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Casos de responsabilidad medica e institucional

Resolución de casos

Caso A:
Caso - Juan Díaz, diez horas olvidado en urgencias

Narrador: Era la primera vez que Juan Díaz, de 73 años, se fatigaba. Era día
de fiesta -primero de Mayo de 2006- y estaba en su casa del barrio del Pilar
(Madrid), cuando empezó a notar que respiraba mal. Su familia se preocupó, él
es una persona diabética, pero por lo demás estaba sano. "Se cuidaba mucho",
dice su hija, María.

Decidieron llevarlo a urgencias del hospital de La Paz. Allí le hicieron varias


pruebas: una gasometría, un análisis de sangre, y como ya era tarde, el médico
dijo a la familia que lo dejaran en observación y que se fueran a casa a dormir.
Se despidieron. "Pensé: será lo mejor, así se aseguran que está bien".
Volvieron el siguiente día a las once de la mañana, en la hora de visitas.

María, se iba acercando a su cama, una más de la treintena que había en la


sala, preguntando: "¿Qué tal has pasado la noche, papá?". Él no contestaba. Al
llegar a su lado, lo encontró frío, con los ojos y la boca abiertos, la dentadura
postiza fuera y la mascarilla de oxígeno caída. "¡Mi padre no responde!", gritó
ella. Llegó un médico y se lo llevó corriendo. '¡Vamos a reanimación!', María les
dijo: “¡Qué sepas que te llevas a mi padre muerto! Hicieron el paripé".

Resolución: El informe pericial reza: "Es incomprensible la ausencia de todo


tratamiento farmacológico a la vista del análisis y un juicio diagnóstico de
patología cardiaca con insuficiencia respiratoria". Y concluye: "No ha existido
tratamiento".

El Tribunal que juzgó el caso pidió documentación (órdenes de tratamiento,


hojas de evolución, partes de enfermería...) al hospital. No recibió nada. El
Tribunal concluye que no hubo tratamiento alguno. María se emociona al
recordar: "Se les olvidó que mi padre estaba allí. No le dieron ni una sola
pastilla. Me lo encontré muerto, con los ojos abiertos, sin vida. Allí había
médicos, enfermeras, y nadie se acercó a verle."

Por tales motivos una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid del
15 de junio condena a la Consejería de Sanidad madrileña a indemnizar con
9.000 euros a la familia de Juan.

Caso B

Carmen Francia: La sonda le atravesó el pulmón

Han pasado cuatro años, pero Francisco Hernández, de 55 años, afirma que no
se va a dar por vencido. Su madre, Carmen Francia, murió en 2005, a los 83
años, después de que le colocaran una sonda nasogástrica en el hospital de La
Paz. "Es algo que le debo a mi madre y a mí mismo", dice, sobre el juicio que
no llega. A diferencia de la mayoría de negligencias, él ha llevado el caso por
vía penal. La doctora que trató a su madre se enfrenta a un posible delito de
homicidio por imprudencia grave.

Carmen, la mamá de Francisco llevaba un año viviendo en la residencia Adavir


de San Agustín de Guadalix, desde que un ictus cerebral la dejó medio
paralizada. Una tarde se le salió la sonda nasogástrica por donde la
alimentaban. En la residencia no pudieron volver a colocársela y la llevaron a
urgencias de La Paz. Según relata su hijo Francisco, cuando salió de alta, con
la sonda puesta, tenía muy mal aspecto. "Hijo, hijo, me duele el hierrito",
recuerda que le decía. De vuelta en la residencia, sufrió dos paros cardiacos.

Falleció dos días después ya que la sonda le atravesó el pulmón. Carmen


falleció, añade, "debido a las complicaciones cardiorrespiratorias derivadas de
la injerencia pulmonar de la sonda". Francisco asegura que los médicos
advirtieron el error cuando su madre volvió a urgencias tras las paradas
cardiacas: "Nos lo ocultaron. Si al menos hubieran salido a reconocer el error.
Fue una cobardía tremenda".
Resolución: en esa fecha, el titular del Juzgado de Instrucción número 9 de
Madrid dictó un auto en el que explica que "uno de los riesgos característicos
de este tipo de sondas es la posibilidad de que se introduzcan por vía
respiratoria en lugar de por la vía gástrica". Se deben hacer comprobaciones,
añade, para verificarlo. Entre ellas, una radiografía de tórax que examinó la
médica denunciada. "Bien por desatención o por impericia no advirtió lo que
cualquier médico hubiera apreciado", asegura el auto.

Caso C:

Roberto Rivas: La gastritis era un infarto

Era un hombre fuerte, sano, con muy buen humor. Así describe a Roberto
Rivas su hija mayor, Marian, quien llora cuando habla de él. Tenía una
quesería artesanal y ganado. Murió hace cuatro años después de que, a pesar
de los síntomas, no le detectasen un infarto. Su agonía duró dos días. Tenía 58
años.

Una mañana, muy temprano, empezó a sentirse mal. Empezó a dolerle mucho
la parte de arriba del estómago, a ponerse pálido y a sudar. Dejó a los
animales inmediatamente y se fue a urgencias. Allí le atendió un médico
residente de primer año de la especialidad de nefrología. Le mandó análisis y
una radiografía de abdomen y le diagnosticó una gastritis.

Marian se enerva sólo de pensarlo. Ella misma es médica. Trabaja en


urgencias y emergencias en Jaén. "No cumplieron el protocolo de dolor
torácico que dice que debe incluirse también el epigástrico [parte superior del
abdomen] como posible síntoma de una crisis coronaria", explica. No le
hicieron placas. Tampoco un electrocardiograma. Le enviaron a casa con una
receta de protector gástrico y un nolotil. De madrugada, el dolor era tan fuerte
que tuvo que volver a urgencias. "Estaba tan mal que le decía a mi hermano
que se saltara los semáforos. No aguantaba", cuenta Marian con la voz
temblorosa.

De vuelta al Virgen de las Nieves de Granada, le atendió una médica residente


de tercer año de medicina de familia. Esta vez sí le hicieron un electro. "Lo lee
y no sabe ver el infarto. Tampoco pide más pruebas con la excusa de que ya
se las habían hecho por la mañana. Era mentira", dice su hija. Le
diagnosticaron gastroenteritis aguda. Y no tenía diarrea. Le dieron paracetamol,
un protector estomacal y varios ansiolíticos. "Decían que estaba muy nervioso,
pero lo que estaba es agónico. Por el amor de Dios, le estaba dando un
infarto", se lamenta Marian, que cuenta que, al verle tan mal, su hermano
insistió en que podía ser algo de corazón. "No nos hicieron caso", se queja. Ella
no pudo estar en el hospital. Por aquella época vivía en Reino Unido.

Ya por la mañana y después de haber estado toda la noche en un sillón, otro


residente se hizo cargo de él. "Fue el primero al que se le ocurrió que podía ser
un infarto", dice Marian. Pidió otro electro que la enfermera le hizo a las 10:30.
Pero no se lo entregó a ningún médico. Una hora después, Roberto entró en
parada cardiaca y falleció.

Resolución: El hospital abrió una investigación interna y la familia presentó


una demanda. Según el juez, el hospital y el servicio de salud cometieron un
error de diagnóstico. "La indemnización de 104 000 euros, no nos devolverá a
mi padre", dice Marian. Ahora intentan que se resuelva su denuncia por la vía
penal.

Caso D:

Brian: La leche en vena le envenenó

Brian, un bebé prematuro de 16 días, nació en diciembre de 2000. Un


enfermero, que el día anterior se había estrenado en la unidad de neonatos del
hospital de La Candelaria (Tenerife) le suministró leche por vía intravenosa, en
lugar de por la sonda nasogástrica. "La forense me aseguró que una sola gota
de la leche en sangre era suficiente para matarlo."

Resolución: Al enfermero lo sentenciaron a un año de prisión por un homicidio


involuntario.
Caso E:

En el mes de julio del 2010 se registró un caso de negligencia médica en el


Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); una ginecóloga de la clínica 89 en
Guadalajara, Jalisco, atendió a una mujer que ostentaba un embarazo
anembriónico, a la que le practicó un legrado; sin embargo, le perforó el útero,
por lo que le debió efectuar una cirugía; al practicarla, le perforó un intestino. La
lesión se complicó por malas atenciones en la clínica y a la paciente se le
habilitó una bolsa de ileostomía, la misma también provocó infecciones y daños
diversos.

Los hechos ocurrieron cuando Sara, nombrada así por cuestiones de


seguridad, presentó malestares abdominales y acudió a su clínica familiar,
debido a que no se cuenta con lo necesario para atender casos mayores; fue
derivada al Hospital Regional de Zona número 89 del IMSS. A su llegada al
área de urgencias, no fue atendida sino hasta tiempo después, cuando el
marido de Sara, molesto, exigió al personal que dieran atención médica a su
esposa; fue entonces que la revisaron y se le detectó que ostentaba un
embarazo anembriónico; es decir que el útero de la paciente estaba ocupado,
pero no había feto.

La ginecóloga debió practicar un legrado; pero durante la manipulación le


ocasionó una herida, y le señaló a Sara, “tu útero parece de mantequilla, hubo
un accidente, y sin querer te hice una pequeña perforación, pero no te
preocupes, te tengo que hacer una pequeña operación, tipo cesárea”; según
consta en el expediente. La paciente fue anestesiada y le practicaron la cirugía,
al salir le advirtieron de no probar alimentos en tres días. Transcurrido ese
tiempo fue dada de alta, al mediodía; sin embargo, esa misma noche regresó, a
consecuencia de que vomitaba constantemente y presentaba fuertes dolores
abdominales.

La historia fue la misma en la clínica 89, no la atenderían hasta que le


correspondiera su turno, ya que los malestares que presentaba no ponían en
riesgo su vida, a consideración de los empleados del área de urgencias; no fue
hasta que el marido de Sara irrumpió en el área de personal para exigir que
revisaran a su esposa, que enfermeras la pasaron a revisión y el médico en
turno aseguró que presentaba una peritonitis.

Y es que había ocurrido un nuevo accidente; según se le refirió, la ginecóloga


perforó el intestino delgado, y aparentemente no se percató de ello, ya que no
solicitó la intervención de otro médico capacitado. Sara volvió a ser intervenida
quirúrgicamente y presentaba complicaciones severas por la infección que no
se atendió a tiempo; le extirparon cerca de 15 centímetros de intestino y se le
habilitó una bolsa de ileostomía para sus desechos físicos. Cuando la llevaron
a su dormitorio, le señalaron a su esposo que debía comprar un dren, ya que el
hospital no contaba con ese material; se lo adecuaron y posteriormente la
dieron de alta. Después presentó nuevas complicaciones, la primera herida se
infectó y seguía abierta.

Resolución: En agosto del 2014 el Juez Federal dictó una sentencia


condenatoria contra la ginecóloga por lesiones culposas, agravadas por su
responsabilidad profesional (mala praxis), ya que al atender a la paciente
cometió un error, producto de una cirugía, al tratar de enmendarlo, tuvo un
segundo accidente y ocasionó lesiones que no reportó a otro médico, y se
registraron complicaciones que ocasionaron mayores problemas físicos.

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