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La geografía crítica anglosajona tiene sus orígenes en la geografía radical de la década del

setenta de la cual se distancia (o diferencia) al incorporar temas y preguntas vinculadas a la


cultura y a las representaciones. Asociada al giro postmoderno, la geografía crítica rompió con la
rigidez del análisis estructuralista distanciandose del enfoque predominantemente económico
de los fenómenos sociales propio de la geografía radical de la década del sesenta/setenta —que
a su vez hundía sus raíces en la geografía anarquista de fines del siglo XIX y principios del XX.
Hoy en día se suele emplear el término general de “geografía humana crítica” para abarcar
todas las ideas y prácticas comprometidas con una política emancipatoria. Si bien la geografía
crítica es diversa epistemológica, ontológica y metodológicamente, hay algunos temas que
atraviesan a todas las variantes: el rechazo al empirismo y el compromiso con la teoría social
diversa (feminismo, postcolonialismo, teoría queer, economía política, postestructuralismo,
etc.); la intención permanente de visibilizar las relaciones de poder y las desigualdades así como
de promover el cambio social; la certeza de la importancia de las representaciones para
proyectos de dominación pero también de resistencia; el compromiso con la praxis por la
justicia social mediante propuestas de intervención, emancipatorias y participativas; y, la
consideración del espacio como un elemento crítico para la (re)producción así como para la
desarticulación de desigualdades. En este sentido, la geografía crítica (o “las geografías
críticas”), trasciende los límites académicos y permite considerar experiencias y conflictos que
hasta su surgimiento no se consideraban propios de la geografía humana.

Las geografías críticas producidas en lo que se denomina el “sur global” no sólo amplían el
repertorio de temas de la geografía humana crítica anglosajona sino que además proponen
otras epistemologías que diversifican los enfoques teórico-metodológicos. Si bien la geografía
crítica de América Latina ha tenido una relativa escasa producción hasta hace poco (excepto en
algunos ámbitos académicos particulares, como es el caso de Brasil), ha cobrado visibilidad y
relevancia con aportes que surgen en la intersección de los procesos sociopolíticos de la región,
las diversas identidades y las luchas emancipatorias en sus múltiples frentes. Las geografías
críticas producidas en lo que se denomina el “sur global” no sólo amplían el repertorio de temas
de la geografía crítica sino que proponen otras epistemologías que diversifican los enfoques
teórico-metodológicos.

Algunos de los aportes más significativos de la geografía crítica latinoamericana tienen que ver
con reconocer al cuerpo como territorio y lugar privilegiado de las resistencias feministas
destacando las conexiones con las luchas contra la desposesión de la tierra y el
neolcolonialismo. Otro aporte significativo se vincula con el “giro territorial” que ha puesto en el
centro de la producción de saberes espaciales al territorio, tanto como categoría analítica
como categoría de la práctica política. Este último aporte se vincula con otra característica
interesante de la geografía crítica latinoamericana que tiene que ver con el estrecho vínculo que
existe (y que viene de una larga tradición de compromiso político y militancia de la comunidad
universitaria) entre la academia y los movimientos sociales, vínculo que nutre tanto las
discusiones teóricas como las prácticas políticas concretas. Asimismo la geografía crítica y
especialmente la geografía crítica latinoamericana, ha contribuido a poner el cuerpo, las
experiencias corpóreas y los lugares en el centro de las reflexiones espaciales. Esta
relocalización de la geografía nos ofrece una lente analítica que nos permite explorar prácticas y
lugares percibidos mundanos como espacios de disputa política.

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