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argumento sobre el cual gira el Concilio» (card. Montini). Es un Concilio
preferentemente pastoral, que presenta la fe teniendo en cuenta al hombre
concreto.
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completa revelación de Dios. Por fin, «es una revelación unida a la Iglesia
como oyente, servidora, actualizadora y presencializadora de la misma por
el Espíritu, en el hoy de los hombres en toda su realidad de tradición viva
(cf DV 8-10)» (A. Cañizares). Sin embargo, esta revelación interpersonal
no olvida las verdades reveladas, porque «comunica los bienes divinos
que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana» (DV 6).
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verdaderas, la catequesis se movía en clave de iluminación cristiana de la
inteligencia por los datos revelados y de su retención en la memoria
religiosa. El cristiano así era un creyente ilustrado.
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como sacramento de salvación sea «la más original e importante del
Concilio» (C. Floristán). Ella es el sustrato de todas las afirmaciones
eclesiológicas posteriores4. Significa que la Iglesia queda radicalmente
referida a Jesús, no sólo en cuanto fundada por él, sino sobre todo en
cuanto, como continuación de su misma encarnación humano-divina;
referida a su misión salvadora y a su condición de servidora: no es para sí
misma, existe desviviéndose en el servicio. En ella no hay lugar para
autocomplacencias, triunfalismos o clericalismos. 2) La Iglesia, pueblo de
Dios, significa que ella se comprende a sí misma como construcción divina
en la historia. Sugiere que es continuación del pueblo de Israel, destinada
a todos para mostrarles, desde la historia, la vocación radicalmente
fraterna de la humanidad. Todos somos llamados gratuitamente a vivir la
dignidad de hijos, bajo el mandamiento nuevo, y destinados al Reino
definitivo de Dios, iniciado ya en este mundo (LG 9). Todos estamos
llamados al ministerio de la Palabra, a la profesión de la fe (LG 12) y a su
expresión misionera (LG 17). «Ninguna diferencia posterior podrá anular
la fundamental fraternidad cristiana que nace de esta idéntica vocación»
(O. González de Cardedal). 3) La Iglesia como comunión es un concepto
muy hondo, que subyace a toda la reflexión conciliar, pero que no se
explicita en ningún documento. Relaciona y vincula la realidad de la familia
trinitaria con la realidad eclesial de la historia. La comunión se da entre
Dios y los hombres; entre los miembros de la Iglesia y Cristo, su cabeza;
entre los apóstoles y Pedro, y los obispos y el Papa; entre las Iglesias
locales; entre la Iglesia católica y otras Iglesias y comunidades cristianas;
entre la Iglesia y la humanidad. Esta comunión está llamada a superar
todos los individualismos y recortes eclesiales. La Iglesia es, a la vez,
institución y comunión. 4) Por fin, la Iglesia es consciente de que la acción
culminante –a la que tiende– y la acción fontal –de donde mana toda su
fuerza– es la liturgia, a la que ella, como cuerpo de Cristo, es asociada por
él como cabeza, para lograr con la máxima eficacia la santificación de los
hombres en Cristo y la glorificación del Padre (cf SC 5-8 y 10). La liturgia
es patrimonio de todo el pueblo cristiano, porque, al incorporarse los
bautizados a un cuerpo sacerdotal, «las acciones litúrgicas pertenecen a
todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan» (LG 10-11 y
SC 26).
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b) Iglesia conciliar y catequesis. Porque la Iglesia es sacramento de
salvación, es decir, del reino de Dios entre los hombres, es signo y a la
vez anuncio y presencia germinal del proyecto salvador de Dios sobre la
humanidad, mediante el testimonio de valores como la fraternidad, la
unidad, la libertad, la felicidad, la vida. Por estos valores vividos, el pueblo
de Dios refleja la presencia del Señor (cf Gál 4,19). Este sacramento de
salvación es, pues una comunidad testificante, y sólo en cuanto tal puede
ser comunidad confesante. Pues bien, la catequesis es la expresión
privilegiada (cf CD 13) de esta confesión-transmisión. Por tanto, «no a una
catequesis al margen de la misma comunidad de fe y de vida. Sí a una
catequesis integrada en la comunidad que reza, celebra y da testimonio»
(J. M. Rovira Belloso). 1) Como pueblo de Dios, la Iglesia participa del
carácter profético de Cristo cuando da testimonio vivo de él por la fe y el
amor. Más aún, la totalidad de los fieles, «bajo la dirección del magisterio
al que obedece con fidelidad, recibe no ya una simple palabra humana,
sino la palabra de Dios (cf lTes 2,13; LG 12). Es decir, todo el pueblo de
Dios es responsable de que el evangelio siga vivo en la Iglesia (cf DV 10).
La Iglesia entera, obispos y fieles, es depositaria del evangelio del Reino
para ser su transmisora (cf DV 7). Por eso la Iglesia es esencialmente
tradición; y, como tal, actúa en la catequesis, en la que no transmite más
que su propia experiencia del evangelio, la tradición apostólica. Ella
misma, la catequesis eclesial, es un acto de tradición viva, que los
catequizandos reciben de forma activa y creativa. Mediante la catequesis
y los sacramentos de la iniciación —celebrados o renovados—, la Iglesia
realiza la iniciación o reiniciación cristiana, la transmisión de su propia vida.
En este sentido, la catequesis es la transmisión maternal de la fe de la
Iglesia. Y de esta maternidad eclesial participan de forma eminente las
comunidades cristianas –y, en concreto, las parroquiales–, así como los
propios catequistas (cf CAd 106-110). 2) Como comunión, la Iglesia es una
trama de relaciones de orden humano y divino, Iglesia teándrica y
comunitaria. Y si toda acción de Iglesia es reflejo y expresión de la vida de
la comunidad eclesial, la catequesis no puede ser simplemente tarea única
de la persona que la presida, sino acción de toda esa comunidad
vertebrada según carismas y ministerios. La comunidad entrega esta
responsabilidad catequética a cristianos debidamente capacitados. Y,
naturalmente, el objetivo primordial de la catequesis es iniciar a la
experiencia eclesial y a la vida comunitaria, pues la fe viva que ella
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comunica es la fe de la Iglesia (LG 11; DV 8, 25). 3) En razón de su
vinculación vital con la liturgia, la Iglesia está llamada a realizar la
catequesis litúrgica (cf SC 14, 19, 33-35), para preparar a los creyentes a
la celebración de los sacramentos y animarlos a las obras de caridad,
piedad y apostolado (cf SC 9).
Pero uno de los aspectos más originales del Concilio, que relaciona liturgia
y catequesis como en los primeros tiempos, es la restauración del
catecumenado de (jóvenes y) adultos, «destinado a la adecuada formación
catequética» (cf AG 14), como una «escuela preparatoria de la vida
cristiana, introducción a la vida religiosa, litúrgica, caritativa y apostólica
del pueblo de Dios» (DCG 130; cf DGC 88-91).
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iniciatorios (bautismo y confirmación) y los introduce en la comunidad
cristiana por su participación en la eucaristía (cf AG 14).
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suficientemente prolongado, hasta la incorporación de los cristianos en
la comunidad cristiana por los sacramentos de la iniciación (AG 14-15).
Esto quiere decir que, dado el clima misionero que se vive —ya en tiempos
del Concilio y actualmente—en los países de tradición cristiana, a causa
del cambio socio-cultural y del secularismo poscristiano, la catequesis hoy
queda impregnada de la actividad misionera completa tal como lo
expresa Ad gentes, esto es: la catequesis suscita en primer lugar la fe-
conversión inicial, o al menos favorece la maduración de esta fe-
conversión inicial (dimensión misionera de la catequesis) y, en segundo
lugar, ayuda seguidamente a madurar todos los aspectos de la fe: la
experiencia de comunión vital con Cristo, la experiencia celebrativa, la
vivencia de las actitudes, costumbres evangélicas, y la preocupación
apostólica por el Reino (dimensión catecumenal de la catequesis o
catequesis integral), hasta introducir a los creyentes en el «único pueblo
de Dios», la comunidad cristiana, mediante los sacramentos de la
iniciación (cf AG 14-15)6.
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cristianos podemos saber sobre Dios, sobre el hombre y sobre la Iglesia»
(E. Malvido). ¡En el mensaje cristiano no está todo en el mismo plano! 2)
El fundamento o corazón de nuestra fe es una doctrina, pero, sobre todo,
es una experiencia de fe vivida en la Iglesia, de la cual procede la doctrina
cristiana. Es decir, la catequesis está llamada a introducir a todo
catequizando: en el misterioso encuentro con Jesús, muerto pero viviente,
con su Padre, que es nuestro Padre, y con su Espíritu, que también es
nuestro; en el descubrimiento vivencial de la condición humana, renovada
y revelada en Jesús, el Señor, y en la experiencia fraterna del Reino, que
es la comunidad eclesial vivificada por el Espíritu. La doctrina
correspondiente «será la parte explicativa del misterio que se vive o
celebra» (J. M. Rovira Belloso).
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comunitario de la persona humana (GS 23-31) queda iluminada por Cristo,
solidario de todo hombre (GS 32). La enseñanza sobre la actividad
humana en el mundo (GS 33-37) es llevada a la perfección por el Cristo
pascual, consumador de la historia humana (GS 38-39). Por último, se
describe la actividad de la Iglesia en el mundo (GS 40-44) y a Cristo como
consumador de todo en el Reino definitivo (GS 45).
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dignidad [cf GS 411); segundo, ayuda a la sociedad humana (reconoce la
evolución hacia la unidad que se encierra en su dinamismo social y lo
apoya [cf GS 421) y, tercero, presta ayuda a la actividad humana, a través
de los cristianos (los laicos creyentes, en cuanto ciudadanos, están
llamados a asumir sus responsabilidades cívicas [cf GS 431). Es decir,
toda esta promoción integral del hombre y transformación de la sociedad
pertenece esencialmente a la misión de la Iglesia y, por tanto, a la
catequesis. Así, esta es una iniciación al servicio del hombre y del mundo
para el advenimiento del Reino (cf GS 45).
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promuevan el diálogo y el trato cordial que llega a convertirse en amistad
(cf CD 13b; GS 1-2).
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La catequesis aquí definida es una educación cristiana integral, un clima
educativo que ayuda a madurar todos los aspectos de la fe o de la vida
cristiana. Según esto, ¿qué lugar ocupa esta catequesis-catecumenado
dentro de la actividad apostólica de la Iglesia? El decreto Ad
gentes presenta el catecumenado-catequesis dentro de la acción
misionera de la Iglesia (Ver más arriba). Recordemos que esta abarca: el
anuncio del evangelio (con palabras y obras) para la conversión inicial (13),
el catecumenado-catequesis (con los sacramentos de la iniciación) (14) y
la formación de la comunidad cristiana (15). Por tanto, según el Vaticano
II, no hay acción misionera completa (cf AG 6) si no se incluye la acción
catecumenal-catequética, que madura la conversión primera e introduce a
los catequizandos en la comunidad11.
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individual desde la Escritura y los santos. 5) Y en relación a la sociedad
secularista emergente y a los cristianos divididos, acoge la praxis
misionera y ecuménica de Ad gentes y Unitatis redintegratio, y es ayuda a
la maduración de la fe-conversión inicial; iniciación a la vida cristiana
integral (re-iniciación cristiana); iniciación al sentido misionero hacia dentro
y hacia fuera, e iniciación al interés por la unidad de los cristianos
(ecumenismo).
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a) Cuatro pistas que se entrecruzan, e implican a Dios-Trinidad, a Cristo,
a la Iglesia, al hombre y al mundo, según el pensamiento de G. Medica12:
1) La dimensión bíblica de la catequesis: Dios habla a los hombres en
Cristo; 2) la dimensión eclesial-litúrgica y ecuménica de la catequesis:
Dios actúa presente entre los hombres; 3) la dimensión antropológico-
cósmica: Dios continúa encarnándose en el hombre; 4) la dimensión
misionero-trinitario-eclesialcósmica de la catequesis: Dios impregna de sí
mismo a los pueblos.
Así pues, la tercera propuesta operativa que nos ofrece el Concilio consiste
en presentar el mensaje evangélico, con la variedad de sus realidades: el
Padre, el Espíritu Santo, la Iglesia, María, los sacramentos, el hombre
nuevo, las realidades terrenas, los criterios morales evangélicos, la historia
de la salvación, la oración, la muerte, la esperanza... presentar estas
realidades, en relación existencial y noética con Cristo, el Señor resucitado
y Emanuel. Así lo hace san Pablo en sus tareas misioneras y catequéticas.
Para él, cualquier realidad de la Revelación es anuncio de Cristo e
invitación a convertirse a él y a seguirle. El lo ve todo en Cristo: la Iglesia
es el «cuerpo de Cristo» (Ef 4,12); creer es «aceptar a Cristo» (Col 2,5-6);
el bautismo, «morir y resucitar en Cristo» (Rom 6,4); el matrimonio, un
«gran misterio en Cristo» (Ef 5,32); las divisiones de los cristianos
descuartizan el cuerpo de Cristo (1Cor 1,13); Dios es el «Padre de nuestro
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Señor Jesucristo» (2Cor 1,3); el testimonio, el «perfume de Cristo» (2Cor
2,15-16); la muerte es «vivir con Cristo» (2Cor 5,8); la vida de gracia, «vivir
en Cristo» (Ef 2,11-13); María, la mujer de la que nació Cristo (Gál 4,4); el
Espíritu Santo es «el Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), etc. El nuevo Directorio
general para la catequesis (DGC) de 1997, que actualiza el Directorio
general de pastoral catequética de 1971, recogiendo las aportaciones
posteriores, se inspira totalmente en esta línea cristocéntrica del Concilio
(ver, por ejemplo, los nn. 49, 51, 80, 97-100, 123, 235).
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No obstante, «por su misma finalidad, este catecismo no se propone dar
una respuesta adaptada, tanto en el contenido como en el método, a las
exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de las distintas edades,
de los diversos estadios de la vida espiritual, de las situaciones sociales
eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis. Estas
indispensables adaptaciones corresponden a los catecismos propios de
cada lugar y, más aún, a aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles»
(CCE 24). Esto quiere decir que la presentación catequética del Vaticano
II se podrá hacer más adecuadamente a través de los catecismos locales
que surjan en cada lugar, o de aquellos que queden homologados como
catecismos locales.
BIBL.: Además de la consignada en notas, ALBERICH E., La catequesis en el contexto del Vaticano
II y el posconcilio, en Actas del Congreso internacional de catequesis: del V Centenario al ITI
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