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Arlindo Machado
Entre los géneros televisivos más conocidos tal vez el telediario sea el más difícil de
abordar. Si entendemos al periodismo, dentro o fuera de la televisión, como una
institución de mediación simbólica entre determinados eventos y un público de lectores
o espectadores para quienes estos hechos pueden ser considerados relevantes, es casi
inevitable que la discusión al respecto esté permanentemente afectada por cuestiones
de orden macroestructural, como los problemas ético-profesionales, que hacen a la
selección y a la interpretación de las noticias, o aquellos relacionados con el papel de
las empresas y de los profesionales en la conducción de los conflictos que tienen por
función transmitir. Considerando que la política es siempre un asunto catalizador (y
nunca materia de consenso), es inevitable que los aspectos políticos de la discusión
despierten mayor interés que otros, eclipsando las restantes posibilidades de abordaje.
Mientras tanto, por más sospechosa que pueda sonar esta afirmación a las últimas
camadas intelectuales, condicionadas a ver política en todo, mi análisis no pretende
verificar el grado de politicidad (esto es, de compromiso, de parcialidad) del telediario
o de la empresa que lo produce. Mi interés más bien está delimitado: se trata de ver
cómo funciona el telediario en tanto género televisivo.
Vamos a comenzar este examen examinando un filme de ficción. Aunque esto pueda
parecer contradictorio, el lector entenderá enseguida que esta opción se debe al hecho
de que el filme en cuestión (en realidad, un telefilme) pone en evidencia la estructura
significante del telediario de un modo tal que un telediario en particular por sus propios
medios jamás podría hacer. Se trata de Special Bulletin, realizado por Edward Zwick y
puesto en el aire por la red norteamericana NBC durante la noche del 20 de marzo de
1983. Como en cualquier otra película, aquí se trabaja con una situación imaginaria:
un grupo extremista amenaza con hacer explotar Charleston, en Carolina del Sur, con
una bomba nuclear, en el caso que el gobierno americano no esté dispuesto a
desarmar sus ojivas nucleares, dando inicio a un proceso de desarme unilateral. El
gobierno se niega a dialogar con los terroristas, la situación es cada vez más tensa,
hasta que la bomba acaba por explotar, causando una catástrofe nuclear.
Lo que este filme muestra de una manera muy clara, casi didáctica, es que el telediario
no puede ser visto como un simple dispositivo de reflexión sobre los hechos, de
naturaleza especular, o como un mero recurso de aproximación a aquello que sucede
en otro lugar, sino más bien como un efecto de mediación. A menos que nosotros
mismos seamos los protagonistas, los hechos se nos aparecen a nosotros,
espectadores, mediados a través de reporteros (literalmente: aquellos que reportan,
aquellos que cuentan lo que ven), portavoces, testigos oculares y toda una multitud de
sujetos que hablan, considerando que tienen competencia para construir “versiones”
de lo que sucede. Hubo un tiempo en que un cierto cinéma vérité creyó poder dejar a
un hecho hablar por sí mismo, con las voces que ya lo constituyen y con las imágenes
que ya lo definen, sin intervención explícita de los realizadores y con un mínimo de
mediación. En el telediario, mientras tanto, sólo existen mediaciones; los propios
enunciados de los reporteros y protagonistas aparecen como mediaciones inevitables y
como la condición sine qua non del relato periodístico televisivo. Este es también un
punto de distinción muy importante entre el telediario y el documental puro y simple,
en el que esa dependencia fundante para con el/los punto(s) de vista de uno o varios
observadores no está tan marcada o no desempeña ningún papel estructural
importante.
Veamos un ejemplo bien concreto. En el diario una noticia podría ser presentada de la
siguiente manera al lector: "Un grave accidente entre un automóvil y un camión de
transporte de mercaderías sucedió ayer a las 18.40 hs. en el kilómetro 300 de la
autopista Presidente Dutra, con una víctima fatal, el conductor del automóvil, Pedro da
Silva, y otras dos víctimas que se encuentran todavía en grave estado en el Hospital
Público de Taubaté, Maria de Oliveira, que iba en el automóvil, y João Xavier, chofer
del camión. Según un testigo, el accidente habría sido causado por una equivocada
tentativa de pasar a un omnibus por parte del camión”.
Otra manera de resolver en el mismo cuadro la fusión de todos los elementos del
telediario es mostrar, en primer plano, al conductor leyendo la noticia en el
teleprompter, mientras que la imagen correspondiente a lo que él anuncia aparece en
el fondo, insertada por chroma key o proyectada en monitores presentes en el estudio.
La descripción es banal, ya que también es banal el cuadro elemental de todo
telediario. Por otra parte, quizás no exista en la televisión otro género con códigos tan
rígidos.
Los videoartistas Antonio Muntadas y Hank Bull realizaron una obra ejemplar
mostrando este postulado. Se trata de Cross-cultural Television (1987), un video en el
que las imágenes “pirateadas” de telediarios de todo el mundo y editadas siguiendo
sus semejanzas estructurales demuestran que, a pesar de las variaciones locales
dictadas por especificidades culturales o lingüísticas y por diferencias de soporte
económico, el telediario se construye de la misma manera, se dirige al espectador de
un modo semejante, habla siempre con el mismo tono de voz y utiliza el mismo
repertorio de imágenes bajo cualquier régimen político, bajo cualquier modelo de
tutela institucional (privada o pública), bajo cualquier grado de progreso cultural o
económico.
Si su historia hubiese sido otra, el telediario podría haber adoptado para sí el modelo
del documental: un relator recitaría un texto absolutamente coherente y sistemático,
preparado por cronistas y asesorado por especialistas, mientras que se podrían
mostrar imágenes y sonidos relacionados con el texto. Pero, a lo largo de su historia,
el telediario fue proyectando otra estructura de presentación, basada en los
testimonios de los sujetos implicados en el hecho, sea directamente (como es el caso
de los protagonistas, aquellos que hacen o que son testigos de un evento), sea
indirectamente (mediante los enviados de la televisión para “reportar” el hecho). Por
esta razón se volvió esencial la presencia de la televisión en el lugar y en el tiempo de
los acontecimientos, no sólo para autorizarla como fuente confiable, sino
principalmente porque esa es la condición sine qua non de su proceso significante. No
sin razón muchas veces el telediario no trata específicamente los hechos, sino sus
propias dificultades para reportarlos.
Cuando se está en una situación de conflicto particularmente peligrosa, la presencia
física del reportero en el lugar de los acontecimientos y la obtención de imágenes y de
sonidos representativos de lo que ocurre, se vuelven en sí mismas problemáticas y no
es raro que tales dificultades afecten la propia sustancia del telediario. En el caso de la
Guerra del Golfo los episodios más significativos de esa puesta en evidencia de las
condiciones de producción fueron aquellos ocurridos en Israel y en Arabia Saudita,
cuando los periodistas estaban obligados, como los demás mortales, a utilizar
máscaras antigas. En la noche del 17 de enero de 1991, la CNN mostró una escena de
sus propias oficinas en Jerusalén, donde periodistas nerviosos, que no conseguían
ocultar su temor, discutían entre sí si debían o no usar sus máscaras estando al aire.
Tanto la CNN como la TF1 francesa mostraron Scuds (misiles iraquíes) cayendo sobre
Riad, al mismo tiempo en que sus enviados especiales estaban hablando en vivo y lo
que siguió, en estos episodios, fueron instantes de pura estupefacción, cuando la
posibilidad de una muerte en vivo del reportero se volvió tangible. En esos momentos
percibimos que los reporteros no son, como se podría imaginar, trasparentes a los
eventos, sino criaturas mortales, sometidas a la misma suerte de los demás
ciudadanos de las naciones en conflicto, un poco atrapados con sus máscaras antigas,
un poco también ocupados en su tentativa, no siempre exitosa, de dominar al propio
terror. En el telediario, la voz que relata permanece siempre atada a un cuerpo, cuerpo
este sometido, como los demás su alrededor, a las leyes del espacio físico donde está
situado.
El hecho de que todas estas voces tengan un nombre (los reporteros están siempre
identificados en el telediario) es también bastante significativo para la individualización
del relato, o más exactamente, para una identificación de un relato con un sujeto
enunciador. Raymond Williams (1979:47) observa que la identificación de la voz fue
introducida en radio y en televisión durante la Segunda Guerra, como medida de
seguridad para la eventualidad de una invasión o captura de emisoras.
Desde entonces la identificación del personal de la televisión se instaló cada vez más
hasta llegar a constituir una regla, como en el modelo norteamericano de telediario.
Actualmente en la mayoría de los telediarios, la noticia viene casi siempre
personalizada, a través de títulos que especifican quién habla, cuál es su función en el
telediario o en el hecho que se transmite (“Corresponsal en Londres”, “Gobernador de
California”, etc.) y a veces también en lugar desde donde se habla. En general la
identificación completa está reservada a personalidades y al staff de la propia emisora
o red, mientras que la gente común cuenta apenas con una identificación general
(“testigo”, “pariente de la víctima”, “huelguista”, “manifestante”, etc.). De esta
manera, el antiguo modelo de telediario derivado de la práctica radiofónica y apoyado
básicamente en un locutor que lee un script, fue siendo sustituido de a poco por el
modelo que hoy tiene en la CNN a su mejor representante, donde la tarea de construir
el telediario del día se reparte entre varios sujetos parlantes que pueblan la pantalla.
Al destacar la intervención de los reporteros y de los protagonistas como la de un
grupo de personas que habla sobre cosas que vio, que sabe o con las cuales tiene un
compromiso, el telediario termina por transformar a la presentación personal en el
propio modo de constitución de su estructura significante.
Hay ocasiones en las que el texto designa no específicamente a quien habla sino al
origen del material audiovisual que se exhibe (“Imágenes de las Malvinas difundidas
por el gobierno inglés”, “Material de divulgación del Pentágono”), lo que no deja de ser
también una forma de identificación. En el conocido episodio de la Guerra del Golfo, la
CNN, limitada por el fuerte aparato de censura montado por los militares en todos los
frentes de combate, proporcionó el modelo de cómo se hace teleperiodismo en un
contexto de presiones y de censura generalizada: nombró el origen de todas las
imágenes. A lo largo del flujo televisivo lo que se ponía ante nuestros ojos y oídos no
era una simple sucesión de imágenes sin identificación; por el contrario, las imágenes
aparecían identificadas por sus condiciones de enunciación. “Cleared by Israeli
military” (censurado por el ejécrito israelí), “cleared by Saudi govt.” (censurado por el
gobierno saudita), “cleared by Iraqui censors” (censurado por censores iraquíes),
“images from Iraqui TV” (imágenes de la TV Iraquí”), eran leyendas necesarias que
acompañaban a las imágenes y a los sonidos como advirtiéndonos: ¡Cuidado! ¡Lo que
usted está viendo y oyendo puede ser una versión distorsionada e interesada! La
insistencia con que los títulos se sucedían en la pantalla nos autorizaba a concluir que
en realidad el flujo televisivo en su totalidad debía ser puesto bajo sospecha. Raras
veces el telediario fue tan crítico en relación a sí mismo y raras veces fue tan
autoconsciente de su propio lugar en los acontecimientos.
Un modo eficaz de diferenciar entre los dos principales modelos es comprobar si existe
alguna jerarquía entre las diversas voces que rivalizan en la arena del telediario. Si el
conductor tiene poder de decisión sobre las voces que entran y salen, por lo tanto de
delegar la voz a los demás, si se mantiene como la fuente principal de organización de
los enunciados, estamos frente a un telediario de modelo centralizado y de opinión. En
el caso opuesto, es decir, cuando el conductor aparece como una voz que expresa la
opinión más dispersa o más difusa de un equipo de redactores, o cuando el staff
parece tener el mismo peso y la misma importancia que él en la conducción del relato,
entonces estamos frente a un telediario de modelo polifónico.
Por otra parte, se puede acusar, no sin razón, al modelo “polifónico” de telediario de
intentar ocultar el hecho de que toda producción de lenguaje emana de alguien, o de
un grupo, o de una empresa, por lo tanto nunca es el resultado de un consenso
colectivo, sino de una postura interpretativa “interesada” frente a los hechos
transmitidos. Mientras que, al contrario del modelo anterior, no se le puede acusar de
atentar contra la inteligencia del espectador o de presuponer cualquier incapacidad
interpretativa por parte de la audiencia. De hecho, mientras el modelo “de opinión” se
basa fuertemente en mecanismos de identificación entre el público y el conductor (en
este sentido no es raro que para poner en funcionamiento esos mecanismos, el
conductor simule indignación, pesar o temor frente a las noticias presentadas), el otro
modelo no induce –por lo menos no lo hace de manera ostensible- a una interpretación
o a una emoción que deban ser repetidas por el espectador. Un modelo, por lo tanto,
no puede ser en sí mejor o peor que el otro: es necesario examinar cada caso
individual y su coyuntura concreta.
En el caso de la Guerra del Golfo, por ejemplo, delante del telespectador de la CNN
desfilaban los testimonios esquivos y escurridizos de George Bush y Sadam Hussein,
de la gente del Pentágono, de los comandantes militares, de los corresponsales en
Riad, Amman, Tel Aviv, Bagdad y Washington, de los “especialistas” en geopolítica y
asuntos militares, pero ninguno de estos testimonios era suficientemente elocuente
para caracterizar el acontecimiento como un todo, o hacer encajar piezas de
rompecabezas para que pudieran articularse en algún punto y completar un relato
coherente (incluso equivocado o mentiroso) sobre el conflicto.
En Afganistán, por ejemplo, la CNN tenía acceso tanto a las autoridades locales
prosoviéticas como a la guerrilla y ponía en el aire material y testimonios de ambas. En
el segundo día de la invasión a Panamá, Bush inició un pronunciamiento público a la
nación minutos antes de que aterrizara en la base aérea Delaware el avión con los
cuerpos de dos soldados muertos, como un modo de impedir que la televisión pudiera
transmitir en vivo un hecho incómodo para el gobierno; la CNN, mientras tanto, junto
a la red CBS, dividió la pantalla mostrando simultáneamente los dos eventos. Si la
televisión se muestra incompetente para construir un relato coherente de la guerra o
de cualquier conflicto (pero esta “incompetencia” puede ser más una virtud que un
defecto, ya que sería peor una versión hermética del evento, según la interpretación
oficial), esta es apta, entonces, para proporcionarnos otra visión del hecho, o sea, el
conflicto como un enmarañamiento de voces que se chocan a lo largo del flujo
televisivo, ninguna por entero convincente, ninguna de ellas completamente
despreciable.
Para las generaciones que aprendieron a seguir los acontecimientos a través del News
at Ten (ITN, Gran Bretaña), World News Tonight (ABC, EE.UU.), The CBS News (CBS,
EE.UU.), Tagesschau (ARD, Alemania), Heute (ZDF, Alemania), NHK Shinbun (NHK,
Japón), Jornal Nacional (Globo, Brasil), Vremia (transmitido obligatoriamente por todos
los canales de la antigua Unión Soviética durante el régimen comunista), o de la
misma CNN, la ilusión de una autoridad directiva de la televisión está lejos de
corresponder a la realidad (Machado, 1997: 262-280).
Obras citadas
Glasgow University Media Group. More Bad News. London, R&KP, 1980.
El texto " Las voces del telediario de Arlindo Machado corresponde al libro “El paisaje
mediático. Sobre el desafío de las poéticas tecnológicas" (Editorial Centro Cultural
Ricardo Rojas , Buenos Aires, 2000. pag. 95 a 106 )
Agradecemos al profesor Arlindo Machado y a su editor Jorge La Ferla la autorización
para la reproducción de este artículo
Accesible en http://www.uned.es/ntedu/asignatu/7_A_%20Machado.html