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Resumen
La reestructuración conceptual en el Arte contemporáneo trajo consigo una
serie de problemáticas que son producto de varios siglos, desde la obra
como objeto de culto hasta el corporativismo generado a partir de los nuevos
modelos económicos con políticas cada vez más agresivas para el factor
humano. Las masas cumplen un papel fundamental a la hora de fundamentar
la contemporaneidad en un sinfín de parámetros y estándares muchas veces
indefinibles, sin embargo, existentes. Enfrentar la realidad de la estructura
del Arte en su contexto social es de vital prioridad para poder definir dichos
estándares que delimitan consecuentemente el comportamiento de los
artistas con el medio y con su propio profesionalismo, cuestionando la
validez que puede llegar a tener la justificación conceptual congruentemente
con las acciones que se realizan en una especie de moralismo ideológico y
propagandístico. ¿Cualquier práctica que se haga en nombre del Arte puede
ser justificada?
Palabras clave
Ideología.
Crítica.
Cultura de masas.
Valoración.
2
Introducción
En la integración artística del siglo XXI existen cuestionamientos acerca de
lo que es el Arte Contemporáneo y su estructura formal. Dicha integración
se encuentra muchas veces en la práctica de la labor social e incluso
humanitaria del Arte, constantemente contradictoria a los discursos
impositivos que puede llegar a plantear un artista. ¿Quién valida estas
prácticas? ¿Quién les ha dado ese derecho? En la práctica social no puede
decidirse un planteamiento teórico como una especie de determinismo
religioso, muchas veces englobado en la razón y su despliegue lógico,
porque eso logra únicamente el desplazamiento de minorías categorizadas y
marginadas, que, si bien aportan al discurso de lo diferente, se agotan a sí
mismas en el respeto, afluente de la llamada “libertad” de expresión. No
puede existir una diferencia en un todo homogéneo (uno).
El deber ser, que se suma a la nueva ética de lo artístico, su sobre-
categorización, no es más que la misma fuente de renovación simbólica de
la imagen, sin una verdadera renovación artística, y si Hegel (siglo XVIII)
se atrevió a plantear el fin del arte, es porque han existido motivos para
cuestionar su movilización y enfoque. El arte está condenado a desaparecer,
al menos en su propia motivación práctica y su constante preocupación llena
de presunciones sobre sí mismo. Lo que parece su finalidad estética de
liberación, es en realidad su propia cadena.
Danto (1964) hablaba de la supuesta democratización de la obra, del objeto
artístico, pero cuando se plantea al artista como principal ejecutante del
objeto e incluso del pensamiento, se echa a cuestas una responsabilidad;
tiene un nombre para recordarse y es dicho nombre lo que forma a la obra
como valor de pertenencia que invalida por completo esa democracia.
Dichas obras se presentan en su mayoría al público (en cuanto a museos y
galerías se refiere), pero es hecho de burla y se muestran casi
peyorativamente a las masas como un producto de determinado consumo.
Todas estas prácticas indican que no hay un Arte que reconocer, solo existe
la figura del artista y un puñado de objetos sin valor social, aunque de
política rebosan, y vanaglorian esa figura heroica despojada de una
motivación personal: el artista contemporáneo.
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