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Fábulas y cuentos con animales.

En las historias que vas a conocer a continuación van a aparecer animales… muchos animales. Dibujá tres animales que pensás que
pueden aparecer y escribí debajo una cualidad que podría tener.

1
FÁBULAS

2
Fábula del ratón y el león “Ay, debería haberlo devorado, por insolente…” se dijo, malhumorado
por no poder continuar con su descanso. "Será mejor que vuelva a mis
Un león tomaba una siesta al sol, recostado sobre la hierba. No era
tareas'' pensó. Y partió a recorrer la selva nuevamente.
cualquier león: era el más grande de todos los que allí vivían. Y el más
No llevaba mucho tiempo caminando cuando escuchó un crack
poderoso.
debajo de su pata. Un segundo después, una red lo levantó por el aire.
Muy cerca un ratón lo espiaba. No era cualquier ratón, era el más
¡Había caído en una trampa!
pequeño de todos los ratones. Y el más travieso: les había dicho a sus
El rey rugió y luchó con todas sus fuerzas para liberarse. Pero era inútil
amigos que era capaz de bailar sobre el rey de la selva y salir corriendo
esa malla es demasiado resistente, no podía escapar. Pronto llegarían los
antes de que lo atrapara.
cazadores. ¡Estaba perdido!
Justo cuando el león lanzó el primer ronquido, el ratón saltó sobre su
Entonces escuchó un ruido muy cerca, justo arriba de él. ¡Era el ratón!
sedosa melena.Pero antes de que pudiera dar un solo paso de baile, una
El más travieso. Pero también el más valiente y agradecido de todos los
garra lo atrapo.
ratones. Diligente, roía sin parar la red.
- ¿Quién se atreve a perturbar mi
-No se preocupe, su majestad. En unos minutos quedará libre -le dijo,
siesta? -rugió.
sonriendo.
El ratón que había sido tan
Uno a uno fue rompiendo los nudos hasta que, por fin, la red entera
temerario hasta hacía un momento,
cedió y el león cayó al suelo.
temblaba ahora como una hoja.
Juntos y libres, el ratón y el león se perdieron en la selva,
- ¡Perdón su majestad! Por favor, no me coma... Si me deja en
libertad, le estaré eternamente agradecido -imploró.
Moraleja: Nunca desprecies ni subestimes a los demás. Incluso el ser más débil y
El león lo tomó por la cola y lo miró de cerca.
más frágil tiene habilidades que pueden sorprenderte.
-¿Y de qué me serviría tu eterno agradecimiento? -le preguntó el
león- Si eres tan pequeño y tan frágil...
El ratón se tapó los ojos, asustado. Pero unos segundos después, para
su alivio, sintió la suave hierba bajo sus pies.
-Esta vez te perdono. Pero tienes que prometer ser más prudente en
Versión de una fábula
el futuro. La melena de un rey no es territorio de juegos -le dijo, y lo dejó ir.
Con pereza, volvió a acomodarse sobre la hierba para seguir de Jean de La Fontaine

durmiendo. Sin embargo, la travesura del ratón lo había despabilado.

3
La liebre y la tortuga agradable sombra del árbol era muy relajante, tanto así que la liebre se
quedó dormida.
Había una vez una liebre muy vanidosa que se pasaba todo el día
presumiendo de lo rápido que podía correr.
Mientras tanto, la tortuga siguió caminando lento, pero sin pausa.
Estaba decidida a no darse por vencida. Pronto, se encontró con la liebre
Cansada de siempre escuchar sus alardes, la tortuga la retó a
durmiendo plácidamente. ¡La tortuga estaba ganando la carrera!
competir en una carrera.

Cuando la tortuga se acercó a la meta, todos los animales del


—Qué chistosa que eres tortuga, debes estar bromeando—dijo la
bosque comenzaron a gritar de emoción. Los gritos despertaron a la
liebre mientras se reía a carcajadas.
liebre, que no podía dar crédito a sus ojos: la tortuga estaba cruzando la
—Ya veremos liebre, guarda tus palabras hasta después de la meta y ella había perdido la carrera.
carrera— respondió la tortuga.
Ten una buena actitud y no te burles de los demás. Puedes ser más exitoso
Al día siguiente, los animales del bosque se reunieron para presenciar haciendo las cosas con constancia que actuando rápida y descuidadamente.

la carrera. Todos querían ver si la tortuga en realidad podía vencer a la


Fábula de Esopo
liebre.

El oso comenzó la carrera gritando:

—¡En sus marcas, listos, ya!

La liebre se adelantó inmediatamente, corrió y corrió más rápido que


nunca. Luego, miró hacia atrás y vio que la tortuga se encontraba a unos
pocos pasos de la línea de inicio.

—Tortuga lenta e ingenua—pensó la liebre—. ¿Por qué habrá querido


competir, si no tiene ninguna oportunidad de ganar?

Confiada en que iba a ganar la carrera, la liebre decidió parar en


medio del camino para descansar debajo de un árbol. La fresca y

4
El invierno de los erizos. ¡Nos vamos a morir de frío! Propongo que nos juntemos para darnos
Había una vez una pradera muy verde y rodeada de árboles. Allí calor.
vivían tranquilamente varios erizos, cada uno por su lado porque no eran Poco a poco, los demás fueron saliendo de sus madrigueras. El
muy sociables que digamos. Se dedicaban a escarbar entre la hierba cuadro era desolador. Era evidente que la idea de reunirse no les
para encontrar los bichitos que tanto les gustaban. También hacían gustaba nada, pero era cuestión de vida o muerte.
agujeros en la tierra y se acostaban a dormir panza arriba o tomaban sol Por eso, se amontonaron unos contra otros al reparo de unas piedras
tendidos sobre una piedra. ¡El calor les encantaba! Cuando, por y muy pronto entraron en calor.
casualidad, un erizo se cruzaba con otro, lo saludaba con un gruñidito Sin embargo, al rato se empezaron a escuchar las protestas:
corto: —¡Tu pata se me clava en la panza!
—¡Grf! Buenos días. —Y seguía su camino para no tener que entrar en —¡Qué púas más molestas!
conversación. —¡Me cayó un moco en el ojo!
Pero si el vecino era insistente o se le acercaba mucho, simplemente —¡Cuidado con mis orejas!
se hacía una bolita de púas para que el otro entendiera que no era —¡Tus uñas están demasiado largas y me pinchan!
bienvenido. Las púas no eran terriblemente afiladas, pero podían dar sus No pasó mucho tiempo antes de que uno de ellos se alejara
buenos pinchazos. rezongando del montón. Y después lo siguió otro, y otro. Los que
Así pasaba la vida, pero sucedió que, al final de un otoño, empezó a quedaban, muertos de frío, regresaron temblando a sus agujeros. La
soplar un viento cada vez más frío. Las hojas se cayeron de los árboles y noche los encontró con una nevisca más fuerte que las anteriores y,
la hierba comenzó a marchitarse. cada uno por su lado, sintió que le estaba llegando el final. De pronto, en
Cuando llegó el invierno, apareció la llovizna. medio de la oscuridad, se escuchó otra vez la voz del erizo:
Después, la llovizna se convirtió en aguanieve y, más tarde, en nieve. —Vecinos, probemos de nuevo porque, sino, nos vamos a morir.
Ni siquiera los agujeros en la tierra los ayudaban a conservar el calor. Y así, se acercaron tiritando y estornudando para formar otro montón
Cada uno temblaba hecho una bolita en su propia madriguera. A lo al reparo de las piedras. Pero esta vez las palabras fueron diferentes.
largo de la pradera se escuchaban gorgoteos, gruñidos, soplidos y —¿Podrías correr tu pata un poquito más a la izquierda?
estornudos, porque se estaban resfriando sin remedio. —Si nos ponemos panza contra panza, las púas no nos pinchan.
El frío empeoró y uno de los erizos, mientras moqueaba a mares, se —Aquí hay un poco de nieve para limpiar tus mocos.
dio cuenta de que debían encontrar una solución. Aunque ya estaba —Si nos movemos menos, es mejor.
flaquito y demacrado, salió de su agujero y se paró en medio de la nieve:
—¡Vecinos! —llamó—. ¡Grf! ¡Snif! ¡Slup!

5
El calor de todos juntos los fue envolviendo y comenzaron a
Los dos conejos
quedarse dormidos. Mientras se le cerraban los ojos, el erizo que había
propuesto la idea pensó: Un conejo corría velozmente entre unas matas. Varios perros lo
Si aprendemos a entendernos, perseguían y el indefenso animal parecía volar por el temor de ser
venceremos al invierno. atrapado. Otro conejo, que salía de su madriguera, lo detuvo:

— ¿Qué sucede amigo?

— Pues, ¿qué ha de ser? — respondió el primero casi sin aliento—.


Dos pícaros galgos me están persiguiendo.

El segundo conejo, entonces, miró en la dirección en que


señalaba su compañero y agregó:

— Así es, amigo. Allí los veo. Pero no son galgos, son podencos.

— ¿Podencos? —preguntó todavía agitado el primer conejo.

— Pues sí, son podencos. Esos perros que se usan para cazar.

— A mí me parecen galgos.

— Pero que son podencos, te digo.

— ¡Galgos!

— ¡Podencos!

Así continuaron discutiendo algún rato los dos conejos. Tan


Versión libre de una fábula distraídos estaban en su disputa que los perros llegaron y los
de Arthur Schopenhauer. atraparon.

No debemos detenernos en cuestiones menores,

olvidando el asunto principal.

Tomás de Iriarte

6
El ratón de campo y el ratón de ciudad -¡Tranquilo, es solo un coche! Acá tenés que andar con los ojos bien
abiertos.
En un pequeño pueblo perdido entre las montañas, vivía hace un
Al dar las ocho, muy cansados, llegaron por fin al hogar de su primo.
tiempo un ratoncito muy simpático y trabajador.
¡La dueña de la casa abrió la puerta justo en ese momento, y vuelta a
Una mañana, recibió la visita de su primo, un ratón refinado que venía
correr...!
de la ciudad.
- ¡Vamos, deprisa! ¡No deben verte! ¡Aquí nadie sabe que viven
Para agasajarlo, el ratón campesino puso sobre la mesa todos los
ratones! - le recomendó el ratón citadino.
alimentos que tenía: una ensalada de hierbas, un potaje de habas,
-¡Uy! ¡Dale, ahí voy! -Corrió el ratoncito de campo.
granos de trigo y avena, y un buen vaso de leche. Más, al ver el
Ya más tranquilos, su primo presumió delante de él:
almuerzo, el ratón de ciudad le comentó:
-Como verás, querido primo, aquí hay de todo y no tengo que
-¡Muchacho, comés como una hormiga! Venite conmigo a la ciudad
trabajar para conseguir comida como vos.
y allí probarás manjares de verdad.
-Ahora que me lo recordás, no estaría mal comer algo.
El ratoncito se puso muy contento porque, por fin, iba a conocer la
Llevamos todo el día sin probar nada. Y la panza ya me hace ruido.
casa donde vivía su primo. Así que preparó un bolso y partió hacia la
-Vamos al comedor.
ciudad.
Allí, el ratón ciudadano le mostró a su primo una mesa repleta de
Mientras viajaban trepados a un camión lechero, su primo le hablaba
manjares: quesos de Baviera, bolitas de roquefort, salchichitas de Viena,
de lo bien que se vivía en la ciudad: no tenía que trabajar y, además, allí
naranjas de Sevilla, higos de Turquía,nueces de pecán y todo tipo de
se comía del mejor queso. Y ya saben cuánto les gusta el queso a los
frutas finas y chocolates.
ratones…
Maravillado, el ratón campesino le agradeció a su pariente la
Llegaron a la ciudad al atardecer, cuando comenzaba a iluminarse
invitación de todo corazón y renegó un rato de su mala suerte
con carteles y lámparas, y se llenaba de gente bien vestida. El ratoncito
campesina. Dispuestos ya a darse un festín,un hombre abrió de pronto la
del campo estaba deslumbrado.
puerta
Sin embargo, apenas bajaron del camión, tuvieron su primer tropiezo:
Espantados por el ruido, los dos ratones se lanzaron temerosos a
un coche, con sus ruedas negras, estuvo a punto de aplastarlos contra el
esconderse en el agujero de la pared. Esperaron un rato y, cuando el
asfalto.
hombre se fue, volvieron a buscar algo que comer. Subieron a la mesa
-Socorro! ¡Ese monstruo casi me mata!
por el mantel y se lanzaron sobre la fuente de los quesos.
Su primo lo consoló y le aconsejó:
Apenas si dieron un mordisco cuando apareció el gato de la casa:

7
-¡Mirá qué agradable sorpresa! ¡Mi amiguito tiene visita! Encantado de
conocerte, ratoncito.
En ese instante, los dos ratones se arrojaron al suelo y comenzaron a
correr, atragantándose con el último bocado.
- Sálvese quien pueda!
-¡Ay, de esta no salgo!
-¡Eh, ratones, no corran tanto! ¡Y vos, vecino, no seas tan maleducado,
presentame a tu amiguito!
Cuando por fin escaparon de las garras del gato, el ratón de campo
tomó su bolsito y le dijo a su primo:
-Nos vemos, querido primo. Prefiero un mendrugo saboreado con
tranquilidad en el campo a un banquete rodeado de peligros en la
ciudad.
"Es tu decisión elegir entre un lujo lleno de contratiempos
y la serena austeridad"

Esopo (adaptación libre)

8
CUENTOS CON
ANIMALES
9
de chas-chas en el río como si golpearan el agua muy lejos. Los yacarés
La guerra de los yacarés
se miraban unos a otros: ¿qué podía ser aquello?
En un río muy grande, en un Pero un yacaré viejo y sabio, el más sabio y viejo de todos, un
país desierto donde nunca había viejo yacaré a quién no quedaban sino dos dientes sanos en los
estado el hombre, vivían muchos costados de la boca, y que había hecho una vez un viaje hasta el mar,
yacarés. Eran más de cien o más dijo de repente:
de mil. Comían peces, bichos que —¡Yo sé lo que es! ¡Es una ballena! ¡Son grandes y echan agua
iban a tomar agua al río, pero blanca por la nariz! El agua cae para atrás.
sobre todo peces. Dormían la Al oír esto, los yacarés chiquitos comenzaron a gritar como locos
siesta en la arena de la orilla, y a de miedo, zambullendo la cabeza. Y gritaban:
veces jugaban sobre el agua —¡Es una ballena! ¡Ahí viene la ballena!
cuando había noches de luna. Pero el viejo yacaré sacudió de la cola al yacarecito que tenía
Todos vivían muy tranquilos más cerca.
y contentos. Pero una tarde, —¡No tengan miedo! —les gritó — ¡Yo sé lo que es la ballena! ¡Ella
mientras dormían la siesta, un tiene miedo de nosotros! ¡Siempre tiene miedo!
yacaré se despertó de golpe y Con lo cual los yacarés chicos se tranquilizaron. Pero enseguida
levantó la cabeza porque creía volvieron a asustarse, porque el humo gris se cambió de repente en
haber sentido ruido. Prestó oídos, y lejos, muy lejos, oyó efectivamente un humo negro, y todos sintieron bien fuerte ahora el chas-chas-chas en el
ruido sordo y profundo. Entonces llamó al yacaré que dormía a su lado. agua. Los yacarés, espantados, se hundieron en el río, dejando
—¡Despiértate! —le dijo—. Hay peligro. solamente fuera los ojos y la punta de la nariz. Y así vieron pasar delante
—¿Qué cosa? —respondió alarmado el otro. de ellos aquella cosa inmensa, llena de humo y golpeando el agua, que
—No sé —contestó el yacaré que se había despertado primero—. era un vapor de ruedas que navegaba por primera vez por aquel río.
Siento un ruido desconocido. El vapor pasó, se alejó y desapareció. Los yacarés entonces
El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un momento fueron saliendo del agua, muy enojados con el viejo yacaré, porque los
despertaron a los otros. Todos se asustaron y corrían de un lado para otro había engañado, diciéndoles que eso era una ballena.
con la cola levantada. —¡Eso no es una ballena! —le gritaron en las orejas, porque era un
Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecía, crecía. poco sordo—. ¿Qué es eso que pasó?
Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron un ruido

10
El viejo yacaré les explicó entonces que era un vapor, lleno de chico. Estaban seguros de que nadie vendría a espantar los peces. Y
fuego, y que los yacarés se iban a morir todos si el buque seguía como estaban muy cansados, se acostaron a dormir en la playa.
pasando. Pero los yacarés se echaron a reír, porque creyeron que el Al otro día dormían todavía cuando oyeron el chaschas-chas del
viejo se había vuelto loco. ¿Por qué se iban a morir ellos si el vapor seguía vapor. Todos oyeron, pero ninguno se levantó ni abrió los ojos siquiera.
pasando? ¡Estaba bien loco el pobre yacaré viejo! ¿Qué les importaba el buque? Podía hacer todo el ruido que quisiera,
Y como tenían hambre, se pusieron a buscar peces. por allí no iba a pasar.
Pero no había ni un pez. No encontraron un solo pez. Todos se En efecto: el vapor estaba muy lejos todavía cuando se detuvo.
habían ido, asustados por el ruido del vapor. No había más peces. Los hombres que iban adentro miraron con anteojos aquella cosa
—¿No les decía yo? —dijo entonces el viejo yacaré—. Ya no atravesada en el río y mandaron un bote a ver qué era aquello que les
tenemos nada que comer. Todos los peces se han ido. Esperemos hasta impedía pasar. Entonces los yacarés se levantaron y fueron al dique, y
mañana. Puede ser que el vapor no vuelva más, y los peces volverán miraron por entre los palos, riéndose del chasco que se había llevado el
cuando no tengan más miedo. vapor.
Pero al día siguiente sintieron de nuevo el ruido en el agua, y El bote se acercó, vio el formidable dique que habían levantado
vieron pasar de nuevo al vapor, haciendo mucho ruido y largando tanto los yacarés y se volvió al vapor. Pero después volvió otra vez al dique, y
humo que oscurecía el cielo. los hombres del bote gritaron:
—Bueno —dijeron entonces los yacarés—; el buque pasó ayer, —¡Eh, yacarés!
pasó hoy, y pasará mañana. Ya no habrá más peces ni bichos que —¡Qué hay! —respondieron los yacarés, sacando la cabeza por
vengan a tomar agua, y nos moriremos de hambre. Hagamos entonces entre los troncos del dique.
un dique. —¡Nos está estorbando eso! —continuaron los hombres.
—¡Si, un dique! ¡Un dique!, —gritaron todos, nadando a toda —¡Ya lo sabemos!
fuerza hacia la orilla—. ¡Hagamos un dique! —¡No podemos pasar!
Enseguida se pusieron a hacer el dique. Fueron todos al bosque y —¡Es lo que queremos!
echaron abajo más de diez mil árboles, sobre todo lapachos y —¡Saquen el dique!
quebrachos, porque tienen la madera muy dura... Los cortaron con la —¡No lo sacamos!
especie de serrucho que los yacarés tienen encima de la cola; los Los hombres del bote hablaron un rato en voz baja entre ellos y
empujaron hasta el agua, y los clavaron a todo lo ancho del río, a un gritaron después:
metro uno del otro. Ningún buque podía pasar por allí, ni grande ni —¡Yacarés!
—¿Qué hay? —contestaron ellos.

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—¿No lo sacan? Ahora bien, ese buque de color ratón era un buque de guerra, un
—¡No! acorazado con terribles cañones. El viejo yacaré sabio que había ido
—¡Hasta mañana, entonces! una vez hasta el mar se acordó de repente, y apenas tuvo tiempo de
—¡Hasta cuando quieran! gritar a los otros yacarés:
Y el bote volvió al vapor, mientras los yacarés, locos de contentos, —¡Escóndanse bajo el agua! ¡Ligero! ¡Es un buque de guerra!
daban tremendos colazos en el agua. Ningún vapor iba a pasar por allí y ¡Cuidado! ¡Escóndanse!
siempre, siempre, habría peces. Los yacarés desaparecieron en un instante bajo el agua y
Pero al día siguiente volvió el vapor, y cuando los yacarés miraron nadaron hacia la orilla, donde quedaron hundidos, con la nariz y los ojos
el buque, quedaron mudos de asombro: ya no era el mismo buque. Era únicamente fuera del agua. En ese mismo momento, del buque salió
otro, un buque de color ratón, mucho más grande que el otro. ¿Qué una gran nube blanca de humo, sonó un terrible estampido y una
nuevo vapor era ese? ¿Ese también quería pasar? No iba a pasar, no. ¡Ni enorme bala de cañón cayó en pleno dique, justo en el medio. Dos o
ese, ni otro, ni ningún otro! tres troncos volaron hechos pedazos, y en seguida cayó otra bala, y otra
—¡No, no va a pasar! —gritaron los yacarés, lanzándose al dique, y otra más, y cada una hacía saltar por el aire en astillas un pedazo de
cada cual a su puesto entre los troncos. dique, hasta que no quedó nada del dique. Ni un tronco, ni una astilla, ni
El nuevo buque, como el otro, se detuvo lejos, y también como el una cáscara.
otro bajó un bote que se acercó al dique. Dentro venían un oficial y Todo había sido deshecho a cañonazos por el acorazado. Y los
ocho marineros. El oficial gritó: yacarés, hundidos en el agua, con los ojos y la nariz solamente afuera,
—¡Eh, yacarés! vieron pasar el buque de guerra, silbando a toda fuerza.
—¡Qué hay! Entonces los yacarés salieron del agua y dijeron: —Hagamos otro
—respondieron estos. dique mucho más grande que el otro.
—¿No sacan el dique? Y en esa misma tarde y esa noche misma hicieron otro dique, con
—No. troncos inmensos. Después se acostaron a dormir, cansadísimos, y
—¿No? estaban durmiendo todavía al día siguiente cuando el buque de guerra
—¡No! llegó otra vez, y el bote se acercó al dique.
—Está bien —dijo el oficial—. Entonces lo vamos a echar a pique a —¡Eh, yacarés! —gritó el oficial.
cañonazos. —¡Qué hay! —respondieron los yacarés.
—¡Echen! —contestaron los yacarés. —¡Saquen ese otro dique!
Y el bote regresó al buque. —¡No lo sacamos!

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—¡Lo vamos a deshacer a cañonazos como al otro! —¡Eh, Surubí! —gritaron todos los yacarés desde la entrada de la
—¡Deshagan... si pueden! gruta, sin atreverse a entrar por aquel asunto del sobrinito.
Pero un rato después el buque volvió a llenarse de humo, y con un —¿Quién me llama? —contestó el Surubí.
horrible estampido la bala reventó en el medio del dique, porque esta —¡Somos nosotros, los yacarés!
vez habían tirado con granada. La granada reventó contra los troncos, —No tengo ni quiero tener relación con ustedes —respondió el
hizo saltar, despedazó, redujo a astillas las enormes vigas. La segunda Surubí, de mal humor.
reventó al lado de la primera y otro pedazo de dique voló por el aire. Y Entonces el viejo yacaré se adelantó un poco en la gruta y dijo:
así fueron deshaciendo el dique. Y no quedó nada del dique; nada, —¡Soy yo, Surubí! ¡Soy tu amigo el yacaré que hizo contigo el viaje
nada. El buque de guerra pasó entonces delante de los yacarés, y los hasta el mar!
hombres les hacían burlas tapándose la boca. Al oír esa voz conocida, el Surubí salió de la gruta.
—Bueno —dijeron entonces los yacarés, saliendo del agua—. —¡Ah, no te había conocido! —le dijo cariñosamente a su viejo
Vamos a morir todos, porque el buque va a pasar siempre y los peces no amigo—. ¿Qué quieres?
volverán.
Y estaban tristes, porque los yacarés chiquitos se quejaban de —Venimos a pedirte el torpedo. Hay un buque de guerra que
hambre. El viejo yacaré dijo entonces: pasa por nuestro río y espanta a los peces. Es un buque de guerra, un
—Todavía tenemos una esperanza de salvarnos. Vamos a ver al acorazado. Hicimos un dique, y lo echó a pique. Hicimos otro, y lo echó
Surubí. Yo hice el viaje con él cuando fui hasta el mar, y tiene un también a pique. Los peces se han ido, y nos moriremos de hambre.
torpedo. Él vio un combate entre dos buques de guerra, y trajo hasta Danos el torpedo, y lo echaremos a pique a él.
aquí un torpedo que no reventó. Vamos a pedírselo, y aunque está muy El Surubí, al oír esto, pensó un largo rato, y después dijo: —Está
enojado con nosotros los yacarés, tiene buen corazón y no querrá que bien; les prestaré el torpedo, aunque me acuerdo siempre de lo que
muramos todos. hicieron con el hijo de mi hermano. ¿Quién sabe hacer reventar el
El hecho es que antes, muchos años antes, los yacarés se habían torpedo?
comido a un sobrinito del Surubí, y este no había querido tener más Ninguno sabía, y todos callaron.
relaciones con los yacarés. Pero a pesar de todo fueron corriendo a ver —Está bien —dijo el Surubí, con orgullo—, yo lo haré reventar. Yo
al Surubí, que vivía en una gruta grandísima en la orilla del río Paraná, y sé hacer eso.
que dormía siempre al lado de su torpedo. Hay surubíes que tienen hasta Organizaron entonces el viaje. Los yacarés se ataron todos unos
dos metros de largo y el dueño del torpedo era uno de esos. con otros; de la cola de uno al cuello del otro; de la cola de este al
cuello de aquel, formando así una larga cadena de yacarés que tenía

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más de una cuadra. El inmenso Surubí empujó el torpedo hacia la —Bueno; entonces, oigan —dijo el oficial—. Vamos a deshacer
corriente y se colocó bajo él, sosteniéndolo sobre el lomo para que este dique, y para que no quieran hacer otro los vamos a deshacer
flotara. Y como las lianas con que estaban atados los yacarés uno detrás después a ustedes, a cañonazos. No va a quedar ni uno solo vivo, ni
del otro se habían concluido, el Surubí se prendió con los dientes de la grandes, ni chicos, ni gordos, ni flacos, ni jóvenes, ni viejos, como ese
cola del último yacaré, y así emprendieron la marcha. viejísimo yacaré que veo allí, y que no tiene sino dos dientes en los
El Surubí sostenía el torpedo, y los yacarés tiraban, corriendo por la costados de la boca.
costa. Subían, bajaban, saltaban por sobre las piedras, corriendo El viejo y sabio yacaré, al ver que el oficial hablaba de él y se
siempre y arrastrando al torpedo, que levantaba olas como un buque burlaba, le dijo:
por la velocidad de la corrida. —Es cierto que no me quedan sino pocos dientes, y algunos rotos.
A la mañana siguiente, bien temprano, llegaban al lugar donde ¿Pero usted sabe qué van a comer mañana estos dientes? —añadió,
habían construido su último dique, y comenzaron en seguida otro, pero abriendo su inmensa boca.
mucho más fuerte que los anteriores, porque por consejo del Surubí —¿Qué van a comer, a ver? —respondieron los marineros.
colocaron los troncos bien juntos, uno al lado del otro. Era un dique —A ese oficialito —dijo el yacaré y se bajó rápidamente de su
realmente formidable. tronco.
Hacía apenas una hora que acababan de colocar el último Entretanto, el Surubí había colocado su torpedo bien en medio
tronco del dique, cuando el buque de guerra apareció otra vez, y el del dique, ordenando a cuatro yacarés que lo aseguraran con cuidado
bote con el oficial y ocho marineros se acercó de nuevo al dique. Los y lo hundieran en el agua hasta que él les avisara. Así lo hicieron.
yacarés se treparon entonces por los troncos y asomaron la cabeza del Enseguida, los demás yacarés se hundieron a su vez cerca de la orilla,
otro lado. dejando únicamente la nariz y los ojos fuera del agua. El Surubí se hundió
—¡Eh, yacarés! —gritó el oficial. al lado de su torpedo.
—¡Qué hay! —respondieron los yacarés. De repente el buque de guerra se llenó de humo y lanzó el primer
—¿Otra vez el dique? cañonazo contra el dique. La granada reventó justo en el centro del
—¡Sí, otra vez! dique, e hizo volar en mil pedazos diez o doce troncos.
—¡Saquen ese dique! Pero el Surubí estaba alerta y apenas quedó abierto el agujero en
—¡Nunca! el dique, gritó a los yacarés que estaban bajo el agua sujetando el
—¿No lo sacan? torpedo:
—¡No! —¡Suelten el torpedo, ligero, suelten!
Los yacarés soltaron, y el torpedo vino a flor de agua.

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En menos del tiempo que se necesita para contarlo, el Surubí —¿Quién es ese? –preguntó un yacarecito ignorante. —Es el
colocó el torpedo bien en el centro del boquete abierto, apuntando oficial —le respondió el Surubí—. Mi viejo amigo le había
con un solo ojo, y poniendo en movimiento el mecanismo del torpedo, lo prometido que lo iba a comer, y se lo ha comido.
lanzó contra el buque. Los yacarés sacaron el resto del dique, que para nada servía ya,
¡Ya era tiempo! En ese instante el acorazado lanzaba su segundo puesto que ningún buque volvería a pasar por allí. El Surubí, que se había
cañonazo y la granada iba a reventar entre los palos, haciendo saltar en enamorado del cinturón y los cordones del oficial, pidió que se los
astillas otro pedazo del dique. regalaran, y tuvo que sacárselos de entre los dientes al viejo yacaré,
Pero el torpedo llegaba ya al buque, y los hombres que estaban pues habían quedado enredados allí.
en él lo vieron: es decir, vieron el remolino que hace en el agua un El Surubí se puso el cinturón, abrochándolo bajó las aletas y del
torpedo. Dieron todos un gran grito de miedo y quisieron mover el extremo de sus grandes bigotes prendió los cordones de la espada.
acorazado para que el torpedo no lo tocara. Como la piel del Surubí es muy bonita, y las manchas oscuras que tiene
Pero era tarde; el torpedo llegó, chocó con el inmenso buque se parecen a las de una
bien en el centro, y reventó. víbora, el Surubí nadó una
No es posible darse cuenta del terrible ruido con que reventó el hora pasando y repasando
torpedo. Reventó, y partió el buque en quince mil pedazos; lanzó por el ante los yacarés que lo
aire, a cuadras y cuadras de distancia, chimeneas, máquinas, cañones, admiraban con la boca
lanchas, todo. abierta.
Los yacarés dieron un grito de triunfo y corrieron como locos al Los yacarés lo
dique. Desde allí vieron pasar por el agujero abierto por la granada a los acompañaron luego hasta
hombres muertos, heridos y algunos vivos que la corriente del río su gruta y le dieron las
arrastraba. gracias infinidad de veces.
Se treparon amontonados en los dos troncos que quedaban a Volvieron después a su
ambos lados del boquete y cuando los hombres pasaban por allí, se paraje. Los peces volvieron
burlaban tapándose la boca con las patas. también, los yacarés
No quisieron comer a ningún hombre, aunque bien lo merecían. vivieron y viven todavía muy felices, porque se han acostumbrado al fin
Solo cuando pasó uno que tenía galones de oro en el traje y que estaba a ver pasar vapores y buques que llevan naranjas.
vivo, el viejo yacaré se lanzó de un salto al agua, y ¡tac! en dos golpes Pero no quieren saber nada de buques de guerra.
de boca se lo comió. Horacio Quiroga

15
El vuelo del sapo. grande quiero volar como él, y como usted, don sapo.
El piojo miraba y comenzaba a entender.
–Lo que más me gusta es volar –dijo el sapo.
El yacaré seguía con la boca abierta.
Los pájaros dejaron de cantar.
El tordo y la calandria se miraron y decidieron que era hora
Las mariposas plegaron las alas y se quedaron pegadas a las flores.
de intervenir.
El yacaré abrió la boca como para tragar toda el agua del río.
–Don sapo –dijo el tordo–, ¿se acuerda de cuando jugamos a quién
El coatí se quedó con una pata en el aire, a medio dar un paso. El
vuela más alto?
piojo, la pulga y el bicho colorado, arriba de la cabeza del ñandú, se
–Ustedes me ganaron –dijo la calandria– porque me distraje
miraron sin decir nada. Pero abriendo muy grandes los ojos.
cantando una hermosa canción, pero otro día podemos jugar de nuevo.
El yaguareté, que estaba a punto de rugir con el rugido negro, ese
–Cuando quiera –dijo el sapo–, jugando todos estamos contentos, y
que hace que deje de llover, se lo tragó y apenas fue un suspiro.
no importa quién gane. Lo importante es volar.
El sapo dio dos saltos para el lado del río, mirando hacia donde iba
–Yo también –se oyó una voz que venía llegando–, yo también
bajando el sol, y dijo:
quiero volar con ustedes.
–Y ahora mismo me voy a dar el gusto.
–Amigo tatú –saludó el sapo–, qué buena idea.
–¿Está por volar? –preguntó el piojo.
–Pero no se olvide de que no me gusta volar de noche. Usted sabe
–Los gustos hay que dárselos en vida, amigo piojo. Y hacía mucho
que no veo bien en la oscuridad.
que no tenía tantas ganas de volar.
–Le prometo que jamás volaremos de noche –dijo el sapo.
Un pichón de pájaro carpintero se asomó desde un hueco
La pata del coatí ya parecía tocar un tambor del ruido que hacía
del jacarandá:
subiendo y bajando.
–Don sapo, ¿es lindo volar? Yo estoy
El yacaré cerró los ojos pero siguió con la boca abierta.
esperando que me crezcan las plumas y
Los ojos de la pulga y el bicho colorado eran como una cueva de
tengo unas ganas que no doy más. ¿Usted me
soledad. Cada vez entendían menos.
podría enseñar?
El sapo sonrió aliviado.
–Va a ser un gusto para mí. Y mejor si lo
El tordo y la calandria le habían dado los mejores argumentos de la
hacemos juntos con tu papá, que es el mejor
historia, y ahora el tatú le traía la solución final, ya que el sol se acercaba
volador.
a la punta del río.
–Sí, mi papá vuela muy lindo. Me gusta
–¿Se acuerda, amigo sapo –siguió el tatú–, cuando volábamos
verlo volar. Y picotear los troncos. Cuando sea
para provocarlo al puma y después escapar?

16
–¿Así fue? Yo había pensado que el puma era el que escapaba. –Otra mentira más grande todavía –rezongó la lechuza–, miren si un
–No exageremos, van a pensar que somos unos mentirosos. sapo va a vencer a un montón de víboras.
–¡Y qué otra cosa se puede pensar! –dijo la lechuza, que había Los ojitos del piojo brillaron de picardía.
estado escuchando todo. –Pero yo lo vi. Era una tarde en que el sol quemaba la tierra y las
–Gracias –dijo el sapo en voz baja, como para que lo escucharan lagartijas caminaban en puntas de pie. Yo vi todo desde la cabeza del
solamente sus patas. ñandú, ahí arriba, de donde se ve más lejos.
Eso era lo que estaba esperando. Alguien con quien discutir y –Piojito, sos tan mentiroso como el sapo y nadie te va a creer. Es
hacer pasar el tiempo. mejor que se vayan de este monte ya mismo. Y que no vuelvan nunca
–En todo el monte chaqueño no hay mentirosos más grandes más.
–siguió la lechuza–. Y ustedes, bichos ignorantes, no les sigan el juego –Ahora que me acuerdo, yo sé un poema que aprendí dando la
a estos dos. vuelta al mundo –dijo el bicho colorado–. Dice así:
–¿Cuándo dije una mentira? –preguntó el sapo. De los bichos que vuelan
–¿Quiere que hable? ¿Quiere que le diga? Me gusta el sapo
–Hable nomás –dijo el sapo, contento porque la lechuza lo estaba porque es alto y bajito
ayudando a salir del aprieto. gordito y flaco.
–Mintió cuando dijo que los sapos hicieron el arco iris. Mintió cuando –¡Qué hermoso poema! –dijo el pichón de pájaro carpintero–.
dijo que hicieron los mares y las montañas. Cuando dijo que la tierra era Cuando sea grande yo quiero hacer poemas tan hermoso
plana. Cuando dijo que los puntos cardinales eran siete. Cuando dijo como ése.
que era domador de tigres. ¿Quiere más? ¿No le –Doña Lechuza –dijo la pulga–, estas acusaciones son muy gra-
alcanza con esto? ves y tenemos que darles una solución.
El sapo escuchaba atentamente y pensaba –Hay que decidir si el sapo es un mentiroso o un buen contador de
para qué lado convendría llevar la discusión. cuentos –propuso el yacaré.
–Me sorprende su buena memoria, doña –Eso es muy fácil –opinó el coatí–, los que crean que el sapo
lechuza. Ni yo me acordaba de esas historias. es mentiroso digan sí. Los que crean que no es mentiroso digan
–Y yo me acuerdo de otra historia, don sapo, no. Y listo.
esa de cuando usted inventó el lazo atando un –Y si se decide que es un mentiroso se tiene que ir de este monte
montón de víboras –dijo el piojo. –dijo la lechuza.
–Claro –opinó la pulga–. Si es un mentiroso se tiene que ir.

17
–Aquí no queremos mentirosos –dijo el yacaré. Mientras tanto, todos los animales festejaban el triunfo del sapo a
–Yo mismo me encargaré de echar al que diga mentiras. O lo trago los gritos. Tanto gritaron que apenas se oyó el chasquido que hizo el sol
de un solo bocado –dijo el yaguareté. cuando se zambulló en la punta del río. Pero el tatú,
–Eso sí que no –protestó el yacaré–. Tragarlo de un solo bocado es que estaba atento, dijo:
trabajo mío. –¡Qué mala suerte! ¡Qué mala suerte! Se nos hizo de noche y ahora
–Dejen que le clave los colmillos –dijo el puma, que recién llegaba–. no podremos volar.
Odio a los mentirosos. –Yo tampoco quiero volar de noche –dijo el tordo–. A los tordos no
–Bueno –dijo la lechuza–, los que opinen que el sapo es un nos gusta volar en la oscuridad.
mentiroso, ya mismo digan "sí". –Los cardenales tampoco volamos de noche –dijo el cardenal.
En el monte se hizo un silencio como para oír el suspiro de –De noche solamente vuelan las lechuzas y los murciélagos –dijeron
una mariposa. los pájaros.
Después se oyó un SÍ, fuerte, claro, terminante y arrasador. Un SÍ –Será otro día, don sapo –cantó la calandria–. Lo siento mucho,
como para hacer temblar a todos los árboles del monte. pero no fue culpa nuestra. Esa lechuza nos hizo perder tiempo con sus
Pero uno solo. tonteras. ¿Usted no se ofende?
La lechuza giró la cabeza para aquí y para allá. Pero el SÍ terminante El sapo miró a la lechuza , que seguía girando la cabeza para un
y arrasador seguía siendo uno solo. El de ella. lado y para el otro, sin saber qué decir. Después miró a la calandria, y
Y entonces oyó un NO del yacaré, del piojo, de la pulga, del puma, dijo:
de todos los pájaros, del yaguareté y de mil animales más. –Siempre hay bichos que atraen la mala suerte. Pero no importa,
El NO se oyó como un rugido, como una música, como un viento, ya que no podemos volar, ¿qué les parece si les cuento la historia de
como el perfume de las flores y el temblor de las alas de las mariposas. cuando viajé hasta donde cae el sol y se apaga en el río?
Era un NO salvaje que hacía mover las hojas de los árboles y
Gustavo Roldán
formaba olas enloquecidas en el río.
La cabeza de la lechuza seguía girando para un lado y para el
otro. Había creído que esta vez iba a ganarle al sapo, y de golpe
todos sus planes se escapaban como un palito por el río. Pero
rápidamente se dio cuenta de que todavía tenía una oportunidad. Y
no había que desperdiciarla. Ahora sí que lo tenía agarrado: el sapo
había dicho que iba a volar.

18
Las medias de los flamencos ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los
Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los flamencos se morían de envidia.
sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no Un flamenco dijo entonces:
caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los —Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas,
peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola. blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear
collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían en un almacén del pueblo.
pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban -¡Tan-tan! —pegaron con las patas.
meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por -¿Quién es? —respondió el almacenero.
la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla. —Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos —No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna
pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro
luciérnaga que se balanceaba. almacén.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin - ¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de El almacenero contestó:
cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul — ¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en
colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y ninguna parte. Ustedes están locos, ¿quiénes son?
las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo —Somos los flamencos— respondieron ellos.
y ceniza, porque así es el color de las yararás. Y el hombre dijo:
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban —Entonces son con seguridad flamencos locos.
vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como Fueron a otro almacén.
serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en — ¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos. El almacenero gritó:
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen — ¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a
ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos pájaros narigudos como ustedes se les ocurren pedir medias así.
estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían ¡Váyanse en seguida!
sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de Y el hombre los echó con la escoba.
las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de

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Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué
los echaban por locos. gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los
los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo: cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al
— ¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. baile.
No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les
Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como
cuñada, la lechuza, tiene medias los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no
así. Pídanselas, y ella les va a dar podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
las medias coloradas, blancas y Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a
negras. desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se
Los flamencos le dieron las agachaban hasta el suelo para ver bien.
gracias, y se fueron volando a la Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No
cueva de la lechuza. Y le dijeron: apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de
— ¡Buenas noches, lechuza! tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la
Venimos a pedirte las medias víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y
coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida a las
nosotros. ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a
— ¡Con mucho gusto! —respondió la lechuza—. Esperen un segundo, que los flamencos se cayeran de cansados.
y vuelvo enseguida. Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las más, tropezó con un yacaré, se
medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos tambaleó y cayó de costado.
cueros, recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado. En seguida las víboras de coral
—Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de corrieron con sus farolitos y
nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un alumbraron bien las patas del
momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero flamenco. Y vieron que eran
no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar. aquellas medias, y lanzaron un

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silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná. a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que
— ¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden
han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se estirarla.
han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas
víboras de coral. y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no
descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca
pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se demasiado a burlarse de ellos.
lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a Horacio Quiroga
mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos,
enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que
las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin,
viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los
dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos
iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que
los habían mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron.
Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas,
que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las
víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas,
y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos
casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando
de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver
cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida, y corren

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El zorro vegetariano — ¡Ah! —exclamó el zorro—. ¡Qué tonto soy! Le dije que se acerque
sin contarle primero de qué se trata. Aquí traigo un papel que lo explica
La voz se corrió más rápido que un refucilo. El tordo le contó a la todo.
iguana, la iguana al quirquincho, el quirquincho al coatí, el coatí al
carpincho, el carpincho al monito. — ¿Qué explica, don zorro?

Antes de que el sol hubiera terminado de trepar por las ramas del — Salió una nueva ley que dice que todos los animales tenemos que
Jacarandá, medio monte ya sabía la noticia: el zorro se había vuelto ser amigos.
vegetariano.
— ¿Todos amigos?
— Me parece muy bien —dijo el conejo.
— Sí, sí, todos amigos. Se acabaron las peleas y esa barbarie de
— Es una idea brillante del zorro —dijo la perdiz. andar comiéndose los unos a los otros. ¡Qué suerte, amigo loro! ¿No le
parece que esto es muy lindo?
— Habría que felicitarlo —dijo el monito.
— ¿Y todo está escrito en ese papel?
— Pero primero habría que asegurarse —dijo el quirquincho.
— Todo, y lo dice muy clarito... Mire, se lo voy a leer... Aunque sería
— Es seguro —dijo el conejo—. Yo mismo lo escuché. Pasó delante mejor que lo viese con sus propios ojos...
de donde yo estaba, repitiendo: "Quiero comer algo verde, quiero
comer algo verde". Si no lo hubiera escuchado yo mismo con estas — No hace falta, yo le creo don zorro. Y me voy volando a
largas orejas... desparramar la noticia a los cuatro vientos.

Mientras tanto, del otro lado del monte, el loro cantaba en la rama — No, no, no se vaya volando. Primero tiene que bajar a firmarlo.
de un lapacho. Ya había visitado un maizal, había comido varios
choclos muy tiernos, y ahora era la hora de estar contento… El loro miró a lo lejos, y haciendo un gesto de alegría gritó:

A lo lejos vio llegar al zorro. No se asustó, no se apuró, pero dio unos — ¡Eh, don tigre! ¡Venga rápido que hay noticias de las buenas!
pasitos y trepó a una rama más alta.
El zorro pegó un salto y se perdió entre los chaguarales, mientras el
— Buen día, amigo loro —dijo el zorro con amabilidad— ¿Ya se loro le gritaba:
enteró de la novedad?
— ¡No se vaya, don zorro! ¡Hágale firmar el decreto al tigre! ¿No ve
— De la única que me enteré hoy es de que los choclos están a que todos somos amigos?
punto. Y ya comencé a probarlos.
Y mientras del zorro no quedaba ni el olor, el loro se quedó
— No, amigo loro. Ésa es una novedad muy chiquita. Yo le hablo de murmurando:
una muy pero muy grande. Una que va a cambiar todas las cosas por
estos pagos. Acérquese un poco, así no tengo que andar gritando. — ¡Zorro pícaro! Por suerte ya sabía que andaba con el antojo de
comerse "algo verde", y todos los loros entendimos bien la intención.
— No se preocupe don zorro, yo tengo buen oído.
Gustavo Roldán

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Desafío mortal Pero el piojo ya no estaba. Había saltado a la otra oreja y lo
mordía desesperadamente. Otro manotazo del puma y el piojo casi
–¡Claro que voy a pelear! aprende a volar.
–No, don piojo, usted no puede –¿Y si terminamos la pelea? –dijo el elefante dando un paso
pelear con el puma. adelante.
–¿Qué no puedo? ¿Por qué no –¡Atrás todos! –gritó el piojo–. ¡Nada de terminar la pelea! –y
puedo? atropelló lanzando manotazos al aire.
–Es una pelea despareja. El puma retrocedió sorprendido. No había pensado que ese
–Igual voy a pelear. Y ya mismo. bichito pudiera pelear con tanta furia. Había querido divertirse un poco,
El piojo y el puma se enfrentaron. Los ojos de los dos echaban pero jamás se le ocurrió que el piojo fuera capaz de llevar las cosas tan
chispas, dispuestos para una pelea a muerte. lejos.
Los demás animales los rodeaban en silencio. Ya habían –¡Vamos, pelee!– gritó el piojo atropellando.
intentado todas las formas de pararlos, pero no había caso. Otro manotazo del puma y el piojo fue a caer arriba del elefante,
El puma mostró los dientes. Todos los dientes. Y los animales dieron ahí rebotó y cayó sobre el lomo del tapir.
un largo paso para atrás. –¡Lo va a matar! –dijo el oso hormiguero.
–El puma rugió y largó un zarpazo que hizo volar al piojo y lo –¡Lo va a destrozar con sus garras! –dijo el coatí.
estrelló contra un quebracho. El piojo se enderezó y atropelló. Otro –¡Lo va a morder con esos enormes colmillos! –dijo la iguana.
zarpazo del puma y el piojo quedó colgado en lo más alto de un –¡No podemos dejar que sigan! –dijo el sapo.
algarrobo. –Tenemos que hacer algo! –dijo el quirquincho.
–¡Bueno, basta! –dijo el sapo–. ¡Ya está bien! –¡Por favor, don elefante, usted puede parar los, haga algo! –pidió
–¡Nada de basta! –gritó el piojo bajando a los saltos de rama en la cotorrita verde.
rama–. ¡Nada de basta! –Bueno bueno –dijo el elefante poniéndose en medio del piojo y
Y saltó desde el árbol a la oreja del puma y se prendió como el puma–. ¡Se acabó la pelea!
garrapata, dispuesto a chuparle hasta la última gota de sangre. El puma dio un paso para atrás y dijo:
El puma rugió y se pegó un tremendo manotazo en la oreja para –Por mí, la terminamos. Y les cuento que fue la mejor pelea que
aplastar ahí mismo al piojo. tuve en mi vida. Lo felicito, don piojo, estuve mal y pido disculpas.
–Acepto sus disculpas, y también acepto que me estaba
ganando. Debo admitir que usted es más fuerte que yo.

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Los animales hablaron todos juntos y se preguntaron muchas El elefante y el sapo se miraron y dieron un paso para atrás con
cosas. En especial se preguntaron por qué había comenzado esa pelea todo disimulo. No fuera a ser que por ahí, sin darse cuenta, pusieran la
tan feroz. Pero ninguno sabía. pata encima de la sombra del piojo.
Después se fueron, cada cual por su lado. El elefante, el coatí, el
sapo y el piojo se quedaron charlando.
Gustavo Roldán
–Don piojo –preguntó el sapo–, ¿por qué comenzó todo
este lío? ¿se da cuenta en lo que se metió?
–Fue demasiado peligroso –dijo el coatí–. El puma es un animal
feroz. Me hizo temblar todo el tiempo.
–No se preocupe, amigo coatí, yo temblaba más todavía –dijo el
piojo.
–¿Por qué pelearon? –preguntó el elefante.
–Porque casi me pisa. Pasó sin mirar casi me pisa. Y cuando yo
grité me mostró todos esos dientes que tiene y encima me insultó y me
pisó la sombra.
–¡Lo insultó! –dijo el sapo–. ¡Le pisó la sombra! ¿Qué le dijo?
–En realidad nada. Pero me miró como si me insultara. Y movió la
pata y casi me pisa otra vez. Y de nuevo me pisó la sombra. Entonces
me enojé y lo desafié a pelear.
–Pero, don piojo –dijo el elefante–, un piojo no puede pelear con
un puma.
–Ya sé que no, pero las cosas tienen sus límites. Y creo que se
estaba pasando de la raya. ¿Sabe, don elefante?, a veces los bichos
chicos tenemos que defender a muerte la dignidad. Si no resistimos, si no
defendemos la dignidad, entonces sí que estamos listos. Y un buen piojo
no puede permitir que nadie le pise la sombra.

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