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Historia

Los reinos romanos- germánicos


Todos los pueblos invasores del Imperio Romano de Occidente, considerados menos romanizados (suevos,
vándalos, alanos, etc.) como los federados (visigodos, burgundios, francos, etc.) se constituyeron en reinos. En
éstos se creó una nueva civilización occidental heredera a la vez de Roma y de los germanos. Surgen así las
monarquías germano-cristianas.
Estos reinos eran gobernados, generalmente, por monarquías electivas en las que los reyes gozaban de poder
absoluto. Estos no tenían residencia fija, ni corte y apenas burocracia, por lo que intentaron mantener la
Hacienda, la Justicia y parte de los usos administrativos romanos, así como su Derecho.
Los reyes sólo contaban con el producto de sus tierras para mantener al ejército y a los funcionarios. Por esta
razón, tuvieron que permitir que los nobles ejercieran el gobierno de sus propios dominios.
Entre los siglos VII y VIII, se empezó a configurar entre las monarquías germánicas una sociedad jerarquizada,
basada en las relaciones personales.
Para obtener el comitatus, es decir, la lealtad y la devoción personales de sus nobles, los reyes germanos les
repartieron oro y tierras. Esta nobleza se adueñó de los territorios a medida que se iba debilitando el poder real.
Entre los pueblos germánicos que se establecieron en el antiguo Imperio Romano estaban: los vándalos, que crearon
un reino independiente en África; los visigodos crearon otro en la Península Ibérica con capital en Toledo (526 – 586),
mientras que los suevos terminaron instalándose en Portugal y Galicia. Los ostrogodos organizaron un poderoso reino
en Italia. Los francos y burgundios pelearon por la zona de la Galia, hoy Francia. Los francos terminaron imponiéndose
sobre los árabes y burgundios. Los anglosajones, instalados en Gran Bretaña, formaron siete reinos, la denominada
heptarquía anglosajona, en guerra permanente.
A pesar de las invasiones bárbaras, la civilización y las costumbres romanas se mantuvieron. Por lo tanto, una vez
pasados los años turbulentos de los asentamientos de los distintos pueblos, se intentó reconstruir el Imperio Romano
en la Europa Occidental.

El Imperio Carolingio
De todos los reinos romanos germánicos constituidos a lo largo de los siglos V y VI, sólo uno permaneció en el siglo
VIII: el reino franco. Fuera de los límites de este reino, cabe destacar la Inglaterra anglosajona, el reino de los
lombardos en Italia y la dominación musulmana en la Península Ibérica.
En el reino franco, los últimos reyes de la dinastía merovingia fueron tan débiles que se vieron dominados por sus
mayordomos de palacio. Uno de ellos fue Carlos Martel, que obtuvo una gran victoria al derrotar a los musulmanes en
el 732 en la batalla de Poitiers. El prestigio de Carlos Martel permitió a su hijo Pepino el Breve de deponer al último
rey merovingio y, con la ayuda del Papa, ser reconocido rey de los francos. A cambio, Pepino conquistó territorio a los
lombardos en Italia y lo entregó al Papa. Ello supuso el nacimiento de los Estados Pontificios.
El hijo de Pepino, Carlomagno (768 – 814), que significa Carlos el
grande, es una de las grandes figuras de la historia. Se propuso
restaurar el Imperio Romano de Occidente y para ello llevó a cabo
numerosas campañas militares con la intención de formar un vasto
Imperio. Otros de sus objetivos fueron fomentar la fe cristiana e
impulsar el florecimiento de las artes y el resurgimiento cultural, en el
denominado renacimiento carolingio.
Carlomagno llevó a cabo diversas conquistas que extendieron los
dominios del reino franco. El Imperio Carolingio, que comprendía
buena parte de Europa, se dividía en provincias, al frente de las
cuales estaba un conde nombrado por el monarca. Carlomagno se
preocupó, además, de defender las fronteras de su Imperio, para lo
que creó territorios fronterizos a los
Coronación de Carlomagno como
Emperador

que llamó marcas, bajo el control de un marqués. Estas regiones estaban controladas por numerosos castillos.
La Iglesia, unificada y fortalecida, asumió la conducción moral y
espiritual de la sociedad y, respaldada por el emperador,
emprendió la tarea de restaurar la cultura romana. Los monasterios
creados por Carlomagno fueron centros de evangelización y aliados
de la política imperial. Además, el emperador impulsó la apertura
de escuelas para la formación de funcionarios y obispos que
colaboraran en el ejercicio del poder centralizado.
El mayor obstáculo que debió soportar Carlomagno fue la escasez
de recursos. Su imperio carecía de un sistema eficiente para cobrar
impuestos y el Estado contaba, principalmente, con los ingresos
provenientes de las propiedades del emperador.
Para hacer efectiva su autoridad, Carlomagno pasaba la mayor
parte del año recorriendo sus dominios. Así, podía controlar a los
condes y marqueses e imponer su autoridad si era necesario.
Además, exigió a todos sus súbditos un juramento de fidelidad.

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