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ALERTA LAS 24 HORAS

Según el Ministerio de Salud y Asistencia Social (MINSAL), las personas que entran en
emergencia al día, en el hospital San Juan de Dios de Santa Ana, es de aproximadamente 50
pacientes.

Por: Ingrid Linares

El cielo permanece nublado, pero hace calor, las calles se ven poco concurridas, a una cuadra de
distancia ya se visualizan algunos detalles de la construcción, las ventanas sin brillo, las paredes
envejecidas, parece como si el edificio se estuviera derrumbando, en algunos huecos se nota
como si el material que utilizaron para construir estuviera hecho de tierra y otros complementos,
aunque no suena extraño, ya que la mayoría de materiales que se utilizaban en los años en la que
se construyó el hospital eran los más conocidos. A medida en que avanzo por la calle, a lo lejos se
ve una fila extensa de gente a la espera de poder entrar al hospital para visitar a sus familiares
ingresados, unos platican y otros simplemente esperan pacientes, la hora del mediodía.

El hospital San Juan de Dios fue construido en 1848. La sala de emergencias del hospital fue
construida unos años después, por lo que es la estructura más nueva que se encuentra en el
edifico. Según informes del hospital, el total de pacientes que ingresan por año a la sala de
emergencia es un aproximado de 80 mil. Sin embargo, en la temporada de festividades es cuando
el número de pacientes aumenta en gran mayoría.

Llego a la entrada de emergencias, el vigilante me saluda amablemente, me pide que le enseñe la


carta de autorización y me deja pasar. En su interior hay poco movimiento, en una esquina se
encuentran tres aprendices de medicina conversando alegremente de las experiencias que han
tenido por la mañana, son jóvenes, energéticos, rondan tal vez por los 25 años o un poco más,
lucen una bata blanca que le llega una cuarta más abajo de su cintura, los saludo y sigo.

Al entrar un enfermero me pregunta qué necesito, le muestro mi carta, la lee indeciso pero al
final acepta que pase, me ubico en una silla lejos de donde podría causar estorbo. La sala está
conformada por aproximadamente 20 camillas colocadas a cada lado de la habitación, entre ellas
espacios más o menos amplios para no chocar accidentalmente con nada. En la entrada se
encuentra un escritorio un poco viejo, con un teléfono, papeles y alguno que otro medicamento.
Cuatro camillas ya están ocupadas, mientras, un doctor tranquiliza a una señora que abraza a su
hijo de unos seis años que llora imparable, al poner más atención me doy cuenta que el niño se ha
quebrado un brazo. No llevo ni diez minutos en la sala cuando entran dos muchachos de los que
estaban afuera conversando con un señor que apenas puede ponerse en pie, tres enfermeras
corren hacia la puerta, le hacen preguntas, pero al poco tiempo de entrar queda inconsciente. Es
trasladado a una camilla donde una doctora lo atiende, “intoxicación por alcohol”, señala la
doctora. Los registros del MINSAL señalan que de cada cuatro casos de intoxicación por alcohol
que se registran al día uno muere, ya que, por lo general, la mayoría ingresa a emergencias con
un nivel de 0.390 de alcohol en la sangre, por lo tanto, Mario (nombre ficticio), debería llevar esa
cantidad o un poco menos.

Las visitas hace una hora que se terminaron, afuera cae una suave lluvia que ha disminuido un
poco el calor de la tarde, pero el movimiento en la sala de emergencias sigue igual de tranquilo.
Dos personas con unas cuantas lesiones por un accidente en moto, una señora por infección en
vías urinarias y tres personas con síntomas de dengue han entrado en un lapso de tres horas.
El olor a medicina empieza a revolver el estómago, antibióticos por todos lados, pero para los
doctores y enfermeros se ha vuelto común, la costumbre a esos olores los lleva a poder comer
dentro de la sala sin sentir náuseas.

En ese momento se acerca un señor robusto, con cabello negro, algo canoso, mide
aproximadamente 1.70 mts. de estatura, con una sonrisa se sienta en la silla de mi lado izquierdo,
se acomoda sus lentes y amablemente pregunta.

-Y tú, ¿qué haces aquí? – se saca dos chocolates del bolsillo de su bata y me ofrece uno, lo tomo,
él abre el suyo y se lo come.

-Soy estudiante de periodismo y tengo que hacer un escrito sobre lo que pasa en la sala de
emergencias del hospital, por el momento solo observo – respondo con un poco de nerviosismo.

– Ahorita todo está tranquilo, espérate unas horas más, que más tarde comienza lo bonito – me
anticipa con una sonrisa socarrona. Se levanta para ver a su paciente que se queja en la camilla
que está a unos dos metros. El Doctor Aguirre (nombre ficticio), atiende a su paciente mientras
un herido de bala entra a la sala. Parece de unos 30 años, estatura de 1.60 mts., delgado y con
tres impactos de bala en el pecho, dos doctores lo atienden y es llevado a cirugía sin más
contemplaciones.

Los registros señalan que las horas más concurridas en emergencias son entre las 6:00 p.m. y
4:00 a.m., pues, en ese tiempo es donde ocurren el mayor número de accidentes, ya sean
automovilísticos o de otra índole, por lo que en esas horas la actividad en la sala aumenta. Y
según por lo que observo, no es mentira.

Empieza a oscurecer, el día ha terminado y abre paso a una noche muy movida en la sala de
emergencia del hospital San Juan de Dios, a cada momento entra un paciente nuevo, sangre por
todas partes, gritos de dolor y llanto por parte de niños pequeños y de familiares de algún herido,
los enfermeros corren, unos se dirigen a la sala de cirugía, otros ponen medicamentos,
transfusiones de sangre, suero, etc. Todo ocurre tan rápido que es difícil enfocarse en una sola
persona. De pronto entra una mujer en labor de parto, una doctora la manda a maternidad, pero
el bebé ya está saliendo, no pueden moverla, una enfermera corre por una ginecóloga para que
atienda el parto, a los pocos minutos llega la doctora junto a la enfermera, colocan a la joven que
no pasa de los 24 años en posición de parto y empieza a pujar, hay sangre, varias enfermeras
están alrededor de la joven y ella grita, pero los enfermeros y doctores que se encuentran en la
sala parecen no escuchar nada, simplemente se limitan a atender a los demás pacientes, “no
puedo, no puedo”, exhala la joven agotada y vuelve a pujar, aprieta la mano de lo que parece es la
madre; mientras, entra un nuevo paciente. En el transcurso de lo que pareció una hora, los
llantos del bebé se hacen escuchar, todos respiran aliviados pero el trabajo aún no acaba;
simplemente la noche ha empezado.

El doctor Aguirre se limpia el sudor de su frente, causado por el cansancio y las horas que han
transcurrido corriendo de un lado para el otro atendiendo a la gente, planea descansar un
momento, sin embargo, al poco tiempo que se ha acomodado en su silla entra otro paciente, con
contusión grave en la cabeza o eso es lo que gritan los enfermeros, hay sangre por todas partes y
el olor a óxido y sal marea a cualquiera, el doctor Aguirre pega un salto energético de su silla y
corre a atenderlo. “Necesito una radiografía urgente”, grita el doctor sosteniendo un pañal de
gasa blanco, que poco a poco se va tiñendo de un rojo vivo, que ha colocado en la cabeza del
herido.
Las horas avanzan y mientras que toda la gente se prepara para dormir, los doctores y
enfermeros permanecen despiertos, aún no acaba su turno y la mayoría se encuentran cansados;
pero la fiesta aún no acaba, paciente a paciente entra, sale, son llevados a cirugía o toman
radiografías y nadie tiene tiempo de sentarse ni un minuto a descansar. En la sala hay una mezcla
de olores, algunos desagradables y otros no tanto; pero de igual forma hacen que el estómago de
cualquiera se revuelva.

La mayoría de pacientes que pasan por la sala son por traumatismo, que es básicamente lesiones
en los órganos o tejidos, y la minoría por cardiopatía, que es un estrechamiento de los pequeños
vasos sanguíneos que suministran sangre y oxígeno al corazón. Los partos comúnmente no se
atienden en emergencias, sino en emergencias de la sala de maternidad, es decir, una planta más
arriba. Sin embargo, en algunas ocasiones es necesaria la atención en esa sala, pues, llevar a las
embarazadas hasta la planta siguiente puede ser muy arriesgado, tanto para la madre como para
el bebé.

Luis (nombre ficticio), llega a la sala con una pierna fracturada en tres zonas. “Elena, Elena,
Elena, Elena, Elenaaaaa”, grita angustiado, según se escucha en la sala parece que su esposa iba
en el auto cuando se accidentó, pero ella no se encuentra en la sala, fue llevada directamente a
cirugía de urgencia, ya que fue la que recibió directamente el impacto y tenía que ser operada en
el momento. Los doctores tratan de tranquilizarlo, pero él se reúsa hasta ver a su esposa,
mientras la doctora que lo atiende planea una cirugía por la mañana para arreglarle la pierna.
Luis se calma, pero en su mirada se ve la angustia y culpabilidad que esconde en sus ojos por lo
que le pasó a su esposa, es evidente.

El doctor Aguirre atiende a tres pacientes a la vez, corre de una camilla a otra, falta poco para la
media noche y todo parece calmarse. Aunque está más movido que en la tarde, todos tienen
tiempo de sentarse por unos segundos antes de ir a revisar a sus pacientes; la jornada avanza,
pero todo el personal de emergencias aún tiene muchas cosas por hacer.

Cinco minutos después, se escuchan llantos, chillidos ensordecedores que ponen la piel de gallina
a cualquiera. Los médicos, enfermeros y los pacientes que no están tan graves ni adoloridos,
dirigen su mirada a la puerta expectantes, me imagino la pregunta que la mayoría han de tener
en la cabeza, ¿qué es lo que pasa?, de pronto, entran dos niños con quemaduras en diferentes
partes de su cuerpo, el más pequeño, que a lo sumo parece de unos cuatro años, se encuentra
inconsciente, tiene el cabello castaño claro, pero con una quemadura que le llega del cuello hasta
un poco más arriba de su oreja izquierda, la quemadura de su brazo cubre desde el codo hasta sus
dedos y su piel clara junto con sus ropas parecen sacadas del mismo carbón. Un socorrista
mantiene la mascarilla de oxígeno pegada al rostro de la criatura, sin embargo, los gritos no
provenían de ahí, la madre aterrada entra sosteniendo a su segundo hijo con quemaduras en un
solo brazo, “mi bebé, mi bebé, donde está mi bebeee”, grita desesperada viendo a todos lados, un
doctor se le acerca, toma al otro niño que tiene los mismo rasgos que el primero, solo que este ya
tendría unos seis años de edad, se lo lleva a revisar mientras que el niño llora sofocado por el
dolor.

Al parecer las quemaduras en menores son muy comunes en la sala de emergencia, pues, al día
son atendidos al menos tres, y siempre uno de ellos resulta con quemaduras graves, en esos
casos, son trasladados al Hospital Nacional de Niños Benjamín Bloom, para una mayor atención.
Por ello, Axel fue trasladado, puesto que sus quemaduras eran muy graves y la sala de niños se
encontraba llena, “¿qué le pasó?”, pregunta un médico a la madre del niño, que sofocada y con la
voz entrecortada le explica que mientras quemaba basura en el patio de su casa, los niños
jugueteando se empujaron y cayeron a la fogata que se había creado por la basura y hojas secas
de los árboles, al parecer, el pequeño había quedado debajo del mayor, por lo que resultó con
quemaduras de segundo y tercer grado.

El tic tac del reloj resuena en las paredes de la sala, las caras soñolientas reflejan que solo faltan
diez minutos para que el reloj marque la media noche. “¿Dónde está mi esposa?”, pregunta
desesperado Luis al ver entrar a la doctora que había acompañado a Elena a la sala de cirugía,
“por el momento se encuentra estable”, responde la doctora, pero para Luis no es suficiente, ya
que su angustia no es borrada de su rostro ni por un minuto.

Me levanto y hago un breve recorrido hasta el otro extremo, saludo al doctor Aguirre que se
encuentra atendiendo a una señora con una alergia muy severa en la piel, me asiente la cabeza
como un adiós discreto, cruzo la puerta y me dirijo a la salida donde el aire fresco me golpea el
rostro, al cabo de unos segundos me doy cuenta que aún siento el olor repugnante a sangre que
desgraciadamente se ha pegado en mi ropa. Para mí la noche a terminado, pero para los médicos,
enfermeros, los vigilantes del hospital y familiares de pacientes, la noche apenas comienza.

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