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VATICANO II Y CATEQUESIS

NDC

SUMARIO: I. Principios conciliares e identidad de la catequesis: 1. La


teología renovada de la Revelación y de la fe; 2. La nueva teología de la
Iglesia; 3. Nueva concepción de evangelización y ecumenismo; 4. Nuevos
horizontes antropológicos, culturales y sociales.
II. Orientaciones expresas sobre la catequesis: 1. Importancia y finalidad
de la catequesis; 2. Lugar de la catequesis en la acción evangelizadora de
la Iglesia; 3. Nuevo rostro de la catequesis.
III. La catequesis según la renovación conciliar.
IV. Presentación catequética del Vaticano II.

Entre las fuentes de la catequesis tiene una importancia particular el


magisterio eclesial, y dentro de él la doctrina del Vaticano II (1965).
Iniciativa personal de Juan XXIII, este concilio es el acontecimiento eclesial
más relevante del siglo XX, que «contribuyó a un cambio profundo de
cosmovisión cristiana, ya que fue el final de la contrarreforma, el
reconocimiento de los valores de la modernidad y el redescubrimiento de
una nueva conciencia de Iglesia» (C. Floristán).

El proyecto conjunto del concilio esbozado por el card. Suenens (Malinas-


Bruselas), a petición de Juan XXIII y apoyado por el card. Montini (Milán)
y otros cardenales, se propuso abordar, como tema único, la Iglesia en sus
relaciones hacia dentro y hacia fuera de sí misma. De ahí los cuatro
objetivos conciliares: profundizar en lo que es la Iglesia; renovarla
internamente; favorecer la unión de los cristianos, y establecer un diálogo
con el mundo contemporáneo. Pablo VI desarrolló estos fines en el
discurso de apertura de la segunda sesión conciliar (29.4.63).

«La mirada que la Iglesia ha dirigido hacia sí misma en el Concilio no es


de ensimismamiento; quiere, más bien, actualizando su conciencia,
potenciar la obediencia a Dios y la disponibilidad apostólica» (R.
Blázquez). La evangelización del mundo contemporáneo es la meta del
Vaticano II. «El misterio de la Iglesia y la misión de la Iglesia, he aquí el

1
argumento sobre el cual gira el Concilio» (card. Montini). Es un Concilio
preferentemente pastoral, que presenta la fe teniendo en cuenta al hombre
concreto.

El Vaticano II no trató directamente de la catequesis. Esta aún no había


cristalizado en una reflexión tan sistematizada como para ser objeto de
reorientación conciliar. Son las grandes cuestiones del Concilio las que
ayudarán a revisar los principios sobre los que se venía reconstruyendo la
catequesis. «Piénsese en la nueva visión teológica de la Revelación y de
la fe (Dei Verbum), de la evangelización (Ad gentes) y de la Iglesia (Lumen
gentium, Sacrosanctum concilium, Ad gentes, Gaudium et spes); en los
nuevos horizontes antropológicos y culturales abiertos, con los puentes
lanzados a la 'cultura moderna, a las confesiones no católicas, a las
religiones no cristianas (Gaudium et spes, Dignitatis humanae, Unitatis
redintegratio, Nostra aetate, Ad gentes), etc». Todo ello incidirá en la
actividad catequética1.

Pero la mayor repercusión, por su afinidad con la Palabra, vendrá desde


la Dei Verbum. Su objeto es la palabra de Dios, que el magisterio supremo
«escucha devotamente, custodia religiosamente, y expone con fidelidad»
(DV 10). Es decir, DV quiere revitalizar, con la Escritura, «el ministerio de
la Palabra, que incluye la catequesis» (DV 24).

I. Principios conciliares e identidad de la catequesis

La acción catequética se renueva según el espíritu conciliar cuando queda


iluminada y transformada por él en lo referente a su identidad, finalidad,
mensaje evangélico, destinatarios, metodología, y ámbitos y sujetos
activos de la misma. Los principios conciliares de este capítulo afectan,
sobre todo, a la identidad, finalidad y sujetos de la catequesis.

1. LA TEOLOGÍA RENOVADA DE LA REVELACIÓN Y DE LA FE


(DV). a) Revelación y fe. En la última cena con los apóstoles, Jesús
prometió enviarles el Espíritu: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad,
os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). Y la Iglesia continúa
entregando a las futuras generaciones «el evangelio íntegro y vivo en ella
misma» (DV 7), a la vez que sigue atenta al Espíritu para crecer en la
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comprensión integral de las cosas y palabras transmitidas (cf DV 8). En el
último siglo, la Iglesia ha pasado de concebir la Revelación y la fe en clave
noética (de verdades y de inteligencia) a concebirla en clave interpersonal
(de encuentro entre Dios y la persona humana).

La Revelación. «Plugo a la sabiduría y bondad (de Dios) —dice el Vaticano


I— revelarse a sí mismo al género humano y revelar los secretos eternos
de su voluntad por un camino sobrenatural (Heb 1,1). Dios, en su infinita
bondad, ha ordenado al hombre a un fin sobrenatural, a fin de que participe
de los bienes divinos que sobrepasan totalmente lo que puede entender la
mente humana (1Cor 2,9)» (Const. dogmática sobre la fe católica Dei
Filius [Dz 1785-1786]). Es decir, el arranque es personalista, pero se
acaba poniendo el acento en términos impersonales y suprarracionales
(bienes divinos, que sobrepasan la mente humana).

«Quiso Dios con su bondad y sabiduría —dice, en cambio, el Vaticano II—


revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf Ef 1,9): por
Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los
hombres llegar hasta el Padre y participar de su naturaleza divina (cf Ef
2,18; 2Pe 1,4). En esta revelación, Dios invisible (cf Col 1,15; 1Tim 1,17),
movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf Ex 33,11; Jn 15,14-
15), trata con ellos (cf Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía.
La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite
dicha revelación resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la
Revelación» (DV 2).

La Revelación aquí es la automanifestación y donación de Dios mismo; su


mediador y plenitud, Cristo, el Hijo encarnado, en unión con el Espíritu. La
palabra de Dios, antes que libro inspirado y verdad revelada, es presencia
y acción desbordante de Dios en la comunidad humana, en clave de
comunicación de sí mismo. «De esta forma el concepto de Revelación
queda integrado en el decisivo de comunión (cf DV 1 con lJn 1,2ss.)» (S.
Pié-Ninot). Por esto, al ser la Revelación «acción de Dios en la historia, el
acto revelador es acto salvador, Dios actúa en los acontecimientos, y las
palabras (de los profetas) desvelan esa presencia liberadora» (R. Lázaro).
El acontecimiento central de esa Revelación en su plenitud es Jesús de
Nazaret. Toda su vida —y sobre todo su muerte y resurrección— es la

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completa revelación de Dios. Por fin, «es una revelación unida a la Iglesia
como oyente, servidora, actualizadora y presencializadora de la misma por
el Espíritu, en el hoy de los hombres en toda su realidad de tradición viva
(cf DV 8-10)» (A. Cañizares). Sin embargo, esta revelación interpersonal
no olvida las verdades reveladas, porque «comunica los bienes divinos
que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana» (DV 6).

La fe. Según el Vaticano I, «estando la razón creada completamente


sometida a la Verdad increada, estamos obligados, cuando Dios se revela,
a prestarle por la fe la plena sumisión de la inteligencia y de nuestra
voluntad». Por esta fe, «ayudados por la gracia de Dios —continúa el
concilio— creemos verdadero lo que él ha revelado por la autoridad del
mismo Dios, que revela» (Const. dogmática sobre la fe católica Dei
Filium [Dz 1789]). Según esto, la fe queda emparentada con la inteligencia,
y su objeto es «tener por verdadero lo que Dios revela». Esta dimensión
cognoscitiva de la fe arraigó especialmente desde la reforma protestante,
con la propuesta de su fe nueva, y se afianzó más tarde frente al
racionalismo.

En cambio, para el Vaticano II, el hombre «por la fe se entrega total y


libremente a Dios, le ofrece el homenaje pleno de su entendimiento y
voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta
respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos
ayuda junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón,
lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en
aceptar y creer la verdad» (DV 5). Es decir, esta concepción personalista
de la fe sintoniza con la Revelación contemplada como oferta interpersonal
de Dios Salvador2. La fe no es sólo la aceptación de las verdades de Dios;
es, además y sobre todo, la respuesta positiva y personal —inteligencia,
afectividad, voluntad— a Dios y a incorporarse a su proyecto de liberación
humana integral «en Cristo, el Hijo amado». Esta fe equivale a «sentirse
seguro», a «apoyarse sobre, y por consiguiente, en el plano espiritual, a
confiar en» (Y. Congar). Creer en Dios es decir amén a Dios, que es fiel a
sus promesas y poderoso para realizarlas.

b) Revelación, fe y catequesis. Cuando la Revelación era concebida como


comunicación de verdades reveladas y aceptadas por la fe como

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verdaderas, la catequesis se movía en clave de iluminación cristiana de la
inteligencia por los datos revelados y de su retención en la memoria
religiosa. El cristiano así era un creyente ilustrado.

Concebida la Revelación como palabra de Dios, y la fe como actitud


personal, descubrimos el nuevo rostro de la catequesis. Esta, como
servicio de la Palabra, es, ante todo, iniciación al encuentro personal con
Cristo, el Señor, en que él nos comunica el misterio vivo de su Persona y
su proyecto de salvación y comunión. A su vez, la fe es comunión vital con
él y con las personas vinculadas a él. La catequesis, como servidora de la
palabra de Dios que se encarna en las culturas (cf GS 58), favorece esta
inculturación para hacer más transparentes las llamadas que Dios hace a
los hombres de todos los tiempos y lugares (GS 44). Y la fe es respuesta
operativa al servicio del mundo. La catequesis, por fin, como servidora de
la Palabra, don del Espíritu, necesita un clima de acogida y docilidad al
mismo, sin limitarse al apoyo de las leyes humanas de la comunicación y
de la organización; exige momentos de oración y contemplación. A su vez,
esta fe se vive como don gratuito necesitado del aliento del Espíritu.

En conclusión, la identidad de la catequesis queda enriquecida desde el


Concilio, al quedar actualizados sus fundamentos teológicos: la
Revelación y la fe que, además de hacerla más fiel a los datos revelados,
la pone en mayor sintonía con las gentes de hoy.

2. LA NUEVA TEOLOGÍA DE LA IGLESIA (LG, SC, AG). En realidad, todo


el Concilio es eclesiológico, la eclesiología está dispersa en todos sus
documentos. Una Iglesia que se comprendía a sí misma como sociedad
perfecta, árbitro de toda verdad e institución fuertemente jerarquizada bajo
la autoridad del Papa, ha pasado a ser, en el Vaticano II, «pueblo de Dios
en marcha, misterio y acontecimiento, sacramento de salvación y tradición,
presente en el mundo y servidora del mundo, misionera y evangelizadora,
una Iglesia de comunión y comunidad dinámica, abierta al futuro y al
pobre»3.

a) Cuatro aspectos importantes. De estos rasgos subrayamos:


sacramento de salvación, pueblo de Dios y comunión, y añadimos el de
comunidad litúrgica. 1) Quizá la designación de la Iglesia

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como sacramento de salvación sea «la más original e importante del
Concilio» (C. Floristán). Ella es el sustrato de todas las afirmaciones
eclesiológicas posteriores4. Significa que la Iglesia queda radicalmente
referida a Jesús, no sólo en cuanto fundada por él, sino sobre todo en
cuanto, como continuación de su misma encarnación humano-divina;
referida a su misión salvadora y a su condición de servidora: no es para sí
misma, existe desviviéndose en el servicio. En ella no hay lugar para
autocomplacencias, triunfalismos o clericalismos. 2) La Iglesia, pueblo de
Dios, significa que ella se comprende a sí misma como construcción divina
en la historia. Sugiere que es continuación del pueblo de Israel, destinada
a todos para mostrarles, desde la historia, la vocación radicalmente
fraterna de la humanidad. Todos somos llamados gratuitamente a vivir la
dignidad de hijos, bajo el mandamiento nuevo, y destinados al Reino
definitivo de Dios, iniciado ya en este mundo (LG 9). Todos estamos
llamados al ministerio de la Palabra, a la profesión de la fe (LG 12) y a su
expresión misionera (LG 17). «Ninguna diferencia posterior podrá anular
la fundamental fraternidad cristiana que nace de esta idéntica vocación»
(O. González de Cardedal). 3) La Iglesia como comunión es un concepto
muy hondo, que subyace a toda la reflexión conciliar, pero que no se
explicita en ningún documento. Relaciona y vincula la realidad de la familia
trinitaria con la realidad eclesial de la historia. La comunión se da entre
Dios y los hombres; entre los miembros de la Iglesia y Cristo, su cabeza;
entre los apóstoles y Pedro, y los obispos y el Papa; entre las Iglesias
locales; entre la Iglesia católica y otras Iglesias y comunidades cristianas;
entre la Iglesia y la humanidad. Esta comunión está llamada a superar
todos los individualismos y recortes eclesiales. La Iglesia es, a la vez,
institución y comunión. 4) Por fin, la Iglesia es consciente de que la acción
culminante –a la que tiende– y la acción fontal –de donde mana toda su
fuerza– es la liturgia, a la que ella, como cuerpo de Cristo, es asociada por
él como cabeza, para lograr con la máxima eficacia la santificación de los
hombres en Cristo y la glorificación del Padre (cf SC 5-8 y 10). La liturgia
es patrimonio de todo el pueblo cristiano, porque, al incorporarse los
bautizados a un cuerpo sacerdotal, «las acciones litúrgicas pertenecen a
todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan» (LG 10-11 y
SC 26).

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b) Iglesia conciliar y catequesis. Porque la Iglesia es sacramento de
salvación, es decir, del reino de Dios entre los hombres, es signo y a la
vez anuncio y presencia germinal del proyecto salvador de Dios sobre la
humanidad, mediante el testimonio de valores como la fraternidad, la
unidad, la libertad, la felicidad, la vida. Por estos valores vividos, el pueblo
de Dios refleja la presencia del Señor (cf Gál 4,19). Este sacramento de
salvación es, pues una comunidad testificante, y sólo en cuanto tal puede
ser comunidad confesante. Pues bien, la catequesis es la expresión
privilegiada (cf CD 13) de esta confesión-transmisión. Por tanto, «no a una
catequesis al margen de la misma comunidad de fe y de vida. Sí a una
catequesis integrada en la comunidad que reza, celebra y da testimonio»
(J. M. Rovira Belloso). 1) Como pueblo de Dios, la Iglesia participa del
carácter profético de Cristo cuando da testimonio vivo de él por la fe y el
amor. Más aún, la totalidad de los fieles, «bajo la dirección del magisterio
al que obedece con fidelidad, recibe no ya una simple palabra humana,
sino la palabra de Dios (cf lTes 2,13; LG 12). Es decir, todo el pueblo de
Dios es responsable de que el evangelio siga vivo en la Iglesia (cf DV 10).
La Iglesia entera, obispos y fieles, es depositaria del evangelio del Reino
para ser su transmisora (cf DV 7). Por eso la Iglesia es esencialmente
tradición; y, como tal, actúa en la catequesis, en la que no transmite más
que su propia experiencia del evangelio, la tradición apostólica. Ella
misma, la catequesis eclesial, es un acto de tradición viva, que los
catequizandos reciben de forma activa y creativa. Mediante la catequesis
y los sacramentos de la iniciación —celebrados o renovados—, la Iglesia
realiza la iniciación o reiniciación cristiana, la transmisión de su propia vida.
En este sentido, la catequesis es la transmisión maternal de la fe de la
Iglesia. Y de esta maternidad eclesial participan de forma eminente las
comunidades cristianas –y, en concreto, las parroquiales–, así como los
propios catequistas (cf CAd 106-110). 2) Como comunión, la Iglesia es una
trama de relaciones de orden humano y divino, Iglesia teándrica y
comunitaria. Y si toda acción de Iglesia es reflejo y expresión de la vida de
la comunidad eclesial, la catequesis no puede ser simplemente tarea única
de la persona que la presida, sino acción de toda esa comunidad
vertebrada según carismas y ministerios. La comunidad entrega esta
responsabilidad catequética a cristianos debidamente capacitados. Y,
naturalmente, el objetivo primordial de la catequesis es iniciar a la
experiencia eclesial y a la vida comunitaria, pues la fe viva que ella

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comunica es la fe de la Iglesia (LG 11; DV 8, 25). 3) En razón de su
vinculación vital con la liturgia, la Iglesia está llamada a realizar la
catequesis litúrgica (cf SC 14, 19, 33-35), para preparar a los creyentes a
la celebración de los sacramentos y animarlos a las obras de caridad,
piedad y apostolado (cf SC 9).

Pero uno de los aspectos más originales del Concilio, que relaciona liturgia
y catequesis como en los primeros tiempos, es la restauración del
catecumenado de (jóvenes y) adultos, «destinado a la adecuada formación
catequética» (cf AG 14), como una «escuela preparatoria de la vida
cristiana, introducción a la vida religiosa, litúrgica, caritativa y apostólica
del pueblo de Dios» (DCG 130; cf DGC 88-91).

3. NUEVA CONCEPCIÓN DE EVANGELIZACIÓN Y ECUMENISMO (AG,


UR).

a) Evangelización y ecumenismo. Durante los años 60 y parte de los 70,


el término evangelización tenía un sentido limitado al anuncio del evangelio
a los no creyentes en orden a su conversión. En el Vaticano II el término,
en general, adquiere «significados más amplios» (E. Alberich). De hecho,
el término evangelización en AG abarca todas aquellas acciones que
llevan a las personas a pasar de la no fe a la fe, a madurar su fe y a
integrarse en la comunidad cristiana mediante la celebración de los
sacramentos de la iniciación cristiana (AG 1-14).

Efectivamente, expuesta la teología de la misión con acento trinitario y


cristológico (AG 1-4) y la condición misionera de la Iglesia (AG 5-6), el
decreto Ad gentes expone la actividad misionera completa con esta
dinámica: la Iglesia, encarnada en los grupos humanos en seguimiento de
Cristo, testimonia la vida de Jesús mediante el diálogo y la caridad fraterna
y social (AG 11-12); anuncia a Cristo a los no creyentes, invitándolos a
convertirse a él —la fe inicial— (AG 13); acepta a los creyentes en el
catecumenado, verdadero noviciado convenientemente prolongado de
toda la vida cristiana, para iniciarlos en el misterio salvador de Cristo, en
las costumbres evangélicas, en los ritos litúrgicos y en la caridad del
pueblo de Dios; por fin, la Iglesia celebra con ellos los sacramentos

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iniciatorios (bautismo y confirmación) y los introduce en la comunidad
cristiana por su participación en la eucaristía (cf AG 14).

Después de esta incorporación a la comunidad, los cristianos empiezan su


vida de adultos en la fe, en búsqueda de su crecimiento permanente en la
vida cristiana, con todas sus consecuencias (AG 15ss). La comunidad es
la expresión de la presencia de Dios y de Cristo en el mundo.

El ecumenismo. Después de siglos de división desedificante entre los


cristianos, el Concilio trata del movimiento ecuménico, reconocido ahora
como obra del Espíritu Santo (UR 4). El cambio de actitud de la Iglesia
católica es evidente. «El concepto de unidad de la Iglesia se fundamenta
en la naturaleza de esta como instrumento de salvación dotada de la
plenitud de medios que, según el decreto Unitatis redintegratio, adorna a
la Iglesia católica» (A. González Montes). Esto supuesto, constatamos que
la Iglesia católica, de sentirse única poseedora de la verdad, pasa a la
aceptación de que las otras Iglesias y comunidades cristianas contienen
también «elementos que edifican y dan vida a la propia Iglesia» (UR 3). A
la exigencia de una unidad uniformista de antaño, sucede el
reconocimiento de cuanto hay de legítimo en las Iglesias de Oriente y en
la Reforma protestante. De la unidad de las Iglesias como retorno de
disidentes, la Iglesia acepta la propia responsabilidad en su disidencia, y
la exigencia de conversión y oración fraterna, a la vez que impulsa el
diálogo interconfesional entre teólogos, atendiendo a la jerarquía de
verdades dentro de la doctrina católica (UR 11), según su diversa conexión
con el fundamento de la fe cristiana5.

b) Evangelización y ecumenismo conciliares y catequesis. Ad


gentes presenta una eclesiología ascendente, es decir, nos descubre a la
Iglesia haciéndose en la historia y, por tanto, manifestando el lugar
dinámico que ocupan las diversas acciones eclesiales. Las acciones que
dan ser a la Iglesia son tanto las de carácter directamente misionero
(testimonio, caridad personal y social y el anuncio de Jesucristo a los no
creyentes [AG 11-131) como las de carácter catecumenal o catequético,
es decir, todas las que se desarrollan en el catecumenado (palabra,
celebración, testimonio), en etapas progresivas y durante un tiempo

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suficientemente prolongado, hasta la incorporación de los cristianos en
la comunidad cristiana por los sacramentos de la iniciación (AG 14-15).

Esto quiere decir que, dado el clima misionero que se vive —ya en tiempos
del Concilio y actualmente—en los países de tradición cristiana, a causa
del cambio socio-cultural y del secularismo poscristiano, la catequesis hoy
queda impregnada de la actividad misionera completa tal como lo
expresa Ad gentes, esto es: la catequesis suscita en primer lugar la fe-
conversión inicial, o al menos favorece la maduración de esta fe-
conversión inicial (dimensión misionera de la catequesis) y, en segundo
lugar, ayuda seguidamente a madurar todos los aspectos de la fe: la
experiencia de comunión vital con Cristo, la experiencia celebrativa, la
vivencia de las actitudes, costumbres evangélicas, y la preocupación
apostólica por el Reino (dimensión catecumenal de la catequesis o
catequesis integral), hasta introducir a los creyentes en el «único pueblo
de Dios», la comunidad cristiana, mediante los sacramentos de la
iniciación (cf AG 14-15)6.

La catequesis también alimentará, según el decreto Ad gentes, el espíritu


ecuménico entre los recién convertidos, o recién recuperados para la fe
viva, «con el fin de que aprecien que los hermanos que creen en Cristo
son sus discípulos, regenerados por el bautismo, partícipes con ellos de
los innumerables bienes del pueblo de Dios» (15e). En esta línea, la
catequesis colaborará en la formación ecumenista, en la oración
ecuménica y en el mutuo conocimiento de los cristianos (UR 5-12).

La jerarquía de verdades es un principio teológico-ecuménico, pero


también catequético. «Esta jerarquía significa que algunas verdades se
apoyan en otras como más principales y son iluminadas por ellas. Tenga
en cuenta la catequesis esta jerarquía» (DCG 43; DGC 114-115). De aquí
nacen dos aplicaciones concretas: 1) El fundamento o corazón de la fe es
este: Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios vivo; fue crucificado,
murió por nuestros pecados y fue sepultado, y Dios Padre lo resucitó. Dios
es el Padre de Jesucristo. Jesús es y revela el hombre nuevo. Envía al
Espíritu desde el Padre. El Padre congrega a su Iglesia por el Espíritu. La
Iglesia peregrina espera el retorno del Señor Jesús». Es decir, «el
conocimiento de Jesús (el Cristo) condiciona, ¡gracias a Dios!, cuanto los

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cristianos podemos saber sobre Dios, sobre el hombre y sobre la Iglesia»
(E. Malvido). ¡En el mensaje cristiano no está todo en el mismo plano! 2)
El fundamento o corazón de nuestra fe es una doctrina, pero, sobre todo,
es una experiencia de fe vivida en la Iglesia, de la cual procede la doctrina
cristiana. Es decir, la catequesis está llamada a introducir a todo
catequizando: en el misterioso encuentro con Jesús, muerto pero viviente,
con su Padre, que es nuestro Padre, y con su Espíritu, que también es
nuestro; en el descubrimiento vivencial de la condición humana, renovada
y revelada en Jesús, el Señor, y en la experiencia fraterna del Reino, que
es la comunidad eclesial vivificada por el Espíritu. La doctrina
correspondiente «será la parte explicativa del misterio que se vive o
celebra» (J. M. Rovira Belloso).

4. NUEVOS HORIZONTES ANTROPOLÓGICOS, CULTURALES Y


SOCIALES (GS). a) Los contenidos de la Gaudium et spes. Por primera
vez un Concilio tiende una mirada a la realidad total de la Iglesia, del
mundo y de la sociedad. En el discurso de apertura de la segunda sesión
(29.9.63), Pablo VI dijo: «La Iglesia mira (al mundo) con sincera admiración
y con sinceros deseos no de dominarlo, sino de servirlo..., de brindarle
consuelo y salvación». Junto a la palabra mundo, el Concilio ha
pronunciado los términos sociedad e historia. Y durante la sesión de
clausura del concilio (7.12. 65), Pablo VI reflexionó así: «Quizá nunca
como en este sínodo se había sentido impulsada la Iglesia a conocer a la
humanidad que le rodea, a valorarla con justeza y a poner en sus manos
el mensaje evangélico y hasta amarla en sus mismas rápidas
transformaciones». Esta actitud maduró durante el Concilio, pues la Iglesia
se había sentido ajena a la cultura humana en los siglos anteriores7.

La Iglesia, sin olvidar los datos esenciales de su doctrina, tiene presentes


las situaciones concretas de las personas y de los pueblos; sólo así la
Revelación podrá llegar al corazón de sus contemporáneos e invitarles a
convertirse al único Salvador. «La Iglesia se hace servidora de la
humanidad» (M. Van Caster).

En la primera parte de la Gaudium et spes se desarrolla la doctrina


cristiana sobre el hombre, clarificado como ser misterioso en el misterio de
Cristo, Hombre nuevo (GS 12-13, 19-22). La doctrina sobre el carácter

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comunitario de la persona humana (GS 23-31) queda iluminada por Cristo,
solidario de todo hombre (GS 32). La enseñanza sobre la actividad
humana en el mundo (GS 33-37) es llevada a la perfección por el Cristo
pascual, consumador de la historia humana (GS 38-39). Por último, se
describe la actividad de la Iglesia en el mundo (GS 40-44) y a Cristo como
consumador de todo en el Reino definitivo (GS 45).

En la segunda parte se contemplan, a la luz de los principios expuestos,


cuestiones más urgentes de nuestro tiempo: el matrimonio y la familia, la
cultura, la vida económico-social, etc. Gaudium et spes ha supuesto un
gran cambio de relaciones entre la Iglesia y el mundo, al superar la postura
católica antimoderna.

b) Principios y cuestiones de Gaudium et spes y catequesis. La Gaudium


et spes no acepta ni la separación Iglesia-mundo (dualismo) ni la absorción
de la Iglesia en el mundo (monismo); ofrece formulaciones que indican, a
la vez, distinción e interpenetración. «La Iglesia surge de la humanidad, es
la misma humanidad elevada a un grado superior de vida nueva» (Pablo
VI). Esta estrecha relación Iglesia-mundo, tiene repercusión en la
catequesis. Los sujetos de esta están circunstanciados por múltiples
relaciones mundanas. Es decir, el mundo (los acontecimientos, las
experiencias, las relaciones sociales) es fuente (material) de la catequesis,
con la que la acción catequética tiene que contar intrínsecamente, si quiere
ser transmisión de la fe a personas de este mundo (cf CD 12). A su vez,
los responsables de la catequesis prepararán catequistas, que hagan
posible en los niños, jóvenes, adultos y tercera edad, la interpenetración
de este mundo con los valores evangélicos del mensaje cristiano ya en el
mismo grupo. Y lo harán evitando una catequesis de la huida del mundo y
ayudando a que los valores humanos (mundanos) sean descubiertos, en
el discernimiento de la palabra de Dios, como transidos de la vida nueva
que da el Espíritu del Resucitado8. «Todos los valores humanos son
susceptibles de ser vividos como valores del Reino» (M. Van Caster [cf CD
121).

En una autocomprensión más explícita que la de antaño, la Iglesia es


consciente de que, «con la fuerza del evangelio que le ha sido confiado»
(GS 41), primero, ayuda a cada hombre (le descubre el sentido de su

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dignidad [cf GS 411); segundo, ayuda a la sociedad humana (reconoce la
evolución hacia la unidad que se encierra en su dinamismo social y lo
apoya [cf GS 421) y, tercero, presta ayuda a la actividad humana, a través
de los cristianos (los laicos creyentes, en cuanto ciudadanos, están
llamados a asumir sus responsabilidades cívicas [cf GS 431). Es decir,
toda esta promoción integral del hombre y transformación de la sociedad
pertenece esencialmente a la misión de la Iglesia y, por tanto, a la
catequesis. Así, esta es una iniciación al servicio del hombre y del mundo
para el advenimiento del Reino (cf GS 45).

El enorme desarrollo de la doctrina social en el magisterio de la Iglesia y,


sobre todo a través de la Gaudium et spes, ha ampliado el horizonte del
compromiso cristiano y la sensibilidad social en los cristianos. Esto
comporta en la catequesis la necesidad de iniciar a los catequizandos en
la llamada Doctrina social de la Iglesia9.

II. Orientaciones expresas sobre la catequesis

1. IMPORTANCIA Y FINALIDAD DE LA CATEQUESIS. El


decreto Christus Dominus dice que, entre las formas «para anunciar la
doctrina cristiana, ocupan el primer lugar la predicación y la formación
catequética» (13c). Y añade: la catequesis busca que «la fe, ilustrada por
la doctrina, se haga viva, explícita y activa» (14).

a) Sujetos y metodología. El sujeto de la acción evangelizadora y


catequética es toda persona de cualquier condición social (cf LG 5, 13; CD
7, 13). En concreto, los obispos «demuestran la materna solicitud de la
Iglesia para con los fieles e infieles, teniendo cuidado especial de los
pobres y débiles, a los que el Señor les envió para evangelizar» (cf CD
13a). Vigilen que se catequice a los niños, adolescentes, jóvenes e incluso
a los adultos (cf CD 14a) y que se reinstaure o perfeccione el
catecumenado de adultos (cf CD 14c).

En cuanto a la metodología, el Concilio pide que la formación catequética


se lleve a cabo con orden y método respecto a la materia y a las facultades,
edad y condiciones de vida de los creyentes (cf CD 14a), y que se

13
promuevan el diálogo y el trato cordial que llega a convertirse en amistad
(cf CD 13b; GS 1-2).

b) Catequistas y lugares para la catequesis. Los agentes de la catequesis


aparecen diversificados, pero cumpliendo la misma tarea. Como tales
aparecen los obispos (CD 12-14), los presbíteros (LG 10, 28; PO 4), los
religiosos y religiosas (cf AG 15, final; GE 12, conclusión; CD 33ss.), los
padres (AA 11; GE 3, 6) y los catequistas seglares (AA 10; AG 15). Todos
han de formarse: o en los seminarios (OT 19-21), o con una educación
permanente (PO 19; OT 22); o en escuelas diocesanas y regionales (AG
17). «Todos han de estudiar asiduamente la Escritura» (DV 25a, 23).
Todos han de aprender la doctrina católica (AG 17c), las leyes psicológicas
y las doctrinas pedagógicas (cf CD 14b; OT 20-22), y la práctica pastoral,
ejercitando «sin cesar la piedad y la santidad de vida» (AG 17c). Pero,
sobre todo, han de vivir en sintonía con las personas, la cultura y la
situación social, integrándose en estas desde la solidaridad evangélica, al
estilo de Cristo (CD 13-15; PO 4, 6, 9, 19; OT 15; AG 25-26; GE 8, 12; AA
11, 28-32).

Los lugares en que se desarrolla la catequesis son las instituciones


educativas escolares o extraescolares (GE 3-5, 6-8). En cualquier caso, el
Concilio pide que «se proteja la libertad religiosa» (DH 14-15).

2. LUGAR DE LA CATEQUESIS EN LA ACCIÓN EVANGELIZADORA DE


LA IGLESIA. La Gravissimum educationis describe la formación
catequética10 de una manera muy similar a como el decreto Ad
gentes describe el catecumenado. Según esto, para el Vaticano II la
formación catequética se identifica con la descripción del catecumenado
primitivo. Y este «no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino
formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana,
con el que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los
catecúmenos convenientemente en el misterio de salvación, en la práctica
de las costumbres evangélicas, y en los ritos sagrados que han de
celebrarse en tiempos sucesivos, y sean introducidos en la vida de la fe,
de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios» (AG 14a).

14
La catequesis aquí definida es una educación cristiana integral, un clima
educativo que ayuda a madurar todos los aspectos de la fe o de la vida
cristiana. Según esto, ¿qué lugar ocupa esta catequesis-catecumenado
dentro de la actividad apostólica de la Iglesia? El decreto Ad
gentes presenta el catecumenado-catequesis dentro de la acción
misionera de la Iglesia (Ver más arriba). Recordemos que esta abarca: el
anuncio del evangelio (con palabras y obras) para la conversión inicial (13),
el catecumenado-catequesis (con los sacramentos de la iniciación) (14) y
la formación de la comunidad cristiana (15). Por tanto, según el Vaticano
II, no hay acción misionera completa (cf AG 6) si no se incluye la acción
catecumenal-catequética, que madura la conversión primera e introduce a
los catequizandos en la comunidad11.

3. NUEVO ROSTRO DE LA CATEQUESIS. Según todo lo dicho, la


catequesis conciliar es una escuela de vida cristiana integral, una iniciación
a la vida cristiana: «Iníciense» (AG 14). Pero, al haber recuperado el
Concilio conceptos fundamentales sobre el ser y el quehacer de la Iglesia,
y también a causa del secularismo poscristiano que afecta al mundo, se
han explicitado, matizado o precisado algunos aspectos de la catequesis
como iniciación.

Según esto, la catequesis: 1) En relación al ser humano que va a ser


catequizado es exigencia de análisis de la situación humana, socio-cultural
y religiosa en que se encuentra cada persona y cada sociedad, e iniciación
a la realización integral de la persona real y a la transformación de su
mundo en la dirección de los planteamientos cristianos de GS, AA, AG (el
reino de Dios en nuestro mundo). 2) En relación al misterio de la salvación
cristiana, es acto de tradición viva y servicio a la palabra de Dios, en cuanto
anuncio de Cristo Salvador y liberador; iniciación a la lectio divina de la
Escritura e iniciación a la respuesta generosa a la Palabra: es decir,
educación de la fe. 3) En relación a la comunidad eclesial en que se
realiza, es acción de Iglesia (la voz continuada del Esposo) en actitud
convocante; iniciación a la experiencia eclesial y exigencia de mejora del
ámbito comunitario como matriz de cristianos nuevos (el catecumenado o
el clima catecumenal). 4) En relación a la liturgia y a la comunicación con
Dios, es iniciación a toda la vida litúrgica, principalmente a la celebración
de los sacramentos y, en especial, de la eucaristía, e iniciación a la oración

15
individual desde la Escritura y los santos. 5) Y en relación a la sociedad
secularista emergente y a los cristianos divididos, acoge la praxis
misionera y ecuménica de Ad gentes y Unitatis redintegratio, y es ayuda a
la maduración de la fe-conversión inicial; iniciación a la vida cristiana
integral (re-iniciación cristiana); iniciación al sentido misionero hacia dentro
y hacia fuera, e iniciación al interés por la unidad de los cristianos
(ecumenismo).

Siendo esto así, no extraña que el movimiento catequético en toda la


Iglesia haya sido una de las acciones que más ha contribuido a la
recepción del propio Concilio en la Iglesia. No obstante, este, consciente
de no haber abordado a fondo una acción tan importante como la
catequesis, y de haber aportado elementos que la podían revitalizar, pidió
que se elaborara «un directorio de la formación catequética del pueblo
cristiano, en el que se trate de los principios fundamentales y de la
organización de esta formación y de la elaboración de los libros que a ella
se destinen» (CD 44). En el Concilio está el germen de toda la evolución
que la catequesis tendrá en los lustros siguientes.

III. La catequesis según la renovación conciliar

El Vaticano II ha dado luces para renovar la identidad de la catequesis. Sin


embargo, esta, como acto de tradición viva transmite a las generaciones
contemporáneas la fe de la Iglesia en fidelidad tanto a «lo recibido del
Señor», y a lo que el Espíritu ha ido diciendo y dice a la Iglesia (cf Jn 16,13;
Ap 2,17; 2,28; 3,6.13.22), como a la persona humana actual, inmersa en
un mundo cultual y socialmente muy evolucionado (cf GS). Pero, el
Concilio ¿ofrece a la catequesis ese mensaje renovado que ha de seguir
transmitiendo?

El Vaticano II se propuso los objetivos que recordamos en la introducción


(cf SC, introducción), entre los cuales no está la renovación del «misterio
íntegro de Cristo» (cf CD 12; GE 2). Sin embargo, ofrece indicaciones en
cuanto a la renovación del mensaje cristiano, que sintetizamos en tres
propuestas complementarias.

16
a) Cuatro pistas que se entrecruzan, e implican a Dios-Trinidad, a Cristo,
a la Iglesia, al hombre y al mundo, según el pensamiento de G. Medica12:
1) La dimensión bíblica de la catequesis: Dios habla a los hombres en
Cristo; 2) la dimensión eclesial-litúrgica y ecuménica de la catequesis:
Dios actúa presente entre los hombres; 3) la dimensión antropológico-
cósmica: Dios continúa encarnándose en el hombre; 4) la dimensión
misionero-trinitario-eclesialcósmica de la catequesis: Dios impregna de sí
mismo a los pueblos.

b) Un mensaje único, histórico, salvífico y actual, tal como se presentó en


las I Jornadas nacionales de estudios catequéticos (Madrid 1966) 13.

c) Un mensaje cristocéntrico, desde la «jerarquía de verdades» (UR 11).


Este es un principio también catequético tanto en el orden de la verdad de
fe como en el de la expresión de fe. Teóricamente todos los cristianos
aceptamos que, dentro del mensaje de la salvación, unas verdades o
realidades son más importantes que otras. «El mensaje cristiano no es una
galería esplendorosa de verdades expuestas unas al lado de otras; son
verdades entrañablemente relacionadas unas con otras» (E. Malvido). En
el mensaje existen verdades que son el fundamento del restante edificio
de la fe. Pues bien, el fundamento o razón de la fe cristiana es una Persona
viva: Jesucristo crucificado, que ha resucitado y vive y sale al encuentro
de cada persona de la humanidad (GS 1-4, 10, 18, 22, 32; SC 5-7d)14.

Así pues, la tercera propuesta operativa que nos ofrece el Concilio consiste
en presentar el mensaje evangélico, con la variedad de sus realidades: el
Padre, el Espíritu Santo, la Iglesia, María, los sacramentos, el hombre
nuevo, las realidades terrenas, los criterios morales evangélicos, la historia
de la salvación, la oración, la muerte, la esperanza... presentar estas
realidades, en relación existencial y noética con Cristo, el Señor resucitado
y Emanuel. Así lo hace san Pablo en sus tareas misioneras y catequéticas.
Para él, cualquier realidad de la Revelación es anuncio de Cristo e
invitación a convertirse a él y a seguirle. El lo ve todo en Cristo: la Iglesia
es el «cuerpo de Cristo» (Ef 4,12); creer es «aceptar a Cristo» (Col 2,5-6);
el bautismo, «morir y resucitar en Cristo» (Rom 6,4); el matrimonio, un
«gran misterio en Cristo» (Ef 5,32); las divisiones de los cristianos
descuartizan el cuerpo de Cristo (1Cor 1,13); Dios es el «Padre de nuestro

17
Señor Jesucristo» (2Cor 1,3); el testimonio, el «perfume de Cristo» (2Cor
2,15-16); la muerte es «vivir con Cristo» (2Cor 5,8); la vida de gracia, «vivir
en Cristo» (Ef 2,11-13); María, la mujer de la que nació Cristo (Gál 4,4); el
Espíritu Santo es «el Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), etc. El nuevo Directorio
general para la catequesis (DGC) de 1997, que actualiza el Directorio
general de pastoral catequética de 1971, recogiendo las aportaciones
posteriores, se inspira totalmente en esta línea cristocéntrica del Concilio
(ver, por ejemplo, los nn. 49, 51, 80, 97-100, 123, 235).

El valor pedagógico-catequético de este cristocentrismo del mensaje se


basa en el personalismo, que además de recuperar la matriz dialogal del
cristianismo para expresar y comunicar los misterios de la fe, crea en las
gentes de hoy una sintonía, un clima favorable a la vida, a la doctrina y a
la espiritualidad cristianas (V. Schurr).

IV. Presentación catequética del Vaticano II

Este enunciado puede entenderse de varias maneras. La que parece más


acertada en nuestro caso consiste en dar a conocer aquellos aspectos del
mensaje cristiano que han quedado renovados en el Vaticano II y que han
sido integrados en una síntesis orgánica de fe: Dios, Cristo y el Espíritu; el
proyecto de Dios y la historia de la salvación; la Revelación y la fe; la Iglesia
y María; el hombre caído y redimido, las realidades terrenas y la salvación,
la actividad humana en el mundo, la liturgia, el laicado, el ecumenismo, la
acción misionera, el episcopado, los criterios morales, etc.

Esto es lo que ha hecho el Catecismo de la Iglesia católica (CCE). La


enseñanza ordinaria de la Iglesia, propia de todo catecismo, ha sido
actualizada por él con los datos renovados del Vaticano II. El CCE no es
un catecismo conciliar, pues ni lo mandó elaborar el Concilio, ni es una
síntesis de los documentos conciliares. Podría llamarse conciliar en el
sentido de que la síntesis orgánica de fe que presenta, asume e integra,
de forma resumida, las enseñanzas del concilio, tras un esfuerzo por
recoger la esencia de sus documentos. «Lo reconozco —dice el Papa—
como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunidad
eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe» (FD 4).

18
No obstante, «por su misma finalidad, este catecismo no se propone dar
una respuesta adaptada, tanto en el contenido como en el método, a las
exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de las distintas edades,
de los diversos estadios de la vida espiritual, de las situaciones sociales
eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis. Estas
indispensables adaptaciones corresponden a los catecismos propios de
cada lugar y, más aún, a aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles»
(CCE 24). Esto quiere decir que la presentación catequética del Vaticano
II se podrá hacer más adecuadamente a través de los catecismos locales
que surjan en cada lugar, o de aquellos que queden homologados como
catecismos locales.

El Vaticano II ha enriquecido notablemente la acción catequética. ¿No se


deberá esto, de algún modo, a que el propio Concilio se dejó modelar por
el talante de la catequesis? Pablo VI llegó a llamarlo «el gran catecismo
de los tiempos modernos» (cf CCE 10).
NOTAS: 1. E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 12. — 2 En este tema
seguimos la obra anterior de E. Alberich, 60-77, 100-109. — 3. A. CAÑIZARES, La catequesis
española en el proceso de acogida del Vaticano II, Teología y catequesis 1 (1982) 48. – 4 Cf
O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, en AA.VV., Vaticano II. Documentos, BAC, Madrid 1993, 49-68.
— 5 A. GONZÁLEZ MONTES, en ib, 602-607. — 6. Estos conceptos serán profundizados desde
mediados de la década de los 70 hasta la década de los 90, a partir de Evangelii nuntiandi,
Christifideles laici y documentos de varios episcopados. — 7. Cf C. FLORISTÁN, Vaticano
II, en C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta,
Madrid 1993, 1450-1462. — 8 Cf J. M. ROVIRA BELLOSO, La catequesis en el marco de la Iglesia
del Vaticano II, Teología y catequesis 1 (1982) 70-72. — 9 Cf E. ALBERICH, o.c., 162-173;
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Libertad cristiana y liberación, 71-76.
— 10 Generalmente la traducción española dice instrucción catequética (CD 14; GE 4), cuando el
término latino no es instructio, sino institutio, cuya traducción más común es formación, desarrollo de
la persona en todas sus dimensiones. — 11. Cf R. LÁZARO, La incidencia de algunos textos
magistrales en la catequesis de adultos, Sinite 106 (1994) 291-304. — 12 Cf G. M. MEDICA, Concilio
Vaticano II, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 212-213. -
13
AA.VV., Por una formación religiosa para nuestro tiempo, Marova, Madrid 1967, 220,4 y 5; 221,6.
— 14 E. MALVIDO, ¿Cuál es el corazón del mensaje cristiano?, San Pío X, Madrid 1995.

BIBL.: Además de la consignada en notas, ALBERICH E., La catequesis en el contexto del Vaticano
II y el posconcilio, en Actas del Congreso internacional de catequesis: del V Centenario al ITI
Milenio, Teología y Catequesis, Madrid 1992, 277-392; BLÁZQUEZ R., Introducción general, en
AA.VV., Vaticano 11. Documentos, BAC, Madrid 1992, 15-40; CAÑIZARES A., Evangelización, en
GEVAERT J. (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 360-366; DE LUBAC H., Diálogo
sobre el Vaticano II. BAC. Madrid 1967: ESTEPA J. M.-SUÁREZ A., Índice de fuentes sobre la
Catequesis (1961-1976), Actualidad catequética 102-103 (1981) 178-81; FLORISTÁN C., Para
comprender la evangelización, Verbo Divino, Estella 1993, 36-42; LARRAURI J. M., Balance del

19
concilio Vaticano II a los veinte años, ESET, Vitoria 1986; LATOURELLE R. (ed.), Vaticano 11.
Balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1989; Vaticano II, en LATOURELLE R-FISICHELLA
R. (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 1596-1609; MATOS
M., Identidad cristiana y mensaje cristiano, Teología y catequesis 4 (1983) 537-47; PIÉ.-NINOT S.,
Introducción a la Dei Verbum, BAC, Madrid 1933, 157-163; PIKAZA X.-SILANES N.
(dirs.), Diccionario teológico. El Dios cristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992; ROGIER L.
J.-Au-BERT R.-KNOwLES M. D., Nueva historia de la Iglesia V, Cristiandad,
Madrid 1984; VALLADOLID J. M., La educación de la fe según el concilio Vaticano II, Sígueme,
Salamanca 1967; VAN CASTER M., La catéchése selon l'esprit du Vatican II, Lumen Vitae 26 (1966)
11-28.

Vicente M° Pedrosa Arés

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