que el Estado chileno an­
tecedió a la nación, las constituciones construían simultáneamente el Estado
y definían las características con que la clase dirigente iba adelantando su
visión de la Nación.26 Ese diálogo era también fuente de dificultad para el
funcionamiento del nuevo sistema republicano: leyes constitucionales y prác­
tica política no necesariamente coincidían.27 No obstante, inmersos en la
tradición republicana de su tiempo, los forjadores del Estado chileno confia­
ron en que buenas leyes harían buenos hombres. La utopía del progreso y la
confianza en el avance ilimitado hacia estadios superiores de civilización,
convertían a las constituciones en el gran mecanismo de cambio, no sólo
político, sino también social.
No corresponde aquí trazar la evolución constitucional de Chile.28
Baste consignar que el esfuerzo destinado a ello justifica plenamente que las
primeras décadas republicanas sean consideradas un gran período de ensa­
yos de organización del Estado republicano.29 Representan, sin duda, la
ambigüedad del contenido político republicano, como era percibido por la
clase dirigente, y su necesidad de adaptarlo a su visión de la sociedad chile­
na, con todas las contradicciones doctrinarias que eso puede suponer desde

26 Nos referimos concretamente a la argumentación de Mario Góngora en su Ensayo histórico


sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIXy XX (Santiago: Universitaria, 1986).
27 Angel Rama ha observado esta dificultad como una de las preocupaciones mayores de los
intelectuales del siglo XIX en el conjunto latinoamericano. Ver Angel Rama, The City of
Letters (Durham: Duke University Press, N.C.).
28 Para este tema ver: Simón Collier, op.cit.; Julio Heise, Historia Constitucional de Chile (Santiago:
Editorial Jurídica, 1950), del mismo autor, 150 años de Evolución Institucional (Santiago:
Andrés Bello, 1976); Fernando Campos Harriet, Historia Constitucional de Chile (Santiago:
Editorial Jurídica, 1956); Jaime Eyzaguirre, Historia Constitucional de Chile (Santiago: Ediciones
de la Universidad Católica, 1949, segunda edición).
29 Concordamos con la visión de Julio Heise en 150 años de Evolución Institucional, op. cit.
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 37

una mirada contemporánea. Así, por ejemplo, a pesar de que la idea de


representación, consustancial a la república, está contenida en todas las cons­
tituciones, el sufragio no es fuente de poder originaria sino más bien consa­
gra autoridades y actores políticos. Es sobre todo un mecanismo que delimi­
ta, por el censo y las exclusiones, algo así como una clase política, provista
de un poder distinto de la sociedad civil, la cual lo ejerce en nombre de la
nación.30 Recordemos que, para la clase dirigente chilena, no existía la exi­
gencia doctrinaria de una simultaneidad entre derechos civiles y derechos
políticos. Se admitía un divorcio, en las prácticas políticas, entre sociedad
civil y sociedad política.31 Desde esta perspectiva, la sociedad política era
percibida como creación artificial, “...como aquello que no nacía espontá­
neamente del libre desarrollo de potencialidades inscritas en la naturaleza
humana”.32 Por lo tanto, no estaba en la mente del legislador que el sistema
electoral afectase la marcha del sistema político, en la medida en que no se
creaban instancias de deliberación unidas a la elección, ni se proponían
ideas en pugna.33 Años más tarde, cuando impugnó un resultado electoral,
José Victorino Lastarria adhirió a esa posición, al afirmar en la Cámara que
“la Constitución ha dicho que los poderes públicos existen por una delega­
ción de la nación, pero no por esto ha querido sancionar la soberanía en
masas brutas; no ha querido por esto que la virtud, la inteligencia, la volun­
tad nacional se prosternen ante la corrupción y la ignorancia”.34 Lastarria no
hace sino responder a la lucha faccional de su momento, porque de hecho
todo parece demostrar que el deseo republicano sí era de corazón. Sin em-
k

30 Sobre la relación entre democratización social y prácticas electorales en el siglo XIX, ver
J. Samuel Valenzuela, “Hacia la formación de instituciones democráticas: Prácticas electorales
en Chile durante el Siglo XIX”, en Estudios Públicos, n° 66 (otoño 1997).
31 Para trabajar esta separación nos pareció útil el libro de José Murilo de Carvalho,
Desenvolvimiento de la Ciudadanía en Brasil (México: FCE, 1995), quien cita la división que
hace T.H. Marshall del concepto de ciudadanía en tres elementos constitutivos: derechos
civiles, políticos y sociales. Exigir la simultaneidad entre sociedad civil y política será la gran
revolución que propone Francisco Bilbao en su “Sociabilidad Chilena” de 1844. La discusión
se tratará más adelante.
32 Jorge Myers, Orden y Virtud, El discurso Republicano en el Régimen Resista (Buenos Aires:
Universidad Nacional de Quilmes, 1995), p. 73- Myers hace un análisis del republicanismo
argentino en términos muy similares al que podemos realizar para Chile.
33 Ver Ana María Stuven “Chile y Argentina: representación y prácticas para un nuevo mundo”,
en prensa.
34 Sesiones del Congreso Nacional de 1849. Cámara de Diputados, Sesión 11, 20 de junio de
1849, pp. 70-71.
38 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

bargo, demuestra la contradicción latente con los registros de la práctica


política, hasta ahora regulados con fervor conservador. Evidentemente, el
ejercicio pleno de la ciudadanía, como parecía proponer Lastarria, no estaba
aún en la mente de la elite dirigente chilena. La evolución electoral del siglo
XIX no desconoció, sino al contrario reforzó, la legitimidad auto-asignada
por la clase dirigente como arbitradora de la representación política, sin
claudicar nunca en su lucha por mantener los poderes electorales.35

2. Una sociedad en transición: orden y cambio


Las creaciones del Estado y de la Nación, como producto del proyecto
político y cultural de la elite, se expresan, por una parte en la institucionalidad,
y por otra, en el incipiente aunque creciente espacio público donde se deba­
tía sobre las ideas y costumbres que debían inspirar y orientar a la sociedad
chilena. La mayoría de la clase dirigente tenía aún una mirada tradicional
hacia la sociedad, como una asociación, más que una agregación de indivi­
duos. Ambas dimensiones, llamémosles política y social, no debieran sepa­
rarse, si no se quiere permanecer en la paradoja entre principios y prácticas,
o adentrarse por el callejón sin salida que significa elegir, entre uno u otro
para explicar el desarrollo histórico. En este contexto, como señala Fran^ois

35 A diferencia de lo que plantea Pierre Rosenvallon para el caso francés, en su trabajo, “La
République du Suffrage Universel”, en Fran^ois Furet et Mona Ozouf (eds.), Le Siecle de
ÍAvénementRépublicaine (Paris: Gallimard, 1993), en Chile, aún en 1865, no había unanimidad
respecto de la igualdad social. Así se explica que, a pesar de las presiones igualitarias, el
surgimiento de prensa de apelación popular, y el discurso de algunos republicanos
democratizantes, la Ley Electoral de 1861 fue consecuente con la visión anterior de pueblo y
con el reconocimiento de la necesidad de mantener las exclusiones. Efectivamente, aumentó
la posibilidad de intervención electoral del Ejecutivo al entregar el control eleccionario a las
Municipalidades, cuyas autoridades dependían de él, y al sancionar la condición de saber
leer y escribir para todo calificado. Ni siquiera la Ley Electoral de 1874 que eliminó en la
práctica los requisitos censitarios, al suponer que toda persona que sabía leer y escribir
poseía el censo, tuvo como intención la extensión del sufragio a nuevas capas de la población,
aunque a la larga tuvo consecuencias democralizadoras, al permitir la competencia y limitar
la capacidad de intervención del Ejecutivo. Esa ley entregó todo control eleccionario a los
mayores contribuyentes, quienes ya en 1869 habían ingresado al mecanismo electoral como
miembros de las Juntas Revisores de elecciones; en 1874 integraron también las Juntas
Calificadoras y Receptoras, dejando fuera a las municipalidades. Ver J. Samuel Valenzuela,
Democratización via Reforma: la expansión del sufragio en Chile (Buenos Aires: Editorial
del Ides, 1985).
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 39

X. Guerra, el problema de la nación asume caracteres esencialmente políti­


cos.36 No se trata de naciones que se inventan sin ninguna base identitaria.
Desde lo político, se trataba de crear un estatuto político reconocido; desde
lo socio-cultural, se trataba de concebir una colectividad humana que conci­
llara los predicamentos de la política moderna, con la estructura íntima, los
vínculos sociales, la relación con la historia, los valores y creencias del grupo
dirigente.37 Ambos conceptos de nación, la nación-contrato que considera a
sus miembros como sujetos políticos y que se vincula con la idea de pueblo,
y la nación romántica que suma lo material e inmaterial, el pasado, el pre­
sente y el futuro; la cultura, conviven. En un primer momento, ante la urgen­
cia de consolidar el Estado, patria y república coinciden como dos realidades
de primera urgencia.38
La recreación del concepto de autoridad, que ejerce el poder legítima­
mente sobre un territorio libre y crea condiciones de gobernabilidad, era
fundamental para evitar los riesgos de disolución social que tempranamente
la elite percibió como posibles, y que se asocian con la incertidumbre, ya
esbozada, que provocó el paso de una legitimidad de tipo histórico, propia
del régimen colonial y de una elite con valores tradicionales, a una legitimi­
dad contractual, de tipo moderno, propia del régimen republicano y de un
grupo ilustrado con tendencias racionalistas e individualistas. El temor a la
anarquía, que aparece en prácticamente todas las expresiones públicas de la
elite, engloba la representación del caos político como también social. El
miedo a la violencia, al bandidaje, a las insurrecciones, va aparejado con la
visualización de atentados
l
contra la hegemonía de la ética y las expresiones
culturales que mantenían cohesionado al grupo dirigente. El temor a la anar­

36 Fran^ois Xavier Guerra, op. cit., capítulo 9.


37 Sobre el problema de la nación en América Latina, ver A. Annino, L. Castro Leiva, F.X.
Guerra, eds., De los Imperios a las Naciones Iberoamericanas (Zaragoza: Ibercaja, 1994),
Pilar González-Bernaldo, “La nación como sociabilidad. El Río de la Plata, 1820-1862”, en
Fran^ois Xavier-Guerra y Mónica Quijada (coords.), Imaginarla nación, Cuadernos de Historia
Latinoamericana, Münster, n° 2 (1994), p. 179, y José Carlos Chiaramonte, “En tomo a los
orígenes de la Nación Argentina” en Marcelo Carmagnani, Alicia Hernández Chávez, Ruggiero
Romano (coords.), Para una historia de América, II. Los Nudos (México: F.C.E, 1999),
tomo I.
38 Sobre la vinculación entre patria y república, ver Maurizio Viroli, Por Amor a la Patria. Un
ensayo sobre el Patriotismo y el Nacionalismo (Madrid: Acento Editorial, 1997). Viroli sostiene
que desde la antigüedad clásica, patria y república fueron dos conceptos asociados, y que su
desvinculación, en el siglo XIX, fue la causante del surgimiento del discurso nacionalista
autoritario.
40 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

quía es la justificación principal de gran parte de las decisiones autoritarias y


centralizadoras de los primeros gobernantes o caudillos.39
Lo anterior explica que, aún establecida la república, el proceso de
aceptación interna del nuevo orden republicano fue lento. La creación de
este “nuevo orden” frente al tradicional “orden colonial” en etapa de supera­
ción, puso gran énfasis sobre la noción de cambio gradual que evitase toda
forma de descontrol, ante el rumbo imprevisible que asumía el destino social
y político. Era fundamental recuperar el sentimiento de “confianza”, que ya
se había visto amenazado durante los últimos gobiernos coloniales, y en este
aspecto nunca hubo mayor diferencia entre pipiólos y pelucones; liberales y
conservadores. En este empeño se inserta el apoyo a un gobierno colegiado
y la oposición a toda autoridad unipersonal, desde los primeros años repu­
blicanos. Ejemplo de ello dio José Miguel Infante, quien siendo procurador
en el Cabildo Abierto del 18 de septiembre, expresó la necesidad del gobier­
no plural, porque “la confianza pública reposa mejor en un gobierno com­
puesto de algunos individuos que no cuando uno solo lo obtiene”.40 Tres
meses después, insistirá sobre este punto: “Había necesidad de consultar
prontamente a la seguridad interior y exterior del reino, para lo que era
indispensable establecer un gobierno más activo y acreedor de la confianza
pública...”41 Don Manuel de Salas, en su Representación al Primer Congreso
Nacional, vinculó los conceptos de orden y confianza: “Deben tomarse me­
didas que aseguren el orden, establezcan la quietud y la igualdad de los
derechos y la confianza...”42
En el orden político, la confianza era la garantía, como decía
O’Higgins, contra la “impotencia de la autoridad”, y contra el “despotis­

39 Los libertadores se enfrentaron desde el comienzo con lo que ellos percibían como la dictadura
necesaria o la libertad inconveniente. Ya lo dice Bolívar cuando siguiendo a Rousseau expresa
en una carta que la libertad "... es un alimento suculento pero de difícil digestión. Nuestros
débiles ciudadanos tendrán que robustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el
saludable nutritivo de la libertad”. Citado en Gonzalo Izquierdo, “La Evolución del Ideario
Político de Simón Bolívar’’, en Rolando Mellafe, Gonzalo Izquierdo, Cristian Guerrero,
Perspectiva Histórica de Simón Bolívar (Santiago: Editorial Universitaria, 1983), p. 39.
40 El tema de la “confianza” ha sido investigado por Bernardino Bravo Lira. Ver su artículo
“Junta Queremos” en Revista de Derecho Público, n°s 45-46, (Universidad de Chile, Facultad
de Derecho, enero-diciembre 1989), pp. 59-78. La cita de Infante aparece en la p. 71.
41 Ibid., p. 72.
42 27 de julio de 1811 en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, año XXVII, n° 63
(Santiago, 2o semestre. 1960).
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD.. 41

mo”. Era, por lo tanto, el sentimiento que regulaba los actos de la autoridad
y definía el espacio donde podían expresarse los anhelos de libertad. Como
lo será posteriormente el orden, la confianza era el pilar sobre el que
descansaba el consenso social de la clase dirigente, y que no podían desa­
fiar ni siquiera sus elegidos, como lo prueba el retiro del apoyo al mismo
O’Higgins en su momento.43 Indudablemente no podemos confundir el
ideario político de Camilo Henríquez y José Miguel Infante con el que
profesaban Juan Egaña o su hijo Mariano. Si bien todos ellos comparten
sus devaneos con la modernidad expresada en un discurso liberal, del que
no podían sustraerse aunque quisieran, desde el momento en que están
obligados a pensar la república, se separan ante el arrojo de los primeros
para adoptar un discurso intelectual que desconoce los temores y privile­
gia el cambio. Sin embargo, en la medida en que el orden significaba para
ambos grupos una divisa de unidad social, y la garantía contra la anarquía,
prevalecía una visión común de la sociedad y el estado, por separado de
las expresiones discursivas de cada grupo.
Lo que representó el concepto de confianza como oposición a la in­
certidumbre inicial, significó más adelante el concepto de orden como opuesto
a la anarquía que asolaba a otras naciones latinoamericanas y que la clase
dirigente chilena temía visceralmente.44 En ese sentido, fue una clave con­
vertida en bandera, y resumió toda una interpretación del proceso histórico
vivido durante los procesos de emancipación. Sin embargo, la omnipresen-
cia del concepto le hace a veces aparecer vacío de significado, y exige dis­
cernir en medio de una profunda ambivalencia discursiva.45 En el apego al
l
orden, y las distintas acepciones que asume, se retan a duelo y se dan la
mano un realismo anti-anárquico y un progresismo republicano. Esa
ambivalencia puede dar la impresión que la clase dirigente manipulaba la
política para parecer que propiciaba el cambio, pero queriendo ejercer el
poder autoritariamente. Eso no es real, aunque tampoco parece plausible
que el discurso progresista y la magnitud del cambio social que a veces
parecía propiciar puedan ser leídas literalmente. El siglo diecinueve chileno

43 Alberto Edwards, La Fronda Aristocrática... op cít.


44 Ana María Stuven, “Una Aproximación a la Cultura Política de la Elite Chilena: Concepto y
Valoración del Orden Social, 1830-1860’’, en Estudios Públicos, número 66 (otoño de 1997),
pp. 259-311.
45 Cfr. Joaquín Fermandois, “La Posibilidad de la Democracia y del Orden. Simón Coollier y
William F. Sater: A History of Chile” en Estudios Públicos, n° 73 (verano 1999).
42 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

contenía ambos mundos, los cuales dialogaban sobre el cambio y buscaban


sinceramente las condiciones para la realización de la república, pero, simul­
táneamente, frenaban su actualización en función de una conciencia intelec­
tual y visceral sobre los riesgos que representaba para la estructura social
tradicional, que sustentaba a la clase detentora de la autoridad.
Para comprender los primeros puntos de inflexión del concepto de
orden, es fundamental insistir en que incluso los sectores más conservado­
res de la clase dirigente chilena se encontraban inmersos en un mundo de
definiciones ideológicas fundamentalmente liberales. En sus expresiones
discursivas y en su imaginario político reconocían la maleabilidad de la
naturaleza humana, creían en la idea de progreso como motor consciente
de la historia, y consideraban que los problemas humanos podían a menu­
do reducirse a problemas políticos. En el plano intelectual, por lo tanto,
existía una visión común sobre la legitimidad de un orden político, califica­
do por la mayoría de los actores como liberal y republicano. Sin embargo,
respecto de la organización del poder político, como era la clase dirigente
la que definía las condiciones de la sociedad, es decir, la que decodificaba
la realidad, sus normas y decisiones sobre el ejercicio del poder aparecían
concordantes con esa realidad, es decir, como buenas y racionales. Más
allá de las definiciones intelectuales, esta decodificación de la realidad
surgía de niveles muy profundos de la conciencia colectiva del grupo diri­
gente. Se entroncaba con una percepción, muy conservadora, de que exis­
tía un “orden natural de las cosas”, y de que todo cambio, aceptado en el
plano intelectual, debía graduarse en función de este “orden”. La relación
de poder no surgía de un contrato social, aunque los sectores más liberales
reconocieran la existencia de éste. Ella constituía un hecho dado; lo que
Norbert Lechner llama “el poder normativo de lo fáctico”.46 El poder de la
clase dirigente chilena radicaba en su capacidad para definir las condicio­
nes sociales, de manera que sus normas aparecían corresponder con la
realidad. Eran lógicas y racionales. En ese contexto, consideraba que el
gran logro del poder es el orden, y ello se insinúa en el doble significado
que el lenguaje asigna a la palabra “orden”, como mandamiento y norma.

46 Norbert Lechner, La Conflictiva y nunca acabada construcción del Orden Deseado (Santiago:
FLACSO, 1984), p. 57. Ver también Dennis H. Wrong, TheProblem of Orden What unitesand
divides socíety (Nueva York: The Free Press, 1994).
PRIMERA PARTE / CAP I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD,,. 43

Ambas acepciones se confundían en los discursos políticos y sociales de la


clase dirigente chilena del siglo XIX.47
Las elites chilenas entendieron el concepto de orden en toda su com­
plejidad literal y discursiva. Este constituyó, además, un elemento unificador
para la sociedad opinante, en la medida que su valoración resistía la prueba
de nociones divergentes al interior de la elite. Así, mientras los sectores más
conservadores no concordaban con los más liberales en considerar a la so­
ciedad un producto histórico, y aunque subordinaran la esfera civil a la
religiosa, creyendo que todo orden proviene de Dios, ambos sectores con­
cordaban en privilegiar la noción de orden institucional. Que esto fuera
porque el orden proviene de Dios, o por defender el pacto social, constituirá
una diferencia menor a comienzos de la república. Prevalecerán sobre estas
disquisiciones el consenso anti-monárquico, y la visión que tenía la elite de
sí misma como el grupo social llamado legítimamente a heredar la autoridad
republicana en forma hegemónica.
Partiendo de la base que la valoración del orden es un elemento de
consenso, la percepción sobre su vigencia ejerce un poder decisivo sobre la
apertura hacia el cambio, por parte del grupo dirigente. Es importante refe­
rirse al cambio porque la instauración de la república, así como la compren­
sión que se tenía del ideario liberal en la época, implicaban el reconocimien­
to de vivir un período de transición hacia un nuevo orden socio-político, que
hoy sabemos se confunde con la modernidad.48 El temor a la anarquía siem­
pre provocó reacciones de rechazo al cambio; la confianza respecto de su
control del poder político y social permitió la implementación de políticas
más liberales y la distensión de los mecanismos de control social que ejercía
la elite. Por lo tanto, podemos decir que la clase dirigente establecía una

47 En su análisis de la noción de orden en el discurso republicano del régimen rosista en


Argentina, Jorge Myers apunta a usos semejantes a los que se daban en Chile, enfatizando la
ambivalencia del concepto de orden, que definía tanto un orden político, encaminado a
consolidar un sistema estable de gobierno, como a imponer un orden legítimo a la sociedad,
es decir, a organizar hábitos y costumbres sociales. Jorge Myers, op. cit.. p. 78.
48 Aunque preferentemente fueron los conservadores los más apegados al “orden”, los liberales
también expresaban sus dudas frente al cambio que implicaba el sistema republicano. Esta
es una de las razones por las cuales la separación ideológica entre liberales y conservadores
es tan imprecisa y llena de matices. Andrés Bello, por ejemplo, de preferencias intelectuales
provenientes del liberalismo inglés, asume, en Chile, posiciones políticas muy conservadoras,
cuando ve amenazado el “orden”. Todos temían “el libre juego del proceso de cambio que
había inaugurado la revolución emancipadora”, José Luis Romero, Pensamiento Conservador
(1815-1898) (Venezuela: Biblioteca Ayacucho, 1978), p. XXI (prólogo).
44 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

conexión estrecha entre las nociones de orden y poder, tanto a nivel


institucional como simbólico. Es decir, el control del poder estatal reposaba
sobre un cierto orden social jerarquizado, definido por el mismo grupo diri­
gente, y reconocido por todo el cuerpo de la sociedad. De allí que la clase
dirigente estuviera permanentemente atenta a la hegemonía de su ética (y
también de su religión), y sus expresiones culturales.49 Como observa Mario
Góngora, la noción de orden es una cualidad moral perteneciente a una
clase que a su vez define esa cualidad moral.50 De allí también que la discu­
sión sobre las nuevas instituciones se dé a la luz de ideas sobre un “buen
orden” que evite el caos social, que permita el perfeccionamiento social,
pero que impida todo cambio brusco. En este sentido, el orden es la utopía
del “no-caos”.51
Por lo tanto, la noción de orden trasciende un significado meramente
político, y permea toda la discusión en torno a la creación de la nación. Se
relaciona directamente con el cambio social y con las visiones que sobre éste
surgen, desde la revolución ilustrada hasta los sucesos revolucionarios euro­
peos. Se inserta en un contexto que tiende hacia la secularización y privile­
gia el uso de la razón como instrumento de crítica social, permaneciendo y
erigiéndose como un elemento de consenso, en ese nuevo universo de
imprevisibilidad permanente, a medida que la construcción republicana gatilla
mayores temores.52 El orden ha sido construido a partir de una experiencia
que incluye los temores de un grupo sometido a un proceso de cambio;
habita un medio en que los referentes colectivos tradicionales están puestos
en duda. Forma parte integrante de la cultura política de la clase dirigente
chilena, e interactúa con otros valores, como por ejemplo, la religión, para
configurar el ámbito donde se baten las antiguas certidumbres y las nuevas
propuestas.53 El temor fundamental es al otro, a lo diferente, a lo nuevo, a lo

49 En este caso son útiles los estudios sobre hegemonía social de Gramsci, especialmente su
trabajo titulado El Risorgimento (México: Juan Pablo Editor, 1986).
50 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción..., op. cit., p.46.
51 Norbert Lechner, op. cit., p. 83.
52 Nos apoyamos en la definición de consenso de Giovanni Sartori, en el sentido de que la pro­
piedad definitoria de éste es un “compartir” algo que de alguna manera une, y que incluye
los valores que estructuran el sistema de creencias y las reglas del juego que se pactan al
interior de la sociedad. The Theory of Detnocracy Revisited (New Jersey: Chatam, 1987).
53 Nos basamos en la definición de cultura política de Gabriel Almond, Civic Culture Revisited
(Boston: Little, Brown and Co., 1980). Ver también Lucien Pye, Political Culture and Political
Development (Princeton: University Press, 1983).
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD 45

que no pertenece a la tradición; por lo tanto, la diferenciación social aparece


como una amenaza a la identidad.54 De allí entonces que el orden sea más
que un valor deseable, una necesidad histórica, un elemento esencial del
movimiento histórico, en un mundo definido por la noción de progreso, y
que transita desde el pasado, por el presente, hacia el futuro.55 El orden
requiere ser institucionalizado, de manera de superar la utopía y tener una
existencia material. No es, sin embargo, un simple recurso para mantener el
poder; el orden es lo que permite el despliegue, en el tiempo y en el espa­
cio, de un proyecto de construcción del Estado y de la Nación, bajo una
nueva forma republicana.56 Aunque indisoluble del progreso social, el pro­
yecto debe estar en condiciones de controlar el cambio, de manera de man­
tener la hegemonía de la clase dirigente, heredera natural de la autoridad
colonial. Por ejemplo, aunque la democratización social parecía una tenden­
cia incontenible en el tiempo, correspondía a esta elite iluminada contener
las pasiones de los tiempos.57 Lo anterior se expresa bien en una carta que
envió Mariano Egaña, en ese momento en misión en Londres, a su padre
Juan, donde dice: “Esta democracia, mi padre, es el mayor enemigo que
tiene la América, y que por muchos años le ocasionará muchos desastres,
hasta atraerle su completa ruina. Las federaciones, las puebladas, las sedicio­
nes, la inquietud continua que no dejan alentar el comercio...” Y alerta ade­
más, en la misma carta, contra la “furia democrática”, a la que compara con
“el mayor azote de los pueblos sin experiencia y sin rectas nociones políti­
cas”.58
La noción de orden no es un concepto estático. Así como expresa
sentimientos profundos de la conciencia colectiva y percepciones sobre la
realidad, evoluciona con éstos. Es un concepto que se define históricamente

54 Norbert Lechner, Los Patios Interiores de la Democracia (Santiago: Flacso, 1988).


55 Robert Nisbet, History qf the Idea of Progress (New York: Basic Books, 1980).
56 Recordemos que los intelectuales y actores políticos del Siglo XIX no eran, como dice Mario
Góngora, “planificadores globales”. No tienen, por lo tanto, conceptualizada la noción de
orden en el sentido contemporáneo; no constituye una ideología, sino que es paulatinamente
modificada por el sistema de prueba y error. Ello explica que a ratos el uso del concepto
pueda asimilarse a un orden liberal, y a ratos constituya la crítica del mismo.
57 Maurice Agulhon, Un Mouvement Populaire au Temps de 1848: Les Populations du Var de la
Révolution á la 2e Répuhlique (Tesis de Doctorado, Universidad de la Sorbonne, 1969). Su
parte principal fue publicada con el título La République au Vi7/«g<? (París: Ed. Pión, 1970).
58 Cartas de don Mariano Egaña a su padre, 1824-1829, Sociedad de Bibliófilos de Chile
(Santiago: Nascimento, 1948).
46 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

de acuerdo a las percepciones que tiene el sector dirigente sobre las amena­
zas que enfrenta, o sobre la prevalencia del orden.59 Aunque permanente­
mente apoyado en un sustrato social, la coyuntura definirá su aplicación a
un discurso que versará sobre la legalidad, la institucionalidad, la religión, la
filosofía, el lenguaje, la literatura, o la seguridad pública. En ocasiones será la
materialización de la noción de bien común, o de la virtud a lo Montesquieu 60
Si bien todos estos aspectos tienen vinculación con lo político, ocasional­
mente la política aparecerá como la antítesis del orden, en la medida en que
ésta constituye el ámbito donde se expresan con más pasión las ideas y las
acciones que pueden constituir una amenaza al orden social.61
La palabra orden aparece repentina e insistentemente en todas las
expresiones discursivas de la clase dirigente a partir de la consolidación
institucional que sigue a la Batalla de Lircay de 1830. Sin embargo, es posible
establecer una filiación anterior con la palabra “confianza”.62 Es un tránsito
que sólo puede entenderse por el paulatino reconocimiento de la existencia
de “otros” que no dialogaban desde orígenes comunes. Así, la “confianza”,
necesaria para consolidar autoridades y superar la inseguridad inicial, que
explica el apoyo y posterior rechazo al autoritarismo del procer independentista
Bernardo O’Higgins, fue cediendo al “orden” necesario para evitar cualquier
trastorno de ese otro orden (ideológico además de público), que garantizaba
la hegemonía de la clase dirigente en el poder, y que se oponía
conceptualmente a la anarquía.

59 En la presentación de su libro Zapata and the Mexican Revolution, John Womack dice que
su obra “no es un análisis sino un cuento, ya que la verdad sobre la Revolución en Morelos
se encuentra en el sentimiento sobre ella". (Nueva York: Vintage Books, 1969), p. 165.
60 Alejandro Guzmán Brito considera que lo que Portales llamó “el principal resorte de la
máquina” es la virtud como entendida por Montesquieu. Cfr. su Portales y el Derecho (Santiago:
Universitaria, 1988).
61 Portales representa bien ese desprecio hacia “lo político” como una actividad inútil,
desorganizadora y que dificulta el progreso material. Ver más adelante la discusión en torno
a la noción de orden de Diego Portales. Cfr. Sergio Villalobos, Portales una Falsificación
Histórica (Santiago: Universitaria, 1989).
62 Sabemos que la crisis de confianza sobreviene ya durante los últimos gobiernos coloniales,
y se exacerba ante la inseguridad de la respuesta de los gobernantes españoles en América
hacia el invasor francés de la península. Este tema ha sido investigado por Bernardino Bravo
Lira, “Junta Queremos”, op. cit.
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 47

3. El orden institucional: autoritarismo y libertad

El período que se inicia aproximadamente con la llegada al poder del


general José Joaquín Prieto (1831-1841) puede caracterizarse como la expre­
sión del agotamiento transitorio por parte de la clase dirigente con los deva­
neos intelectuales del liberalismo.63 A pesar de iniciarse una fase de constan­
tes denuncias de “conspiraciones”, la mayoría de ellas nunca comprobadas,
la autoridad tenía control del orden público, y el orden institucional pareció
consolidarse a gusto de la elite, con la promulgación de la Constitución de
1833.64 Ese consenso en torno a la prevalencia del orden, permitió que con­
viviesen en forma relativamente armónica figuras tan contradictorias como el
monarquista Juan Francisco Meneses, el federalista Manuel Cardozo, y libe­
rales como Irarrázaval, con el autoritarismo portaliano.
Sin duda que Diego Portales es una figura clave del período.65 Las
cartas que el futuro Ministro le envió a su amigo y socio José M. Cea son una
inmejorable expresión de la dependencia que tenía la posibilidad de cual­
quier cambio social o político de la percepción de orden por parte del grupo
dirigente. Ya en el año 1822 se refirió a los límites que concebía para la
efectividad de la República. Por la carencia de virtud en los países latinoa­
mericanos, la República debía ser “un gobierno fuerte, centralizador, cuyos

63 Aunque tales devaneos no son tan generalizados, y tal vez se resuman al período en que
rigió la Constitución de 1828.
64 Sobre la Constitución dé 1833, en este contexto, ver Ana María Stuven, “Una aproximación a
la cultura política de la elite chilena: concepto y valoración del orden social (1830-1860)”, en
Estudios Públicos, n° 66 (otoño 1997).
65 Al respecto José Victorino Lastarria, Don Diego Portales (Valparaíso: s/ed. 1861); Benjamín
Vicuña Mackenna, Introducción a la Historia de los Diez Años de la Administración Montt.
Don Diego Portales (Santiago: s/ed., 1863); Alejandro Carrasco Albano, Portales (Santiago: s/
ed.,1900); Francisco A. Encina, Portales (Santiago: Nascimiento, 1934); Jaime Eyzaguirre,
Fisonomía Histórica de Chile (México: Fondo de Cultura Económica, 1948); Simón Collier,
“The Historiography of the Portalian Period (1830-1891) in Chile”, HAHR, vol. 57, n° 4 (1977),
pp. 660 y ss., Ideas y Política de la Independencia de Chile (Santiago: Andrés Bello, 1977), y
“Conservantismo Chileno, 1830-1860. Temas e Imágenes”, en Nueva Historia. Revista de
Historia de Chile, Londres, año 2, n° 7 (1983); Alejandro Guzmán Brito, “Las Ideas Jurídicas
de don Diego Portales”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago, vol. 93
(1982); Villalobos, Portales una falsificación histórica, op. cit.; Bernardino Bravo Lira
(compilador), Portales. El Hombre y su Obra. La Consolidación del Gobierno Civil (Santiago:
Editorial Jurídica / Andrés Bello, 1989). Alfredo Jocelyn-Holt, El Peso de la Noche. (Buenos
Aires: Ariel, 1997). Un interesante artículo sobre la historiografía en torno a Portales, publicó
Enrique Brahm García, “Portales en la Historiografía”, en Bravo Lira, op. cit., pp. 443-484.
48 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATT1ER

hombres sean modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciuda­


danos por el camino del orden y de las virtudes”.66 Y agregaba: “La Demo­
cracia que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en países como los
americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud
como es necesario para establecer una verdadera república”.67 Si bien Porta­
les en estos años estaba relativamente aislado de la acción política, y desa­
rrollaba sobre todo actividades comerciales en Perú, a poco andar su pensa­
miento interpretó a los ex-liberales tanto como a los conservadores, todos
ellos unidos por el temor a la “anarquía” reinante. Aunque su actuación
política se concentró en la década del 30, y duró formalmente poco, Portales
plasmó las inquietudes surgidas en los años 10 y 20 del siglo pasado, recono­
ció abiertamente sus “insuperables deseos de orden”,68 y canalizó el crecien­
te escepticismo en torno a los ensayos de organización institucional, a través
del privilegio hacia el realismo político, surgido principalmente de su apego
a un orden que posibilitara los negocios.
Portales ejerció como Ministro en forma esporádica hasta su muerte
en 1837, y personificó la posibilidad de evitar excesos que parecían inheren­
tes al rumbo republicano. El autoritarismo portaliano fue funcional a un
imaginario anárquico, que había hecho presa de la mayoría de los actores
políticos. De allí el férreo control sobre la prensa, la reorganización del ejér­
cito, y el fortalecimiento de las milicias. Indudablemente el primer concepto
de orden que Portales manejó estaba orientado a asegurar el orden público,
aunque comprendió también que la vigencia de ese orden requería de la
mantención de una determinada estructura social.69 Por eso que a pesar de
no compartir la estrictez moral de los sectores más conservadores, entendía
que éstos eran los únicos guardianes posibles del orden, y los únicos capa­

66 Ernesto de la Cruz (compilador), Epistolario de don Diego Portales (Santiago: Ediciones de la


Biblioteca Nacional, 1936), 10 de febrero de 1822, p. 177, citado en Villalobos, op. cit., p. 39.
67 Ibid., Mariano Egaña, al igual que su padre, Juan Egaña, había expresado similares dudas
respecto de lo que llamó la “furia democrática". “Esta democracia, mi padre, es el mayor
enemigo que tiene la América y que por muchos años le ocasionará muchos desastres, hasta
atraerle su completa ruina”, escribe a su padre desde Londres el 21 de julio de 1827. En
Cartas de Don Mariano Egaña a su padre, 1824-29. Sociedad de Bibliófilos de Chile (Santiago:
Editorial Nascimento, 1948).
68 Mario Góngora, op. cit., p. 42.
69 Ramón Sotomayor Valdés sostiene que el apoyo que brindó Portales a la guardia cívica se
justificaba pues “en ella veía nada menos que un medio de moralidad para un pueblo cuya
índole y costumbre conocía profundamente”. Historia de Chile bajo el Gobierno del General
don Joaquín Prieto (Santiago: s/ed., s/a), p. 57.
PRIMERA PARTE / CAP. 1 / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 49

ces de gobernar con cierta eficiencia. Como sostiene Alberto Edwards, Porta­
les comprendió “cuál era la necesidad suprema de la situación, esto es, dar al
gobierno fundamento social, ligarlo con los intereses de la sociedad a quien
defendía y que a su vez debía defenderlo, agrupar las fuerzas sociales en
torno de un poder vigoroso, capaz de dirigir los propósitos contradictorios,
y de refrenar las ambiciones impacientes”.70 Para lograr esta meta, el gober­
nante podía ejercer el personalismo, desmerecer la ley, ejercer el poder con
facultades extraordinarias, y valerse de todos los recursos sobre los cuales
podía fundar el respeto al orden.
En suma, Diego Portales ligó el presente con las añoranzas del pasado
que sentía la clase política chilena de comienzos del siglo XIX, afianzando el
orden, a fin de llenar el espacio vacío dejado por la pérdida de la legitimidad
del gobierno monárquico. Ello permitió que en esta alternancia entre el
discurso del orden y el de la libertad, surgiera nuevamente el discurso liber­
tario.
Si Portales dio seguridades de orden público, Andrés Bello fue sin
contrapesos la mayor figura intelectual de la historia de la larga duración de
la consolidación del estado chileno.71 Adquiere notoriedad en la década de
1830, especialmente por su función de editorialista de El Araucano, medio
portavoz de las ideas gubernamentales. En uno de sus artículos, Andrés
Bello, atribuyó los éxitos de la administración del General Prieto a sus “proce­
dimientos rectos y justos”, y a la “profesión de principios liberales”. En este
contexto, definió estos principios como el restablecimiento de “los vínculos

70 Alberto Edwards, Bosquejo Histórico de los Partidos Políticos Chilenos (Santiago: Ediciones
Ercilla, 1936), p. 31.
71 Ver Fernando Murillo, Andrés Bello: Historia de una vida y una obra (Caracas: La casa de

Bello, 1986); Eugenio Orrego Vicuña, Don Andrés Bello (Santiago: Zig-Zag, 1953); Raúl Silva
Castro, Don Andrés Bello (Santiago; Andrés Bello, 1965); Rafael Caldera, Andrés Bello:
Pbilosopber, poet, philologist, educator, legilator, statema (London: George Alien and Unwin,
1977); Miguel Luis Amunátegui, Sobre don Andrés Bello (Santiago: Barcelona, 1902); Senado
de la República y Biblioteca del Congreso Nacional: El honorable Senador don Andrés Bello
López, primer rector déla Universidad de Chile (Santiago: Unidad de estudios y publicaciones
de la Biblioteca del Congreso Nacional, 1992); Walter Hanisch, Tres dimensiones del
pensamiento de Bello: religión, filosofía, historia (Santiago: Universidad Católica, 1965); José
Victorino Lastarria, Estudios sobre Andrés Bello. Compilación y prólogo de Guillermo Feliú
Cruz (Santiago: Fondo Andrés Bello, 1966); Pedro Lira Urquieta, Andrés Bello: 1822-1878
(México: Fondo de Cultura Económica, 1948); Horacio Jorge Becco, Medio siglo de Bellismo
en Chile (Caracas: La casa de Bello, 1980); Agustín Millares, Bibliografía de Andrés Bello
(Madrid: Fundación Universitaria Española, s.a.).
50 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

de unidad”, la consolidación del “orden y el sosiego”, el hecho de que “la


palabra partido haya quedado sin significación”, y que este gobierno haya
tenido la “firmeza para hacerse obedecer”. Cualquier mala interpretación
respecto de la actitud del gobierno se debería a la “exaltación que da a las
ideas el sistema democrático, en el cual cada individuo se considera dueño
de todos los negocios, y corrije, dispone y arregla el mundo a su antojo”.72
La tensión entre tranquilidad y temor a la anarquía se resolvía en la
prevalencia de la sensación de orden. Sin embargo, la clase dirigente estaba
conciente de que la incorporación social y el cambio político deberían venir
en el tiempo.73 Para evitar el caos, por lo tanto, era necesario en primer lugar
completar un proceso de evolución socio-cultural. Es decir, las costumbres
debían estar a la altura de las ideas, equivalente a asegurar que el pueblo
debía acceder a los niveles de civilización propios de la elite como requisito
para su incorporación. A medida que se consolidó entre el grupo dirigente la
percepción de que el orden capaz de contener la anarquía era, además del
institucional, aquel que correspondía realísticamente al “progreso” de las
costumbres chilenas, el discurso político privilegió la relación de dependen­
cia entre costumbres e ideas políticas. El matiz que separaba a conservado­
res de liberales comenzaría a adquirir forma en torno al mayor énfasis de los
primeros por la necesidad de la adquisición de la “virtud republicana” como
requisito para institucionalizar la misma, y la mayor confianza de los segun­
dos en el poder de las leyes.74 Desde las páginas de El Araucano. Andrés
Bello, asumió el rol de inspirador y decodificador de las ideas liberales.75 El
se encargó de ejercer un rol moderador cuando esas ideas parecían no res-

72 El Araucano, n° 1, 17 de septiembre de 1830.


73 Andrés Bello, entre otros, lo reconoció en varias ocasiones. Ver también Antonio Cussen,
Bello and Bolívar, Poetry and Politicis in tbe Spanish American Revolution (Cambridge:
Cambridge University Press, 1992), p. 169 passim, e Iván Jaksic (ed.), Andrés Bello, Selected
Writings ofAndrés Bello (New York: Oxford University Press, 1997).
74 Sotomayor Valdés, recoge este sentir sobre los liberales cuando afirma que hacia 1828 “su
régimen político presuponía en el pueblo cualidades que este no tenía, y olvidaba los hábitos
y defectos arraigados en el curso de largos años. Regalar a un pueblo repentinamente facultades
con las cuales no sabe qué hacer, es convertirlo en cómplice ignorante o más bien en
instrumento inconsciente de ambiciosos perversos; es crear una especie de escamoteadores
políticos, que son los únicos que aprovechan de la libertad, dejando su sombra al pueblo, y
su último resultado, es introducir una tiranía anónima y rastrera que se siente en todas
parles, sin personificarse en ninguna”, op. cit., p. 50.
75 Agustín Squella, “Andrés Bello: Ideas sobre el Orden y la Libertad”, en Estudios Públicos,
n° 22 (invierno 1983).
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA. ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 51

petar el itinerario de cambio gradual que, a su juicio, debía producirse en el


país. Aunque liberal, defendió un ritmo de cambio que le situó muy cómo­
damente al lado de los sectores más conservadores. En un notable editorial
con motivo de las Fiestas Patrias de 1830, resumió el espíritu imperante,
afirmando que el nuevo orden ponía a Chile como ejemplo al mundo; alaba­
ba al gobierno por haber devuelto al pueblo su “quietud” y su “armonía”, e
insistía en atribuir estos logros a la “profesión de principios liberales”, entre
los cuales incluye “la firmeza en hacerse obedecer”. Efectivamente no debía
tratarse más que de una profesión de fe, en la medida en que el mismo Bello
denuncia la “exaltación que da a las ideas el sistema democrático”, el cual no
necesariamente debe vincularse al ideario liberal.76 En otro artículo del mis­
mo período, afirmó que: “No es la forma de gobierno la causa primordial de
la prosperidad de los Estados, sino la consonancia de las instituciones con el
carácter de los pueblos, y la moral de los hombres. Mientras la sociedad se
halle en choque con las leyes que la rijen, y que éstas den ocasión a turbu­
lencias, y priven al poder supremo de los medios de sofocarlas, se verá
siempre amenazada por la inquietud”.77 Considera que “la experiencia ha
demostrado que ... el poder de las leyes es ninguno sin costumbres...”78
Bello limita claramente el ámbito de lo político cuando afirma que “el
espíritu de orden es el único móvil de la vida pública”, principio que los
hombres deben ir aprendiendo a medida que toman consciencia de cuáles
son sus intereses.79 De allí, que Bello afirmara que: “La Ilustración no puede
difundirse en pueblos nuevos en medio de las conmociones y de los distur­
bios... es obra de la paz... es hija de ese tiempo venturoso (que hace que) los
i
hombres se separen de esa senda peligrosa de contigencias políticas...”80 Por
lo tanto, lo anterior se apoya, fundamentalmente, en la existencia de un
grupo llamado a “ilustrar”, en la medida que, como afirmara El O’Higginista,
“la Providencia ha distribuido de un modo tan desigual las virtudes y los
talentos”81. El grupo que, desde el gobierno, lidera el proceso de cambio y la
adecuación del pueblo a sus costumbres, es la clase dirigente, que partiendo
de una noción liberal que le permite confiar en la maleabilidad de la natura­

76 El Araucano, n° 1, 17 de septiembre de 1830.


77 Ibid., n° 11 , 27 de noviembre de 1830.
78 Ibid., n° 4, 9 de octubre de 1830.
79 Ibid., n° 35, 14 de mayo de 1831.
80 Ibid., n° 23, 19 de febrero de 1831.
81 El O’Higginista, 18 de noviembre de 1831-
52 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

leza humana, asume para sí, honesta pero desconfiadamente, la tarea de


ejercer la autoridad durante el proceso. Por eso Bello decía: “Siendo el go­
bierno obligado a velar sobre la tranquilidad pública y la conservación del
orden, parece muy natural que todos los subalternos que le han de auxiliar
en el desempeño de ese cargo, deban ser de su entera confianza y satisfac­
ción, y nombrados por él para que su responsabilidad sea efectiva”.82
El temor a la anarquía, real o imaginaria, justificaba de parte de todos
los sectores políticos, que, en caso de necesidad, se suspendiera el imperio
de la Constitución. Generalmente eso se daba en caso de denuncias de cons­
piraciones.83 La mayoría de las veces las conspiraciones denunciadas tenían
un contenido alarmante, a pesar de que las pruebas presentadas eran difu­
sas. Sin embargo, era común que se llamara a una mayor dureza en las
penas, que se justificaran reformas en el sistema judicial para asegurar el
mantenimiento de la autoridad, y que se instara al Gobierno a “escarmentar
de un modo público” cualquier exceso. Es decir, el sentido de las medidas
para preservar el orden era fundamentalmente ejemplificador.84 Es difícil
comprobar la fuerza real de todas las conspiraciones denunciadas. Induda­
blemente muchas de ellas tenían por misión subvertir el orden del Estado;
otras no pasaban de meros actos de delincuencia o conciliábulos sin ningún
destino político, en que participaban antiguos militares, veteranos de las
guerras de Independencia o de las campañas posteriores.85 Generalmente
oportunas denuncias permitían dar de inmediato con los conspiradores, y

82 El Araucano, n° 12, 4 de diciembre de 1830.


83 Las autoridades denunciaron la existencia de aproximadamente once conspiraciones contra
el gobierno, entre 1831 y 1833. Ellas son las de Barrenechea, Labbé, Tenorio, Ruiz, Silva,
Reyes, Arteaga, Pérez Cotapos, Veas, Puga, y Quezada. Ver Gonzalo Rojas Sánchez, “Portales
y la Seguridad Interior del Estado”, en Bravo Lira, op. cit., pp. 55-86; y Villalobos, op. cit.,
p. 191.
84 Sesiones de los Cuerpos Legislativos (en adelante citados como SCL), 1832, T. XIX, p. 308.
Da cuenta de informe de don Ramón Errazuriz al Intendente de la Provincia de Aconcagua
del 6 de febrero referente a una conspiración en la provincia de Petorca que depuso al
Gobernador y a varios miembros del Cabildo.
85 Es interesante la relación que hizo la autoridad del resultado del allanamiento realizado el 12
de julio de 1833 a una de las residencias denunciadas por conspiración. Se trataba de la casa
de doña Nieves Machado, donde se encontró: “once pistolas cargadas de diferentes clases;
dos docenas de cuchillas grandes nuevas; una talega con veintitrés cartuchos, cada uno con
ocho pesos; cuarenta y siete pesos fuertes; dos botellas de ron, una llena y otra vacía...; un
baúl inglés con ropa blanca y de color y dos libros; un canasto inglés con candado, de
guardar ropa.” SCL, 1833, T. XXI p. 549-550.
PRIMERA PARTE / CAP I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA. ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD 53

juicios de gran envergadura y publicidad establecían sentencia, y demostra­


ban el riesgo que corría el país si se aflojaban las riendas de la autoridad. Las
conspiraciones, el asesinato de Portales en 1837, y la influencia interna de la
guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, no lograron alterar, salvo por
momentos, la percepción de absoluto control social por parte de las autori­
dades del Estado; se sabía que se contaba con todos los mecanismos necesa­
rios para hacer respetar el orden. De allí que, a pesar de existir paralela­
mente un discurso que privilegiaba la amenaza de caos, la absoluta carencia
de fisuras en el sector de la sociedad que controlaba la opinión pública y el
Estado, frenó un aumento en el autoritarismo gubernamental.86 Por el con­
trario, el desaparecimiento de Portales significó un relajamiento en las ten­
dencias autoritarias del régimen del Presidente Prieto. Terminada la sicosis
conspiracional, sobre la cual se habían construido algunas de las bases del
orden portaliano, se inauguraba nuevamente un discurso en torno a la liber­
tad.
Los últimos años de la década de 1830 fueron especialmente ricos en
la expresión de la tensión entre una legalidad autoritaria, y una libertad que
no puede abandonarse como inspiración política, representando bien la ten­
sión entre tradición y modernidad que permeaba toda la cultura política. La
confusión tiende a ceder a medida que la autoridad aparece afianzada social­
mente, y no sólo en el autoritarismo de una figura como Portales, lo que
coincide con los últimos años del gobierno del General Prieto desde el
desaparecimiento de su Ministro. La confianza en el derecho era el nexo
entre la autoridad necesaria y, como diría el constitucionalista argentino,
Juan Bautista Alberdi más adelante, “la república posible”, cuya viabilidad
comienza a desplazarse desde la preocupación por el orden público hacia
otros aspectos de la cultura, también estrechamente relacionados con el or­
den social. Ello coincide con el cambio de mando presidencial y el inicio de
la década de 1840.87

86 Hay una visión que disiente de la existencia del consenso al interior de la clase dirigente,
apoyada en las divisiones dentro del bando pelucón y la exclusión de los pipiólos durante la
década del 30. Ver Jorge Núñez Rius, “Estado, crisis de hegemonía y guerra en Chile, 1830-
41” en Ancles, (Santiago, Instituto de Estudios Contemporáneos, 1987), n° 6.
87 Juan Bautista Alberdi, Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República
Argentina (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1979).
54 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

4. La religión católica: una fe común para una sociedad


unida
A todos los cambios que implicaba la creación de una república, en el
contexto de esa transición imprevisible que dictaba la creencia en la ideolo­
gía del progreso, un elemento de continuidad permitía peregrinar a paso
firme por el mundo de la modernidad: Chile era un país católico y el estado
chileno así lo reconocía. Desde El Catecismo Político Cristiano, pasando por
la mayoría de los catecismos y proclamas en torno a la Independencia, la
mención a la fe católica o a la Iglesia, como la institución que iluminaba el
camino a seguir, estuvo siempre presente. Todo ello concordaba plenamente
con la formación intelectual y espiritual de la clase dirigente, y con las fuen­
tes que habían estado a su disposición para interpretar el mundo, entre ellas,
las ideas provenientes de la escolástica española, cuyas versiones más mo­
dernas permitían definir incluso los espacios de participación en la república
moderna. La religión católica, apostólica, romana fue consignada en toda
constitución como la “única y exclusiva del Estado de Chile. Su protección,
conservación, pureza e inviolabilidad será uno de los primeros deberes de
los jefes de la sociedad, que no permitirán jamás otro culto público ni doctri­
na contraria a la de Jesucristo”.88 Así lo reconoció la Constitución de 1818.
Pocas voces se levantaron contra este artículo. Bernardo O’Higgins lo hizo
tímidamente, y sin ningún éxito cuando ese mismo año, antes que se pro­
mulgara la Carta, escribió que “... los países cultos han proclamado abierta­
mente la libertad de creencias”, y que, en consecuencia, no veía "... motivo
que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de nuestra
independencia”.89 No obstante, los textos constitucionales siempre recogie­
ron la defensa de la fe, y recién en 1828, por influencia de José Joaquín de
Mora se consagró el principio de que nadie sería perseguido ni molestado
por sus opiniones privadas. Sin embargo, ese acápite tuvo una corta dura­
ción, ya que en la Constitución de 1833 se estimó innecesario mantenerlo.
Fue necesario esperar hasta 1865 para que se interpretara el artículo 5o de la
Constitución, que en definitiva autorizó el culto privado a los disidentes.90 La

88 Constitución de 1818, citado en Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile, op. cit., p. 176.
89 Ibid.
90 El artículo 5o establece que “La religión de la República de Chile es la Católica Apostólica
Romana; con exclusión del ejercicio público de cualquier otra”. Aunque hubo mociones
anteriores para modificarlo, en 1865 se interpretó de tal manera de permitir el culto a
disidentes.
PRIMERA PARTE / CAP. I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 55

misma Carta de 1833 consagraba también al Estado el derecho de Patronato


que había ejercido España, a través del cual la Santa Sede reconocía al Jefe
del Estado los derechos de proponerle nombres para designar las dignidades
eclesiásticas, y de aprobar la publicación en territorio nacional de las bulas y
demás documentos pontificios. El Estado se comprometía, por su parte, a
contribuir al financiamiento y funcionamiento de la Iglesia. Una serie de
leyes, entre las que destaca la Ley de Organización de Ministerios de 1837,
logró que, al menos formalmente, la Iglesia, y en particular los religiosos,
dependieran de la autoridad civil.
El Chile oficial y las expresiones públicas de los miembros de la clase
dirigente daban testimonio de su fe católica.91 Una fe común, que se expre­
saba en la protección institucional contra cualquier forma de diversidad reli­
giosa, fuera pública o privada. No obstante, a medida que los hombres naci­
dos con el siglo fueron llegando a su madurez intelectual, y comenzaron a
nutrirse de fuentes teóricas diversas, entre las que se incluía la lectura de
obras de Voltaire, Rousseau, Raynal y otros teóricos de la Revolución France­
sa, su sensibilidad religiosa tendió a variar.92 En 1827 se fundó la primera
logia masónica, sin lograr mayor alarma pública. Para esta exposición, basta
con dejar constancia de que, ya en la década de 1830, es posible comprobar
la existencia de expresiones que indican la presencia de un fenómeno nue­
vo, que sin embargo no negaba la fe. “Nada más significativo de esta nueva
orientación que el recurso indiscriminado de las familias pudientes del país a
los servicios de José Joaquín de Mora y su Liceo de Chile, a Bello y su
Colegio de Santiago”.93 Siendo ambos colegios laicos, en el primero se ense­
ñaba incluso las Legons de Philosophie sur les Principes de l’Intelligence del
filósofo francés Laromiguiére. La aceptación de establecimientos educacio­
nales laicos para los hijos de la elite católica, entre otros muchos ejemplos,
inaugura los albores de ese proceso de negación del significado social de la

91 Ver Sergio Vergara Quiroz, “Iglesia y Estado en Chile, 1750-1850”, en Historia, n° 20 (1985),
p. 319-362. Vergara postula como su hipótesis de trabajo que durante el período 1810-1840,
“...en vez de ruptura se produce una continuidad en las relaciones Estado-Iglesia.... ambas
son expresiones de una misma sociedad católica”.
92 Sobre el tema de la influencia del pensamiento revolucionario francés en la clase dirigente
chilena, ver Gristián Gazmuri, “Dossier: La Revolución Francesa”, en Revista Universitaria.
N° 26 (Santiago, 1989) Y Ricardo Krebs y Cristian Gazmuri (edit), La Revolución Francesa y
Chile (Santiago: Universitaria, 1990).
93 Ver Sergio Villalobos et al., Historia de Chile (Santiago: Universitaria. 1980), T. III, p. 513.
56 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

fe y de la Iglesia, que llevará casi todo el siglo en tener sus primeras expre­
siones institucionales.94 De hecho, antes de 1850 no existe evidencia de un
interés por lo que más adelante se llamó las “cuestiones teológicas”. No
obstante, éstas podrían filiarse con la tendencia proveniente de la Ilustración
ecléctica española a subyugar a la Iglesia en el plano terrenal, y por demos­
trar la primacía institucional del Estado.95 Así puede interpretarse la medida
tomada por Ramón Freire en 1824 de confiscar las temporalidades de las
asociaciones religiosas, y la llamada al orden en las comunidades de vida
religiosa. El conflicto que realmente producía cualquier decisión que tocara
a la Iglesia queda de manifiesto cuando en 1830 se revirtió la medida, y se
devolvió a las órdenes religiosas sus temporalidades. Otra expresión de la
rivalidad entre el Estado y la Iglesia es el conflicto entre el Cabildo Eclesiás­
tico y don Manuel Vicuña. El primero se negó a reconocerle como Vicario
Apostólicp de pleno derecho, a pesar de haber tenido el pase oficial que le
reconocía como tal. Nuevamente el conflicto en manos del gobierno, el
Ministro Joaquín Tocornal dio el pase definitivo a las bulas que le permitie­
ron a Vicuña asumir como Vicario. Sin embargo, esta rencilla que no debiera
haber salido del interior de la Iglesia, le costó en parte su puesto al antecesor
de Tocornal, Ramón Errázuriz quien no pudo resolverla. Con motivo de su
renuncia, explícito el problema en forma pública desde las páginas de El
Araucano. Defendiendo su criticada indecisión para resolver el conflicto por
lo complejo de la situación, escribió: “En apoyo de mis opiniones expondré
cual ha sido la conducta de la Curia Romana desde que logró algún poder
hasta que la ilustración de los pueblos puso un dique a sus usurpaciones y
descubrió las arterias de que se valía para someter a las naciones a su yugo
o ejercer en ellas una peligrosa influencia: manifestaré igualmente cual es la
conducta que en el día observa con los países de América que tuvieron la
desgracia de pertenecer a la España, y entonces el mundo imparcial e ilustra­
do decidirá si mi intención ha sido recta”.96
El esfuerzo por separar lo que constituía el ámbito de la religión del
ámbito de la Iglesia tenía estrecha relación con la defensa del Patronato,

94 El primero importante es la interpretación del art. 5o de la Constitución, y luego serán las


leyes de cementerios laicos, registro civil y matrimonio civil de 1883.
95 Ver Mario Góngora, “Estudios sobre el Galicanismo y la Ilustración Católica en América
Española”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, n° 125 (Santiago, 1957).
96 El Araucano, n. 84, 21 de abril de 1832.
PRIMERA PARTE / CAP I / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD. 57

pero también con el proceso secularizante de la nueva generación.97 Los


intereses políticos del Estado se confunden, en este caso, con la paulatina
incorporación de un elemento laico y del discurso republicano en la cultura
política chilena. Así lo demostró el Presidente Prieto en su Discurso Inaugu­
ral a las sesiones del Congreso Nacional, cuando asoció esos derechos tradi­
cionales con los conceptos de la modernidad política: “Vindicadores celosos
de los derechos del patronato, que son los derechos mismos de la soberanía,
toca a vosotros prescribir las formas legales de nuestras relaciones con el
Pontífice romano”.98 En el proceso de consolidación de la nueva visión del
mundo, subsisten los referentes colectivos tradicionales y los nuevos. Se
trata de una alteración muy lenta y difícil de percibir a nivel de superficie; en
definitiva, un problema de predominio incierto. Lo que sí era evidente era el
malestar de los sectores más liberales contra lo que percibían como el poder
avasallador del clero. De allí que Joaquín Campino, ya en 1824, mostrara su
alarma ante el representante de los Estados Unidos, Sr. Hermán Alien, por­
que ningún diputado osaría insinuar la conveniencia de la libertad de cultos
por temor a ser asesinado. Ello hizo a Alien confesar su desconfianza ante la
posibilidad de que Chile tuviera una república verdadera con ese grado de
intolerancia.99
Si bien no podemos negar estos elementos secularizantes presentes
en los miembros más liberales de la clase dirigente, y debemos subrayar en
muchos de ellos su inclinación por el autoritarismo estatal versus el eclesial,
todo indica que el factor moderador que la religión ejercía sobre la sociedad,
en tanto referente colectivo, y el factor de seguridad sicológica que añadía la
i
posibilidad de acudir a la autoridad de la Iglesia para dirimir un conflicto
social, era un bien muy preciado.100 Ello fue reconocido desde los primeros
tiempos, y formó parte de la inspiración de Juan Egaña en su Constitución de
1823, caracterizada por sus énfasis moralistas. Así lo reconoció en carta a

97 Simón Collier, “Religious Freedom, Clericalism and Anticlericalism in Chile, 1820-1920” en


Richard Helmstadter, Freedom and Religión in tbe 19th Century (Stanford: Stanford University
Press, 1997).
98 Citado en Ramón Sotomayor Valdés, Historia de Chile bajo el Gobierno del General don
Joaquín Prieto (Santiago: s.p., 1962), tomo 1, p. 180.
99 En Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile, op. cit., p.181.
100 Ver Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia, op. cit., p. 122. El autor se refiere
a la secularización y a la democracia como factores que destruyen las “certidumbres”, al
instaurar la voluntad popular como principio constitutivo del orden. Ver también Claude
Lefort, L’Invention Démocratique (V'Añs: Fayard, 1981)
58 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Joaquín Campino, donde decía que "... la religión es el eje, y casi absoluto
móvil, no sólo de la moralidad de un pueblo, sino de su carácter nacional, de
sus costumbres, y del apego y respeto a las instituciones civiles”.101 Asimis­
mo, en su Memoria Política sobre si Conviene en Chile la Libertad de Cultos,
Egaña argumentó contra la existencia de más religiones, alegando que po­
nían en peligro la tranquilidad social, y conducían a la guerra civil. Más allá
del consenso sobre la fe verdadera y su utilidad como factor de cohesión
social, la tensión entre Iglesia y Estado fue de hecho el eje sobre el cual se
construyó la separación doctrinaria entre liberales y conservadores.102 Simul­
táneamente, en el ámbito de la fe, la religión católica permaneció práctica­
mente incontestada en todos los sectores ideológicos y sociales; la piedad
popular y las prácticas religiosas fueron un hito importante del calendario
decimonónico.103 Aun más, esta simbiosis entre catolicismo y estado chileno
que establecía la Constitución contribuyó a una identificación, explícita a
nivel de discurso público, entre el ser católico y ser chileno. “Renunciar a la
religión católica equivalía a renunciar al ser nacional. La nación, para conser­
var su identidad, debía mantenerse católica”.104 Ello, sin embargo, no impi­
dió que el proceso de cambio de actitud siguiera su curso, e invadiera áreas
relevantes de la cultura.
Diego Portales fue el exponente que con más desparpajo admitió la
utilidad de la religión como elemento de cohesión social, valorizando a la
Iglesia como instrumento de tranquilidad pública y como fuente de recauda­
ción.105 En su apego al orden, apoyó su defensa de la unión entre el Estado
y la Iglesia, a pesar del distante respeto mútuo que se dio entre el Ministro y
los eclesiásticos, debido a sus públicos deslices y licencias morales. Todo rito
oficial de la Iglesia mereció siempre su irrestricto apoyo; devolvió los bienes
confiscados al clero regular, reglamentó la asistencia oficial a las ceremonias

101 Citado por Simón Collier, Ideas y Políticas, op. cit., p. 255.
102 Es interesante notar que en el caso chileno el universo doctrinario de liberales y conservadores
era prácticamente el mismo. Sus diferencias radicaban, obviamente, en su actitud frente al
cambio y, fundamentalmente, en su actitud ante el rol tutelar del Estado sobre la Iglesia. Cfr.
Simón Collier, Conservantismo chileno, 1830-1860, op. cit.
103 Mario Góngora,"Estudios sobre Galicanismo y la Ilustración católica...”, op. cit., p. 125.
104 Ricardo Krebs, “El pensamiento de la Iglesia frente a la laicización del Estado en Chile” en
Ricardo Krebs et al., Catolicismo y Laicismo (Santiago: Ediciones Nueva Universidad,
Vicerrectoría de Comunicaciones, Pontificia Universidad de Chile, 1981).
105 Diego Barros Arana, Un decenio de la Historia de Chile (Santiago: Imprenta Barcelona, 1913),
tomo I, pp. 145-158.
PRIMERA PARTE / CAP. 1 / LOS CONSENSOS: REPUBLICA, ORDEN SOCIAL Y CATOLICIDAD... 59

religiosas, e incluso firmó un decreto en octubre de 1830 por el cual sometió


a censura los espectáculos teatrales. Con certeza, Portales comprendió que la
religión y, concretamente la Iglesia Católica, eran fundamentales como
inspiradoras de valores de orden social, por su respeto hacia la jerarquía
aristocrática, que él personalmente despreciaba pero usaba, y por su rol
unificador de los distintos grupos, en un momento en que tanto liberales
como conservadores profesaban una misma fe. Con gran franqueza recono­
ció siempre el poder de la Iglesia. Consultado sobre el próximo Obispo de
Santiago, en carta con fecha 21 de agosto de 1832, expresó su preferencia
por don Manuel Vicuña, “siempre obsecuente con el Gobierno, siempre
pronto a cooperar con él a la causa del orden”.106 El mismo Portales, de
quien la devoción religiosa no era principal característica, mantuvo una acti­
tud de respeto irrestricto a la Iglesia, consciente de que le aportaba elemen­
tos de arraigo para su concepción autoritaria del Estado. Su “volterianismo
irónico” le llevó en una ocasión a explicar a don Mariano Egaña que, a pesar
del catolicismo militante de este, su falta de ascendiente con el clero era
porque “... Ud., don Mariano, cree en Dios, y yo creo en los curas”.107
Patética, pero graciosa es la anécdota que relata su encargo a Antonio
Garfias de una larga lista de implementos para equipar y adornar una capilla
en su fundo cercano a La Ligua. Aunque le ruega que compre lo más barato
posible, reconoce tener que hacer este gasto en “honra y gloria de Dios para
domesticar esta gente”. No en vano, don Rafael Valentín Valdivieso hizo la
Oración Fúnebre a su muerte, reconociendo los servicios prestados. “Yo
quisiera, señores, que mis débiles fuerzas igualasen a la importancia del
asunto, a vuestros deseos y esperanzas, y a los transportes de gratitud con
que me siento conmovido cuando recuerdo la distinguida predilección que
le debí, aún sin haberle jamás servido ni tratado; pero, donde desfallezca y
se abata mi voz, hablen sus hechos esclarecidos y vuestro justo entusias­
mo”.108 Allí también le reconoció que gracias a su gestión se restablecieron

106 Cfr. Ernesto de la Cruz (compilador), Epistolario de Don Diego Portales (Santiago: Ediciones
de la Biblioteca Nacional, 1936), citado por Sergio Villalobos, Portales, una falsificación
histórica, op. cít., p. 260. El conflicto soobre su nombramiento está descrito en páginas
anteriores.
107 Francisco Encina y Leopoldo Castedo, Resumen de la Historia de Chile (Santiago: Zig-Zag,
1957).
108 limo. Sr. Rafael Valentín Valdivieso, “Oración Fúnebre en elogio del señor ministro don
Diego Portales”, en Oradores Sagrados Chilenos, Biblioteca de Escritores de Chile (Santiago:
Imprenta Barcelona, 1913), p. 149-
60 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

los seminarios conciliares, cuya juventud florida anuncia a la Iglesia días


de gloria y prepara a los fieles sacerdotes celosos e ilustrados”.109 Asimismo,
le agradeció su piedad expresada en organizar expediciones misioneras, en
consolar viudas y huérfanos y en extender su generosidad a cuantos estuvie­
ran en la miseria.
Significativa paradoja con la que termina la década de 1830. Portales,
el primer hombre público que había osado desafiar la moral católica en
forma reconocida aunque no pública, pero que sin embargo, había manteni­
do una postura de apoyo institucional hacia la Iglesia, moría como el cristia­
no por excelencia. Es la paradoja del período que continúa, donde se encon­
trarán tensamente las tendencias secularizantes, que paulatinamente van
negando el significado social e institucional de la fe, con quienes sostienen
la necesidad de la unión entre las instituciones tradicionales y modernas,
para transitar sin exabruptos hacia una modernidad, que no ponga en riesgo
el orden público ni el orden social que sustenta los privilegios y la hegemo­
nía en el poder de la clase dirigente.
La década de 1840, polemizando sobre lo humano y lo divino, permi­
tirá que se abra un campo de batalla que en el terreno de las ideas hará sus
primeros estragos, y que por lo tanto hará surgir los bandos en pugna, y
polarizará a quienes se batan por el establecimiento de formas de sociabili­
dad modernas, críticas y racionales, y por la pervivencia de una opinión
pública donde se debatan los proyectos de sociedad alternativos que van
surgiendo.

109 Ibid., p. 102.


Los actores y su contexto:
La opinión pública en escena

1. La clase dirigente y su proyecto


La creación de una nueva institucionalidad republicana para sustituir
la legitimidad monárquica, después de la independencia política de España,
fue obra de actores políticos que asumieron la representación de la nueva
nación en virtud de su rol de liderazgo social, o por su vinculación con las
instancias participativas que permitía la administración peninsular. Este gru­
po constituyó lo que se ha denominado elite o clase dirigente, y que algunas
corrientes historiográficas llaman aristocracia, término que sólo parece apli­
cable en su acepción como los más capacitados. Para los efectos de este
análisis, baste decir que es el grupo donde se concentró el poder, la autori­
dad y la influencia.1 El consenso ideológico que la cohesionaba imprimió su
sello a su tiempo; como grupo fue capaz de responder articuladamente a lo
que percibió como amenazas, y produjo sus propias justificaciones, que no
fueron solamente afirmaciones de identidad, sino armas defensivas podero­
sas y eficaces.2
La clase dirigente chilena no necesitó imponer su autoridad frente a
grupos rivales. Era el grupo llamado naturalmente a gobernar, como herede­

1 Para una aproximación al concepto de elite que se maneja en este trabajo, ver Guy
Chaussinand-Nogaret, J.M. Constant, C. Durandin y A. Jouanna, (eds.), Histoire des Elites en
France, du XVIeau XXe Siécle (París: Editions Tallandier, 1991). Para el caso chileno, ver
Sergio Villalobos, Origen y Ascenso de la Burguesía Chilena, (Santiago: Editorial Universitaria,
1987).
2 Cfr. Alberto Edwards, La fronda aristocrática, op. cit.
62 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... ! ANA MARIA STUVEN VATTIER

ro legítimo de la autoridad monárquica removida. Ella debía llenar el “espa­


cio vacío” que dejaba el monarca en las legitimidades americanas. Sus
personeros habían ocupado los principales puestos durante los últimos años
de gobierno español, y eran reconocidos por sus pares como los únicos y los
mejores. Elite, “aristocracia a la americana”, o clase dirigente son sinónimos
durante comienzos del siglo diecinueve.3 Era un grupo dividido en núcleos
familiares, con carácter de clase, producto de la evolución de esferas de
influencia, relaciones familiares e intereses comunes. Un viajero francés,
Gabriel Lafond de Lurcy observó que a lo menos veinte familias principales
encabezaban la sociedad como protagonistas en los asuntos sociales y polí­
ticos del país. Lo anterior parece una exageración. Vicente Carvallo y
Goyeneche vislumbró doscientas familias a fines del siglo XVIII en lo que
llamó el “vecindario noble”, descendientes de los capitanes de la guerra de
Arauco, o de los comerciantes vascos establecidos en Santiago, los cuales
invirtieron sus utilidades en la tierra, desde el valle del Choapa hasta no
mucho más al sur del Río Maipo.4 La familia era la unidad fundamental,
como heredera del espíritu de comunidad antiguo, y como garantía de cohe­
sión de clase, o de ascenso social. La expresión de este espíritu aristocrático
se encuentra en la existencia de los mayorazgos, destinados a hacer perdurar
la prosperidad de las familias, los cuales fueron duramente criticados desde
los inicios de la república, especialmente por O’Higgins, quien en 1818 man­
dó abolirlos, ganándose con ello la enemistad del grupo dirigente, el cual se
aseguró que su decreto no fuera nunca aplicado.
La clase dirigente era la clase de los propietarios; en un comienzo,
sobre todo de terratenientes, cuyas fortunas provenían del comercio. Entre
los comerciantes se concentraba la mayoría de los extranjeros residentes,
siempre bien acogidos e incorporados, como reconoce el viajero alemán
Peter Schmidtmeyer en sus crónicas, donde incluye una mención al sentido
de imitación del chileno hacia todo lo que viene de Europa.5 Lo mismo

3 Mario Góngora habla de “aristocracia a la americana” en su Ensayo histórico sobre la noción


de estado... op. cit. Diego Barros Arana sostiene que la clase dirigente tenía “ideas aristocráticas”
en su Historia General de Chile (Santiago: Rafael Jover, 1884-1902), tomo VII, pp. 431-432,
aunque pone en duda los orígenes aristocráticos de las familias criollas, ya que los aristócratas
que vinieron como gobernadores o con otros cargos, en general no dejaron descendencia en
el país.
4 Citado por Ricardo Donoso, Las ideas políticas, op. cit., p. 116.
’ Peter Schmidtmeyer, Viaje a Chile a través de los Andes, (Buenos Aires: Editorial Claridad,
1947).
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 63

reconoce otro viajero, Samuel Haigh, quien en 1817 visitó Chile por primera
vez, sorprendiéndose que los chilenos sean "... preferentemente atentos con
los extranjeros, tanto que no era fuera de uso que detuvieran a un extranjero
en la calle, en la puerta o venta de alguna casa para invitarle y darle hospi­
talaria acogida”.6 Según un censo, entre 1817 y 1819, vivían en el país, 137
extranjeros, sobre todo concentrados en Valparaíso y Santiago, con un claro
predominio de ingleses y estadounidenses. Se incorporaron rápidamente
con las principales familias, a través de lazos de parentesco, borrándose
tempranamente la condición de inmigrante. En el período 1810-1830 llegó
también al país un contingente de personalidades, algunas de ellas contrata­
das por el gobierno, como Lord Cochrane, invitado por O’Higgins como
almirante de la escuadra chilena. Jorge Beauchef, Benjamín Viel, Juan
Mackenna y Guillermo Tupper son algunos de los franceses e ingleses que
ingresaron a las filas militares. Así, médicos, como Guillermo Blest y Nataniel
Cox, profesores como Ambrosio Lozier y Diego Thompson, y matemáticos
como Andrés Antonio de Gorbea fueron atraídos hacia el país por la clase
dirigente imbuida de la ideología del progreso.
Respecto de la clase dirigente del país, en una carta a un amigo vene­
zolano, Andrés Bello le explica que en Chile dirige el país la “clase de los
propietarios”, para suerte de éste.7 Manuel Montt, por su parte reconoce la
enorme distancia que separaba al grupo dirigente de la masa del pueblo, en
una carta de 1845 a Salvador Sanfuentes, donde dice que “los partidos están
reducidos a propietarios y no propietarios, gente de frac y gente de manta”.
Como escribe Mario Góngora, se trata de un grupo que domina la propie­
dad, y que también siempre estuvo abierto a los altos funcionarios y a los
militares salidos de los estratos medios, en la medida que su anhelo de
orden, garantía de su sobrevivencia, exigía acuerdos pragmáticos para perse­
guir los fines propuestos.8 Por eso, Góngora, refiriéndose al régimen portaliano,
afirma que “... presupone que la aristocracia es la clase en que se identifica
el rango social, y todos sus intereses anexos, con la cualidad moral de prefe­
rir el orden público al caos”.9 Esto sería el “principal resorte de la máquina”,

6 Samuel Haigh, Viaje a Chile durante la Epoca de la Independencia (Santiago: Imprenta


Universitaria, 1917), p. 34.
7 Citada en Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción..., op. cit., p. 45 .
8 En los comienzos de la vida republicana los caudillos militares provenían de la elite criolla
de raigambre colonial.
9 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción..., op. cit., p. 46.
64 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION.. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

al que alude Portales en una de sus cartas, y el gran aporte de éste, haber
vinculado el estado autoritario a una forma legal, la Constitución de 1833, y
a un grupo determinado, la clase dirigente.
Algunos miembros de la clase dirigente se entroncaban con la noble­
za peninsular; hubo doce títulos de Castilla asignados en Chile, la mayoría de
ellos comprados en diferentes sumas. No obstante, no fue su pertenencia a
una aristocracia de sangre la que legitimó el liderazgo político. Criollos en su
gran mayoría, sentían a Chile como su patria. Los vínculos con la tierra, con
la gente, con su historia, estaban arraigados, y aunque no podemos hablar
propiamente de la existencia de una nación, en la interacción para la crea­
ción de una institucionalidad estable, este nuevo grupo dirigente iría defi­
niendo sus expectativas para la futura nación. Por lo tanto, escribir sobre la
clase dirigente del siglo diecinueve es escribir sobre la nación que en un
primer momento ellos representan como únicos portavoces. Son su espejo y
el reflejo de su imagen; el “lugar de memoria” donde se reflexiona sobre la
nación.10
Efectivamente la independencia conquistó una existencia autónoma
como naciones soberanas, para los nuevos estados latinoamericanos. Para el
caso chileno se trata, sin embargo, de una nación difícil de conceptuar, ya
que presenta varios problemas. El primero, que Chile aparece como una
nación sin ningún afán nacionalista previo a la independencia. Segundo, esta
nación no necesariamente se remonta a una comunidad dotada de una espe­
cificidad lingüística y cultural, religiosa o étnica distinguible, en la medida en
que Hispanoamérica es una gran nación sin identificaciones claras en su
interior. Como escribe Franyois-Xavier Guerra: “El problema de América La­
tina no es el de nacionalidades diferentes que se constituyen en estados, sino
más bien el problema de construir, a partir de una misma ‘nacionalidad’
hispánica, naciones separadas y diferentes”.11 Lo anterior se aplica plena­
mente al caso chileno, lo cual no implica decir que el nuevo estado no

10 Con esta afirmación no pretendemos desconocer que el sector popular llevaba en forma
paralela una existencia, para estos efectos anónima, pero no por ello menos destacable
como integrantes de la nación. Tan sólo sostenemos que no son interlocutores públicos en
el proceso de construcción de la nación y el estado, liderados por el grupo dirigente. Cfr.
Sergio Villalobos, Historia del Pueblo Chileno (Santiago: Instituto Chileno de Estudios
Humanísticos, 1980), Julio Pinto y Gabriel Salazar, Historia de Chile (Santiago: Lom, 1999).
11 Francois-Xavier Guerra, “La Nation en Amérique Espagnole: le Probléme des Origines”, en
Jean Baechler et al.. La Nation (París: Gallimard, s/a), p. 87
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 65

tuviera como base de apoyo alguna identidad colectiva reconocible. Tan


sólo se afirma que fue la definición política de nación, como estado sobera­
no, la que precedió su definición en clave cultural, como comunidad dotada
de una identidad singular. A diferencia de lo que sucedía con las naciones
europeas, Chile asumía como contenido de la nación constituir un nuevo
modelo de comunidad política, especialmente como una combinación inédi­
ta de ideas, imaginarios, valores y comportamientos respecto de la manera
de concebir la nueva colectividad humana: su estructura íntima, su vínculo
social, su relación con la historia, los derechos, y con el pueblo en represen­
tación del cual se asumían obligaciones políticas. En ese sentido, la nación
se funda como una unión de voluntades, más que como el resultado natural
de identidades pre-existentes.12
La clase dirigente chilena constituyó la sociedad civil, dándole la co­
herencia necesaria para consolidar una sociedad política. Consciente de que
la república exigía una concepción moderna de sociedad civil que incluyera
a todos los habitantes del país, tuvo especial cuidado en que sociedad civil y
política; derechos civiles y políticos, no fueran nunca equivalentes.13 Aunque
algunas conceptualizaciones sostienen que la sociedad civil sólo existe como
corolario de una autoridad estatal despersonalizada, durante el siglo dieci­
nueve en Chile eso no se dio, en la medida en que la autoridad se apoyaba
en un grupo específico, fácilmente identificable y con lazos no sólo ideoló­
gicos sino también familiares que le daban consistencia.14 No obstante, en el
proceso necesario de consolidación de la nación, era fundamental que asu­
miera forma una sociedad civil que la fuera constituyendo en su diálogo con
l
la autoridad elegida y consagrada por el mismo grupo. Ello dio origen al
surgimiento de lo social, entendiendo a la sociedad como “la forma en la
cual el hecho de la mutua dependencia para la vida... asume significación
pública, y donde las actividades conectadas con la mera sobrevivencia apa­
recen en público”.15 En ese diálogo de sobrevivencia como grupo dirigente,
consciente de su necesidad de imponer el orden social, además del público,
y de constituir la nación, los miembros de la clase dirigente emprendieron

12 Ibid., p. 88.
13 Para la conceptualización de sociedad civil, cfr. Emmanuel J. Sieyés, ¿Qué es el Tercer Estado?
(México: UNAM, 1989)
14 Cfr. Jurgen Habermas, The Structural Transformaron of the Public Sphere, op. cit.
15 Hannah Arendt, The Human Condition (Barcelona: Paidós, 1996), p. 46.
66 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

un diálogo, polémico como veremos más adelante, no sólo al interior de


“palacio”, sino también en la esfera pública, donde se expresa la sociedad
civil e interactúa con su propio proyecto. Esta forma de interacción constitu­
ye a este grupo en creadores y únicos portavoces de la opinión pública.

2. Prensa, opinión pública y la generación de 1842

Entendemos por opinión pública, siguiendo la definición clásica de


Habermas, las reflexiones críticas de un público competente para formarse
sus propios juicios.16 El mismo autor fecha su surgimiento a finales de siglo
XVIII en Europa, con el surgimiento de la sociedad civil, y el aparecimiento
en consecuencia de una esfera pública concebida como la esfera de los
privados que se reúnen en público, usando como medio la razón. En Euro­
pa, la nueva esfera de lo social constituyó el campo de batalla entre la opi­
nión pública y el poder público; una forma de contacto entre el Estado y la
sociedad. En Chile, donde la república era consensúa! a todos los miembros
opinantes de la sociedad, durante las primeras décadas de vida independien­
te, el enfrentamiento con el poder público fue restringido a oposiciones
coyunturales sobre la forma de conducir los procesos de creación institucional,
los cuales se daban al interior de un consenso social y valórico que sólo en
contadas ocasiones y por breve plazo amenazó con socavar las bases de
acuerdo. En la esfera pública, los privados miembros del grupo dirigente,
elaboraban sus ideas y proyectos para el país. Los temas sociales, culturales
y políticos fueron considerados legítimamente tareas cívicas de una sociedad
comprometida en el debate público crítico.
El periodismo, la prensa, fue el conducto por excelencia para el de­
bate público. Los panfletos y folletos que circularon incluso antes de la Inde­
pendencia fueron su antecesor. Conscientes de la importancia de la opinión
pública, ya en 1810, Juan Egaña instó a publicar un periódico para “unifor­
mar la opinión pública a los principios del gobierno”.17 Así, surgieron La
Aurora de Chile que completó 58 ediciones, y El Monitor Americano. Luego
del triunfo militar patriota, hubo una verdadera ebullición de periódicos de

16 Cfr. Jurgen Habermas, op. cit.


17 Hernán Godoy Urzúa, La Cultura Chilena: ensayo de síntesis y de interpretación sociológica
(Santiago: Universitaria, 1982), p. 250.
PRIMERA PARTE / CAP, II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA Ó7

alto contenido ideológico, como puede apreciarse en algunos de sus títulos:


El Amigo de la Ilustración (1817), El Censor de la Revolución (1820), Tizón
Republicano (1823) El Liberal (1825), El Patriota Chileno (1826), El Sufragante
(1829) El Amigo de la Constitución (1830), por mencionar sólo una parte. En
los años 30, el número de periódicos sobrepasó el centenar, aunque todos
ellos tuvieran una corta existencia.18 Sin embargo, en Chile, especialmente a
partir de la década de 1830 y el fortalecimiento de la imagen del intelectual
como portavoz de la opinión pública, la prensa se convirtió en espacio pri­
vilegiado de polémica, constituyéndose cada órgano en un interlocutor en sí
mismo a través de sus editores, con la activa participación de los lectores, a
través de cartas a los editores.19 La polémica indicaba la colisión entre las
ideas antiguas y las nuevas, y la prensa se constituía en el punto de encuen­
tro de las distintas posiciones frente a la organización del estado y las defini­
ciones que se esperaba de la nación. Como la clase dirigente era un grupo
bastante homogéneo y pequeño que controlaba el poder político y social,
los interlocutores de las polémicas, es decir, aquellos que discutían y expo­
nían sus ideas en público, se encontraban siempre, especialmente en las
primeras décadas de la república, relativamente cercanos al poder, o confun­
didos con él. Ello ha justificado que, a diferencia del caso francés, no se
considere que exista en la época en Chile una opinión pública moderna, en
la medida que el hombre de pensamiento se confundía con el hombre de
acción.20 No obstante la veracidad de esa coincidencia, no era desde el Esta­
do desde donde se regulaba la discusión como en el Antiguo Régimen,
aunque en algunas ocasiones los polemistas privilegiaran una “razón de es­
tado” por sobre el rigor de su pensamiento intelectual. Fue el caso, en varias
polémicas a las que nos referiremos más adelante, de Andrés Bello, y tam­
bién de liberales tan exaltados para su época como José Victorino Lastarria y
Pedro Félix Vicuña.

18 Ibid.
19 Juan Eduardo Vargas sostiene que la vida política tuvo escasa repercusión en la prensa
durante la llamada “anarquía”, a pesar de la cantidad de periódicos, alrededor de cien, que
circularon esporádicamente en el período. “El Pensamiento Político del Grupo Estanquero,
1826-1829” en Historia n° 9 (1970), pp. 7-36.
20 Cfr. Alien Woll, A Functional Past: The Uses Of The History In Nineteenth Century Chile
(Baton Rouge: Lousiana State University Press, c 1982) y la crítica de Ana María Stuven,
“Comentario al libro de Alien Woll: A Functional Past” en Opciones (1988). También Gertrude
Mayoka Yeager, Barros Arana's Historia General de Chile: Politics, History and National
Identity (Texas: Texas Christian University Press, 1981).
68 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Para efectos de saber quiénes eran los que discutían, es decir, los
interlocutores de las polémicas que nos ocupan, es necesario situarse
cronológicamente en ese estado portaliano que, contextualizado culturalmente,
coincide con lo que se ha llamado la generación romántica. Esta fue esen­
cialmente diferente de la generación romántica europea, en la medida en
que este grupo no fue nunca alejado del poder en Chile, sino al contrario,
reinstalado en el gobierno político, a partir del triunfo de Lircay en 1830. Eso
no significa que la generación romántica haya permeado todo el espectro
político; de hecho sus partidarios y detractores protagonizaron una ardiente
polémica. Hombres como Prieto, Egaña, Bulnes o Montt estaban alejados del
espíritu romántico; a Portales obviamente lo separaba un mundo. Tampoco
significa que pueda hacerse una lectura directa de las inspiraciones del ro­
manticismo europeo al caso chileno, aunque parte importante de los libros
que llegaban y que se publicaban en Chile correspondían a autores román­
ticos. Víctor Hugo, Lamartine, Byron, Goethe, Herder, Larra, Espronceda y
Zorrilla eran los autores que salían de las imprentas de las editoriales estable­
cidas por los españoles Manuel Rivadeneira, José Santos Tornero y Pascual
Esquerra. Los chilenos, influidos por la lectura que hacían de los románticos
los exiliados argentinos, especialmente Domingo Faustino Sarmiento y Vi­
cente Fidel López, devoraban las obras románticas, apropiándoselas para
adaptarlas a la construcción social a la que debían servir las ideas.21 La in­
quietud por el romanticismo, así como el republicanismo, el liberalismo,
incluso la filosofía de la historia y el lenguaje, se refieren a las prácticas
políticas y culturales que pueden derivarse de sus lecturas. Ellas están en el
origen de las polémicas de la década de 1840 que nos ocuparán. Estas indu­
dablemente se dan en un contexto que se relaciona con la evolución políti­
ca, social, económica que tiene la república en sus primeros años de vida
independiente, y que justifican la afirmación de Mario Góngora, en el sentido
de que la Generación de 1842 es el primer punto de inflexión de la primera
definición de nación. También considera Góngora que 1840 es el período
natural para examinar el enfrentamiento de las mentalidades vieja y nueva.22

21 Sobre el romanticismo en América, ver Emilio Carilla, El romanticismo en América hispana


(Madrid: Gredos, 1975) para el caso chileno, Hernán Godoy Urzúa, La Cultura Chilena, op.
cit., p. 327 et passim.
22 Mario Góngora, Estudios sobre la Historia Colonial de Hispanoamérica (Santiago: Universitaria,
1998).
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 69

Así como ellas son importantes y atractivas porque generan un diálogo cul­
tural, también lo son sus actores conocidos como la Generación de 1842.
Los autores que polemizaron en la década del 40 y posteriores fueron
una generación que incluyó maestros y discípulos, nacidos entre 1780 y
1810. Todos compartieron, en el tiempo, su cercanía cronológica con el
proceso de independencia y su participación en la reflexión sobre la nación
y el estado. Especialmente, algunos nacidos en otros países, todos convivie­
ron en el Chile de los años 40, dando cuerpo a sus preocupaciones.23 Todos
ellos compartieron las convicciones comunes a su tiempo; el “espíritu del
tiempo”, que marcaba una concentración especial hacia el pensamiento libe­
ral que provenía de Europa, y hacia la discusión de ideas conducentes a
explicar y orientar los cambios históricos que su misión de organizadores del
estado y forjadores de la nación requería. Todos compartían también el
apego a ideas republicanas, su preocupación por los temas religiosos y la
vinculación entre Iglesia y Estado; todos temían a la anarquía que asolaba a
otros países americanos, privilegiando el orden social frente a todo cambio
por temor al caos. Todos ellos tenían la relación política y cultural con la
Madre Patria como referente necesario, fuera para emularla o rechazarla. La
creencia en el progreso como destino moldeaba su pensamiento y su re­
flexión; el cambio y la transición que conduce a él, era inspiración de todo
debate.
Las figuras más relevantes de la Generación de 1842 para las polémi­
cas que analizaremos son: Andrés Bello, José Victorino Lastarria, Salvador
Sanfuentes, Jacinto Chacón, José Joaquín Vallejo, Francisco Bilbao, Pedro
í
Félix Vicuña, Manuel Antonio Tocornal, y los argentinos Domingo Faustino
Sarmiento, Vicente Fidel López y Juan Bautista Alberdi. Sin embargo, para la
posibilidad de la polémica, sus límites y su desarrollo, por ser su referente
desde el poder, son fundamentales algunas figuras políticas, como los Presi­
dentes Manuel Bulnes (1841-1851), y Manuel Montt (1851-1861), así como el
gran Ministro de ambas décadas, Antonio Varas. En las posturas eclesiásticas
frente a la polémica, Monseñor Rafael Valentín Valdivieso es la figura pública
de mayor relevancia, y quien representa la autoridad y poder de la Iglesia.

23 Ortega y Gasset establece la “comunidad de fechas y comunidad espacial” como los atributos
primarios de una generación. Cfr. José Ortega y Gasset, En torno a Galileo (Madrid: Alianza,
1982). También H. Stuart Hugues, Conciencia y Sociedad. La Reorientación del Pensamiento
Social Europeo, 1890-1930 (Madrid: Aguilar, 1972), p. 14.
70 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... ! ANA MARIA STUVEN VATTIER

Circunstancias especiales contribuyeron al surgimiento y expresión de la


Generación de 1842, especialmente la llegada a Chile de los miembros más
prominentes de la llamada Generación de 1837 argentina. Los mencionados
Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, y Domingo Faustino Sarmiento
son las figuras que más influyen en Chile, junto a Félix Frías, Juan María
Gutiérrez y Bartolomé Mitre. Los argentinos se habían iniciado antes en el
estudio de los pensadores franceses. El socialismo del Conde de Saint-Simon
y de Pierre Leroux, la filosofía del derecho de Lerminier, y la filosofía de la
historia de Cousin, Jouffroy, y Chateaubriand, son algunos de los temas que
la “provincia argentina flotante” (la expresión es de Alberdi) trajo para su
discusión en Chile.

3. Bases intelectuales y políticas de la polémica


Andrés Bello (1781-1865) fue sin duda la figura descollante en la vida
intelectual chilena desde 1830. Como maestro, como periodista, como pen­
sador, como jurista, incluso como hombre de letras y lingüista, es la figura
más importante del período de consolidación nacional y republicana del
siglo XIX. Fue “un constructor de instituciones”. Transitó entre los siglos
XVIII y XIX, alcanzando a participar como oficial en la burocracia imperial
española, a ser actor en los procesos de independencia, y a ser una persona
clave en las definiciones que asumió el estado chileno. Bello nació en Cara­
cas, en 1781, donde recibió una excelente educación, la cual le permitió ser
instructor de Simón Bolívar y asistente de Alexander von Humboldt durante
la permanencia de éste en Venezuela. En 1808 llegó a ser editor de la Gaceta
de Caracas, el primer periódico venezolano. Debido a su enorme capacidad
y también a su conocimiento de idiomas, Bello fue encargado por el primer
gobierno criollo de su país de representarlo ante Inglaterra, en compañía de
Simón Bolívar, para obtener apoyo inglés en caso de ataque español. El
destino quiso que permaneciera durante 19 años. Allí conoció a Francisco
Miranda quien le facilitó su biblioteca, mientras Andrés Bello trabajaba ar­
duamente para mantener a su creciente familia. Ello le permitió ayudar a
James Mili a descifrar la escritura de Jeremy Bentham, cuya obra conocía
desde su participación en el círculo del Edinburgh Review, fundado en 1802,
y que reunía a filósofos utilitaristas.24 El contacto con este grupo fue decisivo

24
Sol Serrano, Universidad y Nación (Santiago: Universitaria, 1994), p. 75.
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 71

en su concepción de universidad científica que adoptaría la Universidad de


Chile. En este período murió su primera mujer y su hijo menor. En 1822 fue
contratado por el gobierno chileno en su servicio diplomático, permitiéndosele
así retornar a su actividad intelectual. De los años siguientes son la Biblioteca
Americana (1823) y el Repertorio Americano (1826-7), publicados con Juan
García del Río, periódicos determinantes en el proceso de maduración de la
visión de Bello sobre la cultura hispanoamericana.
Con el tiempo, sus relaciones con Bolívar se deterioraron, lo que en
gran parte motivó que en 1829 Bello se asentara en Santiago, trayendo con­
sigo su experiencia y reflexión sobre el funcionamiento y la naturaleza de las
instituciones políticas europeas, y un largo proceso de meditación sobre el
potencial de los estados latinoamericanos. Cumplió un rol fundamental en la
creación de la opinión pública chilena como director de El Araucano, desde
1830 hasta su retiro en 1853. En 1837 fue elegido Senador, siendo reelegido
en 1846 y 1855. Especial mención merece su participación en las discusiones
sobre la Constitución de 1833, y su redacción del Código Civil promulgado
en 1855.
Como educador, Bello fue director del Colegio de Santiago, tutor de
muchas figuras que lideraron la crítica intelectual de los años 40, y primer
rector de la Universidad de Chile, cargo que ocupó durante 4 períodos con­
secutivos, hasta su muerte. Su producción intelectual abarca 15 volúmenes
que incluyen estudios sobre gramática, derecho, astronomía, por separado
de sus creaciones teatrales, poéticas y periodísticas.
Ninguna de sus obras convirtió a Bello en un hombre pedante. Más
k
bien parece haber sido tímido, sensible y afectuoso; lamentando siempre las
pérdidas de su vida: su patria, y 9 de sus 15 hijos. No obstante, parece haber
tenido sentido del humor y, sobre todo, haber sido un gran conversador en
las numerosas tertulias que organizaba o en las que participaba. “Todos
fuimos discípulos de Bello o discípulos de sus discípulos”, admitió Miguel
Luis Amunátegui. Murió en 1865; dicen que intentando leer trozos de poesía
latina y griega.25
La obra principal de Bello puede clasificarse en tres grandes áreas:
lenguaje y literatura; educación e historia; y derecho, relaciones internacio­
nales y gobierno. Justamente, en esas áreas es donde él colma todo el espa­

25 Ivan Jaksic, ed., Andrés Bello: selected writings ofAndrés Bello (New York: Oxford University
Press, 1997).
72 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

ció de la opinión pública y donde ejerce con más pasión y brillo la polémica
que ocupará los capítulos siguientes. Sus obras, sumadas a su participación
polémica, permiten aquilatar la complejidad del personaje. Por una parte, un
hombre de su tiempo, que vive la complicada transición de los países lati­
noamericanos, desde las seguridades y estabilidades que aportaba la monar­
quía, hacia las repúblicas riesgosas y caóticas. Lo anterior está en el origen
de la preferencia de Bello por el orden social, base de toda posibilidad de
institucionalidad y comercio, lo cual hizo explícito al comentar en 1835, una
obra del filósofo Ventura Marín: “Lo que para nosotros hace particularmente
apreciables los trabajos de este ilustrado profesor... es la unión amigable y
estrecha que en ellos se advierte constantemente de la liberalidad de princi­
pios con el respeto religioso a las grandes verdades que sirven de fundamen­
to al orden social”.26 De allí también su énfasis en la educación, ejercida
también en la formación de una opinión pública, hacia la virtud cívica, la
única que permitiría el funcionamiento de las instituciones republicanas. Lo
anterior ha ocasionado muchos malos entendidos que afectan nuestro relato,
como por ejemplo, las comparaciones de Bello con José Joaquín de Mora,
otro gran maestro de la Generación de 1842; educador como Bello, y direc­
tor del Liceo de Chile. Algunas simplificaciones han querido mostrar a Mora
como el liberal y romántico; a Bello como el clasicista y conservador. Sin
embargo, como sucede con la mayoría de los publicistas e intelectuales que
interactúan en estas páginas, ambos están formados en los ideales ilustrados
y ambos estuvieron claramente influidos por el romanticismo de cuño fran­
cés. Basta leer algunos poemas de Bello, como los que publicó en el Museo
de Ambas Américas, periódico editado por su amigo García del Río en
Valparaíso en 1842, para comprender cuánto le influyó el romanticismo y su
lectura de Víctor Hugo. Su poema “La Oración por Todos” contiene verdade­
ras explosiones emocionales que, aunque asimilables a Víctor Hugo, son
fruto de su propia experiencia de vida. “El Proscrito”, poema que quedó
inconcluso, es tal vez el intento más ambicioso de Bello por escribir poesía
romántica; no obstante, como sostiene Antonio Cussen allí expresa sus nos­
talgias por el modelo clásico.27 Su influencia romántica, es aparentemente

26 El Araucano, 9 de octubre de 1835 en Andrés Bello, Obras Completas (Santiago: Imprenta de


Pedro G. Ramírez, 1883).
27 Antonio Cussen, Bello and Bolívar: Poetry and Politics in tbe Spanish American Revolution
(New York: Cambridge University Press, 1992).
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 73

contradictoria con las posiciones que asume en sus polémicas y con su rigor
clasicista. La contradicción aparente, característica de los personajes de la
Generación de 1842, entre ideas y propuestas, entre pensamiento y práctica
no es más que parte del diálogo interno entre el mundo tradicional y el
mundo moderno. Las polémicas no son más que el espacio donde esa ten­
sión adquiere forma para reflexionar sobre el estado y la nación en proceso
de construcción.
Ese espacio se hizo posible, en parte, gracias a la llegada al poder del
General Manuel Bulnes, en 1841, hombre de consenso, quien daba garantías
tanto al ejército como general vencedor durante la Guerra contra la Confede­
ración Perú-Boliviana, como al grupo dirigente civil, por ser un hombre
alejado de los partidos, con honores personales que permitían zanjar la dis­
crepancia entre la candidatura conservadora de Joaquín Tocornal, y la liberal
del ex-presidente Manuel Antonio Pinto. Bulnes era una figura de unidad,
que permitía borrar las controversias políticas que generó la figura de Porta­
les, así como disipar los temores de quienes veían en Pinto la posibilidad de
vuelta atrás en la política ordenadora que había conducido el Presidente
Prieto.
Manuel Bulnes había nacido en Concepción en 1799, y desde los 12
años formó parte del brazo armado de la república. Durante la Guerra de
Independencia, fue apresado por la autoridades españolas y confinado a la
Isla Quinquina. En 1817 volvió al ejército al mando del general Ramón Freire,
y durante los conflictos de 1829, combatió con los conservadores bajo el
mando del futuro Presidente, José Joaquín Prieto, del cual era además pa­
riente. No sólo por su filiación militar, sino por su carácter recio y una fuerte
voluntad, era partidario acérrimo del orden social; se propuso y logró el
aniquilamiento de los Pincheira que atemorizaban a la población en el área
cercana a Chillán. Por este mismo rasgo de su personalidad, consideraba que
su misión pública exigía el sacrificio de sus afectos, y esa actitud le comuni­
caba a sus tropas. “Digamos un adiós a las costas de Chile, y no volvamos a
acordarnos de nuestros hogares, ni de nuestros hijos, ni de nuestras esposas,
sino para honrarlos con la vista de nuestros laureles...”, expresó en una
proclama dirigida el 5 de julio de 1838, al embarcarse con sus tropas en
Valparaíso.28 Las virtudes de Bulnes fueron reconocidas por algunos extran­
jeros, entre ellos el Cónsul General francés Jacques Cazotte, quien comen­

28 Alfonso Bulnes, Bulnes, 1799-1866 (Buenos Aires: Emecé Editores, 1946), p. 69.
74 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

tando las elecciones presidenciales de 1846, alabó las condiciones del Man­
datario: “Don Manuel Bulnes es de elevada estatura y de considerable corpu­
lencia. Su aspecto es noble y abierto, (...) Es lacónico y preciso en el mando:
recibe a todos los que tienen trato con él con la mayor benevolencia y
siempre está pronto a prestar un servicio. No se le conocen enemigos, ya
que es indulgente más allá de todo lo que pueda decirse. No ama las grandes
reuniones...”29 Su único defecto, reconocido por Cazotte, era la tendencia de
Bulnes hacia el nepotismo.
Poco antes de asumir el Gobierno, Bulnes se casó con Enriqueta Pinto
Garmendia, hija de Manuel Antonio Pinto, personaje clave en los rumbos
que asumió su política. Ella aportó el interés y la formación intelectual, que
complementaba los propósitos de desarrollo cultural y de paz social, que
animaron desde los comienzos al gobierno de Bulnes. Juan Bautista Alberdi,
exiliado en Chile durante esos años, relató que, a diferencia de su esposa,
Manuel Bulnes era enemigo de las reuniones de salón, muy lacónico y poco
dado a las digresiones intelectuales. Ella, en cambio, fue amiga de Claudio
Gay, de Domeyko, de Bello; también de José Joaquín de Mora y del futuro
presidente argentino, Bartolomé Mitre. Aparentemente, el carácter reflexivo
e independiente de Enriqueta, fue un apoyo también para las medidas con­
ciliadoras que tomó su marido desde su llegada a la Presidencia, especial­
mente la ley de amnistía a todos los desterrados por causas políticas que
promulgó en octubre de 1841, la cual incluyó a figuras tan ilustres como
O’Higgins y San Martín. Este gesto conciliador, sumado a las garantías de
compartir el espíritu de orden, fue un incentivo para que todos los sectores
comenzaran a aflojar sus tensiones políticas y a pensar, con él, en la conso­
lidación de la nación, hasta ahora descuidada por la necesidad de construir
un Estado que funcionara eficiente y ordenadamente. En ese espíritu se
fundan sus grandes medidas civilizadoras: la Escuela Normal de Preceptores,
la Universidad de Chile, la subvención a la prensa periódica, que permitió
que surgiera el primer diario santiaguino, El Progreso; la fundación de la
Escuela de Artes y Oficios, la Escuela de Agricultura, el Conservatorio de
Música, la Academia de Pintura, y la contratación de Claudio Gay que dio
vida al Museo Nacional de Historia Natural.
Fue también Bulnes un hombre de prolijo y hábil manejo político. Su
decenio en la Presidencia se caracterizó por su espíritu de negociación per-

29 Boletín de la Academia Chilena de la Historia, n° 74 (1966).


PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 75

manente, interrumpido por disturbios en su reelección de 1846, y por la


necesidad de enfrentar las consecuencias lógicas de la apertura política que
lideró. Estas se relacionaron con el surgimiento de una fuerte prensa de
oposición y con síntomas de rompimiento del consenso interno de la clase
dirigente. Sin embargo, fue su carácter militar el que predominó durante
toda su vida, y que le llevó, pocos días después de entregar el mando presi­
dencial a Manuel Montt, a asumir como General en Jefe del Ejército en cam­
paña contra el levantamiento del General Manuel de la Cruz, su primo y
compañero de armas, a quien derrotó en Loncomilla.
Bulnes continuó como jefe de operaciones del sur hasta 1863, conser­
vando y aumentando su imagen de hombre de consenso en los momentos
de crisis. Lo anterior se manifestó incluso cuando, debilitado por la enferme­
dad, aceptó la proposición de Montt y José Tomás Urmeneta, descontentos
con su percepción de debilidad del Gobierno ante los problemas con Espa­
ña, de ser candidato contra la reelección a la que postulaba el Presidente
Pérez en 1866. El mismo mes en que Pérez reasumía el mando, Bulnes
falleció.

4. Los contestatarios
Manuel Bulnes posibilitó institucionalmente el surgimiento de una
intelectualidad crítica, a la cual Bello dio el contexto de diálogo y debate
necesario para que las ideas encontraran su espacio y salieran a la luz públi­
ca.30 Entre los portavoces de esas ideas, quien asumió una de las posiciones
más combativas, tanto por su ilustración como por su radicalismo político,
fue José Victorino Lastarria (1816-1888). Su educación siguió el curso clásico
de los miembros de la clase dirigente de su generación, haciendo sus estu­
dios en el Instituto Nacional. De origen social relativamente modesto, tal vez
por eso buscó figurar y defender su protagonismo, a fin de superar la inseguri­
dad, para algunos convertida en prepotencia, que le acompañó durante su
vida. En 1834 se incorporó a un pequeño grupo de alumnos que asistía a las
clases privadas que dictaba Bello, y en 1839 se recibió de abogado. Lastarria
fue uno de los fundadores de la Sociedad Literaria de 1842, y ese mismo año,

30 Dona Goodman, The Repuhlic of Letters, a Cultural History of the French Enligbtenment
(Ithaca: Cornell University Press, 1994).
76 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

del periódico El Semanario de Santiago. También estuvo en el origen del


Círculo de Amigos de las Letras de 1859, y fue decano de la Facultad de
Filosofía de la Universidad de Chile.
Era usual que los miembros destacados de su generación, ocuparan
una gran diversidad de cargos públicos, debido, por una parte a la homoge­
neidad de la clase dirigente, así como al escaso número de miembros ilustra­
dos, lo que paradojalmente por el hermetismo grupal, permitía que la inteli­
gencia fuera fuente de ascenso social. Así, en la elección histórica, por ser
candidato de la oposición, Lastarria accedió al Congreso en 1846 como dipu­
tado, cargo que desempeñó durante siete períodos, representando casi a
todas las zonas desde Copiapó hasta Valparaíso. Fue también Ministro de
Hacienda en 1862, plenipotenciario una vez en el Perú y dos en Argentina y
Brasil, ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago y de la Corte Supre­
ma, senador y Ministro del Interior en 1876 y Consejero de Estado en 1881.
Fogoso de carácter, su participación política no se dio sólo en el campo
oficial. Lastarria era un luchador, cuya participación en motines de la revolu­
ción de 1851 le costó dos destierros en Lima. No obstante, no arriesgaba su
difícil inclusión en el grupo dirigente, lo que quedó demostrado, cuando en
1844 no apoyara a su amigo Francisco Bilbao, cuando éste fue sancionado
por la publicación de “Sociabilidad Chilena”.
La política no impidió que Lastarria desarrollara sus inquietudes litera­
rias; incluso se le atribuye el primer cuento de la literatura chilena: “Don
Guillermo”. También publicó algunas novelas históricas y románticas cuyo
valor principal es reflejar la inquietud intelectual y el potencial creativo de
un espíritu inquieto que acomete todas las empresas del saber con curiosi­
dad y vocación docente. Lastarria fue un gran emprendedor del conocimien­
to, aunque ni ideológica ni literariamente fuera un innovador. Su liberalismo
evolucionó desde un jacobinismo, hacia un racionalismo antipopular, y final­
mente hacia el positivismo, en el que Lastarria se apropió de las ideas de
Comte para proponer una metafísica de la libertad.31 Hacia el final de su
vida, y hasta su muerte en 1888, el gran polemista fue un hombre desilusio­
nado, próximo a corrientes espiritualistas europeas, quejumbroso y egocén­
trico. “El más caído de vuestros amigos”, le escribe a Sarmiento en 1874. Dos
años más tarde se define como “un soldado derrotado”.32 A este período

31 Bernardo Subercaseaux, Lastarria, ideología y literatura: Cultura y Sociedad Liberal en el


Siglo XIX (Santiago: Salesiana, 1981), p. 306.
32 Ibid., p. 280.
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 77

corresponden sus Recuerdos Literarios que son una fuente valiosa para co­
nocer el desarrollo intelectual y político del país, y donde Lastarria se
autoasigna un protagonismo que, aunque real, demuestra su temor a ser
olvidado y a la falta de reconocimiento. De allí que la historiografía haya
tratado a Lastarria en forma igualmente apasionada. De “desconformado cere­
bral”, lo trató Encina por considerar que sus posiciones lo situaban siempre
al borde del abismo. Julio César Jobet, en cambio, le considera el exponente
máximo del liberalismo democrático. Desde una posición menos polarizada,
Lastarria debe ser visto como un verdadero republicano de su tiempo, que
buscó sobresalir de manera que se hizo antipático para muchos de sus con­
temporáneos e historiadores.33
Desde una perspectiva netamente conservadora, la expresión del nuevo
espíritu de desarrollo de las ideas y la posibilidad de actuar como opinión
pública, debido a la distensión que se vivía en el país, sumada a un ambiente
intelectual efervescente, gracias, sobre todo a la presencia de Bello y a los
inmigrantes argentinos, permitió que afloraran personajes como Francisco
Bilbao (1823-1865), y Jacinto Chacón (1820-1898).34 También integrantes del
grupo que conformaba la fila de los democratizantes, Lastarria y Pedro Félix
Vicuña, ambos ejercieron el periodismo. Bilbao tenía un mayor entusiasmo
por la filosofía, a pesar de que en los momentos en que se lanzó a la arena
pública, sobre todo cuando publicó “Sociabilidad Chilena” en el periódico El
Crepúsculo en 1844, su preparación intelectual no alcanzaba para empren­
der el vuelo que intentó. Era muy joven, idealista. Devoraba las obras de
intelectuales franceses, como Lamennais, a quien consideró su apóstol. Tam­
bién era admirador de Edgar Quinet, por sus posiciones panteístas, y del
filósofo del derecho Lerminier. La obra literaria de Lamartine inflamaba sus
sentidos, soñándose como un girondino en las barricadas de Santiago de
Chile. Esa era su veta romántica, tal vez la que mejor definía su personalidad,
y que coincidía armónicamente con una figura de gran hermosura. El espíri­
tu soñador y verdaderamente revolucionario permeó toda su obra, escrita
entre los avalares del exilio, auto-impuesto al ser marginado y condenado
como blasfemo e inmoral por la publicación en El Crepúsculo. Así, de vuelta
a Chile, en medio de la lucha que emprendieron con Santiago Arcos para
fundar la Sociedad de la Igualdad, publicó un confuso escrito filosófico, Los

33 Ibid., p. 307.
34 Para un análisis de la obra de Bilbao, ver capítulo 8.
78 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Boletines del Espíritu (1850), donde continuaba con su crítica al gobierno y,


especialmente, a la Iglesia Católica.
Debido a su participación en la Sociedad de la Igualdad, sufrió verda­
deramente el exilio, del cual no regresaría jamás. Su presencia, no obstante,
se mantuvo en la memoria de sus contemporáneos, quienes lo recordaban,
además de por su obra, por el arrojo de sus acciones. Especialmente notoria
había sido su participación en la última sesión de la Sociedad de la Igualdad,
de la cual los miembros salieron en formación ordenada, Bilbao a la cabeza,
llevando en sus manos una columna formada por un tejido de mostacillas,
con la cual quería representar el árbol de la libertad.35 Vivió en Perú y Fran­
cia, deambuló por otros países europeos, para comprometerse más fielmen­
te con un americanismo todavía incierto en el continente. Es la inspiración
que recibe para escribir su Iniciativa de la América. Idea de un Congreso
Federal de Repúblicas, especialmente interesante porque en ella vuelve so­
bre las ideas de Bolívar. El mismo espíritu se encuentra en su América en
Peligro (1862) y en El Evangelio Americano (1864).
Aunque enemigo acérrimo del catolicismo, por considerarlo una reli­
gión que impedía el brillo de la estrella de la libertad, la religión era su
inquietud espiritual permanente. Incluso redactó un escrito de carácter mís­
tico, La Vida de Santa Rosa de Lima (1852), en lo que parece haber confor­
mado parte de su búsqueda de una religión comprometida con la liberación
social; de un Dios con quien pudiera encontrarse sensiblemente. Para Bil­
bao, Jesús era un revolucionario social.
Bilbao vivió y murió como un romántico de su tiempo. Falleció en
Buenos Aires, acompañado de su compañero de historia, Lastarria, víctima
de una afección consecuencia de haberse lanzado a las aguas del Río de la
Plata, para salvar a una mujer que corría peligro de ahogarse.
Si bien la vida de Jacinto Chacón no tuvo los ingredientes deslum­
brantes y románticos de su amigo Bilbao, compartió con él la pasión por la
palabra escrita y la revolución. Nacido en Santiago, se recibió de abogado y
ejerció como empresario en la Imprenta de los Tribunales. También se incor­
poró a la Sociedad Literaria fundada por Lastarria, donde compartía asimis­
mo la pasión literaria con Francisco Bello, Antonio García Reyes, y José
Joaquín Vallejo. Como reflejo del espíritu de la época y del valor asignado a
la opinión pública, en esa misma tribuna hizo crítica literaria Antonio Varas,

35 Diego Barros Arana, Un Decenio de la Historia de Chile, op. cit, tomo II, p. 494.
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO; LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 79

no obstante su participación como autoridad de un gobierno que muchas


veces sus propios amigos pusieron en tela de juicio. Jacinto Chacón partici­
pó con ellos, además de Salvador Sanfuentes, Manuel Antonio Tocornal y
Manuel Montt, en El Semanario de Santiago, fundado en 1842, del cual fue
director. Ejerció también el periodismo como redactor político de El Siglo, y
en El Mercurio de Valparaíso, con algunas incursiones poéticas que lo incor­
poraban al movimiento romántico que unía a su generación. Como Bilbao,
Chacón fue un luchador valiente. Su primera polémica pública fue en defen­
sa de la Memoria que leyó Lastarria ante la Universidad de Chile en 1847: su
Bosquejo Histórico de la Constitución del Gobierno de Chile durante el Pri­
mer Período de la Revolución de 1810 basta 1814. Esta fue premiada por su
calidad de investigación por un juicio tan políticamente contrario como el de
un Antonio Varas, aunque finalmente criticada por no ilustrar suficientemen­
te los hechos e inclinarse más hacia la interpretación. Chacón salió en defen­
sa de Lastarria, como “los pocos amigos literatos que participaban de nues­
tras opiniones”, comentó Lastarria.36 Para ello debió entrar en polémica nada
menos que con Andrés Bello. La opinión pública en acción: Bello desde El
Araucano y Chacón desde El Progreso debatieron acerca de la exactitud de
los hechos planteados por Lastarria y, sobre todo, ejercieron la crítica intelec­
tual acerca de la filosofía de la historia. A pesar de esta polémica, Chacón no
alcanzó la figuración de otros miembros de su generación, como José Joa­
quín Vallejo, Jotabeche. No obstante, tuvo algunas intuiciones que lo con­
vierten en un representante destacado en el pensamiento que unía al grupo
de intelectuales y amigos. Es notable en este sentido una caita que envió a
Domingo Amunátegui, donde sostiene que su generación no buscaba tanto
“...la reforma política como la reforma social”. Dice Chacón que “era preciso
substituir... a la sociabilidad española del siglo XVI la sociabilidad del siglo
XIX”, definiendo así el contenido simbólico que asumía para ellos la moder­
nidad que propugnaban como intelectuales críticos.

5. La “Argentina flotante”
En el campo de las ideas y de la reflexión política, sólo los emigrados
argentinos de la tiranía de Rosas podían hacerle algún peso al magisterio de

36 Lastarria, Recuerdos Literarios (Santiago: Zig-Zag, 1967), p. 218.


80 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Bello. Su primer aporte fue impulsar el romanticismo, movimiento en el cual


ya se había dado a conocer Esteban Echeverría (1805-1851), y que ocasionó
algunas de las polémicas que nos ocupan. Su rol más activo fue en el perio­
dismo: Félix Frías y Miguel Pinero fueron redactores de El Mercurio-, Juan
María Gutiérrez (1809-1878) dirigió el diario La Tribuna y fue director de la
Escuela Naval en Valparaíso. De mayor vuelo filosófico fueron Vicente Fidel
López (1815-1903) y Juan Bautista Alberdi (1810-1884).37 El primero colabo­
ró en La Revista de Valparaíso, donde en 1842 publicó su ensayo: “Clasicis­
mo y Romanticismo”, uno de los actos de la polémica romántica.38 Tuvo
también una destacada participación en el grupo de los historiadores, interés
que había heredado de su padre, Hugo Vicente López y Planes, autor del
Himno Nacional argentino y de numerosas obras históricas. López hijo, como
otros inmigrantes argentinos, provenía de una excelente escuela intelectual,
formada en torno a la Asociación Miguel Cañé de estudios históricos y socia­
les, de 1832, y luego del Salón Literario de Marcos Sastre, de 1835. Esos
verdaderos salones a la francesa fueron inspiración para los debates intelec­
tuales en que los argentinos se comprometieron en Chile.
Sin duda, el argentino que tuvo una participación más activa en la
vida política, educacional y cultural de Chile fue Domingo Faustino Sarmien­
to (1811-1888), conocido miembro de la intelectualidad argentina del perío­
do anterior a Juan Manuel de Rosas. Vino muchas veces a Chile; en 1827
ejerció como mayordomo en Chañarcillo, comerciante en Valparaíso y profe­
sor de escuela en Los Andes. Sin embargo, su estadía más fructífera, sobre
todo para Chile, se inició en 1840, cuando se instaló en Santiago acompaña­
do de sus hermanas Bienvenida y Próspera. Su primer trabajo fue en El
Mercurio de Valparaíso debido a su amistad con el propietario, el español
Manuel Rivadeneira. Allí se dio a conocer por sus artículos de costumbres,
siempre con contenido de censura hacia los hábitos sociales de los chilenos.
Su agilidad política y sus dotes literarias le permitieron colaborar en la redac­
ción de 65 periódicos entre 1841 y 1842. Permaneció en Chile con breves
interrupciones hasta 1852, cuando regresó a Argentina, y participó activa-

37 Aunque en realidad Francisco Antonio Encina opinó que López tenía una “cultura superficial
e indigerida”, y que era arrogante y suficiente. Historia de Chile (Santiago: Nascimento,
1949), T. XII, p. 423.
38 Ver capítulo 6.
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 81

mente en el derrocamiento de Rosas al lado del General Urquiza. Entre 1865


y 1868 representó a su país en Washington, cuando fue elegido en ausencia
para la Presidencia argentina, cargo que ocupó hasta 1874, intentando apli­
car las nociones que había aprendido en sus años de observación y estudio
lejos de su tierra. La educación continuó siendo su interés principal, así
como el énfasis en desarrollar políticas de inmigración, y la construcción de
obras públicas.
Su amistad con Manuel Montt fue talvez el punto decisivo en la incor­
poración de Sarmiento a la clase dirigente chilena, y al proceso de
institucionalización de la república. Fue también la gran amistad que matizó
su soledad y desencanto con los hombres y su situación de exiliado. Lastarria
cuenta que con 32 años, parecía de 60, y que a su llegada vivía pobremente
en el tercer piso de los portales de Sierra Bella. Montt lo nombró director de
la Escuela Normal de Preceptores, fundada en 1842, cargo que ocupó hasta
1845, cuando el gobierno de Bulnes le envió a Europa a estudiar institucio­
nes educacionales. La educación primaria, los métodos y programas de ense­
ñanza, la lectura e incluso la formación religiosa fueron preocupaciones per­
manentes de Sarmiento, quien consideraba que la educación era el camino
para formar buenos ciudadanos y avanzar hacia la democratización social.
De su preocupación educacional surgieron sus obras Viajes en Europa, Afri­
ca y América, y De la Educación Popular, publicadas en 1849.
Políticamente, Sarmiento es el gran impulsor del cambio gradual. Des­
confía de los liberales y teme la anarquía. Formula sus ideas teniendo como
maestro a de Tocqueville para denunciar el horror de la demagogia como
enfermedad mortal de la democracia. Los caudillos son sus grandes enemi­
gos, y se preocupa por el destino de América, independizada para avanzar
hacia la libertad, pero sumida en guerras civiles y tiranías. De esta reflexión,
surge su análisis de la oposición entre civilización y barbarie; entre el campo
y la ciudad, expresada en su obra magistral, Civilización y Barbarie, vida de
Juan Facundo Quiroga, publicada en 1845, y que había aparecido antes en
los folletines del diario El Progreso. Notable es también su Recuerdos de
Provincia, autobiografía donde retrata la vida privada y pública de una pro­
vincia argentina, publicada en 1850, en Chile.
A pesar de su rol como actor político, Sarmiento mantuvo siempre la
afición a las letras, punto de partida de su ingreso a la vida pública. Aún en
Argentina, había fundado la Sociedad Literaria, sucursal de la Asociación de
Mayo, establecida en Buenos Aires por Esteban Echeverría, y que dio nom­
82 LA SEDUCCION DE UN ORDEN LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

bre a la Generación de 1837. Sus miembros, entre los que destaca como
pocos Sarmiento, fueron los cultores del romanticismo en Argentina y Chile.
Durante su permanencia en Chile, Sarmiento expresó su romanticismo espe­
cialmente en sus artículos costumbristas, publicados sobre todo en El Mercu­
rio de Valparaíso, donde demostró su admiración por Victor Hugo y su ape­
lación al pueblo como figura social y poética, encaminado hacia la libertad y
hacia la redención. Cultivó también el teatro y la crítica social, granjeándose
la antipatía de quienes vieron en él al extranjero soberbio, desconociendo al
hombre sensible y valiente, a quien, en opinión de su amigo Félix Frías, sólo
le faltó ser católico. “Mire todos los templos que he edificado en América (las
escuelas) y diga si cultivar la inteligencia no es acercar la criatura al creador”,
fue la respuesta de Sarmiento.3940
De la misma talla intelectual y espiritual de Sarmiento, y aunque no
participó directamente de las polémicas que nos ocupan, Juan Bautista Alberdi
1810-1884) fue también uno de los grandes instigadores en el proceso de
formación del grupo de intelectuales críticos agrupado en torno a la Genera­
ción de 1842. Exiliado de la tiranía rosista, participó activamente en el perio­
dismo durante su estadía en Chile, contribuyendo incluso a la formación de
La Revista de Valparaíso, y fue en esa ciudad donde produjo sus textos de
derecho constitucional más relevantes, los cuales culminan con sus Bases y
Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina,
aparecida en 1852, con el fin de servir de inspiradora a los sectores políticos
que organizaban la República Argentina luego de la caída de Rosas. Así
como para Sarmiento, gobernar es educar, para Alberdi, gobernar es poblar,
y en eso recoge el espíritu de la vastedad del territorio argentino y la necesi­
dad de darle forma con un espíritu creativo y emprendedor, para lo cual
Alberdi sólo confía en los inmigrantes. Alberdi había viajado por Europa, y
tenía una gran admiración por la cultura europea. “Europa nos ha traído la
noción del orden, la ciencia de la libertad, el arte de la riqueza, los principios
de la civilización cristiana. Europa, pues, nos ha traído la patria...”, escribió
en sus Bases.^ Y ese fue el sentimiento que intentó inculcar en la
intelectualidad chilena, a la cual imbuyó también del sentido de transición

39 Leopoldo Lugones, Historia de Sarmiento (Buenos Aires: Bajel, 1945), p. 61.


40 Juan Bautista Alberdi. Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1979), p. 58.
PRIMERA PARTE / CAP II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 83

social y política que vivía América, hacia destinos que consideraba grandio­
sos pero desconocidos. En ese espíritu se inspira su máxima de “la república
posible”, adaptada a las necesidades de orden y desarrollo de los países
latinoamericanos. Alberdi no estuvo ajeno a las polémicas de la época, en­
frentándose a Sarmiento en 1842 en sus Cartas Quillotanas.
Alberdi no tuvo la figuración pública en Chile, a pesar de su influjo
intelectual, de Sarmiento ni de otro miembro también proveniente del grupo
salido de la Sociedad Literaria argentina, institución que servirá de modelo a
unos 40 jóvenes del Instituto Nacional que fundan el homónimo chileno en
1841. Se trata de Vicente Fidel López (1815-1903), también impulsor del
romanticismo, dado a conocer en su país por Esteban Echeverría (1805-
1851). López, hijo de un conocido historiador y hombre público que compu­
so el himno nacional argentino, llegó a Chile con 25 años, y colaboró en La
Revista de Valparaíso, donde en 1842 publicó su ensayo: “Clasicismo y Ro­
manticismo”, que encenderá la polémica con Salvador Sanfuentes.41 Desapa­
recida la Revista al sexto número, ejerció el periodismo en La Gaceta del
Comercio, mostrando su afición a la filosofía y a las letras. Fue profesor de
retórica en el Instituto Nacional en 1842, y en 1845 recibió su grado de
Licenciado en la Universidad de Chile. Lastarria le recuerda por sus ardientes
ojos negros y su fisonomía de árabe; por la firmeza de sus convicciones y la
energía de sus pasiones.42 Recalca también el espíritu democrático que ani­
maba a López y otros de sus compatriotas, quienes aún carecían, según
Lastarria de la luz necesaria para conducir su camino liberal, Aunque ya
había participado en la esfera de la crítica intelectual, especialmente al co­
mentar el discurso inaugural de Lastarria a la Sociedad Literaria, las ideas
filosóficas e históricas de López se difundieron especialmente a partir de la
presentación, en 1845, de su Memoria a la Facultad de Humanidades de la
Universidad de Chile, bajo el título, Sobre los Resultados Generales con que
los Pueblos Antiguos han contribuido a la Civilización de la Humanidad,
donde aboga por el cambio social y la revolución.43
Vicente Fidel López también regresó a Argentina luego de la derrota
de Rosas, ejerciendo como diputado, ministro de estado y rector de la Uni­

41 Ver polémica sobre el romanticismo en capítulo 6.


42 José Victorino Lastarria, op. cit., p. 89-
43 Ver polémica sobre filosofía de la historia en el capítulo 7.
84 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

versidad de Buenos Aires. Paralelamente realizó una monumental obra his­


tórica, tampoco exenta de polémicas, entre otros con Bartolomé Mitre por su
biografía del General Belgrano.44

6. Entre la literatura y la política


Entre los polemistas chilenos que enfrentaron a los intelectuales ar­
gentinos, figura notablemente, Salvador Sanfuentes (1817-1860). Abogado,
se dedicó a la literatura y a los idiomas, alcanzando gran amistad con el
maestro Bello, quien le abrió las puertas de El Araucano, donde redactó
numerosos artículos sobre la Guerra contra Perú. Gracias a él los lectores
accedieron en castellano a La Eneida de Virgilio y Los Anales de Tácito. Fue
oficial de la legación de Chile en el Perú (1836), intendente de Valparaíso
(1845) y diputado por Vallenar y Santiago. También ocupó el cargo de Minis­
tro de Justicia, Culto e Instrucción Pública entre 1847 y 1849; fue ministro de
la Corte Suprema y de Apelaciones de Santiago, y decano de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Como los demás miem­
bros de la Generación del 42, Sanfuentes compartió su afición y compromiso
con la vida pública y el periodismo, con intereses intelectuales, especialmen­
te literarios en su caso. Entre 1831 y 1858 publicó sus principales obras, entre
ellas El Campanario, hermosa leyenda que escribió en verso y en la cual
evoca el pasado colonial bajo influjos románticos; Caupolicán, Leyenda y
Obras Dramáticas, Ricardo y Lucía y la Destrucción de La Imperial, Teudo o
Memorias de un Solitario, y sus Obras Poéticas.
A pesar del fuerte espíritu romántico que inspira su obra, Sanfuentes
temperó esa influencia con un pragmatismo propio de su compromiso públi­
co con posiciones conservadoras respecto del cambio social. Compartía con
otros miembros de la Generación del 42 lo que señaló García Reyes, al
redactar el prospecto de El Semanario de Santiago, donde defendió el rol
utilitario de la literatura para educar al pueblo y proporcionarle un medio
sano y cívico de expansión, impidiendo falsas expectativas y controlando
todo exceso que pudiera parecer revolucionario. Sanfuentes fue un asiduo

44 Sobre López, Alexandrine de la Taille, Vicente Fidel López y su Experiencia Chilena, 1840-
1847, Tesis para optar al Grado de Licenciada en Historia, Instituto de Historia, Pontificia
Universidad Católica (Santiago, 1993).
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 85

colaborador de El Semanario, donde se dieron también sus principales polé­


micas, en las cuales, paradojalmente figura como gran crítico del romanticis­
mo por las consecuencias sociales que, especialmente la vertiente francesa,
auspiciaba en el sentido de la incorporación del pueblo y su participación en
la vida política del país.
En el campo de las polémicas literarias, aunque no sea protagonista
de nuestras páginas, José Joaquín Vallejo (1811-1858) merece especial aten­
ción. Nació en Copiapó, de familia pobre, y gracias a una beca del gobierno,
pudo estudiar en Santiago en el Liceo de Chile, fundado por José Joaquín de
Mora, donde conoció a Manuel Antonio Tocornal, entre otros miembros in­
fluyentes de su generación. Al desaparecer esta escuela, en 1830, Vallejo
perdió su beca pero no sus amigos. En 1835, Joaquín Tocornal le nombró
secretario en la Intendencia de Maulé, ganándose con ello la lealtad y agra­
decimiento de Vallejo, quien le apoyó entusiastamente en su candidatura
presidencial por los sectores ultra-conservadores en 1840, a pesar de que la
identificación social del futuro escritor le alejaba mucho del peluconismo. En
Maulé se despertaron sus inquietudes de escritor, y también tuvo ocasión de
iniciarse en el mundo de los negocios, por lo que pudo abandonar su em­
pleo burocrático, aceptado sólo por necesidad, y dedicarse al comercio en
Cauquenes.
Allegado a la política por la candidatura Tocornal, Vallejo comenzó a
escribir en La Guerra a la Tiranía, donde no demostró dotes de polemista
político, ni menos de comprender la complejidad del universo pipiólo y
pelucón, y la relación de éstos con el liberalismo. Recién en 1841, bajo el
seudónimo Jotabeche, aparecieron sus virtudes de agudo observador y críti­
co, las cuales se consolidaron luego de su regreso a Copiapó.45 Desde allí, e
inspirado en la temática minera, envió sus primeros artículos de costumbres
que le harían famoso a El Mercurio de Valparaíso, y que aparecieron publi­
cados entre febrero y julio de 1842. Su lenguaje es sencillo, directo, casi
trivial, completamente ajeno a las sofisticaciones del romanticismo que se
imponía. De allí su polémica constante y ácida contra los emigrados argenti­
nos, a los que llamaba “loros”, a quienes atacaba con burla e ironía. Escribía
con humor y pasión, además de cierta malicia. Vicuña Mackenna dijo de él

45 El seudónimo corresponde a las iniciales de Juan Bautista Chenau, argentino, muy popular y
leído entonces en Copiapó.
86 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

que fue “...un escritor chilenísimo, ladino, criollo, malicioso, embelequero,


copiapino y minero”.46 La pluma de Jotabeche se afiló especialmente contra
Vicente Fidel López y su trabajo “Clasicismo y Romanticismo”. En un artículo
a propósito, escribió: “Hazte romántico, hombre de Dios, resuélvete de una
vez al sacrificio. Mira que no cuesta otra cosa que abrir la boca, echar tajos y
reveses contra la aristocracia, poner en las estrellas la democracia... escribir
para que el diablo te entienda... tutear a Hugo, Dumas y Larra...”. Según
Jotabeche, los argentinos usaban “un castellano recién llegado...”47Como sus
compañeros de la Generación del 42, Jotabeche se sumó a las páginas de El
Semanario, líder en la república de las letras, desde su fundación. Allí conti­
nuó con sus artículos de costumbres y con sus polémicas construidas con el
ridículo como arma. En 1845, siendo su dueño por un año, fundó El Copiapino
en la capital de Atacama, periódico gobiernista, donde se manifestó su cre­
ciente admiración por Manuel Montt como figura política.
En 1849, Vallejo presentó una candidatura a diputado independiente
por Huasco, usando como bandera el regionalismo, y continuando con su
indefinición política. Victorioso, se confundía en sus posturas: llamaba de
pipiólos a sus partidarios y pelucones a los gobiernistas. Los conceptos par­
tidarios parecían no estar incluidos en su acervo. Desde la Cámara, asumió
posiciones crecientemente conservadoras, en un tono brusco, agresivo, sar­
cástico, que interrumpía sin cesar, demostrando que la dialéctica no era su
campo. Aunque fue reelegido diputado por Cauquenes en 1852, Vallejo optó
por la diplomacia, asumiendo como Encargado de Negocios de Chile en
Bolivia, su último cargo público. Desanimado por no formar parte de los
favoritos de Montt, a quien había defendido tanto en 1851, abandonó tam­
bién el periodismo y las letras. Murió de tisis en su hacienda de Totoralillo,
en 1858.
Gran amigo y compañero de trincheras de Jotabeche fue Manuel An­
tonio Tocornal (1817-1887). De temperamento opuesto, Tocornal era un hom­
bre pacífico y conciliador. Un gran señor, en lenguaje de la época, religioso
y conservador. Era hijo de Joaquín Tocornal. Desde joven, ingresó a la vida
pública, mientras continuaba su formación al alero del maestro Bello y par­

46 Benjamín Vicuña Mackenna, “La Niñez de Jotabeche” en El Mercurio de Valparaíso, 28 de


septiembre de 1880. Citado en Biblioteca de Escritores de Chile, vol. VI, Obras de Don José
Joaquín Vallejo, Jotabeche (Santiago: Imprenta Barcelona, 1911), prólogo de Alberto Edwards.
47 Ibid., p. XXVII
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 87

ticipaba de la efervescencia cultural de los años en torno a 1842. Fue diputa­


do en una serie de legislaturas, la primera en 1846 por Rancagua. Desde la
Cámara, defendió la libertad de imprenta, con cuya bandera volvió al Con­
greso en 1849 por Valparaíso. Fue Ministro de Estado en las carteras de
Justicia, Culto e Instrucción en 1849 y 1850, Ministro del Interior y de Rela­
ciones Exteriores de 1862 a 1864. Fue Presidente del Senado, sucesor de
Bello como Rector de la Universidad de Chile, y Consejero de Estado. En su
campo profesional, el derecho, Tocornal se destacó en todos los debates
sobre reformas judiciales, brillando por sus habilidades oratorias.
Fiel representante de su Generación, Tocornal incursionó también en
la república de las letras. En 1847, Bello le encargó componer una memoria
histórica, para la cual investigó con rigor el primer gobierno nacional y la
revolución de la Independencia, considerada una obra precursora de lo que
sería posteriormente el trabajo historiográfico de Barros Arana y los
Amunátegui. Tocornal no mostró el mismo entusiasmo de su amigo Jotabeche,
por ejemplo, por el periodismo. Su afición era mayor por el estudio que por
la polémica, de la cual participó en contadas ocasiones. Talvez la más impor­
tante fue aquella que sostuvo nada menos que con Andrés Bello, a propósito
de la necesidad de aplicar las disposiciones que excluían a los analfabetos
del derecho a voto, después del período de gracia que había otorgado la
Constitución de 1833- Utilizando la tribuna de El Semanario de Santiago,
demostró sus posiciones conservadoras al defender la exclusión, con argu­
mentos basados en que todo Chile “...adora a un mismo Dios...”, y en que no
parecía conveniente “...poner en manos de la parte ínfima del pueblo unas
armas cuyo valor no tardaría en conocer, y que cuando las supiese manejar,
sería imposible arrancarle”.48 Aunque conservador, Tocornal compartió con
algunos liberales miembros de su generación el temor al pueblo, en una
demostración clara de la profunda cohesión social que unía a la clase diri­
gente, a pesar de las diferencias ideológicas que comenzaban a perfilarse.

7. Política y disensión
En el bando contrario al de Tocornal y Jotabeche, aunque no por eso
menos radical que Vallejo, Pedro Félix Vicuña (1805-1874) fue uno de los

48 El Semanario de Santiago, n° 12, 22 de septiembre de 1842.


88 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

grandes luchadores de la Generación del 42. Si bien no tuvo la figuración


intelectual de un Sarmiento o un Bello, fue relevante en la medida en que
representó en la acción política y el periodismo, lo que Bilbao en el campo
de las ideas. Con ello creó un espejo en el cual se reflejaban las consecuen­
cias de las doctrinas que se debatían. Vicuña comparte con su generación la
pasión por el periodismo como formador y canalizador de la incipiente opi­
nión pública, siendo uno de los más destacados en este campo. Ya en 1825,
tenía una imprenta en Valparaíso, donde fundó el primer periódico de esa
ciudad, El Telégrafo Mercantil, en 1826, un año antes de la aparición de El
Mercurio, en el cual trabajó como redactor. Sus ideas políticas, radicalmente
liberales, le llevaron a fundar en 1836 la revista Paz Perpetua a los Chilenos,
El Elector Chileno, y El Verdadero Liberal. En 1845, fundó El Republicano,
proclamando la candidatura del General Freire. De carácter exaltado, por su
participación en los motines organizados contra la reelección del Presidente
Bulnes, Vicuña fue desterrado como un peligro para el régimen, y se instaló
en Perú, donde publicó varias obras en su defensa. A su vuelta a Chile,
publicó Ocho Meses de Destierro o Carta sobre el Perú. Fiel a sus principios
libertarios, se opuso también a la elección de Manuel Montt a la Presidencia,
plegándose a la revolución del General Cruz en 1851, quien le reconoció
como Intendente de Concepción. Luego de la derrota, se encerró en sus
minas de Purutún. En 1852 publicó una obra con inspiración filosófica, El
Porvenir del Hombre. Casado con doña Carmen Mackenna, hija del General
Juan Mackenna, tuvo 13 hijos, entre ellos, Benjamín Vicuña Mackenna.
Como los demás miembros de su generación, Pedro Félix Vicuña ejer­
ció cargos parlamentarios: aunque su primera elección, en 1830, fue declara­
da nula, lo cual le hizo abandonar la política y dedicarse al campo, en 1864
fue elegido diputado por la Serena y en 1867, por Ovalle. Desde la Cámara
intentó reformar la Constitución y crear un Banco del Estado. En 1870 fue
elegido Senador.
Así como el Presidente Bulnes fue quien permitió y contribuyó a dar
forma al espacio donde se desarrollaron las polémicas, al Presidente Manuel
Montt (1809-1880), su sucesor, correspondió enfrentar algunas de las conse­
cuencias de la creciente imposición de la opinión pública como agente
socializador de nuevas ideas y, en algunos casos, como fuerza movilizadora
de nuevos grupos que comienzan a tener existencia como actores políticos.
De esta última situación es ejemplo la Sociedad de la Igualdad, que incentivaba
la participación política de los artesanos, arengada por miembros de la clase
dirigente como Bilbao y Santiago Arcos. De carácter menos afable que Bulnes,
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 89

Montt asume con el signo de recuperar la autoridad amenazada, lo cual


imprime su postura personal durante su mandato, y le granjeó también gran­
des antipatías. Como sostiene Lastarria, “...la opinión pública vino... en apo­
yo de aquel orden tan preciado para el partido pelucón, y que tan admira­
blemente consultaba el interés industrial...” cuya vigencia era garantizada
por la firmeza de carácter y por el apego a la institucionalidad que represen­
taba Manuel Montt.49 No obstante lo anterior, en el ámbito lejano a la políti­
ca, Montt repartía algunos encantos. Son los que “cautivaron” a Martina Ba­
rros de Orrego, para quien Montt era “el joven más delicado”; el “caballero
(que) llevaba la juventud en el alma”, cuando en una cena de gala le habló
de “feminismo” y de otros temas que a ella le interesaban.50
Más allá de la anécdota, Montt fue sin duda un hombre cuyo compro­
miso con la vida pública abarcó las principales facetas de su vida, desde muy
temprano. Ya en 1832, con 23 años, era Vice-Rector del Instituto Nacional,
del cual fue Rector en 1835. Formado en derecho, asignaba al Estado un rol
primordial, no sólo en el cumplimiento de la ley, sino en la mantención del
orden y del principio de autoridad, en servicio de lo cual no vaciló en des­
empeñarse en los tres poderes. No en vano, Diego Portales puso su vista en
él y le acercó al Presidente Prieto, quien en 1840 le nombró Ministro del
Interior y Relaciones Exteriores, a cargo de supervisar nada menos que las
próximas elecciones presidenciales. Además de Presidente de la República
por el período 1851-1861, fue Ministro entre 1840 y 1849, en prácticamente
todas las carteras. Ejerció cargos parlamentarios como diputado y senador en
diversas ocasiones desde 1834, representando desde Santiago, Petorca,
Valparaíso y Los Andes' hasta Chiloé en 1876. Fue Presidente de la Cámara
entre 1840 y 1846. En el poder judicial, ofició como Ministro de la Corte
Suprema en 1843 y como Presidente de la Corte Suprema en 1851. Termina­
do su mandato presidencial, Montt fue Ministro en Perú y ejerció como Pre­
sidente del Congreso Americanista de Lima hasta 1868.
Aunque autoritario respecto del ejercicio del poder, Manuel Montt, fue
un fiel exponente de la ideología de progreso. Asociaba el progreso con
metas educacionales, y científicas, por separado de los avances institucionales.
El fue quien impulsó a Sarmiento en sus viajes e investigaciones educaciona­
les, permitiendo fundar 160 escuelas a lo largo del país. En 1852 Sarmiento

49 José Victorino Lastarria, op. cit., p. 265-


50 Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi Vida (Santiago: Orbe, 1942), p. 188.
90 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

fundó la Escuela Normal de Preceptoras. En 1860, Montt impulsó desde la


Presidencia, la ley de instrucción primaria que obligaba al Estado a costear la
enseñanza elemental gratuita y apoyó a la Sociedad de Instrucción Primaria,
todo lo cual duplicó la matrícula de alumnos en la enseñanza elemental.
Tenía una visión de país que abarcaba todo el territorio, lo que le convirtió
en impulsor de los ferrocarriles y le incentivó a organizar las provincias de
Chiloé y Concepción, y a crear la provincia de Arauco. En 1852 fundó el
Observatorio Astronómico y al año siguiente encomendó a Rodulfo Philippi
la exploración del desierto de Atacama. También durante su gobierno se
produjo la llegada de los colonos alemanes a la zona de Llanquihue, como
factor de progreso.
Durante su mandato, el Presidente Montt permitió que continuara la
creciente vida intelectual y el renacer cultural que se había iniciado en el
decenio anterior. Sin embargo, en materias religiosas, Montt significó el ini­
cio de un quiebre de larga duración. Defendió arduamente los derechos del
Patronato, permitiendo que se perfilaran las dos tendencias que se enfrenta­
rían en las próximas décadas: la regalista y la clerical ultramontana que se
opondrá sin cesar a la laicización social y política. Montt se mantuvo firme
frente a las presiones que ejercieron sectores religiosos durante su mandato,
particularmente durante el bullado caso del “sacristán”, en 1856, que signifi­
có en la práctica el surgimiento del partido llamado “Monttvarista” o Nacio­
nal, salido del seno de los conservadores, para defender el predominio del
Estado frente a la Iglesia.51 Sin embargo, la delicadeza política de Montt le
inspiró medidas contemporizadoras, como cuando desestimó la posibilidad
de desterrar al Arzobispo Valdivieso con motivo del mismo conflicto del
sacristán, ante la presencia abrumadora de mujeres defendiendo al prelado
en La Moneda. Pragmático y realista, austero de palabra y de gran rigor
intelectual, Montt permitía que su Ministro y amigo de una vida, Antonio
Varas ejerciera los aspectos duros del poder.
Antonio Varas (1817-1886) fue el gran pilar en que reposó la autoridad
defendida por el Presidente Montt. También hombre notable en su desarro­
llo profesional, Varas nació en Cauquenes de familia empobrecida, a diferen­
cia de Montt. Su primer gran encargo público fue a los 25 años, como Rector
del Instituto Nacional en 1842, nominado por Montt, en ese momento Minis­

51 Sobre el caso del sacristán, cfr. Carlos Silva Cotapos, Historia Eclesiástica de Chile (Santiago:
Imprenta San José, 1925).
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 91

tro de Instrucción Pública, para llevar a cabo el *plan de reforma educacional


formulado por Ignacio Domeyko. A los 28 años asumió como Ministro de
Justicia y a los 33 como Ministro del Interior. De allí en adelante, Varas no
abandonó el servicio público, desempeñándose en distintas etapas, también
como Montt, en todas las carteras ministeriales, incluyendo la del Interior
durante la Guerra del Pacífico. Fue también elegido diputado en diversas
ocasiones, por Santiago, Elqui, Chillán, Curicó, Talca, y senador por Talca y
Coquimbo. Ejerció como Presidente de la Cámara en 1862, y como Presiden­
te del Senado en la década de 1880. Entre sus mayores contribuciones al
progreso social del país, figura la creación y fundación de la Caja de Crédito
Hipotecario, en 1855, de la cual fue director durante 30 años. Varas no disfru­
taba de los halagos del poder. Cuentan que, en una ocasión, Julio Zegers
convocó a una reunión para acordar el programa del Partido Nacional y en
su discurso dijo que Varas era el programa del partido: “Nosotros pensamos
lo que usted piensa y haremos lo que usted ordene”. La respuesta no se hizo
esperar: “Veo, señor -replicó Varas- que usted no se ha dado cuenta de que
estamos en un salón y no en la cocina. Aquí todos son caballeros y no
lacayos”.52
La inteligencia excepcional de Varas, su prolija formación en materias
tanto filosóficas como administrativas, su temperamento inquieto e incluso
violento, y su gran apego al orden público, le convertían en el complemento
ideal del Presidente Montt, lo que explica que éste le mantuviera a la cabeza
de su gabinete entre 1851 y 1856. Debe atribuirse a Varas el tesón con que
comenzó a gestarse el grupo que desde dentro de la clase dirigente osó
plantear el problema de la secularización del Estado, situación que le gran­
jeó profundas antipatías de los sectores clericales. Cuenta Abdón Cifuentes
en sus Memorias que, tanto en el Círculo de Amigos de las Letras que se
reunía en casa de Lastarria, como en otros que frecuentaba, sólo escuchaba
hablar de él como un tirano y un “Barrabás”.53 Sin embargo, Varas aceptó a
Cifuentes como alumno en práctica en su estudio, trabándose una amistad
intelectual entre ambos, que permitió a Cifuentes apreciar su “modesta, aus­
tera y ejemplar vida privada”, además de sus dotes profesionales.54 En su
gestión pública, Varas fue gran orador que supo dominar las discusiones con
una pasión y vehemencia de la cual hacía gala, sin pretender figurar como

52 Citado en El Mercurio, “Don Antonio Varas de la Barra.”, 17 de abril de 1996.


53 Abdón Cifuentes, Memorias (Santiago: Nascimento, 1936), tomo I, p. 42.
53 Ibid., p. 45.
92 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

contemporizador. “Un buen libro todo desencuadernado”, dijo alguien de él


ingeniosamente, aludiendo a sus arranques intempestivos.55 Su participación
también fue notable en el fomento a la inmigración como elemento civiliza­
dor y en la fundación, en 1855, de la Caja de Crédito Hipotecario.

8. La voz de la Iglesia
Si Varas fue el pilar en que comenzó a fundarse una actitud secularizante
por parte del poder civil, Monseñor Rafael Valentín Valdivieso (1804-1878)
fue su gran contrincante desde la autoridad eclesiástica. También ingresó a la
vida pública a temprana edad. Un año antes de recibirse de abogado en
1825, fue nombrado director del Hospicio de Inválidos. En 1829 fue Secreta­
rio del Cabildo de Santiago, y en 1831, diputado suplente por la capital, y
titular en 1837.
Eclesiástico desde 1834, su vocación religiosa le llevó a ser misionero
en Chiloé y Copiapó, lo que le permitió conocer en terreno las dificultades
de la Iglesia, y la necesidad de reforzar la presencia de ésta en provincia. De
allí que, designado en julio de 1845 como Arzobispo de Santiago, una de sus
primeras tareas fue la organización de la Iglesia y la atención al clero que
debía servir a los fieles. En ese contexto, decidió la organización de las
diócesis de La Serena y Ancud, creadas junto con la Arquidiócesis de Santia­
go en 1840. También reformó las órdenes regulares, tarea en la que demoró
20 años. Respecto a la formación académica del clero que sirviera el territo­
rio, Monseñor Valdivieso reformó el Seminario Conciliar, a fin de dar a los
sacerdotes una educación rigurosa y específica para sus funciones. En el
terreno de la administración de la Iglesia, otorgó especial énfasis a organizar
sus propias oficinas, para lo cual creó la Secretaría del Arzobispado. En esa
misma línea, detectó que la Iglesia no prestaba suficiente atención a su pro­
pia memoria histórica, por lo cual hizo copiar documentos importantes en
archivos españoles, y creó el Archivo del Arzobispado.
Consciente de las tendencias secularizadoras del siglo, Monseñor
Valdivieso asumió la defensa de la inmunidad de la Iglesia, para lo cual no

55 Fue José Antonio Torres en su libro Oradores Chilenos, citado por Jorge Huneeus Gana,
Cuadro Histórico de la Producción Intelectual de Chile (Santiago: Biblioteca de Escritores de
Chile, 1910.)
PRIMERA PARTE / CAP. II / LOS ACTORES Y SU CONTEXTO: LA OPINION PUBLICA EN ESCENA 93

escatimó comentarios y protestas contra toda decisión o proyecto que a su


juicio atentara contra ésta. Notables fueron sus observaciones al Código Civil
en 1855, su defensa del fuero eclesiástico en 1864, y su oposición al proyecto
que permitía el libre culto a disidentes en 1865. En todas estas ocasiones,
hizo acopio de su prestigio ante la opinión pública católica, incluyendo a las
mujeres, involucrándolas en la lucha por un estado católico. Otra de las
luchas arduas que libró a favor de la tuición eclesiástica fue la del llamado
caso del “sacristán”, mencionado anteriormente, donde incluso enfrentó una
amenaza de destierro, y por la cual recibió las felicitaciones del Papa Pío IX.
Sus dotes intelectuales también fueron reconocidas durante su participación
en el Concilio Vaticano I, de 1869.56
Su apelación a la opinión pública es signo de la importancia que
Monseñor Valdivieso atribuía a los nuevos conductos de socialización ideo­
lógica, entre ellos, la prensa. Utilizó profusamente a La Revista Católica en
su lucha contra la secularización y contra los autores que la defendían, espe­
cialmente Francisco Bilbao, quien recibió las más duras críticas por su “So­
ciabilidad Chilena”. En el caso de Bilbao, también mereció un edicto pastoral
contra su obra Los Boletines del Espíritu, publicada en 1848. No contento con
una publicación semanal, y a medida que arreciaba el conflicto entre la
Iglesia y el Estado, Monseñor Valdivieso fundó en 1874 el diario El Estandar­
te Católico, desde cuyas páginas se defendió el ultramontanismo, incluso
contra sectores conservadores que dialogaban con el liberalismo. El prelado
constituye, sin duda, la mayor figura de la Iglesia chilena del Siglo XIX,
especialmente si se le observa desde la perspectiva de la gran batalla por
impedir los avances laicizantes, por parte del Estado y sectores liberales de la
sociedad. Aunque opuesto a esos aspectos de la modernidad, Monseñor
Valdivieso utilizó los recursos polémicos que ésta ofrecía, introduciendo a la
Iglesia en una dinámica que no impidió la pérdida de terrenos, especialmen­
te en el campo institucional, pero que le garantizó su figuración como recto­
ra de las conciencias y movilizadora de la opinión pública.

56 Carlos Silva Cotapos, op. cit. Para mayores datos biográficos, consultar Rodolfo Vergara, Vida
y Obra de don Rafael Valentín Valdivieso (Santiago: Imprenta Nacional, 1886-1906), 2
volúmenes, y s/a, Rasgos biográficos del limo, y Rmo. Señor arzobispo doctor don Rafael
Valentín Valdivieso (Santiago: Imprenta de la Opinión, 1859).
ni
La apertura a la polémica:
El reino de la confianza, 1841-1844

1. El escenario y su telón de fondo


“¿Quién podrá desconocer los grandes destinos de la nueva era que
hoy se abre para los chilenos, a vista del estado próspero del país y del
impulso de vida y actividad que hoy recibe por todo? ¿No está vivo entre
nosotros el recuerdo de las desgracias y extravíos pasados, para que no
sepamos apreciar y conservar los bienes presentes? El estado lamentable de
casi todos los países sudamericanos, ¿no hablará constantemente a nuestros
corazones y a nuestra razón, exigiéndonos imperiosamente el sacrificio de
todas nuestras pasiones por la conservación de una paz tan cara y en la que
se fundan todas nuestras esperanzas?”1 Estas elocuentes palabras, publicadas
por Andrés Bello en El Araucano, diario oficial de la República, reflejan
inmejorablemente el espíritu con que los chilenos acogieron la asunción al
mando presidencial del General Manuel Bulnes, héroe victorioso de la re­
ciente guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, el 18 de septiembre de
1841. La clase política chilena expresó su regocijo y esperanza en la prospe­
ridad futura celebrando en diversas fiestas, que eclipsaron “en brillo y en
grandiosidad a cuanto se había visto hasta entonces en Chile. El primer patio
de la Casa de Gobierno, cubierto con un cielo de tela, con sus paredes,
balcones y pilares tapizados con gasas, banderas y cintas de los colores
nacionales, adornado con numerosos espejos y alumbrado por variedad de

1 Diego Barros Arana, Un Decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo I, p. 236.
96 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

arañas y blandones, servía de sala de baile... Entre cenefas y colgaduras, se


veían medallones con trozos de poesía... y sobre los pilares, los nombres de
las victorias de la guerra de la independencia y de la reciente guerra contra
la Confederación Perú-Boliviana. (...) Se habían repartido 2.200 invitaciones,
y la afluencia de gente fue tal que aquellos espaciosos patios y salones
parecían estrechos. En esa concurrencia se veían hombres y familias de to­
dos los colores políticos, de sentimientos y tradiciones muy opuestas, que no
se habían reunido nunca, a lo menos desde diez años atrás, bajo el mismo
techo”.2
La advertencia de Bello y la descripción del historiador dan testimonio
de la voluntad de superación de las diferencias del pasado, del espíritu de
progreso, el sentimiento de excepcionalidad, y del sustrato de tolerancia que
inspiraban la convivencia chilena al iniciarse la década de 1840. Las diferen­
cias que en el día del ingreso de Bulnes al palacio presidencial parecían
inexistentes habían disminuido paulatinamente, a partir, tan sólo del
desaparecimiento del Ministro Diego Portales en 1837. El país hacía esfuer­
zos consistentes por disipar de la memoria nacional los estados excepciona­
les y las persecuciones a los opositores, a fin de que permaneciera el legado
institucional del gobierno del Presidente Prieto: la Constitución de 1833. La
clase dirigente, dividida hasta hacía poco en dos bandos aparentemente irre­
conciliables, aparecía confiada y altiva. Mientras conservadores y liberales se
entrelazaban en luchas interminables en todo el continente, en Chile, expre­
saban la alegría natural de quienes han identificado sus valores e intereses
más caros, y han sabido negociar en su defensa. El eje que permitía la articu­
lación de estos sentimientos era la percepción de solidez del edificio
institucional. Los dirigentes de la época confiaban en que un ordenamiento
constitucional, la consolidación del Estado, era el pilar que fundaba el edifi­
cio de la nación.
La Constitución de 1833 había instaurado un sistema republicano con
un régimen presidencialista fuerte y centralizado que evocaba el orden colo­
nial. Permitía el “mantenimiento de un orden tradicional revestido de formas
jurídicas al estilo moderno”.3 No obstante haber constituido un hito del pro­
yecto portaliano de Estado, y un requisito político y ético para la mayoría de
la clase política chilena, la vigencia de la carta fundamental había sido hasta

2 Ibid.
3 Alberto Edwards, La Fronda Aristocrática, op. cit., p. 63-
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 97

ese momento restringida, por la continuada vigencia de estados excepciona­


les. Se había consagrado más bien gracias a su imposición implacable que a
las bondades de sus engranajes políticos.
El espíritu de progreso encontraba credibilidad fundado en una paz
interior que se percibía como duradera, y en la paz exterior, lograda luego
del triunfo bélico contra la Confederación Perú-Boliviana. La gestión econó­
mica del decenio anterior aportaba también un legado importante, gracias en
parte a la gestión inteligente de Manuel Rengifo quien redujo el gasto públi­
co, incentivó las exportaciones, y restableció los almacenes de depósito en
Valparaíso, contribuyendo a convertir a Valparaíso en el puerto comercial
más importante del Pacífico. También el descubrimiento de nuevas fuentes
de ingreso, tales como el mineral de plata de Chañarcillo, aportaron las bases
sobre las cuales la mentalidad empresarial privada y la iniciativa económica
estatal podrían llevar a cabo sus proyectos de desarrollo para el país.4 En
elocuente expresión de la bonanza del país, el ministro Joaquín Tocornal
decía en su memoria anual al Congreso de 1839: “Apenas, señores, puedo
ser creído. Las rentas ordinarias, con ligeros auxilios, han bastado para tan
ingentes desembolsos”. Se refería a los gastos ocasionados con motivo de la
guerra.5
El sentimiento de excepcionalidad encontraba su sustento en lo que
se percibía como el triunfo definitivo sobre el caudillismo, la entronización
de las instituciones republicanas, y el triunfo del orden, todo lo cual parecía
una quimera para cualquier nación latinoamericana de la época.
El sustrato de tolerancia es lo que tal vez habría parecido mas artifi­
cial para cualquier espectador de los acontecimientos del período. Atreverse
a disentir en el período portaliano era cosa muy seria, incluso para los miem­
bros más notables del grupo dirigente. José Joaquín de Mora, fundador del
Liceo de Chile, y verdadero autor de la Constitución de 1828 fue uno de
tantos que tuvo que hacer abandono del país por no favorecer al régimen
con su admiración. Entre aquellos que prefirieron o debieron callar y some­

4 Chile nunca produjo más de 23.500 marcos de plata anuales de producción minera; en 1834,
en gran parte gracias a Chañarcillo, las minas de plata rindieron 164.935 marcos. Rafael
Sotomayor Valdés, Historia de Chile bajo el gobierno del general don Joaquín Prieto, op. cit.,
p. 207.
5 Sobre las condiciones políticas y económicas de Chile en las décadas de 1830 y 1840, ver
Simón Collier y William F. Sater, A History ofChile, 1808-1994 (New York: Cambridge University
Press, 1996).
98 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... ¡ ANA MARIA STUVEN VATTIER

terse a los designios de la autoridad se contaron militares, educadores y


hombres de letras, todos ellos integrantes de la misma elite homogénea que
había triunfado definitivamente sobre los opositores en la Batalla de Lircay,
en 1829-
El cambio de tono hacia la tolerancia en el ejercicio de la autoridad
comenzó a percibirse hacia el fin del gobierno del Presidente Joaquín Prieto
(1831-1841). Su origen dice relación con los sentimientos descritos, los cua­
les pueden sintetizarse en dos: confianza y sentido de identidad nacional. La
primera es consecuencia del triunfo y consolidación de una noción de orden
que afianzó el poder en manos de la clase dirigente. La segunda puede
vincularse con el ordenamiento del Estado, y el reforzamiento de la idea de
nación a raíz del triunfo bélico y de la organización y prosperidad de que
esta había disfrutado en el último decenio. Todo ello permitió que el régi­
men impulsara medidas concretas para lograr la conciliación. La clemencia
para 13 de los 24 implicados en el asesinato de Portales inauguró este cam­
bio de tono; cuando en 1839 el Jefe del Estado declaró cerrado el uso de las
facultades extraordinadas conferidas al gobierno; y suprimió los consejos de
guerra permanentes, el país retornó claramente a la normalidad constitucio­
nal.
Sin embargo, el ejercicio del poder discrecional durante siete años
había dejado profundas huellas en la sociedad chilena, las cuales se hicieron
evidentes en el momento en que la autoridad permitió su expresión con
impunidad, generando una escalada de críticas a los principales actores del
régimen de Prieto. La clase dirigente vio, por primera vez en los últimos
años, su sistema de ejercicio del poder puesto a prueba con motivo de la
gran cantidad de denuncias de nepotismo y arbitrariedad que afectaron a los
principales actores políticos del momento, así como con la agitación de los
grupos pipiólos, derrotados por Portales, que intentaban reorganizarse polí­
ticamente. Más de 15 periódicos aparecieron desde el restablecimiento de la
normalidad hasta el término del gobierno de Prieto, muchos de ellos dedica­
dos a denunciar al régimen saliente, sobre todo en vísperas de las elecciones
parlamentarias de 1840. Así, simultáneo con la expresión de actitudes tole­
rantes, surgió, de parte de la clase dirigente, una reacción innata que estable­
cía los límites impuestos por su sentido de sobrevivencia, es decir, de man­
tención de su hegemonía en el ejercicio del poder.
El caso del periódico opositor El Diablo Político es interesante para
comprobar, por una parte la realidad de la permisividad del régimen y, por
otra, los límites a la tolerancia por parte de la clase dirigente y su sistema. El
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA.. 99

periódico, dirigido por Juan Nicolás Alvarez, había iniciado una escalada de
denuncias de proscripciones, encarcelamientos, destierros y asesinatos de
los que culpaba directamente al desaparecido ministro Portales. Produjo ver­
dadero escándalo, cuando comunicó que los grupos opositores que desea­
ban participar en la contienda electoral habían organizado una “Sociedad
Patriótica”, cuyos miembros habían “jurado solemnemente derrocar la tiranía
y establecer sin estragos ni desgracias un gobierno que mereciese el encan­
tador epíteto de republicano”.6 El gobierno reaccionó airadamente contra
este escrito, anunció un juicio de imprenta contra su redactor y, en medio de
gran alboroto público, condenó al periódico por sedición, obligándole a
pagar una multa. El grupo que defendía a Alvarez aprovechó la ocasión para
producir disturbios que exigieron la participación de la fuerza pública para
dispersarlos. Este desorden, sumado a presuntos intentos de asesinato contra
Bulnes, motivaron la declaración de un nuevo estado de sitio que se mantu­
vo vigente hasta la elección presidencial de junio de 1841.
Para ningún contemporáneo parecía necesaria la aplicación de la
fuerza contra un periódico cuyos redactores contaban con más ingenio que
inspiración política. La lectura del artículo en mención, consideraban, no
habría ocasionado ningún escándalo, comparado con el juicio público por
sedición. Diego Barros Arana, escribiendo décadas después, insistía en este
punto: “Alarmarse seriamente por los escritos más o menos descoloridos y
vulgares de periódicos que tenían muy reducido numero de lectores, y dar
importancia a los desórdenes en las calles de Santiago, el día del jurado,
desórdenes que fueron reprimidos tan fácilmente, eran manifestaciones no
tanto de poquedad dé espíritu cuanto de un error de concepto sobre las
prácticas más corrientes de los países regidos por los principios democráti­
cos. Pero, atribuir la menor seriedad (a estos hechos)... era una falta absoluta
de sagacidad y de penetración que se avenía mal en hombres de gobierno”.7
La percepción de estos eventos por el historiador sugiere la existencia
de un nudo historiográfico; el mismo que surgió posteriormente cuando se
relató la condena, también aparentemente desproporcionada, al escrito “So­
ciabilidad Chilena” de Francisco Bilbao. Descartamos la hipótesis de la vio­
lencia innecesaria al constatar que en éstos, como en otros casos, las res­
puestas represivas son producto de una sensación muy fuerte, a veces sin

6 El Diablo Político, Santiago, 23 de enero de 1840, n° 24.


7 Diego Barros Arana, Un Decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo II. p. 103-
100 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATT1ER

conciencia clara de su racionalidad, de amenaza al orden constituido y a


valores esenciales. Esta tiene que ver con visiones racionales sobre la políti­
ca, pero también con dimensiones de sensibilidad que conviven, dando for­
ma a la cultura política, y permitiendo que la opinión pública ejerza la polé­
mica, tanto política como cultural y social.
La clase dirigente, conscientemente, podía tener seguridad en su
liderazgo incontestado, y en la capacidad del Estado para aplicar la fuerza.
De hecho, si bien la constitución garantizaba la libertad de publicar “opinio­
nes por la imprenta, sin censura previa, y el derecho de no poder ser conde­
nado por el abuso de esta libertad” (art. 12), permitía el establecimiento de
juicios de imprenta para calificar los abusos por jurados. La autoridad tenía,
sin duda, mucho que decir en el momento de designar los miembros de esos
jurados. La existencia de todos estos recursos de control no es totalmente
ajena al espíritu de confianza que permitía la apertura recientemente logra­
da, y que el Presidente Prieto reconoció en su último mensaje al Congreso
(1841): “El imperio de la ley se afianza, y un sentimiento de salud y vigor se
derrama por todas las partes del cuerpo político. Nos acercamos a una de las
grandes crisis de los gobiernos populares, y nada hace temer los sacudimientos
peligrosos que acompañan a veces a la elección del primer magistrado. Todo
nos anuncia un porvenir de seguridad, libertad y orden”.8
En este escenario optimista y de buenos augurios, cabe preguntarse
por la vigencia paralela del sentimiento amenazante: Por qué se percibe esta
amenaza?; qué está siendo amenazado; ¿por qué ello no es perceptible clara­
mente para los analistas contemporáneos ni para los historiadores posterio­
res? La respuesta radica justamente en ese sustrato inconsciente donde se
hace inteligible la relación entre el poder y la mantención de ciertos valores
que lo sustentan, más allá del aparato estatal formal. Son, por tanto, las
respuestas de la clase dirigente, constituida en opinión pública, tanto a nivel
del discurso como de la acción, las cuales nos permiten aproximarnos mejor
a su cultura política. A través de ellas, es posible conocer los estímulos para
su acción y el universo de valores que la sustenta.
En el caso de la acusación a El Diablo Político no hubo polémica. La
reacción oficial fue implacable, y los partidarios del gobierno se lamentaron

8 El Pasado Republicano o sea colección de discursos pronunciados por los Presidentes de la


República ante el Congreso Nacional al inaugurar el período legislativo, 1832-1900.
(Concepción: Imprenta de El País, 1899).
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 101

de la debilidad de la sanción. “Todo hombre imparcial”, decía pocos meses


más tarde un periódico oficialista, “recordará con escándalo y con vergüenza
que un tribunal haya absuelto a un periodista que había imputado al gobier­
no asesinatos, presentando el mismo los comprobantes de su grosera y mal
solapada calumnia”.9 El apoyo al periódico sancionado, por otra parte, distó
mucho de ser unánime. José Victorino Lastarria, cabecilla liberal al que en­
contraremos a menudo con el correr de estas páginas, denunció en sus
memorias escritas en 1878 que “hacía meses que El Diablo Político había
abandonado toda cultura, y su procacidad habría traído su aislamiento, y por
tanto su muerte, si ella no hubiera sido la expresión fiel de la fermentación
que cundía en la sociedad...”.10 El hecho de que el patriota José Miguel
Infante vitoreara a los acusados durante el juicio, y que la “plebe” intentara
sumarse a los actos de desagravio, no es prueba suficiente, por tanto, de que
el periódico tuviera un apoyo tal que significara de hecho una amenaza para
el poder constituido.
Creemos que el verdadero desafío, aquél al cual la clase dirigente
reaccionaba instintivamente, radicaba, en primer lugar, en la insinuación de
la existencia de un cisma al interior del mismo grupo. Puede comprenderse
la percepción de riesgo, en el caso de El Diablo Político, si se toman en
cuenta ciertos factores que actúan como gatillo de la reacción. Primero, era
desafiante que la noticia fuera concerniente a la Sociedad Patriótica, recién
instituida con una proclama considerada revolucionaria, y que incluía en sus
filas a destacadas figuras disidentes pero que al mismo tiempo eran integran­
tes del grupo dirigente, como José Miguel Infante, Eugenio Matta, Diego José
Benavente, Joaquín Campino y Ramón Errázuriz. En segundo lugar, es im­
portante que este grupo proponía redefinir el concepto de república, no ya
tan sólo en oposición a la monarquía sino con caracteres de sistema
democratizante y, más aún, planteaba la intención de derrocar la “tiranía”, es
decir, inaugurar un nuevo régimen. Como lo expresó el Presidente de la
República en su proclama con motivo de la efeméride patria del 12 de febre­
ro del mismo año: “Ocho meses de tolerancia no han bastado a contener ni
aún avergonzar a los malvados: ellos han sacado sus fuerzas y osadía de la
misma lenidad del gobierno”.11 Con esto queda de manifiesto que el espíritu

9 El Conservador, Santiago, 6 de agosto de 1840, n° 12.


10 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 66.
11 El Pasado republicano o sea colección..., op. cit.
102 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

de tolerancia tenía sus límites, que la clase dirigente reaccionaba con toda su
fuerza cuando los percibía sobrepasados, y que ésta era una reacción innata
cuyos motivos no quedaban claros, ni siquiera para los observadores aten­
tos.
Respecto del consenso en torno a la visión católica del mundo, tam­
bién operaban inmisericordiosamente los límites, dentro del nuevo espíritu
de cierta permisividad. Así, en 1841, un periódico pudo publicar el discurso
de un alumno que, al graduarse del Instituto Nacional, abogó por la libertad
de cultos. No pudo, no obstante, resistirse a las explicaciones que le solicita­
ron diversos grupos, entre ellos, eclesiales.12 La publicación de estas ideas
era posible, pero aún no impune. Nadie habría osado disentir públicamente
de la verdadera fe católica; probablemente los escrúpulos impedían
cuestionarse sobre ella, incluso en la intimidad de la conciencia. Comenzaba
a surgir, sin embargo, un deseo de separar la sociedad temporal y la espiri­
tual religiosa a fin de posibilitar la independencia de la autoridad eclesial sin
involucrar las conciencias. Nuevamente, la gravedad de este proceso se hizo
evidente por su respuesta: en 1843, la Iglesia resolvió fundar La Revista
Católica, con el propósito manifiesto de defender la ortodoxia atacada por el
desviado espíritu del siglo.
Un reflejo de esta situación fue la polémica sobre la separación entre
religión y filosofía, considerada por los nuevos grupos como antecedente
necesario para la incorporación de ideas ilustradas laicas, que se mantuvo
durante toda la década de 1840. En una de sus manifestaciones, La Revista
Católica, recién fundada, dedicó una serie de artículos a la crítica de la
filosofía, como elemento destructor de la fe y expresión de la Reforma Pro­
testante. El periódico argumentó que el Evangelio es la verdadera filosofía, y
el verdadero cristiano el perfecto filósofo. “Ahí está la Francia. Medio siglo
repitió sin cesar con Voltaire y Rousseau que sólo había un medio para dar la
paz al mundo: sentar la impía filosofía en los tronos y confiarle el poder
supremo. La Providencia satisfizo sus deseos, y la filosofía lavó las manos en
la sangre humeante del hijo de cien reyes y ocupó su trono”.13 La Revista
Católica se pregunta: “¿qué espectáculo se presenta a nuestra vista? Hombres
de todos los partidos, contemplad esa nación europea, olvidada de la reli­
gión en la deshecha borrasca de su espantosa revolución. Fatal filosofía,

12 Ver Ricardo Donoso, Las Ideas Políticas..., op. cit.


13 La Revista Católica, Santiago, 11 de noviembre de 1843, n° 15.
PRIMERA PARTE ! CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 103

saciada de sangre, sentada sobre el cadáver palpitante de la sociedad; esa es


la obra de tus manos”.14
Mientras el sacerdocio defendía su rebaño contra la filosofía
secularizante, el poder público demostraba, cada vez con mayor claridad,
que la Iglesia contaría con el apoyo de la autoridad civil en la medida en que
propiciara un orden social coherente con los lincamientos del poder políti­
co: sujeción a la autoridad, respeto a la jerarquía pública y privada, resigna­
ción ante los sufrimientos como parte del plan divino.
El republicanismo, la noción de orden, y la visión católica del mundo
se habían afianzado como los elementos consensúales básicos al interior de
la cultura política chilena al iniciarse la década de 1840. Eran los elementos
más estables de un universo inestable. Si bien es cierto que la idea de pro­
greso, dominante durante todo el siglo, aportaba elementos optimistas al
sostener que la sociedad se encaminaría irremediablemente hacia situacio­
nes mejores, ese progreso implicaba la inevitabilidad de un cambio que las
provocase. “La generación presente ha sido llamada a la vida en una época
de transición y ensayos; en una época en que las sociedades cultas, detestan­
do lo pasado, y descontentas con lo presente, se lanzan, más o menos
tumultuariamente, hacia un porvenir que aún no comprenden bien; pero
que vislumbran lo suficiente para apetecerlo como un progreso en su condi­
ción”.15 Domingo Faustino Sarmiento, exiliado argentino recién incorporado
a la vida cultural chilena refleja en este editorial el sentimiento común a los
miembros de su generación.
La cultura política se comprendía entonces como formas de sociabili­
dad política en transición entre un pasado que se rechazaba y un futuro
imprevisible. El tiempo era la variable que permitía penetrar el futuro; el
espacio donde se transitaba se encontraba vacío. En esta suerte de reino de
imprevisibilidad permanente, los fantasmas acechaban; el cambio era para
unos un vértigo y para otros el trance necesario aunque doloroso hacia el
progreso. Para estos últimos, la solidez de la incorporación a la cultura polí­
tica de los elementos consensúales en que fundaban su confianza, era el
pilar que sustentaba el puente para transitar hacia el republicanismo liberal,
predicado especialmente desde Francia. Mientras se percibió esta seguridad,
la polémica no solamente fue posible, sino necesaria para configurar el por­

H Ibid.
15 Domingo Faustino Sarmiento, El Mercurio de Valparaíso. 26 de febrero de 1841.
104 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

venir incierto y discutir sobre el universo de verdades alternativas que intro­


ducía la complejidad moderna. Los valores permanentes y consensúales fija­
ban el marco en que era culturalmente legítimo polemizar; el sentimiento de
confianza al interior de la clase dirigente era el motor que permitía o impedía
su desarrollo.
A fin de aproximarnos a ese universo valórico que condicionaba la
acción política de la clase dirigente constituida en opinión pública, parece
sugerente indagar sobre los fundamentos de la disposición hacia la apertura,
y la reacción enérgica ante el disenso considerado excesivo. La apertura al
disenso, las formas que asumió, y los límites que se le impusieron marcaron
un hito en el desarrollo de la polémica socio-cultural y política. De hecho,
permitieron la apertura hacia ella, como consecuencia directa del clima de
confianza que inspiraba la obra constitucional reciente y la percepción de la
bondad de sus efectos.
Cuando Bello y Barros Arana dan cuenta de la trascendencia e impor­
tancia del momento que se inauguraba con la presidencia de don Manuel
Bulnes, lo hacen transmitiendo una impresión de verdadera ceremonia de
iniciación. Comenzaba una nueva era en el camino hacia el progreso. Co­
rresponde preguntarse, por lo tanto, dónde radica la excepcionalidad del
período que se inicia y que permite que surja la voluntad de abrir la discu­
sión en el marco de ciertos límites. Confianza, apertura, consenso, disenso, y
límites son conceptos fundamentales para comprender cómo transcurrió el
proceso de cambio en las formas políticas y culturales que habían imperado
en la nación chilena.
El ordenamiento institucional, la noción de país victorioso, y la exis­
tencia de un futuro económico promisor son antecedentes evidentes sobre
los cuales podían comenzar a articularse construcciones consensúales más
complejas al interior de la cultura política chilena. La confianza que todo lo
anterior generó en la clase dirigente respecto de la estructura, solidez y
funcionalidad de su poder se expresó en las negociaciones previas a la elec­
ción de Bulnes, e incluso en el matrimonio de éste con Enriqueta, hija del ex
Presidente liberal, Francisco Antonio Pinto (1827-1829). La factibilidad del
acuerdo entre antiguos rivales redundó en mayor seguridad respecto de la
capacidad de cohesión, negociación y homogeneidad del grupo social. No
había llegado aún el momento en que el liderazgo de la clase dirigente sobre
los otros sectores sociales podía ponerse en duda; ahora se confirmaba la
existencia de un consenso, una suerte de acuerdo tácito entre los mismos
sectores de la sociedad que hasta, e incluso durante el período portaliano,
habían combatido en filas contrarias.
PRIMERA PARTE / CAP. 111 / LA APERTURA A LA POLEMICA: EL REINO DE LA... 105

Indudablemente, la clase dirigente chilena no había improvisado su


capacidad de llegar a acuerdos entre sus miembros. Sabemos que la creación
y consolidación de un consenso es un proceso largo que tiene relación con
la universalización e internalización de los valores básicos que conforman el
sistema de creencias de una cultura política. En Chile, la conciencia de clase
emerge al interior de la cultura colonizadora, y comienza a buscar su identi­
dad cultural en los primeros años de vida republicana. El período llamado
portaliano, gracias a su logro de paz interior, fue el primer momento en que
se logró satisfactoriamente explicitar el Estado y a través de él, el tipo de
nación que expresaba esa cultura de la clase dirigente.16 Constituye el espa­
cio en el cual la teoría y normativa políticas confluyen más estrechamente
con la realidad, permitiendo la expresión de formas consensúales. Las for­
mas que asumió el consenso al interior de la cultura política de la clase
dirigente chilena, son relevantes para explicarse el funcionamiento de la
polémica y los límites que se le establecen. Permiten comprender acciones
políticas “inexplicables” como la condena a El Diablo Político, y más impor­
tante aún, comprobar la relación existente entre la mantención del consenso,
la sensación de confianza y la hegemonía del poder de la clase dirigente.
El espíritu de apertura, que coincide con la llegada de Bulnes al Go­
bierno, reposa en la negociación exitosa de los sectores rivales, y en su
acuerdo respecto de los valores fundamentales que sustentan su poder, y
que son los mismos que fueron dando forma al consenso que comenzó a
operar en los primeros años de la república. Formulados de manera general,
estos valores continuaron siendo, en primer lugar, la intención de mantener
y perfeccionar un sistéma republicano de gobierno; en segundo, la acepta­
ción del catolicismo como la fe verdadera y el pilar donde reposa la cohe­
sión social, y, en tercero, la valoración del orden institucional y social, o
también público y privado, como medida para la posibilidad de la apertura
al cambio. Ellos son los elementos consensúales básicos que conforman su
cultura política. Aunque entendemos que su configuración es un proceso
dialéctico y dinámico en el tiempo, tiene hitos representativos y casi
caricaturescos, como es el discurso de Diego Portales, expresado inmejora­
blemente en sus cartas. Si a él, se le atribuyó el triunfo definitivo sobre el
pasado, es sin duda porque cristalizó anhelos y sensaciones arraigadas hacía
años en el grupo dominante, y que decían relación con su defensa del or­

ló Ver capítulo 1, p. 21.


106 LA SEDUCCION DE UN ORDEN LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

den, dentro de un sistema político republicano que emule lo mejor posible


el sistema de autoridad monárquica.

2. El despertar cultural y la discusión intelectual


*
La discusión era un arte aceptado y querido como recurso articulador
de las ideas que ebullían en la mente de la generación que consolidaba el
Estado chileno. Domingo Faustino Sarmiento reflejaba ese espíritu con estas
expresiones: “¡Viva la polémica! Campo de batalla de la civilización, en que
así se baten las ideas como las preocupaciones, las doctrinas recibidas como
el pensamiento o los desvarios individuales. El pueblo escucha, cree al prin­
cipio lo que cada uno de los contendientes alega, la duda sobreviene, se
establecen comparaciones, y el juicio propio aleccionado concede la victoria
a quien o más razón lleva, o más profundas impresiones deja. Suelen los
antagonistas, en lugar de razones, tirarse tierra a la cara, arañarse también, y
no faltan ocasiones en que se hacen heridas profundas y duraderas. Falta de
ejercicio... maneras un poco francas, un tanto rudas si se quiere. Pero la
continuación,... el hábito,... la cortesía,... la risa de los espectadores también,
el criterio, en fin, todo contribuye a quitarle a esta lucha caballerosa lo que
de áspero tiene en sus principios”.17
Cualquier viajero que visitase Chile en los comienzos de la Presiden­
cia Bulnes habría reparado en la gran cantidad de polémicas que se desarro­
llaban en el país. Sarmiento, exiliado con toda una generación de sus con­
temporáneos debido a los excesos de Juan Manuel de Rosas en la vecina
Argentina, no fue una excepción transmitiendo la impresión de que la na­
ción respiraba por los poros que abría la polémica; que ella era el elemento
más vital de la nación chilena.
La polémica resurgió en la década de 1840, sin configurar una ruptura
respecto de los períodos que le precedieron. La cultura política chilena siem­
pre había admitido la discusión, de una forma u otra, con menores o mayo­
res consecuencias para sus actores. En 1823, el fraile Camilo Henríquez hizo
un caluroso elogio de Voltaire, Rousseau y Montesquieu en el periódico El

17 Domingo Faustino Sarmiento, “El comunicado del otro quidam”, El Mercurio de Valparaíso,
3 de junio de 1842. También en “Artículos Críticos y Literarios”, en Obras de Domingo
Faustino Sarmiento (París: Belin Hermanos editores, 1909), tomo I, p. 231.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 107

Mercurio. Fray Tadeo Silva entró en polémica dé inmediato, llamándole “após­


tol de la tolerancia infernal”. José Joaquín de Mora fue un gran polemista,
cuyas consecuencias, como ya hemos referido, debió pagar caro en manos
de Portales. Además de discutir con Andrés Bello de política y educación, en
1828 polemizó con Juan Egaña, a quien acusó de atentar contra la igualdad
republicana al defender los mayorazgos en el país. La lista de polémicas,
especialmente por intermedio de la prensa periódica, sería muy extensa. No
obstante, es efectivo que durante el período portaliano la mano dura del
Ministro se hizo sentir también en la prensa, limitando las posibilidades de
polémica y, especialmente, su trascendencia hacia el cuerpo social del país.
Por separado del diario oficial El Araucano, sólo El Mercurio de Valparaíso y
El Valdiviano Federal, tribuna del patriota José Miguel Infante, quebraban el
“gran silencio”, como le llamó el publicista Lastarria al período que se extien­
de desde 1830 a 1839, fecha en que se suprimieron las facultades extraordi­
narias concedidas al Ejecutivo.
El arribo de los argentinos fue sin duda un gran incentivo. Las reper­
cusiones de su pluma fueron casi inmediatas, y todas sus ideas producían
algún tipo de reacción por parte de la opinión pública, sobre todo un incen­
tivo para constituirse en grupos de reflexión crítica, como eran los argenti­
nos. De hecho, la juventud chilena reaccionó de inmediato a las observacio­
nes de Sarmiento, publicadas en El Mercurio, sobre la carencia de poesía
chilena. En efecto, pocos días después de la critica de éste, Bello publicó el
poema elegiaco “El Incendio de la Compañía”, y los estudiantes de legisla­
ción del Instituto Nacional se reunieron para organizar una academia. Fue el
origen de la Sociedad Literaria que vio la luz en 1842, a la que nos referire­
mos más adelante.
Aunque un protagonista importante como José Victorino Lastarria haya
intentado minimizar “las influencias sociales” extranjeras, y atribuir el des­
pertar cultural a “una reacción casi individual”,18 lo cierto es que, concomi-

18 Cfr. José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 130. Para una posición distinta
ver Benjamín Vicuña Mackenna “Los antecedentes del Movimiento Literario de 1842. Recuerdos
e impresiones” en Atenea, año XIX, tomo LXVTII, n” 203, p. 41. Dice: “Más por esos mismos
tiempos abriéronse casi a la vez dos puertas a la luz. Por el oriente llegaron los emigrados
argentinos, empapados hasta la médula de los huesos en la corriente deslumbradora de las
ideas francesas que hasta hoy dominan soberanas en el Plata... Por el poniente... establecióse
la carrera de vapores del Pacífico que nos ponía al habla, breve y directa con la Inglaterra y
con la Francia”.
108 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

tantemente con los procesos descritos anteriormente, las tertulias, el teatro,


la prensa, los foros políticos, y los establecimientos educacionales comenza­
ron a activarse imbuidos del espíritu de progreso, de diálogo, y de confianza
que inspiraban el cambio de administración. A pocos meses de abandonar la
Presidencia, Joaquín Prieto, en su discurso al Congreso, reconocía que “son
grandes incontestablemente los adelantamientos que las letras han hecho en
Chile... Creo que hay suficiente fundamento para mirarlos como una prueba
evidente del influjo vivificante de nuestras instituciones sobre el espíritu, no
menos que sobre los elementos materiales de prosperidad y riqueza”.19 Días
antes de las ceremonias de inauguración presidencial, Manuel Rengifo, próxi­
mo Ministro de Hacienda, reflejó bien el nuevo état d’esprit en una carta
enviada a Manuel Bulnes: “Dirigiendo la vista hacia el aspecto político que
presenta la República en su interior, puede decirse que desde el principio de
la revolución hasta nuestros días, jamás ha habido un período de orden, de
calma y de esperanzas como el que actualmente disfrutamos. Por una feliz
combinación de circunstancias, los partidos en que antes se dividía el país
han depuesto su animosidad recíproca, y todos esperan de usted seguridad
y protección..,”.20
Expresiones de este espíritu son la fundación de la Universidad de
Chile y de la Escuela Normal de Preceptores en 1842, así como la prolifera­
ción de actividades y publicaciones culturales.21 Ese mismo año surgen dos
nuevos periódicos de análisis e interpretación, cuya finalidad trasciende lo
político. En su prospecto, El Museo de Ambas Américas, nombre inspirado
en su equivalente ilustrado francés, Revue de Deux Mondes, y dirigido por
Juan García del Río, afirmó que presentía “la época de sentar sobre la base
sólida de la Ilustración, el orden y la libertad, la paz y la dicha de los pue­
blos”.22 Con propósitos semejantes surgió también El Semanario de Santia­
go, donde participaron los miembros más ilustres de la juventud de 1842,
entre ellos, Lastarria, Salvador Sanfuentes, Antonio Varas, Francisco Bello,

19 José Joaquín Prieto, Discurso del Presidente de la República ante el Soberano Congreso
(Santiago: 1841).
20 Carta del 14 de septiembre de 1841 publicada en Raúl Silva Castro, ed., Cartas chilenas
(Santiago: s/e, 1954), p. 73.
21 Sobre la fundación de la Universidad de Chile ver Rolando Mellafe et al. Historia de la
Universidad de Chile (Santiago: Universitaria, 1994) y Sol Serrano, Universidad y Nación, op,
cit.
22 El Museo de ambas Américas (Valparaíso: Imprenta M. Rivadeneira, 1842), vol. 1.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 109

Antonio García Reyes, Jacinto Chacón y el mismo Andrés Bello. Lastarria


cuenta que el maestro Bello fue el responsable de que los jóvenes no adop­
taran “banderías políticas”, sino más bien que hicieran uso de la moderación
a fin de no correr riesgos políticos.23 El periódico se propuso “favorecer el
desarrollo intelectual y hacerlo extensivo a todas las clases de la sociedad”,
sugiriendo muy bien el nuevo espíritu de difusión de la cultura y apertura
hacia nuevos sectores e ideas.24 En el prospecto del mismo diario, publicado
por El Mercurio, se expresa: “Si no logramos que se adopten nuestras opi­
niones tendremos siquiera la gloria de haber promovido la discusión”.25 El
tercer periódico, La Revista de Valparaíso, reunía a los argentinos más nota­
bles: López, Alberdi y Gutiérrez. Desde sus páginas se dio inicio a la polémi­
ca sobre el Romanticismo.
Los integrantes de la Generación de 1842 fueron los actores de las
polémicas de la década del 40 y, por tanto, a través de quienes es más fácil
rastrear las expresiones discursivas del espíritu de conciliación y confianza,
así como sus primeras erosiones en el transcurso de los años. Sabemos que
Sarmiento es un excelente exponente del nuevo espíritu. “¡Bendito sea nues­
tro Chile que de tantos bienes disfruta y a quien las bendiciones del cielo le
vienen como llovidas! Tranquilidad interior, gobierno constitucional, un par­
tido retrógrado nulo, uno liberal moderado, una administración que se anda
ten con ten, con los progresos y la rutina, ¿qué más quieren?...”26
La Sociedad Literaria constituyó uno de los espacios en cuyo interior
se pudo expresar el disenso; también lo fueron la Universidad de Chile y el
Instituto Nacional. En ella convivieron el sabio Bello, maestro de la nueva
generación y poder moderador ante los cambios, con figuras tan radicales
como Francisco Bilbao y Jacinto Chacón. A pesar de sus distintas visiones,
cuyos alcances aún no se expresaban, todos habían podido reunirse a fin de
ilustrarse “para difundir en el pueblo las luces y las sanas ideas morales.
Acometer esta empresa individualmente era imposible: he aquí el origen y
objeto de nuestra reunión”.27
José Victorino Lastarria fue elegido primer Director de la Sociedad
Literaria. Su Discurso Inaugural constituye una pieza de enorme valor para la

23 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 130.


24 El Progreso, Santiago, 10 de noviembre de 1842.
25 El Mercurio de Valparaíso, 30 de junio de 1842.
26 El Mercurio de Valparaíso, 4 de mayo de 1842.
27 “Noticia de la Sociedad” en José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 94.
110 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTÍER

comprensión de las inquietudes de la Generación de 1842, en su calidad de


grupo autoconsciente de que inicia una nueva dinámica en la vida cultural
chilena. Lastarria expresa allí su optimismo ante el triunfo sobre el oscurantismo
del período anterior y su confianza en la autoridad de las “luces” para contri­
buir a la creación de las condiciones para la prosperidad y libertad de la
República. Usó como matriz de su Discurso el tema de la literatura. Con
palabras como “somos infantes en la existencia social”, recomendó a los
jóvenes ocuparse de incorporar a nuevas clases sociales a su quehacer, y,
para ello, de generar un pensamiento propio, que reflejase las costumbres y
valores de la nación chilena. “No perdáis jamás de vista que nuestros progre­
sos futuros dependen enteramente del giro que demos a nuestros conoci­
mientos en su punto de partida. Este es el momento crítico para nosotros.
Tenemos un deseo, muy natural en los pueblos nuevos, ardientes, que nos
arrastra y nos alucina: tal es el de sobresalir, el de progresar en la civiliza­
ción... Mas no nos apresuremos a satisfacerlo”.28
El autor hizo gala en su discurso de una cautela semejante a la del
maestro Bello, especialmente al tratar el tema de la democracia, tema que le
preocupaba especialmente: “La democracia, que es la libertad, no se legiti­
ma, no es útil ni bienhechora sino cuando el pueblo ha llegado a su edad
madura, y nosotros no somos todavía adultos”.29 Exige como prerrequisito la
existencia de ilustración y riqueza para poder imponerse y mantener su esta­
bilidad. Sin embargo, a pesar de la deseabilidad del cambio democrático, a
su debido tiempo, el discurso deja en evidencia que el momento de paz y
prosperidad que vive el país recomienda abrir los cauces de un cambio que
es además inevitable; hay que recorrer el camino y el tránsito debe efectuar­
se sobre las bases sólidas del momento consensual que se vive. Si ello no se
patrocina, “pronto llega un momento en que la disposición de los espíritus y
las opiniones generalmente adoptadas no están ya de acuerdo con las insti­
tuciones y con las costumbres, entonces es preciso renovarlo todo: esta es la
época de las revoluciones y de las reformas”.30
La Generación de 1842, cuyos miembros crearon la Sociedad Literaria,
aparece llamada a ejercer el rol protagónico y a la vez de conductor en un
proceso que debía evitar la revolución y el cambio brusco, los cuales altera­

28 Ibid., pp. 95-96.


29 Ihid.
30 Ibid.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 111

rían la confianza del grupo dirigente chileno. Era un delicado juego de equi­
librios a fin de no exceder la cautela conveniente y necesaria para que el
medio polémico continuara desarrollándose y permitiendo cambios gradua­
les. Refiriéndose a este espíritu de permanente negociación, Lastarria co­
menta: “Mas no estaba el peligro en su reprobación, sino en que si revelába­
mos nuestras ideas con una franqueza que sublevase las preocupaciones y
los intereses de las potencias políticas y religiosas dominantes, aquella re­
probación podía ser tomada como la expresión de una opinión pública ca­
paz de autorizar todas las hostilidades de los poderosos contra el pobre
ensayo que hacíamos para asegurar nuestro desarrollo intelectual”.31

3. La idea de progreso
La idea del progreso continuo e inevitable de la humanidad, tal como
la sustentaron Voltaire, Turgot, Condorcet, Saint Simón, Reynal y otros pen­
sadores ilustrados, leídos frecuentemente por la elite chilena, introdujo una
nueva visión de la historia, entendida ahora como un ascenso lento y gra­
dual, pero también continuo y necesario hacia un cierto fin preparado al
interior de la racionalidad y la voluntad humanas. Ya no creen en que la
Providencia, desde y por todos los tiempos, toma de la mano al hombre y le
conduce por caminos desconocidos hacia un telos sobrenatural. Esto no
significa, ni la pérdida de la fe católica, ni la eliminación de golpe de la
Providencia como guía de la historia. De hecho, los filósofos de la historia
buscaron desesperadamente en este período un motor alternativo; el recurso
al “ardid de la razón” hegeliano es uno de los frutos de esta indagación sobre
el sentido de los fenómenos históricos. Sin embargo, una de las primeras
consecuencias de esta nueva visión es que, de alguna manera, se corta la
cadena lineal que une coherentemente pasado, presente y futuro. Tanto los
franceses como los latinoamericanos habían vivido un proceso de ruptura
con el pasado en sus respectivas revoluciones. La “leyenda negra” contra
España era más que un recurso político que permitiera cortar el cordón
umbilical con la metrópolis; era también una modificación de referentes cul­
turales que afectaba desde la lengua hasta la religión legada por la madre
patria. La creencia en el progreso imponía una visión de futuro que reempla­

31 IbicL, p. 91-
112 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

zase el pasado, y que fuera cualitativamente mejor aunque imprevisible. El


presente era, en consecuencia, el espacio donde se hacía necesario procesar
el rompimiento con el pasado y los sentimientos de incertidumbre que ello
producía; donde se urdía este futuro deseado pero al mismo tiempo temido.
Los términos “progreso”, “evolución” y “desarrollo” eran sinónimos en el
siglo XIX, por lo cual era inevitable que la idea de progreso trajese aparejada
una nueva visión del tiempo y del espacio. Era un espacio vacío, un reino de
imprevisibilidad permanente. De allí la importancia de la existencia de un
consenso mínimo que permitiese efectuar el tránsito, manteniendo el delica­
do equilibrio entre el cambio necesario y el requisito de estabilidad propio
de grupos esencialmente conservadores como la clase dirigente chilena. Los
elementos consensúales que hemos descrito son el pilar sobre el cual se
apoyaba este equilibrio; los únicos elementos estables de un mundo que
giraba en torno, y debería fatalmente asimilar, una modernidad de naturale­
za compleja.
Describir la manifestación de esta noción de un cambio inevitable y
de un presente en transición, es decir, en movimiento, es fundamental para
comprender el sustrato de legitimidad y de necesariedad de la polémica. Esta
visión, predominante al interior de la clase dirigente chilena a comienzos del
siglo XIX, es la única capaz de explicar por qué, por una parte, se crea el
espacio para polemizar sobre la apertura hacia el cambio, y, al mismo tiem­
po se le ponen límites para asegurar que éste no tenga consecuencias sobre
el cuerpo social ni la estructura de poder.
En 1841, escribiendo como editorialista de El Mercurio, Sarmiento
exponía la nueva dinámica de interacción transicional: “Se siente en toda
sociedad una doble necesidad, de quietud y de movimiento, de paz y de
actividad, de acción y resistencia, y el espíritu humano siempre perfectible
está siempre animado del instinto de perfeccionar”.32 En otra parte, dejaba
de manifiesto la tensión al interior de la nueva dinámica: “Las ideas que
nuestra organización pasada nos ha legado, poderosamente segundadas por
las costumbres y los hábitos que sobreviven largo tiempo el pensamiento
que representan, luchan y habrán de luchar más tiempo que el que sería de
desear para la tranquilidad de los pueblos con esta otra generación de ideas
que los progresos del espíritu humano han hecho brotar en todos los puntos
del globo en que la civilización europea ha penetrado y que... forman el

32 El Mercurio de Valparaíso, 28 de febrero de 1841.


PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 113

catálogo que ha recibido el nombre de ideasTiberales”.33 La misma impre­


sión transmitía otro periódico surgido justamente como portavoz de quienes
creían que el avance de posiciones mas “liberales” era inevitable, al precisar
algunos de los rasgos nuevos que presentaba la sociedad republicana: “¿Y
qué ha venido a ser para nosotros esta sociedad que antes de 1810 no era
nada, sino una horda de esclavos que vegetaba sumida en el sopor del
embrutecimiento? Todo ha cambiado, estamos en una época de transición y
por consiguiente de actividad; la regeneración se opera con la rapidez de un
incendio, que abraza la sociedad”.34
Este incendio de que habla el articulista anticipa un cambio social de
largo alcance. Se trata de la incorporación de nuevos sectores ajenos a la
clase dirigente tradicional, los cuales por medio de la educación comenza­
ban a encontrar vías de acceso a la vida intelectual del país. La relación
necesaria, entre este acceso y la eventual incorporación de estos sectores al
proceso de decisiones políticas, fue haciéndose poco a poco evidente para
los más sagaces, especialmente desde que su referente teórico indicaba que,
a través de las ideas se modificaban las costumbres y creencias, para alcanzar
en una etapa posterior el cambio institucional. El observador social atento
podía sin dificultad prever que este nuevo espíritu desencadenaría una gran
motivación hacia la acción. A esta nueva situación se refería El Crepúsculo
cuando afirmaba que en los tiempos de la esclavitud sólo los monarcas eran
poderosos; ahora, en cambio, “de todos los ángulos de nuestro pueblo sur­
gen hoy hombres nuevos, hombres libres que para llegar a granjearse un
nombre, un puesto en la sociedad, no han menester antecedentes, ni más
amparo que el de sus'propias fuerzas: esto establece una lucha social conti­
nua que traerá por necesario resultado la consagración del santo dogma de
la igualdad”.35 La inevitabilidad del cambio afecta a todos los grupos socia­
les, a tal punto que, aun contra su voluntad, serán arrastrados por su marea.
“Los hombres que forman nuestra aristocracia se ven también empujados
por esa corriente, ellos afectan firmeza en su apego a lo viejo, ellos piensan
ser los moderadores del movimiento social, y en realidad son los represen­
tantes únicos que en el día tienen las ideas de la rancia España...”36

33 El Mercurio de Valparaíso, 26 de febrero de 1841.


34 “Una palabra sobre el día de la Patria”, El Crepúsculo, 18 de septiembre de 1845.
35 Ibid.
36 Ibid.
114 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATT1ER

La lucha entre pasado y presente a que aluden con distintos énfasis


Sarmiento y El Crepúsculo es relevante para configurar el espacio vacío don­
de se desarrolla la polémica. A pesar del poder moderador de Bello, y de su
insistencia en la mantención de los vínculos históricos para evitar rupturas
en la cultura política, el grupo de los nuevos liberales intentó exitosamente
asociar la idea de España al colonialismo, al monarquismo y al retraso.37
Como el adolescente requiere separarse de sus padres, ellos debían cortar el
cordón umbilical que ataba a la ex colonia a las “aplastadas ideas y costum­
bres de aquella España venerada”. Esa era la forma posible de hacer la
República y de construir sobre bases adultas a la nación. “Cualquiera que
eche una hojeada sobre el cuadro que presentaba Chile antes del año 40, lo
verá descolorido”, dice El Crepúsculo, refiriéndose a la sociedad bajo el in­
flujo español.38 “La sociedad toda no respiraba más que añejas preocupacio­
nes. La civilización estaba estacionada, los estudios abandonados a la rutina
de las aulas; no se hacía más que plagiar, imitar servilmente los modelos
antiguos, y bajar la cabeza al oír el nombre del que había escrito algún
cartapacio, o traducido una oda latina”.39 El diagnóstico del pasado continua­
ba afirmando que: “El elemento civilizador no nos tocaba por ningún lado, la
sociedad permanecía con indolencia sumida en la oscuridad, estacionada,
mientras el mundo que marchaba a pasos gigantescos, se iluminaba con un
rayo de filosofía socialista”.40 La polémica sobre filosofía de la historia, que
discutiremos en un próximo capítulo, dice relación estrecha con este conflic­
to. Lastarria, a juicio de Bello, exacerbaba las críticas contra la Madre Patria,
llegando a distorsionar la realidad histórica. Por separado, sin duda, Lastarria
contribuía a producir una peligrosa sensación de orfandad y ausencia de
verdades permanentes que podía resquebrajar los pilares consensúales que
cohesionaban los distintos sectores de la sociedad chilena.
La creencia en la inevitabilidad del cambio es común a todos los sec­
tores y, ante ella, no existen diferencias evidentes entre grupos de pensa­

37 Discutiremos detalladamente esta posición de Bello al tratar las polémicas sobre el lenguaje
y filosofía de la historia en los capítulos 6 y 7. Allí se expresa bien la ambivalencia entre su
admiración por las ideas liberales y su rechazo a las eventuales desestabilizaciones como
consecuencia de un cambio brusco. Sobre este aspecto, cfr. Ana María Stuven “La Generación
de 1842 y la conciencia nacional chilena”, en Revista de Ciencia Política, n° 1, vol. IX.
(Santiago, 1987).
38 El Crepusculario, Santiago, 1 de enero de 1844, n° 9.
39 Ibid.
40 Ibid.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA: EL REINO DE LA... 115

miento. Estas surgen apasionadamente cuando se discute en torno a los


mecanismos de cambio o a reformas concretas, poniéndose en evidencia
una fisura en las fuentes de apoyo de la confianza que permite la discusión
de verdades alternativas. La clase dirigente chilena tenía conciencia de que
la hegemonía de su poder descansaba sobre un equilibrio muy delicado
entre la aceptación del cambio considerado necesario y su contención, de
manera de no ser invadida y, eventualmente, reemplazada por estructuras de
poder configuradas por nuevos sectores. La palabra clave a este respecto es
“gradualidad”, sobre la cual existía completo acuerdo a comienzos de la
década de 1840. En su Discurso Inaugural de la Sociedad Literaria, Lastarria
fue enfático en afirmar que la “reforma no puede ser súbita; resignémonos al
pausado curso de la severa experiencia, y día vendrá en que los chilenos
tengan una sociedad que forme su ventura...”.41
Cuando era editor de El Mercurio el argentino Félix Frías, el diario
publicó 3 importantes editoriales titulados “Las Reformas”, en los cuales se
intentó precisar el significado del término, debido a que éste ya se había
incorporado al léxico común como sinónimo de cambio y vínculo entre
pasado y presente. La reforma es “la teoría que debe traducirse a hecho”, “la
protesta de la verdad no aceptada contra una preocupación establecida”, y,
también, “la gran necesidad actual”.42 Apoyándose en la autoridad de Lerminier,
el editorialista asignaba a los jóvenes el rol protagónico en la reforma, al
mismo tiempo que ahondaba en las dificultades en torno a la aplicación del
espíritu innovador de los jóvenes y defendía la necesidad de discutir en
torno al tema, especialmente porque percibía que para muchos “ella es siempre
compañera del desorden y la anarquía social”.43 Para evitarlo, recomendaba
tener en cuenta que toda modificación social debía ser gradual, y debía
obedecer a un orden en cuya cúspide se encuentran las costumbres y las
creencias. “Por esto es que hemos creído siempre insensatas o hijas de la
preocupada demagogia las tentativas de innovar la constitución y la forma
política de las sociedades hispano-americanas, que ofrecen un espectáculo
nuevo en la historia: hábitos de la Edad Media aspirando a las libertades
democráticas del siglo XIX. Instituciones civilizadas sobre costumbres semi-
salvajes”.44 A fin de superar esta contradicción entre fondo y forma de las

41 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 100.


42 Cfr. El Mercurio de Valparaíso, 27, 28 y 29 de febrero de 1844.
4i Ihid.
Ibid.
116 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

sociedades latinoamericanas, y “desde que no se abandone el campo de la


moral y la literatura, todos los combates periodísticos por ardientes que sean
traerán un benéfico resultado...”45
Aunque se produjo una extensa discusión que revisaremos más ade­
lante en torno a la primacía, ya sea de las ideas, costumbres y creencias, o de
las instituciones como lugar privilegiado del cambio social, por ahora debe­
mos decir, que a comienzos de la Presidencia del General Bulnes existía un
acuerdo en torno a la necesidad de formar y “educar” a la nación, ya que las
instituciones debían responder a este proceso civilizador y ser consecuencia
del mismo. Los miembros de la elite, incluso los jóvenes más radicales de la
Generación de 1842 como Francisco Bilbao, tenían muy claro y también
deseaban que esta vía de cambio se introdujera en forma gradual. “Lenta,
difícil es la educación de las masas, es preciso a toda costa darles intereses,
industria, trabajo, lo demás es casi vano. Solamente en rarísimas circunstan­
cias se pueden hacer revoluciones intelectuales en las masas, como cuando
hay una exigencia o carencia de principios directores”.46
La lentitud, o gradualidad en la aplicación de las reformas necesarias
garantizaba que esta situación de tránsito existencial no implicara una ruptu­
ra total respecto del universo de valores que había conformado la cultura
política de la clase dirigente, con la consecuente seguridad de tranquilidad
social que ello ofrecía durante el proceso. Al explicar las razones por las
cuales el nuevo diario se llamaría El Progreso, sus creadores aclararon que,
luego de las luchas del Siglo XVIII contra los tiempos pasados, “los pueblos
civilizados del Siglo XIX han vuelto a levantar el edificio que sin exclusión
de partes habían destruido sus padres. La doctrina del progreso se ha formu­
lado, reconociendo como parte integrante de la vida de la humanidad, las
creencias de los tiempos pasados, como que de ellos nacen las nuestras y
que de las nuestras y de aquellas se alimentarán las de las épocas venideras.
Porque el progreso, como es una progresión ascendiente, no desecha los
antecedentes que la constituyen”.47
Pocos meses antes de publicar su controvertida “Sociabilidad Chile­
na”, Francisco Bilbao sostuvo una polémica por la prensa a propósito del
artículo de Juan Nepomuceno Espejo sobre educación de las mujeres, pu­

45 Ibid.
46 Bilbao a Pinto, Valparaíso, 7 de febrero de 1843. Biblioteca Nacional, Archivo Santa María
(en adelante SMA) 7100.
47 El Progreso, Santiago, 10 de noviembre de 1842, n° 1.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA: EL REINO DE LA... 117

blicado en El Crepúsculo.^8 La reacción ante lá crítica de Bilbao al Plan de


Enseñanza propuesto se centra en que “el Sr. Bilbao (ignora) que no se
puede obrar de un solo golpe la ventura de una nación tres siglos esclaviza­
da. Los elementos que se pueden poner en ejercicio para prosperar no pue­
den muchas veces moverse a un mismo tiempo, porque esto sería conmover
violentamente el edificio social, agitarlo, destruirlo tal vez... Todo tiene sus
49 Con ello, el autor buscaba neutralizar el discurso iguali­
grados en la vida”.48
tario de Bilbao y su propuesta de mejora de la “condición del proletario”. En
definitiva, “¿cómo pretende el autor de la refutación a nuestro artículo aliviar
la desventura de un proletario, si antes no se ha formado con el estudio de la
religión y del evangelio el corazón de nuestros aristócratas? Esto es imposi­
ble. El principio del mal está en el corazón de nuestra sociedad y es un
delirio emprender su curación en las demás partes del cuerpo”.50
El problema del cambio y su mayor o menor gradualidad es un tema
que subyace en todas las polémicas de la época; sus repercusiones tendieron
a establecer una línea divisoria entre miembros de la elite. Fue paulatina­
mente haciéndose patrimonio de un grupo que buscó acelerar la reforma
social, y acabó cortando transversalmente a la clase dirigente, cuando algu­
nos de sus integrantes intentaron que trascendiera la reflexión teórica para
expresarse en programas de cambio. Las primeras figuraciones de Francisco
Bilbao, y las reacciones que motivaron, permiten vislumbrar el cambio de
tono que se irá produciendo en los mecanismos de discusión a lo largo de la
década.
En 1842, el diario El Progreso intentó hacer una evaluación de la
situación social chilena, desde una perspectiva que insertaba el problema de
la gradualidad en la discusión temporal, clave para decodificar las violacio­
nes que implicaban los programas concretos de cambio: “Esta falta es la de
no considerar nuestras cuestiones con relación al tiempo; consecuencia de
nuestra falta de estudios históricos. Punto esencial y aun vital en nuestro
objeto, porque de otro modo no podemos comprender la ley del progreso y
aplicarla. Nada hay completo todavía. Todo se desarrolla. El desarrollo se
hace en el tiempo”.51

48 Juan Nepomuceno Espejo, “Observaciones sobre la educación de las mujeres dirigidas a las
señoras directoras del Colegio de Santiago”, en El Crepúsculo, Santiago. 1 de febrero y 1 de
abril de 1844.
49 Cfr. "Correspondencia”, El Mercurio de Valparaíso, 10 de febrero de 1844.
50 Ihid.
51 El Progreso, Santiago, 20 de diciembre de 1842.
118 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... ' ANA MARIA STUVEN VATTIER

La visión del mundo guiada por la noción de progreso presupone


que, para que este se produzca, y el hombre pueda acceder a él, su natura­
leza debe ser perfectible. Es decir, el primer escenario del cambio son los
mismos seres humanos, factibles de escalar hacia el progreso por vía de la
“educación” y la “civilización”. Las reticencias que provoca la incertidumbre
se ven superadas más fácilmente ante la no inminencia de modificaciones, y
ante la confianza de que un “hombre nuevo” será con toda seguridad un
aliado del proyecto de nación de la clase dirigente. A juicio de la juventud
progresista del Siglo XIX, el lugar privilegiado en el proceso de cambio son
las conciencias, y el mecanismo apropiado, las ideas. “¿Dónde está... el ori­
gen del mal?”, se preguntaba Sarmiento en una reflexión que enviaba a su
amigo Vicente Fidel López sobre el estancamiento americano producto del
legado español. “No en otra parte que donde se halla el origen del bien, en
el hombre, en la acción personal, en las pasiones buenas o malas de los que
están en situación de crear la historia”.52 No son, por lo tanto, agregaba, las
instituciones las causantes del mal de los pueblos.
El énfasis prioritario de parte del Estado, y los avances en materia de
educación, son consecuencia de la visión de progreso descrita. Entre los
adelantos en este campo ya hemos mencionado la fundación de la Universi­
dad de Chile y la creación de la Escuela Normal de Preceptores. En 1843 se
reorganizó el Instituto Nacional. A estos años pertenecen las numerosas po­
lémicas que se hicieron públicas sobre el tema de la educación y la cultura,
como agentes de perfeccionamiento personal y nacional. La preocupación
permanente de Sarmiento, la polémica entre Antonio Varas e Ignacio Domeyko
en 1842 sobre enseñanza secundaria y superior, las polémicas sobre ortogra­
fía de 1842 y sobre libertad de enseñanza de 1844, el aumento de los perió­
dicos, y los esfuerzos por aumentar la impresión de libros en el país, sirven
también de ejemplo.53 Lastarria relata que en 1843, “se publicaron 24 obras
serias, la mitad de las cuales era consagrada a la enseñanza y a la difusión de
los conocimientos. En 1844, se imprimieron 38; en 1845, 48; en 1846, 80, y
así sucesivamente”.54 Se inauguraron nuevas librerías, y El Mercurio inició la
publicación de un listado con las obras llegadas al país para la venta, entre

52 Domingo Faustino Sarmiento, “Viajes por Europa, Africa y América, 1845-1847” en Obras
Completas de Domingo Faustino Sarmiento (Santiago: Gutenberg, 1887-1899), tomo I, p. 39
’3 Ver Sol Serrano, op. cit.
José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 230.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA: EL REINO DE LA... 119

las cuales figuraban los filósofos de la historia y los románticos franceses, así
como los poetas y escritores españoles. Incluso figura el polémico Abate de
Lamennais, cuyo Libro del Pueblo se editó en 1844 en Concepción. A fin de
incentivar la actividad editora, El Mercurio intento desafiar a los chilenos con
el argumento de que las imprentas de París habían publicado 6 mil trescien­
tas obras en 1841, “escritas en todos idiomas, vivos y muertos”?5 Sarmiento
participó también activamente de esta campaña, haciendo notar que “los
escritores del siglo XVIII, haciendo una asombrosa emisión de libros que
inundaron de ideas nuevas todas las clases de la sociedad, prepararon e
hicieron necesario todo el grande movimiento en que terminó su época...”55 56

4. La educación para el cambio


La educación es el eslabón que une al hombre pre-republicano, igno­
rante e incivilizado con el siglo del progreso. Debe ser la tarea prioritaria del
Estado y la meta social más importante en la medida que permitirá que las
incertidumbres propias de un ideario nuevo y poco consolidado no se ten­
gan que expresar necesariamente en una desestabilización social. Será el
gran vehículo de incorporación social dentro de un esquema cuyo liderazgo
permanece en manos de quienes propician y organizan el auge del sistema
educacional. Sobre este punto, nuevamente concuerdan los espíritus libera­
les y los más conservadores. Antonio Varas, el hombre duro, y uno de los
más reticentes al cambio dentro del régimen, expresaba en su Memoria Anual
como Rector del Instituto Nacional: “El Instituto... es un foco de ideas... es un
punto céntrico en que una multitud de inteligencias vienen a iniciarse en
verdades que después van a derramar por todos los ángulos de la repúbli­
ca... preparando así una revolución, un cambio en las ideas generalmente
recibidas. Las ideas, los principios admitidos, regularizan nuestra conducta y
se hacen sentir a pesar nuestro, en todos los actos de la vida. Ellas hacen
variar los Estados de una manera inconcebible, trastornan el orden existente
y originan esas revoluciones que cambian el aspecto del mundo... La reli­
gión, el gobierno, las costumbres, la industria, ¿qué son, sino la expresión de

55 El Mercurio de Valparaíso, 12 de agosto de 1842.


56 El Mercurio de Valparaíso, 10 de junio de 1842.
120 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

las ideas, las convicciones, los principios generalmente recibidos en un pue­


blo?”57
Gran parte de la función editorial de Sarmiento (1841-1842) en el
diario El Mercurio estuvo destinada a propiciar la difusión de las ideas y a
exponer su visión sobre el rol de la educación. Su polémica sobre ortografía
con Andrés Bello forma parte de ese conjunto. Todo ello, a pesar de las
desconfianzas que provocó en algunos que lo acusaron de extranjero y sin­
tieron su nacionalismo herido, contribuyó a que su figura fuera, después de
Andrés Bello, la del maestro por excelencia.58 Debido a su autoridad en esta
materia, don Manuel Montt, ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública
le envió de viaje a Estados Unidos y a Europa a recoger ideas que contribu­
yeran a perfeccionar la educación en Chile. Sarmiento fue especialmente
explícito en reconocer la relación existente entre la educación, o “difusión
de las ideas” y el cambio social requerido para establecer la república demo­
crática sin quiebres revolucionarios.
Su diagnóstico fue que Chile estaba aún en su infancia en términos de
difusión de las ideas, “prolongando por su atraso, el de la instrucción gene­
ral, medio único de realizar una vez los fines a que conspira la forma de
gobierno que hemos adoptado, que consisten en la participación de los
bienes de la asociación, por el mayor número de asociados”. “En vano nos
afanaremos por mejorar nuestras habitudes coloniales, en vano deplorare­
mos nuestro atraso, si no ponemos todos nuestros conatos en la difusión de
las luces y de los medios de obtenerlas”.59
El problema de fondo al que apunta Sarmiento es a la vinculación
entre la nueva forma de gobierno republicano y la necesidad de un hombre
nuevo que esté a su altura. Ese hombre nuevo se logra con la difusión de las
luces y con el cambio de sus costumbres y creencias, es decir, inculcándole
una cultura política compatible o de signo equivalente a aquella de la clase
dirigente. Sólo en ese momento estará la sociedad completa, a fin de iniciar,

57 Antonio Varas. “Memoria anual del Instituto Nacional”, en Anales de la Universidad de Chile,
1845-1846 (Santiago, 1846), pp. 244-245.
58 En sus primeros tiempos en Chile, Sarmiento había golpeado duramente el orgullo nacional
chileno. Por ejemplo, recién llegado, publicó un artículo donde decía que “en ningún otro
estado de Sudamerica hay un espíritu nacional más peludo, más hediondo, más
monstruosamente abultado, que en la República de Chile”, cfr. El Mercurio de Valparaíso, 23
de febrero de 1843.
’9 El Mercurio de Valparaíso, 10 de junio de 1844.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA: EL REINO DE LA... 121

en los hechos, las reformas que se han anticipado en el pensamiento. Ya lo


mencionamos en el Discurso de Lastarria; el tema de la república democráti­
ca en los hechos es candente para poner a prueba la relación entre ideas y
cambio social. La voluntad republicana había constituido a la nación, trans­
formándose en uno de los pilares consensúales de la sociedad; sin embargo,
las ideas que informaban sobre ella establecían que la democracia era la
forma perfecta de república. ¿Cómo resolver la contradicción entre una creencia
y el temor a llevarla a la práctica? La clase dirigente chilena, no por mera
astucia, (el predominio de la idea de que “toda institución es expresión de
un hecho social” formaba parte del acervo liberal además del conservador)
estableció una separación tajante entre lo teórico y lo práctico, lo de fondo y
lo formal, el cambio en las ideas y en las instituciones, como medio para
transitar sin violencia hacia el progreso. Para otorgarle sentido a este divor­
cio, llenó el espacio vacío correspondiente al período de la transitoriedad
con una prolija escala de prioridades. El primer lugar correspondía a las
reformas sociales, entendidas como el progreso en la educación de la na­
ción; sólo después vendrían las reformas políticas y constitucionales. Asimis­
mo, en primer lugar correspondía otorgar los derechos civiles. Los derechos
políticos pertenecían a otro ámbito conceptual, ya que, cómo también explícito
Bilbao, sociedad civil y sociedad política no eran equivalentes respecto de
los derechos.
La discusión sobre el tema de la república y la democracia ilustra bien
el punto anterior. El Telégrafo de Concepción, El Valdiviano Federal y El
Mercurio de ValparaísQ sostuvieron una polémica a principios de 1844 sobre
las mejores maneras de actualizar la república. El Telégrafo había reproduci­
do al apóstol del “cristianismo social”, Lamennais, provocando temor con
sus referencias al pueblo como depositario de la soberanía nacional; El
Valdiviano abogaba por la federalización del país, a ejemplo de los Estados
Unidos. El Mercurio respondió alarmado en dos series de artículos, una so­
bre “La Democracia”, y la otra, mencionada anteriormente, sobre “Refor­
mas”, en un intento por retomar el control sobre el concepto de república.
En primer lugar, aclaró que “la palabra república expresa más de lo que
somos”, “porque hay menos democracia, menos civilización...”. “Sabemos
muy bien que en la teoría, las leyes deben ser en las repúblicas la garantía de
lo justo y de lo razonable; pero eso sucede cuando las repúblicas son verda­
deramente repúblicas, cuando es verdaderamente democrático el fondo que
ellas revisten, porque entonces las leyes no son sino la expresión de garan­
122 LA SEDUCCION DE UN ORDEN- LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

tías muy sólidas, que viven en la conciencia popular”.60 Existe, por lo tanto,
una incongruencia entre fondo y forma. “Nuestra faz exterior, nuestras insti­
tuciones, son democráticas, son republicanas; nuestras costumbres, nuestras
inteligencias, las condiciones todas de nuestra situación actual, no lo son; de
aquí resulta que nuestra democracia esté en las apariencias y no en el hecho,
no en la vida social”.61 Para la clase dirigente, y para todos, a juicio de ésta,
era evidente que el proceso de conversión de una realidad formal en un
asunto “de fondo” no era materia rápida. De allí su apego a la moderación;
“...las ideas moderadas son ciertamente las más oportunas entre nosotros,
porque la democracia no se alimenta de exageraciones, sino de realida­
des”.62 También de allí su rechazo a toda comparación con los Estados Uni­
dos pues en ese país el fondo surgió paralelo a la forma. Las disposiciones
liberales que priman en esa nación se fundan nada menos que en una ilus­
tración que ha cundido por todas las clases, en su riqueza, y por sobre todo,
en la existencia de “creencias populares, hijas del sentimiento religioso y de
la moral evangélica, que son el origen y la salvaguardia de la libertad repu­
blicana”.63
Para el grupo que intentaba monitorear el cambio social en el país, las
ideas tenían por misión inspirar el cambio personal e intelectual. Ese era el
significado que se atribuía a la noción de cambios en la sociedad. La incor­
poración de nuevos grupos como consecuencia de lo anterior no estaba
realmente prevista ni era deseada en la práctica. Igual cosa sucedía con el
cambio institucional, lo que quedó de manifiesto en la discusión sobre la Ley
de Régimen Interior aprobada el 10 de enero de 1844, y a medida que
arreciaron las críticas contra el Presidente Bulnes por el paso lento de sus
progresos. A estas respondía permanentemente el sabio Bello desde las co­
lumnas de El Araucano. En un texto significativo expresó: “Sobre todo no
olviden que bajo el imperio de las instituciones populares es donde menos
puede hacerse abstracción de las costumbres, y que medidas abstractamente
útiles, civilizadoras, progresivas, adoptadas sin consideración a las circuns­
tancias, podrían ser perniciosísimas y envolvernos en males y calamidades
sin término”.64

60 El Mercurio de Valparaíso, 1 de enero a 1844.


61 “Como entender la democracia”, El Mercurio de Valparaíso, 30 de diciembre de 1843.
62 El Mercurio de Valparaíso, 2 de enero de 1844.
63 El Mercurio de Valparaíso, 5 de enero de 1844.
64 Andrés Bello, “El gobierno y la sociedad”, El Araucano, año de 1843. También en Obras Comple­
tas de Don Andrés Bello (Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1883), vol. VIII, p. 288.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA: EL REINO DE LA... 123

Las reformas eran esencialmente temidas. Ellas podrían forzar la bús­


queda de concordancia entre la teoría y la práctica nacionales provocando la
revolución. En 1842, Sarmiento anticipaba que se recorría por “un camino
estrecho y resbaladizo; abismos por ambos lados; el despotismo por el uno;
y la anarquía por el otro...”65 La clase dirigente se encontraba, en consecuen­
cia, frente a una encrucijada: se había creado una institucionalidad republi­
cana en una nación que ellos percibían imposibilitada de interactuar demo­
cráticamente. Volver atrás, por otra parte, era imposible, ya que el pensa­
miento dominante era democrático, y la tendencia universal era hacia el
igualitarismo, hacia la incorporación de nuevos sectores. Los términos “igual­
dad” y “pueblo” fueron adquiriendo mayor relevancia a lo largo de la déca­
da, dejando a la clase dirigente en la situación de los navegantes de la leyen­
da de Escila y Caribdis: por cualquier vía corrían el riesgo de ser aniquilados.
Así, al pueblo se le comienza a ver como la “herencia que pesa sobre los
directores de la sociedad, y que algún día levantará instintivamente su cabe­
za sacudida por la desesperación para tomar cuenta de las leyes que obede­
ce y que le abruman”.66 Más gráfico es aun Sarmiento al afirmar que: “Las
cuestiones sociales después de ventiladas por el pensamiento... pasan a ser
ventiladas por las pasiones, por las bayonetas, hasta caer rodando a los pies
de las masas, tribunal sin apelación, que decide aplastando bajo su pie la
cuestión y los litigantes, cuya sangre bebe, cuyas entrañas desgarra y cuyas
cabezas alza en picas y pasea por las calles con horrible algazara. Esta es la
historia abreviada de todos los cambios sociales”.67 La sagacidad del argenti­
no y el temor a los excesos de la Revolución Francesa le permitieron captar
en toda su dimensión él verdadero concepto de cambio social, y expresar los
temores ante la relación causal entre las nuevas ideas, la reforma y la pérdida
del poder hegemónico por sus detentores tradicionales.

5. La Iglesia reacciona: “La Revista Católica” de 1843

Con la introducción del tema de las reformas al discurso político, no


fue sólo el consenso republicano el que se vio forzado a defender su particu­

65 El Progreso, Santiago, 17 de diciembre de 1842.


66 Ihid.
67 Domingo Faustino Sarmiento, “Escuela Normal” en El Mercurio de Valparaíso, 18 junio de
1842.
124 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

lar definición al interior de la cultura política chilena. El surgimiento de La


Revista Católica en 1843, para defender el punto de vista de la Iglesia, de­
muestra que en el ámbito religioso también se percibían amenazas prove­
nientes del nuevo universo “ideológico” decimonónico. Los primeros núme­
ros de la Revista intentaron demostrar que la religión es fundamental para la
mantención de la moral pública, y que, a diferencia del Siglo XVIII, existe
una tendencia universal hacia el triunfo de la religión y la superación de la
indiferencia en esta materia. Si bien su espíritu inicial fue optimista, y se
comprometió con un interés exclusivamente religioso, poco a poco fue adop­
tando una posición clericalista, incorporando en sus páginas artículos y co­
municados que insistían en el rol rector de la Iglesia respecto de la sociedad
y la política. Por ejemplo, mientras se discutía una presentación al Congreso
para legalizar matrimonios entre disidentes, La Revista Católica defendió la
importancia del sacramento para la mantención de la sociedad. “En vano
trabajarían las leyes por reformar las costumbres públicas si en el seno de las
familias hubiese gérmenes corrompidos: sólo en el regazo de una buena
madre respiran los corazones tiernos el aire puro de la inocencia”.68 Refirién­
dose a “aquellos políticos que pretenden quitar a la Iglesia la intervención
que tiene en los matrimonios de sus hijos”, aclaró que no sólo vulneraban
derechos sagrados, sino que “hieren a la sociedad en sus intereses más vita­
les”.69
En otras instancias, la mayoría de las expresiones discursivas de los
religiosos se fue impregnando de un espíritu de denuncia de las ideas del
siglo y su repercusión sobre el cuerpo social. Por ejemplo, en su Discurso de
Incorporación a la Facultad de Teología, el R.P. Francisco Briceño alertó que
“el olvido de los deberes religiosos trae consigo la licencia de las costumbres
y el desenfreno de las pasiones: de esto nace el desenfreno político que
conmueve hasta en sus cimientos a las sociedades más bien constituidas,
cuya caída es tanto más estrepitosa, cuanto mayores son los combustibles
que animan a estos dos monstruos de devastación y ruina”.70 Defendiendo el
derecho del Papa para instituir los obispos de las naciones católicas, el Pres­
bítero Joaquín Larraín Gandarillas apoyó su argumento afirmando que era

68 “El Matrimonio” en La Revista Católica, Santiago, n° 9, enero 1843.


69 Ibid.
70 “Discurso del R.P. Francisco Briceño. miembro de la Facultad de Teología, el 12 de mayo de
1844, día de su incorporación a la Facultad de Teología” en Anales de la Universidad de Chile
1843-1844. (Santiago: 1846), p. 154.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA... 125

fundamental que “en este siglo en que’ pululan tantos sistemas


desorganizadores, destructores de los principios sobre que reposan la reli­
gión y la sociedad... todos los hombres a quienes anima la fe reúnan todos
sus esfuerzos para que se mantenga intacto el depósito de las buenas doctri­
nas, de los verdaderos y sanos principios que serán el preservativo de los
otros absurdos y disolventes que algunos ilusos defienden”.71 Estas asevera­
ciones forman parte de un cuadro en que debe tenerse en cuenta la prolife­
ración de artículos y cartas insistiendo en la tolerancia e, incluso, sugiriendo
la separación entre la Iglesia y el Estado. El Clarín, El Observador Político, El
Crepúsculo, e incluso El Progreso no trepidaban en criticar obispos ni en
reproducir textos que alarmaban a la Iglesia, la cual, por otra parte, demos­
traba presentir que la insistencia por parte del régimen y de los parlamenta­
rios en el tema del patronato formaba parte de un esfuerzo por secularizar el
poder eclesiástico y, en su desmedro, ensanchar los fueros de los gobiernos
civiles.
Los temores no eran del todo infundados. Para muchos miembros de
la Generación de 1842 la Iglesia se había convertido en blanco de sus ata­
ques. Por ejemplo, en 1842, El Progreso se permitió “Algunas Observaciones
sobre la Memoria de Hacienda presentada al Congreso” el 19 de octubre de
ese mismo año. Bajo el título de “Diezmos”, escribió: “El clero... por no
haberse bien convencido del imperio de la ilustración del siglo, conserva las
pretensiones de poder independiente, con derecho y acción a tomar una
gran parte del fruto del trabajo y del sudor del pueblo...”7273Calificó los diez­
mos como “la última raíz de la agostada (sic) maleza del feudalismo”, y se
¿ "72
preguntó: “¿deberemos permitir que se fertilice en Chile?”Apoyándose en
la autoridad del filósofo católico, Chateaubriand, el autor del artículo criticó
la desidia del chileno, la cual considera que proviene de España, país que ha
sido incapaz de ejecutar sus victorias y que por ello se mantiene en una
suerte de letargo pre-moderno. Con el mismo espíritu, El Progreso polemizó
con La Revista Católica en diciembre de 1844 por la prohibición que esta
hizo a la lectura del libro de Aime Martin, De la Educación de las Madres de
Familia, o de la Civilización del Género Humano por las Mujeres, por consi­

71 “Disertación sobre el Derecho que el Romano Pontífice tiene para Instituir los Obispos de
las Naciones Católicas” en Anales de las Universidad de Chile 1845-1846 (Santiago: 1846),
p. 264.
72 El Progreso, Santiago, 25 de noviembre de 1842.
73 Ihid.
126 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

derar que era un atentado contra las nociones que sobre la mujer predicaba
la Iglesia. La argumentación contra el periódico eclesial se apoyaba, por
sobre todo, en la crítica hacia su ignorancia de los progresos en Francia,
donde ya el clero no se permitía la condenación de un libro. En consecuen­
cia, El Progreso no calificaba al libro sino tan sólo al hecho de que la Iglesia
se permitiera la libertad de censurarlo.74
El mismo diario, sin embargo, era mucho más cauteloso cuando se
pronunciaba sobre temas propiamente religiosos, lo que confirma que el
problema percibido como real era la Iglesia y, sobre todo, el clero. Comienza
a juzgárseles por separado de la profesión ininterrumpida de la fe católica y
de la adhesión a sus valores por parte de sus detractores. Así, cuando se
inició en el Congreso la discusión sobre Libertad de Cultos, en 1844, el
mismo diario El Progreso se trenzó en una polémica con La Gaceta de
Valparaíso, argumentando a favor de la primacía de las ideas y que, por lo
tanto, el país no requería de tal ley porque aún no había suficientes personas
con visiones diferentes en el país. Es “idealmente buena” dice, pero “inapli­
cable a nuestras necesidades”.75 Y agrega: “Regla segura: antes de la institu­
ción, las ideas que va a representar; antes de la sanción, el hecho sobre que
ha de recaer”.76 En consecuencia, si bien el diario no reconoce cambios en el
universo de valores, sí admite su posibilidad y la necesidad de readecuación
de las instituciones en respuesta a los cambios sociales.
En 1844 se hizo perceptible una actitud más intransigente en el medio
católico. La publicación de Sociabilidad Chilena por Francisco Bilbao provo­
có una serie de reacciones públicas, por separado de las que afectaron al
autor, en la cual destacan la cantidad de publicaciones en defensa de la
religión.77 El Mercurio, por ejemplo, inició en el mes de julio una serie de

7<í De hecho Aimé Martin proporcionaba argumentos para que la Iglesia chilena le condenase.
Martin negaba la autoridad del clero sobre la base de que ninguna autoridad humana puede
dar el principio de certidumbre. Afirmó que la verdad existe pero sólo en Dios, quien se
expresa por las leyes de la naturaleza, dando acceso a una porción de verdad que el hombre
puede conocer. Ver su “Juicio al Bosquejo de una Filosofía de Lamennais”, reproducido en
Museo de Ambas Américas, op. cit., tomo I. (9), p. 349. El autor de los artículos de El Progreso
es Domingo Faustino Sarmiento. Ver Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas de
Domingo Faustino Sarmiento, op. cit., tomo II, p. 235 y sgtes.
75 El Progreso, Santiago, 26 de agosto de 1844.
76 Ibid.
77 La Revista Católica publicó, entre otros, 10 largos artículos como “refutación de los errores
religiosos y morales del artículo ‘Sociabilidad Chilena”’, entre el 1 de julio y el 1 de noviembre
de 1844. Nos referiremos en detalle a este tema en el capítulo 8.
PRIMERA PARTE / CAP. III / LA APERTURA A LA POLEMICA; EL REINO DE LA.. 127

artículos titulados “Del Cristianismo Católico considerado como elemento de


civilización en las Repúblicas Hispánicas”, donde se hizo una revisión de las
corrientes filosóficas de la época, a fin de orientar sobre la verdadera y la
falsa doctrina. Consideró que los intereses materiales del país habían sido
atacados, ya que éstos “están íntimamente ligados al orden y la moral públi­
ca amenazados por las doctrinas irreligiosas recientemente propagadas por
el liberalismo más indiscreto”.78 Pocos días después, el mismo periódico
continuó con el tema, confirmando su divorcio de las ideas liberales que
hasta hacía poco parecían comunes a todos los chilenos, y dejando clara­
mente establecido que correspondía al orden político mantener el control de
la sociedad.79 “...El fanatismo liberal, arma terrible del despotismo y la anar­
quía es mucho más perjudicial a los verdaderos intereses republicanos de la
América que cualquier otro fanatismo. Son políticas y no religiosas, lo repe­
timos, las pasiones que hostilizan el progreso de estas nacientes repúbli­
cas”.80 A pesar del intento por dejar a la Iglesia al margen de la contienda
valórica que se daba en el país, el Edicto de 1844 a su Diócesis por Don José
Alejo Eyzaguirre, Arzobispo electo de Santiago, es claro para dar a conocer
conflictos que la clase dirigente percibe como amenazas contra el orden
establecido, especialmente porque apunta hacia un quiebre a nivel valórico.
“Si en todo tiempo debemos levantar nuestros ojos al Cielo, nunca necesita­
mos hacerlo con más fervor que en el presente, cuando la doctrina católica
se ve combatida en la Iglesia de Chile por algunos fieles que abjurando los
principios religiosos en que fueron imbuidos en sus primeros años, quieren
minar por sus cimientos la creencia primitiva”.81

78 El Mercurio de Valparaíso, 1 de julio de 1844.


79 El significado del termino “liberal” sufrió una serie de variaciones a lo largo del siglo XIX. Se
utilizó, además, en forma genérica para aludir a personas reformistas en general. Para efectos
de este trabajo es importante destacar que a comienzos de la década de 1840 era un termino
prestigioso y unificador que sirvió para denominar al espíritu de tolerancia de quienes se
aunaban en torno al Gobierno consensual del General Bulnes. Se usaba como sinónimo de
republicano y partidario del progreso. La definición no contemplaba alusiones a partido
político sino más bien a un tipo humano. A medida que se fue erosionando el contenido
optimista del discurso político, el termino “liberal” pasó a designar a quienes se acusaba de
querer imponer un cambio social brusco, modificar instituciones, atentar contra los valores
tradicionales, e incorporar a sectores populares a las decisiones políticas. También designó a
quienes no consideraban al orden como valor en sí mismo. Pasó a constituir, en consecuencia,
un apelativo despectivo cuando era usado por el sector más conservador.
80 El Mercurio de Valparaíso, 28 de julio de 1844.
81 Revista Católica, Santiago, n° 33 (julio de 1844), p. 271.
128 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Aunque las nuevas ideas debían permanecer sólo en el terreno del


pensamiento y de la discusión, ellas demostraron, o al menos así lo sintieron
los detentores del poder, capacidad para adquirir vida propia. Las polémicas
que se dieron durante el período comenzaron a rendir sus frutos en la moti­
vación hacia la acción que sintieron los jóvenes más radicales. También
surgió la inquietud por una definición del sistema político que uniera la
teoría con la práctica, y varios intentaron la diferenciación del ámbito religio­
so y civil. Había llegado, entonces, el momento de la reacción de la clase
dirigente para proteger su posición. El aparato institucional ponía a su dispo­
sición los recursos para ello, los límites. El punto donde se aplicaron permite
entender mejor los aspectos vulnerables de la clase dirigente chilena en los
comienzos de su vida republicana.
IV
Los desafíos al consenso:
El temor al desorden social,
1845-1850

1. Un espíritu laico amenaza las conciencias


En el capítulo anterior nos referimos a los acontecimientos que contri­
buyeron a configurar un clima de consenso, en el cual pudo prosperar la
polémica. Nos corresponde ahora intentar asir los elementos que empezaron
a minar ese consenso, sustento sobre el cual se apoyaba el espíritu de opti­
mismo y confianza de la clase dirigente chilena. Su desarrollo es creciente, y
se expresa en la radicalización de los términos de las discusiones, en los
intentos por recobrar posiciones que se perciben amenazadas, en la fijación
arbitraria de límites, y en la gradual declinación del espíritu de tolerancia y
negociación evidente en¿ los primeros años del gobierno del Presidente Bulnes.
La polémica se fue tornando inviable, y el enfrentamiento tendió a reempla­
zar la discusión. El cambio de tono es perceptible en dos comentarios de El
Mercurio-. “Una polémica es como un duelo de caballeros, dando cada uno
por su parte golpes de muerte, sin jamás recurrir al veneno ni a la puñalada
aleve del cobarde y del impotente”, decía en un editorial de abril de 1845.1
En diciembre del mismo año, a propósito de una polémica con el Diario de
Santiago, El Mercurio se refería al tema en tono desafiante: “¡Dios Santo!
¡Polémica! La polémica presupone buena fe, deseo de averiguar la verdad,
convencimiento por ambos de los que la sostengan. ¡Polémica! ¿y para qué?
¿para dar materiales y dar a conocer a los que abandonados a sí mismos
tendrán por término la nulidad? No, no; lo que sí haremos será poner el pie

1 El Mercurio de Valparaíso, 27 de abril de 1845.


130 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

con energía sobre la mecha que continuamente aplican los que querrían ver
incendiado el país”.2
Las relaciones entre la Iglesia y el Estado experimentaron una tensión
creciente desde 1843, en que la autoridad civil comenzó a enfrentar explíci­
tamente a su contraparte eclesiástica, don José Alejo Eyzaguirre, Vicario Ca­
pitular. Sabidas son también las dificultades que el Vicario Capitular Eyzaguirre
debió encarar para mantener su autoridad entre sus sacerdotes, quienes le
consideraban una figura de transición, elegido para el cargo tan sólo por
presiones del gobierno, para impedir que se nombrase a Monseñor Rafael
Valentín Valdivieso, de posiciones ultramontanas.
En este mismo ámbito, a partir de 1844 se sucedieron una serie de
hechos que revistieron la mayor importancia para la sociedad chilena, y que
permiten captar la tensión existente ante la presión que ejercen las ideas más
reformistas. A título de ejemplo, es conveniente mencionar algunas circuns­
tancias que contribuyeron a crear el ambiente donde se expresó la necesi­
dad de la fijación de límites.3
En junio de 1844, murió el patriota José Miguel Infante, de ideas disi­
dentes, partidario de imponer el federalismo en Chile, y también hombre
profundamente respetado por su figuración en los procesos de la Indepen­
dencia. Su figura era además admirada por las generaciones jóvenes, las
cuales acudieron a su entierro “con una solemnidad puramente popular has­
ta entonces desconocida”, motivada adicionalmente por los discursos de
Eusebio Lillo y Francisco Bilbao contra la omnipotencia clerical y el fanatis­
mo religioso. Agrega el historiador que nunca en Santiago se había visto una
“concurrencia más numerosa en el entierro de una persona, aun de patriotas
de gran prestigio, y de relaciones de familia mucho más extensas que las de
Infante”.4 Este fervor popular es la mejor explicación para los confusos even­
tos que rodearon el funeral. En primer lugar, el prior de la Iglesia de Santo
Domingo, Fray José Santa-Ana, fue prohibido de hacer una oración fúnebre
por el Vicario Delegado, pues en su homilía no dejaba claro si Infante había
sido católico. Aunque la prohibición se mantuvo, en las negociaciones que

2 El Mercurio de Valparaíso, 12 de diciembre de 1845.


3 Las polémicas a que nos referiremos en los capítulos sucesivos son parte de estas circunstancias.
Se analizarán en forma independiente, justamente por su relevancia para la configuración de
la nueva cultura política chilena.
4 Diego Barros Arana, Un Decenio en la Historia de Chile, (Santiago: Imprenta Barcelona,
1913), tomo II, p. 520.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 131

siguieron, con participación incluso de la familia del fallecido patriota, que­


dó de manifiesto que el Vicario temía causar provocaciones al defender en
público posiciones eclesiales rígidas, que ya no eran aceptadas sin discusión.
Los artículos que al respecto publicó La Revista Católica explicitaron, ade­
más, que, por separado de la fe de Infante, estaba en juego su posición
política y su opinión sobre los establecimientos y corporaciones de la Iglesia,
así como sobre sus doctrinas. Este episodio confirma que hacia 1844 los
actos de la jerarquía eclesiástica distaban mucho de tener la impunidad de
que habían gozado tradicionalmente, y el fervor popular demostraba que los
temores laicos a sus sanciones tendían a disiparse.
El nuevo espíritu de aceptación hacia posiciones no católicas que
refleja la adhesión popular expresada, entre otros ejemplos, a la figura de
José Miguel Infante, siguió su curso contribuyendo a minar la confianza en el
predominio incontestado de una visión de mundo católica. Si bien los secto­
res más conservadores, que se sumaron a las críticas a la Iglesia por asuntos
vinculados al Patronato, no lo hicieron como expresión de la decadencia del
espíritu religioso, ni mucho menos con la intención de provocarla, de hecho
las discusiones y polémicas que rodearon ese intento por afianzar la superio­
ridad civil del Estado contribuyeron a una laicización de la sociedad. Paradó­
jicamente, las actitudes tomadas por la clase dirigente con una finalidad
hegemónica fueron las mismas que contribuyeron a minar paulatinamente
uno de sus pilares de apoyo.5
La jerarquía eclesiástica, a través de La Revista Católica, fue especial­
mente perceptiva paral captar la relación entre la vigencia de la religión
católica y la mantención del poder en sus formas tradicionales. Ejemplo de
ello fue su artículo “Tolerancia”, donde insiste en que en países donde la
religión está profundamente arraigada y es dominante, "... el público ejerci­
cio de otros cultos sería una medida que infaliblemente produciría tarde o
temprano un trastorno en la sociedad, y cuyos resultados serían funestísimos”
para el buen funcionamiento de ésta.6 La polémica sobre tolerancia al culto
disidente se inició en 1843, a raíz de una proposición gubernamental redac­
tada por Andrés Bello, solicitando la excepción al requisito de contraer ma­
trimonio por el rito católico para quienes no profesaban esa fe, y provocó

5 Cfr. Julio Heise G., 150 Años de Evolución Institucional, (Santiago: Andrés Bello. 1979),
p. 69, Sergio Villalobos, et al. Historia de Chile. (Santiago: Universitaria, 1980), tomo 3-
6 La Revista Católica, Santiago, n° 37, 15 de agosto de 1844.
132 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

airados artículos en la prensa, especialmente de parte de La Revista Católica.


El tema mantuvo la atención nacional durante los años que siguieron, fun­
diendo las posiciones de quienes mantenían sus valores tradicionales intac­
tos pero pensaban que el Estado no debía depender de la autoridad exclusi­
va de la Iglesia para formalizar el vínculo matrimonial, y de quienes, habien­
do modificado sus valores, querían poder dar expresión en la vida civil a
actos que la Iglesia no aprobaba. Se tornaba cada vez mas difuso el límite
entre quienes iban asumiendo una visión secular del mundo y quienes tan
sólo aspiraban a fortalecer la autoridad estatal frente a la Iglesia.
A raíz de la promulgación de la Ley de Régimen Interior que dejaba a
los curas párrocos sujetos a la autoridad del Intendente provincial, y de un
decreto de marzo de 1845 que prohibía la profesión de votos monásticos
antes de los 25 años de edad, y dejaba la verificación de los datos en manos
del gobernador civil de cada departamento, se suscitaron una serie de polé­
micas que demuestran la polarización de la discusión entre dos bandos
crecientemente irreconciliables.7 El tema en discusión es la vinculación entre
el poder temporal y el religioso, la libertad de conciencia, y la sujeción
individual a la autoridad eclesial. Citando permanentemente la autoridad de
Bossuet, y apelando a las persecuciones terrenales a Cristo, La Revista Cató­
lica insistió en la independencia de la Iglesia en su régimen espiritual y entró
en polémica con El Siglo, El Progreso, y El Mercurio, abarcando las primeras
páginas de estos diarios. Los términos de la discusión fueron fuertes: El
Progreso también apeló a la autoridad de Bossuet para afirmar que “la Iglesia
está en el Estado y no el Estado en la Iglesia”, y afirmó que el patronato
“importa hoy la unidad de la República, su rango como nación”.8
A estas afirmaciones se sumó una campaña de denuncias de desaca­
tos de curas a la autoridad civil y una serie de artículos firmados denuncian­
do abusos de los sacerdotes. Esta campaña es también perceptible en el
Congreso Nacional, donde se discutió el proyecto de ley mencionado. De­
fendiendo el patronato, el Diputado Sr. Palazuelos recomendó se protestara
contra el espíritu ultramontano curial romano que animaba a nuestro clero, y
declaró: “Penoso es por cierto encontrarse con que los ministros de Cristo no
están nutridos por el espíritu del Evangelio. Poco me importa lo que es el
clero católico en todo el mundo; pero me importa mucho lo que es en

7 Este decreto aspiraba a obtener la aplicación de una ley en el mismo sentido promulgada en
1823, y que había caído en desuso.
8 El Progreso, Santiago, 20 de marzo de 1845.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO- EL TEMOR AL... 133

Chile”.9 Apenas un mes después, el General José Santiago Aldunate, Ministro


de Guerra, realizó la primera protesta formal contra el fuero eclesiástico,
mientras el Congreso Nacional se ocupaba a diario de proposiciones tales
como la derogación del diezmo, la supresión de la censura a la introducción
de libros, la libertad del profesorado en la enseñanza, la libertad de cemen­
terios, etc.
En la arena se batían dos visiones conflictuantes del mundo. Mientras
los sectores más liberales consideraban que la doctrina de la soberanía po­
pular era incompatible con el poder de la Iglesia, y deseaban convertir al
sacerdote en ciudadano, la Iglesia insistía en la vigencia de jerarquías supe­
riores con un poder de origen sobrenatural. “Cuando el hijo de Dios se dejó
ver en la tierra... bien lejos de mendigar de los poderes terrenos la autoridad
que necesitaba para fundar en todo el universo el reino espiritual de su
Iglesia, él derivaba su misión celestial de un origen más elevado. No era el
pueblo que ilustraba con su doctrina quien le había conferido el derecho de
establecer la gran sociedad... Era Dios, su Padre, quien le había confiado este
encargo grandioso, en cuya realización se interesaban los venturosos desti­
nos de la humanidad toda entera”.10 Según La Revista Católica, El Siglo había
dicho que “al Estado toca gobernar y a la Iglesia obedecer, y esto porque la
revolución francesa puso en claro el origen humano y no divino de los dos
poderes: el eclesiástico y el civil”.11 La voz de la Iglesia respondió recordan­
do que San Pablo afirmó que “no hay potestad que no emane de Dios, y el
que resiste a la potestad, resiste a la ordenación divina”.12
Con el correr de la polémica fue quedando claro que la alarma que se
percibe en los representantes del clero no proviene apenas de los intentos
del Estado por reforzar las condiciones del Patronato, ni de la necesidad de
responder a críticas aisladas contra la fe católica. El republicanismo mismo
aparecía desafiante, en la medida que, más que un programa, la República
fue una religión, que se nutría de la sensibilidad romántica que soplaba
desde la Francia de la década de 1820.13 El ideario propio del romanticismo,
el mismo que constituirá el “espíritu del 48”, se alimentaba de ese idealismo
que sublimaba al “pueblo”, perseguía la fraternidad y la reconciliación de clases

9 SCL., sesión de 16 de junio de 1845.


10 La Revista Católica, Santiago, n° 60, 12 de abril de 1845, p. 75.
n La Revista Católica, Santiago, n° 62. 30 de abril de 1845, p. 89-
12 La Revista Católica, Santiago, n° 63, 14 de mayo de 1845, p. 99.
13 Philippe Braud et Fran^ois urdeau, Histoire des Idees Politiques depuis la Révolution (Paris:
Montchrestien, 1983), p- 179-
134 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION,.. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

en la justicia. Las ideas del catolicismo social francés, según el cual los pue­
blos marchan hacia la libertad deseada por Dios, habían llegado a las costas
chilenas, y el Abate de Lamennais con sus Palabras de un Creyente (1834)
crecía en popularidad entre la juventud del país.14 El ex tradicionalista fran­
cés había roto con el Papado en 1826 y se había convertido en el profeta de la
democracia y el instigador de la separación entre la Iglesia y el Estado. Sus escri­
tos sugerían la transferencia de la fe en la Iglesia hacia la fe en el Pueblo.
La prensa periódica, por su parte, había dado cabida a artículos di­
fundiendo las nuevas doctrinas socialistas e incluso comunistas. Aunque de
impacto menor, causaban suficiente efecto como para que un hombre como
Domingo de Eyzaguirre, septuagenario y religioso, se sintiera tocado en 1845
por un artículo que exponía el comunitarismo de Fourier. Lo intentó, inclu­
so, como explotación colectiva en su fundo pero fracasó.15 No fue un acaso
que en 1845 el Obispo de La Serena redactara una Carta Pastoral prohibien­
do la lectura de 36 libros que incluían, además de los ilustrados Voltaire y
Rousseau, al propio Lamennais. La Revista Católica demostró el temor que
las ideas francesas producían cuando acusó la presencia de “algunos ciegos
aprobadores de la conducta que se observa en Francia contra la Iglesia y el
clero católico; para quienes las palabras de Guizot, Cousin o Dupin son
verdades inconclusas...”16 La condena a estos pensadores franceses se expli­
ca fácilmente si se tiene en cuenta que con ellos se demostraba que las ideas
eran decisivas para la mantención o el cambio de la estructura social en
Francia, y que habían desarrollado una religiosidad al margen del Catolicis-

14 En 1843, Francisco Bilbao se encontraba empeñado en la traducción deL’EsclavageModerne


de Lamennais, según cuenta en una carta dirigida a su amigo Aníbal Pinto. Ver: SMA, 7100.
Sobre la evolución del catolicismo francés en este período, cfr. G. Weill, Histoire du
Catholicisme Liberal en France (París: Ressources, 1979).
15 Ver Jaime Eyzaguirre, Historia de Chile (Santiago: Editorial Zig Zag, 1972), tomo II. El Progreso
reprodujo el discurso de M. Miral sobre “Comunismo”, afirmando que esta doctrina viola la
libertad. Alertaba contra ella afirmando: “El comunismo no es pues peligroso en este sentido,
que pueda nunca ser fundado y aplicado en una nación culta. No tiene ciertamente el
destino de reemplazar la sociedad actual (el porvenir esta cerrado a lo imposible), pero
derrama agitaciones peligrosas, y deprava a las clases que sería necesario moralizar, podría
ser que en un momento dado llegase a producir trastornos que, por ser momentáneos, no
serían menos terribles. Cfr. El Progreso, Santiago, 22 de febrero de 1848. También La Revista
Católica publicó una serie de artículos contra el socialismo, considerado como “aquella
escuela que se propone destruir el orden social existente...”. Cfr. La Revista Católica, Santiago,
n° 69, 15 de julio de 1845.
16 La Revista Católica, Santiago, n° 70, 26 de junio de 1845, p. 70.
PRIMERA PARTE ! CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 135

*
mo. El temor que despiertan los filósofos de la historia se inspira en que, por
su tendencia a eliminar la Providencia como motor único de la historia,
permiten una supuesta libertad de interpretación del pasado que bien puede
alterar la visión del presente que sustenta la elite.17 Era naturalmente difícil
aceptar que personas que se debatían en el mundo de las ideas tuvieran tal
influencia sobre la estructura de poder.
La Iglesia asumió la responsabilidad de rebatir las ideas desafiantes a la
visión tradicional del mundo. El conflicto recrudeció cuando no sólo la jerar­
quía católica sino también la elite gobernante, percibió que estas ideas habían
penetrado la coraza del cuerpo social y anidaban en algunas conciencias. El
escándalo que provocó un caso que en cualquier otra circunstancia habría
constituido una anécdota se explica justamente porque alertó sobre la penetra­
ción de visiones alternativas en el seno de la clase dirigente. Y esta reaccionó
poniendo sus límites al disenso, de consuno con la jerarquía eclesiástica.
La anécdota se refiere al matrimonio de acuerdo a la legislación ingle­
sa, entre Carmen Blest y Jorge Liddard, protestante, a bordo del navio britá­
nico Thalia. El cura párroco de Valparaíso declaró nulo el matrimonio y
ordenó la separación de los esposos. De inmediato surgió una polémica en
la prensa, cuyos actores principales fueron El Mercurio y La Revista Católica.
La argumentación del primero se fundamentó en su apoyo a la tolerancia
religiosa y a la autorización de matrimonio entre disidentes como paso nece­
sario para la mantención de la prosperidad del país. Su discurso fue funda­
mentalmente de orden legal, encaminado a demostrar la validez de la unión.
Demostró indignación, sin embargo, cuando la autoridad eclesiástica obtuvo
todo el apoyo de la autoridad civil y la fuerza pública para cumplir una
orden del Juez Eclesiástico. El Mercurio reaccionó afirmando que “...hay
hechos que enunciados simplemente dicen lo bastante para arrostrar todas
las simpatías de un lado, el oprobio y la vergüenza del otro. Entre esos
hechos, todo el mundo colocará el de la forzada separación de la Sra. de
Liddard, del lado de su padre y de su esposo en virtud de una orden de
allanamiento dictada por la autoridad secular a instancias de la eclesiástica!”.
Durante el episodio del sermón para las exequias de Infante, la autoridad
optó por el silencio (con excepción de la voz del Ministro del Interior, Ra­
món Luis Yrarrázaval); en el caso Blest-Liddard optó por colaborar a fin de
evitar licencias cuyos efectos posteriores parecían arriesgar el equilibrio del
cuerpo social.

17 Ver capítulo 7.
136 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

La polémica entre filosofía y fe se había iniciado con los primeros


indicios de secularización de la cultura.18 La Revista Católica hizo grandes
esfuerzos por no ceder el terreno de la discusión filosófica al liberalismo. El
recurso, cada vez más frecuente al enfrentamiento en el plano de la argu­
mentación, es un indicio de que en ese campo comienzan a desaparecer los
conductos para posiciones consensúales, y que la presencia de presupuestos
divergentes augura divisiones que, en el ámbito de la programática político-
social, serán con el tiempo irreconciliables. Ello explica en parte la denuncia
de los males que atraería la desvinculación de la sociedad y el ámbito de la
fe, como se puede apreciar en estas palabras: “Reconocer en la razón y en la
filosofía la regla inalterable y segura de las creencias y de los deberes sería
socavar por sus cimientos el majestuoso edificio de la fe y de las costumbres,
y hundir en un solo abismo al individuo con la familia, y la religión con la
sociedad”.19
Los sectores laicos más tradicionalistas también se sumaron a la cam­
paña de denuncia emprendida por la Revista Católica y la jerarquía eclesiás­
tica. Ejemplo de ello fue la disertación que presentó ante la Facultad de
Leyes de la Universidad de Chile, José Francisco Echenique. Allí sostiene que
la religión ha sido el sostén del edificio social chileno y que de ella depende
la supervivencia de las instituciones. “La religión es esencialmente necesaria
para la conservación de la economía social; ella conserva en las familias, la
armonía que establece en los estados...”, dice, y agrega: "... sería fácil mani­
festar que la religión es el único fundamento sólido de la confianza tan
necesaria en la sociedad”. En seguida, Echenique critica a aquellos que pro­
pician la tolerancia religiosa, fundamentalmente porque “donde hay toleran­
cia religiosa no hay jerarquía social o verdadera trabazón entre las diversas
partes del Estado”.20
Imaginarse a la sociedad chilena, que tan recientemente había cortado
el vínculo con la Madre Patria, desprovista ahora de su principal lazo con la

18 Ver capítulo 3.
19 “Contestación de Don José Hipólito Salas a Vicente Orrego luego de su incorporación a la
Facultad de Teología”. El Progreso, Santiago, 12 de enero de 1848.
20 “Disertación sobre el Articulo 5° de la Constitución, que trata de la religión del Estado,
presentada ante la Facultad de Leyes por Don José Francisco Echenique para obtener el
grado de Licenciado en dicha facultad el día 5 de julio de 1849”. Anales de la Universidad de
Chile, Santiago, p. 165.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL... 137

tradición y lo sobrenatural era imposible para lá dirigencia política y eclesiás­


tica de comienzos del Siglo XIX. Provocaba, obviamente, una situación de
máxima inseguridad y profunda desconfianza. Con razón, entonces, el Pbro.
José Manuel Orrego oraba en el “Te Deum” con ocasión del aniversario de la
Batalla de Yungay, por la mantención del predominio católico, afirmando:
“Sólo bajo la influencia de las profundas verdades y sublimes máximas que
enseña la Iglesia, es como florecen y progresan los estados, porque entonces
la moralidad reina en todas partes y con ella el respeto a las leyes y a las
autoridades legítimamente constituidas”.21

2. Surge la oposición: ¿la república de hecho?


La alteración del tono del discurso político afectó a los tres pilares
consensúales en los cuales apoyaba su autoridad la clase dirigente chilena.
Por una parte, hemos intentado mostrar que la visión católica del mundo,
como parte integrante de la cultura política chilena, sufrió una evolución que
permitió que algunos se percataran del riesgo de una fisura importante.22
Nos corresponde ahora explicar cómo la noción de república dirigida por
una elite que gobernaba por consenso, comenzó poco a poco a sufrir presio­
nes de parte de los grupos que intentaban abrir el espectro político e impo­
ner un sistema democrático. Ello tuvo como consecuencia la explicitación de
una oposición partidista y doctrinaria entre liberalismo y conservadorismo,
el surgimiento de un concepto de la oposición política como grupo antago­
nista y de intereses antitéticos con el grupo dirigente, y la polarización defi­
nitiva del discurso político a medida que ambos grupos radicalizaban sus
posiciones.
Entre las circunstancias que contribuyeron a estos fenómenos es im­
portante mencionar la actitud poco conciliadora del gobierno. Un ejemplo
de esto último fue la designación de Manuel Montt, reconocido autoritario,
como Ministro de Interior, cuando se aproximaba la campaña presidencial
de 1846, así como sus enemistades con el ministro Ramón Luis Yrarrázaval,
conciliador y aceptado por la oposición, el cual terminó ausentándose del

21 La Revista Católica, Santiago, n° 87, 29 de enero de 1846.


22 Al referirnos a Francisco Bilbao en el capítulo 6 analizaremos este tema en detalle.
138 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

gabinete. También contribuyeron los sucesos que rodearon la reelección del


Presidente Bulnes, particularmente los desórdenes provocados por sectores
opositores y su lenguaje rupturista. Los fermentos revolucionarios franceses
de 1848 tuvieron asimismo una importante repercusión en Chile, contribu­
yendo a incentivar a algunos hacia la acción, y provocando temor en otros
ante los riesgos de la “república de hecho”.23
Las reformas institucionales se convirtieron poco a poco en la deman­
da permanente de la oposición al gobierno. El acuerdo que hasta ahora
existía respecto de la gradualidad del cambio, y de la necesidad de reformar
el pensamiento como antecedente para la acción, comenzó a perder su vi­
gencia, a pesar de los esfuerzos en contrario de Andrés Bello desde las
columnas de El Araucano. El país, decía, no estaba preparado para cambios
rápidos y violentos; así como en el orden material se tenía cuidado de em­
prender gastos, incluso los más necesarios, en el orden moral debía procederse
lentamente y tomar en consideración la posición de la elite tradicional que
rechazaba las innovaciones propuestas.
A pesar de Bello y de los esfuerzos de sectores conservadores por
aminorar su presencia, el espíritu reformista se abrió camino tomando cuen­
ta de la discusión política nacional. El Mercurio se hizo eco de este espíritu,
y reprodujo en 1845 una serie de artículos que fijaban posiciones sobre el
tema. “Las leyes fundamentales, cuya reforma se ha pedido por un
reducidísimo numero de escritores en las circunstancias presentes, pueden
no ser perfectas, pueden tener sus vacíos; pero no se puede pensar siquiera
en su reforma en la situación actual de la República. Nosotros no las canoni­
zamos, pero nos opondremos con todas nuestras fuerzas a todo aquello que
tienda a un movimiento político, que tan funestos y peligrosos resultados

23 Franyois Furet indica que, para el caso francés, la revolución tuvo entre sus fuerzas de
inspiración una posición análoga a la expresada arriba. Se trata de la tesis unitaria de la
soberanía, que consiste en una síntesis usando el concepto de razón como la contribución
de cada hombre a la soberanía colectiva. Esa razón debía ser educada, lo cual regula la
práctica de los derechos políticos, permitiendo eventualmente su restricción. Ello indica la
profunda tensión que se vivió, incluso en Francia, entre abstracciones filosóficas y realidades
políticas. Cfr. Franfois Furet, Reuolutionary France, 1770-1880. (Oxford: Blackewell, 1992.)
Para el Abate Sieyés, profusamente leído en Chile, la razón y la voluntad popular debían
coincidir, ya que los derechos políticos, como los derechos civiles deben estar unidos en la
cualidad de ciudadano. Cfr. Emmanuel J. Sieyés, ¿Qué es el Tercer Estado? (México: UNAM,
1989), p. 78.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL. 139

traería. Tampoco somos intolerantes con las opiniones ajenas, porque las
respetamos y las respetaremos siempre, con tal que tengan visos siquiera de
ser dirigidas con sana intención hacía el perfeccionamiento. Pero cuando no
se hallan revestidas de estas cualidades; cuando, al expresarlas, se habla a un
pueblo ignorante con el lenguaje revoltoso y alusivo de las asonadas turbu­
lentas... entonces sí que somos intolerantes por convicción...”. El diario se
explayó sobre los inconvenientes de todo cambio de rumbo, acusó de actuar
con poca cordura y mala fe a quienes propiciaban la reforma, y enfatizó que
fomentaría “las verdaderas virtudes republicanas en cuya línea se ve la pri­
mera, el respeto a las autoridades y a las leyes”.24
El grupo de personas cuya importancia El Mercurio intentaba minimi­
zar, era aquel que había evolucionado hacia un liberalismo democrático, que
no se sentía parte de los antiguos pipiólos, y que integraba una oposición
cuyo carácter se reconocía por primera vez en la década. Atrás quedaban los
tiempos en que se decía que en Chile no existía oposición, y que el gobierno
no pertenecía a ningún partido. Por ejemplo, en 1844 El Progreso publicó
que en Chile no existía voluntad nacional que expresar, porque no había
partidos en pugna, ni cuestiones vitales que dividiesen a la sociedad. En ese
momento, el diario intentaba negar toda necesidad de cambio, fortaleciendo
la idea del consenso; si bien no podía negar la existencia de una pugna con
nuevos sectores, simplemente no les atribuía validez como interlocutores
porque no eran suficientemente ilustrados y, por lo tanto, suficientemente
racionales. Oponía así una razón nacional, encarnada en la sociedad ilustra­
da, cuyas diferencias se limitaban a “cuestiones de marcha”, a una voluntad
nacional inclusiva de todos los sectores sociales. Con ello quedaban defini­
dos los alcances de la soberanía popular y de un sistema republicano aristo­
crático.
A través del sistema del cambio gradual, hacia 1845 quedaban pocos
vestigios de la armonía que reinaba a comienzos de la década entre los
miembros de la clase dirigente. La sensación de peligro era tal, que incluso
figuras progresistas como Domingo Santa María y Ramón Errázuriz, funda­
ron la Sociedad del Orden, con el manifiesto propósito de restituir el valor
de la noción de orden como valor en sí mismo. Su fundación se precipitó
por los desórdenes públicos con motivo del Juicio de Imprenta contra el
Diario ele Santiago que desde su nacimiento venía atacando a la autoridad

24 “Espíritu de Reformas”, art. 2, El Mercurio de Valparaíso, 10 de noviembre de 1845.


140 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

del gobierno. A los pocos días, Pedro Félix Vicuña, líder de la facción más
liberal, fundó la Sociedad Demócrata. Contemporánea con las dos socieda­
des que reunían a la elite, surgió la Sociedad Caupolicán, integrada por unos
60 artesanos. A juicio del historiador Domingo Amunátegui Solar, ésta fue la
primera sociedad verdaderamente democrática que hubo en Chile. Los con­
servadores, los liberales y los excluidos (el pueblo) buscaron en un momen­
to clave sus propios órganos de expresión y, simbólicamente, crearon tres
agrupaciones cuyos caminos tendieron a distanciarse con el correr de los
años. Las primeras fisuras se expresan con la evolución del concepto de
oposición, la desconfianza que motivó su accionar, y con la diferenciación
entre conservadores y liberales.
“Oposición: He ahí la palabra mágica con que se pretende falsear
todos los hechos, atacar a todas las personas, hollar todos los respetos, y
cohonestar todos los actos, aun los más subversivos y atentatorios a nuestras
instituciones”. La oposición es una fuerza destructiva, que entiende “por
libertad, anarquía y licencia”, y que llama al imperio de la constitución y las
leyes, tiranía.25 Se le acusa de no colaborar en el Congreso, de querer dividir
al país (fundamentalmente por sus críticas al Ministerio Montt), de excederse
en sus pedidos de reforma, y de propiciar el caos. Consecuente con este
pensamiento, la autoridad se permitió varias medidas represivas para calmar
la presión democratizante de la oposición. Pedro Godoy, director del Diario
de Santiago, y Manuel Bilbao, colaborador, fueron detenidos y enjuiciados
secretamente por su actitud crítica ante lo que ellos consideraban “excesos”
del Ministerio Montt. Especialmente atemorizantes fueron los desórdenes
que se produjeron en torno a la elección parlamentaria que se desarrolló en
1846. Constituyeron un hito que modificó el discurso político en forma defi­
nitiva y reforzó todas las polaridades que habían surgido hasta el momento.
El llamado “motín de Valparaíso”26 y otros conatos de desacato a la autoridad
constituida que provocaron la declaración de estado de sitio, fueron el refle­
jo de una situación inédita hasta ese momento: la existencia de fuerzas simi­
lares en los dos grupos en pugna, lo que quedó demostrado con el escruti­
nio, el cual, a pesar del poder de la intervención gubernativa en las eleccio­

25 El Mercurio de Valparaíso, 12 de octubre de 1845.


26 Protesta pública de sectores liberales en Valparaíso acusando a la autoridad de fraude
eleccionario en marzo de 1846. A consecuencia de este llamado “motín” por la autoridad y la
prensa, se detuvo y deportó a varios opositores, entre ellos, a Pedro Félix Vicuña.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL... 141

nes, dio 597 votos a las candidaturas oficiales y 520 a la oposición. La clase
dirigente chilena reaccionó de inmediato fijando sus límites que, por ejem­
plo en el caso de Valparaíso, incluyeron la declaración de ilegitimidad de la
oposición. “De hoy en adelante no hay más partido de oposición: el resulta­
do de sus trabajos ha sido la embriaguez, el robo y la sedición, y debe ser
juzgada por sus obras”. El discurso oficialista se alarmaba ante la presencia
de grupos indeseados. “Habéis visto removida la hez de la sociedad, y pron­
ta a echarse encima de la ley, de la autoridad y de los buenos ciudadanos”.27
A partir de ese momento, la oposición debió asumir la responsabilidad del
rompimiento del espíritu de tolerancia y de la crisis de confianza que se
originó a raíz de la existencia de posibilidades reales de éxito para una
oposición que planteaba reformas consideradas inadecuadas. “¿De quién es
la culpa?”, se pregunta El Progreso a raíz de los desórdenes, “¡De esa oposi­
ción que cada día mas desenfrenada e insolente, ha pretendido romper hoy
todas las leyes, para poner encima el monstruo horrendo de la anarquía!”
Agregaba también que la meta opositora era acabar con la religión y la ley.28
La ley, el respeto a la institucionalidad, se convierten en un pilar de
reemplazo para el consenso en torno a una visión homogénea de la organi­
zación de la república. Ella es el medio a través del cual se delimitan los
derechos de los ciudadanos. Está en sus manos la regulación necesaria entre
el espíritu de conservación y de reforma en el proceso de constitución de la
república. A la institucionalidad corresponde velar por que el gobierno de­
mocrático se perfeccione a la par con el pueblo, aun usando de formas
autoritarias. D’Alembert y Rousseau se convirtieron en una fuente útil para
citar y defender la relación necesaria entre el ejercicio de una autoridad
fuerte y la mantención de la legalidad necesaria para recorrer el camino
hacia el progreso. No se trataba de reemplazar el ideario liberal por otro
marco teórico. Era tan sólo el caso de retomar el camino extraviado y otorgar
prioridad a los valores más caros y necesarios que la tradición había legado.
Los sucesos recientes habían convencido a la clase dirigente de que, si bien
“los principios del partido liberal no son falsos en el sentido estricto de la
palabra, son de funesta aplicación en el día”. “El partido liberal representa en
todas partes las ideas que pueden dominar en un porvenir lejano: su error
está en quererles dar actualidad, y su mal en quererse sentar en el gobierno”.

27 Proclama del Intendente de Valparaíso don Joaquín Prieto del 1 de abril de 1846.
28 El Progreso, 12 de marzo de 1846.
142 LA SEDUCCION DE UN ORDEN, LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Allí se convierten en un elemento de anarquía. “Una sociedad para desqui­


ciarse no necesitaba más que traer al gobierno al partido liberal”.29 El proble­
ma era que, evidentemente, ese ideario liberal propiciaba cambios que la
clase dirigente acogía con especial temor desde que había demostrado tener
portavoces capaces de producir desordenes en el país. De ahí la insistencia
del Presidente Bulnes en el recurso a la ley como única fuente de reemplazo
para la confianza perdida: "... Séame permitido recomendar a vuestro celo,
como el primero de todos los objetos, la permanencia de las instituciones
que nos rigen. A la cordura del presente Congreso está encomendado de un
modo especial su estabilidad y los futuros destinos de la patria”.30 Con estas
palabras, el Mandatario inauguró las sesiones de las Cámaras en el año 1846.
El orden y la tranquilidad pública se restituyeron. El imperio de la ley
no sufrió sino interrupciones menores. Sin embargo, la confianza y la sensa­
ción de compartir un proyecto común, fundamentales para la promoción de
la polémica, habían desaparecido. "... los que hasta el viernes dudaban de
que pudiese nunca brotar en nuestro suelo la mala semilla, tan tenaz y pró­
digamente derramada, han visto con dolor que sólo han faltado jefes a un
populacho perfectamente preparado para cubrir de sangre y luto nuestro
suelo, y hacer mas difícil y costoso el triunfo de la ley. La vista de lo sucedido
y la revelada disposición de un populacho desenfrenado, han causado en los
buenos patricios una profunda sensación, desterrando de sus corazones la
confianza que antes los sostenía y que les hacia mirar sin espanto la tenden­
cia anárquica que por un bando se diera a la lucha electoral”.31 Para enten­
der el cambio profundo que esta cita revela, basta compararla con otra,
publicada en el mismo diario, tan sólo 7 meses antes. Decía ElMercuño-, “Se
habla de agitación, de un estado de zozobra en el pueblo... Nosotros no
negaremos que haya intereses contrariados en el día, que haya ánimos des­
contentos, que haya intereses de partido que soplen por un lado la descon­
fianza, por el otro temores... pero creer que exista en la mayoría inmensa de
los chilenos otro sentimiento que el de la confianza; confianza en la solidez
de nuestras instituciones, confianza en la ley, en su exacto cumplimiento,
confianza en el gobierno, confianza en la opinión pública, confianza en el

29 El Mercurio de Valparaíso, 21 de diciembre de 1846.


30 El Pasado Republicano o sea Colección de Discursos Pronunciados por los Presidentes de la
República ante el Congreso Nacional al inaugurar cada año el periodo legislativo, 1832 -
1900. (Concepción: Imprenta del País, 1899), tomo I.
31 El Mercurio de Valparaíso, 15 de marzo de 1846.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL... 143

buen sentido, en el recto juicio de la nación; sería creer en ilusiones, sería


equivocar las fluctuaciones en los ánimos, los temores y las esperanzas de
unos pocos, por el estado moral de todo un pueblo”.32

3. Conservadores y liberales: la influencia del “48”


francés
La crisis de confianza y la polarización del país en dos bandos ocasio­
naron una reformulación del discurso político. Este se tornó más cauto, me­
nos tolerante y menos dispuesto a elucubraciones teóricas. La realidad se
había tornado conflictiva y el discurso debía contribuir a formular teórica­
mente una serie de medidas que nada tenían en común con el ideario liberal
que hasta hace poco abrazaban todos los miembros de la elite. La concep-
tualización de la república y del sistema de gobierno adquirió nuevamente
relevancia. Se insistió en la polaridad gobierno conservador y gobierno revo­
lucionario, intentando vincular esta polaridad al oficialismo y a la oposición.
Asimismo, la prensa adicta al régimen otorgó mucha importancia a retomar
el tema de la incorporación social de nuevos sectores, enfatizando que aún
no era el momento de hacerlo y que, por lo tanto, no debían propiciarse
cambios.
El gobierno asumió la categoría de conservador para sí; la oposición
pasó a constituir el liberalismo.33 Cuando asumió el Ministerio Montt, El
Mercurio aclaró que “ql ministerio actual no pertenece al partido liberal... es
enteramente del círculo de hombres a quienes han llamado pelucones, retró­
grados, y que en nuestra opinión son los únicos capaces de labrar en nuestra
época la felicidad de la república”.34 Se intentó retomar el tema del cambio
gradual, recurriendo nuevamente a la experiencia de los Estados Unidos
que, con una marcha sistematizada, había dado los pasos necesarios para el
progreso. “Este sistema de reformas bien entendido, que no es otra cosa que

32 El Mercurio de Valparaíso, 25 de agosto de 1845.


33 Lastarria relata que fue en realidad en 1843 cuando los jovenes de ideas más adelantadas
decidieron organizar un Partido Liberal, "... de modo que en ese partido no prevalecieran las
ideas ni los intereses de esa fracción de conservadores que principiaban a figurar como
liberales moderados”. Cfr. José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios (Santiago: Zig-Zag,
1967), p. 174.
34 El Mercurio de Valparaíso, 2 de octubre de 1846.
144 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

el principio conservador, comprendido como se debe, es el que sostendre­


mos a todo trance, sin dejarnos alucinar por historias, que están tan lejos de
ser adoptables como lo están de ser análogas las posiciones”.35
Se asoció al liberalismo una visión desmedida de la libertad y un
apego a lo que El Progreso llamó la “democracia descarnada”. El problema
no era tanto teórico como de oportunidad. Por eso, cuando El Mercurio
despidió a Demetrio Peña, su editor en los últimos dos años, expresó: “Libe­
ral por principios, no por eso ha creído que conviene hoy a Chile otra línea
de condiciones que la de conservar la Constitución, dejando al tiempo y al
progreso de nuestra educación política modificarla y mejorarla sin destruir­
la”. “ ...en Chile, todo lo que tienda a debilitar al poder conservador debilita­
rá inevitablemente nuestro edificio político...” Lo que sucedía, en realidad,
era que los “nuevos” liberales consideraban que la libertad debía extenderse
a la sociedad política, por separado de la sociedad civil, a través de la am­
pliación de los derechos ciudadanos. El antiguo consenso, donde todos po­
dían llamarse liberales, demócratas y amantes de la libertad, desapareció a
partir de la crisis consensual de 1846.36 A partir de allí aparecieron los “seño­
res liberales”, a quienes había que recordar que “la libertad es cosa muy
buena, pero necesita hombres con nombre y reputación para sostenerla; ha
menester principios, ideas, un sistema en fin. Lo demás es fantasía pueril de
esas que se beben en lecturas como las de Tito Livio entre los antiguos, o en
Silvio Pellico entre los modernos”.37
Las lecturas habían efectivamente operado cambios en los grupos que
organizaron los eventos de 1846. Entre otras cosas, los habían motivado
hacia la acción, especialmente para implantar la república democrática, en
conjunto con otros grupos sociales que hasta ahora habían estado al margen
de la sociedad política. Uno de los actores de este proceso era Pedro Félix
Vicuña, padre del futuro historiador Benjamín Vicuña Mackenna, quien des­
de las páginas de un periódico titulado sugerentemente El Artesano Opositor,
inauguraba un discurso a todas luces intolerable para la clase dirigente chile­
na. Para él, “la situación en que se encuentra la República en las circunstan-

35 “Espíritu de Reformas”, art. 2, El Mercurio de Valparaíso, 10 de noviembre de 1845.


36 Es interesante comparar !a definición y valoración del liberalismo que aparece en estos
textos con los artículos de El Mercurio de 1841, especialmente aquellos escritos por Sarmiento.
Para Sarmiento, las ideas liberales constituían el “catálogo “ donde se expresaba la modernidad.
Cfr.: El Mercurio de Valparaíso, 26 de febrero de 1841.
37 El Progreso, Santiago, 7 de febrero de 1846.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 145

cías presentes es la más triste y dolorosa que imaginar se puede...”. Conside­


ra que el gobierno de Bulnes se ha convertido en una tiranía caudillesca,
contra la cual deben reaccionar los trabajadores de Chile. “Unámonos todos
para defender nuestros derechos que ya hemos abierto los ojos, y no más
capitular con nuestros opresores. Somos libres, y es necesario acreditarlo
ante todo el mundo, ante nuestros compatriotas, que hasta aquí nos han
considerado como ilusos”.38 A medida que se acercaban las elecciones de
1846, el periódico intentó vincular los comicios con un cambio decisivo en la
constitución del Estado chileno, en el cual se encontraba implícito un desvío
del poder hacia nuevas manos. “La elección”, dijo, “es la verdadera existen­
cia social y humanitaria de una nueva y gran nación, o la destrucción de ella
convertida en una horda de estúpidos esclavos dominados por el caudillaje
hereditario de una familia”.3940Finalmente, y más grave que todo lo anterior,
sugiere el conflicto que se expresará con consecuencias trágicas en 1850 y
1851, sobre el concepto y elementos constitutivos de la república. Las formas
republicanas, que tanto orgullo habían despertado a la nación hasta ahora,
ya no satisfacían a disidentes del grupo dirigente ni a sectores que habían
ingresado a través de la prensa a los conductos discursivos del poder. “La
fingida república en que vivimos se rige por leyes que la España ha desecha­
do y desprecia, y las ha aumentado con más crueles si se puede. Claro está
que esto no es por consultar el bien del Estado, sino por vincular eternamen­
te el poder y provecho en una familia, a expensas de la libertad y dicha de la
• 40
nación .
z h

Las nuevas ideas republicanas recibieron su consagración con la Re­


volución Francesa de Í848.41 Estos eventos no hicieron sino aumentar las
susceptibilidades ya despertadas con la mística que suscitó entre algunos
jóvenes chilenos la llegada al país de la Historia de los Girondinos de Alphonse
de Lamartine. Se leyó profusamente en tertulias, y pronto surgió la identifica­

38 El Artesano Opositor, Valparaíso, 20 de diciembre de 1845.


39 El Artesano Opositor, Valparaíso, 28 de enero de 1846.
40 El Artesano Opositor, Valparaíso, 4 de febrero de 1846. Esta cita se refiere al impacto que
produjo la inclusión de Manuel Camilo Vial a cargo del Ministerio del Interior. Vial removió
muchas autoridades y reemplazó a un gran número de funcionarios en una actitud que
provocó denuncias de nepotismo y de atentado contra los derechos ciudadanos.
41 Sobre el republicanismo francés, cfr.: C. Nicolet, L’Idée Républicaine en France. (París:
Gallimard, 1985), A. Jardín, Histoire du Liberalisme Politique, (París: Hachette, 1985), y G.
Weill, Histoire du PartíRepublicaine en France (París: Ressources, 1980).
146 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

ción entre aristócratas chilenos y los grandes nombres de la Revolución Fran­


cesa. Así, Lastarria fue Brissot; Francisco Bilbao, Vergniaud, y Domingo Santa
María, Louvet.42 Los republicanos demócratas emulaban al partido republica­
no francés, el cual inspirado en una concepción racionalista de la sociedad,
exaltaba la libertad política y económica como cimiento del orden social.43
Los sucesos parisinos de febrero de ese año se conocieron en Chile en mayo,
causando el mayor impacto, y despertando en algunos un espíritu de imita­
ción producto de un olvido circunstancial de los requisitos morales y cultu­
rales establecidos al pueblo para alcanzar la democracia. Por unos momen­
tos, no sólo los mas liberales, sino el conjunto de la clase dirigente chilena
reaccionó como si el período de transición hubiese culminado y el adveni­
miento de la república democrática fuese posible. “De hoy en adelante no
podemos ser sino republicanos a la francesa”, expresaba El Progreso en un
articulo laudatorio de los acontecimientos en Francia. Se congratulaba de la
libertad de cultos, de la igualdad y de la supresión de los títulos de nobleza,
en especial por los efectos de estos sucesos en Chile. “El pueblo francés nos
enseñará a ser libres, a hacer efectivos nuestros derechos, nos infundirá el
espíritu de la tolerancia política y religiosa...”44 La idea dominante de los
artículos de la prensa era la exaltación del efecto ejemplarizador que surgía
de los acontecimientos revolucionarios. La ciudad de Santiago se conmovió
y el entusiasmo invadió las casas y las tertulias. Se dieron incluso grandes
banquetes, uno de los cuales contó con un discurso de M. Levraud, Cónsul
de Francia. Sus palabras son especialmente sugerentes. “Señores, si ahora
veinte años, alguien hubiera dicho que el noble y el obrero, que el rico y el
pobre podían reunirse en banquetes fraternales, y en ellos darse pruebas de

42 Benjamín Vicuña Mackenna, Los Girondinos Chilenos (Santiago: Editorial Guillermo Miranda,
1902).
43 Benjamín Vicuña Mackenna consideró en su momento que “el establecimiento de la República
Francesa es un hecho de la humanidad, es una época, Chile se ha entusiasmado profundamente
y la América entera debe haberse conmovido al ver que la nación más adelantada del
mundo viene a realizar el dogma que nosotros habíamos realizado, justificando así con su
ejemplo aterrador y solemne nuestra conducta política, revistiendo a la República del prestigio
que le faltaba en Europa...” Crónica del 15 de junio de 1848". AVM, vol. 33, pieza 7. El
mismo autor dice que fue bajo el influjo de Ja Revolución Francesa que “se inició la publicación
de La Reforma, para pedir al gobierno las reformas que necesitaba Chile con el fin de evitar
las violencias y conflagración de los partidos”. Apuntes varios de 1850y 1851. AVM., vol., 33,
pieza 15.
44 El Progreso, Santiago, 28 de mayo de 1848.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL 147

mutuas simpatías, de estimación y de amor, hubiérasele tratado de insensa­


to...”. El funcionario destacó la moderación de la revolución y, luego de
grandes aplausos, el Coronel Viel respondió en nombre de la concurrencia
enfatizando el significado de la derrota de la monarquía.
El Mercurio también se hizo eco del espíritu de optimismo imperante.
Consideró que el advenimiento de la república era inevitable y exaltó la
decisión popular francesa de aplicar “el remedio en un cambio de sistema y
no en un cambio de hombres”.45 Incluso un personaje tan discutido como
Pedro Félix Vicuña tuvo acceso a las columnas del diario para publicar una
serie de 5 artículos titulados “La República”, donde criticó a Luis Felipe por
desestimar las tendencias de su siglo. La serie está escrita con la intención de
establecer paralelos con la situación chilena, desprendiéndose del texto una
analogía entre el autoritarismo elitista de Guizot y el régimen chileno.46 Nue­
vamente se tomó el tema de la reforma necesaria e inevitable. Siguiendo el
ejemplo francés, se instaba a los chilenos a aceptar que “el mal no está en
ellos sino en las instituciones y es a ellas que debemos dirigirnos”.47 El arti­
culista se refiere detalladamente a las reformas necesarias, las cuales inclu­
yen el sistema de elecciones que aseguraba el triunfo a la clase dirigente.
Además, se presenta como superado el problema de la gradualidad del cam­
bio, ya que, a juicio de Vicuña, ni en Francia, ni en América del Norte, el
pueblo era ilustrado; siempre ha debido ser conducido por las clases cultiva­
das. En Chile, si la “aristocracia” está dispuesta a interpretar el sentimiento
popular reformista, debiera ocuparse en guiar al pueblo por los caminos del
cambio. “Los sucesos de la Francia dan la iniciativa al pueblo, que teniendo
a la vista un ejemplo tan elocuente, ha sentido revivir su energía y su po­
der”.48 A partir de este momento, el gobierno no podrá usar en su favor la
apatía popular ni la división de los partidos para mantener el statu quo y el
gobierno “de familia”. “Veíamos que cundía el desaliento en los hombres
que amaban la república y la libertad; nosotros no nos podemos culpar de
este desmayo, pero creemos en los sucesos de la Francia como un auxilio
del cielo, para levantarnos de la postración y elevar nuestras moribundas

El Mercurio, Valparaíso, 26 de mayo de 1848.


46 Sobre el período en Francia, cfr. Pierre Rosanvallon, Le Moment Guizot, (París: Gallimard,
1985), cap. IV.
V “La República”, art. 2, El Mercurio de Valparaíso, 31 de mayo de 1848.
48 “La República”, art. 4, El Mercurio de Valparaíso, 3 de junio de 1848.
148 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

libertades a la altura de otros pueblos que nos preceden en la carrera de la


felicidad”.49
Superada la euforia inicial y llegadas noticias adicionales sobre los
desórdenes que rodearon el derrocamiento de la monarquía, la cautela pro­
pia de quienes tenían a su cargo vislumbrar las consecuencias del discurso
revolucionario se hizo sentir. Sólo 5 días después de conocidas las noticias,
El Mercurio retomó el tema de la influencia de las ideas sobre los hechos
sociales, destacando que las “ideas generosas proclamadas por los hombres
sinceros de la Francia” son propias de “hombres cuyo carácter está a la altura
de su inteligencia”. “Pero esas ideas generosas, no hay que engañarse, son
para nosotros las ideas del porvenir, las ideas revolucionarias”. Es decir, los
chilenos deben tomar las decisiones y abrir los cauces que su estado de
civilización permite y obtener lecciones de los acontecimientos franceses a
fin de no caer en excesos. El cambio de línea en El Mercurio provocó incluso
la suspensión de la publicación de los artículos encomendados a Pedro Félix
Vicuña. El Progreso fue aún más directo en su lenguaje, especialmente cuan­
do planteó su alarma ante el recurso al “pueblo”. Enfatizó que al pueblo hay
que educarlo en lugar de amotinarlo, hacerle conocer sus deberes más que
derechos efímeros, y dejar en manos de la clase dirigente la fijación de sus
límites. Luego de exponer una conceptualización del pueblo chileno como
“abatido, inculto, negligente, preocupado, lleno de vicios, y sin otra virtud
que la del valor”, tuvo buen cuidado de fijar similares límites a la conceptua­
lización de la república. “¡República!, ¡Libertad! estas son las otras dos pala­
bras que han pronunciado en su entusiasmo nuestros exaltados, como una
protesta contra la libertad de nuestra República. ¡Y bien! ¿A qué podemos
aspirar con el ejemplo de la Francia? ¿A destruir la obra de nuestros padres?
¿A despedazar, incautos, el título honroso que nos dejaron por herencia? ¿A
desmoronar, en fin, el edificio majestuoso que hemos levantado sobre es­
combros de cadáveres de hermanos y atravesando lagos de sangre y comba­
tiendo en duelo a la muerte?...”.50 La República, de la manera como la entien­
de la clase dirigente chilena, atemorizada por los sucesos franceses, no pue­
de atentar contra la tradición ni contra la estructura de poder que ella legó.
La limitación del ámbito conceptual de república a su oposición al
sistema monárquico se había ido superando a lo largo de la década del 40. El

49 “La República”, art. 3, El Mercurio de Valparaíso, 1 de junio de 1848.


50 “República, Pueblo, Libertad”, El Progreso, Santiago, 31 de mayo de 1848.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 149

republicanismo de los actores de la Revolución Francesa de 1848 tuvo pro­


fundas consecuencias en Chile, encontrando su expresión en un período
largo. En primer lugar, legitimó un discurso republicano democrático que ya
afloraba como bandera de la oposición. La constante interpelación que ésta
hacía al pueblo como depositario de la soberanía popular, su discurso refor­
mista institucional, y la importancia creciente que asumieron las doctrinas
del liberalismo democrático como inspiración intelectual del grupo opositor,
recibieron un certificado de legitimidad de parte de sus mentores franceses.
La fundación del Club de la Reforma en 1849, y de la Sociedad de la Igualdad
en 1850 son algunos productos directos de la influencia de los clubes france­
ses de la época.51 Por otra parte, la Revolución de 1848 y sus repercusiones
en Chile obligaron a la clase dirigente chilena a plantearse la existencia de
posiciones alternativas a su conceptualización republicana en el plano teóri­
co y programático. Su intuición para comprender que debía tender hacia una
apertura del espectro político, riesgosa para la hegemonía del poder en sus
manos, fue decisiva en la fijación de límites a la discusión política y en la
crisis de confianza que surgió a raíz de la fisura provocada en uno de los
pilares que hasta hace poco era consensual para toda la clase dirigente.
Nuevamente, Escila y Caribdis acechaban por ambos costados. La Revolu­
ción Francesa había demostrado que si Luis Felipe y Guizot se hubiesen
abierto hacia la reforma habrían evitado la revolución. Por otra parte, a juicio
de la clase dirigente chilena, esa reforma, aunque inevitable, era temible,
inoportuna y desafiante.
í

4. Se polariza la discusión: el recurso al orden


Hemos sostenido que los desórdenes de 1846 fueron decisivos en el
cambio de tono del discurso político-cultural en Chile. Naturalmente surge la
pregunta que busca explicar este fenómeno, especialmente teniendo en cuenta
que el orden fue fácilmente restituido. Creemos que, en el plano de la in­
fluencia de las percepciones de la clase dirigente sobre la confianza que le

51 Santiago Arcos, fundador de la Sociedad de la Igualdad, asumió el personaje de Marat en las


identificaciones con los girondinos de la obra de Lamartine. Cfr. Benjamín Vicuña Mackenna,
Los Girondinos Chilenos, (Santiago: Universitaria, 1989). Sobre el “48 francés” y los clubes,
cfr. Cristian Gazmuri, El "48” Chileno: Igualitarios, Reformistas, Radicales, Masones y Bomberos,
(Santiago: Universitaria, 1992).
150 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

permite abrirse hacia el cambio, un elemento en particular ocasionó la reac­


ción que contribuyó al cese de la polémica que había caracterizado este
período. Se trata de la introducción en el discurso político de un nuevo
concepto de pueblo. Esto no significa que el recurso al pueblo hubiera esta­
do ausente; de hecho, las ideas del racionalismo ilustrado sobre soberanía
popular formaban parte del conocimiento común aceptado. Como en otros
ámbitos, sin embargo, el reconocimiento de la validez teórica de una idea no
significaba necesariamente que debiera seguir su aplicación en el terreno de
la acción. No sabemos exactamente cuánto influyó la lectura de Rousseau
sobre la clase dirigente; sí sabemos que en su discurso político el pueblo
tenía dos acepciones. Por una parte, constituía una abstracción, el equivalen­
te a la nación en formación como proyecto futuro; por otra, se refería a una
clase inferior, cuya única posibilidad de incorporación consistía en la adqui­
sición de las luces. Ello suponía que, quiméricamente, a partir de ese instan­
te, dejaría de ser pueblo en la segunda acepción, para constituirse en parte
integrante de la clase que le había formado. En su fuero interno todo miem­
bro de la elite debía tener algún grado de conciencia de que esta incorpora­
ción natural era inviable pues, de hecho, presuponía una automática identi­
ficación de intereses y la incorporación a la definición de verdad compartida
por la clase dirigente. Evidentemente, las condiciones excedían con mucho
la adquisición de las luces, y el conflicto latente por la necesidad de incorpo­
rar a nuevos sectores a la vida ciudadana no estaba resuelto ni en la teoría ni
en la práctica.
La campaña electoral de 1846 coincidió con la introducción del nue­
vo actor popular, definido como una clase social integrada por miembros de
varios oficios cuyos intereses diferían de aquellos del grupo dirigente. El
pueblo, especialmente los artesanos y los liberales que se constituyeron en
sus portavoces, emprendieron una campaña destinada a concientizar sobre
los derechos políticos que le correspondían, y a luchar por un espacio que le
permitiese compartir la estructura de poder con sus detentores del momen­
to. Los sectores más conservadores parecieron en un momento entender el
desafio que se lanzaba y, en un intento por mantener el control amenazado,
fundaron El Artesano del Orden, periódico destinado a representar la causa
popular y a rebatir las posiciones de su equivalente El Artesano Opositor. Sin
embargo, la representación del pueblo se convirtió en la bandera de la opo­
sición, la cual al sustentar la participación inmediata y activa de las clases
inferiores, radicalizó sus posiciones a un punto irreconciliable.
Los temas predominantes en la discusión sobre el pueblo fueron la
denuncia de la situación de los trabajadores, la disputa pública sobre la
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 151

cooptación de los sectores populares, y la crítica* de la Constitución de 1833


como autoritaria y elitista, y como “un código de circunstancias, formado
más para contener un pueblo que para expresar su voluntad y garantir sus
libertades”.52 Además, la oposición logró con éxito introducir elementos que
presagiaban la discusión posterior sobre lucha de clases, al enfatizar el con­
cepto de clase social y la diversidad de intereses entre las clases.53 Todo esto
trajo como consecuencia la insistencia en una revisión total de la
institucionalidad vigente, en un lenguaje que a veces excedía con mucho la
discusión sobre bases consensúales que el país había conocido desde 1840.
El discurso rupturista alcanzó su clímax con la publicación, el 8 de marzo de
1846, del periódico El Pueblo. Las circunstancias en que apareció, y los sec­
tores que le patrocinaban, son inciertos. El osado opositor Pedro Félix Vicu­
ña negó toda vinculación con el periódico, e incluso afirmó haber notificado
un día antes al Intendente de la provincia sobre la publicación, comunicán­
dole su reprobación a la doctrina y al lenguaje de la próxima edición. El
Pueblo llamaba a la sublevación, a la supresión del Poder Ejecutivo y al
aplastamiento de los opositores. “Reunido el pueblo, si algún cuerpo se
opone, consúmalo, envenénelo, no se consienta a ningún traidor en la ca­
lle”. “No necesitamos tres poderes; sólo necesitamos dos. El poder judicial
verbal, y el poder legislativo. Al infierno el ejecutivo”.54
La lucha por la representación del pueblo continuó durante todo el
proceso electoral sin disminuir por el estado de sitio imperante. Los oposito­
res continuaron exigiendo participación popular argumentando que el pue­
blo, la “clase trabajadora”, no se encontraba representado en el Congreso.
“Queremos... ver en la representación nacional verdaderos representantes
del pueblo, y esto sólo se conseguirá nombrando nosotros hombres de nues­
tra clase para que nos representen, del mismo modo que esos señores prefieren
a los de la suya para ser representados”.55 El argumento de la participación
era refrendado por la insistencia en un concepto de soberanía popular que

52 El Artesano Opositor, Valparaíso, 31 de enero de 1846.


53 Por ejemplo, respondiendo a artículos de la prensa opositora, El Artesano del Orden reconocía
la existencia de las clases e instaba al pueblo a no modificar su posición: “Artesanos, pretenden
adularos y os envilecen... quisieran... poneros en lucha con la clase rica que os da constante
ocupación y paga vuestro trabajo”. Ver, El Artesano del Orden, Santiago, 24 de febrero de
1846.
54 El Pueblo, Santiago, 8 de marzo de 1846.
55 El Artesano Opositor, Valparaíso, 7 de enero de 1846.
152 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

incluía a todos los chilenos y no solamente a los más ilustrados. La nación,


dice El Artesano Opositor, “se divide en Artesanos Productores, nueve déci­
mas de la población; y el otro décimo, escaso, de directores que consumen
en todo respecto. Es decir, que la suma del poder social y la verdadera
existencia de la nación se debe al Artesano”.56
La violencia del discurso opositor, sumada a los conatos que se pro­
dujeron durante el proceso eleccionario, no pasaron inadvertidos para la
sensibilidad del grupo dirigente. Fernando Urízar Garfias, opositor al régi­
men, relató la reacción del Intendente de Valparaíso, el General Blanco En­
calada, explicando que su temor era entendióle al ver al partido de oposi­
ción “ceñudo, arrogante y escoltado por un enjambre de rotos57 que desde
algunos días antes se habían introducido en la población”. La oposición no
era ya un partido, sino “el pueblo de Valparaíso, y el pueblo de Valparaíso
no podía llevarse de las narices como a los de Chillán, San Fernando, Rancagua,
Aconcagua y los demás del Interior”.58 Algo esencial había cambiado, y tenía
relación con que la posibilidad de gobernar sin contrapesos tendía a desapa­
recer.
Reflexionando desde su exilio en Lima, Pedro Félix Vicuña tuvo algu­
nos aciertos visionarios. Vislumbró con detalle el conflicto entre la necesidad
del cambio y el temor a la pérdida de poder: “Estamos condenados al retro­
ceso, a esta lucha de temores de un lado, y de esperanzas del otro... En
Chile, si el pueblo alza su voz se dice al propietario temed esa hidra, temed
por vuestros intereses, y el propietario cree y apoya la tiranía”.59 En relación
a la incorporación del pueblo, la clase dirigente cerró sus compuertas instan­
do al pueblo a no dejarse adular por sus portavoces liberales, atemorizando
a la nación con las consecuencias de una apertura inoportuna, y denuncian­
do a los opositores en su maniobra. El desafío que el tema presentaba abar­
caba no sólo la sobrevivencia del régimen sino también de la clase dirigente
como portavoz de los valores de la cultura política chilena. De ahí que
diarios que normalmente asumían posiciones más críticas, como El Progreso,

56 El Artesano Opositor, Valparaíso, 14 de junio de 1846.


57 Designación despectiva con que la clase dirigente se refería a los sectores sociales inferiores.
58 Fernando Urízar Garfias, Los Ministeriales y sus Opositores en Valparaíso, (Santiago: Imprenta
de los Tribunales, 1849). Recordemos que a Manuel Blanco Encalada se le acusó de debilidad
en la represión de los manifestantes del “motín de Valparaíso”.
59 Pedro Félix Vicuña, Ocho meses de Destierro o Cartas sobre el Perú (Lima: s/p, s/f), carta del
26 de octubre de 1846.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 153

se sumaran a las denuncias de El Artesano del Orden. También de ahí que el


lenguaje conciliador que había predominado en las polémicas a lo largo de
la década fuese totalmente superado. La afirmación anterior se ilustra fácil­
mente reproduciendo cualquiera de los editoriales que la prensa publicó
sobre el tema. “Pongan pues atención los ilusos, el pueblo roto que adula,
abraza y cuyos pies besa el hipócrita republicano que el día en que llega el
caso dice: ‘yo n° soy como el resto del pueblo, tengo fueros’. Esto mismo,
artesanos, os sucede hoy: os guían engañados a un precipicio, os dejan caer
a él y el hombre que os llamaba hermanos se ríe y os grita desde arriba
‘tengo fueros’”.60 En el mismo tono, El Progreso denuncia los intentos oposi­
tores por cooptar a la clase popular: “Sí, artesanos; esa inmunda oposición
que dice que os ama, no os ama sino de la boca para afuera, porque en el
fondo de su alma os detesta”.61
El temor de la clase dirigente se originaba principalmente en una
sensación de irreversibilidad de la situación. Ya no bastaba con que el motín
hubiese sido sofocado. El problema radicaba en el germen de la revuelta,
una especie de pecado original, a partir del cual la confianza y la tranquili­
dad no podrían recuperarse. Este había invadido a la plebe y podía manifes­
tarse en cualquier momento: “Un accidente cualquiera la puede hacer que
dé una nueva explosión y hasta que quede triunfante al menor descuido, a la
menor debilidad de la autoridad. Una vez despertada la plebe y que ha
entrado en este camino, ya no se duerme nunca, ni retrocede”.62 Este trozo
que ahora sólo expresa temores evoca, con el tono contrario, las reflexiones
optimistas que se hacían a comienzos de la década con el fin de propiciar un
espíritu de reformas que impidiese la revolución. El Sarmiento liberal, entre
otros, había transado con su ideario original al presentir las amenazas contra
el orden instituido. Las aprensiones se justifican adicionalmente si, como
observaba don Manuel Montt, Ministro del Interior, había un sector de la elite
interesado en provocar la participación inmediata de esa plebe. “Aclámanse
y enséñanse los principios más subversivos. Los proletarios, esa clase harto
numerosa en nuestra sociedad... puede fácilmente ser alucinada y extraviada
con la expectativa de una variación o trastorno que (la oposición) se cuida
de presentarles como un medio de mejorar de condición, es llamada con

60 El Artesano del Orden


61 El Progreso, Santiago, 6 de marzo de 1846.
62 El Progreso, Santiago, 3 de abril de 1846.
154 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

ahínco a tomar una parte principal y directa en esta obra de desorganiza­


ción”.63 Naturalmente, el temor no había surgido de un día para otro. Sin
embargo, la clase dirigente podía fácilmente evocar denuncias anteriores
como, por ejemplo, la del argentino Juan Bautista Alberdi, quien después de
viajar por el mundo, había alertado contra el pueblo chileno diciendo que
“en ningún punto del globo han formado los pobres una falange más nume­
rosa, más compacta, tan animada de una especie de espíritu de cuerpo y que
sea menos concurrente a los fines de la sociedad como en esta república”.64
La denuncia de Alberdi termina sugiriendo una legislación más restrictiva en
materia de prensa.
El total descontrol social que insinuaba para algunos la presencia de
elementos contestatarios al interior del grupo dirigente, así como la posibili­
dad del surgimiento de grupos alternativos, justificaba plenamente la deci­
sión de aplicar el rigor de la ley contra cualquier iniciativa popular, así como
también el replanteamiento de algunas libertades que en el momento de
mayor consenso parecían evidentes y naturales. “Sobre la delegación del
poder de la opinión, conferido a la parte que piensa, a la parte que resuelve
después de un maduro cálculo, nos limitaremos exclusivamente a la circuns­
tancia poderosa de nuestra posición al presente. El pueblo, (las masas) no
tiene ideas, no tiene principios que le sirvan de premisas para la solución de
sus instintivas deliberaciones”.65 En el marco de estas opiniones, se inserta la
campaña para revisar la Ley de Imprenta, liderada por el Ministro de Justicia,
Antonio Varas, cuyo mensaje al respecto al Congreso ilustra el quiebre del
espíritu de confianza que animaba las decisiones gubernamentales.66 Denun­
cia Varas que “se han predicado y difundido los principios más subversivos;
se ha provocado abiertamente a la sedición o al trastorno del orden público;
se ha derramado a manos llenas la injuria y la calumnia sobre reputaciones
intachables”. El Ministro evaluó la situación afirmando que la licencia había
reemplazado a la libertad, por lo cual parece natural “concebir temores aun

63 Carta de Don Manuel Montt, Ministro del Interior, al Presidente de la República Don Manuel
Bulnes. El Mercurio de Valparaíso, 18 de marzo de 1846.
M El Mercurio de Valparaíso, 6 de mayo de 1845.
65 “Espíritu de Reformas”, art. 2, El Mercurio de Valparaíso, 10 de noviembre de 1845.
66 La ley de imprenta, vigente desde 1828, establecía penas consideradas moderadas a quienes
"abusaran” de la libertad de prensa consagrada en la Constitución de 1833, mientras que el
proyecto presentado por el Gobierno en esta oportunidad, entre otras penas, hacia partícipe
solidario de la ofensa al editor del periódico o diario afectado.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL 155

a los más celosos partidarios de la libertad de imprenta”.67 El proyecto Varas


buscaba imponer penas acumulativas de multa y prisión a todo delito de
prensa por separado, de disminuir la autoridad de los jurados, otorgando la
decisión final en el juicio al Juez de Letras, dependiente del Ejecutivo. La ley
recibió una crítica ardua, incluso de la prensa adicta al gobierno, como El
Progreso, que declaró lamentar que “por indiscreción o vanos recelos, lleva­
dos demasiado lejos, se acortase a sí propio el terreno aún yermo de nuestra
civilización”.68 Quedaba de manifiesto que el temor había invadido el espec­
tro político, provocando una tendencia al retroceso en las libertades conce­
didas como medida desesperada para retomar un control que se percibe
amenazado.
La sensación de que la sociedad se encontraba bajo control, y que el
cambio no alteraba los pilares sobre los cuales se apoyaba el poder de la
clase dirigente, estaba estrechamente vinculada con la noción de orden. La
oposición entre orden y anarquía había guiado gran parte de la construcción
institucional en los años anteriores, además de constituir una de las bases
sobre las cuales se programaba el aprendizaje político de la nación. La
excepcionalidad de Chile respecto de América Latina y la seguridad del gru­
po dirigente de poder conducir al país por la senda trazada dependían de la
mantención del orden.
La fundación de la Sociedad del Orden en 1845 obedeció justamente
a esta valoración consensual del orden como un fin en sí mismo, y como
medio de mantener los avances que había logrado la nación comparativa­
mente con sus vecinos. Ello quedó demostrado con la participación de con-
í
notados liberales como Ramón Errázuriz y Domingo Santa María, y en el
texto del discurso inaugural pronunciado por Errázuriz, Presidente de la
Sociedad: “Y si por fortuna Chile cuenta ya un período en que consolidándo­
se el orden va cimentando sus instituciones, no pueden decir otro tanto la
mayor parte de las secciones americanas, nuestras hermanas, de las cuales
vemos a unas entregadas a la guerra civil, otras gimiendo bajo el despotismo
bárbaro, amargo, fruto de la anarquía. ¿Y será perdida para nosotros tanta
experiencia, infructuosas tantas lecciones? No; estoy seguro que todo hom­
bre sensato no perdonará sacrificio alguno para evitar tamaño mal. Este es,

67 Ricardo Donoso, Las Ideas Políticas en Chile. (México: Fondo de Cultura Económico, 1946),
p. 361.
68 El Progreso, Santiago, 23 de julio de 1846.
156 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

señores, el poderoso motivo que tuvimos para haber enarbolado nuestra


divisa, que es el orden”. La Sociedad se había fundado como una reacción
visceral ante disturbios insignificantes. A pesar de las palabras de Santa Ma­
ría, en el sentido de que se había alterado la “calma bonacible en que vivía­
mos”, no fue el “desorden” la chispa que encendió el fuego del orden.69
Como lo reconoció El Mercurio, la divisa del orden se relacionó con “soste­
ner a todo trance la constitución y a todos los que a su nombre manden y se
hallen constituidos en algún destino"70 Es decir, se vinculaba con la manten­
ción del grupo tradicional en el poder, incluyendo en él a antiguos liberales
y conservadores.
La noción de orden se vincula estrechamente con la noción de autori­
dad legítima. Es decir, la clase dirigente era considerada la depositaría del
derecho y la capacidad de imponer el orden. Incluso Pedro Félix Vicuña,
figura aparentemente rupturista, recomienda en 1846 “ser muy cautos y obs­
tinados, si se quiere, en no permitir que se debilite el poderoso elemento de
orden que aún vive encarnado en nuestro pueblo”. Para ello recomienda la
serenidad al tratar con la clase dirigente pues, aunque altiva y desenfrenada,
“conserva hasta ahora su verdadero puesto”.71 A ella se debe, por lo tanto,
obediencia. De allí se desprende que, a medida que el pueblo comienza a
configurarse como una figura amenazante para el orden, la clase dirigente
retoma su discurso autoritario y tiende hacia el inmovilismo. Ello se refleja
en el espíritu de la serie “Espíritu de Reformas”: “Todo aquel que se interese
por el orden y arreglo en la marcha de los asuntos públicos, no puede
menos que convenir que toda innovación, todo orden, en oposición con el
preexistente, al paso que paraliza la rotación cimentada, por los choques de
elementos extraños que se le oponen, hace retrogradar ese espíritu vivificante
que, con la lentitud del desarrollo natural, dirigía las cosas hacia el progre­
so”.72
El discurso en torno al progreso y a la libertad tendió a considerar
consolidado el pilar del orden sobre el cual se transitaba hacia el cambio. La
armonía entre los ideales libertarios y la mantención del orden era uno de

69 “Discursos pronunciados al tiempo de la instalación de la Sociedad del Orden”, en El Mercurio


de Valparaíso, 16 de octubre de 1845.
70 Ibid.
71 El Progreso, Santiago, 8 de julio de 1846.
72 Espíritu de Reformas, art. 1, El Mercurio de Valparaíso, 8 de noviembre de 1845.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL... 157

los factores de orgullo para los chilenos. Con expresiones típicas del lengua­
je optimista de comienzos de la década de 1840, El Mercurio expresaba su
satisfacción porque el país había hermanado orden con libertad, “en una
sociedad en que el orden tiene por obstáculo viciadas costumbres y la liber­
tad, las preocupaciones de la ignorancia. Lo cierto es que las leyes del país
imperan y que ellas han garantido a la sociedad contra la arbitrariedad del
despotismo y contra la licencia de la anarquía, enemigos igualmente temi­
bles para la verdadera libertad, la libertad modesta y moderada que nos
conviene...”73 Transcurridos tan sólo dos años, el orden había triunfado sin
contrapesos y la libertad había dejado lugar a aquellos valores fundamenta­
les y funcionales para la mantención del poder en las mismas manos. Así
decía El Progreso, en 1846, poco después de los motines de Valparaíso: “ya
es ocasión que nos convenzamos de que no es libertad lo que nos hace falta
sino orden, como no es tampoco la justicia lo que más riesgo corre entre
nosotros sino la autoridad; y que por consiguiente, los mejores ciudadanos
son aquellos que contribuyen de cualquier modo a robustecer ésta, y no
aquellos que sólo la quieren ver pisoteada o infamada”.74
Ya nos hemos referido a la introducción en el discurso político de la
polaridad conservador-liberal. Especialmente sintomático respecto de las
fisuras que esas polaridades presagian es la vinculación del polo conserva­
dor con la noción de orden. Es así que el partido de gobierno en las eleccio­
nes de marzo de 1846 se llamó a sí mismo Partido del Orden o Conservador.
El apego al orden, más que al progreso, se había convertido, en el lapso de
6 años, en la divisa de la clase dirigente. Constituía también el referente a
través del cual era posible imponer los límites necesarios a sectores cuya
visión del mundo se distanciaba progresivamente de los elementos consen­
súales tradicionales. En la fijación de los límites se impuso la polaridad licen­
cia-libertad. Licencia fue cualquier intento por traspasar “un terreno vedado
que no se debe ni se puede pasar sin comprometer la salud de la patria y sin
grande peligro para todos”. De alguna manera el espacio vacío, por donde
se transitaba hacia el progreso en forma lenta y segura, se había convertido
en un terreno vedado para el cambio debido a las inseguridades que éste
provocaba. El grupo dirigente, que había iniciado el gobierno del General
Bulnes actuando en forma cohesionada, intentando conciliar el liberalismo

73 El Mercurio de Valparaíso, 23 de mayo de 1844.


74 El Progreso, Santiago, 3 de junio de 1846.
158 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

con la praxis conservadora, la libertad con el orden, y la república con la


autoridad, se había escindido formándose dos polos que serían crecientemente
irreconciliables. En general, los nuevos liberales habían salido del espectro
consensual para convertirse en una oposición real, y los antiguos liberales
habían dado un vuelco hacia posiciones conservadoras, manteniendo su
antiguo consenso. Reflejo de lo anterior es esta carta que envió, en 1847,
Salvador Sanfuentes, conservador, al liberal Domingo Santa María, comen­
tando un episodio menor: “Yo opino del mismo modo que Ud. en cuanto a
la tolerancia, pues estoy íntimamente convencido de que ella es la carcoma
más funesta que hay en nuestros hábitos. Preciso es, amigo mío, que los
jóvenes muden en esta parte, como es necesario que lo hagan en tantas
otras, las costumbres de nuestra sociedad. Con esa tolerancia no tendremos
nunca nada bueno. El mayor defecto que puede tener un gobernante en mi
concepto es disimular los abusos”.75 Con el fin del espíritu de tolerancia
terminaba también uno de los emblemas que con más orgullo había mostra­
do la clase dirigente con motivo de la inauguración de la presidencia del
General Bulnes.

5. Reforma o revolución
La década de 1840 llegó a su fin marcada por la manifestación de
visiones del mundo divergentes de las que tradicionalmente había sostenido
la clase dirigente chilena, y por la expresión de éstas en la radicalización de
las posiciones de los bandos políticos hasta culminar en la Revolución que
sufre el país en 1851. En el nivel factual parece determinante la decisión del
Presidente Bulnes de apoyar (casi sinónimo de designar, si se considera el
control electoral que ejercía el Ejecutivo) a Manuel Montt, símbolo del auto­
ritarismo más acérrimo, para las elecciones presidenciales, lo que le granjeó
las antipatías de los antiguos liberales. No obstante, la decisión corresponde
a la última etapa de erosión de la confianza de la clase dirigente respecto de
la posibilidad de transitar controladamente hacia el progreso en un régimen
que autorízase grados crecientes de libertad. El liberalismo había salido de
los libros hacia la calle y, por lo tanto, había llegado el momento de recupe­
rar el control seriamente amenazado. Así lo reconoce el Primer Mandatario

75 Salvador Sanfuentes a Domingo Santa María, SMA 4080.


PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO; EL TEMOR AL. 159

en la circular que envió a sus intendentes informándoles de su decisión: “No


hay otro candidato posible para los conservadores y cuantos aman la paz y
los sólidos adelantamientos más que el Sr. don Manuel Montt. Es el único
que ofrece garantías positivas de orden y estabilidad en las circunstancias en
que se halla el país, y el único a quien decididamente acepta el partido
conservador”.76
La decisión oficial no hizo sino reconocer oficialmente que el consen­
so se había roto. El grupo conservador se aunó en torno a la figura de Montt,
se apegó a la institucionalidad vigente y cerró las vías hacia toda reforma. Su
diagnóstico de la realidad fue cada vez mas lúgubre, y la denuncia de futuras
calamidades fue la tónica de su discurso. Ya en 1849, el editor de El Mercu rio
instaba a la nación a detener el camino hacia el abismo que mostraba el
ejemplo europeo: “Respetemos la ley, aunque sea absurda, mientras ella
exista”.77 Algunos meses después, su diagnóstico era el siguiente: “Todo se
desquicia dolorosamente en Chile. Una especie de disolución ha invadido
todo el viejo modo de ser de Chile, con una actividad que infunde serios
recelos a los que miran con ojo previsor y ánimo desapasionado las cosas.
Hay anarquía en los deseos y en las ideas, en los medios y en los fines que
cada uno anhela alcanzar o ver puestos en práctica”.78
La sensación de disolución que ahogó el espíritu de tolerancia y aper­
tura al disenso tenía raíces profundas. No sólo se había permitido la erosión
de los elementos configurativos del consenso de la clase dirigente, sino que
también los mecanismos que é sta había elaborado para transitar pacífica­
mente hacia ese telos desconocido. Hacia 1850, la oposición efectivamente
l
asumió una actitud crecientemente rupturista, la cual se expresó en varios
ámbitos.
La fundación de la Sociedad de la Igualdad por Francisco Bilbao y
Santiago Arcos, en 1850, fue un elemento decisivo, pues allí convivieron
miembros de la clase dirigente como Federico Errázuriz y Domingo Santa
María (integrante en 1845 de la Sociedad del Orden), con elementos popula­
res. La Sociedad proclamó su intención de formar un grupo controlado por
los artesanos y dedicado a educar al pueblo y “crearle una conciencia de

76 Domingo Amunátcgui Solar, La Democracia en Chile: Teatro Político. 1810-1910 (Santiago,


s/p, 1946).
77 “Enseñanza de las cosas europeas”, El Mercurio de Valparaíso, 28 de septiembre de 1849.
78 “La Prensa Periódica”, El Mercurio de Valparaíso, 28 de diciembre de 1849.
160 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

clase”.79 Logró hacerse más presente con la publicación del periódico El


Amigo del Pueblo, dirigido por Ensebio Lillo, donde se combina la tradicio­
nal preocupación por la política, con un énfasis en los problemas sociales y
la necesidad de incorporación de los sectores populares. Vicuña Mackenna
lo definió como “más socialista que democrático, más revolucionario que
político”.80 El Amigo del Pueblo proponía “una revolución pacífica y santa,
que nos dejara bienes inmensos y con un horizonte político sereno y bien
extendido”81 La Sociedad de la Igualdad fue una sociedad revolucionaria,
no violenta, que fue poco a poco reforzando sus posiciones de cambio brus­
co a medida que el régimen hizo recrudecer la amenazas contra ella.82 A raíz
de un allanamiento por parte del gobierno, y denuncias de conspiración de
sus miembros, se suscitó una polémica en la Cámara respecto del castigo de
suspensión en sus funciones que se aplicó a los diputados Juan Bello y
Urízar Garfias por su apoyo a este grupo en 1850. En primer lugar, la polémi­
ca confirma que hay una búsqueda de formas de representación popular
alternativa al Congreso o “representación nacional”, y que irrumpen en la
lógica de la elite en la medida en que logran adhesiones. Por otro, muestra
las limitaciones que la propia elite pone a las formas de socialización, y el
doble rol que juegan los representantes en relación a la sociedad civil y al
gobierno.83
La polémica se establece en 1851 entre diputados que se oponen a la
suspensión de sus colegas, y el Ministro del Interior Antonio Varas. Respecto
del sentido último de la Sociedad, el diputado Salvador Sanfuentes aclaró
que éste era “contrarrestrar el inmenso poder que el gobierno tiene a su
disposición para las elecciones”. Y para eso propuso crear ciudadanos: “Se
quiso pues por medio de la instrucción hacer entender a los individuos que

79 Gabriel Sanhueza, Santiago Arcos, (Santiago: Editorial del Pacífico, 1956) p. 125.
80 Citado por Luis Alberto Romero, en ¿Qué Hacer con los Pobres? Elite y Sectores Populares en
Santiago de Chile, 1840-1895 (Buenos Aires: Sudamericana, 1997).
81 Ibid., p. 69.
82 Sobre la Sociedad de la Igualdad, ver Sergio Grez, De la Regeneración del Pueblo a la Huelga
General, 1910-1890 (Santiago: DIBAM, 1998); Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios.
Formación y crisis de la sociedad popular chilena del Siglo XIX (Santiago: Ediciones SUR,
Colección Estudios Históricos, 1900); Cristian Gazmuri, El "48” chileno..., op. cit., y Luis
Alberto Romero, La Sociedad de la Igualdad. Los artesanos de Santiago de Chile y sus primeras
experiencias políticas. 1820-1851 (Buenos Aires: Instituto Torcuato di Telia, 1978.)
83 Ver Ana María Stuven. “Chile y Argentina: Representación y Prácticas Representativas para
un Nuevo Mundo”. En prensa.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO, EL TEMOR AL... 161

estaban acostumbrados a vender sus sufragios, la importancia del acto que


se desempeñaba al emitirlo, y cuánto podían contribuir en el uso de ese
precioso derecho a la ventura o a la desgracia de su país”.84 El gobierno, en
cambio, justificó su acción represiva en la medida en que la Sociedad impi­
dió que los funcionarios de gobierno ejercieran su autoridad, “y porque la
Sociedad de la Igualdad provocó con sus actos las medidas... que tuvieron
por objeto sofocar el germen de anarquía que se derramaba en su seno”.
Agregó que la Sociedad “ha principiado su propaganda criminal en los arra­
bales de Santiago, reuniendo en diversos puntos, de noche y ocultamente, a
los proletarios más abyectos y despreciables, y fomentando su concurrencia
con la embriaguez y los vicios en esas diversas orgías”. Más grave aún fue
para el Ministro Varas, que “a este local principiaron a concurrir algunos de
los diputados de la oposición para prometer a los pobres ignorantes que
fueron arrastrados a él, no sólo que se trataba de enseñarlos e ilustrarlos en
todos los ramos del saber... sino que también se pensaría y pondría por obra
la enseñanza de sus hijas mujeres”. Es decir, para el gobierno, la representa­
ción dejaba de ser legítima si el representante ejercía la pedagogía como
delegado popular en vez de como eficiente gestor del Estado.85
Esta negación de legitimidad se asocia con percepciones de amenaza
de rompimiento del consenso dirigente por una disputa inter-elítica, produc­
to de que la Sociedad hacía una apelación al interior del Congreso a la
formación de ciudadanos, y a la incorporación social por medio de la crea­
ción de conciencia de sí en el pueblo. Por eso, antes incluso de tocar el tema
de los igualitarios, el gobierno intentó mostrar que la función representantiva
no podía interferir en la* marcha del buen gobierno que era considerada la
esencial, porque sus intereses eran los nacionales. Varas afirmó que: “Hay
diputados de sobra para tratar los intereses generales”, o, “¿acaso cada dipu­
tado viene a representar solamente el interés de un departamento, y no los
intereses generales?”. Se contestó él mismo que “la integridad de la represen­
tación no depende de este o aquel diputado. Es siempre la misma”. Justa­
mente, porque es una representación nacional indivisible, de carácter transi­
torio, en que el “mandato” lo otorga un ente abstracto que resume en sí el
interés general o, en términos rousseaunianos, la voluntad general de la
sociedad.86

84 Salvador Sanfuentes, SCL, 18 de julio de 1851.


85 Antonio Varas, SCL, 18 de julio de 1851.
86 Ibid.
162 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Las palabras del Ministro al referirse al gobierno como portavoz del


interés general, nos remiten a conceptos similares usados por los represen­
tantes, en el sentido de que ambos poderes no derivan su legitimidad de una
agregación de voluntades individuales como en la república moderna, sino
de una protolegitimidad que tiene que ver finalmente con la unidad social o
consenso (que siempre se privilegia frente a la incorporación igualitaria). Es
decir, el representante ejerce una función pública; es la personificación de lo
que El Mercurio llamará el recto juicio de la nación, a propósito de las elec­
ciones de 1846, y que también se relaciona con las digresiones en torno a la
razón y a la voluntad nacionales mencionadas más atrás. Aunque el indivi­
dualismo ha sustituido conceptualmente a la visión orgánica del mundo so­
cial como principio de consulta, la elite busca reproducir la concepción
unanimista del mundo social como referencia, para lo cual el concepto de
soberanía nacional le es adecuado. Al proclamarse portavoz de la nación
racional, la clase dirigente utiliza el espacio público que queda con la exclu­
sión del pueblo del debate político, aunque le representa como tutor, y así
define una modalidad alternativa de la representación. De este modo, puede
separarse el concepto de todo ámbito institucional para permanecer en el
consenso social de la opinión pública racional: los hombres ilustrados, capa­
ces de uniformar la opinión pública, asumiendo para sí la codificación del
conjunto de opiniones individuales.87
Por otra parte, es notable la evolución de las posiciones respecto de
principios aceptados universalmente, como por ejemplo la noción de cam­
bio gradual. Los grupos autodenominados “progresistas” comenzaron a de­
nunciar el principio tradicional, considerándole un “sofisma” utilizado para
retardar las necesarias reformas a la constitución, a la Guardia Nacional, la
creación de un Banco y otras modificaciones que el país reclamaba.88 El
Mercurio no disimuló su desesperación cuando expreso: “¿Qué hacer? ¿Dejar
que el hilo de la tradición se rompiese, que el pasado de Chile fuese sepul­
tado en un día, que la obra sabia del tiempo fuese reemplazada por la obra
insensata de la inexperiencia? ¿Qué hacer ante el convencimiento que un
cambio brusco en el modo de ser de un pueblo no puede traer otra cosa que
males profundos?” La brecha que separaba ambos mundos creció rápida-

87 Ver Roger Chartier, Espacio Público, Crítica y Desacralización en el Siglo XVIII. Los Orígenes
Culturales de la Revolución Francesa (Barcelona: Gedisa, 1995), p. 36.
88 El Progreso, Santiago, 18 de julio de 1850.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL... 163

mente a medida que se aproximaban las elecciones de 1851. La oposición


entregó, por primera vez, un programa de gobierno que proponía reformas
a la ley de imprenta y de elecciones, y propiciaba la ley de matrimonios
mixtos y la abolición del estanco. También, por primera vez, utilizó en enero
de 1850 la facultad constitucional de prorrogar la aprobación de la ley sobre
contribuciones como arma de presión política. Si bien esta forma de presión
se ejerció durante tan sólo tres sesiones, en los debates que originó se hizo
evidente que la oposición internalizó este episodio como un triunfo, y el
gobierno experimentó el sentimiento de debilidad propio de quien no dis­
fruta de un poder incontestado.
Los desafíos incluían los mecanismos, las acciones y también los pila­
res que habían sustentado la posibilidad de disenso. Hemos visto el proceso
lento de erosión del consenso al interior de la clase dirigente. Si en los años
anteriores se pedía una república democrática y se polemizaba respecto de
la república posible para Chile, en 1850 la oposición consideraba que la
república no existía. “No, no vivimos en República. La Nación está de duelo.
No hay libertad. La Igualdad es oprobio, y la fraternidad una quimera”, ex­
presa El Progreso con motivo de las Fiestas Patrias de 1850.89 Mientras tanto,
la Sociedad de la Igualdad lanzaba diversas proclamas al pueblo negando la
existencia de formas republicanas en Chile, y proponiendo la realización de
la “república futura” que, entre otras cosas, “pondrá término a las usurpaciones
de los ricos”. “Para constituir la república futura es menester colocarse frente
por frente del despotismo para luchar con él, combatir, y vencerlo”.9091 Detrás
de estos pronunciamientos estaba la pluma de Santiago Arcos, quien había
conocido los planteamientos de los socialistas utópicos franceses como Saint
Simón y sus bancos populares, y Louis Blanc con sus atelieres nacionales.
También la noción de orden sufrió golpes dolorosos en este período.
Constituyó el nuevo sofisma “de que el orden es preferible a todo, aun a la
misma libertad”. El ideal conservador y la apelación al desorden como sinó­
nimo de anarquía fueron denunciados públicamente por la oposición como
un recurso para evitar el progreso. “El orden no vale nada en sí cuando no
sirve al bien y cuando no está apoyado en la justicia y en la moral”, decía un
articulista en El Progreso?1 Con el nuevo discurso, la oposición lograba arre­

89 “Diez y Ocho de Septiembre”, El Progreso, Santiago, 18 de septiembre de 1850


90 “A la Sociedad de la Igualdad”, El Progreso, Santiago, 23 de diciembre de 1850.
91 “Partido del Orden”, El Progreso, Santiago, 19 de marzo de 1850.
164 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

batar el monopolio en torno al concepto de orden que hasta ese momento


había sostenido el grupo conservador. Se insinuaba además, que la forma
autoritaria de gobierno es una manera de atentar contra el orden, tan grave
como la revolución. Entonces, se denunció al orden como recurso “hipócri­
ta” del gobierno, “para mantener por medio de la mala fe la libertad con la
licencia, y la agitación saludable de las democracias con los desórdenes
inmorales y sangrientos de la fuerza bruta”. La definición rupturista que pro­
pone la oposición incluye la invocación al orden “como el medio de hacer
más efectivas las instituciones republicanas...”.92
Mientras la Sociedad de la Igualdad intentaba reforzar su base social,
la oposición se esforzaba en crear un partido político, con la entusiasta par­
ticipación de José V. Lastarria. El 6 de agosto de 1849, los liberales publica­
ron un programa de reformas que se considera la fundación del Partido
Liberal. En marzo de 1850, Lastarria elaboró una Memoria revisando las acti­
tudes recientes de la oposición. Su diagnóstico fue pesimista, juicio que
demuestra el quiebre respecto de expectativas recientes. Ya no le bastaba
con formular un programa alternativo dentro del sistema político imperante,
sino que condicionaba su participación en la oposición a un proyecto que
aspirase a “echar abajo la dominación de 20 años, con su política restrictiva
y egoísta”. Reconoció que esta decisión haría peligrar la participación de
“unos cuantos de nuestros afiliados, principalmente a los de la familia domi­
nante; pero eso mismo servirá para darnos más unidad y para captarnos el
apoyo del país entero”. Astutamente, Lastarria vislumbraba que las diferen­
cias ya no se limitaban tan sólo a posiciones respecto de la velocidad o
conveniencia de las reformas sino también a problemas que hasta ese mo­
mento no habían surgido a la luz pública por innecesarios: los conflictos de
clase.93
El surgimiento de una oposición con principios sustancialmente diver­
gentes, pero integrada por miembros de la misma clase dirigente, exigió
serios esfuerzos por parte de sus integrantes para crearle una identidad pro­
pia. Apareció, sin duda, como una exageración cuando los portavoces de la
oposición dijeron “Somos los rotos, los proletarios”.94 También lo fue su
intento por caracterizar al gobierno como una oligarquía “a beneficio sólo de

92 “El Orden y el Progreso”, El Progreso, Santiago, 9 de abril de 1850.


93 José Victorino Lastarria. Diario Político 1849-52 (Santiago: Andrés Bello, 1968), p. 68.
94 “18 de Septiembre”, El Progreso, Santiago, 18 de septiembre de 1850.
PRIMERA PARTE / CAP. IV / LOS DESAFIOS AL CONSENSO: EL TEMOR AL... 165

una facción inicua y liberticida”; como “un monopolio a provecho sólo de


una facción atrasada”.95 Lo relevante es, sin embargo, la configuración de un
discurso rupturista, en que cada bando se sintió depositario de la verdad y
en que también cada uno ocupó un espectro definido sin intersecciones con
el de su adversario. Ello implica, por lo tanto, si no el fin de la posibilidad de
polémica en torno a verdades alternativas dentro de un espacio compartido,
al menos la necesidad de reformular las trincheras porque disminuyen las
garantías de que siempre salga triunfador el consenso dirigente.
El momento en que puede percibirse más explícitamente el quiebre
definitivo de la tolerancia como principio inspirador de la convivencia chile­
na, es cuando se introduce la discusión en torno a una posible revolución.
Gran parte de la discusión que se desarrolló durante la década en torno a las
reformas estuvo inspirada en el temor a la revolución y en la búsqueda de
los mecanismos para evitarla. Este era uno de los temas que inspiraban con­
senso en la clase dirigente chilena. Sin embargo, en abril de 1850, a propó­
sito de la designación de Antonio Varas al Ministerio del Interior, El Progreso
expresaba: “Los pueblos de Chile que impulsados por el movimiento irresis­
tible del siglo claman unánimes por mayor libertad, por mayor justicia, por
más igualdad, por más tolerancia, entran desde hoy en las vías dolorosas
pero necesarias de la revolución, al verse nuevamente sojuzgadas por un
hombre que abominan...”.96 El Mercurio incluso se permitió parafrasear a
Chateaubriand para justificar con él que la guerra civil podía ser un medio de
regeneración y rejuvenecimiento de los pueblos.97
Reconociendo el l quiebre definitivo que se aproximaba, El Progreso
resumió los sentimientos imperantes. El contraste con las expresiones de
1841 justificaba la decadencia gradual de la voluntad de polémica, y presa­
giaba la crisis que dentro de poco tendría que vivir la república. “Hay triste­
za, porque el porvenir es sombrío, porque la muerte vaga sobre las cabezas
de los buenos ciudadanos. Hay tristeza porque vemos tanto sufrimiento in­
utilizado, tanta sangre derramada para entronizar una aristocracia sin entra­
ñas y sin grandeza”.98

95 “Votos por la Patria”, El Progreso, Santiago, 10 de abril de 1850.


96 “La Revolución”, El Progreso, Santiago, 4 de abril de 1850.
97 “Los Clubes y la Barra”, El Mercurio de Valparaíso, 6 de julio de 1850.
98 “18 de Septiembre”, El Progreso, Santiago, 18 de septiembre de 1850.
Las Polémicas: Cultura
y Política se Debaten en la
Formación de la Nación
V
Ortografía y lenguaje

VI
Literatura y libertad:
El romanticismo

t VII
Realidad e interpretación:
Visiones sobre el pasado,
presente y futuro

VIII
Los límites de la polémica:
“Sociabilidad chilena” por
Francisco Bilbao
V
Ortografía y lenguaje

1. El esfuerzo educacional
Las polémicas ortográficas de 1842 y 1844, cuyos principales actores
son Domingo Faustino Sarmiento y Andrés Bello, adquieren su primer signi­
ficado al interior de la misión educadora que el Estado asumió con especial
dedicación desde comienzos de la década de 1840.
El esfuerzo estatal se reflejó tanto en el aumento de establecimientos
educacionales como en la creación de nuevas instituciones encaminadas a
perfeccionar la calidad de la educación.1 En 1842 se creó la Escuela Normal
de Preceptores con el objeto de preparar maestros de enseñanza primaria;
en 1843, con la designación de Antonio Varas como Rector del Instituto
Nacional, se reformó su plan de estudios a fin de enfatizar el carácter de
“instrucción elemental ó preparatoria de las profesiones científicas” que de­
bía tener la educación secundaria. Se trajeron profesores desde el extranjero,
se aumentaron las remuneraciones y se mejoraron las instalaciones físicas
del plantel con la construcción de un gran edificio. En 1843, Andrés Bello
inauguró la máxima obra educacional del decenio: la Universidad de Chile.
Es importante mencionar también la fundación, en 1844, de la Escuela de
Agricultura; en 1849 de la Academia de Pintura de Santiago; y, en 1851, del
Conservatorio de Música.2

1 Cfr. Sol Serrano, op. cit., y Nicolás Cruz, El Plan de Estudios Humanista en Chile, 1843-1876.
Tesis doctoral inédita, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994.
2 Diego Barros Arana afirma que en 1843 existían 64 escuelas primarias estatales y municipales en
el país; Francisco Antonio Encina da cuenta de 280 para el año 1852. Cfr. Diego Barros Arana, Un
Decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo I, p. 259- Francisco Antonio Encina, Historia de
Chile. Desde la prehistoria hasta 1891 (Santiago: Nascimento, 1949 ), tomo 12 , p. 506.
170 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Nos hemos referido a la oposición entre aquellos que privilegiaban las


ideas y quienes confiaban en las instituciones como agentes principales en la
forjación del nuevo hombre que la visión de progreso y las necesidades de
organización del Estado requerían. Adherir a uno u otro bando, respecto del
rol prioritario atribuido a la educación, sólo imprimía diferencias de matices.
El juicio historiográfico, por ejemplo, ha sido duro con Andrés Bello, a quien
se atribuye un interés único por la educación secundaria y superior como vía
de formación de una elite intelectual capaz de gobernar y sostener la civili­
zación, en desmedro de la educación primaria que beneficiaba a las capas
inferiores de la sociedad.3 La discusión no parece relevante para nuestros
efectos, aunque es importante mencionar que todo hombre público, desde
su tribuna y con sus énfasis particulares, consideraba que la educación era el
resorte civilizador por excelencia; el recurso inicial y fundamental para cons­
truir un nuevo tipo humano ilustrado, civilizado e industrioso. Era además el
prerrequisito para la vida democrática, destino inevitable de la nación según
quienes bebían de las fuentes del pensamiento liberal europeo.
La educación, sin embargo, fue también el campo donde durante todo
el siglo XIX se mantuvieron intensos debates, iniciados ya durante la década
de 1840. Sostenemos que estos debates se relacionan con la hipótesis que
planteamos en los capítulos precedentes sobre los consensos básicos de la
cultura política chilena, y la percepción respecto de la gradualidad necesaria
y la oportunidad de los cambios anhelados, sin alterar con ellos el equilibrio
que permite el ejercicio hegemónico del poder por parte de la clase dirigen­
te chilena. En este capítulo analizaremos los debates de 1842 y 1843 sobre
ortografía y lengua y su inserción en el macrocosmos de la educación y el
poder. Tanto Andrés Bello como Manuel Montt, Ministro de Justicia durante
la administración Bulnes, compartían la visión del rol prioritario que la ense­
ñanza debía asumir para el Estado; sin embargo, Montt era más categórico en
afirmar que ella sólo tenía sentido al interior de un Estado con orden y
estabilidad política, poniéndola explícitamente en un rol dependiente de
estas prioridades. Bello no olvidaba los requerimientos que, según hemos

3 Esta es la visión predominante de Diego Barros Arana, Ignacio Domeyko y José Victorino
Lastarria. Francisco Antonio Encina les hace una fuerte crítica en su Historia de Chile aludiendo
a la atención que Bello prestaba a la educación primaria en sus memorias y en sus artículos
de prensa. Cfr. Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, op. cit., vol. 12, pp. 488 y sgtes.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 171

sostenido, eran consensúales a la clase dirigente chilena; tan sólo establecía


matices diversos que por lo demás eran esperadles en su función de inspira­
dor e instigador de reformas educacionales, desde la tarima del intelectual
de elite. De allí su creencia en que todos deben tener acceso a la educación,
pero de acuerdo con sus necesidades; es decir, sólo deben tener los conoci­
mientos “necesarios para la felicidad que apetece a su estado...” Aclarando
más su posición: "... no todos los hombres han de tener igual educación,
aunque es preciso que todos tengan alguna, porque cada uno tiene distinto
modo de contribuir a la felicidad común”.4 Montt, por su parte, asumía con
excesiva prudencia su papel de hombre público con una misión esencial­
mente política. En esta preocupación preferente se inserta su Memoria al
Congreso de junio de 1842, donde al referirse a las escuelas primarias recién
instaladas en todo el país, afirmaba: “Pero escasas en número y deficientes
en su organización, están muy lejos de satisfacer los deseos del gobierno.
Más se empeñan los maestros en que los niños aprendan a leer y a escribir
que en formar sus costumbres y en prepararlos para la carrera de la vida. La
instrucción que descuida estas dos partes principales, en vez de ser útil al
individuo y a la sociedad, puede convertirse en perjuicio de ambos”.5
Sarmiento ingresó en la discusión en torno a la educación en el perío­
do más fogoso de su vida. Carecía, probablemente por su incorporación
reciente y su desconocimiento de los códigos que normaban la apertura al
cambio en la sociedad chilena, de la cautela de Bello y del autoritarismo de
Montt, atributos que haría suyos con el transcurrir de su experiencia en Chile
y su incorporación al estatuto valórico de la clase dirigente. Rafael Minvielle,
í
dramaturgo español avecindado en Chile, actuó de puente entre Sarmiento y
Montt, sacándole “de un cuarto desmantelado, debajo del portal (de Sierra
Bella), con una silla y dos cajones vacíos que... (le) servían de cama” desde
su llegada a Santiago.6 Estaba imbuido del pensamiento liberal, y tenía el
profundo convencimiento de que las ideas, infundidas a través de la educa­
ción, eran un motor de cambio y de incorporación social de nuevos sectores

4 Andrés Bello, “Educación”, El Araucano, 1836, publicado en Obras Completas de don Andrés
Bello (Santiago: Imprenta de G. Ramírez, 1883) vol. VIII , p. 215.
5 Citado en Francisco Antonio Encina, Historia de Chile., op. cit., vol. 12, p. 490.
6 Domingo Faustino Sarmiento, Recuerdos de Provincia (Barcelona: Ramón Sopeña, 1967),
p. 161. Lastarria se atribuye la presentación a Montt en sus Recuerdos Literarios. La mayoría
de los relatos parece contradecirle. Ver José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op.
cit., p. 83-
172 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

al proceso político y cultural de la nación. Difundía su pensamiento con


pasión a través de la prensa; fue redactor de El Mercurio de Valparaíso, de El
Nacional, y fundador de El Progreso. Desde las columnas de los periódicos
inició su campaña en favor de la educación, de la difusión de las luces, de la
modificación de la ortografía y de análisis de la lengua castellana en lo que
debía ser su uso en Chile.7 Propuso incluso en El Progreso la introducción de
una sección sobre “educación pública”. La educación y el estudio de los
métodos para facilitar el acceso a ella fueron su gran preocupación. De allí
su interés en los métodos de lectura, su empeño en escribir un Silabario, su
denuncia del mal estado de las bibliotecas del país y su propuesta de refor­
ma ortográfica.8 Sarmiento era, en definitiva, un convencido de que no
puede haber orden, libertad y engrandecimiento sin la mayor difusión de las
luces”.9 Como decía en un artículo de 1841 donde denunciaba la falta de
libros en la república, “...la instrucción general, (es el) medio único de reali­
zar una vez los fines a que conspira la forma de gobierno que hemos adop­
tado, que consisten en la participación de los bienes de la asociación, por el
mayor número de asociados”. Y agregaba: “En vano nos afanaremos por
mejorar nuestras habitudes coloniales, en vano deploraremos nuestro atraso,
si no ponemos todos nuestros conatos en la difusión de las luces y de los
medios de obtenerlas”.10 A pesar de las diferentes visiones de mundo que
inspiraban a un ministro autoritario como Manuel Montt y a un liberal idea­
lista como el Sarmiento de estos anos, Montt fue el artífice del viaje de

7 Sarmiento fue, por ejemplo, un ardiente defensor de todo proyecto de edición de libros en
el país. Establecía una línea consecuencia! que se iniciaba con la impresión de libros, seguía
con la difusión de las ideas, los progresos de la educación y la democracia entendida como
“la participación de los bienes de la asociación, por el mayor número de asociados.” En un
artículo sobre el tema expresó: “Con esta completa falta de lectura y de las ideas que ella
despierta o hace nacer, con este abandono de espíritu, que pone a la generalidad de nuestras
gentes fuera del movimiento de las ideas, ¿es extraño que se observe la completa indiferencia
por el bien público, y la apatía que nos distingue?”. Cfr. El Mercurio de Valparaíso, 10 de
junio de 1841.
8 Entre sus obras principales sobre la materia figuran, en 1841, la reproducción del Método de
Lectura en Quince Cuadros, por Bonifaz; su Análisis de las Cartillas, Silabarios y Otros
Métodos de Lectura conocidos y practicados en Chile, de 1842; su extenso trabajo sobre
Educación Popular; su Memoria leída a la Facultad de Humanidades y diversos instructivos
sobre metodología de la enseñanza primaria.
9 Cfr. artículo firmado como GNT, correspondiente a la penúltima letra de cada uno de sus
nombres. El Mercurio de Valparaíso, 18 de junio de 1841.
10 El Mercurio de Valparaíso, 10 de junio de 1841.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 173

Sarmiento a Estados Unidos y a Europa para interiorizarse de los métodos de


enseñanza, de donde surgiría posteriormente su Viajes por Europa, Africa y
A mérica.11

2. Ortografía y emancipación
La reflexión en torno a la ortografía castellana consignó la atención de
los estudiosos desde la constitución de las nuevas naciones independientes
de la Madre Patria. El lenguaje había, evidentemente, sufrido mutaciones y
adaptaciones a lo largo de los siglos de dominio colonial, y parecía necesario
reconocer la identidad de las nuevas naciones en este ámbito. El pilar educa­
cional difícilmente podría fundarse sobre bases sólidas si no se aceptaba que
a las nuevas poblaciones y a las nuevas formas de sociabilidad que habían
surgido correspondían también nuevas formas expresivas. Era importante
también reflexionar en torno a las formas de incorporación a una cultura
nacional en ciernes de personas cuyo vínculo con España era tenso o inexis­
tente. Indudablemente el castellano era el idioma natural, pero ¿qué castella­
no? ¿Cómo se expresarían en un lenguaje definido en la península los nue­
vos conceptos y mestizajes lingüísticos incorporados por el contacto con el
mundo americano?
Ya en 1823 Andrés Bello y Juan García del Río, residentes a la sazón
en Londres, publicaron en la Biblioteca Americana un trabajo, “Indicaciones
sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América”,
instando a que la ortografía castellana se adaptara a la pronunciación, y se
dejara de lado el apego a los orígenes. Es notable, sin embargo, que desde la
publicación de ese primer trabajo, Bello insistió sobre la conveniencia de un
cambio gradual, por lo que sugirió que la proposición de reforma ortográfica
que siguió a este trabajo se aplicara en dos etapas.12 A pesar de ello, su
convencimiento de que la lengua de los nuevos territorios debía responder a

11 Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas (París: Belin Hermanos ed., 1909), tomo V.
12 Cfr. Guillermo Rojas Carrasco, Filología Chilena. Guía Bibliográfica y Crítica (Santiago:
Ediciones de la Universidad de Chile, 1940). El autor reproduce el artículo de Bello “Ortografía
Castellana”, donde además afirma que “las reformas ortográficas no deben ser patrocinadas
por institución alguna, sino que deben imponerse espontáneamente”, ya que de todas las
tentativas que pudieran hacerse “prevalecerán aquellas que la experiencia acredite ser las
más adecuadas”.
174 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

las exigencias del nuevo ideario emancipador era evidente. “La libertad es en
lo literario, no menos que en lo político, la promovedora de todos los ade­
lantamientos. Como ella sola puede difundir la convicción, a ella sola es
dado conducir, no decimos a una absoluta uniformidad de práctica, que es
inasequible, sino a la decidida preponderancia de lo mejor entre los hom­
bres que piensan. Pero, ¿no es de temer, se dirá, que esta libertad ocasione
confusión, y que tomándose cada cual la licencia de alterar a su arbitrio los
valores de los signos alfabéticos, se formen tantos sistemas diferentes como
escritores? Nosotros no lo tememos. Entre las varias tentativas que se hagan
para perfeccionar la ortografía, prevalecerán aquellas que la experiencia acre­
dita ser las adecuadas al fin”.13 Preocupado por el argumento de la pérdida
de la uniformidad en las publicaciones peninsulares y americanas, el maes­
tro contestaba: “Las reformas... no perjudicarían la inteligencia de nada de
cuanto se ha escrito desde las Siete Partidas; y como nuestra escritura se
perpetúa, no por la dureza del material sino a la manera de las especies
animadas, por la fecundidad de la reproducción, cada lustro, cada año vería
multiplicar las ediciones de los libros elementales y populares...”14
El planteamiento de Bello contenía también un elemento de juicio
hacia el legado colonial, en la evaluación de las políticas educacionales im­
plantadas en América. Bello admite que “aunque sea ruboroso decirlo, es
necesario confesar que en la generalidad de los habitantes de América no se
encontraban cinco personas en ciento que poseyesen gramaticalmente su
propia lengua, y apenas una que la escribiese correctamente. Tal era el efec­
to del plan adoptado por la corte de Madrid respecto de sus posesiones
coloniales, y aún la consecuencia necesaria del atraso en que se encontraba
la misma España”.15 Es decir, y esto es importante para el análisis de la
polémica posterior con Sarmiento, mientras Bello observa América desde
Europa, e incluso durante sus primeras experiencias americanas, su posición
frente al legado español es crítica respecto de la transmisión de la cultura. Al
igual que su futuro contendor, con anterioridad a su interiorización con las
consecuencias que tendrían para la hegemonía de la clase dirigente los cam-

13 Andrés Bello, “Ortografía Castellana”, Repertorio Americano, 1827. Publicado en Obras


Completas., op. cit., vol. V, p. 399.
14 Andrés Bello, “Origen y progresos del arte de escribir", Repertorio Americano, 1827. En
Obras Completas, vol. VI, p. 457.
15 Andrés Bello, “Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en
América”. En Obras Completas., op. cit., vol. V, p. 381.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 175

0
bios y rupturas respecto de las tradiciones culturales del pasado, Bello man­
tiene una posición abiertamente favorable a las modificaciones y adaptacio­
nes de lenguaje y escritura que requiere la vida americana. Considera que el
lenguaje es histórico y, por lo tanto, sujeto a cambio; la ortografía debe
reflejar esos cambios.
Esta actitud se ve confirmada en 1835, cuando el canónigo Francisco
Puente publicó en Chile su De la Proposición, sus Complementos y Ortogra­
fía, donde proponía, entre otras cosas, resolver la letra “x” en “es”, la “y” por
“i” y la “j” por “g”. Bello publicó un artículo en El Araucano celebrando el
aparecimiento de la obra, en especial por su adaptación de la escritura a los
sonidos.16 También fue representativo su comentario a los Elementos de Filo­
sofía del Espíritu Humano por Ventura Marín. Bello consideró particular­
mente apreciable su trabajo por “la unión amigable y estrecha que en ellos
se advierte constantemente de la liberalidad de principios con el respeto
religioso a las grandes verdades que sirven de fundamento al orden social”.17
Siete años después, cuando Sarmiento aparece defendiendo ideas muy simi­
lares a las que Andrés Bello había hecho suyas, el maestro saltó a la palestra
con argumentos que parecían trascender el lenguaje para hablar de un mun­
do amenazado, cuyas bases debían intentar preservarse.

3. La primera polémica literaria18


En abril de 1842, el profesor de latín Antonio Fernández Garfias publi-
có en la prensa un trabajo titulado Ejercicios Populares de la Lengua Caste­
llana. El autor se propuso reunir en su artículo, como lo expresaba Sarmien­
to en su comentario, “aquellas palabras que el uso popular (había) adultera­
do, cambiando unas letras, suprimiendo otras, o aplicándolas a ideas muy

16 El Araucano, Santiago, 9 de octubre de 1835.


17 El Araucano, Santiago, 9 de octubre de 1835. Véase también Andrés Bello, Obras Completas,
op. cit., Vol. VII, introducción p. LXXI.
18 Aceptamos la denominación “polémica literaria” por corresponder al uso historiográfico más
común. Cfr., por ejemplo, Armando Donoso, Sarmiento en el Destierro (Buenos Aires: s/p,
1927). También utilizan ese nombre los editores de las Obras Completas de Sarmiento, op.
cit. Norberto Pinilla, en cambio, titula un trabajo sobre el tema La Controversia Filológica de
1842 (Santiago: Prensas Universidad de Chile, 1945). Concordamos más con esta última
denominación, especialmente porque la polémica “literaria” es sobre el romanticismo en
literatura, que abordamos en el capítulo siguiente.
Ylb LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

distintas de las que (debían) representar, o bien usándolas aún después que
en los países y entre las gentes que con más perfección se habla el castella­
no, (habían) caído en desuso, y (habían) sido sustituidas por otras nuevas”.19
Efectivamente, llamándoles “arcaísmos o modos de hablar anticuados”,
Fernández Garfias elaboró una larga lista de términos en que denunciaba la
forma como “se dice” corrigiéndola al como “debe decirse”. Allí aparecía,
por ejemplo, la corrección de “acorrucarse” por “acurrucarse”; “adeudar” por
“me debe”; “absurdidad” por “absurdo”; “arismética” por “aritmética”; “Anrique”
por “Enrique”; “ardil” por “ardid”; “arbedrio” por “albedrío”. Corregía incluso
al cronista Alonso de Ovalle, quien en su Historia de Chile expresaba que a
alguien le habían dejado caer desde la “aleta del tejadoI ”. Fernández Garfias
sostenía que la expresión correcta, según la Academia de la Lengua, era el
“alero”.
Lanzado el detonante, la discusión provocó una decena de artículos
de prensa. Sarmiento fue el primero en recoger el guante. En términos simi­
lares a los que anteriormente había utilizado Bello, sostuvo que no debían
repudiarse los términos que había forjado el pueblo chileno favoreciendo
otros que igualmente habían sido acuñados por un pueblo: el español. Sar­
miento reconoció con preocupación que se hacía mal uso del idioma y de la
gramática, y explicaba que esta última no había sido hecha para el pueblo,
por lo que difícilmente podía éste aprender sus rudimentos. Sin embargo,
sostuvo que con reglas y normas no se progresaba, ya que “el hábito y el
ejemplo dominante podrán siempre más”. Con ello afirmaba nuevamente el
predominio de la cultura y las ideas por sobre la normativa; la preponderan­
cia de esas ideas en toda construcción social, y establecía un rol activo al
pueblo en la creación de la cultura. “La soberanía del pueblo tiene todo su
valor y su predominio en el idioma: los gramáticos son como el senado
conservador, creado para resistir a los embates populares; para conservar la
rutina y las tradiciones: son a nuestro juicio, si nos perdonan la mala palabra,
el partido retrógrado, estacionario, de la sociedad habladora; pero como los
de su clase en política, su derecho está reducido a gritar y desternillarse
contra la corrupción...”20 Evocando el “ardid de la razón” hegeliano, Sar­
miento agrega que ellos son de todos modos acarreados por el torrente

19 Domingo Faustino Sarmiento, “Ejercicios Populares de la Lengua Castellana”, El Mercurio de


Valparaíso, TI de abril de 1842 .
20 Ibid.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 177

innovador y tienen que acabar adaptándose a esta fuerza que los supera. Es
decir, no se pronuncia en contra de la corrección en el uso del lenguaje;
simplemente expone su certeza de que la modificación en las costumbres
antecede cualquier cambio expresivo; que la cultura es dinámica e histórica.
Como Bello años antes, sostiene que el idioma castellano, concebido como
parte de nuestra herencia hispánica y al igual que ella, es histórico y, por lo
tanto, sujeto a reforma y a cambio.
Con estas afirmaciones, Sarmiento dejaba planteadas las implicancias
de la polémica. A partir de allí, ésta adquiere su verdadera dimensión como
polémica cultural y sociopolítica, en la medida en que la discusión sobre la
lengua deja de ocupar un compartimiento aislado para abarcar principios
que incluyen definiciones amplias, visiones de la sociedad y del rol de los
distintos actores en ella. Como lo expresa el mismo Sarmiento en uno de sus
artículos polémicos: “Nos hemos visto, pues, metidos y sin saber cómo en
una alta y peliaguda cuestión de idioma, de gramática, de literatura y aún de
sociabilidad, porque tal es el enlace y la trabazón de las ideas, que no es
posible hablar de idioma sin saber quién lo habla o escribe, para qué, para
quiénes, dónde, cómo y cuándo”21 Los vocablos son expresión de una deter­
minada cultura, razón por la cual el lenguaje escrito debe asimilarse al cam­
bio en las formas fonéticas que son, a su vez, expresión de la cultura nacio­
nal. El idioma, además, desde el momento que tiene una intencionalidad,
cumple una finalidad social, lo que Sarmiento llama el “para qué”.
Al margen de la posición doctrinaria sostenida años atrás, Andrés Be­
llo intervino en la discusión bajo el seudónimo de “Un Quídam”. Criticando
implícitamente a Sarmiento por mostrarse “tan licenciosamente popular en
cuanto a lo que debe ser el lenguaje”, afirmó: “Si el estilo es el hombre,
según Montaigne, ¿cómo podría permitirse al pueblo la formación a su anto­
jo del lenguaje, resultando que cada cual vendría a tener el suyo, y conclui­
ríamos por otra Babel? En las lenguas como en la política, es indispensable
que haya un cuerpo de sabios, que así dicte las leyes convenientes a sus
necesidades, como las del habla en que ha de expresarlas; y no sería menos
ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes, que autorizarle en la
formación del idioma”.22 Bello demuestra así, por una parte, que compartía

21 Domingo Faustino Sarmiento, El Mercurio de Valparaíso, 3 de junio de 1842. En cursiva en


el original.
22 El Mercurio de Valparaíso, 12 de mayo de 1842 .
178 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

el criterio de Sarmiento en cuanto a que la discusión sobre el lenguaje decía


relación con definiciones que incluían aspectos sociales e institucionales re­
levantes para la nueva nación. En primera instancia, el discurso se centra en
torno al lenguaje y a la autoridad competente para pronunciarse sobre él. El
problema de fondo es, sin embargo, lo que ambos polemistas consideran
que son las implicancias de las posiciones en torno a este problema, para
definiciones que incluyen una discusión más general sobre los agentes legí­
timos de cambio y el rol que le cabe a la clase dirigente en este.
Ambos personeros establecen una relación entre lenguaje y política,
lo que explica que la argumentación se desarrolle a dos niveles. Sarmiento
los explícita cuando habla de una diferenciación entre lo que llama “fondo”
y “forma”.23 En el primer nivel, es decir en el del lenguaje, la ortografía
pertenece al ámbito de lo formal. Por eso, parafraseando a Herder, propone
dejar “las cuestiones de palabras... para los que no están instruidos sino en
palabras”. Con esta afirmación, Sarmiento intenta atacar el excesivo forma­
lismo de los gramáticos “clásicos” y, en particular, de su contrincante, Andrés
Bello, a quien replica irónicamente: “Ocupaos de las formas y no de las
ideas, y así tendréis algún día literatura, así comprenderéis la sociedad en
que vivimos, y las formas de gobierno que hemos adoptado”.
Existe, sin embargo, un segundo nivel, vinculado con las relaciones
que se establecen entre el lenguaje, la cultura, la sociedad y la política. En
ese nivel, la ortografía se relaciona con problemas de “fondo”, lo cual permi­
te ilustrar el sentido más profundo de la discusión. En primer lugar, respecto
de la actitud frente a los agentes legítimos de cambio, Bello rechaza la posi­
bilidad de dar al pueblo un poder decisorio sobre sus instituciones y normas,
en un sentido amplio. A ello, Sarmiento responde que el problema se origina
en los alcances que se dan a la palabra pueblo, la cual se entiende “en un
sentido aristocráticamente falso”, y con su aclaración explícita de mejor for­
ma sus alusiones anteriores a la soberanía popular. Consagra también el uso
de un marco teórico proveniente del análisis político, para explicar, no sólo
metafóricamente, otros aspectos de la realidad. “Si hay un cuerpo político
que haga las leyes, no es porque sea ridículo confiar al pueblo la decisión de

23 También cuando evalúa las consecuencias de uno de sus artículos diciendo que “la primera
manifestación que de esta efervescencia ha salido a luz, suscrita por Otro Quídam nos saca
fuera de la cuestión literaria y nos lleva a otra social, a la que iremos de mil amores, porque
lo creemos no solo necesario, sino también útil y laudable. Ver “El Comunicado del Otro
Quídam”, El Mercurio de Valparaíso, 3 de junio de 1842.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 179

las leyes, sino porque representando al pueblo y salido de su seno, se en­


tiende que expresa su voluntad y su querer en las leyes que promulga". En
sentido analógico, la Academia de la Lengua sólo debe recoger los términos
cuyo uso ya ha sancionado el pueblo mismo. Es decir, no es ella la que
forma ni autoriza el uso del lenguaje con sus decisiones. En definitiva, “los
pueblos en masa y no las academias forman los idiomas”.24
El lenguaje, y en particular la ortografía, forman parte del “fondo”, en
tanto cuanto expresión y representación de ideas, a las cuales esta última
está innegablemente supeditada. En esa relación de dependencia, los aspec­
tos formales, a los cuales Sarmiento identifica con las “épocas aristocráticas”
de la humanidad, donde prevalecen el orden, la regularidad, el tono mode­
rado y el estilo, deben pasar a segundo plano. La forma puede ser incluso
despreciada. Nuevamente haciendo gala de su ironía, Sarmiento expresa:
“Mire Ud., en países como los americanos, sin literatura, sin ciencias, sin arte,
sin cultura, aprendiendo recién los rudimentos del saber, y ya con pretensio­
nes de formarse un estilo castizo y correcto que sólo puede ser la flor de una
civilización desarrollada y completa!”25
Dijimos que la discusión se refería en primer lugar a los agentes legí­
timos de cambio. En segundo lugar, se relaciona con la visión ante el cambio
en general y, en particular, el cambio sociopolítico. Es sintomático que Sar­
miento aplique el concepto de soberanía popular al lenguaje. Es también
relevante que se insista en la correspondencia entre una forma de lenguaje y
un régimen político. Es decir, sin la forma expresiva apropiada no existe el
concepto, en este caso, de democracia, lo cual significa que esa forma expre­
siva permite la actualización de las aspiraciones democráticas que algunos,
por ejemplo Bello, quisieran postergar en su aplicación. De allí que Sarmien­
to insista en el cuño popular que adopta el castellano en América, como
consecuencia de las nuevas organizaciones sociales. “Los idiomas vuelven
hoy a su cuna, al pueblo, al vulgo, y después de haberse revestido por largo
tiempo el traje bordado de las cortes, después de haberse amanerado y
pulido para arengar a los reyes y a las corporaciones, se desnuda de estos
atavíos para no chocar al vulgo a quien los escritores se dirigen, y ennoble­
cen sus modismos, sus frases y sus valientes y expresivas figuras”.26

24 Domingo Faustino Sarmiento, “Segunda Contestación a un Quídam”, El Mercurio de Valparaíso,


22 de mayo de 1842.
25 Ibid.
26 Ibid.
180 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Bello, en cambio, intentó separar el ámbito del lenguaje de su función


social, y desvincularlo de un rol activo en el cambio social. El maestro defen­
dió el control del proceso de cambio, de la incorporación y, por lo tanto, de
la educación, por parte de la clase dirigente, quien tendría la cualidad de
conocer a priori las necesidades del pueblo y su conveniencia. “¿Y en qué se
mengua esa soberanía, o de qué modo la pierde un pueblo, porque se le
prescribe hablar como hablan las personas bien educadas, las personas cul­
tas, que son las únicas que pueden reducir el habla a un sistema de signos y
de combinaciones sancionadas para la común inteligencia? ¿No es este otro
hecho análogo, otra necesidad correlativa, otra ley de la sociedad?” Y des­
mintiendo afirmaciones anteriores de Sarmiento afirma: “...las academias re­
cogen para su diccionario las palabras y frases idiomáticas formadas por los
buenos escritores, por los escritores analíticos, sin esperar que la masa del
pueblo las reconozca en su uso”. Por último, poco debiera tener que ver el
idioma con las formas políticas. Así como la revolución francesa “no ha
corrompido ni innovado la lengua del siglo de oro de la Francia”, tampoco
tendría por qué la aspiración democrática influir a nivel del lenguaje. La
democracia, a su entender, es un régimen político no monárquico, cuya
puesta en vigencia debe ser controlada por la clase dirigente quien, además,
debe autorizar los niveles de participación del resto de los actores sociales.
No se le quiere reconocer a la democracia, por tanto, el carácter de
cosmovisión, en cuanto que su aceptación como sistema político implica
también el reconocimiento de ciertos valores éticos que afectan a todo el
cuerpo social.
He aquí la sanción final y el reconocimiento del maestro a los riesgos
que implica para el orden social y para la disposición al cambio de la elite la
posición sostenida por Sarmiento respecto del lenguaje. Esencialmente, los
temores dicen relación con la primacía que Sarmiento atribuye al pensa­
miento y a las ideas, y la licencia que les otorga en la modificación de las
costumbres del pueblo. En ese momento, el argentino es partidario de una
penetración indiscriminada de ideas nuevas, incluyendo, como hemos men­
cionado en otra parte, al socialismo utópico y al republicanismo francés de
cuño democrático. Sarmiento quiere liberar la capacidad expresiva, superar
“el temor de infringir las reglas, lo que tiene agarrotada la imaginación de los
chilenos”. Y les recomienda abiertamente: “...adquirid ideas de donde quiera
que vengan, nutrid vuestro espíritu con las manifestaciones del pensamiento
de los grandes luminares de la época; y cuando sintáis que vuestro pensa­
miento a su vez se despierta, echad miradas observadoras sobre vuestra
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 181

patria, sobre el pueblo, las costumbres, las instituciones, las necesidades


actuales y en seguida escribid con amor, con corazón, lo que se os alcance,
lo que se os antoje, que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea
incorrecta...”27En definitiva, a lo que aparentemente Sarmiento está abriendo
sus puertas es a una suerte de licencia, cuyos alcances Bello y sus discípulos
comprenden plenamente. El maestro está consciente de la relación existente
entre lenguaje y pensamiento, es decir, del conducto que se abre con la
aceptación de nueva terminología para la penetración de ideas hasta ese
momento inexpresadas. La cuestión más de fondo es, sin embargo, la voz de
alerta que se levanta cuando se autoriza la liberación de los cánones y nor­
mas que han regulado tradicionalmente la tensión entre la conservación y el
cambio.
De allí que también forme parte de esta polémica la discusión sobre el
legado español y las futuras vinculaciones entre las antiguas colonias y la
metrópoli. La dependencia política y la plena simbiosis cultural con la penín­
sula habían contribuido a afirmar la identidad de las nuevas elites con sus
naciones americanas. España aportaba un marco de pertenencia cultural,
religiosa y de toda índole; era el puerto a través del cual América ingresaba
al mundo occidental y mantenía su lugar legítimo dentro de él. El vínculo,
que formalmente se rompe con la Independencia, trasciende, por lo tanto, la
separación de la figura real y simbólica del rey como la “cabeza” del cuerpo
hispanoamericano. El espacio vacío que permanece como consecuencia de
este proceso debía ser llenado no sólo en lo político, donde la teoría política
republicana había logrado un lugar de preferencia gracias a su consagración
por los precursores de la Revolución Francesa, cuyas ideas eran conocidas y
aplaudidas en Chile, y al antiabsolutismo que también había prendido en
España.28 Debía también colmarse el vacío que dejaba una dependencia for­
mal y necesaria de toda la normativa española, la cual, mientras mantuvo su
calidad de metrópoli, cubría con un manto de protección contra rompimien­
tos excesivos para el espíritu conservador de la elite chilena.
Intentar superar el ethos colonial era una aventura que implicaba nue­
vas resoluciones culturales constituyentes de una identidad nacional en pro­
ceso de formación, la cual no podía garantizar la inclusión o mantención de
aquellos valores que aparecían consagrados mientras se era parte integrante

27 Ibid.
28 Cfr. Claude Lefort, Essaissurlapolitique, XIX-XX siécles (París: Editions du Seuil, 1986).
182 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

del mundo hispánico. De allí que los espíritus más progresistas, en su misión
antimonárquica y democratizadora, cuestionaron no sólo el lenguaje como
parte del legado colonial, sino muchas de las instituciones y formalidades
que hasta hacía poco aparecían naturales. Así como el lenguaje pasa a ser
histórico y no natural, otro tanto sucede, por ejemplo, con la Iglesia Católica,
lo que permite entender, en parte, el surgimiento de actitudes contestatarias
cuya crítica a la Iglesia se enmarca dentro de un rechazo anterior a España.
Naturalmente, dentro de su visión hegemónica del poder, la clase
dirigente chilena consideraba natural su control del proceso de creación de
una identidad nacional. Por otra parte, su actitud mesurada y temerosa ante
el cambio imponía la gradualidad a que hemos aludido en otra sección, al
mismo tiempo que recomendaba la reducción de los ámbitos de cambio a
fin de impedir que abarcase a la sociedad en su totalidad. De allí que, salvo
en el plano político, la autoridad tradicional española era raramente desafia­
da, pues se entendía que Chile seguía perteneciendo a una cultura definida
en la península. El pensamiento emancipador había abierto algunas com­
puertas, al incluir en sus lecturas a autores ingleses y franceses. Su influen­
cia, sin embargo, se había limitado hasta ese momento a la discusión políti­
co-institucional, y en ese ámbito había cumplido su función para la defini­
ción republicana de la clase dirigente.
En la polémica literaria, Sarmiento introduce una nueva área en la
cual la autoridad hispánica es puesta a prueba. Considera que uno de los
primeros pasos en la constitución de una identidad nacional es la elabora­
ción de un canon intelectual y valórico propio. Dice: “Un idioma es la expre­
sión de las ideas de un pueblo; y cuando un pueblo no vive de su propio
pensamiento, cuando tiene que importar de ajenas fuentes el agua que ha de
saciar su sed, entonces está condenado a recibirla con el limo y las arenas
que arrastra en su curso”. Para mayor claridad agrega: “El pensamiento está
fuertemente atado al idioma en que se vierte, y rarísimos son los hábiles
disectores que saben separar el hueso sin que consigo lleve tal cual resto de
la parte fibrosa que lo envolvía”.29 El problema es que, a su juicio, el idioma
español “ha dejado de ser maestro para tomar el humilde puesto de apren­
diz”, quedando sujeto a las influencias de idiomas extranjeros, particular­
mente el francés, que han concebido nuevas ideas y creado los medios para
expresarlas. Volviendo al origen de la polémica, Sarmiento justifica la intro-

29 “Contestación a un Quídam”, El Mercurio de Valparaíso, 19 de mayo de 1842.


SEGUNDA PARTE / CAP V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 183

ducción de galicismos en el castellano, pues éstos son el vehículo a través


del cual penetra el nuevo pensamiento. De hecho, por ejemplo en el Institu­
to Nacional, la mayoría de los libros que se usaban para la enseñanza ele­
mental eran de origen extranjero. Sarmiento denuncia y justifica el aislamien­
to español por la opresión que han ejercido dos de los pilares fundamentales
de esa nación, los mismos que constituyeron la base de la colonización
americana: la Iglesia y el estado absoluto. Debido a ello, “la España aun no
está libre hoy de esa cadena que ha pesado sobre su cuello durante tantos
siglos: privada por la Inquisición y el despotismo de participar del movi­
miento de ideas” que se disfruta en otros países, la Madre Patria se quedó
sola y aislada en Europa, debiendo depender en adelante de la creación
ajena.30 En definitiva, “cuando el pensamiento español se levante, cuando el
tardío renacimiento de nuestra literatura se haya consumado, cuando la len­
gua española produzca como la alemana o la francesa 4 mil obras originales
al año, entonces desafiará a las otras extrañas que vengan a degradarla y a
injertarle sus modismos y sus vocablos”.31
Sarmiento ha conducido la polémica hacia el tema de los referentes
culturales. De hecho, se le relaciona con la discusión que sobre libertad de
enseñanza se lleva a cabo en Francia. De ahí las continuas referencias de las
distintas publicaciones a sus respectivos mentores europeos. Por ejemplo, en
1844, La Revista Católica reprodujo a Montalembert en un artículo crítico
contra Michelet, Quinet, Guizot y Cousin, argumentando que Chile era un
país católico mientras Francia no lo era, razón por la cual la educación chile­
na debe mantenerse dentro de un marco católico.32
I
Las razones por las cuales el pensamiento francés ocasiona reservas
en los espíritus menos osados son justificadas, y no se refieren tanto a las
ideas en si, las cuales por ejemplo Bello compartía en lo esencial, sino a los

30 Ibid.
31 Ibid.
32 La Revista Católica, n° 49, 21 de diciembre de 1844. A Guizot se le citó a menudo en
referencias contrarias a España. Particularmente Sarmiento, en su Memoria, le recuerda
afirmando que España no ha aportado nada a la civilización occidental. En el mismo tenor,
durante la polémica referente a la Memoria citó a Lamennais como afirmando que “Después
de siglos de gloria en todo género... de haber producido una de las más bellas literaturas de
Europa... ha caído poco a poco la España en un letargo tan profundo que bajo este respecto
no se le puede comparar con ningún otro país.” Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas,
op. cit., tomo V, p. 125.
184 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

excesos a que condujo y que parecen inherentes a todo cambio brusco, así
como a las condiciones sociales que impiden aplicar a la realidad chilena
ideas congruentes con la realidad francesa.33 Nuestro país no contaba con un
pueblo capaz de asimilar ideas que por el momento eran patrimonio de la
elite. El mismo García del Río, director del Museo de Ambas Américas y
colega de Bello en sus reflexiones ortográficas de Londres, reprodujo un
artículo del Journal des Débats, donde se aclaraba que “las clases superiores
no pueden enseñar al pueblo sino lo que ellas mismas saben; y pudiera
temerse que la instrucción primaria fuese para las masas la iniciación penosa
y peligrosa a la vez en esas ideas de libertad sin contrapeso, cuya esterilidad
comienzan a sentir las clases más elevadas de la sociedad, y de cuya carga
procuran aligerarse”.34 Es a este discurso de la prudencia al que Sarmiento
desafía en todas sus letras, especialmente cuando vincula a España con el
pensamiento retrógrado y con el espíritu colonial. La modernidad, según la
concepción que él defiende, no puede llegar por vía hispánica. Aun más, la
modernidad requiere modificaciones en el lenguaje y en sus formas expresi­
vas. Lo retrógrado es lo español. “Es, pues, un sentimiento colonial el que,
envuelto en el ropaje del patriotismo”, ha hecho que Bello se oponga a la
adaptación del lenguaje y de la ortografía a la cultura nacional.35 Es, en
definitiva, a juicio de Sarmiento, la negación del principio de libertad que
privilegia las ideas, dejando que éstas se expresen de una manera más com­
prensible para la mayoría. Como dirá en un artículo posterior: "... desde el
momento que por mutuo acuerdo una palabra se entiende ya es buena..”. Y
consagrando la necesidad de la aplicación del ideario moderno, agregó a
propósito del Discurso Inaugural de la Sociedad Literaria por Lastarria: “Se
ha dicho que la literatura es la expresión del progreso de un pueblo. Ahora
bien, marchar en ideología, en metafísica y en política, aumentar ideas nue­
vas a las viejas, y pretender estacionarse en la lengua que ha de ser la

33 Efectivamente, Bello se había mostrado favorable a la inclusión de vocablos extranjeros en el


castellano en otros momentos. Cuando comentó el Diccionario de Galicismos de Rafael
María Baralt, afirmó que prohibir la introducción de galicismos “sería lo mismo que estereotipar
las lenguas y sería sofocar su natural desenvolvimiento”. Andrés Bello, Obras Completas, op.
cit., vol. VIII, introducción p. LXXX.
34 “La Educación Popular y las Escuelas Normales Primarias consideradas en su relación con la
Filosofía del Cristianismo”, por el Sr. Próspero Dumont. Museo de Ambas Américas, op. cit.,
tomo I, 1842, p. 25.
35 “Los Redactores al Otro Quídam”, El Mercurio de Valparaíso, 5 de junio de 1842.
SEGUNDA PARTE / CAP, V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 185

expresión de esos mismos progresos, es haber perdido la cabeza. Las len­


guas siguen la marcha de los progresos y de las ideas; pensar fijarlas en un
punto dado, a fuerza de escribir castizo es intentar imposibles...”36
Sarmiento mantuvo y aun reforzó con los años su posición favorable
a la independización cultural de España. Cuando Manuel Montt le encomen­
dó en 1846 que viajase a Europa para estudiar los adelantos que allí existían
en materia educacional, Sarmiento dice haber sostenido arduas disputas con
sus colegas españoles, y haberles tratado en términos despectivos. En su
relato de una conversación con Ventura de la Vega, y ante reservas de este
último frente a la independencia ortográfica americana, Sarmiento le escribe
a Lastarria. “Este no es un grave inconveniente, repuse yo; como allá no
leemos libros españoles, como Uds. no tienen autores, ni escritores, ni sa­
bios, ni economistas, ni políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga;
como Uds. aquí y nosotros allá traducimos, nos es absolutamente indiferente
que Uds. escriban de un modo lo traducido y nosotros de otro”.37

4. La “Memoria sobre Ortografía Americana”


La polémica anterior terminó por cansancio.38 No sin que de por me­
dio se hubieren proferido insultos que indican la pasión con que se asumie­
ron las distintas posiciones, Sarmiento fue quien tuvo mayor fogosidad, es­
pecialmente cuando atacó directamente a Bello: “Por lo que a nosotros res­
pecta, si la ley del ostracismo estuviera en uso en nuestra democracia, ha­
bríamos pedido en tiempo el destierro de un gran literato que vive entre
nosotros, sin otro motivo que serlo demasiado y haber profundizado más

36 “La Cuestión Literaria”, El Mercurio de Valparaíso, 25 de junio de 1842. Lastarria se había


referido indirectamente a Sarmiento en su Discurso Inaugural, texto en el cual demuestra
aun su dependencia intelectual de Andrés Bello. Ahí abogó por la exclusión de los
extranjerismos, y por la resignación “al pausado curso de la severa experiencia.” Cfr. José
Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., pp. 100-102.
37 Sarmiento a Lastarria, Madrid, 15 de noviembre de 1846. Domingo Faustino Sarmiento, Obras
Completas., op. cit., lomo V, p. 149.
38 Lastarria, con cierta razón, da por triunfador a Sarmiento por el juego de astucia con que dio
por finalizada la discusión. Sarmiento reprodujo un artículo del literato español Mariano José
de Larra y lo publicó como suyo para demostrar que los peninsulares compartían su juicio.
Ello bastó para que se suspendiera la polémica. Cfr. El Mercurio de Valparaíso, 25 de junio
de 1842 . Y José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios., op. cit., p. 117.
186 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

allá que lo que nuestra naciente civilización exige, los arcanos del idioma, y
haber hecho gustar a nuestra juventud del estudio de las exterioridades del
pensamiento, y de las formas en que se desenvuelve en nuestra lengua, con
menoscabo de las ideas y de la verdadera ilustración...”39 Los luchadores se
retiraron, y el tema quedó pendiente, sobre todo para Sarmiento, que perse­
veró en la meditación en torno a la reforma ortográfica que facilitaría el
acceso de las mayorías a la educación. Su trabajo adquirió forma al año
siguiente, cuando el 17 de octubre presentó a la Facultad de Humanidades
de la Universidad de Chile su Memoria sobre Ortografía Americana.
Mientras tanto, Bello mantuvo su tono pausado, y su rol de liderazgo
intelectual se vio confirmado cuando asumió como Rector de la Universidad
de Chile. En el discurso que pronunció en la Instalación de la Universidad, el
maestro confirmó su altura de miras respecto de los temas en disputa y su
espíritu conciliador. Al mismo tiempo que rechazaba todo purismo exagera­
do en materia de idioma, defendía la necesidad de normar las nuevas adqui­
siciones idiomáticas. “Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede
enriquecerlo, se puede acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad, y
aun a las de la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura,
sin adulterarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su ge­
nio”.40
La Memoria de Sarmiento tuvo su origen en otras investigaciones y
obras, entre ellas, su Métodos de Lectura Conocidos y Practicados en Chile,
donde discute el problema de división de sílabas. De ahí surgió posterior­
mente su idea de publicar un Silabario. La Memoria, culminación de su
reflexión sobre el tema, parte con una denuncia a la imposición de reglas
“tiránicas” del idioma en España, las cuales alcanzaron su clímax, a su juicio,
con la Inquisición, que impone una vuelta al latín como lengua docta y el fin
de todo pensamiento racional. “La España, gracias a su inquisición, no ha
tenido un solo escritor de nota, ningún filósofo, ningún sabio; y el desgracia­
do Cervantes hundió con él en su tumba la única joya que podía ostentar la
nación más pobre de escritos que se conoce”.41 Citando la famosa frase de
Larra, “lloremos y traduzcamos”, Sarmiento justifica la separación definitiva

39 El Mercurio de Valparaíso, 22 de mayo de 1842.


40 Andrés Bello, “Discurso pronunciado en la Instalación de la Universidad de Chile.”, El
Araucano, Santiago, 17 de septiembre de 1843.
41 Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas, op. cit., tomo IV, p. 12.
SEGUNDA PARTE / CAP, V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 187

de la Academia de la Lengua por su noción elitista del idioma, y de la nación


española. “La Independencia americana es un hecho consumado más allá de
lo que algunos espíritus bisoñes se imaginan”.42
Manteniendo el principio esbozado en 1842, Sarmiento considera que
la ortografía debe basarse en principios que puedan ponerla al alcance del
mayor número, justificando la reforma “porque no teniendo éste (el castella­
no) una literatura propia, no tiene antecedentes que destruir”.43 Propone, en
definitiva, que la ortografía se adapte a la pronunciación en contraposición
al uso, siguiendo el principio de Antonio de Nebrija: “que cada letra tenga su
sonido, y cada sonido su letra”. Para ello, argumenta a favor de acabar con
las letras “h”, “v”, “z”, “x”; suprimir la “u” después de la “q”; mantener la “y”
solo en las sílabas “ya, ye, yi, yo, yu”, sustituyéndola por “i” en los demás
casos, y el uso de la “c” solo cuando va unida con la “a”, “o”, “u”.
Las críticas a la proposición del argentino tuvieron como trasfondo
tres problemas recurrentes en la discusión intelectual: la relación con Espa­
ña, la oportunidad del cambio, y la relación entre esta proposición y lo que
se llamó el “espíritu de reformas”. La “defensa” de España, en esta ocasión,
estuvo a cargo del dramaturgo español avecindado en Chile Rafael Minvielle,
quien envió más de una decena de cartas a su antiguo amigo. Le acusó de
haber ultrajado a España “con todo el insano ardor de un furioso”.44 Sar­
miento replicó acusándole de contrario a la independencia, argumentando
que en su drama Ernesto aparecen como infames los que sirvieron la causa
americana. En una polémica epistolar donde no están ausentes los denues­
tos contra la patria de cada
i uno de los contrincantes, Minvielle y Sarmiento
confirman que el asunto trasciende la lengua, y que de por medio hay un
problema de constitución de identidades nacionales y de orgullos patrios.
De ahí que el argentino le escribiera en una de sus cartas: “Díjele a Ud. antes
que la palabra España representaba para nosotros más bien que un pueblo,
una idea, un conjunto de ideas...”45 Aun más, propone que Minvielle concu­
rra a la Universidad para constatar que “esa pronunciación no es la nuestra;
luego, abajo con la ortografía que la representa!” La utilización del “nuestro”,

42 Ibid.
43 Ibid., p. 33.
44 Minvielle a Sarmiento, Santiago, 20 de octubre de 1843. En Domingo Faustino Sarmiento,
Obras Completas, op. cit., tomo IV.
45 La Gaceta, Santiago, 31 de octubre de 1843. Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas.
op. cit., tomo IV, p. 81
188 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

diferenciando lo propiamente chileno, incorpora la disociación de identida­


des que Sarmiento consideraba necesaria e inevitable para el progreso.
Minvielle, por su parte, no deja de recordar en todas sus cartas las atrocida­
des que se cometen en Argentina, los favores que los emigrados han recibi­
do en Chile, y su deuda de gratitud con el país. El primero se propone
colmar el “espacio vacío” con formas de creación y apropiación cultural que
conduzcan a la diferenciación de la Madre Patria; el segundo representa a
aquellos que desean postergar el reconocimiento del mismo manteniendo
una sociabilidad informada por los cánones tradicionales.
El divorcio cultural de España se vincula con el problema de la opor­
tunidad del cambio. Para un seguidor de la divinidad del progreso como
Sarmiento, el avance inevitable de la sociedad es una necesidad y una fata­
lidad contra la cual es inútil oponerse. Esa definición de progreso implica
una visión de la sociedad en permanente estado de tránsito, la cual, induda­
blemente, agita a quienes basan su seguridad en la legitimidad histórica y
desean que estos cambios sean controlados en su gradualidad a fin de no
caer en una sensación de orfandad devastadora sicológicamente. Por una
parte, Sarmiento comprende este estado de ánimo cuando dice: “La verdad
del caso es que los americanos no estamos acostumbrados a hacer nada que
no sea un plagio de lo que en Europa se hace; y nos da miedo, rubor,
vergüenza querer ser americanos en algo”.46 Por otra, sin embargo, alienta
los temores al denunciar la impotencia del hombre ante el cambio fatal:
“Dejemos, pues, al idioma seguir su misteriosa marcha; irá donde va, sin que
valgan todos nuestros esfuerzos para hacerle cambiar de dirección, y en
lugar de ocuparnos del porvenir... ocupémonos de nuestros intereses pre­
sentes, de la fácil enseñanza de la juventud, de Chile primero... Así están
montadas las sociedades modernas; este es el espíritu que reina en todas las
cosas; primero el interés individual, después el de la familia, después el de
sociedad, y últimamente el de la humanidad entera”.47 Una afirmación como
la anterior es ciertamente revolucionaria en cuanto a que propone una inver­
sión del orden natural tradicional que otorgaba primacía al bien común, para
privilegiar la noción liberal de “interés individual”. También es revoluciona-

46 El Progreso, Santiago, 22 de febrero de 1844. En Sarmiento, Obras Completas, op. cit., tomo
IV, p. 173.
47 El Progreso, Santiago, 5 de diciembre de 1843. En Domingo Faustino Sarmiento, Obras
Completas, op. cit., tomo IV, p. 133.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 189

ria en su voluntad de poner la cultura al alcance del mayor número, invir­


tiendo el principio natural que da la tutela en el control del cuerpo social a la
elite. “Para los letrados, los literatos, los hablistas, el Latín como guía; para
los demás, para el comerciante, el hacendado, las mujeres, los escolares, y
en fin para todo el que no quiera sacrificar inútilmente años de su tiempo
para saber como escribieron los romanos, para todos estos no hay ortogra­
fía”.48
Sarmiento da cauce inmejorablemente para que se exprese la tensión
de la clase dirigente chilena entre una voluntad de constituir un estado y una
nación independientes y el temor a lo desconocido que eso engendra. ¿Cuá­
les eran los resortes sicológicos que se movían cuando él proponía dejar que
el pensamiento americano despertase y se revistiese “de sus propios colores,
del tinte nacional que ha adquirido con su nueva existencia”?49 La respuesta
dice relación con los mismos mecanismos que gatillan el rechazo a los térmi­
nos asociados con la “revolución” e incluso con “la reforma”.
No es coincidencia que simultáneamente con la discusión en torno a
la Memoria sobre Ortografía de Sarmiento surgiera también una reflexión
sobre el sentido de la “reforma”. Indica el establecimiento de relaciones
complejas, pero muy directas, entre una reforma particular y sus influencias
sobre todo el cuerpo social en tanto indicio de una apertura hacia la nove­
dad, asociada por sus gestores con la modernidad. La inminencia de cambios
profundos era plausible desde el punto de vista doctrinario, a partir del
momento que la visión de progreso había impuesto la noción de transitorie-
dad social. De ahí que pareciera
k oportuno, antes de esta suerte de despegue
que la clase dirigente presentía próximo, reflexionar sobre las bases doctrinarias
en las que debía apoyarse la reforma. Una serie de editoriales, publicados
por su editor, el argentino Félix Frías en El Mercurio, revelan que el discurso
intelectual está impregnado de digresiones sobre el poder y las formas de
prevenir el cambio de actores en su ejercicio. La serie se inicia bajo el título
“Las Reformas” y continúa como “Reforma Ortográfica”, lo que confirma la
relación entre ambas reflexiones.

48 Domingo Faustino Sarmiento, “Memoria sobre Ortografía Americana” en Obras Completas,


op. cit., tomo IV, p. 26.
49 “La reforma ortográfica propuesta a la vez en Chile y en Méjico”, El Progreso, Santiago, 17 de
febrero de 1844. En Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas, op. cit., tomo IV, p. 140.
El autor se refiere a la simultaneidad de reformas ortográficas propuestas en ambos países.
190 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION.. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Los artículos entregan un sombrío recuento del pasado, y establecen


una ruptura definitiva con todo vínculo anterior. No sólo es España a quien
se abandona, sino también a sus “dogmas sociales”, en una dinámica en que
la armonía parece desterrada definitivamente para ser reemplazada por “la
lucha constante entre el pasado que se va y el porvenir que asoma”. Los
actores del porvenir son la juventud (en este sentido se invoca la autoridad
de Lerminier), quien propagará “con el hacha justiciera de la reforma los
dogmas civilizadores, que son los astros que vienen a reemplazar en el cielo
de la patria el sol eclipsado...”50 Los nuevos agentes de cambio serán los
encargados de “aniquilar los vicios que la España nos trasmitió y que ago­
bian a ella misma”, reemplazándola por Francia, “bajo cuyas influencias la
península se civiliza”. Francia es el nuevo “sol de la civilización”. En una
denuncia que abarca todos los elementos constitutivos de la polémica orto­
gráfica, el editorialista aclara que “en vano pues, los enemigos de las refor­
mas escudan su adhesión a las tendencias retrógradas con un sentimiento de
amor al pueblo español, que se está emancipando de la despótica influencia
de la tradición...”51
La reforma ortográfica asume, en estos artículos, su vinculación real
con el proceso de constitución de la identidad nacional. “La pronunciación
americana exige una ortografía americana, protesta, por decirlo así, contra la
hipocresía de ciertos signos, aunque no sea la más bella, quiere mostrarse
con su faz natural y parecer lo que es”. Sin embargo, en un acápite en cierto
modo contradictorio, pero expresivo de la tensión al interior del espíritu de
cambio incluso en los intelectuales más progresistas, se percibe la necesidad
de no marginarse del cauce de una reforma controlada en los aspectos que
son explícitamente los más peligrosos para la estructura de poder. Al mismo
tiempo que se insta a adoptar los cambios propuestos por Sarmiento, se
reconoce la necesidad de la cautela y la prudencia. Por una parte se dice:
“Una gran porción de hombres poco sensatos se alarman al oír pronunciar la
palabra innovación, porque entienden que ella es siempre compañera del
desorden y la anarquía social”. Por la otra se reconoce que “no tenemos
embarazo en confesar que miramos con prevención al espíritu reformador, y
no sin razón”?2 La misma contradicción se expresa en el siguiente texto:

50 “Las Reformas”, El Mercurio de Valparaíso, 27 de febrero de 1844.


31 “Las Reformas”, art. 3, El Mercurio de Valparaíso, 29 de febrero de 1844.
32 “Las Reformas”, art. 2, El Mercurio de Valparaíso, 28 de febrero de 1844.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 191

“Que andemos tan escrupulosos en cuanto a modificar nuestra existencia


política, lo comprendemos y lo aplaudimos, pero no podemos comprender
ni aprobar esas oposiciones a reformas saludables y sin el menor riesgo”.*53
No obstante, es justamente la percepción de riesgo la que motiva toda la
discusión a fin de limitar el cambio ortográfico en sus alcances sociales y
políticos.

5. El desenlace
En abril de 1844, la Facultad de Humanidades de la Universidad de
Chile emitió su parecer sobre la Memoria propuesta por Sarmiento, en un
informe dirigido al rector Andrés Bello, firmado por el decano, Miguel de la
Barra, y por Antonio García Reyes, secretario. La propuesta fue acogida con
reservas, ya que “por más deseable que sea el arreglo lógico de la ortografía
basado sobre la pronunciación, cree (la Facultad) que no puede adoptarse
sin graves inconvenientes de la manera repentina y absoluta que el señor
Sarmiento propone”. Se preguntan los examinadores: “¿No será tal vez im­
prudente dar el ejemplo de un rompimiento brusco con las convenciones
universales de los pueblos españoles en punto a ortografía?” Y responden:
“Depóngase ese respeto conservador que se guarda hasta el día a las con­
venciones; ábrase la puerta a la ancha libertad de pensamiento y de obra que
estas materias permiten, y en breve, cada pueblo, cada cuerpo literario, cada
escritor adoptará su sistema, y la ortografía del castellano se convertirá en un
caos que los más hábiles y poderosos ingenios no podrán reorganizar”. Más
adelante dice: “La Facultad cree que la reforma ortográfica debe hacerse por
mejoras sucesivas. Esta ha sido la marcha que ha llevado especialmente en el
presente siglo, marcha prudente que no violenta el curso de las cosas huma­
nas; que concilia todos los intereses, y que sin causar controversias estrepito­
sas ha ido insensiblemente operando el convencimiento general hasta per­
mitirnos en el día usar una ortografía depurada de muchos de los defectos
que dominaban en el siglo anterior”.54

53 “Reforma Ortográfica" El Mercurio de Valparaíso, 5 de marzo de 1844.


53 El informe fue publicado en El Mercurio de Valparaíso, 2 de mayo de 1844. Cfr. Domingo
Faustino Sarmiento, Obras Completas, op. cit., tomo IV, p. 206. El tomo IV se llama “Ortografía,
Instrucción Pública, 1841-54”.
192 LA SEDUCCION DE UN ORDEN- LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

En la práctica, la sanción de la Facultad implicó la mantención de dos


ortografías simultáneas. Mientras El Araucano, El Progreso, La Gaceta de los
Tribunales, El Telégrafo de Concepción y la Gaceta de Valparaíso pusieron
en práctica de inmediato las nuevas normas, El Mercurio se mostró dubitati­
vo, y El Siglo, el periódico más liberal del país, se recusó a hacerlo, dando
origen a una nueva polémica, esta vez con Sarmiento desde las columnas de
El Progreso.55 La nueva disputa asumió ribetes violentos, y en ciertos mo­
mentos hizo peligrar la amistad entre Sarmiento y Lastarria. Es notable, por
ejemplo, el intercambio de cartas del 22 de abril, donde el “joven viejo”,
como le llamaba Lastarria, le anuncia que “toda armonía e inteligencia entre
ambos ha cesado”, y este responde acusando recibo “de la declaración de
guerra que Ud. me hace, previniéndole que no sufriré de Ud. ofensa ninguna
contra mi honor”.56 El estado, por su parte, decidió acatar la sanción univer­
sitaria y, el 20 de abril de 1844, el gobierno ordenó que toda obra de ense­
ñanza pública editada por el estado llevase la nueva ortografía. Simbólica­
mente, La Conciencia del Niño, traducción hecha por Sarmiento para lectura
en las escuelas primarias del país fue el primer libro que se imprimió con la
nueva ortografía.
El desarrollo de la discusión sobre lenguaje y ortografía trae a la men­
te de sus contemporáneos una serie de problemas que son atingentes a la
constitución de la identidad nacional y a la consolidación de un estado inde­
pendiente con formas republicanas, cuyas consecuencias eran desconocidas
y, en cierto modo, temidas, por la clase dirigente que ostentaba el poder. No
se trata de un metalenguaje, sino de un discurso que en todo momento
expresa con absoluta explicitez la motivación preponderante de los
contendores. De hecho, el diario El Mercurio reconoció que “el argumento
más sólido contra las innovaciones que el señor Sarmiento pedía es el de la
inoportunidad. En efecto, la experiencia de todos los tiempos nos demuestra
que es útil para introducir una reforma hacer a veces concesiones a la pre­
ocupación reinante” ,57

55 Esta polémica también se relaciona con la disputa política entre los ministros Montt e Irarrázaval,
representantes de las dos tendencias antagónicas que comienzan a perfilarse al interior del
gobierno. Sarmiento había optado por la defensa de Montt desde El Progreso, mientras
Lastarria, desde El Siglo, tomaba el partido de Irarrázaval.
’6 Correspondencia entre Sarmiento y Lastarria, 1844-1888 (Buenos Aires: s/e, 1954) , p. 25.
’7 El Mercurio de Valparaíso, 2 de mayo de 1844 . El destacado es del autor.
SEGUNDA PARTE / CAP. V / ORTOGRAFIA Y LENGUAJE 193

*
El proceso de independencia había dejado un “espacio vacío” donde
cabían todos los experimentos políticos, sociales y culturales que la teoría
política ponía en boga en la Europa ilustrada y liberal. Permitía que se expre-
sara con agudeza, sin embargo, el conflicto entre tradición y modernidad;
entre la teoría y la práctica, tan agudo en hombres como Bello, conflicto que
anteriormente podía darse con impunidad bajo el alero de un orden estable­
cido desde la cúpula. Desapareciendo la antigua dirigencia, como es natural,
la preocupación de las clases dirigentes se vuelca hacia el problema del
poder, de su poder como reemplazante legítima de la elite removida, y al
sustento de una cultura de elite que irradiase, a su medida, hacia los sectores
más bajos de la sociedad. De ahí surgía el sentido del debate en torno a la
contradicción entre la inevitabilidad del cambio y el deseo de gradualidad;
entre la forzosa y necesaria incorporación de nuevos sectores de la sociedad
y la voluntad de control y freno para evitar desbordes. De esa dialéctica se
desprende la preocupación con las reformas en todos los ámbitos, en la
medida que están conscientes que lo que llamaban la “modificación de las
costumbres”, o “el espíritu civilizador”, tenía una injerencia directa sobre las
instituciones de las que hacían pender su poder. De allí el discurso de la
prudencia en Andrés Bello y sus discípulos, la búsqueda del equilibrio que
permitiese la mantención del respeto a los elementos consensúales a que
nos hemos referido, abriéndose al mismo tiempo hacia las reformas que se
perciben como necesarias. Sintomático de este problema es el siguiente tex­
to de El Progreso-, “Tienen las naciones ciertos momentos de desaliento,
después de ensayos infructuosos para progresar, que se revelan en todos sus
actos y en todas sus opiniones, y en este caso se halla Chile; el justo medio,
el eclecticismo está a la orden del día, en política, en progreso, en literatura.
La palabra innovación hace encoger de hombros aun a los espíritus más
ardientes, y no es raro que sin apercibirse de ello, desmienten en la práctica
lo que reconocen en la teoría”.58
Sarmiento figuraba, en estos años, entre aquellos que querían llevar la
teoría a la práctica. Su proposición de reforma ortográfica fue uno de esos
intentos, del cual no necesariamente salió como triunfador, ya que se impu­
so la noción de la gradualidad en el cambio que, al menos en apariencia, era
la bandera de sus contendores. De hecho, Bello había defendido, veinte
años antes, que las reformas se aplicaran en dos etapas. En 1844, cuando la

58 El Progreso, Santiago, 30 de abril de 1844.


194 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Universidad de Chile aprobó la proposición de Sarmiento siempre que ella


fuese aplicada en “etapas sucesivas”, expresó con propiedad esa forma de
pensamiento que, paradójicamente, podríamos llamar de reformista-conser­
vadora.
Respecto de la polémica misma, ella se dio con toda su intensidad,
incluso a ratos con violencia. No obstante, no trascendió los límites impues­
tos por la voluntad consensual de la clase dirigente, en la medida en que la
discusión se enfoca hacia instrumentos de cambio y progreso al interior de
valores que no se desafían abiertamente. De hecho, todos los polemistas son
esencialmente republicanos, católicos, y amantes del orden. Tan sólo que
Sarmiento, con los procedimientos que sugiere, más que con sus acciones,
plantea sutiles cambios de rumbo. Que personas como Bello entiendan sus
proyecciones al nivel de la cultura política no necesariamente pone en ja­
que, en ese momento, la eficacia de los controles establecidos. La polémica,
en definitiva, logra no exceder un ámbito de controversia en torno al proble­
ma de posiciones ante la reforma, la gradualidad, los modelos ideológicos y
el cuestionamiento del vínculo con España.
VI
Literatura y libertad: El romanticismo

1. El Movimiento Romántico
“¿Enamoras: Eres romántico? ¿No enamoras: Romántico. ¿Vives a la
fasionable? ¡Qué romántico! ¿Vives a la bartola? Idem pero ídem. ¿Usas cor­
sé, pantalón a la fulana, levita a la sutana y sombrero a la parejana? Ro­
mántico. Tienes bigotes con pera, pera sin bigotes y patillas a la patriarcal?
Romántico refinado. ¿Cargas bastón gordo y nudoso a la tambor mayor? No
hay más que hacer. ¿Te peinas a la inocente? No hay más que desear. ¿Hueles
a jazmín, o hueles pero no a jazmín? ¿Te pones camisa, sin cuellos, o cuellos
sin camisa? ¿Sabes saludar en francés? II suffit. Tu est fierment romantique”.
Escribiendo bajo el seudónimo Jotabeche, el humor y la ironía del escritor de
Copiapó, José Joaquín Vallejo, maestro del costumbrismo en la Generación
de 1842, nos introduce en la complejidad, incomprensiones y malos entendi­
dos que provocaba el movimiento romántico en Chile.1
“Para las niñas una rosa acomodada en el seno con cierta coquetería
y misterio, unos tirabuzones largos y flotantes en su sexo (sic), y en el opues­
to bando una corbata anudada con descuido, posturas naturalmente negli­
gentes y lenguaje culto sin parecerlo es lo más romántico que jamás han
visto. Para los viejos es romántico todo lo absurdo y todo lo exagerado, las
doctrinas nuevas, la moda y los principios liberales: los jóvenes llaman clási­
cas a las feas, a las medianamente viejas y a la Cuaresma, cierta clase de
casadas, etc.”.2 Es Sarmiento quien esta vez usa de lenguaje jocoso para

1 El Mercurio de Valparaíso, 23 de julio de 1842.


2 El Mercurio de Valparaíso, 11 de febrero de 1842.
196 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

caracterizar un estilo que invadió el ambiente intelectual, y también las tertu­


lias y usanzas de la sociedad chilena, a partir de la década de 1840.
A pesar de la ambigüedad agregada al concepto de romanticismo por
la banalidad con que le definía el lenguaje coloquial, el llamado movimiento
romántico en Chile durante ese período no fue tan sólo una moda de forma­
lidades superficiales. Impregnó el lenguaje literario, agilizó el debate intelec­
tual replanteando el problema del clasicismo, y provocó, a través de sus
sugerencias, una serie de conflictos que abarcaron también el ámbito de lo
social y lo político. Fue un concepto que asumió una multiplicidad de signi­
ficados en toda Hispanoamérica, especialmente durante los años 40, y, por
ello, llama a confusión cuando se intenta aplicar el concepto de “romanticis­
mo” al campo de la historia de las ideas literarias, políticas y filosóficas.
El romanticismo surgió en Europa como reacción al racionalismo ilus­
trado, e inspiró el retorno hacia las fuentes históricas en la búsqueda de
elementos nacionales unificadores. También se volcó hacia los sentimientos
y frustraciones del mundo burgués en el proceso de elaboración de claves
que le permitiesen enfrentar la modernidad.3 En España, su manifestación
fue comparativamente más débil, aunque no por eso dejó de aportar mode­
los, como Larra y Espronceda, que fueron profusamente reproducidos en
Chile. El romanticismo fue introducido en Chile a través de la traducción de
obras europeas por literatos e intelectuales chilenos, y especialmente argen­
tinos. Fueron publicadas y representadas en el país en forma temprana, des­
tacando entre ellas Ernesto de Rafael Minvielle (1842).4 A diferencia de Euro­
pa, en América, el romanticismo sirvió la finalidad de la independencia cul­
tural y política; el corte del cordón umbilical que le ataba con la Madre
Patria. No en vano, incluso Andrés Bello que, en ocasiones, y concretamente
en el curso de la polémica que analizaremos, aparece como defensor del
clasicismo, hablaba de la “emancipación inteligente” o de la “emancipación
mental” para referirse a las tareas correspondientes al paso de la Colonia a la
Independencia.5 El romanticismo era uno de los recursos de esta emancipa­
ción, y en ese aspecto Bello compartía esa visión liberadora. El movimiento
asumió, por lo tanto, un primer contenido rupturista, convirtiéndose en res-

3 María ele la Luz Hurtado, Teatro Chileno y Modernidad: Identidad y Crisis Social (Santiago:
Gestos, 1998), p. 50.
4 Ibid., p. 51.
5 Cfr. Arturo Andrés Roig, “Andrés Bello y los Orígenes de la Semiótica en América Latina”, en
Cuadernos Universitarios, n° 4 (Quito: Ediciones Universidad Católica, 1982).
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 197

ponsable e inspirador de la discusión en torno a la necesidad urgente de


realizar las culturas nacionales.
El romanticismo recogió y amplió los contenidos que la idea de na­
ción había recibido a través del tiempo, fortaleciendo los vínculos entre ésta
y los conceptos de comunidad, lengua, raza y creencias religiosas.6 Con ello
difundió el principio de nacionalidad como comunidad de origen y cultura.
Aunque el romanticismo en Europa contribuyó paulatinamente a separar la
tradicional sinonimia entre nación y estado, en Chile, en la medida en que el
estado creaba la nación, se mantuvo esa correspondencia simbólica. Ese es
el origen del fomento a las literaturas nacionales, tan presente en el Discurso
Inaugural de la Sociedad Literaria que pronunció Lastarria el 3 de mayo de
1842, donde plantea la literatura como instrumento para el desarrollo del
espíritu.7 La literatura debe ser la expresión auténtica de nuestra nacionali­
dad; ella es “...la expresión de la sociedad, porque en efecto es el resorte que
revela de una manera, la más explícita, las necesidades morales e intelectua­
les de los pueblos; es el cuadro en que están consignadas las ideas y pasio­
nes, los gustos y opiniones, la religión y las preocupaciones de toda una
generación”.8 También las motivaciones hacia la creación de gramáticas y
hacia la publicación de las historias nacionales se entroncan en esta vertiente
del romanticismo.
La negación antidialéctica del pasado español, la postura adánica, la
voluntad de independencia política y cultural, la afinidad con las doctrinas
de progreso, y la dedicación hacia el forjamiento de identidades nacionales
son al mismo tiempo parte del contenido ideológico del liberalismo hispano­
americano, cuyos exponentes recogen el contenido del romanticismo euro­
peo y le expresan en un discurso representativo del liberalismo criollo.9 De
hecho, el poeta romántico francés, Alphonse de Lamartine, cuya obra sobre

6 Cfr. Oscar Godoy, “Idea de Nación”, en Revista Universitaria, n° 37 (1992), p. 27; para el caso
latinoamericano, Pilar González-Bernaldo, “La Nación como Sociabilidad. El Río de la Plata,
1820-1862”, en Frangois-Xavier Guerra y Mónica Quijada (coords.), Imaginarla Nación, op.
cit., p. 179; y José Carlos Chiaramonte, “En Torno a los Orígenes de la Nación Argentina”, en
Marcello Carmagnani, Alicia Hernández Chávez, Ruggiero Romano (coords.), Para una Historia
de América, II, op. cit.
7 Bernardo Subercaseaux, Lastarria, Ideología y Literatura, op. cit., p. 61.
8 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 97.
9 Cfr. Leopoldo Zea, The Latín American Mind (Oklahoma: University of Oklahoma Press,
1963), p. 15 y sgts. También Bernardo Subercaseaux, Lastarria: Ideología y Literatura...,
op. cit.
198 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

los girondinos causó la mayor conmoción en la sociedad chilena, inspiró a


toda una generación en su lucha a favor del liberalismo, la cual incluso
adoptó como seudónimos a los personajes de la obra francesa. Así, Lastarria
fue Brissot; Francisco Bilbao, Vergniaud; Pedro Ugarte, Danton; Manuel Bil­
bao, Saint-Just; y Santiago Arcos, Marat.10No obstante, Bilbao reprochó al
autor francés por no satisfacer sus expectativas políticas. En una carta de
juventud dirigida a su amigo Aníbal Pinto expresó: “Sobre Lamartine te digo.
Es apasionado a la doctrina del fatalismo y por eso es poco liberal. Es muy
cristiano-cristiano, no filósofo y por eso es socialista, tan material en su prosa
y tan quejoso en el verso. Pero gran poeta, no hay duda”.11 Resultaba eviden­
te que los mentores europeos y sus obras debían cumplir, en la mente de los
liberales chilenos, un rol inspirador y ejemplificador para las sociedades
latinoamericanas.
En el terreno de las ideas políticas y sociales, el socialismo romántico
de Saint-Simon y su discípulo Pierre Leroux fue una de las corrientes román­
ticas que tuvo mayor receptividad en Hispanoamérica. Inspiró el Dogma
Socialista del argentino Esteban Echeverría (1838) e impregnó el discurso
político de Sarmiento.12 Alberdi, por otra parte, se arrogó el rol de iniciador
de sus compatriotas en las nuevas doctrinas cuando afirmó: “Yo les hice
admitir (a Echeverría y a Juan María Gutiérrez) las doctrinas de la Revista
Enciclopédica en lo que más tarde llamaron el Dogma Socialista”,13 El idea­
rio del Saint-Simonismo se convirtió en patrimonio de los liberales, constitu­
yendo una “mélange” sólo explicable por la particular forma de apropiación
y adecuación de las ideas políticas europeas en América. Los liberales extra­

10 Sobre la influencia que produjo Lamartine entre los jóvenes intelectuales chilenos el más
importante testimonio se encuentra en la obra del historiador Benjamín Vicuña Mackenna,
Los Girondinos Chilenos, op. cit.
11 Bilbao a Pinto, 28 de febrero de 1843, SMA 7107.
12 Según el pensador José Enrique Rodó, Esteban Echeverría fue el autor del primer ejemplo de
emancipación de la fantasía poética, y precursor de la generación romántica chilena de 1842,
con su poema La Cautiva, publicado en 1837. Cfr. Milton Rossel, “La Polémica del
Romanticismo”, Atenea, tomo LXXXV1I, n° 265 (julio 1947).
13
Juan Bautista Alberdi, Obras Postumas, vol. XV, p. 295. Citado por Raúl A. Orgaz, Sociología
Argentina (Córdoba: Assandri Editores, 1950 ), p. 348. Las ideas socialistas de Saint-Simon y
sus seguidores se publicaban en la Revue Encyclopedique y en Le Globe. En 1844 Francisco
ilbao pedía a su amigo Aníbal Pinto (futuro Presidente de Chile) que le enviara las revistas
mencionadas, “sobre todo lo que tenga relación con Leroux o la religión’’. Bilbao a Pinto, 19
de agosto de 1844, SMA 7102.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 199

jeron del socialismo su interés moral por el desarrollo económico e industrial


como medio para eliminar la pobreza e incorporar nuevos sectores a la vida
social activa, convirtiéndole en un socialismo individualista, romántico y
burgués. Alberdi reconoció esta forma particular de apropiación del conteni­
do ideológico socialista en América cuando admitió que existía un “abismo”
de diferencia entre este y el europeo. “No tienen nada en común más que el
nombre”, dijo argumentando que el socialismo siempre había existido como
expresión de una buena sociedad.14 En realidad tenían poco en común pero,
aún así, el término “socialismo” ejercía un poderoso atractivo como sinóni­
mo de un “interés social” ejercido desde la cúspide hacia la “sociedad” que
no alcanzaba esas alturas.
El socialismo, en su apropiación local, sirvió como uno de los víncu­
los establecidos entre liberales y románticos. La afirmación de Bilbao sobre
Lamartine confirma la estrecha asociación que se hizo en la época entre el
romanticismo y el liberalismo en la mente de los pensadores americanos y
chilenos en particular: Lamartine es, lamentablemente, “poco liberal”. Es decir,
no existía juicio aséptico sobre la obra literaria de un autor al margen de su
posición política. También, si se analiza el Discurso Inaugural de Lastarria, es
fácil percibir esta relación y, aún más, el problema fundamental que plantea­
ba la concepción instrumental de la cultura en función de las aspiraciones de
progreso, identidad nacional y consolidación de un estado republicano que
animaba tanto a los sectores conservadores como a los liberales. Son
sintomáticas de ello sus citas de Artaud, expresando que “la literatura es
como el gobierno: el uno y la otra deben tener sus raíces en el seno mismo
de la sociedad...”, así como la siguiente afirmación de Lastarria: “La literatura
moderna sigue el impulso que le comunica el progreso social, y ha venido a
hacerse más filosófica, a erigirse en intérprete de ese movimiento”.15 Antonio
García Reyes, quien asumiera una posición anti-romanticismo durante la
polémica que se desató, también reconoció, al redactar el prospecto de El
Semanario de Santiago en 1842, un fin utilitario a la literatura, al asignarle la
tarea de “educar al pueblo y proporcionarle un medio sano y cívico de
expansión”. Como respecto de este punto fundacional existía acuerdo entre

14 Juan Bautista Alberdi, “Prólogo” a “Los Ideales de Mayo y la Tiranta” de Esteban Echeverría,
citado en Leopoldo Zea, The Latín American Mind, op. cit., p. 23
15 José Victorino Lastarria “Discurso Inaugural de la Sociedad Literaria”. En Recuerdos Literarios,
op. cit., p. 103-
200 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

todos los sectores que conformaban la elite del país, la orientación que
asumiera la cultura se convertía en fundamental, en la medida que se reco­
nocía que de sus valores se desprendían consecuencias que afectaban el
poder del grupo dirigente.
La polémica en torno al romanticismo, que involucró a la generación
liberal de 1842, tuvo como sustrato el punto de vista común a toda la elite en
torno a la concepción utilitaria de la cultura. Surgió, en realidad, por la
lectura del contenido socio-político del texto romántico más que por un
problema de crítica literaria. Y en esto, los americanos nuevamente se distin­
guen de los europeos, en la medida en que incluso novelas de tesis euro­
peas, como las escritas por Víctor Hugo, Eugéne Sue, y George Sand, recubren
lo ideológico con pasiones y suspenso, revelando, como dice Bernardo
Subercaseaux, fe en la literatura y en la imaginación, una creencia en la
misión profética del escritor.16 En Hispanoamérica, particularmente en Chile,
el romanticismo sirvió propósitos de reivindicación de una autonomía inte­
lectual, y de creación de una identidad cultural.17 Proporciona, o más bien se
cree que autoriza, una libertad de expresión y formal que complementa la
libertad de pensamiento que exhibe la nueva generación. Cuando se produ­
ce el conflicto en torno al romanticismo, se trata de alguna manera de una
reedición de la disputa entre el predominio de las instituciones o de las
costumbres como agentes del cambio social. La libertad de expresión, la
“licencia” formal, podría constituir el antecedente que, como las costumbres,
precede el cambio, imprimiéndoles un carácter ante el cual las instituciones
acaban doblegándose. En los capítulos anteriores hemos sostenido que en
1842 el sistema político-institucional concebido y construido por la clase
dirigente no presentaba grietas que alertaran contra posibles desafíos. El
problema del romanticismo, como el de la lengua, indican que la clase diri­
gente chilena estaba alerta no sólo hacia los desafíos a su poder factual, sino
también a aquellos que atentaban contra los principios que inspiraban el
consenso tácito que regía en su interior, y sobre el cual reposaba el aparato
institucional su sustrato valórico. La concepción utilitaria de la cultura impo­
nía una visión que establecía vínculos entre la innovación en este rubro y el

16 Bernardo Subercaseaux, Lastarria, Ideología y Literatura, op. cit., p. 115.


17 El pensador uruguayo José Enrique Rodó divide la obra de “reivindicación de la autonomía
literaria” en dos caracteres principales: el sentimiento de la naturaleza y el sentimiento de la
historia”.. Cfr. José Enrique Rodó, “Juan María Gutiérrez y su Epoca”. En El Mirador de
Próspero ( Madrid: Aguilar Ediciones, 1967 ), pp. 690-739.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 201

cambio social, aunque sólo fuera comprensible para una cúpula intelectual.
Ellos se erigían, sin embargo, en guardianes del “orden”, estableciendo los
límites a la discusión y autorizando una mayor o menor difusión según su
participación como contendores o jueces. Los contenidos románticos no eran
nuevos en el Chile de 1842; sin embargo, en esa fecha despertaron pasiones
cuya motivación queremos indagar.
Efectivamente, la lucha entre clásicos y románticos había estallado en
Francia entre 1820 y 1822 por varias obras, entre las que destacan las Medi­
taciones de Lamartine, las Poesías de Alfredo de Vigny, las Odas y el prólogo
a la obra Cromwell de Víctor Hugo. Cuando el eco de las disputas llegó a
Chile, Andrés Bello simpatizó con el romanticismo como movimiento libera­
dor del arte. Dos años y meses después del estreno en Francia de Hernani
de Víctor Hugo (1830), Bello escribía en El Araucano-, “Se ha reconocido,
aun en París, la necesidad de variar los procederes del arte dramático; las
unidades han dejado de mirarse como preceptos inviolables. Las reglas no
son el fin del arte, sino los medios que él emplea para obtenerlos”.18 En ese
mismo año de 1833, en parte a causa de este artículo, desde las columnas de
El Araucano, Bello entró en polémica con el periódico El Correo, acusado de
querer introducir el romanticismo y la licencia en el país.19
En esta primera polémica, Bello figuró en el banquillo de los acusa­
dos, si bien su posición distaba mucho de una defensa acérrima del roman­
ticismo y, más aún, de un rechazo a todas las reglas. Sus inclinaciones por la
literatura romántica decían relación con la posibilidad de escapar a la obser­
vancia estricta de los tres
i órdenes, y obtener así una mayor libertad creadora.
Por ahora, su visión del romanticismo no le permitía considerarlo un desafío
en sus implicancias o, si se lo sugería, le aparecía suficientemente remoto
como para merecer tomarlo en cuenta, como un peligro eventual contra una
estructura de poder, que Bello consideraba natural y afiatada. Evidentemen­
te, la mayor apertura hacia una libertad literaria no implicaba necesariamen­
te licencia para el cambio socio-político. Por eso, Bello pudo exteriorizar su

18 El Araucano, Santiago, 21 de junio de 1833. El Hernani sólo se estreno en Chile en 1843 en


una traducción en prosa por Ernesto Minvielle.
19 Ver El Araucano, Santiago, 20 y 27 de Junio de 1833 y El Correo Mercantil, Santiago, 27 de
junio de 1833. La acusación se hace mas comprensible si se recuerda que en el Prólogo de
Hernani, Víctor Hugo afirmó que “el romanticismo, tantas veces mal definido, no es, si bien
se mira, sino el liberalismo en literatura, y esta es su verdadera definición”. Cfr. José Victorino
Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 136.
202 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

admiración por los poetas románticos en el estudio detallado de su obra.


Tradujo el drama Teresa, de Alejandro Dumas, teatralizado en Santiago en
1836, y en 1841 publicó su Canto Elegiaco al Incendio de la Compañía,
poema romántico.20 Fue maestro de nuevas generaciones en las iniciaciones
románticas, incluyendo a su hijo Carlos, quien en 1843 estrenó Los Amores
del Poeta, primera expresión dramática de ese género en Chile, y a Rafael
Minvielle, autor del drama Ernesto, una de las obras mas populares de la
década. La primera fue ambientada en Francia, y la segunda, en España. En
1843, don Andrés publico La Oración por Todos, traducción del poema “La
Priére pour Tous”, publicado en Hojas de Otoño de Víctor Hugo.21
ElJudío Errante y Los Misterios de París de Eugenio Sue, y El Paseo de
las Viudas de Charles Rabou son algunas de las obras románticas dadas a
conocer por la imprenta del diario El Mercurio. El Crepúsculo publicó una
serie de poemas románticos de Santiago Lindsay y de Carlos Bello, además
de la imitación de Víctor Hugo, Sara en el Baño, por Hermógenes de Irisarri.22
La Revista de Ambas Américas, en los 251 artículos que alcanzó a publicar
antes de desaparecer, otorgó también amplio espacio a la reproducción o
discusión de textos románticos. El Progreso, con Sarmiento de editor, y el
grupo de La Revista de Valparaíso, que lideraba el argentino Vicente Fidel
López, se contaron entre los más apasionados polemistas sobre el tema.

2. Literatura y sociedad
Si el movimiento romántico era tema conocido para la sociedad y la
intelectualidad chilena desde 1830, resulta curioso que una polémica sobre
su relación con la cultura y la sociedad tuviese que esperar hasta 1842. Llama
doblemente la atención si se considera que la disputa entre clásicos y román­

20 Miguel Luis Amunátegui se refiere así al poema: “Podría decirse, si fuera permitida la expresión,
que es una poesía románticamente clásica. Puede decirse con entera exactitud que es una
poesía compuesta fuera de las preocupaciones e influencias de toda secta literaria, en que se
respetan con los clásicos las leyes eternas del arte, en que se buscan con los románticos los
nuevos horizontes abiertos al ideal artístico por la civilización moderna”. De la Influencia de
don Andrés Bello en los Orígenes del Movimiento Intelectual de Chile de 1842 (Santiago: S/I,
S/F). pp. 69-70.
21 El Crepúsculo, Santiago, 1 de octubre de 1843, p. 245.
22 Ibid., p. 237.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 203

ticos había terminado hacía casi una década, y que si bien los intelectuales
chilenos habían adoptado con gusto ciertos rasgos del romanticismo que
expresaban sus preocupaciones de fondo, ni Bello ni sus discípulos se con­
virtieron en defensores a ultranza de la nueva escuela. Efectivamente, Bello
siempre condenó la tendencia de algunos a caer en la cursilería. Por su
parte, el principal opositor al romanticismo, Salvador Sanfuentes, reconocía
a éste sus ventajas. De la misma manera como se enfrentó a Sarmiento como
anti-romántico, al final de la polémica asumió una postura ecléctica, y criticó
el clasicismo riguroso en duros términos: “Nadie estará tal vez mas fastidiado
que nosotros de los innumerables sonetos llorones a Filis, de las insulsas
églogas pastorales, de los poemas cristiano-mitológicos, y de las ridiculas
odas amorosas que inundaban no ha mucho el parnaso español”.23
Incluso Sarmiento, líder con López de la facción considerada pro­
romántica, aparece ambiguo en su posición. De hecho, un año antes de la
polémica, a propósito de la exhibición de La Nona Sangrienta, hizo gala de
toda su ironía para ridiculizar la obra desde el título mismo. “Catacumbas,
venenos, espectros, fantasmas, el desconocido, la visión, llamas, la víctima,
los gitanos, el puñal, la muerte, el lecho nupcial, lo horroroso hasta no más,
la desesperación, la fatalidad, todos los elementos, accidentes e incidentes
que acompañan el drama de nuestros días, lo romántico en fin, porque La
Nona Sangrienta es un drama romántico desrrejado y desaforado a más no
poder”.24 Sarmiento declaró en innumerables ocasiones su desprecio por un
movimiento que consideraba ya superado por la historia. Su posición, sin
embargo, aparece como pro-romántica, en la medida en que comparte las
insinuaciones sociales y la disposición al cambio que se desprenden del
contenido romántico, así como la liberalidad en las formas, las cuales consi­
deraba que permitían la expresión de sentimientos y valores, entre ellos
socio-políticos, hasta ese momento excluidos del canon literario.
La problemática en torno al romanticismo en Chile requiere por lo
tanto de un análisis que considere, al menos, dos niveles. El primero se
refiere al movimiento romántico propiamente tal, a los valores que propug­
nó y sus implicancias socio-políticas. El segundo se vincula con el discurso

23 Citado en Hugo Montes y Julio Orlandi, Historia de la Literatura Chilena (Santiago: Zig-Zag,
1974).
24 “La Nona Sangrienta”, El Mercurio de Valparaíso, 29 de agosto de 1841. Cfr. Domingo Faustino
Sarmiento, Obras Completas, op. cit., tomo X, p.110.
204 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

elitista chileno y su comprensión de la influencia del fenómeno romántico,


aplicado a la realidad de la nación que se quería construir.
Respecto del primer tema, el romanticismo no fue sólo un movimien­
to literario, sino también una concepción del mundo, un tipo de pensamien­
to.25 Sus orígenes se remontan a la Revolución Francesa, a la reacción contra
la Ilustración y el racionalismo. La obra del filósofo alemán Herder represen­
ta el modelo inicial de un pensamiento romántico, cuando descubre que los
pueblos y las culturas son más que una mera sociedad organizada para fines
racionales al modo contractual. El habla de un espíritu, un alma colectiva
que se vierte en primer lugar en la poesía tradicional, en el lenguaje y en
todos sus contenidos. Llevado al terreno de la sociedad, valoriza la produc­
ción popular como agente de cultura, y cree en sus comunidades, tradicio­
nes y creaciones como elementos fundantes de la identidad cultural de una
nación. En ese sentido, desmiente la visión voluntarista que cree que basta
con un marco institucional apropiado para conducir al pueblo hacia la adop­
ción y asimilación de los valores del grupo que detenta el poder. En el plano
de la política, permite el establecimiento de otros elementos vinculantes al
margen del derecho positivo y de la mera obediencia a una ley escrita o a la
Constitución. A la inversa de la concepción propia del Despotismo Ilustrado,
para el romanticismo la obediencia a la autoridad en el Estado no puede ser
fruto de la mera superioridad jurídica, sino que reposa en elementos mora­
les. En el derecho, valora la costumbre como un conjunto realmente existen­
te; la primacía de lo concreto por sobre un reformismo abstracto y el
voluntarismo liberal. La libertad se concibe como algo cualitativo y no como
una igualdad atomística. En ese sentido, los románticos rechazan el indivi­
dualismo puro, para volcarse hacia las comunidades originales y la valora­
ción de su proceso evolutivo.
Mirado desde este punto de vista, el romanticismo parecía tener poco
que aportar al ideario de la clase dirigente chilena. Esta, si bien compartía en
cierto sentido la noción de gradualidad en el cambio y de evolución que
predominó en el romanticismo más conservador, era totalmente enemiga de
desvincular a la nación de los lazos jurídicos e institucionales que la ataban
al Estado, bajo su dominio. La clase dirigente temía que en el proceso de
recuperar la cultura nacional afloraran costumbres y tradiciones que, en

25 Cfr. Mario Góngora, Civilización de Masas y Esperanza. Y Otros Ensayos. (Santiago: Vivaría,
1987), en particular: “Romanticismo y Tradicionalismo”.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 205

muchos sentidos, podían conducir al cuestionamiento de la legitimidad en la


hegemonía de su poder, construida desde la organización del Estado. Por lo
tanto, el romanticismo aportaba argumentos para las facetas más conserva­
doras y también las más liberales del país, lo que explica en parte la relación
tensa y ambigua que los liberales más democratizantes tuvieron hacia él. No
obstante, dominó la discusión la liberalidad hacia las reglas y la desvincula­
ción que el romanticismo autorizaba de lazos formales, fundamento de acti­
tudes de confianza al interior de la clase dirigente. Por ejemplo, si bien el
romanticismo revalorizaba la religión, y la concebía como un sentimiento
profundo y omnidimensional, no la hacía coincidir obligatoriamente con un
marco eclesiástico determinado. Al cuestionar, por tanto, la tutela de la Igle­
sia Católica sobre la verdad religiosa, se provocaba una ruptura de vínculo
institucional y cultural importante, en una sociedad que se percibía a sí
misma como recién separada del vientre materno, y uno de cuyos pilares de
cohesión era una visión católica del mundo. Es sintomático de lo anterior la
afirmación de Sarmiento que dice: “Sea de ello que fuere, el drama románti­
co es el protestantismo literario. Antes había una ley única, incuestionable, y
sostenida por la sanción de los siglos, mas vino Calvino y Lutero en religión,
Dumas y Victor Hugo en drama, y han suscitado el cisma, la herejía, de que
nacieron después el deísmo y el ateísmo, y el romanticismo en el arte, del
que, cuando el caos se desembrolle, veremos salir en materias de teatro,
ortodojos, puritanos, cuáqueros, unitarios, y metodistas”. Como ya es habi­
tual en Sarmiento, termina afirmando la irreversibilidad del proceso de refor­
ma, ya que ni la Inquisición “podrá contener la marcha de las ideas”.26 En
otra parte que evoca el “ardid de la razón” hegeliano, Sarmiento afirma que
el público no sabe por qué, pero reacciona según los sentimientos e ideas
que (el teatro) expresa “hagan o no vibrar las cuerdas de su corazón. Dice
que el teatro “representa las necesidades sociales de la época” y “tiene ade­
más una visible tendencia a la regeneración de las costumbres y de las ideas”.
Reconoce entonces al teatro una función como instrumento político y de
progreso.27
El segundo nivel, relativo a la visión que tiene la elite chilena sobre la
influencia del fenómeno romántico en la realidad cultural y socio-política del
país, exige dar importancia al discurso de la clase dirigente al interior de su

26 “La Nona Sangrienta”, El Mercurio de Valparaíso, 29 de agosto de 1841.


27 Domingo Faustino Sarmiento, “Teatros”, El Mercurio de Valparaíso, 20 de junio de 1842.
206 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

particular definición de romanticismo. Para ello, la polémica a que nos refe­


riremos ofrece un ámbito inmejorable, si bien se hace necesario esclarecer
algunos puntos que contribuyen a hacer difusa la filiación de los contendores.
Como ya ha quedado de manifiesto, Sarmiento, quien aparece como el de­
fensor de la causa romántica, dista mucho de ser el seguidor fiel de ésta.
Andrés Bello, quien aparece en el bando de los acusadores, estaba también
muy lejos de ser el anti-romántico o el clásico riguroso. La solución a esta
paradoja pasa por la comprensión del momento histórico en que la polémica
se produjo, en especial del ambiente de cambios políticos y sociales. Es
necesario recordar también que la elite visualizaba la cultura como un agen­
te de cambio cuyo control no debía escapársele, y, finalmente, tener en
consideración la componente de vulnerabilidad que se incorpora a la menta­
lidad de la elite, sin distinción entre conservadores y liberales, ante la incer­
tidumbre que provoca la sensación de transitoriedad social y política.28
En una discusión sobre el surgimiento de la oposición política en
Chile, uno de los principales antagonistas del gobierno de Bulnes, y padre
del historiador Benjamín Vicuña Mackenna, Pedro Félix Vicuña, incluye al
romanticismo entre las ideas que influyeron sobre la evolución política del
país; lo considera una “secta” que se proponía “contrariar las reglas de cuan­
to había existido; la historia, las ciencias, la literatura y la política eran el
campo de estos adalides, en que un furor anárquico dominaba”. Una figura,
tan progresista como él, justificó que se llenaran de “aflicción las familias,
por el trastorno de todos los principios que sostienen y organizan la socie­
dad, y por la anarquía orgullosa con que jóvenes imberbes se creían llama­
dos a regenerar la patria”.29
La clase dirigente chilena, independiente de la disidencia entre sus
miembros al interior del espectro político, tenía una concepción común de la
cultura como agente de cambio social, a la que nos hemos referido anterior­
mente.30 Respecto del romanticismo, esta visión unitaria, aunque homogé­
nea, es bastante paradójica, pues para todos los sectores políticos, la nueva
corriente literaria tenia atractivos y defectos, haciéndoles entrar en contradic-

28 Los capítulos 1 y 2 analizan en detalle el contexto histórico del período respecto de los
problemas que nos ocupan.
29 Pedro Félix Vicuña, Vindicación de los Principios e Ideas que han servido en Chile de apoyo
a la Oposición en las Elecciones Populares de 1846 (Lima: Imprenta del Comercio, 1846).
30 Cfr. capítulo 3-
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 207

0
ciones. La complejidad del movimiento romántico permitía que todos los
bandos se sintieran interpretados por diversos matices dentro de un universo
que daba lugar, por una parte, a la expresión de visiones conservadoras y
tradicionalistas como por ejemplo la revalorización de las virtudes del espíri­
tu caballeresco y del sentimiento religioso, y por otra, a demandas propias
de los elementos más progresistas, especialmente aquellas que se referían a
la incorporación social y democratización de la sociedad. Ejemplo de esto
último es la lectura de obras como el Ruy Blas de Víctor Hugo, donde pare­
cen derribarse barreras entre clases sociales. En definitiva, esta versatilidad
que permitía el movimiento romántico, sumada a que la elite chilena había
adoptado posturas más propias de un “liberalismo cauto” que de un conser­
vadurismo, permite aproximarse al conflicto en torno al romanticismo como
una polémica al interior de un consenso, que reflejó muy bien los problemas
de gradualidad en el cambio, de democratización de la sociedad, y de ten­
sión por la influencia de la cultura en la conformación de nuevas estructuras
de poder.31

3. La polémica literaria y el cambio sociopolítico


De las reflexiones anteriores se desprende que la polémica que se
desató en 1842 no fue un mero acaso, sino que debe vinculársele estrecha­
mente con el surgimiento de la opinión pública, con el florecimiento de las
actividades culturales que se producía en el país y con la intensificación del
diálogo intelectual que* promovían las nuevas publicaciones como La Revista
de Valparaíso, El Semanario de Santiago, y El Museo de Ambas Américas. De
hecho, el propósito de estos periódicos había sido en parte vincular a la
nación con el pensamiento predominante en Europa y contribuir a la asimi­
lación de nuevas ideas. No sería, por lo tanto, acertado afirmar, como lo hace
Francisco Antonio Encina, que la polémica se debió a la arrogancia de Vicen­
te F. López o a las rivalidades nacionales que insinuaba la participación

31 Mario Góngora, Civilización de Masas y Esperanza, op. cit. Respecto del romanticismo, las
diferencias entre liberales y conservadores en Chile se plantean alrededor de sus referentes
europeos. Los primeros adoptan preferentemente el romanticismo social francés con su
motivación por la libertad, y los segundos se inclinan hacia el costumbrismo español, cuyo
pensamiento se expresa en los escritos de Vallejo, Pérez Rosales y José Zapiola, Cfr. Hernán
Godoy, La Cultura Chilena..., op. cit., p. 330.
208 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

conjunta de los argentinos en el mismo bando.32 El rol de éstos fue decisivo,


pero la complejidad de la interrelación entre la polémica del romanticismo y
el universo valórico que sustentaba el poder de la clase dirigente chilena no
permite ese nivel de simplificación.
Entre los actores de la polémica literaria, Vicente Fidel López fue jus­
tamente el responsable de su inicio. Era un joven abogado de 25 años,
exiliado como sus compatriotas, hijo de un ilustre poeta argentino, quien
actuaba como editor de la recién fundada Revista de Valparaíso. En el nume­
ro 4, correspondiente a mayo de 1842, López publicó un artículo titulado
“Clasicismo y Romanticismo”, que activó la alarma de la elite intelectual y
desató, por lo tanto, la discusión. Ella aporta un hito importante para la
comprensión de la relación entre la polémica intelectual y la estructura de
poder de la clase dirigente chilena de la época. El discurso intelectual y
literario dejó al descubierto los pilares en que la elite apoya su predominio,
y los temores que surgen cuando se percibe cierta fragilidad en su base de
sustento. El surgimiento de una polémica por intermedio de la prensa, a raíz
de un asunto en apariencia meramente literario, que sin embargo crea una
arena donde se discuten problemas sociopolíticos, plantea de por sí la exis­
tencia de una vinculación estrecha entre literatura y sociedad. Por lo anterior,
también parece desacertada la posición de Abraham Kónig, biógrafo de
Jotabeche, quien se suma a las críticas de éste, y afirma que el artículo de
López era “...un tejido de vulgaridades dichas en un estilo pretencioso...”33
Eso implica un énfasis exclusivamente en las formas, y una falta de com­
prensión de los verdaderos alcances de la interrelación entre formas y conte­
nido.
El primer reto, contenido en “Clasicismo y Romanticismo”, se produce
cuando su autor denuncia el atraso del teatro chileno debido a la situación
política que había imperado en el país en la década de 1830. El desinterés
artístico era, por tanto, “...el resultado lógico de los antecedentes que cons­
tituían nuestras convicciones, nuestros modos de vivir y nuestro modo de ser

32 Refiriéndose a la polémica del romanticismo, Encina acota: “El romanticismo había sido sólo
el pretexto de un choque que obedecía a rivalidades nacionales y al amor propio irritado.
(...) Vicente Fidel López, en vez de buscar el gusto del público y halagarlo, lo trató de alto
abajo (...) Vallejo se burló de él en términos crueles y Salvador Sanfuentes arremetió con
acritud contra el malhadado artículo”. Francisco Antonio Encina, op. cit., tomo 12, pp. 427-
433-
33 Citado en Alberto Edwards, “Jotabeche”, estudio crítico y biográfico, en Biblioteca de Escritores
de Chile, Obras de don José Joaquín Vallejo, (Santiago: Imprenta Barcelona, 1911), p. xxvi.
SEGUNDA PARTE / CAP VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 209

social y público”.34 La denuncia abarcaba más allá de la clase política, a la


clase dirigente chilena en su totalidad, en tanto cuanto administradora del
Estado. Esta, a juicio de López, consideraba que “toda novedad introducida
en las ideas, las costumbres o los intereses es un elemento de disolución”. Su
rechazo es hacia “todo aquello que es nuevo y que, por serlo, sale del
círculo trazado por los intereses y tendencias del espíritu conservador”. El
autor comparte el universo intelectual que establece una interrelación entre
los cambios culturales y sociales. Por eso afirma que: “Una novedad provoca
dudas, reflexiones, desengaños, que todos a la vez son síntomas mortales,
para la dominación pacífica del antiguo régimen. He aquí el germen de
revolución que siempre llevan las novedades literarias”.35 La reflexión de
López alerta especialmente porque, a su juicio, esta novedad, el romanticis­
mo, lleva a una revolución, a pesar de haber surgido como una reacción
conservadora. Paradójicamente, planteándose revisar los preceptos impues­
tos por la Ilustración, y recuperar la cadena de tradiciones que había roto la
Revolución Francesa, especialmente entre idioma, organización social y reli­
gión, trazó un camino que conduce a la búsqueda de los antecedentes socia­
les y, por ello, a la destrucción del “fatuo despotismo”, de la inflexibilidad de
las reglas, y de todo aquello que trababa el libre curso de la condición
perfectible de la naturaleza humana. De alguna manera, la recuperación de
un orden implicaba la destrucción de todo orden. Quedaba planteado, por
lo tanto, el fin de los límites arbitrarios que mantenían atada la literatura y el
progreso social, con normas establecidas por una autoridad cuya legitimidad
es puesta en duda.36
k

34 Vicente Fidel López, “Clasicismo y Romanticismo”, Revista de Valparaíso, tomo I, n° 4 (mayo


de 1842) en Norberto Pinilla, La Polémica del Romanticismo en 1842 (Buenos Aires: Editorial
Américalee, 1943 ), p. 13.
35 Ibid., p. 14.
36 López demuestra en este artículo la influencia del pensamiento de Augusto G. Schlegel y
Mme. de StaeL Para una discusión sobre este tema, ver Emilio Carilla, Estudios de Literatura
Hispanoamericana, (Bogotá: S/P, 1977), tomo I. Miguel Luis Amunátegui, en 1866, juzgó
con dureza el artículo de López en un texto que expresa la dificultad que había para
comprender que, más allá de la confusión ideológica de sus autores, existía un contenido
claro que fue perfectamente comprendido por los intelectuales que respondieron defendiendo
las estructuras sociales que reconocían verdaderamente desafiadas: “Era uno de los primeros
casos”, dice, “de los embrollos metafísicos de que después hemos tenido que soportar tantas
repeticiones, en que se desenvuelven las mayores vulgaridades y aun necedades sin arte ni
lógica, sin claridad ni respeto a las reglas gramaticales, con frases huecas y altisonantes que
hacen revivir un culteranismo de nueva especie, pero tan insoportable como el de Góngora
y sus discípulos”. Ver Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, op. cit.y tomo 12, p. 427.
210 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Si bien ese artículo de López quedó inconcluso, la respuesta no se


hizo esperar y provino de los sectores políticamente más conservadores,
incluso independientemente de su apego a la corriente romántica. Con ello
quedaba demostrada la implicancia de las aseveraciones de libertad literaria
para la estructura socio-política dominada por la clase dirigente. Salvador
Sanfuentes, miembro de la elite, de filiación conservadora, aunque poeta
romántico, tomó la pluma y sin ambages se dirigió explícitamente hacia el
punto más vulnerable. “Por mucho que respetemos a Víctor Hugo, por más
bellezas de orden superior que encontremos en sus obras, no podemos
menos que rebelarnos contra él, cuando un Ruy Blas, nos junta a un lacayo
que nunca ha sido más que un lacayo, locamente enamorado de una reina,
y preñado el corazón de pensamientos y aspiraciones que apenas cabrían en
el alma de uno de los más orgullosos grandes de España”. “Semejantes mons­
truosidades no existen en la naturaleza”, agregó, en una afirmación que
implicaba una acusación de subversión del orden natural que dictaba las
normas de la organización social y establecía las jerarquías sociales.37
Del mismo tenor fue la respuesta, también por la prensa, de Jotabeche.
José Joaquín Vallejo, provinciano, de posiciones políticamente conservado­
ras y contrario a la ingerencia de los argentinos en la vida cultural chilena se
abanderó desde un comienzo con los detractores del romanticismo. Con su
estilo irónico, resaltó su percepción de éste como una moda de mal gusto y
contraria al ordenamiento social. Mofándose del “espíritu de socialitismo” de
sus defensores, afirmó que para “hacerse romántico” no bastaba más “que
abrir la boca, echar tajos y reveses contra la aristocracia, poner en las estre­
llas la democracia, hablar de independencia literaria... tutear a Hugo, Dumas
y Larra..”. Romanticismo, democracia, socialismo y alteración social apare­
cen como sinónimos para el conservadurismo chileno, relación que sus
contendores no sólo no desmienten sino que refuerzan con un lirismo que
permite que la imaginación de la elite extrapole las figuras literarias al cam­
po socio-político, con la misma licencia con que el romanticismo describe
las pasiones del alma humana. Aunque en un artículo posterior, El Mercurio
demuestra el espíritu de desafío cuando escribe: “La poesía debe ser no una
faz de la bella literatura sino un agente activo de la literatura verdadera y
socialista, cuya tendencia no es solo recrear la imaginación de los ociosos,
sino aplaudir y embellecer cuanto útil y honroso deba la patria demandar al

37 El Semanario de Santiago, n° 2, 21 de julio de 1842.


SEGUNDA PARTE / CAP VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 211

ciudadano”. En el mismo texto, sostenía que la literatura debía hacerse eco


de los intereses de “las clases bajas... que son llamadas por nuestros princi­
pios fundamentales a entrar un día en el ejercicio de todos los derechos
políticos...”38
A pesar de su ridiculización de La Nona Sangrienta, justamente por
la posibilidad que le brindaba la polémica de relacionar el discurso literario
con su voluntad de incorporación social, Sarmiento ingresó en ella con una
serie de artículos aparecidos en El Mercurio. En primer lugar, dejó en claro
que no se proponía “rehabilitar el romanticismo, porque ésta era una tarea
inútil: el romanticismo no expresa hoy nada; y es una vulgaridad ocuparse
de él como de una cosa existente”. Hace ya diez años que la “escuela román­
tica en Europa fue enterrada y sepultada al lado de su antecesor en literatura,
el clasicismo”. Sarmiento descartó cualquier posibilidad de considerar la
polémica como una discusión meramente literaria, pues como tal no tendría
sentido, y ello se confirma cuando, en el mismo artículo, opina que el ro­
manticismo ha sido reemplazado por “la escuela socialista, o progresista",
expresión de las necesidades actuales de la sociedad.39 Para cualquier per­
sona era evidente en ese momento que el socialismo no era una corriente
literaria sino una visión global de la sociedad. Imponerla como sucesora del
romanticismo implicaba que no se estaba discutiendo únicamente sobre lite­
ratura sino sobre un orden social. La posición de Sarmiento no es, por tanto,
de defensa del romanticismo. De hecho, consistente con su posición ante­
rior, afirma que el romanticismo fue una forma de insurrección literaria que,
después de destruir antiguas barreras, no construyó un orden alternativo,
k
labor que deja en manos del “socialismo, es decir, la necesidad de hacer
concurrir la ciencia, el arte y la política al único fin de mejorar la suerte de
los pueblos, de favorecer las tendencias liberales, de combatir las preocupa­
ciones retrógradas, de rehabilitar al pueblo, al mulato y a todos los que
sufren”.40 En una afirmación que refuerza lo anterior, Sarmiento sostiene que
la meta de su acción política es el establecimiento de un gobierno democrá­
tico y “el triunfo del mérito, tal como se presente”.41

38 Anónimo, “La Poesía Americana” en El Mercurio de Valparaíso, 14 de febrero de 1844. No ha


sido incluido en las Obras Completas ni en el Indice de publicaciones de Sarmiento preparado
por Paul Verdevoye. Sin embargo, el tenor sugiere la autoría del argentino.
39 El Mercurio de Valparaíso, 25 de julio de 1842.
40 El Mercurio de Valparaíso, 28 de julio de 1842.
41 El Mercurio de Valparaíso, 29 de julio de 1842.
212 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

El principio que informa la frase “triunfo del mérito” no presentó difi­


cultades en su comprensión. El problema ya había sido planteado por
Sanfuentes en su lectura del Ruy Blas, y Sarmiento no hizo más que confir­
mar sus aprensiones. Sarmiento asignaba a la literatura el rol de “rehabilitar
al hombre que sufre por las preocupaciones de la sociedad, al genio que se
rebulle en el fango en que lo han echado desigualdades ficticias...” El socia­
lismo, asumiendo su papel de portavoz de estas nuevas tendencias, repre­
sentaba a quienes se avergonzaban de “que el plebeyo, el mulato, con talen­
to, con virtudes, sea despreciado y mantenido en una inferioridad inmereci­
da”.42 Es decir, Sarmiento apelaba no sólo a la democratización del gobierno
sino también de las estructuras sociales, tema que pasó a ser el dominante en
el discurso de los aparentes defensores del romanticismo. Vicente Fidel López
resumió la discusión como el permanente conflicto entre “innovadores y
tradicionalistas” y otorgó un rol meramente instrumental al romanticismo,
como “tránsito a una nueva situación”: “el reino de la libertad constitucional
y la subordinación del egoísmo predicado por la filosofía del Siglo XIX”.43 Lo
que se planteaba en realidad era el fin de una forma de racionalidad, que no
conseguía sobreponerse a la eclosión de sentimientos que amplían la mirada
hasta incluir en la visión aspectos de la naturaleza y también de la sociedad,
que hasta ese momento permanecían ordenados dentro de una jerarquía
incuestionada. La incapacidad de encasillar sentimientos ocasionó desbor­
des de pasión amorosa, pero también de idealismo social, en un mundo
donde los límites al cambio habían sido removidos creando una confusión
tal, que incluso un movimiento como el romántico, que nació para defender
la tradición, terminó innovando revolucionariamente.
La literatura ejercía influencia directa sobre la sociedad, proceso que
alarmó e hizo reaccionar a la elite chilena. Sin embargo, ella es también el
reflejo de su época. Sarmiento reconoció ambas realidades cuando afirmó
que tal vez existiese exageración en el Ruy Blas, “pero hay poesía, y dice a
cualquier plebeyo: ‘tú puedes amar a una reina o puedes ser Presidente de
Chile’”. La posición de la clase dirigente ante estas influencias es
comprensiblemente de alarma, pues la literatura aparece como reflejo de
una época cuyo presente es de alguna manera desconocido, en la medida en
que se encuentra en transición hacia un concepto, para la mayoría vago, de

42 El Mercurio de Valparaíso, 28 de julio de 1842.


43 Vicente Fidel López, La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 1 de agosto de 1842.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 213

progreso. Para quienes lo tenían más claro, como Juan Bautista Alberdi, el
progreso significaba “la extensión de los principios de nuestra revolución
democrática, al dominio de la literatura y de la lengua; un paso más, una faz
nueva, digámoslo así, del cambio de 1810; es la revolución hecha en la
expresión (la literatura), después de haberse hecho en la idea (la socie­
dad)...” Y citando a Larra, agrega: “Libertad en literatura como en las artes,
como en la industria, como en el comercio, como en la conciencia. He aquí
la divisa de la época...”44 Planteada esta definición libertaria de la época,
parece lícito que la clase dirigente chilena se pregunte si corresponde discu­
tir, como reflejo de la época, posibilidades que parecen totalmente excedi­
das de cualquier realismo y, más aún, de cualquier proyecto democratizador
que ella contemple, como por ejemplo la posibilidad de que las clases infe­
riores gocen de derechos al margen de la gradualidad dictada por el instinto
de sobrevivencia del grupo dirigente.
No por acaso, la polémica culminó con un llamado generalizado hacia
la fijación de límites. Se imploraron límites a la acción de la prensa y a todas
las formas polémicas, especialmente por parte de los más conservadores,
cuyo universo valórico parece haber sido el más tocado. En una intervención
mediadora y final, Antonio García Reyes, parlamentario y futuro autor de la
Memoria presentada ante la Universidad de Chile sobre la Primera Escuadra
Nacional, acusó a Sarmiento de aplicar tácticas inmorales. Dijo también: “En
vez de polémicas, se ha excitado una riña de puñal, en vez del tono comedi­
do que la educación recomienda, se ha empleado la manera de la plebe
soez...”45 La polémica sobre el romanticismo, a juicio de los sectores más
conservadores, estaba a punto de abandonar el ámbito literario que le había
dado lugar y posibilidad. Como lo afirmara Sarmiento hacia el final de la
polémica, “la cuestión del romanticismo ha sido, sin embargo, de mucho
provecho. Bajo la apariencia de una cuestión literaria, se han desarrollado
principios sociales que le importa a la juventud estudiosa no perder nunca
de vista; y se han despertado esas dos tendencias que se hacen la guerra en
todas las sociedades y que en la nuestra parecían estar adormecidas, a saber,
la del progreso, la del statu quo”.46

44 Juan Bautista Alberdi, “Algunas vistas sobre la Literatura Americana”, Revista de Valparaíso,
tomo I, n° 6 (julio de 1842).
45 “Cuestión Literaria”, El Semanario de Santiago, n° 4 (4 de agosto de 1842).
46 “Segunda Correspondencia de un Imparcial”, El Mercurio de Valparaíso, 7 de agosto de
1842.
214 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

4. Innovación y tradición; literatura y lengua


Los mecanismos de defensa de la elite supieron obviar el conflicto
entre “tradicionalistas e innovadores”, entre “el progreso y el statu quo”, y la
animosidad se dirigió preferentemente a los argentinos, convirtiendo el con­
flicto en un asunto de nacionalidad, donde se expresaron todas las enemis­
tades que la superioridad cultural de los argentinos había provocado.47 Con
ello permanecía, al menos momentáneamente, intocado el pilar de orden
social, lo que queda de manifiesto en un artículo de La Gaceta del Comercio
donde se afirma que la lucha entre la escuela clásica y la romántica expresa
la pugna entre el espíritu aristocrático y el democrático, y se reconoce que
“lo único sensible... en la presente polémica es que la verdadera cuestión no
se ha desenvuelto sino muy imperfectamente, y que se ha parado en el
mismo punto de partida...” El articulista dice que el blanco de la discusión
era identificar las tendencias retrógradas y progresistas, a fin de “ventilar...
algunas cuestiones sociales de mucha importancia para la juventud que estu­
dia y para el país en general”.48
El fracaso para los sectores más progresistas, sin embargo, no es más
que aparente, pues, de hecho, la discusión se centró en el problema del
cambio, y dejó en evidencia la existencia permanente de polaridades tales
como innovación-tradición; progreso-statu quo; legitimistas-liberales; aristó­
cratas-demócratas. Estas polaridades son parte integrante de la cultura políti­
ca de la clase dirigente y encuentran su expresión, especialmente como
énfasis, en todos los ámbitos de la discusión. Existe un acuerdo tácito sobre
los límites definitorios de cada polo, especialmente en el discurso proselitista.
De ahí que polémicas de tono académico, como la polémica del romanticis­
mo, tengan límites más amplios en la medida en que no tienen poder de
convocatoria política, por más claro que su contenido quede para las figuras
de mayor renombre intelectual.
Respecto del cambio, para los sectores más conservadores, el roman­
ticismo parecía una ruptura tajante. Eso permite explicarse en parte que

í'~i Ver Alejandro Fuenzalida Grandón, Lastarria y su Tiempo (Santiago: Imprenta Universo,
1909)
48 La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 9 de agosto de 1842. Este artículo ha sido atribuido a
Vicente Fidel López, pero Norberto Pinilla, en La Polémica del Romanticismo de 1842, op.
cit., lo desmiente.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 215

sectores que nunca defendieron el clasicismo en literatura, o que incluso


adherían al estilo romántico, como es el caso de Salvador Sanfuentes, apare­
cieran involucrados apasionadamente en la polémica asumiendo la posición
más tradicionalista. Esta no se explica en función de tal o cual tendencia
literaria sino por su actitud de rechazo a todo cambio radical. En un comen­
tario crítico al Atala de Chateaubriand, el articulista de El Museo de Ambas
Américas condena tan solo el hecho de que el autor francés hubiera servido
de fuente de inspiración para partidarios de una mayor liberalidad en las
normas como George Sand: “A un falso sistema, comenzado por Chateaubriand
con virtuosa intención, le prosiguieron escritores que no tenían la cabeza ni
el corazón de el”. Con ello se entendía que sus seguidores, fundadores de la
escuela romántica, se apartaron del camino al no respetar que “en materia de
historia literaria, las transiciones entre el último de una época ya gastada y el
primero de una revolución intelectual, nunca son bruscas, sino graduales y
casi invisibles...”49 En este sentido, la clase dirigente chilena demostraba su
carácter fundamentalmente conservador. No se oponía al cambio; no era en
ese sentido tradicionalista. Tampoco podía aceptar, en la defensa de su vi­
sión de mundo, una posición innovadora tal como parecía definida por quie­
nes apelaban al romanticismo, especialmente por sus repercusiones sociales.
A pesar del reduccionismo que denota el texto, Bello tuvo un acierto notable
cuando intentó definir el problema partiendo de las polaridades detectadas.
“En literatura”, escribió, “los clásicos y románticos tienen cierta semejanza no
lejana con lo que son en la política los legitimistas y los liberales. Mientras
que para los primeros es inapelable la autoridad de las doctrinas y prácticas
que llevan el sello de* la antigüedad, y el dar un paso fuera de aquellos
trillados senderos es rebelarse contra los sanos principios, los segundos, en
su conato a emancipar el ingenio de trabas inútiles, y por lo mismo, perni­
ciosas, confunden a veces la libertad con la más desenfrenada licencia. La
escuela clásica divide y separa los géneros con el mismo cuidado que la
secta legitimista las varias jerarquías sociales; la gravedad aristocrática de su
tragedia y su oda no consiente el mas ligero roce de lo plebeyo, familiar o
doméstico. La escuela romántica, por el contrario, hace gala de acercar y

49 “Chateaubriand y su influencia sobre la literatura francesa “El Museo de Ambas Américas, op.
cit., tomo III, n° 30, pp. 235-243. Es probable que este artículo, que aparece sin firma,
pertenezca al director de la publicación, Juan García del Río, autor de 230 de los 251 artículos
que publicó la revista.
216 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

confundir las condiciones...”50 Bello hace su comentario a propósito de la


fusión entre posiciones ultramonarquistas y ultraclásicas que se dan en el
español Hermosilla. Con ello intenta demostrar que efectivamente el cambio
abarca el universo de la cultura y la sociedad en su totalidad; que el verdade­
ro conservador que quiere controlar el ritmo de las alteraciones sociales
debe contener simultáneamente todas las vertientes de cambio y que, en
este caso concreto, el romanticismo ha hecho su irrupción en forma simultá­
nea con la democracia.
Sobre este punto están de acuerdo ambos bandos de la discusión. Los
detractores de Bello, en un artículo aparecido en La Gaceta del Comercio,
afirmaron: “La cuestión del romanticismo... pertenece a la literatura moder­
na, y con decir esto ya se entiende que debe ser una cuestión social que
afecta más o menos ios intereses del ciudadano y que pone en movimiento
algunas pasiones. Con efecto, en la lucha de la escuela clásica con la román­
tica, ¿quién no ve conmoverse las bases sociales de distintas épocas y pugnar
abiertamente la tradición con el espíritu innovador y la aristocracia con el
espíritu democrático?”51
En este punto toma mayor sentido la existencia de una vinculación
entre polémicas culturales, sobre lengua y literatura, y el problema del cam­
bio social. Queda claro que el problema de la innovación en literatura tenía
relación directa con la innovación en la sociedad, con el cambio, y que allí
asumía importancia vital el cambio en materia lingüística. En su Discurso
Inaugural, Lastarria había remarcado la necesidad de que la literatura expre­
sase el progreso del pueblo, y en ese concepto había basado su defensa de
la creación de una literatura verdaderamente nacional. Sin embargo, a juicio
de los jóvenes progresistas, el cambio no podía ser aislado. “He aquí las
causas de la oposición que así en política como en literatura hallamos en
nuestro pueblo a las innovaciones; queremos el fin sin el medio, y ésta es la
razón de su poca solidez”.52 No obstante, cuando se hablaba de “medio” se
entendía fundamentalmente al lenguaje, el cual debía proporcionar la posi­

50 Andrés Bello, “Juicio Crítico a Don José Gómez de Hermosilla”, Obras Completas, op. cit.,
vol. VII, p. 265.
51 Anónimo, La Gaceta del Comercio, Valparaíso. 9 de agosto de 1842. Se le ha atribuido a
Vicente Fidel López, pero Norberto Pinilla lo desmiente.
52 Domingo Faustino Sarmiento, El Mercurio de Valparaíso, 25 de junio de 1842. El artículo era
una protesta contra la decisión de la Municipalidad de Valparaíso de no construir un teatro
en la ciudad.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 217

bilidad de expresar el polo innovador de la dicotomía entre innovación y


tradición. Una literatura innovadora, reflejo de una sociedad progresista, re­
quería de una lengua capaz de convertirse en “la lengua de una democracia;
una lengua que representa una sociedad en la que todo el mundo puede
hablar y obrar sin más requisito que hacerlo con justicia o con razón en el
fondo, y en que la expresión es tan amplia como la libertad de la palabra”.53
En este punto radica una de las motivaciones que tuvo el sector más conser­
vador para reaccionar contra “Clasicismo y Romanticismo” y desatar la polé­
mica. Allí se especificaba que “el idioma, la organización social y la religión
son tan dependientes entre sí que no se puede ni debe nunca separarlos”. En
su concepción, “la gramática y la retórica son datos más bien que leyes”. Y
agregaba que el romanticismo había “destruido el fatuo despotismo de las
reglas gramaticales y retóricas” para poder reflejar el estado de avance en la
marcha del progreso del pueblo que utiliza las lenguas y tiene, por lo tanto,
también nuevas necesidades expresivas.54
El problema de la innovación y la tradición, al igual que en la polémi­
ca sobre la lengua, decía relación también con los referentes culturales y el
cambio de modelo desde España a Francia. Este cambio de eje, como hemos
afirmado en capítulos anteriores, contribuía a la incertidumbre de la elite
chilena en cuanto confirmaba la separación de los vínculos de autoridad
tradicionales, cortaba uno de los últimos puntos de contacto con un mundo
de verdades únicas, y, al mismo tiempo, insinuaba un eventual proceso re­
volucionario como el producido en Francia. En literatura también se produjo
el viraje, si bien los románticos españoles tuvieron amplia influencia en el
país. En Santiago se presentaron obras originales de Mariano José de Larra,
especialmente el Macías, a quien se admiraba por su espíritu progresista y
liberal, así como por su análisis severo de la literatura española y sus ansias
de libertad en la lengua. Espronceda y Zorrilla fueron también ampliamente
reproducidos en la prensa de la época. Sin embargo, los requisitos impues­
tos por la creación de una nueva identidad cultural, lo que Lastarria entendía
como concomitante al surgimiento de una literatura nacional, requería de
nuevos referentes. Alberdi lo expresa inmejorablemente cuando diagnostica

53 Juan Bautista Alberdi, “Algunas vistas sobre literatura americana Revista de Valparaíso,
tomo I, n° 6 (julio de 1842).
54 Vicente Fidel López, “Clasicismo y Romanticismo “ Revista de Valparaíso, tomo I, n° 4 (mayo

de 1842), pp. 22-24.


218 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

el estado de transitoriedad de la sociedad americana, considerándola como


“una de esas grandes épocas de refundición social y de embrión de un
mundo desconocido”. En su visión, por lo tanto, la vinculación con la Madre
Patria debía ceder terreno a nuevas relaciones. “Tenemos pues que convenir
en que si nuestra poesía ha de ser la expresión de la sociedad que nace en
América, y no de la sociedad de España que se retira, es necesario que,
como nuestra sociedad, nuestra poesía sea nueva..” El argentino basa su
argumentación en la “mutua dependencia, que todos reconocen hoy, de la
literatura con la sociedad”.55 Refuerza su posición estableciendo libertades
de asociación referencial en el pensamiento y en las ideas. “¿Hay alguna ley
divina providencial que nos haya condenado a no tener más nacionalidad
que la de la España y a vivir moviendo como subalternos y aprendices la
pesada rueda de sus retrógradas tradiciones? ¡Qué miserable idea de nues­
tros destinos y de nuestro genio nacional! ¡Qué ridicula pretensión!”56
La proposición de Lastarria de formar una literatura nacional era posi­
ble sólo en el plano del “deber ser”, y no como expresión orgánica de la
sociedad.57 Por lo tanto, si se busca la separación de las pautas culturales
impuestas por España, necesariamente surge el problema de su sustitución,
y para los liberales chilenos Francia parecía el modelo más atractivo. Insis­
tiendo en el argumento anterior, Francisco de Paula Matta, joven publicista
liberal, insistía en que era preciso estudiar fuera del país: “porque nada
tenemos, y es en vano pretender rebajar el talento para nivelarlo con la
ignorancia. Mas ¿quién se halla hoy a la cabeza de la Europa? La Francia; esta
poderosa nación provee a todo el mundo con sus libros, abastece la Italia, la
España y la América. En ella es donde se beben los raudales de ciencia; su
literatura es hoy la mejor y más adelantada y Chile más que a ninguna otra
debe a ella su empuje de civilización...” Su posición descartaba toda defensa
contra la internación de ideas que hiciesen peligrar la visión de la elite sobre
el cambio, pues proponía la apertura total hacia la imitación, como “paso
fatal por donde es preciso marchar para el desenvolvimiento del progreso”.58
Esta visión de fatalidad que acompañaba toda reflexión sobre el tránsito

55 Juan Bautista Alberdi, “Algunas vistas sobre literatura americana”, Revista de Valparaíso,
tomo I, n° 6 (julio de 1842), p. 117.
56 Ibid., p. 119.
’7 Bernardo Subercaseaux, Lastarria, Ideología y Literatura, op. cit.
’8 Francisco de Paula Matta, “Boletín Dramático”, El Crepúsculo, Santiago, n° 3 (1 de agosto de
1843), p. 103.
SEGUNDA PARTE / CAP. VI / LITERATURA Y LIBERTAD: EL ROMANTICISMO 219

hacia la modernidad hacía evidente nuevamente la vigencia de una incerti­


dumbre respecto del destino final que imponía la visión de progreso a la que
la elite chilena había adherido intelectualmente. Su consenso tácito sobre el
orden social como factor desencadenante del desarrollo, y como garantía de
la supervivencia de su estructura de poder, se percibía amenazado desde
que se hacían evidentes las relaciones entre la discusión literaria y el cambio
político-social que la polémica en torno al romanticismo había mostrado sin
escándalo y, sobre todo, sin trascender el ámbito de la discusión entre nota­
bles. La incertidumbre aumentaba cuando la clase dirigente se percataba que
la tendencia era que cada vez fuera más difícil imponer los límites de la
manera acostumbrada, sobre todo porque se desconocía la extensión del
cambio. Matta afirmaba que “la civilización siempre marcha porque su soplo
es vigoroso como las tempestades del océano. Si ella parece retroceder algu­
na vez, no es más que para tomar aliento y concentrar sus fuerzas, semejante
al inmenso océano que se retira murmurando de la playa para cubrirle bajo
el azote de la tormenta con sus soberbias olas”.59 El fatalismo progresista
extendía sus tentáculos alertando con razón a una clase acostumbrada histó­
ricamente a controlar las riendas del poder y a medir sus pasos, a fin de que
los consensos tácitos que le permitían funcionar como grupo abierto y pro­
gresista no sufrieran desafíos que exigieran imponer límites severos.

59 Ihid., p. 106.
VII
Realidad e interpretación: Visiones sobre
el pasado alteran el presente y el futuro

1. La disciplina histórica en el país


La efervescencia intelectual que caracterizó a Chile durante la década
de 1840, y la cuidadosa construcción del futuro en que se empeñaban sus
líderes, inspiraron también renovados esfuerzos por conocer el pasado y
atarlo a la cadena de progreso que experimentaba el país. La instauración de
la república fue vivida por sus contemporáneos como un momento de rup­
tura con la legitimidad anterior, lo cual explica un transitorio abandono de
los intereses históricos en beneficio del constructivismo que exigía la consti­
tución del estado nacional. Se mantuvo inédita la obra de los grandes histo­
riadores coloniales, como el Abate Molina, Pérez García, Carvallo y Goyeneche;
los estudiosos normalmente se lamentaban de que los personajes más con­
notados de la lucha revolucionaria eran unos ilustres desconocidos.1 El natu­
ralista francés Claudio Gay aportó uno de los primeros eslabones a la cadena
histórica republicana. Fue contratado en 1830 por el ministro Portales para
escribir una historia física y política de Chile, obra que quedó inconclusa a la
muerte del autor, pero que representa un increíble esfuerzo por reunir la
evidencia documental necesaria para conocer la historia de Chile.2

1 Diego Barros Arana, Un decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo I, p. 541. Francisco
Antonio Encina y Leopoldo Castedo, Resumen de la Historia de Chile, op. cit., tomo II,
p. 1030.
2 Su obra consta de 16 volúmenes sobre botánica y zoología, publicados entre 1845 y 1854;
dos grandes volúmenes, con láminas de carácter geográfico, zoológico, botánico e histórico,
el Atlas de la Historia Física y Política de Chile publicado en París en 1854, y su Historia
Física y Política de Chile, publicada también en París entre 1844 y 1848.
222 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

También en 1830, Andrés Bello inició algunas reflexiones históricas


de carácter público, analizando temas de actualidad en El Araucano. Co­
mentando, por ejemplo, la Revolución de Julio de ese año en Francia, men­
cionaba especialmente el aporte pedagógico de los hechos del pasado en el
proceso de encadenamiento progresivo del devenir humano y social, el cual,
a pesar de “oscilaciones momentáneas, camina progresivamente a la perfec­
ción del sistema social, esto es, al orden asociado con la libertad”.3
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos aislados de algunos intelectua­
les, la sociedad ilustrada, la mayoría futuros miembros de la llamada Genera­
ción de 1842, recién en la década de 1840 tomó conciencia públicamente de
la carencia de conocimientos históricos, y la necesidad de apoyo a estos
estudios, asumiendo el liderazgo en la reivindicación de la historia. En la
misión destacó, en primer lugar, el futuro ministro Antonio Varas, quien en
1839 tomó la iniciativa para la constitución de una “Sociedad de Historia”
empeñada en reunir y ordenar documentos históricos. Si bien este grupo
pereció a poco andar, la idea se mantuvo y pudo fructificar con la creación
de la Universidad de Chile. Su primer rector, Andrés Bello, acogió con entu­
siasmo la idea de Miguel de la Barra, incorporada a la ley orgánica de la
Universidad, según la cual, en la sesión solemne anual del Claustro Pleno,
“en uno de los días que subsiguen a las fiestas nacionales de septiembre, con
asistencia del Patrono y Vice-Patrono... se pronunciará un discurso sobre
alguno de los hechos más señalados en la historia de Chile, apoyando los
pormenores históricos en documentos auténticos y desenvolviendo su ca­
rácter y consecuencias con imparcialidad y verdad. Este discurso será pro­
nunciado por el miembro de la Universidad que el rector designare al inten­
to”.4 Asimismo, se consignó que para obtener el grado de Bachiller en la
Facultad de Filosofía y Humanidades, el candidato debía rendir un examen
que demostrase su conocimiento de “los principios generales de historia
antigua y moderna, y en particular de historia de Chile...”5
Este capítulo intentará mostrar el proceso de validación de la discipli­
na histórica en la cultura chilena, incluso más allá del ámbito académico,
como parte constitutiva del proceso de creación de la identidad nacional, y

3 Andrés Bello, “Revolución de Julio de 1830 en París”, El Araucano, Santiago, 27 de noviembre


de 1830.
4 Anales de la Universidad de Chile 1843-1844, (Santiago: 1846), tomo I, p. 28.
5 Ibid., p. 70.
SEGUNDA PARTE / CAP. Vil / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE. . 223

como instrumento de poder, en ia medida en que la recreación del pasado


explicaba el presente y servía de argumento para la creación del futuro. Ello
deriva en parte de las principales corrientes de pensamiento que influyeron
sobre la concepción histórica y, por tanto, hace necesario delinear sus ras­
gos. También se analizarán los trabajos históricos que hizo José Victorino
Lastarria en la época (1844 y 1848), para comprender las polémicas que
desataron, en el contexto de la estructura de poder, y establecer la necesaria
relación de éstas con los valores consensúales que sustentaban la hegemonía
del grupo dirigente en esa década.

2. La filosofía de la historia
Que la clase dirigente chilena tuviese especial interés en la reivindica­
ción de los estudios históricos se explica, en parte, al tomar en cuenta, en
primer lugar, el auge que esta disciplina había tenido en Europa, en particu­
lar desde la Revolución Francesa, y los debates que motivaba la “filosofía de
la historia”, tema predilecto de filósofos, juristas, teólogos e historiadores. Es
también fundamental considerar que al interior del espacio vacío que había
dejado en América la pérdida de la legitimidad monárquica latía una enorme
voluntad de reinstalación de vínculos que permitieran recomponer o que­
brar definitivamente con elementos discursivos referidos a realidades socio-
políticas y culturales de la metrópoli. La valoración, positiva o negativa, de la
experiencia histórica reciente, más allá del mero relato de los hechos como
lo sugería la filosofía de la historia, otorgaba al discurso histórico una por­
ción de autoridad sólo comparable con el poder rector que ejercía sobre las
conciencias el magisterio eclesiástico.
Todos los líderes intelectuales del país reconocían, en el plano teóri­
co, la importancia de la filosofía de la historia. Aunque luego fuese necesario
desconocer en la práctica lo que se sustentaba en el plano de las ideas, negar
la importancia de la moda europea no era aceptable, menos aún cuando sus
publicistas eran los brahmanes intelectuales de la universidad francesa: Víctor
Cousin, Jules Michelet, Edgar Quinet y Jean-Louis-Eugéne Lerminier. Por su
intermedio, los chilenos recibían además las especulaciones filosóficas e his­
tóricas de la intelectualidad alemana e italiana. Quinet produjo la traducción
que dio a conocer a Johann G. Herder, y Michelet hizo accesible La Ciencia
Nueva de Gianbattista Vico. Gracias a ellos, se introdujeron en el vocabulario
culto de la nación términos y frases como “sociabilidad”, “filosofía de la
224 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

historia”, “progreso”, “espíritu humano”, los cuales fueron naturalizados no


sólo al idioma castellano, sino también al contexto cultural local. El Cours
sur L’Histoire de la Philosophie que dictó Víctor Cousin en 1828 dio al con­
cepto de filosofía de la historia un ámbito mayor, y tuvo una enorme influen­
cia en Chile, donde llegó dos años después.6 Cousin había introducido la
filosofía de Johann F. Hegel y Dugald Stewart en Francia. Su pensamiento,
considerado altamente complejo y desafiante, establecía tres ideas principa­
les sobre las cuales debía basarse la filosofía de la historia: la supremacía de
la filosofía, es decir, de la vida de las ideas en el desarrollo histórico del
hombre; la influencia de la geografía en el desarrollo humano, y la importan­
cia de los grandes hombres en la señalización de la dirección de ese desarro­
llo. La idea de que el progreso hacia una meta definitiva es el propósito
último de la historia se encuentra implícita y explícita en su obra. Si bien
Michelet y Quinet, discípulos de Cousin, modificaron en parte sus ideas,
fueron los grandes responsables, junto a Lerminier, del auge de un
intelectualismo histórico, es decir, de la tendencia a identificar la filosofía de
la historia con una historia idealista, sobre la base de la noción de que las
ideas están en la génesis de los cambios y revoluciones sociales, constituyen­
do, por lo tanto, el motor del cambio histórico.7
Como en capítulos anteriores, nuevamente no puede dejar de men­
cionarse la influencia de los emigrados argentinos, y su rol de intermediación
de las ideas europeas. Antes que en Chile, las primeras generaciones repu­
blicanas entraron en contacto con el sensualismo de Condillac y las proposi­
ciones ideológicas de Cabanis y Desttut de Tracy, abandonando paulatina­
mente los argumentos tomistas sobre fe y razón. Juan Crisóstomo Lafinur
fue, según el líder de la Generación de 1837 argentina, Juan María Gutiérrez,
quien marcó el cambio de visión de mundo. “Antes de él”, dice, “los profeso­
res de filosofía usaban sotana; él, con las ropas de un simple ciudadano
privado y hombre del mundo, secularizó primero las aulas y luego los funda-

6 Fue tal su impacto que El Mercurio debió responder a un reproche de El Araucano cuyo
editor consideraba inaceptable que se hubiese publicado primero en Bolivia la traducción
del Curso de Cousin. El Mercurio se excusó diciendo que quienes se interesaban podían
leerlo en francés. Cfr. El Mercurio de Valparaíso, 28 de mayo de 1845.
7 Las elaboraciones de Edgard Quinet fueron especialmente importantes en relación a la obra
de Francisco Bilbao. Discutiremos sus aportes en el capítulo pertinente. Cfr. Bernardo
Subercaseaux, Lastarria, Ideología y Cultura, op. cit., p. 208; y Raúl A. Orgaz, “Sociología
Argentina” en sus Obras Completas (Córdoba: Assandri 1950), tomo II, capítulo III.
SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 225

mentos de la enseñanza”.8 Primero en la residencia de Miguel Cañé, y luego


en el taller de Marcos Sastre, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Juan
Bautista Alberdi y Vicente Fidel López produjeron sus primeras obras y pre­
pararon el terreno para su intervención en la vida intelectual chilena. Alberdi
resumió bien el programa que los exiliados argentinos llevaron en su diáspo-
ra: “Pero si la percepción del camino que debe recorrer nuestra sociabilidad
debe surgir tanto del estudio de la ley progresiva del desarrollo humano,
como de las cualidades específicas de nuestra nacionalidad, se concluye que
nuestras obras inteligentes deben seguir dos direcciones: primero, la investi­
gación de los elementos filosóficos de la civilización humana; segundo, el
estudio de las formas que esos elementos deben recibir bajo las influencias
particulares de nuestra era y nuestra tierra. Respecto de lo primero, es útil
escuchar la inteligencia europea, más educada y versada en cosas humanas
y filosóficas que nosotros. Respecto del segundo punto, no necesitamos con­
sultar a nadie, a no ser nuestra Razón y nuestra observación”.9
A diferencia de Argentina, el movimiento que en Chile acogió las
ideas europeas, mediatizadas en Francia y en Argentina, inició sus activida­
des utilizando canales institucionales, y se expresó en la creación de nuevas
instituciones, de las que la Sociedad Literaria y la Universidad de Chile son
los ejemplos más destacados. Surgió también al interior de un ámbito defini­
do por lo político, donde la primacía de los valores consensúales de la clase
dirigente no permitía ser puesta en duda. Lastarria lo expresa así: “Todo el
interés de la organización política, por ejemplo, se cifró en el orden, palabra
mágica que para la opinión pública representaba la tranquilidad que facilita
el curso de los negocios, con más la quietud que ahorra sobresaltos, conci­
llando la paz del hogar y de las calles; y que para los estadistas y los
politiqueros significaba el imperio del poder arbitrario y despótico, es decir,
la posesión política del poder absoluto que en los tranquilos tiempos de la
Colonia usufructuaban los seides del rey de España”.10 Tanta relevancia ha­
bía asumido el tema de la filosofía de la historia, que en 1842 El Museo de

8 Juan María Gutiérrez, Noticias Históricas sobre el Origen y Desarrollo de la Enseñanza Pública
Superior en Buenos Aires, desde 1767 hasta 1821 (Buenos Aires: Ediciones de la Cultura
Argentina, 1915 ), p. 70.
9 Juan Bautista Alberdi, “Doble armonía entre el objeto de esta institución, con una exigencia
de nuestro desarrollo social; y de esta exigencia con otra general del espíritu humano” en
Félix Weinberg, El Salón Literario de 1837 (Buenos Aires: Hachette, 1977 ), p. 141.
10 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 58.
226 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION.. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Ambas Américas dedicó diez artículos, a pasar revista a todas las tendencias
de filosofía de la historia. Sin negar la trascendencia de una escuela que
concita atracción en Europa, y suscribiendo la utilidad de la historia, el autor,
seguramente uno de sus propietarios, el colombiano Juan García del Río,
decía añorar el momento en que, “desengañados los pueblos de ilusiones
seductoras y corruptrices, se convenzan que después de todo, la nación más
feliz es aquella cuyas instituciones, a la sombra de un poder más fuerte y
protector ofrecen mayores garantías para el reposo de los ciudadanos, y para
el dulce y apacible cultivo de la industria, las artes y las letras”. Se insiste en
que la moral de la historia debe fundarse siempre “en el respeto debido a la
autoridad legal, ya sea ejercida por reyes en una monarquía o por magistra­
dos electivos, y a nombre del pueblo, en una república”.11
La expansión del conocimiento que permitió, por ejemplo, la Socie­
dad Literaria, a pesar del reducido número de sus miembros, fue en gran
parte producto de las lecciones privadas que daba Andrés Bello en su casa.12
Aunque el espíritu de renovación que animaba a la Generación de 1842 en
ciernes se desarrolló dentro de los límites de una relación estudiante-alum­
no, según Lastarria, fue gracias a las lecturas ilustradas de la futura genera­
ción liberal, que bebía de la fuente de la historiografía francesa, que pudo
producirse el despertar del grupo que se interesaría en la historia y la utiliza­
ría como elemento de tesis para sustentar sus doctrinas. En opinión de
Guillermo Feliú Cruz, así se da inicio a una modalidad “que no nos es pro­
pia. Esa era la tendencia del siglo”.13 Entre las tendencias más importantes
figuraba el romanticismo, el cual valorizó como estímulo en el proceso de
creación de una identidad nacional, los principios de libertad y de autono­
mía nacional, que recogió por todas partes la literatura hispanoamericana,
incluyendo a Lastarria. El ensayista uruguayo José Antonio Rodó consideró
que “la obra de reivindicación de la autonomía literaria” debe comprenderse
en sus dos caracteres principales, el sentimiento de la naturaleza y el senti­
miento de la historia.14 Ello explica que por lo general coincidiesen en los
mismos jóvenes las preocupaciones literarias e históricas, rasgo propio del

11 El Museo de Ambas Américas, op. cit., tomo I, n° 8, pp. 321-322.


12 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 32.
13 Guillermo Feliú Cruz “Interpretación de Vicuña Mackenna” en Atenea, tomo XXCV, p. 165.
14 José Enrique Rodó, “Juan María Gutiérrez y su Epoca” en El Mirador de Próspero, op. cit.,
p. 710.
SEGUNDA PARTE / CAP VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE. . 227

movimiento romántico, cuyas ideas llegaban a costas americanas. De estos


intereses participaban, entre otros, Santiago Lindsay, Salvador Sanfuentes,
Francisco Bilbao, Jacinto Chacón, Juan Bello, Manuel Antonio Tocornal, Diego
José Benavente, Cristóbal Valdés y, por supuesto, José V. Lastarria.
El Discurso Inaugural, pronunciado por Lastarria ante los miembros
de la Sociedad Literaria, expresó bien la simultaneidad de la preocupación
literaria e histórica. Si bien la literatura era su nodulo, sirvió también para
explicitar algunos de los puntos principales de la nueva concepción históri­
ca. Afirmando el rol de la literatura como expresión de la sociedad, argu­
mentó que se había alcanzado una tercera y victoriosa fase en su historia,
dominada por “la perfectibilidad social”. “La literatura moderna sigue el im­
pulso que le comunica el progreso social, y ha venido a hacerse más filosó­
fica, a erigirse en intérprete de ese movimiento”. “En vez de juzgar las obras
del poeta y del artista únicamente por su conformidad con ciertas reglas
escritas, expresión generalizada de las obras antiguas, se esforzará en pene­
trar hasta lo íntimo de las producciones literarias y en llegar hasta la idea que
representan. La verdadera crítica confrontará continuamente la literatura y la
historia, comentará la una por la otra, y comprobará las producciones de las
artes por el estado de la sociedad”.15
El comentario del argentino Vicente Fidel López al Discurso demues­
tra que Lastarria representaba con su pensamiento la preocupación de un
sector que comprendió exactamente el alcance de sus palabras: “Se le ve
poseído de la idea de que es una novedad fecunda la que aparece aquí; y
que esta novedad es un resultado de la ley del progreso social, que ha hecho
resaltar en la historia de la humanidad la ciencia nueva-, esa ciencia, propie­
dad de nuestro siglo, que se llama filosofía de la historia, y que consiste en
ligar lo que es con lo que será En el mismo artículo, López citaba a Leibnitz
afirmando que: “Lo presente, hijo de lo pasado, está preñado de porvenir”, y
terminaba diciendo que “...a los americanos nos ha llegado también la oca­
sión de ocupar nuestro lugar en las filas de la civilización; y el discurso del
señor Lastarria lo prueba bien”.16 Consecuente con lo anterior, la directiva de
la Sociedad Literaria discutió, con fecha 30 de abril de 1843, el método que
debía adoptarse para el estudio de la historia. Se acordó que, en adelante,
debía leerse a Herder.

15 Ibid., p. 103.
16 La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 31 de mayo de 1842.
228 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

La fundación de la Universidad de Chile, en 1842, fue también el


resultado de la actividad renovadora del grupo liderado en sus comienzos
por Bello. Respondió a los deseos compartidos por la intelectualidad chilena
de modernización de la educación superior del país, e inauguró la
burocratización de varias disciplinas, con la correspondiente fijación de los
límites que las definían. La disciplina histórica, entre otras, aseguró su per­
manencia en el mundo académico, y una estabilidad en su práctica y divul­
gación, inédita en el resto del continente americano.17 El grado de
institucionalización que afectó el discurso intelectual chileno, del cual la
estructura de la Universidad de Chile es un paradigma, fue determinante en
la fijación de los términos del discurso oficialmente válido y de aquel ilegíti­
mo. De allí que en la polémicas sobre lenguaje, ortografía e historia fueran
decisivas las opiniones vertidas desde el interior de la casa de Bello.
El Discurso que pronunció su rector, Andrés Bello, con motivo de la
solemne inauguración de la Universidad de Chile, en 1843, constituyó una
pieza importante en el proceso de explicitación de los términos aceptados
en el debate intelectual. El maestro se pronunció sobre derecho, literatura,
arte, religión, moral, filosofía, y sobre prácticamente todos los temas que
ocupaban a la elite intelectual del país, sin agredir ni a conservadores ni a
partidarios de un cambio más radical. A todos, sin embargo, fijó sus límites.
Refiriéndose, por ejemplo, a la polémica literaria desarrollada el año anterior,
decía: “¡El arte! Al oír esta palabra, aunque tomada de los labios mismos de
Goethe, habrá algunos que me coloquen entre los partidarios de las reglas
convencionales, que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solem­
nemente contra semejante acepción; y no creo que mis antecedentes lo jus­
tifiquen”. Al mismo tiempo, dirigiéndose a los más progresistas, afirmaba:
“La opinión de aquellos que creen que debemos recibir los resultados sinté­
ticos de la ilustración europea, dispensándonos del examen de sus títulos,
dispensándonos del proceder analítico, único medio de adquirir verdaderos
conocimientos, no encontrará muchos sufragios en la Universidad”. Con la
intención de evitar malos entendidos, la definición fundamental fue clara.
Sostuvo Bello que la libertad imperaría en la casa de estudios, entendida con
los alcances que él le fijó. “La libertad, como contrapuesta, por una parte, a
la docilidad servil que lo sirve todo sin examen, y por otra a la desarreglada
licencia que se rebela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles

17 Sol Serrano, op. cit.


SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 229

y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la Universi­
dad en todas sus diferentes secciones”. Bello admitió también explícitamente
en su discurso la existencia del debate planteado por los filósofos de la
historia, su admiración por algunos de sus exponentes, entre ellos el mismo
Herder y Sismondi, y fijó su posición personal sobre la materia: “Yo miro,
señores, a Herder como uno de los escritores que han servido más útilmente
a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en
ella los designios de la Providencia, y los destinos a que es llamada la espe­
cie humana sobre la tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el
conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apre­
ciar su doctrina sino por medio de previos estudios históricos. Sustituir a
ellos deducciones y fórmulas sería presentar a la juventud un esqueleto en
vez de un traslado vivo del hombre social; sería darle una colección de
aforismos en vez de poner a su vista el panorama móvil, instructivo, pinto­
resco de las instituciones, de las costumbres, de las revoluciones, de los
grandes pueblos y de los grandes hombres; sería quitar al moralista y al
político las convicciones profundas que sólo pueden nacer del conocimiento
de los hechos...”18
Todo lo anterior afectaba directamente al trabajo historiográfico; por
un lado le otorgaba un marco institucional en qué cobijarse pero, por otro,
imponía sus reglas. El desarrollo de la disciplina al interior de la institución
universitaria requería de la aceptación de metodologías que respondían al
imperativo de la visión del mundo dominante más que a las aspiraciones
específicas de quienes comenzaban a cultivar el género historiográfico, pues
a partir del ingreso al país de la filosofía de la historia, en su apropiación
local, se evidenció que el método empleado influía directamente, e incluso
creaba, una nueva conciencia histórica nacional. Se justifica plenamente, por
lo tanto, la reacción que suscitó el discurso de Bello entre algunos jóvenes
historiadores. El diario El Progreso, por ejemplo, respondió a los pocos días
manifestando su desconfianza hacia el método del Rector, argumentando
que éste parecía confuso sobre lo que se debía creer, y no aportaba un “hilo”
que permitiese salir del “laberinto de las opiniones”. En cambio, “asistiendo
a una obra concluida, a una recomposición de las partes aisladas que él no
pudo encadenar, a esas síntesis de los nuevos escritores, (el lector) domina­

18 “Discurso Inaugural del Rector don Andrés Bello pronunciado el 17 de septiembre de 1843”.
en Anales de la Universidad de Chile (1843-1844) (Santiago: 1846).
230 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

ría todo con su vista y hallaría una superficie compacta que le reflejaría los
objetos, un espejo magnífico en que descubriría el cuerpo del pasado, con
su fisonomía, con sus colores”. En definitiva, el redactor opinó que la pro­
puesta del Rector le parecía digna de “desecharse”.19
La discusión histórica había trascendido las aulas universitarias, y ya
había invadido otros ámbitos de discusión intelectual, haciendo difícil la
reimplantación de verdades unívocas al respecto. Se le relacionaba con to­
dos los aspectos de la cultura y del saber, y las conclusiones que recomenda­
ba la escuela filosófica constituían un programa que debía aplicarse en los
establecimientos educacionales. Esa era la opinión, por ejemplo, de Domin­
go Faustino Sarmiento y Vicente Fidel López, quienes dirigían el Liceo. En
una cuenta de su gestión anual, publicada en la prensa, expresaron su inten­
ción de incorporar un curso de “Historia... arreglado según las teorías filosó­
ficas de la escuela moderna, que se proclama con el nombre de filosofía de
la historia y que es tan útil y esencial para adquirir una instrucción sólida y
positiva en todas las ciencias sociales; ciencias que sin este conocimiento no
pueden tener mérito, ni exactitud, y que ni siquiera pueden ser comprendi­
das a fondo”.20
Sarmiento, incorporado a la Universidad en 1843 con su polémica
Memoria sobre ortografía, había incursionado en reiteradas ocasiones por la
reflexión histórica, incluso en la prensa. En 1841, uno de sus primeros artícu­
los publicados en El Mercurio contenía un itinerario de la investigación his­
tórica en las distintas épocas, donde el autor consideraba superadas las eta­
pas dedicadas al estudio de los hechos, a crónicas, y a críticas. “Una época
refiere lo que ha visto, otra coordina estos datos en un cuerpo, otra los
compara y los examina, hasta que viene una que los explica y los desenvuel­
ve. Tal es la época actual, que se ocupa de explicar los hechos históricos, y
colocarlos, no en el orden cronológico, en que se han sucedido, sino en el
orden progresivo de los desenvolvimientos de la sociedades”.21 En otro artí­
culo publicado más adelante en El Progreso, afirmó: “El estudio de la historia
forma, por decirlo así, el fondo de la ciencia europea de nuestra época.
Filosofía, religión, política, derecho, todo lo que dice relación con las institu-

19 El Progreso, Santiago, 29 de septiembre de 1843.


20 El Mercurio de Valparaíso, 26 de diciembre de 1843.
21 “Vindicación de la República Argentina en su Revolución y en sus Guerras Civiles”, El Mercurio
de Valparaíso, 7 de junio de 1841.
SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 231

ciones, costumbres y creencias sociales, se ha convertido en historia, porque


se ha pedido a la historia razón del desenvolvimiento del espíritu humano...
Porque la historia, tal como la concibe nuestra época, no es ya la artística
relación de los hechos, no es la verificación y confrontación de autores
antiguos, como lo que tomaba el nombre de historia hasta el siglo pasado”.
Y agregaba: “El historiador de nuestra época va hasta explicar con el auxilio
de una teoría, los hechos que la historia ha transmitido sin que los mismos
que los describían alcanzasen a comprenderlos”.22 El trabajo termina men­
cionando a los maestros Herder, Niebuhr, Michelet y Vico, como los grandes
tutores de la historiografía contemporánea.
Los conceptos que estas publicaciones introducían al debate inaugu­
ran una discusión que, una vez socializada, fue considerada como un desafío
por la clase dirigente chilena que se apoyaba en la autoridad de Bello. Puso
en duda la visión tradicional respecto de que sólo puede expresarse el cono­
cimiento histórico a través del relato de los hechos y, por lo tanto, sugirió la
posibilidad de una investigación enfocada desde nuevos prismas para la
comprensión de los fenómenos del pasado. En síntesis, desplazó la discu­
sión desde lo aceptado como propiamente histórico a lo social, es decir, al
presente. Por ejemplo, el diario El Progreso publicó en 1844 una serie de
artículos reproducidos de la Revue de París, y firmados por A. Granier de
Cassagnac, en su Sección Literaria, criticando la historia cronológica porque,
a juicio del autor, no explicaba los grandes movimientos sociales de tiempo
largo, tales como la evolución del concepto de propiedad, de matrimonio, y
de libertad individual.¿Terminaba aseverando que América no produciría
nunca nada nuevo en virtud de su pasado “porque no tiene pasado ni tradi­
ción...”23
Este nuevo enfoque asumió su carácter de filosofía que da consisten­
cia al intelectualismo histórico, configurando un reforzamiento del postulado
de la influencia del mundo del pensamiento sobre la estructura social, argu­
mento que Sarmiento desarrolló repetidamente. En 1844, a propósito de la
publicación de un trabajo histórico de Lastarria, expresaba: “Los estudios
históricos a que la Universidad llama a la juventud son de aquellos que por
la importancia de las materias que abrazan están destinados a ejercer una

22 El Progreso, Santiago, 20 de mayo de 1844. Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas,


tomo II.
23 El Progreso, Santiago, 2 y 4 de mayo de 1844.
232 LA SEDUCCION DE UN ORDEN, LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION,,. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

grande influencia en las ideas de esta época, y en las instituciones que de


ellas emanen”.24
Los argumentos que apoyan a Sarmiento no son nuevos, pues sólo
refuerzan ideas ampliamente difundidas en polémicas anteriores. Efectiva­
mente, Vicente Fidel López, al desatar la discusión literaria con su artículo
“Clasicismo y Romanticismo”, había sostenido un pensamiento similar en
torno a la historia, al afirmar a las ideas como expresión de la naturaleza
humana. En un párrafo que citamos completo por sus características de gran
exaltación emotiva, afirmaba: “Los modos de la belleza y los modos de la
vida, es decir, el arte y las costumbres varían en todos los pueblos y en todos
los tiempos. Todo lo que respecta a las ideas tiene un fondo de verdad
inamovible, y ese fondo es el hombre... La naturaleza humana, por un fenó­
meno cuya ley pertenece a la Divinidad, conserva su unidad primitiva, pero
trabajada esta unidad por la actividad libre e inteligente del hombre recibe
desarrollos siempre nuevos, y que si no la varían, la completan. La sucesión
de estos cambios... verificados por la libertad del hombre es lo que constitu­
ye la historia. La historia es pues la expresión de los movimientos, sucesos,
innovaciones, con que al paso que se hace palpable la parte fundamental e
inamovible de la naturaleza humana, se hace resaltar su parte libre y progre­
siva...”25

3. La polémica de 1844
El primer discurso histórico leído oficialmente ante las autoridades de
la Universidad de Chile se encomendó a José Victorino Lastarria. No es de
extrañar que el maestro pensara en su discípulo rebelde para esta misión, si
se toma en cuenta que, de alguna manera, la discusión histórica ya había
involucrado a los dos. Relata Lastarria que, en la sesión solemne del 22 de
septiembre de 1844, “la más espléndida que ha habido, como que era la
primera, aquellos graves doctores me oyeron la lectura de la Introducción de
la Memoria con una indiferencia glacial; y sin embargo de que les rogaba

24 “Investigaciones sobre el Sistema Colonial de los Españoles por José Victorino Lastarria”, El
Progreso, Santiago, 27 de septiembre de 1844. Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas,
op. cit., tomo II, p. 217.
25 Vicente Fidel López, “Clasicismo y Romanticismo”, en Norberto Pinilla, La Polémica del
Romanticismo en 1842 (Buenos Aires: Américalee, 1899), p. 26.
SEGUNDA PARTE / CAP. Vil / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 233

que aceptaran con indulgencia aquella obra, en que procuraba contribuir a


encaminar el estudio de nuestra historia por la senda que le traza la filosofía,
la Universidad calló y ni siquiera me dio las gracias”.26 La experiencia de la
presentación de su Investigaciones sobre la Influencia de la Conquista y del
Sistema Colonial de los Españoles en Chile fue sicológicamente devastadora
para el joven intelectual. El peso espiritual y la sabiduría de Andrés Bello
actuaron con una fuerza apabullante, sólo explicable porque al maestro irri­
taba más el diletantismo ideológico y político que su potencial político.27
Lastarria sintió un abandono absoluto, y muchos años después continuó
relatando la vivencia como un “fracaso”, que incluía su teoría sobre la filoso­
fía de la historia, así como su ensayo de aplicación en Chile.28
Sólo su permanente sensación de incomprensión y la incapacidad de
focalizar el punto de relevancia de su obra pudo llevar a Lastarria a semejan­
te conclusión. Se extrañó de que Bello, en su comentario publicado en El
Araucano, “prescindió casi completamente de la cuestión sobre la filosofía
de la historia, pues apenas hizo alusión a nuestro sistema, para dar testimo­
nio de su originalidad, o mejor dicho, de su excentridad”. Sintió profundo
dolor porque el maestro hizo una alusión breve a la “filosofía” de la obra, y
se volcó directamente hacia la defensa de aquellos puntos que representa­
ban una amenaza para la visión del mundo predominante en la clase diri­
gente chilena. Respecto de lo primero, afirmó: “El señor Lastarria se ha ele­
vado en sus investigaciones a una altura desde donde juzga, no solamente
los hechos y los hombres que son su especial objeto, sino los varios sistemas
que hoy se disputan el dominio de la ciencia histórica. Arrostrando arduas
cuestiones de metafísica, relativas a las leyes del orden moral, combate prin­
cipios generales que fueron por muchos siglos la fe del mundo, y que vemos
reproducidos por escritores eminentes de nuestros días”.29
La importancia del trabajo de Lastarria radica sobre todo en ese com­
bate a los “principios generales” que provoca a Bello. Efectivamente, en su
Introducción, el joven historiador expuso su visión de la historia, basada

26 José Victorino Lastarria, Miscelánea Histórica y Literaria (Valparaíso: Imprenta de La Patria,


1868 ), tomo I, prólogo p. X.
27 Esta visión de Bello se la debo a Tulio Halperin-Donghi.
28 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios., op. cit., p. 209.
29 “Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles
en Chile. Memoria presentada a la Universidad en la Sesión Solemne de 22 de septiembre de
1844 por don José Victorino Lastarria “, en Andrés Bello, Obras Completas, vol. Vil, p. 71.
234 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATT1ER

especialmente en las concepciones de Herder, aunque disputando en parte


el rol que el filósofo alemán atribuía a la Providencia en el proceso histórico.
El argumento se desarrolla a partir del reconocimiento que “en el inmenso
caos de los tiempos... el espíritu se agobia de admiración” al contemplar el
poder regulador de la creación. Parafraseando al francés Edgar Quinet,30
dice que el hombre tiende a “adormecerse arrullado con la esperanza de que
esa potestad que ha sabido pesar y equilibrar los siglos y los imperios...
sabrá también coordinar los pocos instantes que le han sido reservados al
hombre y esos efímeros movimientos que llenan su duración”.31 Sin embar­
go, aludiendo a la ley providencial, Lastarria postula la preeminencia de la
libertad humana sobre lo que llama la “fatalidad”, “enteramente nula si el
hombre no la promueve con sus actos. Tiene éste una parte tan efectiva en
su destino, que ni su ventura ni su desgracia, son en la mayor parte de los
casos otra cosa que un resultado necesario de sus operaciones, es decir, de
su libertad. El hombre piensa con independencia y sus concepciones son
siempre el origen y fundamento de su voluntad...'32 Lastarria no niega la
participación de Dios en el curso histórico, quien “ha establecido al hombre
como una divinidad en la tierra...”, pero afirma que no existe un “orden
fatal”, superior a la “soberanía de juicio y de voluntad” que permite al hom­
bre obrar su propio bien basado en “las lecciones que la experiencia le
suministre” transmitidas a través del conocimiento histórico. Es decir, “la
historia es el oráculo de que Dios se vale para revelar su sabiduría al mundo,
para aconsejar a los pueblos y enseñarles a procurarse un porvenir venturo­
so”. No debe, por tanto, considerarse la historia como un mero relato de
hechos pasados pues, en ese caso, no se percibe la lucha perpetua que “la
libertad y la justicia mantienen... con el despotismo y la iniquidad...” que es
la constante de la historia y el sentido de su pregunta al pasado.33
Lastarria propone, en concreto, que su investigación contribuya a marcar
una senda en la marcha de la sociedad chilena hacia el progreso, lo que
justifica la siguiente afirmación: “No os presento, pues, la narración de los

30 Edgar Quinet, “Introducción a su traducción de Idées sur la Philosophie de L Histoire de


l'humanité porJ.G. Herder” en Oeuvres Completes de Edgar Quinet. (París: Pagnerre, 1857).
31 José Victorino Lastarria, Introducción a las “Investigaciones sobre la influencia social de la
conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile”. Miscelánea Histórica y Literaria,
op. cit., tomo I, p. 5.
32 Ibid., p. 6.
33 Ibid., pp. 7-9.
SEGUNDA PARTE / CAP. Vil / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 235

hechos, sino que me apodero de ellos para trazar la historia de su influencia


en la sociedad a que pertenecen, cuidando de ser exacto e imparcial en la
manera de juzgarlos”.34 Sólo así “podremos conocer filosóficamente los ca­
racteres de aquella época y su manera de obrar en la sociedad... Sólo así
puede sernos útil el estudio de la historia de la conquista para mirar en su
verdadero aspecto nuestra situación actual y dirigir nuestros negocios públi­
cos de un modo favorable al desarrollo de nuestra felicidad y perfección”.35
Siguiendo este plan, el autor definió el pasado colonial en relación
con dos elementos: guerra y servidumbre. La guerra “fue el único desvelo de
este pueblo desde sus primeros momentos de vida, o diré mejor, fue la
expresión única y verdadera de su modo de ser”.36 La servidumbre tuvo su
origen en el carácter de la España Católica, pero se hizo necesaria por la
guerra constante. La monarquía española representaba la negación de toda
libertad, desde que el monarca “no sólo se consideraba soberano, sino tam­
bién dueño de sus vasallos americanos y de todas las tierras que habían
conquistado en el Nuevo Mundo, y cuyo dominio había sido santificado por
una bula del papa”.37 España sólo quiso devastar sus posesiones americanas,
sujetando a los indígenas “a la más humillante y grosera servidumbre...”38
Tampoco le interesaba el desenvolvimiento intelectual de los americanos;
tenía más bien “la perversa intención de mantenerlos en la más brutal y
degradante ignorancia”, espíritu que compartían los educadores eclesiásti­
cos, quienes “suministraban falsas doctrinas”.39
Guerra y servidumbre eran, por lo tanto, los elementos que habían
moldeado el carácter nacional chileno. Imbuido, como se ha mencionado
anteriormente, de la doctrina de una “reciprocidad de influencia entre las
costumbres de una sociedad y su forma política”, el resto de la investigación
de Lastarria intentó demostrar “la funesta y corruptora... influencia de las
instituciones políticas de la España en nuestra sociedad”.
La primera respuesta al discurso pronunciado en la Universidad de
Chile llevó la arena a la prensa. Domingo F. Sarmiento, amigo del autor, se
refirió a la obra con palabras laudatorias en las columnas de El Progreso.

34 Ibid., p. 18.
35 Ibid., p. 16.
36 Ibid., p. 28.
37 Ibid., p. 33.
38 Ibid., p. 37.
39 Ibid., p. 39.
236 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Criticó, sin embargo, sus expresiones sobre el legado hispánico con argu­
mentos de fatalidad y de oportunidad. “La España ha procedido con sus
colonias como Chile procedería con las suyas, sin otra diferencia que las que
establecerían las luces de la época y las diversas formas de gobierno”. Y
también: “Ese lenguaje era excelente como medio revolucionario; pero trein­
ta años después es injusto y poco exacto”.40 Sarmiento entendía que, supera­
da la revolución, no parecía conveniente utilizar argumentos que desencade­
nasen apetitos de cambio que a la hora no se veían como prudentes. Andrés
Bello también asumió la defensa de la imagen de la Madre Patria apoyándose
en argumentos similares. “La injusticia, la atrocidad, la perfidia en la guerra,
no han sido de los españoles solos, sino de todas las razas, de todos los
siglos...” “los españoles abusaron de su poder... no con impudencia, como
dice el señor Lastarria... sino con el mismo miramiento a la humanidad, con
el mismo respeto al derecho de gentes, que los estados poderosos han ma­
nifestado siempre en sus relaciones con los débiles...”41 Demostrando una
visión de la naturaleza humana que justifica plenamente su temor a que
argumentos morales provoquen demandas por un cambio en la estructura
de poder, que afecte a quienes detentan la autoridad heredada de la legitimi­
dad hispánica, Bello afirmó: “Los débiles invocan la justicia: déseles la fuerza
y serán tan injustos como sus opresores”.42 La defensa de la imagen de Espa­
ña obedeció en parte a una oposición real contra la “leyenda negra” propa­
lada por el historiador norteamericano Robertson, pero también, y más ur­
gentemente, a que los sectores más conservadores temían los efectos que
pudiese padecer su grupo en el caso de encontrarse un contenido sustitutivo
“liberal” para el espacio vacío que produjo el abandono de las formas de
legitimidad colonial. El temor incluía, además de los contenidos ideológicos
sustitutivos, los referentes culturales. En ese sentido, Francia suponía mayo­
res riesgos por su mayor permeabilidad a ideas revolucionarias.
No puede separarse de la discusión sobre el rechazo al vínculo espa­
ñol, la denuncia de Lastarria de la opresión de los sectores marginados de la
sociedad, herencia no superada, y que en esos momentos parece dirigida,
con razón, hacia el grupo que detenta el poder. Critica duramente las leyes
impuestas por el conquistador, pero también alude a la estructura social que

40 El Progreso, Santiago, 27 de septiembre de 1844. Domingo Faustino Sarmiento, Obras


Completas, op. cit., tomo II, p. 222.
41 Andrés Bello, Obras Completas, op. cit., vol. VII, pp. 77-78.
42 Ibid., p. 80.
SEGUNDA PARTE / CAP. Vil / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 237

perduró, a la persistencia de clases sociales privilegiadas, y de “razas secun­


darias”, y denuncia explícitamente “la triste condición que hoy en día aflije a
los cuatro quintos de nuestra nación”.43 “Todavía observamos bien de mani­
fiesto el efecto de semejante orden de cosas...”, el cual Lastarria asocia direc­
tamente con la responsabilidad de los “propietarios” que se aprovechan del
trabajo del “proletario”, contribuyendo a “perpetuar una verdadera desgracia
de nuestra sociedad”.44 Toda la argumentación es congruente con el princi­
pio de que las leyes obedecen a las costumbres de los pueblos, es decir, en
este caso, las costumbres impuestas por el colonizador indujeron leyes injus­
tas que, según Lastarria, continuaban vigentes. Bello también refutó este
argumento insistiendo en la reciprocidad de influencia entre leyes y costum­
bres y defendiendo, por lo tanto, el estado de cosas imperante. El orden
post-colonial se encontraba fundado en las estructuras que habían sucedido
a la ruptura con España. Este se había convertido en “un todo homogéneo”,
que se parecerá bajo diversos aspectos a sus diversos orígenes, y bajo ciertos
puntos de vista presentará también formas nuevas. Luego de este pasaje, que
se aproxima en ciertos aspectos a la concepción dialéctica de la historia de
Hegel, Bello concluye que antes que ser las leyes fiel expresión de las cos­
tumbres, ellas, “modificando las costumbres y asimilándolas a sí son a la
larga su expresión y su fórmula; pero esa fórmula precede entonces a la
asimilación en vez de ser producida por ella”.45 En menos de cinco páginas,
Bello le había dado un golpe mortal a la imagen de la Colonia que ofrecía
Lastarria, y había descartado las vinculaciones que éste intentaba establecer
con el orden imperante.
Pero la investigación de Lastarria atentaba también contra otro pilar
consensual fundamental de la elite chilena decimonónica, con la gravedad
adicional de que esta acción demoledora no se desprendía sólo de su inter­
pretación y conclusiones históricas sino de la base misma de su elaboración.
Ya hemos dicho que la noción lastarriana de filosofía de la historia conlleva­
ba la refutación del rol de la Providencia como motor de la historia. Aunque
Bello planteó sus discrepancias como una cuestión de método, entendía que
la aplicación de la “ciencia de los hechos” al estudio del pasado nacional

43 Ibid., p. 75.
44 José Victorino Lastarria, “Bosquejo Histórico de la Constitución del Gobierno de Chile durante
el primer periodo de la Revolución de 1810 a 1814” en Miscelánea Histórica y Literaria, op.
cit., tomo I, p. 92.
43 Andrés Bello, Obras Completas, op. cit., vol. VII, p. 82.
238 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION.. / ANA MARIA STUVEN VATTIER

chileno, y las conclusiones liberales a las que conducía, constituían un


cuestionamiento de la visión cristiana de la historia y, por tanto, de los valo­
res morales e intelectuales que ésta sustentaba. El maestro, sin embargo, se
limitó a poner en el tapete y admitir la importancia del problema planteado:
“Este dogma triste y desesperante del fatalismo, contra el cual protesta el
señor Lastarria, está en el fondo de mucha parte de lo que hoy se especula
sobre los destinos del género humano en la tierra. Reconociendo la libertad
del hombre, ve en la historia una ciencia de que podemos sacar saludables
lecciones para que se dirija por ellas la marcha de los gobiernos y de los
pueblos”.46 Lastarria, a pesar de la ambigüedad de su texto, había planteado
un rompimiento con la visión tradicional, en cuanto permitía a la libertad del
hombre figurar como causa primera del cambio histórico, lo que representa­
ba un intento secularizante de la historia. Más aún, las conclusiones, fruto
del ejercicio de la libertad, establecían una impronta ejemplarizadora para la
acción política, lo cual se relacionaba directamente con el ejercicio del poder
y la posibilidad de cuestionar la legitimidad de las autoridades. A pesar de
que bajo las palabras de Lastarria subyacían afirmaciones amenazantes, sus
ideas no tenían la consistencia necesaria para justificar una polémica en el
terreno de sus conclusiones sociopolíticas y culturales que les diese mayor
publicidad. Tampoco, sin embargo, podían pasar impunes dejando su huella
en el discurso ideológico, lo que Bello comprendía bien, y que explica las
palabras citadas anteriormente. La inteligencia y superioridad de Bello impo­
nían el recurso a la prudencia que normalmente actuaba como marco
delimitante al ámbito aceptado de la polémica. Además, Bello conocía sus
fundamentos teóricos, y gracias a su sabiduría y sagacidad estuvo en condi­
ciones de enfocar el problema hacia sus orígenes sin necesidad de debatir
las consecuencias prácticas que esa visión de la historia tenía para el orden
que él defendía. De hecho, él estaba al tanto de que el desafío ideológico se
había inaugurado hacía ya algún tiempo, lo que se comprueba recurriendo a
su discurso de inauguración de la Universidad de Chile el año anterior: “Yo
miro, señores, a Herder como uno de los escritores que han servido más
útilmente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desen­
volviendo en ella los designios de la Providencia y los destinos a que es
llamada la especie humana sobre la tierra”.47

46 Ibid., p. 73.
47 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 198.
SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 2J9

El texto de Bello parece admitir que la discusión teórica se había


iniciado, lo que apunta a un problema más de fondo que meramente discutir
la coherencia objetiva del pensamiento de Lastarria a través de afirmaciones
contenidas en sus Investigaciones.^8 Efectivamente, las respuestas del rector
Andrés Bello a ideas cuyas implicancias podían afectar directamente la
institucionalidad creada y el proyecto de nación deseado por la clase diri­
gente, eran generalmente motivadas por su percepción de los rumbos que
podía seguir el pensamiento expresado, más que por riesgos objetivos e
inmediatos al orden establecido. De hecho, años después, rememorando
estas discusiones, Lastarria intentó defender su lucidez teórica de ese mo­
mento, aunque verdaderamente no consta que ésta sea anterior a su conoci­
miento del positivismo y a su reflexión más madura sobre el tema. En su
relato afirma que: “Leyendo en 1840 la Ciencia Nueva, de Vico, y luego Las
Ideas sobre la Filosofía de la Historia, de Herder, nos habíamos sublevado
contra las teorías de ambos, precisamente porque ellas se fundan en una
concepción sobrenatural de la historia humana. Ambos, partiendo de la su­
posición de que el género humano se gobierna en su evolución histórica por
leyes providenciales, construyen sus sistemas prescindiendo enteramente de
las condiciones que constituyen la independencia de la naturaleza huma­
na”.*49 Y agregaba: “En estas concepciones teológicas de la historia desapare­
cen la libertad del hombre y su progreso, como obra exclusiva de su activi­
dad... No hay filosofía de la historia y ésta no puede ser la ciencia de la
humanidad”.50
Lastarria intentó resolver en sus Recuerdos Literarios parte de las con­
tradicciones que parecen surgir de su admiración y rechazo simultáneos a
los filósofos de la historia europeos, explicando que su lectura de la Intro­
ducción al Estudio del Derecho de Falck le permitió redefinir el concepto de
ciencia y de filosofía de la historia posibilitando la coincidencia entre las dos.
De allí su conclusión de que “... si hay filosofía en la historia y si de consi­
guiente ésta es una ciencia, forzoso será también que los sucesos que for­
man la evolución humana no sean un fenómeno sobrenatural sujeto a leyes
fatales o providenciales, pues en tal caso la historia no puede ser objeto de

Me refiero a sus afirmaciones discutidas en páginas anteriores en relación a la presencia de


Dios en la historia.
49 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 200.
50 Ibid., p. 201.
240 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

un conjunto de verdades que formen un cuerpo de doctrina, puesto que


cada historiador entenderá e interpretará a su arbitrio aquellas leyes y deter­
minará lo que es verdad en su concepto propio”.51 En síntesis, Lastarria conside­
raba haber efectuado una “terminante negación de las teorías teológicas de
Herder y de Vico”, así como de la escuela histórica de Hegel, “que supone
que en todo caso los hechos sociales son la obra de la idea o del espíritu”.52
Si la incoherencia de Lastarria en 1844 no parecía justificar en su mo­
mento la crítica demoledora, sus publicaciones posteriores comprueban que
las ideas que sustentaba eran francamente atentatorias contra los valores que
cimentaban la construcción nacional de la intelectualidad consagrada. Sus
Elementos de Derecho Público, publicado en 1846, demostraron lo anterior al
justificar la reacción airada del sector eclesiástico. Presentada a la Facultad
de Leyes para obtener aprobación universitaria, se nombró una comisión a
cargo del presbítero José S. Iñiguez, quien emitió un informe condenatorio
que postergó la aprobación del texto por dos años. La ruptura de la visión de
Lastarria con la interpretación oficial fue tal que justificó la reproducción de
parte de las opiniones de Iñiguez en La Revista Católica. Allí se califica este
escrito de “oscuro, inexplicable, ateo, protestante, herético y digno de grave
censura”. En esta obra, Lastarria afirmaba que “las ciencias tienen por obje­
to... revelar al hombre toda la extensión de su destino. El hombre no puede
conquistar el imperio del mundo sino por medio de la fuerza divina de la
inteligencia... La ciencia no puede desempeñar esta misión sublime sin tener
una completa libertad que se destruiría si se la sometiese a doctrinas resuel­
tas a priori, que no fuesen el resultado de su propia investigación, y que no
le permitieran desenvolverse por medio de la acción de la inteligencia li­
bre”.53 No sólo se terminó desplazando a la Providencia como motor del
cambio histórico, sino también se llegó a atribuir a la inteligencia el carácter
de fuerza autónoma.
Resulta evidente, por lo tanto, que ambos contendores de esta polé­
mica reconocían el terreno del cual brotaban sus discrepancias. La filosofía
de la historia, tal como la visualizaban tanto Bello como Lastarria, bebiendo
de fuentes europeas comunes, abría todo un campo nuevo para analizar e
interpretar la historia al margen de la visión totalizadora que aportaba el

51 Ibid.
Ibid., p. 204.
53 Alejandro Fuenzalida Grandón, Lastarria y su Tiempo (Santiago: Imprenta Universo, 1909),
p. 143. Diego Barros Arana, Un decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo II, p. 440.
SEGUNDA PARTE / CAP. Vil / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 241

Cristianismo, así como para cuestionar las visiones canonizadas del pasado.
Bello, sin embargo, no consideraba adecuado ahondar en el problema por
las consecuencias que auguraba para el orden establecido. Por ello, prefirió
centrar sus críticas en el problema de la discusión metodológica, como lo
demuestra su artículo publicado en El Araucano en noviembre de 1844. Allí
planteó la preeminencia del conocimiento y de la narración de los hechos
sobre la filosofía de la historia, argumentando que "... no estamos en el caso
de hacer... historia filosófica, sino en el de discutir y acumular datos para
trasmitirlos con nuestra opinión y con el resultado de nuestros estudios críti­
cos a otra generación que poseerá el verdadero criterio histórico y la necesa­
ria imparcialidad para apreciarlos”.54 Agregó, además, que sólo la atención
de los eventos y personalidades de un período podía producir una historia
elegante, entretenida y moralmente instructiva.
Lastarria optó por marginarse de la polémica. Posteriormente se excu­
só apelando al respeto que sentía por su maestro, pero admitiendo que Bello
había prescindido “casi completamente de la cuestión sobre filosofía de la
historia, pues apenas hizo alusión a nuestro sistema, para dar testimonio de
su originalidad, o mejor dicho de su excentricidad”.55 En ese momento se
apoyó, en cambio, en la aprobación de Edgar Quinet, quien conoció su
trabajo a través de Francisco Bilbao, y le citó en su obra El Cristianismo y la
Revolución Francesa (1845). También le envió una carta considerando su
trabajo “de todo punto excelente”.56 La coincidencia en las visiones republi­
canas y de rechazo al pasado monárquico había sido más poderosa que las
discrepancias filosóficas entre el apóstol del panteísmo en Europa y quien
decía negar progresivamente el rol de la Providencia en la historia.
La relación entre la lectura que hicieron los miembros más progresis­
tas de la sociedad chilena de la filosofía de la historia y sus consecuencias
socio-políticas y culturales se hizo cada vez más evidente después del debate
motivado por las Investigaciones... de Lastarria. Vicente Fidel López, a quien
encontramos escribiendo en las páginas de la Revista de Valparaíso y partici­
pando en la polémica sobre el romanticismo, analizó el tema en la Memoria
que presentó a la Universidad de Chile en 1845 para optar al grado de
bachiller en la Facultad de Humanidades, y que tituló: Sobre los Resultados
Generales con que los Pueblos Antiguos han contribuido a la Civilización de

54 Andrés Bello, Obras Completas, op. cit., vol. VII, p. 74.


55 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 206.
56 Ibid., p. 212.
242 LA SEDUCCION DE UN ORDEN, LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

la Humanidad.^ Allí afirmó que “la historia no es otra cosa que la lucha
recíproca que sostienen los que quieren detener el progreso con los que
quieren desatar los lazos que le impiden volar sin obstáculo sobre las alas de
58 López, como Lastarria, estableció un vínculo irreductible entre
la libertad”.57
historia y cambio social, el cual adicionaba nuevos elementos a la definición
de progreso que compartía la intelectualidad decimonónica, y aportaba un
contenido para el espacio transitorio que habitaban las primeras generacio­
nes independientes. En su Memoria exponía: “La historia en su conjunto
consiste para mí, en la aparición de los partidos y de las revoluciones que
han modificado la condición moral de la humanidad... Un pueblo estaciona­
rio, es decir, un pueblo cuyas ideas estén estancadas siempre en un punto,
es una hipótesis inconcebible, es un contrasentido con las leyes inalterables
de la razón y de la sociedad”. También afirmaba que: “Las revoluciones no
sirven sólo para destruir, sino que ponen también en el caso de reconstruir
lo que antes estaba malo, dando a la sociabilidad bases más anchas y más
sólidas”.59 El ensanchamiento de la base social, que de hecho implicaba una
democratización de la sociedad, encontró amplia acogida, entre otros con
Sarmiento, quien consideró que el trabajo de su colega era “digno de la
pluma de Lerminier o Cousin...”60

4. La Polémica de 1848
En Agosto de 1846, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la
Universidad de Chile anunció un certamen cuyo tema debía ser “una compo­
sición literaria en prosa o verso, que tenga por asunto un suceso o época de

57 Tanta fue la exaltación e incomprensión que rodeó la filosofía de la historia que, contó
Vicente Fidel López, poco después de presentar su Memoria, tres jóvenes le pidieron que les
hiciera clase de historia. López les habría dicho: “Supongo que ustedes tendrán nociones
generales de historia universal”. “No”, le contestaron, “nosotros no queremos perder el tiempo
en esos fatigosos y aburridos estudios o lecturas de historia, sino aprender filosofía de la
historia”. Diego Barros Arana, Un decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo I, p. 546.
Francisco Antonio Encina y Leopoldo Castedo, Resumen de la Historia de Chile, op. cit.,
tomo II, p. 1032.
58 Anales de la Universidad de Chile (1845-1846), (Santiago: 1846), p. 308.
59 Ibid., p. 310.
60 “Resultados Generales con que los Pueblos Antiguos han contribuido a la Civilización de la
Humanidad. Memoria Universitaria de Vicente Fidel López”, El Progreso, Santiago, 25 de
julio de 1845. Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas., op. cit,, tomo II, p. 291.
SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 243

la historia nacional”. La apertura de este nuevo foro impulsó a Lastarria a


retomar sus reflexiones de 1844 con una nueva obra: Bosquejo Histórico de
la Constitución del Gobierno de Chile durante el Primer Periodo de la Revo­
lución, desde 1810 hasta 1814.
Coincidía el reingreso de Lastarria al debate histórico con una discu­
sión en el seno de la Facultad sobre la manera de enseñar la historia. En
enero de 1847, un profesor solicitó aprobación para utilizar la traducción del
Compendio de Historia Moderna de Michelet como texto de estudio en la
cátedra correspondiente. Luis Antonio Vendel-Heyl, que había sido profesor
de humanidades en Francia y se había avecindado en Chile en 1840 después
de que su barco naufragase en las costas de Valparaíso, se opuso tenazmente
a la proposición argumentando que el texto era defectuoso debido a que
prevalecía el juicio del autor, y recomendando el uso de libros puramente
narrativos.61 Si bien su voz no fue escuchada y el texto de Michelet se aprobó
algunos meses después, la discusión continuó vigente, lo que también pue­
de comprobarse a través de la importancia que la Revista Católica atribuía a
los temas y su toma de posición respecto de la actitud que debían asumir los
católicos. Michelet, al momento de la discusión, había merecido una serie de
artículos donde se condenaban los “errores que contiene la Historia de Fran­
cia de Michelet”. También la revista criticó duramente su trabajo Del Sacer­
dote, de la Mujer y de la Familia, defendiendo su inclusión en el Indice de
libros prohibidos.
En el Bosquejo..., Lastarria se proponía “producir un estudio útil de
nuestro progreso democrático y de las resistencias que le opusieron nuestra
civilización y nuestros hábitos coloniales”.62 Para ello consideraba relevante
estudiar la evolución constitucional y jurídica de Chile durante el periodo
revolucionario, por sobre los eventos de ese periodo, en particular el legado
constitucional de la Patria Vieja (1810-1814), considerada por el memorialista
Benavente como “el descrédito del país”.63 Lastarria proponía: “Apartémo­

61 Diego Barros Arana, Un decenio en la Historia de Chile., op. cit., tomo II, p. 446. Luz María
Fuchslocher A, “Lastarria en la Universidad de Chile” en Alamiro de Avila Martel et al.,
Estudios sobre José Victorino Lastarria (Santiago: Ediciones Universidad de Chile, 1988).
62 José Victorino Lastarria, Bosquejo Histórico de la Constitución del Gobierno de Chile durante
el Primer Periodo de la Revolución de 1810 hasta 1814 (Santiago: Imprenta Barcelona, 1909).
Prólogo de la edición de 1868.
63 Se refiere a la Memoria presentada a la Universidad en el segundo aniversario de su instalación
por don Diego José Benavente, miembro de la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, con el
título “Memoria sobre las Primeras Campañas de la Guerra de la Independencia de Chile”.
244 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

nos, pues, algunos momentos del mido de las armas... y vamos a estudiar la
constitución del poder que daba movimiento a la sociedad...”64
Aceptando la tesis de que “...es la civilización quien produce las cons­
tituciones escritas, y que es un hecho indudable que por ellas pueden cono­
cerse el grado de cultura y la situación moral y política en que se halla un
pueblo”, el autor emprendió la defensa de los grupos revolucionarios y con­
cluyó con un diagnóstico lapidario del estado de esa civilización. La derrota
que en 1814 restituyó el dominio español en el país parecía, en su análisis, la
consecuencia lógica de la carencia de una verdadera revolución regeneradora
del “espíritu de la sociedad” que la situara en condiciones de superar el
legado del despotismo español. “No había pues un solo elemento de unidad,
un solo interés, un solo principio que pudiera servir de centro a una mayoría
respetable de prosélitos ardientes una vez que desapareciera de la sociedad
el único vínculo que la ligaba a su metrópoli”65
El segundo trabajo histórico de Lastarria justificó nuevamente que el
liderazgo universitario lo analizase en detalle. Si bien ganó el premio al que
postulaba, en parte por ser el único concursante, el Informe que emitió la
Comisión nombrada por la Facultad de Humanidades de la Universidad no
escatimó críticas al enfoque de la obra, e hizo esfuerzos por hacer notar que
ese tipo de trabajo no pertenecía propiamente al campo del historiador.
Aclarando que el autor había dejado aparte “el hilo de los acontecimientos”,
la Comisión consideró que la Memoria era “menos brillante y fascinadora
que aquellas producciones destinadas a satisfacer la curiosidad por los suce­
sos pasados...”66 Se concedía que la Memoria “satisface los objetos que el
autor se propuso”,67 y que está escrita con estilo “elegante y puro”.68 Al
mismo tiempo, sin embargo, la Comisión consideró su deber aclarar que “se
abstiene de pronunciar juicio alguno de la exactitud de los hechos a que el
autor de la Memoria alude y que le han servido para fundar su doctrina” 69
Con esta afirmación, la Comisión, que integraban Antonio Varas y Antonio

64 José Victorino Lastarria, Bosquejo Histórico de la Constitución del Gobierno de Chile, op. cít.,
p. 162.
65 Ibid., p. 262.
66 “Informe de la Comisión nombrada por la Facultad de Humanidades de la Universidad” en
José Victorino Lastarria, Miscelánea Histórica y Literaria, op. cit., p. 156.
67 Ibid.
68 Ibid., p. 159.
69 Ibid.
SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 245

García Reyes, negaba a la historia interpretativa su lugar entre las corrientes


historiográficas, y en consecuencia descalificaba el trabajo que comentaba
en tanto investigación histórica. De hecho, se abstenía (en una alusión direc­
ta a la no abstención de Lastarria), porque “...sin ese conocimiento individual
de los hechos, sin tener a la vista un cuadro en donde aparezcan de bulto los
sucesos, las personas, las fechas y todo el tren material de la historia, no es
posible trazar lincamientos generales sin exponerse a dar mucha cabida a
teorías, y a desfigurar en parte la verdad de lo ocurrido”.70 El parecer termi­
naba reconociendo que el Bosquejo constituía un aporte a la “literatura na­
cional”, negándole así el carácter científico que el autor había querido darle.
Lastarria acusó el golpe con intenso dolor. Posteriormente diría que el
informe “carecía de justicia”, y admitiría que el rechazo se basaba más bien
en la reprobación de lo que él llamaba “nuestra filosofía”,71 y que consistía
justamente en aquellos aspectos de su obra que alertaban a la clase dirigente
contra posibles convulsiones, producto de la pérdida de control sobre la
producción intelectual. Lastarria lo reconoció, afirmando que la Comisión
“prefería los detalles y las averiguaciones minuciosas a los lincamientos ge­
nerales, y temía que éstos pudiesen dar cabida a teorías y al desfiguramiento
de la verdad...” Este criterio, en el fondo, desconfiaba de las “teorías que no
se conformaban a cierto espíritu de convención fundado en las convenien­
cias e intereses dominantes”.72 Los recuerdos de Lastarria llaman a equívoco
en la medida en que no reconoce en sus opositores una preocupación ge­
nuino por el estado de la cuestión de la disciplina histórica. Consideraban los
miembros de la Comisión que si la historia aún no había sido escrita, mal
podía perfeccionarse con nuevas teorías. Y esta posición era compartida por
prácticamente todos los miembros de la generación intelectual de la época.
Allí estaban, además de Bello, García del Río, Vicente F. López, Sarmiento y
Alberdi, quienes compartían la visión del mundo que proponía Lastarria pero
no participaban de su, al menos aparente, desdén por los hechos.
Sin embargo, más allá de esta preocupación real por el avance de la
investigación histórica, efectivamente subyacía, como en las polémicas ante­
riores, el problema de la hegemonía intelectual. En el caso de la historia, lo
anterior se encontraba agravado por las sugerentes interpretaciones respecto

70 Ibid., p. 160.
71 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., pp. 216-217.
72 Ibid., p. 217.
246 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

del pasado, y por las recomendaciones para el presente incluidas en las


reflexiones de Lastarria. La importancia de estas últimas quedó demostrada
cuando Jacinto Chacón, amigo de Lastarria, asumió su defensa en el Prólogo
a la edición del Bosquejo..., publicada en diciembre de 1847.
Chacón afirmó que en su estudio del desarrollo constitucional del país
Lastarria había descubierto “el desenvolvimiento progresivo del orden de
principios sobre que descansa la sociedad”,73 y que, aplicando la filosofía de
la historia a su estudio, había permitido comprender “...la naturaleza de las
ideas, creencias, costumbres e instituciones, cuyo carácter especial influye
en los acontecimientos...” que conducen al triunfo de “...la idea nueva, esta
manzana de oro de las revoluciones sociales”.74
Andrés Bello respondió a estas afirmaciones con una crítica devastadora
publicada en El Araucano. Allí declaró que: “Primero es poner en claro los
hechos, luego sondear su espíritu, manifestar su encadenamiento, reducirlos
a vastas y comprensivas generalizaciones”.75 A los pocos días, reforzó la idea
en el artículo “Modo de Escribir la Historia” donde realizó una compilación
de textos de filósofos de la historia como Sismondi y Thierry, y estableció
dos condiciones previas para aceptar la validez y utilidad de esta escuela: la
primera era que los hechos, una vez verificados, debían constituir la base del
análisis filosófico; y la segunda, que tal análisis sólo podía efectuarse en un
país que contara con una historiografía madura. Más aún, afirmó que Chacón
no utilizaba correctamente el concepto de filosofía de la historia, porque
“...es necesario distinguir dos especies de filosofía de la historia. La una no es
otra cosa que la ciencia de la humanidad en general, la ciencia de las leyes
morales y de las leyes sociales”..., mientras la otra es “...una ciencia concreta,
que de los hechos de una raza, de un pueblo, de una época, deduce el
espíritu peculiar de esa raza, de ese pueblo, de esa época...”76 Esta ciencia
concreta busca identificar la “idea” dominante de un pueblo, aquella que le
distingue de otros pueblos, aunque no pueda afirmarse que la filosofía gene­
ral de la historia conduce a conocer la filosofía particular de la historia de un
pueblo. “Querer deducir de ellas la historia de un pueblo, sería como si el
geómetra europeo, con el solo auxilio de los teoremas de Euclides, quisiese

73 José Victorino Lastarria, Bosquejo Histórico de la Constitución del Gobierno de Chile, op. cit.,
p. 39.
74 Ibid., p. 140.
75 Andrés Bello, Obras Completas, op. cit., vol. VII, p. 101.
76 Ibid., pp. 112-113.
SEGUNDA PARTE / CAP. Vil / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 247

formar desde su gabinete el mapa de Chile”.77 Bello rechazaba, en el fondo,


la universalización de leyes sociales, misión que Chacón y algunos de sus
colegas asignaban al “historiador constitucional”, asimilando su rol al de un
sociólogo contemporáneo. Efectivamente, comentando el informe de la Co­
misión, el diario El Progreso definió al historiador constitucional como aquel
“que penetra a fondo el modo de ser de la sociedad, que toma en cuenta,
para juzgar los hechos, el carácter de sus costumbres, creencias y conviccio­
nes de toda especie...”, y que, por tanto, es el único que “...puede darnos las
verdaderas causas de los acontecimientos políticos”.78
La afirmación más contundente y final sobre el sentido de la discusión
apareció en el artículo “Modo de Estudiar la Historia”, que Bello publicó en
el mes de febrero de 1848: “No se trata, pues, de saber si el método ad
probandum, como lo llama el Señor Chacón, es bueno o malo en sí mismo;
ni sobre si el método ad narrandum, absolutamente hablando, es preferible
al otro: se trata solo de saber si el método ad probandum, o más claro, el
método que investiga el íntimo espíritu de los hechos de un pueblo, la idea
que expresan, el porvenir a que caminan, es oportuno relativamente al esta­
do actual de la historia de Chile independiente, que está por escribir...”79
Nuevamente, el maestro acudía al argumento de la oportunidad en la acep­
tación de nuevas visiones, oportunidad que se relacionaba más que con el
desarrollo de la ciencia, con la conveniencia de su adopción para no alterar
la estructura sociopolítica que permitía la hegemonía de la clase dirigente.
Es importante destacar que los artículos de la polémica con Chacón se
limitan a la discusión sobre “modos”, es decir, métodos historiográficos, lo
cual aclara definitivamente que Bello no consideraba pertinente adentrarse
en un debate sobre problemas de fondo. Sin embargo, el sentido más pro­
fundo de una polémica que se desarrolló en el lapso de cuatro años no se
encuentra ni en la metodología ni en las interpretaciones opuestas sobre el
pasado chileno. Por el contrario, más importante que los términos explícitos
de las posiciones adoptadas por Bello, Lastarria o Chacón es el sistema de
valores a los cuales cada una de sus posiciones remitía, las visiones del
mundo que esos sistemas mostraban y la manera en que esas concepciones
divergentes del universo gravitaban sobre la configuración de la conciencia

77 Ibid., p. 114.
78 El Progreso, Santiago, 1 de enero de 1848.
79 Andrés Bello, Obras Completas, op. cit., vol. VII, p. 120.
248 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

nacional chilena que la elite buscaba reconstruir después del colapso del
edificio de la sociedad tradicional. Había dos visiones del mundo compitien­
do por la supremacía, y si los contemporáneos no estaban completamente
conscientes de ello, los principales contendores sí lo estaban. Lastarria había
atacado los fundamentos de la visión católica del mundo cuando eliminó a la
Providencia de cualquier intervención activa en las causales de la historia
humana, y en los argumentos que extrapoló de esta exclusión, para postular
el libre albedrío absoluto del hombre, sugirió una visión de la sociedad
antitética al sistema que la institucionalidad portaliana había cimentado para
Chile. Bello, convertido en expresión del conservantismo, comprendía las
implicancias de la filosofía de la historia lastarriana y, en consecuencia, con­
sideró necesario descalificar su sistema. Bello expresaba la posición concep­
tual de un discurso hegemónico en Chile, que subyacía a la organización del
poder y del conocimiento; además, en esta batalla en particular, la posición
que sustentaba como Rector de la Universidad de Chile le confería una auto­
ridad indudable para definir los límites que separaban las formas de conoci­
miento legítimo e ilegítimo, lo que facilitó que a Lastarria se le despachase
como “excéntrico”.
El sentido de urgencia que expresaban los contendores y espectado­
res de un debate aparentemente erudito y especializado permite relacionarlo
con percepciones de ruptura en la visión tradicional del mundo al interior de
la clase dirigente chilena. Es posible que, tanto la posición conservadora de
Bello como el sistema crítico de Lastarria, representasen intentos por respon­
der a esta percepción. Utilizando la caracterización sugerente de Karl
Mannheim sobre las “luchas por la autonomía” por parte de las diversas
esferas culturales, podemos argumentar que Lastarria, motivado con la posi­
bilidad de “un reordenamiento de la relación jerárquica entre realidades es­
pirituales” buscó deliberadamente provocar un rechazo a la experiencia matriz
para quebrar así la estructura jerárquica, mientras Bello intentaba mantener
la visión del mundo tradicional cohesionada. Mannheim, en su estudio sobre
la Edad Media, constató que en esa época el énfasis valórico decisivo caía en
un elemento trascendente, en Dios, y a partir de allí afirmó que, “mientras
esta valoración se encontraba apoyada en la conciencia colectiva, las otras
realidades se mantenían orgánicamente juntas y la imagen del mundo se
redondeaba y completaba en forma relativamente estable”. Sin embargo,
agregaba que cuando este clímax jerárquico se abandona como experiencia
y se convierte en problemático, como de hecho sucedió debido a un cambio
en el proceso social y, por lo tanto, en el “espíritu de la época”, todos los
SEGUNDA PARTE / CAP. VII / REALIDAD E INTERPRETACION: VISIONES SOBRE... 249

factores espirituales comienzan a moverse.80 Siguiendo este análisis, pode­


mos afirmar que tanto Bello como Lastarria se vieron envueltos en los efec­
tos de la ruptura y, por tanto, ambos luchaban por reagrupar los elementos
constitutivos de la visión del mundo. En este contexto, tanto los impulsos
renovadores que Lastarria intentaba infundir en la Generación de 1842 como
los debates sobre filosofía de la historia adquieren su dimensión.
El fracaso de Lastarria demuestra que, en Chile, las intervenciones
descalificadoras de la autoridad lograban su efecto en la mantención del
orden tradicional, lo que el mismo autor demuestra en su caracterización del
statu quo: “El viejo régimen tenía representantes poderosos, que si bien,
como dijimos antes, no habían aniquilado el movimiento de emancipación
en su origen, en lo sucesivo van poco a poco tomando su dirección y enca­
rrilándolo por senda bien opuesta a la que sus promotores le trazaban”.81
El predominio de los defensores del antiguo sistema condicionaba las
posibilidades de renovación cultural: “La opinión pública, sin ilustración su­
ficiente, sin ideas fijas, sin propósitos definidos, sólo obedecía a un senti­
miento, el de la necesidad de fomentar el desarrollo intelectual; y prestaba
sus favores, sus aplausos, a todos los esfuerzos, a todas las empresas y espe­
culaciones, a todos los actos que de alguna manera servían a esta necesidad.
Los directores de la opinión en este sentido tampoco sabían distinguir las
corrientes del movimiento progresivo y del retrógrado, y por más liberales
que fueran sus conatos, servían a una y a otra, sin advertir que contrariaban
sus propias aspiraciones, sino en los casos en que algún choque violento de
ambas corrientes o algqna reacción atrevida y opresora venían a advertirles
que peligraba la independencia del espíritu o que la libertad era ultrajada”.82
Los sistemas de significación, en torno a los cuales giraban las posi­
bilidades de un nuevo conocimiento, se encontraban conformados, por
tanto, por un sistema de poder dominante. Incluso aquellos quienes Lastarria
esperaba tuvieran conciencia de las formas de perpetuación de la visión
tradicional del mundo, y las estructuras de poder que expresaba, se encon­
traban atrapados en la madeja ideológica que los defensores del statu quo
generaban.

80 Karl Mannheim, Structures o/Thinking (Londres: Routledge and Kegan Paul, 1974), pp. 38-39.
81 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 231.
82 Ibid., p. 231.
250 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Don Diego Barros Arana, agudo observador del conflicto, consideró


superada la polémica histórica con un triunfo arrollador de don Andrés Be­
llo. Parte de su argumento se basa en que, “aunque la Facultad de Filosofía
y Humanidades había propuesto en 1847, como tema para el certamen del
año siguiente, un estudio sobre la manera de enseñar la historia no se pre­
sentó ningún competidor. El tema se repitió en 1848 para el certamen de
1849 pero tampoco concurrió nadie. En realidad, los artículos de don Andrés
Bello... habían solucionado magistralmente la cuestión”.83 Efectivamente, la
visión tradicional salió victoriosa, en la medida en que se fijaron las reglas al
trabajo historiográfico, convirtiéndolo en una disciplina académica y erudita.
Sin embargo, como lo demuestran los términos de esta polémica, la discu­
sión misma expresa la existencia de dos mundos crecientemente irreconci­
liables que sólo el genio de Bello podía mantener cohesionados por algunos
años más.

83
Diego Barros Arana, Un decenio en la Historia de Chile, op. cit., tomo II, p. 448.
VIII
Los límites de la polémica: “Sociabilidad chilena”
por Francisco Bilbao

1. Bilbao y su universo intelectual: Religión y República


A lo largo de estas páginas se ha podido constatar que prácticamente
todos los temas que inquietaban a la clase dirigente chilena y que influían
sobre la configuración de la nueva nación y el nuevo Estado fueron motivo
de una polémica que abarcaba, además de su especificidad, el ámbito del
poder y su mantención estable en manos del grupo que se consideraba su
legítimo depositario. La posibilidad de la polémica se relacionaba directa­
mente con la percepción que la clase dirigente tenía de la cohesión del
cuerpo social en torno a los valores que le eran consensúales, y que ella
consideraba constituían'el pilar, donde se fundaba el edificio que albergaba
los proyectos de cambio gradual y controlado, que el espíritu decimonónico
visualizaba como necesarios e inherentes al progreso indefinido. Estas afir­
maciones se sustentan en parte con el análisis de las principales polémicas
que se dieron en la década de 1840. Sin embargo, no queda probado que los
valores que hemos denominado consensúales constituían la piedra de tope
para la posibilidad de la polémica. Se requiere de una demostración donde
ellos hayan operado como freno a la polémica, transmitiendo a la clase
dirigente una sensación de amenaza que justificase su reacción defensiva y
la fijación de límites a los términos de la discusión.
Francisco Bilbao fue el responsable de que se pusiera a prueba el
espíritu de tolerancia inaugurado pocos años antes, y que la elite chilena
desplegara todos sus recursos en la defensa de los valores que sustentaban
su poder. Lo logró con la publicación de su artículo “Sociabilidad Chilena”,
aparecido en El Crepúsculo, el 10 de Junio de 1844, en un ambiente que ya
252 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

se encontraba alterado por el impacto que tuvo la negativa eclesiástica a


facilitar la Catedral de Santiago para los funerales del patriota Infante. Bilbao
publicó su trabajo mientras simultáneamente la prensa liberal atacaba al cle­
ro por su decisión.
Las ideas de Bilbao fueron recibidas como revolucionarias por casi
toda la dirigencia intelectual del país, incluida la mayoría de los liberales que
compartían con él una visión más progresista de la sociedad. Efectivamente
las ideas de Bilbao buscaban y lograban desafiar. Su exposición, la lectura
que hizo la elite del texto, la reacción radical contra el escrito, el desconcier­
to e incomprensión de la situación que demostraron los colegas liberales y
luego los historiadores de Bilbao, constituyen todos aspectos relevantes que
deben discutirse. No puede descuidarse, sin embargo, un aspecto anterior y
que permite que lo demás asuma el tamaño que se le dio: Bilbao era un
joven miembro de la misma clase que se sentía desafiada.
Había nacido el 9 de enero de 1823, hijo de Rafael Bilbao, liberal y
admirador de la Enciclopedia francesa, miembro de la Asamblea Constitu­
yente de 1828, exiliado por el régimen portaliano. Francisco vivió en Lima
hasta 1839, presenciando las reuniones y conspiraciones de los emigrados
que luchaban contra la restauración conservadora en su país. A su regreso a
Chile ingresó al Instituto Nacional donde fue discípulo de Lastarria y de
Bello, y donde conoció a los argentinos y a los demás integrantes de la
Generación de 1842. Con ellos fundó la Sociedad Literaria, destacando por
su pasión por la historia y su espíritu ardiente y poético. Leía los Evangelios
y sentía atracción por la filosofía y la literatura, especialmente por los autores
franceses que en esos años asombraban al mundo. Entre los literatos se
interesó especialmente por Víctor Hugo, George Sand, Lamartine y Dumas.
En filosofía e historia conoció a Herder y Vico gracias a su contacto con
Vicente Fidel López. Era también lector de Cousin, Michelet, Quinet, Thiers,
Guizot y Buchez. Sabemos que conocía el pensamiento político y los deva­
neos de los católicos liberales en Francia, y que leía a Saint-Simon, Leroux y
Lerminier, siendo la obra del abate de Lamennais la fuente de inspiración
que más marcara su vida.1

1 Las principales biografías de Bilbao son: Armando Donoso, Bilbao y su Tiempo (Santiago:
Editorial Zig-Zag, 1913); Alberto J. Varona, Francisco Bilbao, Revolucionario de América. Vida
y Pensamiento. Estudio de sus Ensayos y Trabajos Periodísticos (Panamá: 1973); Pedro Pablo
Figueroa (ed.), Obras Completas de Francisco Bilbao (Santiago: 1897) 2 volúmenes; Manuel
Bilbao (ed.), Obras Completas de Don Francisco Bilbao (Buenos Aires: Imprenta de Buenos
Aires. 1865) 2 volúmenes. Recientemente fue publicada: Gonzalo Fernández Meriggio, Francisco
Bilbao. Héroe Romántico de América (Valparaíso: Casa Editorial de Valparaíso, 1998).
SEGUNDA PARTE / CAP, VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: “SOCIABILIDAD CHILENA”,., 2)3

Aunque los debates intelectuales que se llevaban a cabo en Europa no


coincidían necesariamente con la problemática nacional, el resurgir de la
filosofía espiritualista o idealista en Francia, la nueva sensibilidad traída por
el romanticismo y el renovado impulso religioso que se llevaba a cabo allí
marcaron la pauta de la temática de intelectuales chilenos como Francisco
Bilbao. Así, la discusión sobre el catolicismo liberal, que en Francia se apo­
yaba en una oposición al ultramontanismo y al galicanismo, en un intento
por introducir la modernidad en la Iglesia Católica, y en nuevas nociones de
democratización social y de libertad, en Chile apareció como un atentado
contra los valores morales e institucionales de la nación, en la medida en que
efectivamente la defensa de una noción secular de libertad condujo a que la
mayoría de los intelectuales franceses a que hacemos referencia terminaron
separándose del Catolicismo.2
Las cartas de Bilbao a Aníbal Pinto, futuro Presidente de Chile, son un
testimonio valioso de su etapa de contacto intelectual y espiritual con los
maestros franceses. Allí, el joven chileno enumera los libros que le parecen
importantes, destacando entre ellos a Bossuet, y comenta las ideas que más
le impactan.3 Destacan su afición por las “cosmogonías” y su percepción de
su época como un preludio de grandes revoluciones espirituales.4 Se apoya
en Lerminier y George Sand para sostener que es necesario adaptarse “al
tiempo” como lo hace Lamennais, reconociendo que “es muy difícil cuando
los espíritus se arraigan en algún idealismo que consideran verdadero. Feliz
aquel que puede desprenderse y variar más y más hacia la verdad. Yo no
puedo hacer esto sino pon revoluciones morales que me sacuden como
diablo”.5 En la misma carta reconoce su interés por las materias religiosas y
por las ideas de Leroux.

2 Ver más adelante las referencias a Félicité de Lamennais.


* Es importante destacar que algunos de los autores franceses populares en Chile escribieron
durante la “monarquía liberal” de Luis Felipe de Orléans (1830-1848). De allí que no fuera
una posición homogénea y, en algunos casos, representara tan sólo una actitud anti­
monárquica.
3 Bilbao a Pinto, Valparaíso, 1843 s/f, SMA 7102.
4 Bilbao a Pinto, Valparaíso, 1844 s/f, SMA 7110.
5 Ibid. Ese “adaptarse al tiempo” en Lamennais conlleva un abandono de verdades fijas, como
lo expresa él mismo en su Carta a la Condesa de Seufft, enviada en febrero de 1834: “Mientras
más camino más me maravillo de ver hasta qué punto las opiniones que tenemos más
arraigadas dependen del tiempo en que hemos vivido, de la sociedad en que nacimos y de
mil circunstancias igualmente pasajeras”.
254 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Entre los autores franceses sobre los que Bilbao reflexiona, figura
preferentemente Víctor Cousin. De hecho, el Cours sur L’Histoire de la
Philosophie que dictó Víctor Cousin en 1828 tuvo gran influencia en los
medios intelectuales de Chile.6 Cousin sostenía que “la historia... es la ciencia
de la relación de los hechos con las ideas”, y afirmaba que “...los hechos en
sí mismos son insignificantes; pero, fecundados por la razón, manifiestan la
idea que encierran...”7 Bilbao le recomendaba en una carta a su amigo Aníbal
Pinto que comprara las obras de Cousin, admirado por las reflexiones de
éste sobre el “espíritu de las épocas”. Le alertaba también contra lo que él
interpreta como determinismos en la obra de Cousin, especialmente el
determinismo geográfico. Se refería con ello a las manifestaciones del “espí­
ritu de la época” que se expresarían a través del tiempo y del espacio en
estadios progresivos, limitando el voluntarismo humano que Bilbao aprecia­
ba por derivar de la categoría racional del hombre. Por eso Bilbao alertaba a
Pinto que: “Ese optimismo tan exagerado, esa necesidad o fatalidad a que
sujeta todos los grandes hechos, los grandes hombres, esa limitación de la
libertad que le agobia por la influencia del espacio, todo esto no me gusta.
Creo en las leyes naturales, en Dios y hasta cierto punto en el panteísmo,
pero creo más en la libertad y en su poder tan grande”.
La confianza que depositaban Michelet, Quinet y Lerminier, discípulos
de Cousin, en que las ideas son el motor del cambio histórico, era atractiva
para los liberales chilenos, pues les permitía identificarse con un plantea­
miento que confirmaba su certeza en la influencia cultural de las ideas, aun­
que en ocasiones favorecieran a las instituciones como motor de cambio
social.8 Escribía Lerminier: “La forma más elevada de la filosofía es el idealis­
mo... Es por el idealismo que el axioma puede convertirse en dogma”.9 En la
marcha de la historia, coordinada por “la libertad moderna”, perfectible, sólo
“nuevas ideas podrían regenerar las costumbres”.10 Además, a diferencia de
Cousin, Michelet y Quinet habían discutido el problema de la causalidad

6 Ver capítulo 7.
7 Víctor Cousin, Cours de l’Histoire de la Philosophie Moderne (París: s/p, 1847), vol. I,
avertissement, p. 1.
8 Ver Ana María Stuven y Jorge Myers, “Filosofía de la Historia en Francia: Cousin, Michelet,
Quinet y Lerminier” en Revista de Historia Universal, 8,1987. También, Bernardo Subercaseaux,
Lastarria, Ideología y Literatura, op. cit., p. 208, y Raúl A. Orgaz, Obras Completas, op. cit.,
vol. I, cap. III.
9 Lerminier, De ílnfluence de la Philosophie, op. cit., p. 347.
10 Ibid., p. 368.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: “SOCIABILIDAD CHILENA’... 255

histórica de manera que les fue distanciando progresivamente del Provi-


dencialismo. Escribiendo en 1827, Michelet afirmó que el mensaje que debe
extraerse de Vico es que “los hombres han construido el mundo social tal
cual es”. La historia no es más que la lucha de la libertad contra la fatalidad.
Quinet, por su parte, reconoció su deuda con los principios del pensamiento
histórico de Herder, aunque insistió en la vinculación de la razón divina y la
razón humana y en la historia como progreso, ocupando en ella la libertad
un rol decisivo.11
La búsqueda de sustento intelectual y espiritual en los autores euro­
peos republicanos y secularizantes era cosa habitual en toda la generación
de Bilbao. La popularidad de Félicité de Lamennais, disidente católico fran­
cés, era pública. Incluso El Telégrafo de Concepción había reproducido en
diciembre de 1843 la obra Paroles d’un Croyant, provocando una polémica
en la prensa. El editor de El Mercurio alegó que las ideas de Lamennais “no
son palabras oportunas en Chile, pues en ellas... el apóstol de la democracia
cristiana ha exagerado el valor político del pueblo”.12 Sostuvo que “la clase
dirigente” debía limitarse a “impulsar la revolución moral,” y no intentar
introducir reformas políticas ni constitucionales pues había que tener en
cuenta que Chile no podía ser aún plenamente republicano ya que su capa­
cidad democrática era limitada.13 El matutino reacciona insistiendo que no es
aún el momento de la “república democrática”, ya que: “Si, las libertades...
deben concederse a los pueblos, según el axioma de Saint-Simon, ‘a cada
uno según su capacidad’, siendo tan limitada nuestra capacidad democrática,
es claro que limitadas deben ser por ahora nuestras libertades constituciona­
les”.14 En carta a Aníbal Pinto, Bilbao reconoció su deuda a Lamennais por la
actitud de rebeldía de éste hacia la Iglesia y por su capacidad de adaptarse
“al tiempo”.15 Decía Bilbao: “Feliz aquel que puede desprenderse y variar
más y más hacia la verdad”.16
Bilbao había entrado en contacto con la obra de Lamennais en 1839,
durante su primer año en el Instituto Nacional, a través del peruano Pascual

11 Ana María Stuven yjorge Myers, “Filosofía de la Historia en Francia: Cousin, Michelet, Quinet
y Lerminier”, op. cit., p. 85.
12 El Mercurio de Valparaíso, 4 de enero de 1844
13 El Mercurio de Valparaíso, 2 de enero de 1844
14 El Mercurio de Valparaíso, 4 de enero de 1844.
15 Cfr. nota 5.
16 Bilbao a Pinto, Valparaíso, 1844 s/f., SMA 7110.
256 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Cuevas, quien le facilitó Le Livre du Peuple, y de Vicente Fidel López, admi­


rador de las Paroles d’un Croyant. Ya en 1843 le contaba a su amigo Aníbal
Pinto que había iniciado la traducción de De L’Esclavage ModerneS1 No es
difícil establecer una genealogía de las ideas confusas de Bilbao en los prin­
cipales postulados del Abate, especialmente aquellos que llevaron a este
último al rompimiento con el Papado. Lamennais había postulado, desde las
páginas del periódico L’Avenir, la mutua interdependencia entre la religión y
la libertad, acusando de los males de los años de 1830 en Francia a la “gue­
rra” entre ambas, declarada por el clero francés al apoyar el despotismo
monárquico. También atacó a la Revolución, que apropiándose de la noción
de libertad, la marginó del léxico de los católicos que no querían asociarse
con los excesos revolucionarios. Sostenía que “lo que une las familias a las
familias, las naciones a las naciones, es primeramente la ley de Dios, la ley
de la justicia y de la caridad y, enseguida, la ley de la libertad, que es tam­
bién la ley de Dios”.1718
Otro factor influyó sobre el atractivo que Bilbao sintió por Lamennais.
Edgar Quinet, luego de leer las Paroles d’un Croyant, escribió al sacerdote
disidente expresándole su admiración y agradeciéndole la publicación de la
obra. “...Yo quisiera terminar sin ser demasiado indigno de su amistad. Tal vez
esa sea la única cosa en el mundo que yo verdaderamente deseo”.19 A pesar
de la efusividad que el romanticismo incorporaba al lenguaje, es indudable
que Quinet también vio en Lamennais una fuente importante de cambio.
Lamennais intentó redefinir el concepto de libertad, otorgando auto­
nomía al pueblo en materias civiles. La libertad pertenece al individuo, quien
decide sobre la autoridad legítima. El pueblo, sostiene, no tiene “más que un
Padre que es Dios y un Maestro que es Cristo. Cuando os digan de quienes
tienen un gran poder sobre la tierra: he aquí vuestros maestros, no lo creáis.
Si son justos, son vuestros servidores; si no, son vuestros tiranos”. La autori­
dad sólo es legítima si cumple con el designio de Dios que es el reino de la
justicia y de la libertad. De allí se desprende la defensa de la libertad de
conciencia, que justifica la separación entre la Iglesia y el Estado; de la liber­
tad de enseñanza, de prensa y de asociación, explícitamente definida como

17 Bilbao a Pinto, Valparaíso, 7 de febrero de 1843, SMA 7100.


18 H. F. Lamennais, Paroles d’un Croyant (Paris: Imprimerie A. Dersé, S/F), p. 42.
19 Carta de E. Quinet a F. de Lamennais, 22 de junio de 1834: Louis le Guillou, “Quinet et
Lamennais” en Actes du Colloque International de Clermont-Ferrand. Centenaire de la Mort
de Edgar Quinet, 1978.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: ‘SOCIABILIDAD CHILENA'... 257

proveniente del derecho natural y como garantía contra el poder arbitrario.


Sólo a partir de una plena garantía para estas libertades, podrá el hombre
libremente volver hacia el Catolicismo; en ese momento tendrá la certeza de
que no existirá gobierno alguno que tenga poder sobre sus ideas.
La Encíclica Miran Vos fue la respuesta del Papa Gregorio XVI a las
ideas de Lamennais publicadas en L 'Avenir. Los temas que más le preocupan
a la autoridad religiosa son dos. En primer lugar, la idea de tolerancia, lo que
se considera una forma de indiferentismo, amparada en la libertad de con­
ciencia. Segundo, la alianza entre libertad y religión con las consiguientes
libertades individuales que de ésta se desprenden, y el efecto que tienen
sobre la autoridad de la Iglesia. Bilbao tomó contacto con estas ideas cuando
ya se encontraban radicalizadas fruto del rompimiento con el Papado. De
hecho, Paroles d’un Croyant publicada en 1834 es una obra de rebeldía, que
el Papado condenó “por su perversidad”, como “detestable producción de
impiedad y audacia...”20
El desafío al poder eclesiástico y las nuevas definiciones del concepto
de autoridad tenían naturalmente implicancias para el ámbito político en
Chile. Por una parte, transmitían una impresión de relatividad en el mundo
de las verdades fijas; y por otra, sugerían que la única protección posible
contra las arbitrariedades eran las libertades individuales, los derechos indi­
viduales, sobre los cuales el poder eclesiástico perdía toda tuición. Esta idea
fue decisiva en la percepción de Bilbao de que era la Iglesia la que impedía
el cambio sociopolítico, e imponía formas de sociabilidad jerarquizadas y
autoritarias. <
Bilbao había nacido y se había educado en un universo donde el
Catolicismo, y en particular la Iglesia Católica, imprimían a la política un
efecto moderador y ordenador del cual la clase dirigente chilena tuvo con­
ciencia desde los inicios de la república. En los años 40 hubo numerosos
testimonios de la relación entre religión y orden, justamente ante las amena­
zas secularizantes de las nuevas corrientes filosóficas, políticas y literarias.21
Sin embargo, como veremos en la lectura de su obra, la crítica de Bilbao al
Catolicismo difiere radicalmente de la asumida por sectores anticlericales. Su
denuncia trasciende con mucho a deducir vicios de la tuición eclesiástica

20 Georgcs Weill, Histoire du Catholicisme Libéral en France, 1828-1908 (París: Ressources,


1979), p. 49.
21 Ver capítulo 3.
258 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

sobre aspectos jurídicos, para abarcar de lleno aspectos doctrinales. Es más,


Bilbao asume la postura anticatólica desde una visión del mundo que otorga
primacía a las religiones, también como motor de cambio sociopolítico. Ade­
más de la influencia de Lerminier, estas ideas provenían del ya mencionado
Quinet, traductor de Herder, profesor del College de France y autor, entre
otros trabajos, de Le Génie des Réligions (1841) y Les Jesuites (1843). Quinet,
quien conocería personalmente a Bilbao cuando éste vivió en París en 1845,
también consideraba que las instituciones políticas derivan su origen directa­
mente de las prácticas y creencias religiosas. “Cada sociedad, personificada
en su dios, le atribuye todos los hechos de su vida colectiva”, sostenía al
iniciar el recorrido de la historia de las religiones, desde Oriente hacia Occi­
dente.22 Estimaba que el motor del cambio se encontraba en el ámbito de las
creencias espirituales, más que en lo material del mundo político: “Con el
misterio de las religiones, el pueblo posee el misterio de las leyes; con las
leyes, el medio de disfrutar su victoria; sabe las fórmulas sagradas por las
que puede arraigar cada revolución...”23 En otra parte se preguntaba: “¿qué
son todas las instituciones políticas sino religiones que, realizándose, se en­
carnan en el mundo?”24
Quinet, de religión protestante, atribuía al Catolicismo, y más concre­
tamente a los sectores ultramontanos, el origen del yugo de opresión que se
había impuesto en Francia y en España con los Borbones. Decía que, así
como en la Edad Media, el Catolicismo fue elemento de libertad, desde el
siglo dieciséis es “un elemento de reacción”, que mantiene a los estados al
margen de los “tiempos modernos”, en la medida en que la Iglesia no com­
prendió el verdadero sentido libertario de la Reforma Protestante, ni de la
Revolución Francesa, que entronizaron los principios de conciencia pública
y soberanía del pueblo. La crítica al Catolicismo por parte de Quinet, así
como la de Michelet, se apoya en principios éticos.
Por lo tanto, es desde dentro de la misma línea argumental que siguie­
ra el Presbítero Briceño meses antes, es decir, en función de su papel ético-
social, que Bilbao, apoyado en los liberales franceses, ataca a la Iglesia Cató­
lica. La diferencia entre ambos radica en que para Bilbao el medio para
conocer la relación necesaria entre religión y política es la filosofía de la
historia, y no la Providencia como para el religioso.

22 “Le Génie des Réligions”, en Oeuvres Completes de Edgar Quinet, op. cit., libro 1, p. 39.
23 Ibid., libro 7, p. 371.
24 Ibid., “El Ultramontanismo”, en Oeuvres Completes de Edgar Quinet, op. cit., p. 212.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: “SOCIABILIDAD CHILENA'.. 259

2. “Sociabilidad Chilena”

Francisco Bilbao se propuso analizar la sociedad chilena desde su


interior. Entendió por “sociabilidad chilena” un diagnóstico de la sociedad a
partir de sus sustentos religiosos, sociales, económicos y políticos. Con la
autoridad que le otorgaba su creencia, común a los liberales de su época,
que las ideas eran capaces de poner en jaque el ordenamiento social, Bilbao
se atrevió a proponer un nuevo ordenamiento, esencialmente democratizante,
para la sociedad chilena, precisamente a partir de un cambio en el canon
valórico que fundaba la cohesión y el poder de la clase dirigente.
Llama la atención que al diagnóstico sociopolítico y a la proposición
de cambios democratizantes en esas áreas se los englobara bajo el apodo de
“sociabilidad”. Sabemos que el término ya formaba parte del léxico intelec­
tual de otros autores latinoamericanos, especialmente de los argentinos de la
llamada Generación de 1837, fuertemente influidos por el socialismo utópico
francés y por los pensadores igualitaristas, quienes concebían las relaciones
sociales en función de la igualdad. Algunos chilenos, entre ellos Francisco
Bilbao, también tenían alguna familiaridad con el concepto de sociabilidad
como justificación de lo liberal, sentido que le otorgaba el filósofo del dere­
cho francés Jean-Louis-Eugéne Lerminier.25 La “sociabilidad” se entiende como
el sistema de relación entre los hombres y la sociedad como el ámbito donde
las ideas asumen su forma específica. “...El hombre es libre y social”, explica
Lerminier. “Su libertad es la raíz del derecho, y su sociabilidad es la forma del
mismo”.26 Como es habitual en los pensadores franceses decimonónicos,
España aparece como la tradición, y ello se debe a que durante el siglo XVIII
no logró “reformas en su sociabilidad: la Iglesia y la nobleza de la Edad
Media fueron más fuertes que el espíritu filosófico...”27 La humanidad es

25 Jean-Louis-Eugéne Lerminier: 1803-1857, filósofo del derecho, liberal y republicano, catedrático


de Legislación Comparada en el Collége de France. Tuvo que renunciar en 1849.
26 J.L.E. Lerminier, Introduction Genérale a ÍHistoire du Droit (Bruselas: 1829), p. 15.
27 J.L.E. Lerminier, De l’Influence de la Philosophie du XVIIIe Siécle sur la Législation et la
Sociabilité du XlXe (Paris, 1833), p. 193- Sabemos que Bilbao conocía algo de Lerminier, por
su correspondencia. En una carta que le dirigió a su amigo y futuro Presidente de Chile,
Aníbal Pinto, le expresaba: “Mucho me has ‘picado’ con el artículo de Lerminier... El mérito
que Lerminier encuentra a George Sand es, no hay duda, verdadero. Debemos modificarnos,
adaptarnos al tiempo, y una de las grandes pruebas de esta verdad es Lamennais... Pero esto
es muy difícil cuando los espíritus se arraigan en algún idealismo que consideran verdadero.
Feliz aquel que puede desprenderse y variar más y más hacia la verdad. Yo no puedo hacer
esto, sino con revoluciones morales que me sacuden como diablo”. Bilbao a Pinto, 19 de
agosto de 1844, SMA 7110.
2Ó0 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

sociable naturalmente y esta sociabilidad debe encaminarse hacia la igual­


dad, noción esencial al enfoque liberal democrático que Bilbao propiciaba.28
El primer momento de “Sociabilidad Chilena”, el diagnóstico del pasa­
do, se propone llamar la atención sobre los elementos que conformaron
históricamente el canon valórico de la sociedad chilena. Ellos se desprenden
de la España medieval que impuso el Catolicismo, la Inquisición y la intole­
rancia, ya que la religión es “el elemento principal que debe tomarse en
cuenta para comprender la historia o dirigir la vida de los pueblos”.29 En
términos semejantes, Lerminier había escrito: “Sin religión la verdadera ley
no es posible, siempre hay algo de dogmático en las prescripciones socia­
les”.30 De la religión surge la política. “Los que creen que nada hay en común
entre la religión y la política, que el dueño de mi creencia no ha de ser el
dueño de mi voto, esos necesitan empezar el abecedario de la filosofía de la
historia”.31 El Catolicismo representa para Bilbao “la glorificación de la escla­
vitud. Una montaña de nieve sobre el fuego de la dignidad individual”.32 El
autor, lector cuidadoso de los Evangelios, afirmó haber llegado a este con­
vencimiento después de descubrir que éstos no necesariamente contenían
las enseñanzas de la Iglesia, la cual construyó una “síntesis” de creencias e
ideas a partir de una visión autoritaria de la religión y la política. Bilbao negó
la divinidad de Jesucristo por servir de apoyo a la autoridad de la Iglesia,
aunque le admiraba como revolucionario social, liberal y profeta, y rechazó
toda tuición eclesiástica sobre la sociedad civil. Dice: “El Catolicismo es reli­
gión simbólica y de prácticas, que necesita y crea una jerarquía y una clase
poseedora de la ciencia. Religión autoritaria que cree en la autoridad infali­
ble de la Iglesia, es decir, en la jerarquía de esos Hombres....Religión simbó­
lica y formulista que hace inseparable la práctica de la forma, del espíritu de

28 En su tesis sobre el origen de los términos que se utilizan para describir “lo social”, Jean
Dubois establece que el término “sociabilidad” corresponde, desde la economía política, al
vocabulario social (“socialismo”) y al vocabulario político (“instituciones”). Cita al autor
decimonónico C. Dulac, quien define el socialismo como “la doctrina de la sociabilidad
traducida en instituciones”. Cfr. Jean Dubois, Le Vocabulaire Politique et Social en Frunce de
1869 a 1872 (París: Larousse, S/F). Tesis.
29 Francisco Bilbao, “El Evangelio Americano”, parte II en Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas,
op. cit., vol. 1, p. 199.
30 Lerminier, De l'Influence de la Philosophie, op. cit., p. 360.
31 Francisco Bilbao, “El Evangelio Americano”, en Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas, op.
cit., p. 304.
32 Francisco Bilbao, “Sociabilidad Chilena”, en Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas, op. cit., p. 12.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: "SOCIABILIDAD CHILENA'... 261

la ley”.33 Contra el designio de Cristo que fundó una democracia religiosa, la


religión católica ha legitimado la monarquía absoluta, “...(con) el auxilio de
la religión, es decir, del clero, que le somete a los individuos y evita el
análisis, el pensamiento libre que es enemigo de la tradición”.34 Esta afirma­
ción también contiene reminiscencias de Lerminier, quien decía admirar a
Rousseau porque “él mostró que se podía hablar magníficamente de Dios sin
apoyarse en las pompas de la fraseología católica...”35 Sostuvo que admiraba
al cristianismo pues se encontraba “en la naturaleza de las cosas”, pero que
“no sabría reconocerle otro mérito”.36
La historia es la razón dirigida por una ley moral, a la cual Bilbao
identifica con las ideas de libertad, igualdad y perfección. La razón es el
medio para conocer la ley moral, que se expresa en la legalidad. Es ella, la
razón, “naturalmente constituida para la verdad”, en lugar de Dios, quien
revela la religión comunicando al hombre con Dios, o, como pensaba Vico,
el pensamiento humano expresa la voluntad de la Providencia. La religión,
universal y científica, es por tanto un producto de la razón y el elemento
principal de la humanidad; hay un vínculo entre razón divina y humana.
Someterse al imperio de la razón individual “es negar la fe”, en palabras de
Francisco Bilbao, quien así plantea una dicotomía entre una religión natural
y sobrenatural, y entre sus dos fuentes, razón y fe, respectivamente. Quinet
insiste más en una tradición revelada como base de la historia y de la socie­
dad, la cual el hombre, no obstante, puede conocer racionalmente. Cree en
“la conciencia universal del género humano”, sometida a las leyes del cam­
bio, aceptando que la Providencia prepara las leyes del cambio, ámbito don­
de radica el progreso.37
El momento de diagnóstico en Bilbao continúa con la denuncia contra
el inmovilismo social que ha seguido a la Independencia. En Chile, la tuición
católica ha legitimado prácticas contrarias a la libertad por varias razones.

33 Ibid., p. 13.
34 Ibid., p. 18.
35 Lerminier, De l’Influence de la Philosophie, op. cit., p. 88. La familiaridad de Bilbao con
Lerminier también queda de manifiesto cuando, en carta a Pinto, se lamenta: “Leo poquísimo
a Lerminier. No sé si has visto una pequeña traducción que hice de él...” Bilbao a Pinto, 7 de
febrero de 1843. SMA 7100.
36 Ibid., p. 329-
37 “Introduction a la Philosophie de l’Histoire de l’Humanité, Avertissement", en Oeuvres Completes
de Edgar Quinet, op. cit., p. 383-
2Ó2 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Primero, porque justificaría la monarquía absoluta: “La monarquía es un go­


bierno de tradición divina... luego necesita del auxilio de la religión, es decir,
del clero que le someta a los individuos y evite el análisis, el pensamiento
libre que es enemigo de la tradición”.38 Segundo, en el ámbito de la familia,
como cuando por ejemplo condena “el adulterio... el estado de amantes, es
decir, el estado de espontaneidad y libertad de corazón...”39 Tercero, en el
ámbito del trabajo, al justificar “el sistema coercitivo y diezmador del trabajo
del pobre”, impidiendo “que se eleve una clase media que preludie la liber­
tad, como la burguesía en Europa”.40 Bilbao denunció incluso lo que llamó el
“despotismo feudal” por la situación de indefensión en que se encontraba el
trabajador y su dependencia del “rico o poseedor”. En resumen, Bilbao pos­
tula que “el individuo, como hombre, en general pide la libertad del pensa­
miento, de donde nace la libertad de cultos. El individuo, como espíritu
libre, expuesto al bien y al mal, necesita educación para conocer el bien. El
individuo... necesita propiedad, para cumplir su fin en la tierra”.41
Después del diagnóstico, el momento siguiente en “Sociabilidad Chi­
lena” consiste en una proposición de cambio. En primer lugar, la apología de
la clase media y el pueblo implica un cambio en los actores políticos, y un
cambio general en el sistema de jerarquías, lo cual se puede atribuir fácil­
mente a las influencias de Lamennais. La Iglesia y la clase dirigente son
desplazadas de su lugar histórico como motores de los procesos sociopolíticos
y económicos. “La idea que ocupa la cumbre de la sociabilidad es el pueblo.
La idea más grande del pueblo es la del pueblo soberano. Realizar, pues, esta
idea en todas sus ramificaciones y bajo todos sus aspectos; he aquí mi obje­
to”.42 También señalaba la necesidad del cambio en relación a la propiedad,
ya que era importante, como un requisito para que los hombres pudieran
acceder al conocimiento del bien. Luego, un cambio en el proceso de acceso
a la verdad, al propiciar la duda como fecunda. “La duda se encarna, el
sistema de creencias se viene al suelo, la dignidad humana se levanta. El
individuo necesita examinar para creer”.43

38 Francisco Bilbao, “Sociabilidad Chilena” en Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas, op. cit.,
vol. 1, p. 18.
39 Ibid., p. 20.
40 Ibid., p. 21.
41 Ibid., p. 30.
42 Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas, op. cit., vol. 1, p. 74. Esto fue señalado por Bilbao
durante su defensa en el juicio a que era sometido.
43 Ibid., p. 26.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: 'SOCIABILIDAD CHILENA'... 2Ó3

El momento final de la obra es su justificación del cambio radical: la


revolución, apoyándose en la legitimidad que otorgaba el movimiento
independentista. “Nuestra revolución es la mudanza violenta de la organiza­
ción y síntesis pasada para reemplazarla con la síntesis vaga, pero verdadera,
que elabora la filosofía moderna”.44 Al referirse a la organización pasada,
Bilbao está apelando a un nuevo principio ordenador que implica el origen
real del poder en el pueblo con capacidad de ejercicio de su soberanía. Ello
implica que la libertad no sólo debe imperar en la sociedad civil, sino tam­
bién en la sociedad política. Bilbao reconoce que “la fe destruida, es preciso
satisfacer esas cuestiones científicamente, es decir, racionalmente”.45 Y para
ello, le parece natural sostener el derecho a las mismas libertades individua­
les que inspiraban la obra de Lamennais, incluyendo la libertad de enseñan­
za, “modo de revolucionar y completar las revoluciones”, y a propiciar una
similar noción de autoridad: “O los gobiernos han salido de las entrañas de
la revolución y entonces es legítima su existencia, o no, y entonces son
desconocidos como autoridades del pueblo revolucionario”.46
Respecto del momento histórico que vive, Bilbao interpela al gobier­
no del Presidente Manuel Bulnes a definirse: “¿El Gobierno actual es conti­
nuador de la resurrección del pasado y por consiguiente retrógrado, o es
continuador de la revolución? He ahí la cuestión”.47 Su visión de la realidad
insinúa las líneas que constituyen su discurso político y las categorías de
valores que lo conforman. Bilbao admite que la forma de completar la revo­
lución es la imposición inmediata del sistema democrático y el reemplazo de
los valores autoritarios por los principios de la filosofía moderna. Cambios
en la educación, el sistema financiero, la administración interna y las relacio­
nes entre la Iglesia y el Estado son medidas necesarias para completar la
revolución. Sin embargo, deben ir acompañadas de un elemento fundamen­
tal: la incorporación política: “Pero el punto culminante donde toda adminis­
tración escolla o recibe una corona de la historia, permanece tranquila. Ha­
blamos de la elevación de las masas a la soberanía nacional, a la realización
de la democracia”.48

4/1 Ibid., p. 28.


45 Ibid.
46 Ibid., p. 32.
47 Ibid., p. 41.
48 Ibid., p. 45.
264 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

La conclusión de “Sociabilidad Chilena” completa la definición de re­


volución al otorgarle a este concepto la categoría de ley, fatalmente encami­
nada a organizar las creencias y, en consecuencia, a la sociedad. Por lo tanto,
la obra del “socialista”, término que equivale a “legislador” o “al que gobier­
na”, es reconocer y aceptar esta nueva síntesis que es “el grandioso e irreme­
diable espectáculo de la libertad que hemos conquistado filosóficamente”.49
La libertad entroncada en las conciencias y el pensamiento de los individuos
ya es una conquista social fundamental para Bilbao. “Dado este paso estoico
de la ciencia, lo demás podremos esperarlo, apoyando una mano en la con­
ciencia individual y con la otra invocando la inmortalidad”.50
En síntesis, “Sociabilidad Chilena” intentó remover el sustento católico
que inspiraba la vida privada y pública de la clase dirigente, y redefinir las
bases de la sociabilidad al propiciar la inmediata democratización social y la
institucionalidad republicana. Además, denunció la situación de subordina­
ción en que se encontraba la mujer, criticó la indisolubilidad de matrimonio,
las deficiencias del sistema educativo, la desesperanza de los desposeídos, la
injusticia del sistema de propiedad. Todo ello constituía sin duda un acto tan
temerario y revolucionario que por su radicalismo exagerado y su ninguna
posibilidad de actualización en la sociedad chilena podría haber sido simple­
mente desechado.
“Sociabilidad Chilena”, a pesar de su mensaje filosóficamente incohe­
rente, fue la obra que excedió la posibilidad de polémica. La perspectiva
histórica y el conocimiento de las ideas de los mentores de Bilbao permite
captar con claridad que su noción de revolución implicaba la sustitución de
la síntesis del universo valórico católico, donde la Iglesia aparecía como
estructurante de una jerarquía teológico-política en que se apoyaba la tradi­
ción y la familia, por otra síntesis republicana, estructurada en torno a la
razón, al poder civil laico, a la soberanía popular y a la historia guiada hacia
la libertad de pensamiento. Proponía, en definitiva, un nuevo orden. Como
Quinet, Bilbao luchaba por imponer la libertad, no sólo en la sociedad civil
sino también en la sociedad política. Curiosamente, sin embargo, los intelec­
tuales contemporáneos al autor parecen desconocer estos alcances en el
análisis de la obra, enfatizando la irracionalidad de la propuesta de Bilbao.
Paradójicamente, por otra parte, la clase dirigente, en su reacción visceral,

49 Ibid., p. 47.
50 Ibid.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: “SOCIABILIDAD CHILENA'... 2Ó5

demostró una capacidad de percibir los alcances reales del mensaje de Bil­
bao más allá de su comprensión racional de las ideas. Ello obedece, en
parte, a que algunos visionarios comprendieron el desafío planteado por
Bilbao pero, principalmente, a que los valores que conformaban la cultura
política de la clase dirigente chilena actuaban espontáneamente como motor
de la acción en defensa de la mantención de la estructura sociopolítica de­
seada por ese grupo.

3. El excéntrico Bilbao
Sería fácil juzgar como parcial el juicio de sus contemporáneos y la
visión historiográfica sobre Bilbao. La situación es más compleja, y requiere
atención sobre otros factores; una nueva mirada que incluya el reconoci­
miento a que las reacciones humanas en sociedad, y sobre todo desde el
poder, tienden a responder a percepciones conscientes o inconscientes, pero
de profundo contenido político, respecto de los intereses en juego. Es nota­
ble y digno de recogerse que, como en el caso de la acusación a El Diablo
Político que relatamos en páginas anteriores, el análisis de fenómenos tan
próximos impidió tomar conciencia del verdadero desafío que Bilbao plan­
teaba y, por lo tanto, del profundo sentido que tuvo la reacción de la clase
dirigente contra su trabajo.51 Efectivamente, José Victorino Lastarria y Diego
Barros Arana, escribiendo en 1878 y 1913 respectivamente, mantuvieron has­
ta el final la visión de que habría pasado desapercibido si no fuera por la
atención que el juicio atrajo sobre él. Barros Arana escribió que Bilbao no
era más que “un escritor sin valor filosófico o literario”, cuyo único mérito
residía en sus cualidades morales.52 Para Lastarria, Bilbao “no correspondía a
las aspiraciones liberales porque su metafísica y su misticismo nada enseña­
ban y nada prometían y no tenían más novedad que la de presentar bajo una
forma rara... la crítica al catolicismo”.53 Incluso el sociólogo Hernán Godoy,
en su obra sobre la cultura chilena, opina que “el revuelo provocado por el
ensayo de Bilbao fue enorme y desproporcionado para un trabajo juvenil y
declamatorio”.54

51 Ver capítulo 3-
52 Diego Barros Arana, Un Decenio en la historia de Chile, op. cit., tomo I, p. 534.
53 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 237.
54 Hernán Godoy Urzúa, La Cultura Chilena, op. cit., p. 331.
266 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Benjamín Vicuña Mackenna, contemporáneo y amigo de Bilbao, le


veía como “un simple escritor bíblico, a veces casi ininteligible como Lacunza,...
un gran orador,...el primer orador popular de su tiempo”. Tampoco le atribu­
ye ningún valor intelectual; le considera más bien un “iluminado” que soña­
ba con ser el Vergniaud de la obra de Lamartine en Chile.
Sin presumir intenciones, es notable que los colegas de Bilbao no
tuvieron ninguna comprensión del riesgo político que representaba “Socia­
bilidad Chilena” y, por lo tanto, lo descartaron por su incoherencia filosófica
sin percatarse que el desafío se localizaba justamente en su discurso político
explícito. Parafraseando a Michel Foucault, les era imposible “hacer visible lo
que sólo es invisible por estar demasiado en la superficie de las cosas”.55 El
mismo Lastarria, por ejemplo, no llegó a comprender que lo que les separa­
ba no era solamente un problema de inmadurez y de falta de tacto político
por parte de Bilbao. Tampoco se agotaban las diferencias en un problema de
tiempo, en el sentido de que Bilbao pretendía establecer una simultaneidad,
inaceptable para su época, entre entrenamiento intelectual y participación
política. El abismo era más profundo, ya que Bilbao, como Quinet, conside­
raba que la opinión pública es pedagógica, moral y política; de allí que la
sociedad civil sea también una sociedad política. Lastarria, en cambio, como
los demás miembros de su generación, opinaba que la opinión pública, es
decir, la enseñanza, difusión y debate en torno a ideas, era una labor peda­
gógica y moral circunscrita a la sociedad civil. Lo político quedaba reservado
al Estado y a quienes desde la dirigencia ejercían el poder.
De esta diferencia probablemente emana el juicio historiográfico del
siglo XX, donde se enfatiza la militancia socialista de Bilbao, calificativo un
tanto pretencioso para un joven que, además de defender la propiedad pri­
vada a ultranza, centraba aun sus preocupaciones en el ámbito espiritual
más que material a pesar de las implicancias que éstas tenían para lo contin­
gente. Su apego a la revolución estaba orientado más que nada hacia un
cambio en ios valores, que permitiese la democratización de la sociedad.
Como lector de Leroux y de los liberales igualitarios franceses, su utilización
del término socialista era en defensa de la individualidad, pero en contrapo­
sición al individualismo, y para enfatizar la solidaridad como deber y resul­
tante de la coexistencia.56 Hay que recordar que este grupo defiende la pro-

” En “Magazine Littéraire”, n° 68 (abril-mayo, 1969) citado en Oscar Terán, El Discurso del


Poder (México: Folios Ediciones, 1983), p. 16.
’6 Raúl A. Orgaz, Sociología Argentina, en Obras Completas, op. cit., p. 131 y ss.
SEGUNDA PARTE / CAP VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: “SOCIABILIDAD CHILENA'... 2Ó7

piedad privada como derecho natural a fin de lograr la autosuficiencia del


hombre. No hay que olvidar que Bilbao mismo utiliza el término “socialista”
para referirse a aquel “que se interesa en la felicidad social y en la extermi­
nación social del delito”.57 Importante a este respecto es la opinión de Do­
mingo Amunátegui Solar, quien le culpa de haber perjudicado la evolución
del liberalismo introduciéndole contenido socialista, aunque no desconoce
que “el aparecimiento súbito del socialismo encarnado en las personas de
Bilbao y (Santiago) Arcos transformó el escenario”.58 Más lúcido a este res­
pecto es el biógrafo de Bilbao, Armando Donoso, quien admite que “Socia­
bilidad Chilena” es un símbolo de la fortaleza de un hombre que se atrevió a
“encarar las preocupaciones de su época sobre las cuales descansaban los
fundamentos de la sociedad y de la política”. Aunque también considera que
el juicio contra el escrito fue innecesario, Donoso percibe que éste estaba
dirigido hacia “...el nacimiento de ideas perturbadoras para la tranquilidad
del Estado”.59 De este modo, Donoso emite el parecer más próximo al reco­
nocimiento de que la clase dirigente chilena comprendió bien el discurso de
Bilbao, a pesar de no justificar su reacción. Mientras Donoso enfatizó el
desafío político de la obra, Zorobabel Rodríguez, complejo personaje liberal-
conservador de la política de fines del siglo diecinueve, había captado más
bien el desafío religioso. Expresó que Bilbao amenazaba “una religión domi­
nante que nadie se hubiera atrevido a atacar hasta entonces a cara descubier­
ta, una ley que castigaba la herejía como un delito gravísimo y una sociedad
cuyos sentimientos estaban en el más perfecto acuerdo con las prescripcio­
nes legales”.60 t
Francisco Antonio Encina, en su monumental Historia de Chile publi­
cada en 1949, condensa el juicio historiográfico convencional sobre Bilbao.
Lo considera “un joven visionario en la agitación político-social”, cuya única
racionalidad descansaba en su odio hacia el pasado institucional y el tradi­
cionalismo. “La oscuridad intelectual de Bilbao era mucho más espesa en el
fondo que en la forma”, afirma. “Más allá de las frases incoherentes de su
oratoria, tomadas de sus lecturas y de su intenso sentimiento místico, sólo
había el caos, mejor dicho el vacío político-social más completo que es po­

57 Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas, op. cit., p. 64.


58 Domingo Amunátegui Solar, Historia Social de Chile (Santiago: Nascimento, 1932), p. 290.
59 Armando Donoso, Bilbao y su Tiempo (Santiago: Zig-Zag, 1913), p. 27.
60 Ibid., p. 28.
2Ó8 LA SEDUCCION DE UN ORDEN LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

sible concebir”.61 Encina también recoge acertadamente la síntesis de lo que


trascendió respecto del juicio a Bilbao. Considera que la conmoción que
causó fue efímera “en cuanto al sentido social que el apóstol le imprimie­
ra”.62 Reconociendo que las personas que vitorearon al acusado pasaban de
una centena de “almas”, insiste en que este juicio no constituyó más que un
momento de la historia de Chile, aislado de los eventos anteriores y posterio­
res. Bilbao no era más que “un cerebro alucinado”, incapaz de distinguir al
pueblo chileno del francés.
La presencia de estos juicios sugiere que Bilbao ha continuado cons­
tituyendo un nudo historiográfico, justamente porque la mayoría de los his­
toriadores prescindió de un análisis que permitiese explicar una reacción
que no fue ni efímera ni innecesaria. No percibieron la imposibilidad de
separar la capacidad de Bilbao como agitador, de sus ideas revolucionarias,
y la relación de ambas con la estructura de poder. La separación entre socie­
dad civil y sociedad política como categorías de análisis, presente en Lastarria,
ha impedido visualizar cómo ambas estaban unidas en la cultura política de
la clase dirigente chilena, incluso a nivel consciente, especialmente cuando
ésta se sentía impelida a actuar. A este respecto compartían un punto de
partida común con Bilbao, lo que probablemente contribuyó a la compren­
sión del contenido de su desafío. Con el requisito de encontrar coherencia
filosófica en el planteamiento de Bilbao, se descuidó, como ángulo de aproxi­
mación al problema, el punto de vista de sus detractores. Esto impidió ver
que tal vez, en el origen del problema, había una diferencia tan fundamental
como que, en una sociedad civil y política cuya cosmovisión se encuentra
definida por la fe, tan sólo el hecho de proponer como alternativa una forma
de pensamiento guiada por la filosofía y la razón ya constituía un desafío.
Más grave aún era que ésta proviniera de un hombre que enfocaba el saber
hacia el poder, es decir, hacia la acción, diferencia fundamental con la mayo­
ría de sus contemporáneos. Lo anterior quedó demostrado a la larga con su
activa participación en política, especialmente en la Sociedad de la Igualdad
de 1850.
Si se toma en consideración esta hipótesis, el juicio contra “Sociabili­
dad Chilena” pasa a constituir un elemento fundamental para la compren-

61 Francisco Antonio Encina, Historia de Chile desde la Prehistoria hasta 1891, vol. 12,
pp. 31-33.
62 Ibid., p. 36.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: ‘SOCIABILIDAD CHILENA’... 2Ó9

sión del fenómeno de Bilbao. La expresión de los valores consensúales de la


clase dirigente chilena, a través de su protesta contra el que llamaron des­
pectivamente “consejero de la juventud”, ofrece un escenario inmejorable
para demostrar la relación entre esos valores y la estructura de poder, así
como la plena justificación de la aplicación de los frenos a disposición del
poder, justamente porque los valores que se quería proteger y el poder
constituyen una unidad en términos de la hegemonía del grupo dirigente.

4. El juicio: blasfemia e inmoralidad


El 20 de junio de 1844, debido a que a último momento se negó el
permiso para ocupar el Salón de la Cámara de Diputados, en una pequeña
sala del Juzgado del Crimen de Santiago se reunió el jurado designado para
decidir en torno a la acusación presentada por el Fiscal de la Corte de Ape­
laciones, Máximo Mujica, contra el escrito “Sociabilidad Chilena”, por los
cargos de blasfemia, inmoralidad y sedición. Según un partidario de Bilbao,
“la estrecha barra, el pórtico de la cárcel y gran parte de la plaza estaban
ocupadas por el pueblo. Soldados armados estaban colocados en diferentes
puestos”.63 En un ambiente efervescente, el Fiscal expuso sus argumentos. La
acusación por blasfemia se apoyó en que Bilbao consideró al Catolicismo
como una religión autoritaria y combatió sus instituciones, es decir, “...ridicu­
liza en todos aspectos el dogma de la religión del Estado”.64 El cargo de
inmoralidad se justificó porque Bilbao dedujo vicios en el matrimonio cele­
brado por el rito católico, criticó la indisolubilidad del mismo y, de acuerdo
al tribunal, afirmó que “...los ritos católicos sistemando los matrimonios de
familia, impiden la espontaneidad y libertad del corazón. Se mantienen para
dar subsistencia a clases privilegiadas y para que la autoridad y la tradición
no se debiliten”.65 La acusación por sedición deriva de que Bilbao “...se queja
de que el poder ejecutivo no varíe la religión del estado y destruya la ley
fundamental”.66
Francisco Bilbao asumió personalmente su defensa. Rechazó todas las
acusaciones, y argumentó que ellas se condensaban en su verdadero y único

63 “Un Ciudadano de la Barra”, en “Correspondencia” en El Siglo, Santiago, 21 de junio de 1844.


64 Pedro Pablo Figueroa, Obras Completas, op. cit., vol. I, p. 52.
65 Ibid., p. 53.
66 Citado en El Siglo, Santiago, 19 de junio de 1844.
270 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

delito: la innovación. Interpelando directamente al Fiscal, Bilbao afirmó que


a éste pertenecía la mano que le impedía dar a la patria el empuje del siglo.
“Esa mano es la vuestra, Sr. Fiscal. El órgano que la mueve es la sociedad
analizada”. Respecto del Catolicismo, punto de unión entre las tres acusacio­
nes, Bilbao consideró haber sido malinterpretado, y respecto de la moral,
sostuvo que la reforma era necesaria justamente para evitar el adulterio am­
parado por la ley. “Como sedicioso no soy culpable. Mostrar la imperfección
de las leyes, no es excitar a la sedición. Procurar que se modifiquen para dar
cabida al elemento democrático es sostener el orden, es evitar la sedición”.67
Bilbao es condenado por los delitos de blasfemia e inmoralidad al
pago de una multa en dinero. La acusación por sedición fue abandonada.
Afuera de la sala, los amigos del autor le recibieron con júbilo, recolectaron
el dinero para pagar la multa, y le llevaron en andas por las calles, procla­
mándolo “defensor del pueblo”. Según un partidario, Bilbao “se despide y
protesta ser el primero en los combates de la libertad con la tiranía”. Hasta
este punto del relato, y planteado como una lucha entre acusadores y acusa­
do, parece ser que Bilbao emergió como triunfador en la contienda, justifi­
cando el diagnóstico de quienes consideran que el juicio fue una decisión
excedida. La gran publicidad dada al evento sugiere una lectura adicional
del episodio. Evidentemente ella tenía un propósito, y este se relacionaba
con la misión ejemplarizadora de la justicia para el resto de la sociedad. La
clase dirigente buscó, a través del juicio mismo y de la quema de los ejem­
plares de “Sociabilidad Chilena”, denunciar los riesgos que enfrentaba el
universo valórico que compartía, fijar el ámbito de la tolerancia posible, y
demostrar su capacidad de imponer límites en defensa de sus valores. Desde
este punto de vista logró su objetivo.
Si bien con posterioridad al juicio se produjo una polémica a nivel
nacional, ésta se centró más que nada en los riesgos que encaraba la socie­
dad. Fue una suerte de campaña del terror espiritual de la cual pudieron
sustraerse muy pocos líderes de opinión. De hecho, salvo algunos amigos
que lo defendieron pasionalmente, Bilbao quedó prácticamente solo en su
aventura dignificadora de la patria. Incluso antes del juicio fue tal la reproba­
ción contra el autor, que Francisco de Paula Matta, abogado y amigo de
Bilbao, renunció a su defensa para no perjudicar la salud de su padre enfer­
mo. “Como hombre no temía la sociedad,...pero como hijo, he temido por

67 El Crepúsculo, Santiago, 1 de julio de 1844, tomo 2, n° 3.


SEGUNDA PARTE / CAP. VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: 'SOCIABILIDAD CHILENA”... 271

mi padre”, escribió justificando su retiro de la causa.68 Ya se conocen las


opiniones de Lastarria y Vicuña Mackenna. Sarmiento lideró los ataques des­
de las columnas de El Progreso, lo que provocó una carta del hermano de
Bilbao, Manuel, donde le acusaba de “traición... a la amistad que antes pro­
fesaba a mi hermano”. Le acusa de querer ganar el favor del clero y del
gobierno, le trata de “canalla”, y termina justificando que Sarmiento, “desde
que llegó a Chile nunca ha obtenido del público más que el desprecio que se
obtendrá el hombre pérfido”.69 Vicente Fidel López publicó un extenso
artículo aclarando que no asumía responsabilidades por los errores de su
discípulo. Se refirió a los “despreciables borradores” de “Sociabilidad Chile­
na”, y acusó a Bilbao de ser un hombre “fanatizado por ideas mal digeri­
das”.70 Mariano Egaña presentó un proyecto ante el consejo de la Universi­
dad de Chile para expulsar a Bilbao del Instituto Nacional, y además para
investigar la actuación de sus alumnos durante el proceso. Los decanos lo
aprobaron con el voto negativo de Andrés Gorbea y Andrés Bello, quien se
apoyó en argumentos de oportunidad, considerando que este tipo de medi­
das producían efectos contrarios a los esperados. Guillermo Blest Gana fue
suspendido de su cátedra en la Universidad por haber vitoreado a Bilbao.
Irónicamente, El Siglo comentó que se rumoreaba que a consecuencia de
“Sociabilidad Chilena”, “han perdido el juicio 12 clérigos, 8 frailes, 18 beatos,
4 niños y 3 mujeres”.71 En carta dirigida al mismo diario, “Unos Pocos Ami­
gos de Bilbao” comentaban que “algunas madres y padres de familia han
arrojado de sus casas a muchos que se presentaban sin duda como
sostenedores de las ideas del señor Bilbao”. En opinión de ellos, esto forma­
ba parte de una campaña de amedrentamiento: “Creen asustar con sus gritos,
amedrentar con sus maldiciones, corregir con la intolerancia. ¡Miserables!”72
Efectivamente, el juicio contra Francisco Bilbao perseguía atemorizar
contra los efectos de escritos como “Sociabilidad Chilena”. Constituyó un
mecanismo de defensa importante contra un ataque percibido como artero.
Si fueron las acusaciones de blasfemia e inmoralidad las que finalmente
prosperaron, ello demuestra que el mensaje de Bilbao, a pesar de
distorsionado, fue cabalmente comprendido por la clase dirigente chilena.

68 El Siglo, Santiago, 19 de junio de 1844.


69 Publicada en El Progreso, Santiago, 30 de diciembre de 1844.
70 El Progreso, Santiago, 27 de diciembre de 1844.
71 El Siglo, Santiago, 27 de junio de 1844.
72 El Siglo, Santiago, 29 de junio de 1844.
Zll LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Fue precisamente a través de sus ataques a la Iglesia y a la estructura de la


vida familiar que Bilbao planteó su desafío a las estructuras de poder del
siglo diecinueve. Ello confirma que el poder no se encontraba localizado
meramente en el Estado, sino en los valores que sustentaban a la elite que
controlaba el Estado, y que esa elite tenía perfecta conciencia de las bases de
su poder.
Cuando Bilbao cuestiona el rol del Poder Ejecutivo o sus políticas, no
pone en peligro tan seriamente al sistema, como lo demuestra el fallo judi­
cial. Su verdadero desafío proviene de los ataques contra las “clases privile­
giadas”, y de lo que se percibe como una ridiculización de la religión oficial.
El verdadero riesgo es que Bilbao presenta alternativas revolucionarias con­
cretas, inaceptables para la clase dirigente: la incorporación de los estratos
social bajo y medio al sistema de derechos civiles, y la completa separación
entre la Iglesia y el Estado. Los liberales latinoamericanos, entre los cuales
los chilenos no son una excepción, siempre intentaron construir un conjunto
de ideas sociopolíticas e históricas capaces de impedir la idea de revolución.
Como ejemplo de ello, deben recordarse los artículos de Sarmiento citados
en los capítulos anteriores, donde plantea la reforma justamente como me­
dio de evitar la revolución tan temida. Igualmente relevantes a este respecto
son las reflexiones con motivo de la Revolución Francesa de 1848. El libera­
lismo concebía la sociedad guiada por las ideas de armonía funcional expre­
sada en la noción de orden, y las de evolución gradual definidas al interior
de la ideología del progreso. Ambas ideas matrices, deducidas de la raciona­
lidad individual y social, eran garantía contra la posibilidad teórica y práctica
de la revolución. Bilbao, por el contrario, introdujo el tema de la revolución
e intentó socializar el concepto, creando graves problemas para sus con­
temporáneos y para los futuros intérpretes de la historia cultural y política
chilena.
Al definirse a sí mismo como “innovador”, Bilbao resalta su
excepcionalidad. Acusando a sus jueces, confirma su negativa a participar de
las pautas que dictaban la relación entre el saber y el poder. Bilbao, de
hecho, no pretendía el cambio social como resultado de una evolución his­
tórica natural, sino de una decisión política. No acepta que la transitoriedad
que vive la sociedad justifique el inmovilismo. Como decían sus comentaris­
tas, Bilbao denuncia que: “No se reforma todo, sino una pequeñísima parte,
y de cesión en cesión se transije sin hacer nada”.73 No obstante, para los

73 El Siglo, Santiago, 24 de junio de 1844.


SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: ‘SOCIABILIDAD CHILENA’... 273

liberales de la época tampoco lo anterior justificaba la acción tal como la


concebía Bilbao. De ahí la crítica: “El piensa y al momento trae el acto en su
socorro y de la bondad de la idea saca la posibilidad instantánea de la con­
cepción”.74 Bilbao era, a diferencia de sus amigos, un hombre de acción,
especialmente en lo político. Consecuente con lo anterior, debiera haber
sido condenado por sedición. Ello significaba, sin embargo, el reconoci­
miento a su rol de liderazgo político, lo que era inconveniente y peligroso
para la clase dirigente. De allí que fuera recomendable aplicarle una sanción
moral, como medio para obtener su desprestigio político. Por lo tanto, la
decisión de despolitizar la acusación por parte del jurado fue muy sabia, a
pesar del llamado que Bilbao y algunos de sus partidarios hicieron hacia el
levantamiento social.

5. El escándalo
“Sociabilidad Chilena” permitió la expresión de los límites de la polé­
mica en la medida en que, tanto la obra como el autor, fueron expulsados
del ámbito de discusión legítima. Sin embargo, las ideas planteadas genera­
ron un importante debate posterior en que participaron todos los medios de
prensa. Sus características fueron fundamentalmente diversas de las polémi­
cas anteriores, principalmente por la verdadera cruzada que iniciaron los
sectores eclesiales y más conservadores para amedrentar sobre los riesgos
que el mensaje de Bilbao implicaba para la sociedad. Los contendores de
estos medios raramente asumieron una actitud de completa solidaridad con
el escrito de Bilbao, si bien intentaban reivindicar algunos principios, muy
matizados, del ideario que éste había publicitado.
En primer lugar, respecto del cambio, cundió la denuncia del estanca­
miento en el proceso de democratización social. El discurso del cambio gra­
dual parecía agotarse y, en otros términos, se planteaba el ideal de Bilbao de
adaptación al siglo. Bilbao, en un artículo de prensa posterior a la publica­
ción de su ensayo, argumentó que el recurso a la “moderación” era producto
de una “falta de armonía intelectual”. “Como son hombres que profesan
principios que la reforma destruye, que tienen preocupaciones que evapo­
ran la innovación, su susceptibilidad humana se resiste a entrar de un modo
franco en el campo nuevo que a sus ojos se presenta: de aquí la resistencia

74 ibid.
274 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

y el enojo: el consejo y la declamación moderada. Analicemos su arma pode­


rosa, o más bien su escudo de defensa, porque la moderación es defensa”.75
El Progreso y La Gaceta de Valparaíso también sostuvieron una polé­
mica sobre este tema; el diario porteño ironizaba el recurso a la recomenda­
ción de “aguardar” para todos los cambios que caracterizaba al diario capita­
lino. El Progreso, efectivamente, consideraba que el paso del tiempo demos­
traría el momento propicio para los avances. “Y ya veréis”, decía, “ir saliendo
lentamente la república del caos de tradiciones envejecidas y de abismos
despóticos con que está luchando”. La Gaceta alegaba que ni la educación
ni la democracia podían convertirse en “un elemento de poder” tan solo por
medio de la espera. “La cuestión no es pues de esperar a tal o tal cosa para
salir de la falsa posición en que nos encontramos: sino en examinar los
medios de que la industria crezca, de que la educación se apodere de la
masa y de que la prensa llegue a ser un órgano verdadero de lo que se
desea”.76 La Revista Católica, excelente barómetro para medir el grado de
alerta de la elite, percibió la existencia del riesgo de una alteración en el
discurso respecto del cambio. El 1 de julio inició una serie de 10 artículos
que ocuparon gran parte del espacio de la publicación y que justificaron
incluso que ésta aumentara su periodicidad. Se propusieron la “Refutación
de los Errores Religiosos y Morales del Artículo ‘Sociabilidad Chilena’”. En
uno de ellos, refiriéndose al problema del cambio planteado en el artículo,
afirmó: “En él, bajo el velo especioso de reformas útiles a nuestra sociedad
se intenta nada menos que destruir por sus fundamentos las bases mejor
cimentadas de orden, justicia, virtud y subordinación”. Agrega que, si llega­
sen a triunfar los principios emitidos por Bilbao, “la anarquía, el desenfreno,
la más completa desmoralización se sentirían indudablemente en todas las
clases de la sociedad, y la tan decantada regeneración de la humanidad que
se anuncia con la aparición de la síntesis futura, no sería más que el último
término de su degradación”.77 En términos similares, otro número afirmó
que si estas ideas prosperaban se romperían “todos los vínculos religiosos,
morales y políticos que ligan al hombre en sociedad”.78
El problema del cambio se encuentra referido al concepto del orden,
valor consensual al interior de la clase dirigente chilena. En su defensa,

75 El Siglo, Santiago, 15 de julio de 1844.


76 La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 20 de agosto de 1844.
77 La Revista Católica, n° 40 (12 de septiembre de 1844).
78 Alcance a La Revista Católica, n° 30 (18 de junio de 1844).
SEGUNDA PARTE / CAP. VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: ‘SOCIABILIDAD CHILENA'... 275

Bilbao argumentó que él buscaba un nuevo orden, posición que mantuvo


durante los debates posteriores. En carta a su amigo Aníbal Pinto, Bilbao
reconoce que fue mal interpretado, que le desesperaba “la dificultad de
probar la verdad de las intenciones” que inspiraban su acción. “Quise cabal­
mente lo contrario”, admitió.79 Estas afirmaciones se explican porque el énfa­
sis en la acusación de antirreligioso, justificada desde el punto de vista de la
clase dirigente en su defensa del pilar valórico de su visión de mundo, no le
hacía justicia desde el punto de vista del autor. Sin embargo, tenía sentido,
pues si Bilbao desprendía teóricamente el progreso social y político de las
creencias religiosas, era evidente que la reforma o implantación de un nuevo
orden creaba nuevos vínculos de tipo religioso.
Bilbao concebía una unión entre sociedad civil y política, despren­
diéndose ambas de un sistema de creencias. En este sentido, la clase dirigen­
te, a pesar de su discurso en contrario, establecía una unión semejante en la
medida en que los valores de la sociedad civil eran los que permitían la
cohesión de la sociedad política. Así, el catolicismo, además de ser la reli­
gión dominante y de vivirse como la fe verdadera, aportaba instituciones
que eran sólido fundamento para la estructura de poder elitista. Ello se com­
prueba, por ejemplo, en el análisis de los textos de la serie de artículos que
publicó El Mercurio como reacción a “Sociabilidad Chilena”, en forma simul­
tánea con las refutaciones de La Revista Católica. Bajo el título “Del Cristia­
nismo considerado como Elemento de Civilización en las Repúblicas Hispá­
nicas”, el diario acometió la tarea de defender los “intereses materiales del
país” que fueron amenazados “por las doctrinas irreligiosas recientemente
propagadas por el liberalismo más indiscreto”. Se propone probar que éstos
“están íntimamente ligados al orden y la moral pública”, para lo cual recurre
a un análisis de la doctrinas políticas en boga.80 Defiende especialmente al
eclecticismo porque propugna la unión entre religión y filosofía, e intenta
desvincular la religión de todo debate contingente, en un esfuerzo por evitar
el desplazamiento del debate hacia uno de los temas que vulneran los límites
para toda polémica. Dice: “... el fanatismo liberal, arma terrible del despotis­
mo y la anarquía es mucho más perjudicial a los verdaderos intereses repu­
blicanos de la América que cualquier otro fanatismo. Son políticas y no
religiosas, lo repetimos, las pasiones que hostilizan el progreso de estas

79 Bilbao a Pinto, Valparaíso, 5 de agosto de 1844. SMA 7107.


80 El Mercurio de Valparaíso, 1 de julio de 1844.
27Ó LA SEDUCCION DE UN ORDEN LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

nacientes repúblicas”.81 La serie continúa haciendo innumerables llamados a


la moderación, e insistiendo en el argumento de que “sólo la religión va a
dar altura moral al roto, al gaucho, al indio”. El diario considera que el
pueblo debiera leer el Catecismo y no la prensa, y que la educación popular
debe ser principalmente religiosa. Ello confirma la relación entre la difusión
de formas de conocimiento y el poder, así como entre la noción de orden y
el rol moderador frente al cambio que ejercía la Iglesia Católica.
Los efectos de la campaña atemorizadora se hicieron sentir en mucho
público. Se han mencionado algunos juicios y respuestas aterrorizadas. La
reflexión de los lectores de la prensa se centra fundamentalmente en el
problema del orden y su relación con la primacía de los valores religiosos.
“Un amigo de la Religión” comenta, a propósito de la Francia de 1792, que
debe concluirse que “...la sociedad no puede vivir sin moral, la moral es
quimérica sin religión, y una religión sin ministros desaparece del catálogo
de las creencias. Toca por esto a los magistrados de la nación velar por la
conservación de la moral pública y de la religión, que son la mejor égida del
poder que se ha depositado en sus manos...”82 En los mismos términos, otro
firmante sostiene que “Sociabilidad Chilena” contenía las máximas “más pro­
pias para reunir a la nación en la anarquía más espantosa”.83 Utilizando for­
mas irónicas, otro contendor propuso mandar a Bilbao a la casa de San
Andrés en Lima o a la isla de Juan Fernández, “pues como en ella habitan
locos...”84 En otra carta aparecida en El Mercurio se insistió sobre el tópico de
la locura de Bilbao; especialmente gracias a la obra de Michel Foucault, hoy
sabemos que históricamente la definición de la locura en relación a la nor­
malidad, así como la decisión de marginar al loco, física o moralmente del
resto de la sociedad, se vincula también con el tema del poder.85 Inmejorable
modo de aislar de la sociedad el mensaje intolerable, se acudió al diagnósti­
co lapidario: “...Atacar las creencias y la religión porque se necesita una
síntesis... es delirio, es locura, a que no pueden aplicarse ni el juicio ni la
prudencia y mucho menos la legislación. Debió el jurado declarar que no

81 El Mercurio de Valparaíso, “Artículo VIH”, 28 de julio de 1844.


82 “Viva la Religión”, El Progreso, Santiago, 25 de junio de 1844.
83 “Al Pueblo”, El Progreso, Santiago, 25 de junio de 1844.
84 “Correspondencia de “Un Socialista”, El Progreso, Santiago, 26 de junio de 1844.
85 Michel Foucault, Historia de la Locura en la Epoca Contemporánea (México: Fondo de Cultura
Económica, 1976), 2 volúmenes.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIII / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: ‘SOCIABILIDAD CHILENA".. 277

comprendía lo que se sometía a su juicio y dejar que la opinión pública


hubiera hecho lo demás”.86
El artículo de Francisco Bilbao llevó la reflexión hacia todos los ámbi­
tos del proyecto de nación. Se revisó, por ejemplo, la educación que se
impartía a la juventud; se tomó conciencia del proceso de secularización que
se abría paso en la nación, y algunos pensaron que este desborde se debía a
la indiferencia religiosa que experimentaban los jóvenes. Todo ello contribu­
yó también a confirmar cuáles eran los valores que permitían evitar lo que se
concebía como el caos que propiciaba Bilbao. En una carta dirigida a El
Progreso se admite, en forma representativa del juicio nacional: “¿Cuál es el
fundamento más sólido en que puede estribar el orden, la tranquilidad y el
bienestar? La Fe, la religión, sin duda alguna. En un pueblo amante de su
religión, las leyes serán obedecidas, las autoridades respetadas, una perfecta
armonía reinará en todas las clases de la sociedad...”87
Esta afirmación contribuye a introducir el vínculo que establecía tanto
la clase dirigente como Francisco Bilbao entre la religión y el sistema políti­
co. Ya se han mostrado expresiones de la relación entre la religión y el
orden; corresponde ahora establecer los nexos con la opción republicana de
sistema político a fin de completar el círculo de interrelaciones entre los
valores consensúales de la clase dirigente chilena. Como la sociedad política
y civil son el resultado del sistema de creencias religiosas, Bilbao lógicamen­
te deduce que mientras prevalezca el dogma autoritario en la sociedad será
imposible la implantación de un verdadero republicanismo, pues las revolu­
ciones no son aisladas. En un artículo explicando su posición, el autor res­
pondía que le parecía imposible pensar que “...los principios de ciudadanía
se hallan separados de la esfera religiosa por una barrera insuperable y (que)
hay dos mundos, dos sociedades: la religiosa y la política. Lo que se llama
revolución social es la mudanza del sistema de creencias”.88 En el mismo
artículo, Bilbao deja en claro cuál es su meta en la reforma política y la
vinculación de ésta con su religiosidad: “Otros nos han llamado herejes y
han tenido por cierto más razón. Pero irreligiosos, ¿nosotros, que procura­
mos hacer bajar a la tierra el reino de los cielos trabajando por la realización

86 “A la Juventud Chilena”. El Mercurio de Valparaíso, TI y 29 de junio de 1844.


87 “Correspondencia” de “Unos". El Progreso, Santiago, 26 de junio de 1844.
88 El Siglo, Santiago, 15 de julio de 1844.
278 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

de la democracia?; ¿nosotros que invocamos a Dios en nuestras tribulaciones


escépticas, para que nos mande la verdad?”89
La clase dirigente había evitado establecer el vínculo entre república y
democracia. Siempre había primado en este sentido el discurso de la oportu­
nidad al que se habían plegado incluso los liberales como José V. Lastarria.
Bilbao, sin más, apoyándose nada menos que en la autoridad que da la
religión establece un designio divino de mandato democrático que es evi­
dentemente una amenaza para la clase dirigente chilena. Más aún, la elite
chilena había sostenido que el país tenía ya una institucionalidad democráti­
ca, y que era la democratización de la sociedad la cual debía esperar condi­
ciones más favorables, es decir, progresos en la educación. Bilbao, en cam­
bio, concibe la educación como herramienta revolucionaria para establecer
el nuevo poder, asignando por tanto un rol revolucionario a los intelectuales.
La democratización social incluía la incorporación. El “pueblo” es una idea
superior; de su soberanía deriva toda forma de poder. Así lo expresó Bilbao
en su defensa ante el Fiscal, donde afirmó: “La idea que ocupa la cumbre de
la sociabilidad es el pueblo. La idea más grande del mundo es la del pueblo
soberano. Realizar, pues, esta idea en todas sus ramificaciones y bajo todos
sus aspectos, he aquí mi objeto...”90
El temor al pueblo como actor social se expresó, por ejemplo, en una
de las polémicas que surgieron como consecuencia de “Sociabilidad Chile­
na” en relación con la soberanía nacional. Sosteniendo la postura más con­
servadora, El Progreso intentó salvar la situación argumentando que la sobe­
ranía, en los sistemas republicanos, era el equivalente a la razón nacional
debido a que era imposible conocer la voluntad nacional. La razón nacional
es “la voluntad de todas las clases que forman la nación”.91 En interpretación
de La Gaceta del Comercio, esta teoría concede la autoridad soberana a la
expresión “del reducido número de hombres ilustrados de todos los partidos
que se interesan en la cosa pública”.92 Es decir, La Gaceta denunció los
límites que se imponían a las formas representativas republicanas a través de
la separación conceptual entre razón y voluntad nacionales, así como entre

89 Ibid.
90 Francisco Bilbao, “Sociabilidad Chilena". En Pedro Pablo Figueroa (ed.) Obras Completas,
op. cit., vol. 1, p. 74.
91 “Al Progreso”, La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 19 de agosto de 1844.
92 “Al Progreso”. La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 12 de agosto de 1844.
SEGUNDA PARTE / CAP. VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: “SOCIABILIDAD CHILENA’... 279

sociedad civil y sociedad política.93 No obstante, lo importante es destacar


que “Sociabilidad Chilena” provocó un debate de largo alcance en torno al
rol del pueblo en un sistema republicano y, por otra, hacer notar la posición
decidida de quienes quieren establecer lazos necesarios e inmediatos entre
república, cambio y democracia. Relacionado con lo anterior, el editorialista
de La Gaceta del Comercio afirmó que la lógica que le guiaba se desprendía
de la siguiente afirmación: “La razón en su universalidad es la igualdad, y su
gobierno es la lógica de la igualdad, la lógica de la revolución”.94
Del complejo análisis del planteamiento alternativo de Bilbao frente a
los valores de la clase dirigente chilena, puede constatarse que él no propo­
ne una revolución anarquista, sino una que establezca un orden nuevo y
diferente del imperante. La gran diferencia con la concepción dominante de
su tiempo puede resumirse en el origen del poder. Bilbao opone, de hecho,
una forma de poder civil a la fuente de autoridad teológico-política que
predomina mientras existe unión entre la Iglesia y el Estado. Aunque en
Chile ya se cuestionaba la intervención de la Iglesia en política, y los sectores
liberales asignaban al Estado una función prioritaria, no era la práctica polí­
tica de la soberanía popular la que asignaba el poder. El tránsito hacia el
progreso permitía restringir la representación y participación popular, hasta
no hacerse efectivas las condiciones de educación y civilización necesarias
para implementar la soberanía popular. Bilbao modificaba desde su base las
jerarquías, al querer imponer la soberanía popular como principio guía. Tal
vez lo anterior nos permita afirmar que fue el origen social del poder político
lo que convirtió a Bilbgo en “socialista”.

6. El legado
Se ha intentado mostrar la forma como se articulaba la socialización
de verdades alternativas, y cómo operaban los valores que se definieron
como consensúales para la clase dirigente chilena y que eran la base de la
mantención de su hegemonía en el poder. Los sucesos y debates en torno a
la publicación en El Crepúsculo demuestran que Bilbao dejó un legado im­

93 Ana María Stuven, “Chile y Argentina: representación y prácticas representativas para un


nuevo mundo”, en prensa.
93 “Al Progreso”, La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 19 de agosto de 1844.
280 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

portante en la cultura política de la clase dirigente, la cual gracias a él debió


enfrentarse a sus propios límites y comprobar dónde residían sus puntos
débiles. Se hizo evidente que, más allá de las disputas coyunturales, existía
una visión del mundo que era compartida por toda la clase dirigente, la cual
se enraizaba en su origen social común y en su visión de sí misma como una
aristocracia.
Bilbao se propuso analizar la sociedad chilena, sus formas de convi­
vencia, y las causas de una situación social que él percibe como atrasada y
opresora de los estratos sociales inferiores. Influido por pensadores euro­
peos que le llevaron a concebir la sociedad civil y política como un producto
del sistema de creencias religiosas, Bilbao centró su análisis en la influencia
social del Catolicismo, religión oficial de Chile. La crítica al Catolicismo pone
también en jaque la definición que la elite compartía del republicanismo y
del orden social, comprometiendo por lo tanto a todos los valores consen­
súales que permitían que se pudieran debatir verdades alternativas para la
conformación de la nación, al interior de un Estado controlado hegemónica-
mente por la clase dirigente. Bilbao propuso un nuevo principio estructurador
de la República, concebida como una totalidad histórica, fundada en valores
morales inspirados por la razón y la libertad, en contraposición a los valores
de fe y autoridad que son fundacionales de una estructura católica. Bilbao
compartía con la clase dirigente chilena su visión de la religión como ideolo­
gía “avant la lettre”, provocando una nueva síntesis que marginaba a la Igle­
sia Católica como institución generadora del poder.
El juicio contra Francisco Bilbao permite comprobar que la polémica
era un recurso legítimo mientras no transgrediera las normas definidas por el
consenso aglutinador de la clase dirigente que se consideraba depositaría de
los valores de la nación, y que tenía un claro proyecto de transición gradual
hacia una modernidad inevitable, pero aún no definida en sus fundamentos
políticos teóricos. Tanto liberales como conservadores intentaban construir
un conjunto de mecanismos sociopolíticos republicanos, capaces de evitar la
revolución, inspirados sobre todo en el concepto de orden y el respeto al
efecto moderador que imprimía la catolicidad de la vida. El discurso de la
modernidad era unánime en la medida en que las bases sociales que susten­
taban el poder no fueran desafiadas por elementos que propiciaran la ruptu­
ra en esta visión del mundo. Ahí radicaba la debilidad del sistema. Un articu­
lista de El Siglo fue especialmente perspicaz en su captación del problema
cuando escribió a propósito de la condenación a “Sociabilidad Chilena”: “En
Chile la civilización va haciendo su marcha. ¿Puede ésta examinarse? Imposi­
SEGUNDA PARTE / CAP. VIH / LOS LIMITES DE LA POLEMICA: "SOCIABILIDAD CHILENA’... 281

ble, la sociedad no quiere que se le examine, tiene miedo que le presenten


su cáncer, no quiere palpar las llagas que cubre la ignorancia. ¿Acaso un
miembro que se le quite la hace derrumbarse? Lo cierto es que su temor no
tiene nada de sublime, porque es un temor que le pinta la imaginación”.95
Más que la imaginación, debe constatarse que fueron su extrema sensibili­
dad y espíritu de clase los que permitieron a la clase dirigente chilena captar
con astucia los riesgos a su poder.
Francisco Bilbao condensó en su escrito todas las amenazas posibles,
y la sociedad respondió aplicando sus frenos. No era coherente, pero, ¿es
posible tildar de inorportuno el planteamiento de ideas y proyectos porque
en su momento parecieron inaceptables? Bilbao hizo lo suyo; forzando los
límites, generó un nuevo vacío que otros completarían con un pensamiento
más articulado. Proponer un ámbito de discusión laico encabezado por un
grupo, los intelectuales, cuya única legitimación provenía de la razón, es
obviamente una acción revolucionaria aunque el contenido de las ideas que
Bilbao postulara fuese incoherente. El mensaje ideológico de Lastarria, por
ejemplo, no difería grandemente del de Bilbao en esos años. También recha­
zaba visceralmente el pasado español, y denunciaba “la estrecha situación
en que la dictadura había colocado los estudios...” Lastarria también recono­
cía la necesidad de oponer a las “dos potestades” ese “tercer soberano que
será el pueblo”.96 Sin embargo, estaba dispuesto a conceder que el cambio
debía ser gradual, y que entrenamiento intelectual e intervención política no
debían producirse necesariamente en forma simultánea. De allí su molestia
con “Sociabilidad Chilena”, así como la de otros liberales como Sarmiento y
López. Este último publicó un extenso artículo sobre lo que llamó los “des­
preciables borradores” de “Sociabilidad Chilena”. “Lo que siempre habíamos
procurado evitar era comprometer con los peligros de la política nuestra
acción en la enseñanza, la escuela reformista que queríamos fundar”, co­
mentó Lastarria.97
Aunque la discusión sobre la primacía de las ideas o de las costum­
bres como base para el cambio institucional llevaba ya largos años en el país,
expresada sobre todo en un problema de mayor o menor gradualidad en la
aplicación de las reformas conducentes a la vigencia de las instituciones

95 “Cuestión del Día", El Siglo, Santiago, 29 de junio de 1844.


96 José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, op. cit., p. 118.
97 Ibid., p. 130.
282 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

republicanas, Bilbao la saca de esa frontera. Propone la concretización de las


ideas que la razón conoce autónomamente, a partir de lo cual ella misma
genera la legalidad. Si los intelectuales tienen un rol fundamental en la difu­
sión de esas ideas, naturalmente, por lo tanto, la circulación libre de ideas se
constituye en un aspecto básico de la práctica política. En consecuencia, la
sociedad civil, definida por relaciones contractuales, se convierte en el ámbi­
to privilegiado de entrenamiento político y transformación histórica.
Entre los liberales existía consenso respecto de la función de las ideas.
Sin embargo, Bilbao rompió este acuerdo al negar todo antecedente para la
acción política. El hecho de que Lastarria considere que “los estudios” son
antecedentes prepolíticos de la actividad propiamente política es apenas una
consecuencia de la distinción que hacían los liberales entre sociedad civil y
sociedad política. En ese sentido, “Sociabilidad Chilena” amenazó el poder
porque desafió el saber que lo constituía; rompió las evidencias sobre las
que se apoyaba este saber y atentó contra sus prácticas. Más aún, enfocó el
saber hacia el poder, es decir, hacia la acción, diferencia fundamental con
sus contemporáneos chilenos. El hecho de que hubiera escogido como fuen­
te de inspiración intelectual a quienes en Europa, desde la filosofía de la
historia, desde el derecho o, como Lamennais, desde dentro del mismo espí­
ritu católico, propiciaban un cambio que efectivamente se produjo pocos
años después con las revoluciones de 1848, demuestra la justificada sensibi­
lidad de la clase dirigente hacia los verdaderos desafíos que enfrentaba. Lo
anterior queda palpablemente expresado en la carta que Quinet envió a
Lamennais: “Usted ha desatado el lenguaje de esta época que estaba muda;
usted ha pronunciado la palabra de vida dentro de este caos...”98
La época de Bilbao no era muda; las voces iban haciéndose oír. Bilbao
escuchó los ecos del sonido, aunque no supo captar su contenido ni formu­
larlos en un lenguaje. A pesar de todo, su obra contenía y transmitía aires de
tormenta y cambio. Bilbao recibió la condena apropiada a su verdadero
desafío.

98 Louis le Guillou. “Quinet et Lamennais", en Actes du Colloque International de Clermont-


Ferrand, op. cit.
Tercer n Parte
Epílogo: Ruptura y Búsqueda
de Nuevas Formas de Consenso
IX
Revoluciones, orden
y progreso, 1850-1860
IX
Revoluciones, orden y progreso,
1850-1860

1. Polarización y revolución1
Hacia 1850 los sectores más liberales de contenido doctrinario tendie­
ron crecientemente hacia la democratización de la sociedad y de la política.
También presionaron con fuerza por proyectos secularizantes, especialmen­
te por la autonomía de la Iglesia. El consenso en torno al orden como opo­
sición a la anarquía se mantuvo, adquiriendo durante la década nuevas ca­
racterísticas e incorporando nuevos actores. Para esos sectores más liberales,
los radicales, se abrió el espectro de nuevos órdenes que no necesariamente
expresaran el mismo consenso que había operado hasta la fecha, lo cual
constituyó una nueva amenaza para el orden tradicional.
A mediados de siglo, el fantasma del desorden institucional acechó
conjuntamente con el del desorden social. “Pesa sobre las personas encarga­
das del poder una inmensa responsabilidad ante Dios y los hombres si la
conservación del orden público se descuida” por obra de los anarquistas que
quieren destruir las leyes y las instituciones, amenazaba El Verdadero Chile­
no ya a comienzos de 1850.2 Este artículo formaba parte de una serie encami­
nada a valorizar el orden como fundamento de todo progreso, incluidos el
diplomático y económico. El orden legal aparecía crecientemente como una

1 Este capítulo es una versión modificada y abreviada de: Ana María Stuven, “Una Aproximación
a la Cultura Política de la Elite Chilena: Concepto y Valoración del Orden Social, 1830-1860”
en Estudios Públicos, n° 66 (otoño, 1997).
2 El Verdadero Chileno, 10 de mayo de 1850.
286 LA SEDUCCION DE UN ORDEN LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

virtud superior a la libertad y a la democracia: “Bien conocidas son las ven­


tajas que trae consigo el sistema representativo para procurar la felicidad de
los pueblos. Mas también lo son los escollos que presenta y que exponen a
las naciones a grandes minas”.
En este contexto se produjo el levantamiento del 20 de abril de 1851,
más allá de toda expectativa, en la medida en que fue “una batalla en las
calles de Santiago”, como escribe Vicuña Mackenna.3 Una asonada, una for­
ma de catarsis necesaria en medio de tanta efervescencia discursiva. “Des­
pués de veinte años el país... comenzó por pedir la libertad para el orden, o
en otros términos, la regularización de ese principio proclamado en 1830,
pero con las modificaciones de nuestro estado social...”, comenta Domingo
Santa María en una carta, donde irónicamente tilda a los conservadores de
los “ordencitas”. Para el futuro Presidente, la jornada del 20 de abril definió
a los partidos en sus posiciones futuras: “los unos decían el orden, aún
tolerando los abusos y sacrificando la libertad, y los otros respondían: la
libertad como medio de conservar el orden y reprimir y castigar los abusos”.4
Los sucesos fueron básicamente un movimiento de tropas en el batallón
Valdivia y “populacho” amotinado a mando del coronel Pedro Urriola en la
Alameda, quienes intentaron asaltar el cuartel de artillería para presionar al
gobierno hacia un cambio de ministerio.5 El levantamiento mismo terminó
con la muerte de Urriola y la defensa personal y exitosa de la institucionalidad
por parte del Presidente Bulnes. Sus secuelas, sin embargo, fueron muchas,
especialmente en el terreno de la disputa por el predominio del valor de
orden, el cual tomó con más fuerza sus acepciones de orden institucional en
oposición a la disolución anárquica, asignada cada vez con mayor fuerza,
incluso con contenido histriónico, como proyecto político de la oposición. El
gobierno se esforzó en vincular también ese contenido anárquico con las
ideas liberales y socialistas, mostrando así la anticipación de una ruptura
ideológica que atravesaba las fronteras seguras con consenso social, produ­
ciendo adeptos en todas las clases. Lo reconoció Bulnes en su mensaje a la
nación del año 51, donde, a pesar de restar importancia a la oposición a su
gobierno, admitió que existían “doctrinas desorganizadoras” provenientes

3 Benjamín Vicuña Mackenna, Historia de la Jornada del 20 de Abril de 1851 (Santiago: Rafael
Jover, Ed._ 1978).
4 ASM, documento 4278.
5 Ver Benjamín Vicuña Mackenna, Historia de la Jornada..., op. cit.
TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-1860 287

de Europa en nuestro país. “...Ya hemos probado el amargo fruto de sus


inspiraciones...”, decía en su discurso.6
A ese espíritu pertenece una de las declaraciones doctrinarias más
importantes de la década, el Manifiesto del Partido Conservador, producido
en junio de 1851. El documento hace una larga exposición de la excepcio-
nalidad de Chile respecto de los demás países latinoamericanos por su orga­
nización institucional y adelantos materiales, alertando contra los fracasos
que se han producido cuando no se ha respetado la necesidad de una adap­
tación lenta y cuidadosa de la nación para el advenimiento de la democracia.
Los hombres que han dirigido a Chile, dice el documento, “han comprendi­
do muy bien que el pueblo no es una entidad que sale perfecta de manos
del Criador”. Respecto del conflicto partidario del momento, el Manifiesto
define los partidos como defendiendo, uno el “orden y progreso gradual”,
contra el otro, “la revolución y retroceso”, no dejando lugar a dudas respecto
de su definición a favor de la candidatura de Manuel Montt a la Presidencia.7
Con este documento, el Partido Conservador define una postura ideológica,
asume su carácter de partido político, y traza la línea desde donde la oposi­
ción constituye, por lo tanto, otro partido. Ambos, integrados por miembros
del grupo dirigente, se dividen por líneas doctrinarias crecientemente irre­
conciliables. Lo que antes eran matices frente a la gradualidad del cambio,
ahora se ha convertido en la posibilidad de proyectos políticos divergentes,
en la medida en que ambos bandos clarifiquen y solidifiquen los alcances de
los conceptos en disputa. Es decir, a medida que el contenido de los concep­
tos de república, de democracia, de sufragio, de religión vaya asumiendo
perfiles más nítidos en ambos bandos, la lucha doctrinaria tomará preponde­
rancia sobre los elementos de consenso social. Que éstos estaban aún vigen­
tes lo demuestra el nuevo período de tranquilidad que se produce luego de
los disturbios revolucionarios, demostrando que el temor a la anarquía aún
podía hacer resurgir elementos de unión histórica y de valoración del orden
como elemento de cohesión social, de estabilidad institucional y de progreso
material del país.

6 El Pasado Republicano, o sea Colección de Discursos pronunciados por los Presidentes de la


República ante el Congreso Nacional al inaugurar cada año el período legislativo, 1832-
1900, T. I, p. 223.
7 “Manifiesto del Partido Conservador a la Nación”, publicado en El Mercurio, 24 de junio de
1851.
288 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

El triunfo de Montt y sus primeros meses en el Palacio de la Moneda


estuvieron marcados por el signo de la revolución. Si bien como insurrec­
ción contra el gobierno la Revolución de 1851 tiene importancia histórica,
desde la perspectiva de la historia de la noción de orden constituye la culmi­
nación de un proceso, donde por una parte se fue minando la definición
tradicional de orden como elemento de cohesión, pero por otra el apego al
orden demuestra su fortaleza ante los proyectos aún débiles de creación de
un nuevo orden político.

2. Orden y progreso
El gobierno de Manuel Montt se caracterizó por su vocación de pro­
greso material: construcción de caminos, puentes, ferrocarriles, ampliación
de la frontera, apertura de nuevos territorios, fortalecimiento de la marina
mercante, incentivo a la inmigración europea. Confiaba en que el desarrollo
del país produciría condiciones de orden; sabía que el orden social e
institucional eran requisitos para el bienestar económico, por lo que no tre­
pidaba en hacerlo respetar a toda costa. Por lo tanto, así como en la década
de 1830 predominó la polaridad orden-anarquía, y en 1840 el país se debatía
entre orden y libertad, en lo que siguió a la Revolución de 1851 el orden se
definió fundamentalmente como requisito para el progreso del país.
Subsistió, a ratos predominantemente, un discurso político que de­
mostraba que el fantasma de la anarquía continuaba presente. De hecho, el
país se mantuvo bajo períodos de excepción durante cinco años y un mes.
Eran frecuentes las discusiones en la Cámara y las denuncias sobre eventua­
les conspiraciones, muchas de las cuales eran de mínima cuantía. El país
estaba alerta. La discusión sobre la amnistía prometida por el Presidente
Bulnes a los revolucionarios del 51 lo demostró. Era un tira y afloje; lo que
por una parte se daba, por otra se negaba. Así lo reconoció el Ministro Varas
cuando en 1852 se pidió y obtuvo facultades extraordinarias al Congreso en
medio de la oferta gubernamental de amnistía: “El propósito del gobierno es
echar un velo de olvido sobre los acontecimientos pasados, pero este propó­
sito será contrariado si el orden no está asegurado, si el gobierno no se halla
en posesión de medios expeditos y eficaces para alejar todo ataque, toda
tentativa dirigida a perturbarlo”8 El problema de la amnistía fue de larga

8 SCL, 10 de septiembre de 1852.


TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-1860 289

duración, primero a los insurrectos, luego a diversos conspiradores, y tam­


bién a los desterrados. En todo momento se demostró que estaba en juego,
por una parte, la superación de un conflicto y el retorno del consenso, pero,
por otra, la mantención de un grado de alarma que justificara que el orden
fuera la prioridad de toda decisión política. Lo expresó bien el diputado
Correa en una sesión de la Cámara, donde se discutía nuevamente el tema
de la amnistía: “Se dice que ningún temor se abriga respecto de la tranquili­
dad que domina en la República... y sin embargo se dejan entrever sospe­
chas y un miedo indefinible, que contrasta abiertamente con la serenidad
que se afecta respecto del orden y seguridad interior del país”.9 Mostraba la
paradoja en la discusión de la ley de amnistía para desterrados, refutada
finalmente por el mismo gobierno que la había propiciado en virtud de la
necesidad de defender el orden. El diputado Correa persistió en mostrar la
paradoja en un argumento que es persistente en todas las discusiones parla­
mentarias, especialmente cuando se denuncian las conspiraciones. “¿O quie­
re el señor Ministro dar el carácter de revoluciones a la borrachera que tuvo
lugar últimamente en la Penitenciaria...? Pues digo al señor Ministro que las
que él llama revoluciones las sofoca con mucha facilidad, pues bastó en ésta
el poner en calabozo a unos cuantos individuos”.10 Recién en julio de 1857
es promulgada la ley de amnistía a los involucrados en la Revolución de
1851. Las denuncias de conspiraciones continuaron durante todo el período
manteniendo la tensión que el gobierno creía necesaria para que no se aflo­
jase la preocupación por el orden público.
Al mismo tiempo, <el país recibía testimonios de un discurso progresis­
ta y pacificador. Esa fue la tónica de casi todos los mensajes anuales del
Presidente a la nación. Así, en 1853, cuando el Presidente renunció momen­
táneamente a sus facultades extraordinarias, expresó: “Consolidado el orden
interior, me complazco en poner a vuestra disposición las facultades con que
me investisteis en septiembre del año anterior, satisfecho de haber corres­
pondido a la confianza con que me honrasteis al conferírmelas”. También
expresó: “Cicatrizar las heridas de las últimas discordias es el voto más fer­
viente del Gobierno; pero no es de menor importancia el afianzamiento de
este orden precioso...”11 En 1854, dando cuenta de los progresos materiales

9 SCL, 17 de junio de 1857.


10 SCL, 4 de julio de 1857.
11 Mensaje del Presidente de la República al Congreso, 1 de junio de 1853, en El Pasado
Republicano, op. cit.
290 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

del país, nuevamente atribuía el desarrollo a la situación de orden imperante:


“La consolidación del orden es la fuente fecunda de esos bienes, y a a ella he
consagrado muy particularmente mis esfuerzos”. Y agregó: “La confianza
pública en la tranquilidad, en la estabilidad del orden interior, es de tanta
importancia, es de tan poderosa influencia en la prosperidad del país, en sus
adelantos en todos los ramos, e impone su conservación tan inmensa res­
ponsabilidad para con la patria, que la mesura y circunspección en medidas
que pudieran debilitarla, son exigidas, no sólo por la conveniencia pública,
sino por un deber; y ante un deber necesario es que cedan los sentimientos
de benevolencia”.12 En 1855, el Presidente Montt preparó un discurso espe­
cialmente positivo respecto de los adelantos materiales del país, haciendo
hincapié en la noción de progreso vinculada al orden; la consolidación de
ese progreso aparece como el cambio suficiente y necesario hacia la moder­
nidad: “Esa marcada marcha progresista y progresiva regulada por la pru­
dencia, es ya la situación normal de la República. Obedecemos a una ley de
las sociedades nunca más imperiosa que en los presentes tiempos, avan­
zar...”13 El mismo concepto aparece en su Mensaje del 56: “El espíritu de
orden, el respeto a la ley, han recobrado nuevo vigor y cimentado su impe­
rio, y protegidos y favorecidos por ellos, los elementos de riqueza y de
prosperidad en que abundamos, han recibido singular desarrollo, y difundi­
do el bienestar por todas las condiciones sociales, abierto nuevas vías y
allanado obstáculos para seguir adelante en la mejora del servicio público en
todos sus ramos”.14
Hasta mediados de la década de 1850, con una nueva composición,
de alguna manera se mantiene la alternancia entre los allegros y adagios que
se individualizaron para las décadas anteriores. La clase dirigente chilena
continuaba siendo un actor homogéneo, vinculada por lazos sociales fuer­
tes, en relación tensa con el autoritarismo presidencial y con las ideas de
progreso propias de su siglo. Sin embargo, controlando el paso, aparecía
dispuesta a avanzar dentro de un marco institucional rígido que diera garan­
tías de orden.
La Revolución del 51 con la exacerbación pasional que la rodeó había
rendido sus frutos en términos de demostrar que sólo la unión de la elite,

12 Ibid., 1 de junio de 1854.


13 Ibid., 1 de junio de 1855.
14 Ibid., 1 de junio de 1856.
TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-1860 291

monopolizadora del concepto de sociedad civil, podía mantener el orden.


De hecho, desde el punto de vista más conservador, el levantamiento contra
el orden había sido producto de un militar; varias de las asonadas anteriores
también tuvieron conducción militar. De ahí que el consenso debía abarcar a
la sociedad civil, en ese tiempo sin posibilidades de acudir a otras instancias
como garantes del orden. La percepción de este temor hacia los militares
quedó de manifiesto en la discusión de un proyecto iniciado por el Presiden­
te de la República sobre reforma militar, y que incluía suministrar medios a
los sectores militares bajos para ejercer algún oficio rentable, en reemplazo
del sistema de montepíos. La discusión demostró un enorme desprecio por
parte de la oposición hacia la capacidad de los militares de integrarse a la
sociedad civil. Así lo expresó el diputado Correa: “...estos infelices, una vez
que han agotado todos los medios de subsistencia, cuando todos los cami­
nos para hacer fortuna se les presenten cerrados, recurren al arbitrio favorito
de las revoluciones...”15

3. La secularización: embate fatal al consenso


En el ambiente de reposo político que se impuso desde la Revolución
del 51, continuaban incubando las ideas de la modernidad ilustrada que la
sociedad chilena lograba por momentos mantener al margen de una influen­
cia social e institucional, y que en ciertas épocas surgían con gran fuerza en
el discurso político y en(la prensa. “Dos materias estuvieron vedadas para la
prensa en los primeros años de su gobierno (de Montt): la política y la
religión... y si la prensa, por esa tremenda inclinación que tiene a decirlo
todo, se desviaba, él sabía frenarla y ponerle una mordaza”.16 Domingo San­
ta María, reflexionando sobre este período, da la impresión de que el reposo
obedecía al autoritarismo presidencial y a una anuencia inicial de Montt
hacia la Iglesia. Si en parte eso sucedió, también es cierto que, políticamente,
el liberalismo se había replegado en una lucha mucho más serena por refor­
mar la Constitución de 1833 y por la libertad electoral, que contribuyeran a
actualizar la república y a crear instituciones políticas más democráticas. Sin
embargo, aunque la aplicación de las nuevas ideas pudiera controlarse a un

15 SCL, 23 de julio de 1856.


16 ASM, Doc. 4507.
292 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

nivel, su influencia había operado ya efectos sobre las conciencias de los


líderes y, sobre todo, de los intelectuales, de manera que ante el menor
conflicto institucional pudieran abrirse los diques que exigían un grado de
tolerancia religiosa, y demostraban distanciamiento de algunos sectores ha­
cia los dictámenes de la Iglesia Católica. La religión católica y una visión
católica del mundo constituían un elemento consensual dentro de la clase
dirigente chilena. Heredada de la legitimidad monárquica, desaparecida la
figura del monarca, la religión había sido un elemento decisivo de cohesión
y de definición de valores comunes para las nuevas clases detentoras de la
autoridad. No es de extrañar, entonces, que toda constitución proclamase la
religión católica como única del Estado, y prohibiese la profesión de cual­
quier otra fe. En momentos en que el Estado buscaba su consolidación, la
Iglesia era la institución permanente, el mayor referente en la definición de
valores que abarcaban toda la vida privada y pública de la sociedad chilena
del siglo XIX.
La penetración de las ideas de la modernidad ilustrada había sido
sometida a controles rigurosos, en parte por su contenido secularizador. Sin
embargo, la preponderancia de los conflictos políticos, y el temor a una
revolución que pusiera en riesgo las instituciones del Estado, hicieron preva­
lecer la atención sobre el orden como manera de prevenir la anarquía. Las
demás áreas de expresión del orden, incluidas las doctrinarias que servían
de base para el orden público, vieron disminuidas sus expresiones públicas,
aunque no por ello quedaba menos de manifiesto que los sectores liberales
se encontraban en un proceso de creciente desafío a lo que percibían como
una utilización de la religión por parte del gobierno para efectos de preser­
var el orden. Ya en 1850, El Amigo del Pueblo escribía: “Iniciad el progreso
religioso, presentad una cuestión nacional, pedid mejoras sociales, y los ve­
réis levantarse unidos y rechazar vuestras demandas a nombre de la religión
y del orden...”17 Los partidarios del gobierno, por otra parte, expresaban,
refiriéndose a los nuevos clubes, que eran una secta que "... amenaza des­
truir todo orden en la sociedad. Para contrarrestar esta terrible invasión de­
ben emplear sus esfuerzos combinados, el Catolicismo, el Gobierno y los
hombres de bien”. Respecto de las ideas políticas no católicas, el artículo
decía: “El Clero está en el deber, para salvar la sociedad y la iglesia, de
declarar una guerra tenaz y santa contra el socialismo”.18

17 El Amigo del Pueblo, “A los republicanos en Chile”, 1 de abril de 1850.


18 El Verdadero Chileno, 4 de julio de 1850.
TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-18Ó0 293

Aun antes de asumir la Presidencia, Manuel Montt y su Ministro Varas


habían tomado en varias ocasiones posturas que demostraban, por una par­
te, su visión de la Iglesia como supeditada al Estado y, por otra, una actitud
de independencia cultural respecto de la religión. Ya en 1850 Montt presentó
a la Cámara de Diputados un proyecto de instrucción primaria que obligaba
a los monasterios de monjas contemplativas a sostener escuelas. Ante la
oposición de José I. V. Eyzaguirre, Montt replicó: “Si los conventos de mon­
jas tienen para mantener escuelas; si pueden hacer este servicio a la pobla­
ción; si por este medio pueden propagar la ilustración... ¿por qué la ley no
les ha de imponer esta obligación? Si es una carga que debe pesar sobre
todos los ciudadanos, justo es que pese también sobre la sociedad en gene­
ral”.19 Evidentemente la expresión pública de un positivismo materialista como
el que expresan Montt y otros portavoces ideológicos de la época daba
señales de alerta sobre un rompimiento doctrinario que la Iglesia intentó
impedir.
En ese espíritu se insertó el Edicto Pastoral que dirigió el Arzobispo
Rafael Valentín Valdivieso al clero y a los católicos, en junio de 1850. Allí
denunció los perniciosos efectos de la ilustración y su “lenguaje distinto del
de nuestra Santa Madre Iglesia Católica”, enfatizando sobre todo los aspectos
de orden social. A su juicio, “en nombre de la ilustración se aboga por el
error...” En una condena directa a El Amigo del Pueblo, sostenía que ese
periódico pretendía “arrancar del corazón del pobre la religión, fuente de
sus consuelos, lenitivo de las penalidades del trabajo a que su condición lo
somete, y áncora de todas sus esperanzas”. Afirmó que... “una vez rotos los
diques que nuestra santa religión opone al desborde de las pasiones, no
puede haber más que confusión, inseguridad y desorden”.20
Los documentos eclesiales y gubernamentales no dejan duda respecto
de la conciencia sobre el poder ordenador que ejercían la religión y la Igle­
sia. Tampoco se puede dudar que la presentación de la religión como un
alivio o paliativo en las desgracias indica que el énfasis no está puesto en el
cambio de situación, en el alivio terrenal de las desgracias, sino en los meca­
nismos que permitan soportarlos mejor. En ese sentido, el Catolicismo cum­
plía un propósito político como dique contenedor de las fuerzas de cambio.

19 SCL, 5 de junio de 1850.


20 Rafael Valentín Valdivieso, Edicto Pastoral que el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo,
doctor R.V. Valdivieso dirije al clero y pueblo de su arquidiócesis. (Santiago: Imprenta de la
Sociedad, Junio 29 de 1850).
294 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

Domingo Santa María, sagaz observador de la realidad, percibe lo anterior y


lo expresa comentando sobre los sucesos de 1851: “En estas luchas intesti­
nas, los partidos echan mano a la religión como un fácil expediente para
seducir los ánimos en favor de sus pretensiones; interpretan su moral para
arrastrar a la muchedumbre...” El futuro Presidente también tenía conciencia
del rol de contenedor que se le asignaba a la religión, y a pesar de la postura
oficial de la Iglesia entendía que el mensaje cristiano no podía servir esos
propósitos. Por eso, afirmaba que “la moral esencialmente democrática de
Cristo no servirá jamás, sino mediante crueles tergiversaciones, para apoyar
otra causa que no sea la del pobre, la del pueblo, que no sea la de la libertad.
Aceptemos al sacerdote como ciudadano”.21
Las expresiones públicas de la influencia ilustrada que limitaba la in­
jerencia de la Iglesia en materias públicas; que sometía a sus prelados a la
sociedad civil; que cuestionaba las prerrogativas de sus instituciones y, lo
más grave, que lo hacía desde un lenguaje racional positivista, fueron paula­
tinamente sucediéndose e impregnando el discurso que se presentaba por la
prensa y en las Cámaras, las dos principales fuentes de expresión de opinión
pública en la época. Es decir, desde que se declaró a Bilbao loco y se le
quiso encerrar en la Casa de San Andrés en Lima habían transcurrido siete
importantes años que hacían al menos intelectualmente válido el nuevo dis­
curso laico. Lo anterior no significa que fuera moralmente aceptado, ni me­
nos cuando el temor al desorden arreciaba. En 1853, luego de unas asonadas,
El Mercurio publicaba: “La Iglesia es la única que puede decir, por el mo­
mento, lo que está bien y lo que cae en la inmoralidad. Por eso, señores,
debemos guardar silencio y no emitir juicios desacertados con respecto a las
actitudes del gobierno y de algunos desalmados. El norte y el sur se estreme­
cen frente a lo que el centro hace”.22 En ese mismo año, el gobierno cerró la
imprenta El Progreso cuyo redactor se declaró adversario de los jesuitas, a
quienes Montt, en 1844 siendo ministro de Estado, había autorizado el retor­
no al país.
Sin embargo, ese ánimo conciliador con la Iglesia se oponía a los
propósitos de fortalecimiento del Estado, en la medida en que ésta oponía
resistencia a la secularización de cualquiera de sus expresiones. Eso fue en
esencia lo que sucedió en 1856 con el famoso conflicto del sacristán, cuando

21 Domingo Santa María, “Apuntes sobre la Revolución 1851”, Archivo Santa María, doc. 4278.
22 El Mercurio, 18 de mayo de 1853-
TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-1860 295

dos canónigos se negaron a obedecer a la autoridad eclesiástica, y ésta les


suspendió del ejercicio sacerdotal. Los canónigos recurrieron de fuerza ante
la Corte Suprema, cuyo dictamen fue desfavorable al Arzobispo, devolvien­
do su ministerio sacerdotal a los canónigos. Se intercambiaron oficios agresi­
vos entre Montt y el Arzobispo, terciando finalmente Varas, quien logró que
los canónigos se sometieran de su voluntad a la decisión de la Iglesia. El
episodio era sin duda menor; el énfasis del gobierno en demostrar su poder
indica una voluntad de medición de fuerzas que haría entrar a toda la elite
chilena en la contienda.
En forma paralela a la lucha del Estado y la Iglesia por sus prerrogati­
vas mutuas, el ambiente se encontró maduro para que la lucha trascendiese
a todos los espacios en que se expresaba la opinión pública, dando así
origen, desde las diferencias doctrinarias, al surgimiento de nuevos partidos
políticos, los primeros trazados en líneas ideológicas. El debate superó el
mero conflicto institucional, como el planteado por el sacristán, y abordó los
problemas doctrinarios que afectaban directamente a la vida privada y públi­
ca. Así, se inició, por ejemplo, la discusión sobre la educación católica, de
larga duración y controversia en las décadas siguientes. Más grave aún, co­
menzó a plantearse en la Cámara y en la prensa el problema de la tolerancia
religiosa y la libertad de cultos, vinculada esta vez en signo contrario tam­
bién con el progreso. La inmigración europea no católica hacía surgir la
necesidad. “Ya es tiempo que las puertas de nuestra patria estén abiertas
para el hombre, es decir, para los creyentes de todas las religiones; ya es
tiempo de no preguntar4al individuo qué es lo que cree sino lo que hace, es
tiempo de mirar sus obras y dejar a un lado su fe...”, planteaba el diputado
Matta, en una interpelación del Ministro del Interior.23
El resultado inmediato de este debate fue el fortalecimiento de la
división entre las posiciones clericales del partido conservador y aquel sec­
tor más laico, menos confesional y que priorizaba los asuntos de orden
político por sobre los religiosos. Ello es el origen del nuevo partido conser­
vador y del monttvarismo o partido nacional.24}. Samuel Valenzuela y Erika
Maza Valenzuela han precisado que el Partido Conservador, más que un

23 SCL, 3 de agosto de 1858, pp. 176-180.


24 J. Samuel Valenzuela y Erika Maza Valenzuela, “Religión y Política en un País Católico.
Democracia Republicana, Social Cristianismo y el Partido Conservador en Chile, 1850-1925 ”,
por aparecer en Estudios Públicos. (Santiago: 2000).
296 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

partido de defensa de los intereses institucionales de la Iglesia chilena, era


un partido de defensa de los valores católicos. No fue, como partido, clerical,
y en ocasiones mantuvo diferencias con la jerarquía. Lo anterior se demues­
tra con la comparación entre las posiciones que sostenían los medios de
prensa católicos, El Estandarte Católico, de carácter clerical y El Indepen­
diente, conservador. El análisis de sus posturas confirma la tesis de Valenzuela
y Maza.
En estos momentos surge también la paradoja histórica que fue el
surgimiento de la llamada “fusión” entre conservadores y liberales, unidos
tan sólo por su oposición al gobierno, a pesar de que el Partido Conservador
mantuvo su filiación católica. En este período El Conservador escribió que su
“norma de conducta” era “el sostenimiento del orden, por medio del respeto
sagrado a las instituciones, incluyendo así en ellas al elemento religioso, que
es la base única de la paz en todos los pueblos de la tierra”. Más aún, sostuvo
que “la base en que reside el orden público, la que sostiene la pureza de las
costumbres, y la forma y el carácter de los hombres en las sociedades huma­
nas” son las ideas religiosas.25

4. Los nuevos actores y la revolución de 1859


El progreso material que indudablemente se produjo durante el go­
bierno de Montt tuvo como consecuencia el surgimiento de nuevas fortunas
y nuevos centros de poder económico paralelos a los tradicionales. No es
coincidencia que en esta década aparezca una nueva generación que se
suma a los intelectuales de cuño aristocrático que comenzaron a hacer oír
sus voces en la década de 1840. Manuel Antonio y Guillermo Matta, Tomás,
Angel Custodio y Pedro León Gallo son un ejemplo de nuevos hombres
audaces, imaginativos, libertarios y, sobre todo, laicos, que ya se hacían oír
en la prensa y el Parlamento. Ajenos a la historia de consenso social que unía
a la elite, su voz se sumó fácilmente a los disidentes; no tenían, sin embargo,
como ellos esa sensación visceral de pertenencia que impedía la ruptura.
Estos eran hombres que se movían por sus intereses y sus creencias, ajenos
a todo criterio de pertenencia social, aunque en el nivel formal se entroncaran
rápidamente con las grandes familias. El nuevo contexto le imprime al con-23

23 El Conservador, 30 de diciembre de 1857.


TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-1860 297

flicto religioso caracteres de lucha social, los cuales se expresarán creciente­


mente a lo largo del proceso de erosión de los antiguos consensos y de
triunfo de- un consenso de tipo oligárquico.
A partir de 1857 la tranquilidad comenzó a ceder. Se vivía una campa­
ña electoral para renovar el Parlamento, y nuevamente comenzaron las de­
nuncias de conspiración contra el gobierno. Este además enfrentaba la cre­
ciente oposición del bando conservador unido al liberal, lo que no significa­
ba tolerancia hacia los sectores más radicales dentro del liberalismo. Por
ejemplo, Benjamín Vicuña Mackenna se convirtió en blanco de ataques cuando
denunció la instrumentalidad de la fusión, y también cuando lanzó su cam­
paña de presión para reformas constitucionales, especialmente a través del
periódico La Asamblea Constituyente.
Como en una suerte de fatalidad histórica, al crecer el conflicto electo­
ral y polarizarse las posiciones, la prensa retoma el estilo rupturista del 50.
Nuevamente es cuestionada la misma noción de orden como innecesaria o
entorpecedora del progreso, o como instrumento de manipulación electoral.
“Chile necesitaría renunciar a sus hábitos de orden y de regularidad, a su
carácter, creencias y costumbres... para sustituir el sistema de gobierno”, osó
escribir La Actualidad en el calor de la lucha.26 El gobierno, también como
antaño, intentó capitalizar a su favor el progreso material y sus requerimien­
tos de orden, lo que le dio el triunfo en las elecciones parlamentarias de
1858, y lo animó a replantear el problema de la extensión del sufragio, en un
primer embate por soslayar la posibilidad de control eleccionario por parte
de los partidos tradicionales.
Las posiciones, sin embargo, continuaron polarizándose, al punto que
Montt consideró oportuno renunciar ante lo que él juzgó la imposibilidad de
gobernar por la oposición parlamentaria. Efectivamente, la oposición creció
y se fortaleció, mientras el gobierno cerró filas en sus posiciones. La sensa­
ción que se lograba por ambos bandos, como lo expresó Vicuña Mackenna
en La Asamblea Constituyente, era de caos: “El mal está pues en todas partes,
en las leyes, en la sociedad, en el sistema político, en el pueblo, en los
partidos, en la fatalidad misma de los acontecimientos que se agolpan y se
complican hasta hacernos creer que hemos sido arrojados por una mano
invisible en el vacío del caos.27 No obstante el diagnóstico, la estrategia fue

26 La Actualidad, 5 de febrero de 1858.


27 La Asamblea Constituyente, 29 de octubre de 1858.
298 LA SEDUCCION DE UN ORDEN. LAS ELITES Y LA CONSTRUCCION... / ANA MARIA STUVEN VATTIER

de acentuar la solicitación de reformas y el desprestigio a la Constitución del


33, a la cual se tilda de “edificio en ruina”, en la medida en que no representa
ya a una sociedad que se declara haber evolucionado irremediablemente. Si
el pueblo cambió, las instituciones deben adaptarse a ello, lo cual representa
el triunfo de las ideas en la contienda trabada, desde 1840, por el predomi­
nio de las instituciones o de las ideas como agentes de cambio.28 “Es la
revolución de ideas que se avanza, esa revolución que se desprende de la
conciencia de los pueblos como el torrente de los Andes”, escribió J. M.
Eguiluz.29 Justo Arteaga Alemparte, nuevo portavoz liberal, admite lo ante­
rior cuando afirma: “Las sociedades, por una ley de su vida y su desarrollo
están sometidas a ciertas evoluciones necesarias, fatales: evoluciones que
nadie ni nada puede contener”. Su destino es asumir ese cambio, en este
caso realizando la reforma, o la revolución armada. “Si se le cierra el prime­
ro, tendrá, mal que le pese, que echarse en el segundo”.30
En diciembre de 1858 se cerró nuevamente el camino de la negocia­
ción, cuando el gobierno consideró subversiva una reunión en el Club de la
Unión convocada para discutir la reforma necesaria a la Constitución. Sus
asistentes fueron apresados. Desde ese momento hasta la sofocación final de
la Revolución de 1859, el orden, tan preciado y defendido por la administra­
ción Montt, parecía una quimera. La actitud revolucionaria de Pedro León
Gallo en el norte del país confirmaba que el consenso tradicional estaba
roto; la radicalización del liberalismo en boca de los partidarios de la refor­
ma indicaba el fin del consenso doctrinario. Sin embargo, más allá de las
conspiraciones militares y de los momentos revolucionarios, el orden, en
oposición a la anarquía, prosperó como valor consensual. En ese sentido es
iluminador el discurso del Presidente Montt en la inauguración de las Cáma­
ras en 1859; “La creciente prosperidad de la República, el desarrollo de sus
elementos de bienestar y de riqueza, han sido seriamente perturbados en el
año que acaba de transcurrir. Contra la marcha de progreso prudente que
hemos seguido de tiempo atrás con paso firme y seguro, y conocidas venta­
jas, y cuyo impulso y fomento ha sido el objeto constante de mi Administra­
ción, se han invocado a la vez las doctrinas exageradas, ya de un radicalismo
incompatible con el presente estado del país y aún de cualquiera otra socie-

28 La Asamblea Constituyente, 8 de noviembre de 1858.


29 El Correo Literario, 20 de noviembre de 1858.
30 La Asamblea Constituyente, 13 de noviembre de 1858.
TERCERA PARTE / CAP. IX / REVOLUCIONES, ORDEN Y PROGRESO, 1850-1860 299

dad, ya de un espíritu de resistencia a toda mejora y que condena toda


innovación...” Luego de este diagnóstico, el Presidente solicitó poderes ex­
traordinarios, porque “se ha trabajado con tanto empeño por precipitar el
país al desorden, que para alejar todo peligro, es necesario ocuparse con
prudente firmeza en extinguir los gérmenes anárquicos...”31
Nuevamente se impuso el orden, aunque los actores del consenso en
torno al orden hayan variado ligeramente. “Ya no es posible que el oro de
Chañarcillo y las vacas de las haciendas del sur encadenen la república a su
insolente voluntad”, escribía El Ferrocarril, denunciando este cambio de ac­
tores.32 El oro de los pipiólos y las vacas de los pelucones representan el
poder de un grupo unido por lazos tradicionales, que a partir de estos años
comenzó a tener que negociar su influencia con una burguesía con distintos
intereses, con un grupo de intelectuales modernos y laicos, y con un estado
de derecho en forma, al cual es más difícil controlar. El consenso en torno al
orden no desaparecerá; quedará crecientemente en manos de una oligarquía
que establece pactos instrumentales con el fin de mantener el control hege-
mónico del Estado.

31 Mensaje del Presidente de la República al Congreso, en El Pasudo Repttbltcatio, op. cit., 1 de


junio de 1859-
32 El Ferrocarril, 22 de enero de 1859-
Bibliografía

Fuentes documentales

Periódicos

El Amigo del Pueblo, Santiago, 1850.


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La defensa de un republicanismo temido y querido, de un catolicismo que es fe
y camino cierto, y de un orden social que es garantía de poder y jerarquía, son
los principios que inspiran a la clase dirigente chilena en el proceso de consolidación
del Estado y configuración de la nación. Desde el teatro hasta el lenguaje y la
filosofía de la historia demuestran cómo la nación polemiza, dentro del consenso
en torno a los principios, para sentar bases del cambio necesario e inevitable. Un
cambio que expulsa toda ruptura que pueda quebrar los acuerdos, como queda
demostrado en el juicio contra Francisco Bilbao por su “Sociabilidad Chilena”.
La autora recorre la historia del siglo XIX develando la tensión entre teorías y
realidades que experimentaron los hombres que dieron forma institucional y so­
cial a Chile, dejándoles hablar y asumiendo la validez de su conflicto. Una obra
que hace del argumento de los actores una ventana hacia la cultura política
chilena vigente todavía en muchos de sus aspectos.

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