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de Morgenstern
Portadores de muerte
Ricardo Segura
© El Bestiario de Morgenstern. Portadores de muerte
Primera edición, diciembre de 2023
D.R. © Reverberante
Framboyán 46, col. Arboleda Chipitlán, Cuernavaca, Morelos
s.e.reverberante@gmail.com
5560039338
www.reverberante.com
Diseño de portada: Sura Sánchez
Ilustraciones interiores: Marisa Olvera "RacconMage"
Cuidado de la edición: Irma Herros y Alejandra Martínez
Coordinación editorial: José Luis Zapata
ISBN: 978-607-69545-0-8
Impreso en México
Acto 1
Orrgash kor
Capítulo 1
Un nuevo mundo
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Portadores de muerte
hasta nuestra fortaleza en Nark saa Shtun. Se nos ha dicho que usted sería
aquel que nos liberaría de este infierno. Por favor, venga con nosotros, tiene
que ayudarnos, por lo que más quiera. Cuando lleguemos a la fortaleza, los
hermanos le resolverán cualquier duda que tenga.
Mi hermano, Jurgen, acababa de entrar desde el portal en ese ins-
tante, se suponía que él sería el último en pasar. Lucía desorientado: efectos
secundarios de cruzar una puerta dimensional. Cuando creí que ya habían
entrado todos, vi que detrás de Jurgen cruzaba velozmente, casi tropezán-
dose, un chico delgado, moreno y con un cabello desordenado que le lle-
gaba un poco más arriba de la nuca. Entre las filas de los Cazadores se
encontraban muchos jóvenes huérfanos que intentaban recuperar sus vidas
con nosotros como su nueva familia. Eran entrenados por los maestros de la
orden en las artes de la guerra, pero otros no tan habilidosos con las armas
preferían seguir mis pasos. Para ellos, yo fundé una nueva rama en nuestra
organización: los Exploradores. Como su nombre lo indica, estas personas
irían por el mundo acompañando a los Cazadores en una larga misión para
registrar a toda criatura que se encontraran en su camino, fuera letal o no.
Ese chico de 16 años que vi cruzar el portal se llama Khaled. Fue enviado
a nuestro cuartel general en París hace ya bastantes meses, por uno de los
Eruditos de África cuyo nombre es Naim. Según lo que el niño me contó,
su maestro le enseñaba sobre los monstruos a partir de las experiencias de
las personas del mundo que se toparon con ellos. Resulta que los Eruditos
tienen a los «Buscadores de recuerdos»: personas entrenadas por Cazado-
res en el arte del Dokkur para introducirse en las mentes de los cadáveres
con ayuda de poderosos símbolos rúnicos, para así ver con sus propios ojos
lo que los muertos vivieron. Justo como lo hizo Elliot en la pirámide de
Guiza con el Demente. Viajan por el mundo buscando estos recuerdos para
transmitir a los Eruditos sus hallazgos y así engrosar los conocimientos de
estos brillantes hombres.
Cuando conocí a Khaled, lo recibí personalmente con los brazos abier-
tos en agradecimiento a la enorme ayuda que el Erudito Abdul me proporcio-
nó cuando me dirigía a la gran pirámide de Guiza. El chico era muy amable,
tímido y cariñoso, me atrevería a decir que incluso blando, demasiado como
para llegar a ser un Cazador o incluso un Explorador. No sabía qué hacer con
él. Traté de entrenarlo con la espada, pero no daba la talla. Su resistencia física
tampoco era sobresaliente. Lo único en lo que podía presumir un desempeño,
al menos promedio, era en el aprendizaje y el uso de los símbolos rúnicos.
Ordené que Khaled fuera enviado a Uxmal para continuar enseñán-
dole sobre los monstruos y practicar el uso del Dokkur, y porque me pidió mil
veces que lo llevara a conocer el portal, pero jamás le ordené que viniera al
mundo de los monstruos. Sé cómo es, y creía saber por qué entró sin permiso.
Más tarde hablaría con él.
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Cuando era pequeño, añoraba vivir el día en que la humanidad pudiera co-
lonizar la galaxia. Viajar a otros mundos como un simple turista y pasar unos
meses en esos destinos alienígenas me ilusionaba bastante, sin embargo, en el
fondo resultaba ser uno de esos sueños que creía que no podrían cumplirse.
¿Quién iba a decir que la vida daría un giro tan brusco que me permitiría
viajar a otro planeta en algún punto del universo? Lamentablemente las cir-
cunstancias son, cuanto menos, indeseables. Cuando imaginaba estos viajes,
me pasaba horas suponiendo cómo serían las criaturas y las plantas de esos
mundos. ¿El aire tendría un gusto salado?, ¿el viento olería dulce?, ¿el cielo
sería claro u oscuro?, ¿habría dos soles en el cielo? Las preguntas daban vueltas
en mi mente una y otra vez, y ahora que estoy en este planeta, me doy cuenta
de que… no es tan diferente al nuestro. Salvo que el sol es más grande y rojizo,
lo demás es muy similar. Por supuesto que en cuanto a la vegetación y la fauna
hay muchas cosas extraordinarias, pero el agua, el aire, la gravedad… Todo
resulta casi igual, lo cual tiene sentido, supongo, porque hasta donde sé, las
condiciones para que se mantenga la vida en un planeta son muy delicadas:
acerca el sol unos cuantos millones de kilómetros o quita la luna, y tendrás
un precioso apocalipsis que haría ver a las más dramáticas películas del tema
como simples cuentos infantiles.
El camino a la fortaleza no fue nada fácil: cruzamos montañas y pasajes
secretos entre ellas, recorrimos estepas con vegetación muerta y paisajes roco-
sos. Por el desconcertante parecido con la Tierra, había momentos en los que
casi olvidaba que estaba en otro mundo, sin embargo, todo se volvió de nuevo
una ola de confusión e impresión cuando, varias horas después de que parti-
mos, vi la primera luna de este planeta. Sí, la primera luna; tienen dos satélites
naturales. Por su posición en el firmamento, la primera luna funciona como un
poderoso espejo que refleja la luz roja del sol, lo cual tornaba de un muy tenue
brillo carmesí todo a nuestro alrededor. Después de diez horas de esta «noche»
inicial, vino la segunda hora nocturna a la que yo ya estaba acostumbrado;
una oscuridad casi total, sino fuera por la leve luz blanquecina de la siguiente
luna que guiaba nuestros pasos. Según mis cálculos posteriores, los días en este
mundo duraban unas 30 horas.
Como dije, la travesía, aunque se mostró escalofriantemente cauti-
vadora cada segundo, fue muy pesada; pero aproveché cada momento de
descanso para interrogar a Rahim sobre él, su gente y sobre este mundo.
Mi cabeza era ahora una biblioteca vacía que esperaba ser llenada e ilus-
trada con libros repletos de toda la información que recolectaba visual y
empíricamente. En una de las paradas que hicimos, le pedí a Rahim que
me contara acerca de su origen: ¿de dónde vienen?, ¿cómo es que había
humanos en este maldito planeta ¿, ¿cómo habían sobrevivido todo este
tiempo? Si yo no hubiese vivido tantos horrores, sus respuestas me hubieran
llevado directo a la locura.
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