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TEXTO I
“En ninguna otra época de la historia, el hombre fue tan exigente,
exigencia que llegaba a exagerada, meticulosidad respecto al físico
de la mujer, como durante el renacimiento.
Así, para el varón renacentista, la mujer ideal debería ser rubia, de
cabellos largos y ondulados, tener ojos grandes y parpados blancos
con rojas venillas apenas visibles. Al reírse o al hablar podía
mostrar seis dientes de color marfil y ojala “sus encías no se
asemejen al terciopelo rojo”, naturalmente que estas exigencias tan
precisas dieron auge a productos tales como agua de belleza y
coloretes, llegando incluso, a pintar los dientes poco agraciados.
Así, el color de cutis “blanco vivido y cándido”, recomendado por el
escritor Firenzuola en su obra ideal de belleza femenina, fue lucido
por mujeres cuyos rasgos no concordaban con los cánones de las
exigentes florentinas.
TEXTO II
"Los bosques son uno de los recursos más valiosos de un país
proporcionan madera para las casas, pulpa para la fabricación de
papel y cartón, fibras para la fabricación de ropa, plásticos, madera,
"triplay", combustible y fruta para la alimentación.
Ofrecen refugio para los animales (pájaros y otros), trabajo para la
gente y lugares de recreo. Los bosques no solo se renuevan por sí
mismos, sino que ayudan a regular las corrientes fluviales y mejorar
la calidad del suelo.
Los bosques están a merced de varios enemigos; miles de
hectáreas de superficie cubiertas de árboles son destruidas cada
una por incendios provocados por relámpagos o por descuido de
las gentes. EI ganado, al pastar con exceso el terreno boscoso, si
pisotea las plantas jóvenes, retardan el crecimiento de los árboles;
otros más son destruidos por insectos y plagas. Para preservar y
aumentar las áreas arboladas es necesario tomar precauciones
contra incendios, luchar contra las termitas, hormigas, y otras
plagas y las enfermedades de los árboles; derribar solo aquellos
que sean adultos o estén dañados; establecer viveros nacionales o
estatales, donde se consigan plantas jóvenes; reponer los que
hayan sido talados y volver a plantar en las tierras abandonadas o
quemadas tan pronto como sea posible".
TEXTO III
En cada conversación, cada encuentro, cada abrazo, se impone
siempre un pedazo de razón. Y vamos viviendo esta terrible
armonía que pone veloz al corazón y vamos viajando en la nube de
las horas que va extinguiendo a la emoción.
TEXTO IV
“El hábito continuo de soñar despierto, suele llevar la mentira, pues
el soñador termina perdiendo conciencia del límite entre la fantasía
y la realidad; algunas veces produce visiones y extrañas
sensaciones acústicas y a menudo el soñador termina por actuar,
según los dictados que brotan de sus sueños”
TEXTO V
TEXTO VII
“Todos los vertebrados tenemos algo en común: un envoltorio -la
piel- que nos protege del medio donde se desenvuelve nuestra
vida.
Estamos tan acostumbrados a ver este órgano, que en las
personas representa el 15% de su peso, que casi no le damos
atención. Sin embargo, es el órgano sensorial primario que registra
el dolor, la presión y la temperatura, y el embalaje más perfecto que
se conoce: separa el exterior del organismo, permite que no queden
al aire los órganos internos, y los protege de las agresiones del
exterior”.
TEXTO VIII
Según un estudio, prácticamente todas las mujeres (97 %) y la
mayoría de los hombres (68 %) admiten tener antojos. El chocolate
y otras cosas dulces encabezan la lista de las mujeres, mientras
que los hombres añoran filetes jugosos o hamburguesas con queso
y todas sus guarniciones.
Al parecer, los cambios hormonales son parcialmente responsables
de que las mujeres tengan antojos. Antes de la menstruación
disminuyen los niveles de estrógeno y de serotonina (la sustancia
de bienestar producida por el cerebro), y es posible que los dulces,
la pasta y otros carbohidratos la eleven, por lo que les harían sentir
bien. De igual forma, los cambios hormonales podrían explicar el
antojo de pepinillos con helado durante el embarazo, pero no se
tienen pruebas sólidas de ello, dice la doctora Marcia Pelchat,
investigadora del Centro Monell para el Estudio de la Química de
los Sentidos, en Filadelfia.
Por otra parte, los expertos aseguran que la gran mayoría de los
antojos poco tiene que ver con una falta de nutrimentos. Es verdad
que el chocolate contiene magnesio, pero si realmente nos hiciera
falta, se nos apetecería más una ensalada verde, pues tiene más
de ese mineral que una barra de chocolate. Los antojos tampoco
están relacionados con el apetito. ¿Quién siente hambre cuando
sirven el postre tras la cena de Navidad... y quién lo rechaza?
"Cuando tienes hambre te comes lo que sea", comenta el doctor
Allen Levine, director del Centro de Obesidad de Minnesota.
Los antojos no satisfacen el hambre, pero sí nos gratifican y nos
dan placer. Si bien apenas se está empezando a comprender la
química cerebral del asunto, se ha descubierto que la textura
cremosa del chocolate puede despertar en el cerebro algo
semejante, aunque más sutil —en términos bioquímicos—, a lo que
siente un drogadicto cuando se inyecta heroína o inhala cocaína.
TEXTO IX
Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja
que tiene dos hijos, uno de diecisiete y una hija menor de catorce.
Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una
expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y
ella responde:
«No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy
grave va a suceder en este pueblo».
Ellos se ríen de ella, dicen que esos son presentimientos de vieja,
cosas que pasan. El hijo se va a jugar billar, y en el momento en
que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice:
«Te apuesto cincuenta soles a que no la haces».
Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no la hace. Paga los
cincuenta soles y le pregunta: «¿Pero qué pasó, si era una
carambola tan sencilla?».
Dice:
«Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que
me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder
en este pueblo».
Todos se ríen de él y el que se ha ganado los cincuenta soles
regresa a su casa, donde está su mamá y una prima o una nieta o
en fin, cualquier parienta.
Feliz con su dinero dice:
«Le gané estos cincuenta soles a Dámaso en la forma más sencilla,
porque es un tonto».
«¿Y por qué es un tonto?».
Dice:
«Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima
estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con
la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo».
Entonces le dice la mamá:
«No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces
salen».
La parienta lo oye y va a comprar carne.
Ella dice al carnicero: «Véndame una libra de carne» y, en el
momento en que está cortando, agrega: «Mejor véndame dos
porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es
estar preparado».
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a
comprar una libra de carne, le dice:
«Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy
grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando
cosas».
Entonces la vieja responde:
«Tengo varios hijos; mire, mejor deme cuatro libras».
Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el
carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende
toda y se va esparciendo el rumor.
Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está
esperando que pase algo.
Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace
calor como siempre.
Alguien dice:
«¿Se han dado cuenta del calor que está haciendo?».
«¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!»
Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían
instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra
porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.
«Sin embargo -dice uno-, nunca a esta hora ha hecho tanto calor.»
«Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.»
«Sí, pero no tanto calor como ahora.»
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y
se corre la voz:
«Hay un pajarito en la plaza».
Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.
«Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.»
«Sí, pero nunca a esta hora.»
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que
todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
«Yo sí soy muy macho -grita uno-, yo me voy.»
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una
carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo
viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
«Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos», y
empiezan a desmantelar literalmente al pueblo. Se llevan las cosas,
los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice:
«Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de
nuestra casa» y entonces incendia la casa y otros incendian otras
casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de
guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio
clamando:
«Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba
loca»
(Gabriel Garcìa Màrquez)