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David, el rey según el corazón de Dios: Lección 08 del curso historia

de la salvación

Abajo del escrito el audio de esta lección

Esta lección nos ayudará a tomar conciencia de la


gran debilidad y flaqueza del hombre. La historia de la
salvación nos mostrará también que aun los grandes
ante Dios, como el rey David, son objeto de fracasos y
graves pecados. Pero ante este cuadro realista y triste
brilla la misericordia de Dios que está más atento, en
levantar al hombre de sus caídas que en señalar
culpables.
Empecemos nuestra lección haciendo esta pequeña
oración: «Permítenos, Señor, entrar en el misterio de
tu amor y misericordia, para junto con todos los
bienaventurados cantar tus maravillas al mundo.
Amén». (Ave María y Gloria).
Recordatorio de la lección anterior:
Después de las duras luchas y sufrimientos el pueblo
de Israel llegó a la tierra prometida. Comparábamos
que del mismo modo, el cristiano tiene que luchar y
sufrir para alcanzar la patria celestial. Una vez que
llegó a la tierra prometida el pueblo se olvidó de Dios y
experimentó el azote de los vecinos que querían
explotarlo y oprimirlo. Dios en su infinita bondad
suscitó a los jueces con la misión de sacudir al pueblo
de sus opresores.
Los jueces son estos líderes dotados de algún don
especial que Dios suscita para ayudar al pueblo.
Analizamos el caso de Sansón al que Dios regaló el
don de la fuerza física para derrotar a los filisteos. No
obstante, Sansón en lugar de ayudar a su pueblo
perdió tiempo haciendo alarde de su fuerza y
dejándose llevar por sus pasiones. Tal actitud nos
hacía reflexionar cómo ponemos en servicio los dones
que Dios no ha dado y cómo influyen nuestros
defectos en la misma misión.
Al final, Sansón pudo realizar a medias la misión
confiada, dejándonos como ejemplo que si no hay
entrega absoluta a Dios nuestras fallas impiden el
servicio y poco se puede hacer para ayudar a tantos
hombres oprimidos por el vicio y el pecado.
EL PUEBLO PIDE UN REY
1Sam. 8, 5-22
El pueblo se ha cansado de ser dirigido por el anciano
Samuel y quiere tener ahora, como los pueblos
vecinos un rey para que los gobierne. En cierta forma,
el pueblo no rechaza a Dios, sino que se da cuenta de
la necesidad de un rey que con brazo fuerte unificará
al pueblo dividido y lo encaminará a la prosperidad.
Dios nuca se niega al progreso del hombre y va a
concederle este petición. Pero antes, le advertirá las
desventajas del gobierno humano: Primeramente al
cerrarse a los consejos divinos, el gobernante se
convierte en tirano que oprime y toma por esclavo al
pueblo. Es una experiencia que se comprueba en la
historia los sistemas totalitarios, como el comunismo
que desarraigan la religión y acaban, con libertad e
iniciativas personales, se convierten en organizaciones
destructoras de los derechos humanos. Así es, en
efecto, descansar nuestra responsabilidad personal en
otro suele tener caras consecuencias. Una política de
pocos crea una dictadura que no deja campo para
Dios. Bien lo decía Gandhi «una política sin religión es
una porquería». No obstante estas advertencias el
pueblo quiso tener un rey para que lo encabezara en
los combates y peleara por él.
1Sam. 9, 11-27; 10,1-3
Saúl era un muchacho pobre y sencillo que buscaba
las burras extraviadas de su padre, cuando fue
llamado por Samuel para ser ungido como rey de
Israel. Desde aquel día, el espíritu de Yahveh
permaneció en él y condujo al pueblo a numerosas
conquistas. Grandes fueron las victorias que Saúl
obtuvo porque se mostró dócil y obediente a los planes
de Dios.
Con el reinado de Saúl, el pueblo de Israel comienza
una nueva etapa en su historia. El profeta Samuel
representaba la tradición antigua, por ello rechazaba
esta forma de gobierno, que aparentemente negaba a
Dios. En cambio, los reyes, representan la iniciativa del
hombre para lograr una forma más justa de gobierno.
Pero para evitarle un fracaso al pueblo, Dios va a
reservar el derecho de elegir al rey de acuerdo a su
corazón y gran sabiduría.
La humildad va a ser el criterio que Dios utiliza para
elegir sus representantes, pues es la virtud que ayuda
el hombre a sentirse poca cosa delante del poder de
Dios que realiza grandes prodigios. El hombre humilde
es aquel que está dispuesto a, sin condiciones, a
cumplir fielmente los planes de divinos; lo dice el
cincelazo 347: «El humilde está abierto a la mirada del
Señor y goza de su ayuda. El soberbio se cierra a su
mirada y es impotente para hacer el bien».
Por ello, cuando Saúl se olvida de Dios y se deja
dominar por el orgullo y la soberbia, deja de ser un
instrumento de servicio. Su pecado consistió en
desconfiar del poder de Dios que lo llevaba a la victoria
pues, ante la presión de muerte de los filisteos se dejó
llevar por criterios humanos y acabó por convertirse en
el primer obstáculo de las conquistas de Israel (cfr.
1Sam 13, 5- 14). Con todo esto, a pesar de ser el rey,
Dios le retirará su favor y buscará a otro para
proclamarlo rey.
EL REY DAVID
1Sam. 16, 7-13
Este texto que nos relata la elección de David nos
descubre la manera de Dios para elegir a los suyos.
En varios detalles notamos que Dios elige «lo poco»
para hacerlo valer delante de los hombres. Jesé y su
hijo David son pastores de un pequeña tribu y viven en
el pueblito de Belén. David es el hijo menor de Jesé,
aparentemente el menos apto para la misión de rey.
¡Pero Dios no se fija en esas cosas! El conoce bien lo
que elige para llevar a cabo su obra. San Pablo nos
dirá más adelante que «Dios escoge a los que en el
mundo no tienen importancia, son despreciados, de
modo que nadie puede sentirse orgulloso delante de
Dios» (1 Cor 1, 28). Dios no juzga las apariencias sino
el corazón del hombre. El v. 7 recalca la idea «Yahveh
mira el corazón».
1Sam.17, 26-47
Una vez ungido rey de Israel, David lleno de la fuerza
de Dios decidió enfrentar al terror del pueblo: El
gigante filisteo Goliat. Se dispuso a pelear armado
solamente de las fuerzas de Dios, seguro y confiado
en que Él le daría la victoria.
En el v. 45, encontramos todo un programa de vida
para enfrentar a los enemigos de nuestra vida
espiritual: «Tu vienes a pelear conmigo armado de
jabalina, lanza y espada; yo en cambio, te ataco en
nombre de Yahveh, el Dios de los ejércitos de Israel».
David alcanzó la victoria no por sus propias fuerzas,
sino porque confió en el poder de Dios y de ahí en
adelante la victoria siempre será de los débiles que
confían en Dios.
El primer paso que debe dar el cristiano para superar
al enemigo es reconocer la superioridad de éstos y
nuestra poca fuerza para enfrentarlos; de ahí nace una
urgente necesidad de Dios. En esto consiste la
verdadera humildad: Aceptar nuestra debilidad y
flaqueza para que pueda actuar en nosotros la
omnipotente fuerza de Dios. Los Alcohólicos Anónimos
han descubierto que para poder salir de su
enfermedad es indispensable primeramente, aceptar
su debilidad y reconocer su incapacidad para salir de
este mal, para posteriormente confiar en Dios de quien
viene la fuerza para superar lo que es aparentemente
invencible. Entre más confianza se tenga en el Señor
más, seremos testigos de sus victorias. Seremos como
David que con decisión empuñó la espada en nombre
de Dios y cortó la cabeza de Goliat.
Pensemos en este momento, en todos nuestros
fallidos propósitos de acabar con nuestros principales
defectos; en nuestro desánimo por no superarlos.
Quizá es porque no hemos confiado lo suficiente en el
poder de Dios y hemos creído vencer con nuestras
propias fuerzas. El cincelazo 295 nos resume esta
idea: «El presumido y confiado va hacia el fracaso; el
humilde y sencillo camina hacia la victoria». Si cada
vez que nos confesamos nos sentimos, «discos
rayados» repitiendo lo mismo de siempre es porque no
hemos hecho la experiencia del infinito poder de Dios
que puede hacer un santo de un pobre pecador.
1Sam. 17,48-51
El triunfo de David sobre el gigante filisteo demuestra
que la victoria es de los que confían en Dios. Es con
ese ánimo y decisión con el que debemos enfrentar el
pecado y la tibieza. Santa Teresa afirmaba que para
vencer al mal y perseverar en el bien hace falta una
determinación que se nutre de la idea fuerza: «Sólo
Dios basta para vencer».
1Sam. 18, 10-11
Después de su grandioso triunfo sobre Goliat, David se
ganó el aprecio y la simpatía de todo el pueblo, lo que
ocasionó la envidia de Saúl que era todavía rey de
Israel: Aunque David ya había sido ungido en secreto.
En lecciones anteriores hemos hablado sobre la
envidia diciendo que es un mal deseo de poseer los
bienes del prójimo; en este caso Saúl sintió que David,
más fuerte y famoso le robaba la popularidad que le
correspondía a él como rey. Desde ese momento, se
amargó la existencia pensando cómo aniquilarlo. Lo
dice el cincelazo 873: «La envidia roe y corroe la raíz
de la vida y termina apagándose».
2Sam. 6,14-15
A la muerte de Saúl (1Sam 31) David fue proclamado
oficialmente rey de Israel (2Sam 5, 1-4). Contaba con
asistencia divina en todas sus empresas y encabezó al
ejército en numerosas batallas. Era el escogido de
Dios que vino a unir al pueblo dividido y ser el centro
visible de su presencia entre los hombres.
Una frase de la Biblia sintetiza la personalidad de
David «Yahveh está contigo» (2Sam 7, 3) De ahí se
explica su fe y su piedad, su celo por el arca y el culto
su éxito en todo lo que se proponía. Pero su verdadera
grandeza consiste en su profunda confianza y fidelidad
a Dios derivada de la unción de Yahveh. ¡Es el hombre
según el corazón de Dios! (2Sam 24, 14). Al mismo
tiempo su presencia convierte a Jerusalén en la ciudad
de David, ciudad santa signo de la presencia divina.
La fidelidad probada de David es recompensada por
Dios con una promesa de alianza perpetua con su
descendencia. Un trono perpetuo de la familia de
David iba a estar siempre ante la vista de Dios. Un
«hijo de David» iba a prolongar su reinado. De este
modo David es un eslabón muy importante en nuestra
historia de salvación. Recordemos que Jesús, por la
familia de José, es auténtico hijo de David y María con
razón, será llamada «Torre de David».
2 Sam 7, 14 - 15
Una de tantas cualidades del rey de Israel era su
alegría. La convicción de la presencia divina en el arca
le proporcionaba salud y gozo. David es el poeta
músico de Dios que bailaba con todas sus fuerzas
pues sabía que todo es poco para manifestarle a Dios
su agradecimiento.
Esta actitud del rey David nos hace revisar nuestra
oración y nuestra participación en los sacramentos.
¿Nos llena de gozo recibir los sacramentos?
Recordemos que la alegría verdadera es fruto del
encuentro con Dios; es impensable y absurdo que
haya cristianos tristes y vencidos. El hombre de Dios
como David es un hombre alegre por excelencia. San
Felipe Neri y Santa Teresa coincidían en decir que «la
tristeza es el triunfo del maligno» y San Ignacio de
Loyola afirmaba: «Donde reina la alegría allí reina Dios
y donde siempre hay tristeza con seguridad está
Satanás».
EL PECADO DE DAVID
2 Sam 11, 1 -17
Estando David en el culmen de su reinado y gozando
de fama, poder y la bendición divina, vino a caer en un
gravísimo pecado. Todo esto ha quedado en la historia
como una prueba de que aun los grandes ante Dios
cuando se descuidan, tienen sus tropiezos.
Sucedió que un año «en el tiempo que los reyes salen
a campaña» David no salió, prefirió quedarse en el
palacio, en lugar de salir a ganar conquistas para su
pueblo como dice el dicho «se durmió en sus
laureles». La Escritura destaca que una tarde después
de haberse levantado de la siesta, se paseaba por la
terraza del jardín, cuando vio una mujer muy hermosa
que se bañaba, la mandó traer y se acostó con ella
dejándola embarazada. Para cubrir su falta y no
quedar desprestigiado mandó eliminar al marido de
esta mujer, haciéndolo poner en la primera línea de la
batalla para que lo mataran. Su acción reprobable no
quedó sólo en adulterio sino que llegó al asesinato
¡Qué bajo había caído el rey David!
Analizando el hecho, fácilmente podemos concluir que
la causa del pecado de David fue la pereza. Un sabio
dicho nos dice que la pereza es la madre de todos los
vicios. El incumplimiento de nuestras obligaciones, la
irresponsabilidad y la mediocridad de vida son la ante
sala de fallas más graves. «El ocio es el campo de
batalla donde siempre gana el demonio» (czo. 887).
Otro principio de la vida espiritual que aprendemos de
este hecho, nos dice que un pecado nos conduce a
otro pecado. Sino decidimos cortar de tajo una
situación pecaminosa caeremos, irremediablemente en
una más grave. El demonio está al acecho, como león
rugiente y espera un descuido para colarse en nuestra
vida y llevarnos al fracaso (cfr. 1Pe 5, 8- 9).
2 Sam. 12, 1 - 9
El pecado de David quedó oculto a los ojos de los
hombres pero no a los de Dios, quien valiéndose del
profeta Natán le descubre la gravedad de su falta. La
historia sencilla que plantea Natán a David es
suficiente para hacerlo volver a su identidad de ungido;
rápidamente se da cuenta que ha ofendido a Yahvéh.
La pereza que ocasionó su pecado le había hecho
perder su pureza de corazón y su justicia para con el
prójimo. La palabra de Dios que habla el profeta le
hace cobrar conciencia de la gravedad de su pecado;
le proporciona un juicio sereno sobre su actitud y lo
invita al arrepentimiento.
EL ARREPENTIMIENTO
2 Sam. 12, 13
David es el modelo del pecador arrepentido pues
reconoce humilde y responsablemente su culpa. La
actitud de Dios es, sin artificios, la que todo pecador
espera de un padre misericordioso. Dios se define
como un amor sin límites que siempre busca al
hombre para que éste se vuelva a su lado. Por ello no
obstante, la magnitud del pecado de David (y aunque
hubiera sido mucho peor), lo perdona porque ve en él
un arrepentimiento sincero.
No hay pecado tan grande que Dios no pueda
perdonar porque su misericordia siempre rebasa
nuestro entendimiento. Hay muchos cristianos que no
se acercan a esta reconciliación divina porque piensan
que sus faltas son tan grandes que no alcanzan
perdón; o quizá creen que Dios los está esperando
para cobrarles en justicia las ofensas. Otro gran
número de personas prefieren seguir en su actitud de
pecado pues no están dispuestas a cambiar. ¡Con
tristeza nos damos cuenta que no han experimentado
la misericordia de Dios!
El conocimiento de la infinita misericordia de Dios
anima a quien se siente pecador a acercarse a Él, con
toda confianza de ser perdonados y, al mismo tiempo,
como David, a no hacer las paces con nuestros
defectos que no se ajustan a la grandeza de este
mismo amor. Su compasión y generosidad nos hacen
postrarnos hacía Él y confesar nuestras miseria
pidiéndoles ayuda para nunca volverlo a ofender.
Santa Teresita del Niño Jesús muy segura de la
misericordia divina se repetía constantemente «si yo
cometiese todos los peores pecados del mundo no me
detendría en el curso de mi carrera, con el corazón
roto por el arrepentimiento iría a echarme en los
brazos de Dios segura de su perdón».
1Re. 3, 9 - 14
A la muerte de David, su hijo Salomón fue nombrado
rey de Israel. Fue él magnífico gobernante de
sabiduría extraordinaria y gran diplomacia. Su época
fue la más esplendorosa de toda la historia de Israel,
bajo la cual se construyó el Templo y el reino se
extendió ampliamente.
Siendo Salomón muy joven, religioso, temeroso de no
poder guiar al pueblo, Dios le da la posibilidad de pedir
para él lo que quiera. Salomón antes de pedir riqueza,
fama, larga vida o más gloria que David, su padre;
como sería lógico pensar, sólo pidió que se le
concediera sabiduría para poder gobernar con justicia.
Dios conforme a su gran generosidad le va a dar más
de lo que pide; así que le concedió no sólo esta
sabiduría sino también prosperidad y riqueza, tanta
como no hubo nunca en Israel.
Este hecho nos recuerda la frase evangélica: «Busca
primero el reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá
por añadidura» (Mt 6, 3).Un cristiano que se empeña
en cumplir con la voluntad de Dios se confía por entero
a la providencia y nada puede faltarle. El reino de Dios
es el tesoro del cristiano, lo dice el cincelazo 1117:
«Estamos convencidos de que Cristo es nuestra
riqueza, ¿por qué andar buscando bienes efímeros
para satisfacer nuestro egoísmo?» La confianza en
Dios nos da la seguridad de alcanzar el reino de Dios
ya en ésta misma vida.
Hemos concluido nuestra lección, esperando que la
palabra de Dios que hemos reflexionado nos haga
entender, como a David la gravedad de nuestros
pecados, para poder acogernos a la infinita
misericordia de divina. Por ello recemos con devoción
el Salmo 51, atribuido al mismo David, con el que
pediremos perdón a Dios.
TAREA mandarla al correo:
tallerbiblicomsp@hotmail.com
1. ¿Cuál es el criterio que Dios utiliza para elegir a los
reyes de Israel?
2. ¿Qué enseñanza descubres en el debate que hay
entre David y Goliat antes de empezar el duelo?
3. Describe con un ejemplo cómo la envidia corroe la
existencia de una persona y la hace cometer
barbaridades.
4. ¿Cuál debe ser nuestra actitud al convencernos que
somos pecadores?

5. ¿Habrá un límite para la misericordia divina?

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