Está en la página 1de 14

1

ANA POR LA VENTANA


Un acto de arrojo femenino

Autor: Alfredo Allende


teatroallende@gmail.com / celular 15-4194-7044

Obra para una sola actriz.

------------------------------------------------------------------------------------------

1. LA FORTUNA

Ana entra a escena a oscuras, se enciende una luz sobre ella, viste
un trajecito. Hace el gesto de sostener una moneda pequeña en la
mano.

ANA: Todo empezó con esta monedita. Dorada, redonda, dura,


gastada, no sé si bonita, pero eso sí, casi sin valor para la sociedad.
Sin embargo esta piecita metálica, una verdadera aleación industrial
que habrá ido de aquí para allá pasando por mil manos y bolsillos,
me cambió la vida para siempre. Si pienso en el día en que la
encontré, me parece estar hablando de otra persona, de otra época,
de otra vida. ¿Cuándo fue? (Piensa) ¿Fue hoy? No, seguro que hoy
no fue… ¡Fue ayer, ayer mismo! Uf, cuánto tiempo…

Llovía. Yo caminaba por la calle bajo el agua, mirando la vereda y


espiando el mundo desde mis solapas. Lo mismo que he hecho
toda la vida cada vez que llueve, y cada vez que no llueve… Eran
las nueve de la mañana pero el día se puso tan oscuro que hasta se
encendieron las luces del alumbrado público. Click: “Dios no me
quiere”, pensé… Los autos, también con los faros prendidos,
pasaban salpicándome. “Los automovilistas tampoco me quieren”,
me dije. Yo me apuraba para llegar a la casa de mi mamá. Mamá es
una mujer que me quiere… a su manera. Ella es muy sana, los
análisis le dan bien, come, bebe y fuma lo que se le antoja, pero un
buen día se le ocurrió declararse enferma terminal y se metió en su
cama… hace ya veinte largos años. Mamá…
Yo había salido sin paraguas pese a la lluvia, para no olvidármelo
precisamente en casa de mamá y tener que volver a su casa a
2

buscarlo. Primero tenía que pasar por la farmacia y comprarle los


calmantes que, según ella, se le habían acabado. Y además me
apuraba para no llegar tarde a mi oficina, el lugar donde paso un
tercio de mi existencia entre gente que, sin dudas, no me quiere.

Caminé rápido, escuchando mi respiración y sintiendo mis latidos


en los oídos. Era extraño, yo ganaba metros pero a la vez me
abstraía del mundo exterior, como si me tragara con suavidad a mí
misma.
Y de pronto, ocurrió el milagro… Me detuve a mitad de cuadra para
cruzar mal, para acortar camino, para evitar el hormiguero de gente
en la esquina. O tal vez para arriesgar mi vida inútilmente… no sé…
¿Habrá sido para ponerle emoción a la mañana? La cuestión es
que me distraje. Sí, perdí la noción del tiempo y del espacio durante
unos instantes que fueron… sublimes.
Miré a mi lado buscando a mi ex marido para que cruzáramos de la
mano la avenida hasta la farmacia. Claro, él no estaba, Luis y yo
nos separamos hace ya… nos separamos en la vida anterior. Y
aclaremos que él jamás me tomaba de la mano para cruzar. Miré al
otro lado buscando la mano tibia de mi mamá… que estaría en su
cama, quejándose y maldiciéndome, por supuesto. Entonces, solita
y sola, miré al cielo que me cubría, tan negro y amenazante como
hermoso, y al bajar la mirada descubrí el río caudaloso de la
avenida delante de mí. (Épica) Allá lejos, en otro continente, la
eterna cruz de la farmacia del barrio brillaba cual faro ígneo en la
majestuosa tempestad. Y debajo de las olas que se alzaban, llegué
a divisar ese resplandor, esa lucecita vacilante en el fondo de las
aguas. La naturaleza me estaba esperando… sí, Dios me amaba
nuevamente…

Momento. No soy una mujer que toma sustancias raras ni las


conozco siquiera, bebo apenas una copa de vino –tinto- en la cena
y todo lo que compro en la farmacia es para esa señora
autoproclamada “moribunda” que tuvo a bien traerme al mundo.

Vuelvo a la costa. Todo era bruma. Arriba la tormenta, delante el


torrente furioso, y abajo mis pies aún sobre tierra firme. Sé que
sonreí, sonreí con un jadeo gozoso, que debe haber sido algo así
(sonríe y jadea)… y me aventuré. Metí un pie en las frías aguas y se
me erizó hasta el perno de la muela. Metí el otro pie, que se me
hundió hasta la ingle, y tratando de no perturbar a los peces nadé
por las indómitas aguas hasta adentrarme en la corriente. Luego
3

tomé aire y me sumergí hacia el profundo lecho arenoso del río,


donde reposaba la monedita dorada, entre algas y caracolas.

No sé cómo hizo el 124 para esquivarme. Después una señora con


su trajecito embarrado me hizo saber que con la frenada el colectivo
le había arruinado la ropa y que la tintorería le iba a salir no sé
cuánto. Escuché que me gritaban algo por la ventanilla del
colectivo, algo acerca de mi madre, casualmente… Y el colectivero,
que bajó hecho una furia, se me puso acá, a dos centímetros de mi
cara. Era un dragón que escupía fuego y más fuego, y cuando atiné
a explicarle que yo había ido por una monedita me dijo cosas
espantosas, insultos irreproducibles… que yo deseo reproducir
ahora, con algunas palabras que pueden molestar a más de uno:
(sonríe) Yo, todo este show creo que lo hago para decir estas
cosas…
Me dijo: -¿Por qué no te metés la monedita en el orto, (ríe), yegua
hija de mil putas? (Se tienta y acota) -¿Yegua yo? qué divino…
Siguió… -¿Qué me mirás con esa jeta, momia de mierda?
-Creativo. Y vino lo último:
-¡La próxima te aplasto la cabeza con las cuatro ruedas más la de
auxilio, pedazo de infeliz! (Simula el eco y repite): “Pedazo de
infeliz… azo de infeliz… eliz… liz…”
(Cambia, severa) Eso fue terrible. “Infeliz”, me dijo. Me empezó a
salir espuma por la boca, se me erizó el pelaje y me crecieron uñas,
y cuando abrí mis fauces para clavarle los colmillos en la yugular…
él ya se había ido con su colectivo.

Infeliz… Me quedé llorando de impotencia. Infeliz… Lloré un buen


rato ahí parada en medio del temporal, aferrada a mi monedita.
Infeliz… Y todo esto bajo el agua… Cuando se me acabaron las
lágrimas y los mocos, entré en un estado raro, nuevo, diferente. Un
estado de levedad, un estado místico, de revelación, ¿de santidad,
tal vez?
Claro, mujer quieta-moneda-en-mano, se me acercó un pibito de la
calle y me pidió “una” moneda. Un niño desamparado bajo el diluvio
pidiendo limosna a una santa mujer, a una mártir flagelada, a una
beata inmolada... Qué tonta, casi le doy la moneda. ¡No! Le di un
beso y le dije que ni loca se la daba. “¡Loca!”, me gritó después del
beso, y se limpió la mejilla. Maleducado…

Yo no estoy loca. Tampoco estoy muerta. Pero empecé a


sospechar que hasta ese momento yo no había vivido sino que
4

había sobrevivido a mí misma, y que si seguía así muy pronto iba a


terminar como… (prefiere no completar la frase, guarda la moneda)
Qué alegrón. Por fin yo era feliz. Era feliz al saber que era tan pero
tan infeliz. Y además, tenía mi monedita…

2. EL PALACIO

Yo siempre fui “Ana”, y desde hoy me llamo al revés, o sea, “Ana”,


pero con las dos A invertidas. Sí, ya sé, suena parecido, pero
bueno, yo me entiendo. Soy Ana y esta es mi casa. (Señala el
espacio) ¿No es una belleza mi casa? Hay luz, espacio,
comodidades… (señala la silla, le quita el polvillo y se sienta
majestuosa) Este es mi lugar favorito en la casa. Desde acá, el
mundo es mío…

Luis contaba que según Napoleón, por el solo hecho de sentare se


pasa de la tragedia a la comedia. (Ríe) Me río porque era tan bajito
-Napoleón- que viviría sentado… Y también me río porque tiré todas
mis cosas a la basura. ¡A la basura, no! Tiré mi casa por la ventana,
y me guardé esta silla. ¿Cuándo fue que mandé todo al cuerno? Uf,
hace siglos: ayer a media mañana. Justo cuando volví de la calle
con ese pasado de infelicidad grande como la cara del colectivero.
En ese momento, me empecé a deshacer de mis pertenencias.

Ayer fue un gran día, noté que mi felicidad estaba al alcance de la


mano… (saca la monedita del bolsillo) Claro que todavía era muy
pequeña esa felicidad, y competía contra gigantes del tamaño de
mis recuerdos, mis relaciones anti-felices (cuenta para sí con los
dedos de la mano)… e incluso de mis objetos.
Claro, lo de los objetos lo arreglé bastante rápido. Pum, afuera.
Pero los recuerdos y las relaciones anti-felices…
Veamos. Ayer, en el afán de corregir toda mi vida de un plumazo,
cometí los errores clásicos de una mujer-común-aspirante-a-mujer-
feliz. Ahí van los errores: nunca llegué a la casa de mi madre.
Después de aquellos insultos tan edificantes del colectivero, me
subí el abrigo sobre la cabeza como una caperucita y me desvié del
camino. La farmacia quedó lejos… caminé mirando los frentes de
los negocios, las ventanas de las casas, los árboles chorreando
agua… me parecía que ellos nunca habían estado allí, tan grandes,
tan quietos y callados, tan reales…
Y al caminar pasé por la librería de mi barrio, que tiene en la vidriera
unos libros de autoayuda amarillentos, están ahí desde hace años.
5

A esos sí que los he visto antes: todos los días de mi vida he


pasado ante esos libros deteniéndome a mirarlos. Nunca me había
atrevido a entrar, menos a comprarlos, ni siquiera a hojearlos. Creo
que yo los fui poniendo amarillos de tanto mirarlos fijo.
-¿La felicidad estará allí dentro, -yo me preguntaba-, en un tamaño
de… (mide con sus manos) veinte por quince por tres centímetros?
¿Estará la gran receta en esas cajitas felices? Mi infelicidad me
impedía saberlo. Pero ayer, empapada e insultada, con los ojos
rojos por el llanto y en pleno arrebato espiritual entré y le dije al
librero:
-Me llevo los libros de la vidriera, hermano.
Los traje a casa, eran tres. Abrí el primero y leí una frase al azar:
“Para el mundo, puedes ser alguna persona, pero para alguna
persona, tú eres el mundo”.

Ring, sonó el teléfono… ¡Sincronicidad! ¿Quién era? -Sí, mamá,


cómo estás… (Aclara) -Claro, para mi madre, yo soy el mundo…
-¿Cómo querés que esté, desconsiderada? –fue su respuesta.
No tenía más ganas de ser su mundo ni su luna ni su agujero negro.
Como no podía arrojar a mamá por la ventana, arrojé lo primero que
tenía a mano: el libro. En serio, arrojé el libro por la ventana desde
acá mismo. Y lo emboqué. Y me gustó…
Mamá al teléfono me dijo que sin los calmantes el dolor superaba
sus deseos de vivir, que peor que ese dolor físico era el dolor de su
alma por mi abandono, que sólo la muerte podría liberarla de su
estado de postración y que… ¡tac! Arranqué el teléfono con cable y
todo. ¡El cordón umbilical, qué metáfora! Lo golpeé contra el piso,
así (muestra), pum pum, sin rabia excesiva, como para estropearlo
nomás. Lo dejé sin tono, sin voz, sin vida… ¿Maté a mamá?
Sonó mi celular. –No, mamá es inmortal –me dije. Sorpresa: era mi
jefe, desde el trabajo. “El hombre es lobo del hombre” decía mi ex.
Y este lobo que tengo por jefe suele rondar por mi comarca,
hambriento y feroz. Llegué a escuchar algo como -…¿A qué hora
piensa usted dignarse a cumplir con su obligación de presentarse
en su puesto de trabaj…? -En vez de la ventana opté por la cloaca.
Con toda delicadeza dejé caer mi celular en el inodoro.
¡Nunca pensé que el noble inodoro podía servir también para estos
menesteres! Mientras el agua de la cadena –una vez más el agua
en mi vida– se llevaba el celular, me acordé de algo: el día que me
separé de mi ex marido yo no tiré mi alianza, como hacen todas.
No, si yo nunca usé alianza. Yo fui hasta un puente con mi agenda
y la dejé caer al agua. En este caso, “agua” es un decir… Puedo ver
todavía aquellos círculos expandiéndose en el líquido pestilente del
6

Riachuelo. Mi agenda cayó cerradita, escuché el “plaf” y ese puntito


apenas visible se transformó en órbitas que se abrían más y más
hacia el infinito…
Qué belleza -pensé aquella vez- soy mi agenda y me estoy
hundiendo en la mierda… Ahora me espera la felicidad...

Ilusa. Retomo. Insisto. No haber ido a lo de mamá fue errado. La


conducta impecable de esta nueva Ana consistía en ir, llevarle los
calmantes, escuchar sus lamentos, hablar del mal tiempo, compartir
una copita de jerez con ella y luego retirarme en paz. Difícil. Lo dejo
para la próxima… Para la próxima vida, quiero decir.

(Pausa, piensa) Eh… Ahora creo que también me equivoqué con


los libros. No por la plata gastada, no es eso. Si entre las cosas que
tiré ayer por la ventana estaba todo el dinero que tenía en mi
cartera y el que guardaba en mi mesa de luz. La monedita es toda
la plata que hoy tengo en el mundo. Acá mi error consistió en
esperar la transformación, una especie de gran revolución detrás de
todas esas palabras impresas en un papel amarillento.
Revisemos esos libros. La primera frase, ser el mundo para alguien,
vimos en qué terminó. Mami y el teléfono por la ventana seguido de
mi jefe y el celular por el inodoro. Adiós Graham Bell.
El segundo libro me esperaba con esta frasecita… ahí va: “El gran
secreto de la vida es que sólo tú puedes cambiar tu vida”. No está
mal, pero no me gustaba el uso del “tú”, ni que la frase se vendiera
a sí misma como contenedora del “gran secreto”…y menos que
estuviera en un libro barato de esa librería cachuza que hay en mi
barrio de morondanga. Si estaba ahí, no podía ser un secreto tan
grande, ¿no? Chau, otro libro por la ventana. Arrojar ya era mi
nueva pasión.

Atención. El tercer libro no lo tiré así nomás. Lo abrí de noche, en


cualquier página, casi a oscuras, y leí una frase que me inquietó,
decía: “La misión en la vida no es alcanzar la felicidad... Repito: “no
es alcanzar la felicidad”. Sigo. “Porque la misión en la vida no está
dentro de la vida sino fuera de ella, y consiste en acrecentar la
conciencia”. Epa. Está buena… Un poco larga, pero sugestiva, hay
algo oculto ahí dentro que suena bien. Debe ser el asunto de la
conciencia separada de la vida cotidiana. De hecho no la entiendo
del todo, eso me atrae. Además no usa el “tú” ni me exige que yo
haga tal o cual cosa, como hace mi madre conmigo…
7

(Preocupada) De paso… ¿cómo andará mi madre? (Cambia) ¡Otro


error de principiante: la culpa! ¡Mamá, que se las arregle! Y si se
quiere morir que se muera, todos nos vamos a morir un día.
De alguna manera yo me morí ayer, y no vino nadie... No. Sí. Vino
uno, ya voy a llegar a ese “punto”… (En secreto) Vino más de uno,
¡van a ver cuando les cuente, qué excitación, no sé por dónde
seguir!

Ana, soy. Ana de atrás para adelante. Reordené mis cosas y hasta
cambié mi nombre para llegar a ser “Ana”. Sé que todavía quedan
por desmontar algunos tics del pasado; habrá que alumbrar bien
adentro para ver a aquella chica que creció escamoteando cositas a
los demás y se transformó en esta mujer que subsiste mintiéndose
a sí misma… ¡Qué frase, la anotaría si tuviera papel y lápiz! Pero ya
los tiré. Por ahora conservo la ropa que tengo puesta, este trono
(por la silla)… y la monedita.

3. PRÍNCIPES

¡Lo vi! ¡Era él! Él es “el punto”. Durante la tarde yo dale que va
tirando todo por la borda. Pero Luis y la silla, por alguna razón se
salvaban. Diez años de unión. Con la silla. Con él fueron doce las
primaveras… Yo revolvía y despedía cartas, fotos, regalitos,
chucherías, menos las que tenían que ver con Luis, que estaba
entre mis manos, en mis ojos, en mi piel... Tampoco lo esperé, vino
solo.
Llegó de noche. Fue una visita clandestina, al mejor estilo
“amantes”… Entró por la ventana desde la cual yo había expulsado
todo mi pasado. Él siempre a contramano de las cosas. Pero buen
tipo, Luis... Luis había sido mi príncipe… Yo sé lo que hizo: dejó su
caballo atado en el patio, arrojó una cuerda hacia arriba, trepó los
doce pisos con su espada en la cintura, esquivando todo lo que yo
iba tirando: la biblioteca entera, valijas llenas, la cama, las ollas, el
piano… ¡Es que no sabía que él estaba subiendo! Hasta que llegó
a mi ventana. Cuando lo vi, sólo atiné a decirle: –¡Uy… Luis!
Y él, regio caballero, aferrado al marco de la abertura, me saludó
con un leve además y me explicó que tirar por la ventana, por la
finestra, es la acción de “defenestrar”… Siempre tan culto, Luis… Y
desde esa “finestra” o “fenetre”, me contó que en la ciudad de
Praga, hubo un hecho famoso allá por el mil seiscientos que se
llamó “La defenestración de Praga” donde parece que unos nobles
apresaron en un castillo a unos gobernantes corruptos que estaban
8

ahí firmando sus papeles falsos y entonces los tiraron por la


ventana con escribano y todo.
-Ah, mirá vos –fue mi comentario. Hacía siglos que no nos veíamos
Luis y yo, más o menos desde el mil seiscientos. Le sonreí con un
sonidito de bienvenida, algo así (lo hace), y le dije:
-Pasá, ponete cómodo, hay lugar de sobra. Él no entró, se quedó
extrañado al ver la casa vacía…
-¿Sabés una cosa, Lucho?, -y se lo dije: soy una mujer feliz.
Puso una cara medio rara, creo que mi frase lo asustó. Pero yo me
sentía de bien… Para reforzar mis dichos, me puse a gritar por la
ventana: (grita hacia abajo) ¡Soy feliiiiz! ¡Acá, arriba! Señora, señor,
¿me ven? ¡Soy feliz, qué tal, don… no sabe lo lindo que es ser feliz!

Yo digo que Luis no se cayó, se tiró. Y qué porrazo se dio… ¡Yo,


que no quería hacerle nada malo! Bajé a buscarlo y él ya escapaba,
lo corrí unas cuadras con el último libro de autoayuda para
regalárselo, el de la conciencia. Pero Luis no quería saber nada,
galopaba maltrecho entre los autos, el cuerpo ladeado en su corcel,
su capa azul al viento…
-¡Bruja, fuera bruja! –Chillaba mi soberano…
Y yo atrás, tropezando con mi vestido largo, mis tacones, mi tocado,
mi peineta… Cómo pesa el pasado… Se me fue Luisito. Cuando
supe que era inalcanzable, se me hizo un nudo en la garganta. Y
con esa angustia adentro me quise tomar revancha, como hacen los
hombres, como nunca pude hacer yo. Sí, error, pero no me
interesaba nada. Teléfono ya no tenía, tuve que ir a un locutorio.
Los clientes que estaban adentro miraron mi aspecto de dama
antigua despechada y hubo gestos de burla, risitas sarcásticas,
chacota. Yo estaba en lo mío y disqué de memoria a mis viejos
novios: Juan Carlos, Pedro y Miguel. Tres chanchitos, tres
soberanos turros que me hicieron un inmenso daño en el pasado.
Tres inmensos daños… Yo me los imaginaba ahora muy
espléndidos, casados con gordis, con hijos obesos, gruesas
cuentas bancarias, amantes delgaditas. Fui al nudo:
-Soy Ana y te llamo para acostarme con vos, ¿querés venir ahora?
Clac clac clac, cortaron los tres.
Pagué las llamadas con el libro de autoayuda a manera de trueque
porque la plata ya la había hecho volar por la finestra.

Caminé en la noche, volví a casa derrotada, arrastrando la cola de


mi vestido por la calle, con el rimel corrido, el escote caído, los
tacos torcidos, el pelo hecho un nido, más sola que sola, más triste
9

que triste, y de pronto, en lo más negro de la oscuridad, alguien me


tocó el hombro.
¡Qué señora tan linda! Mi hada madrina es tal cual la imaginé:
petisa y con una carita tan alegre que enseguida me contagió, al
punto que nos reímos un rato largo porque sí, (ríe), a las
carcajadas, hasta que le pregunté a mi hada cómo se llamaba: -
Ana, -respondió, ¿qué otro nombre podía tener?
Mi hada Ana… -Entonces la magia existe -reflexioné. Me golpeó
con su varita en la cabeza.
-La magia es lo único que existe –señaló, medio enojadita.
-¿Cómo? ¿Lo que es real también es mágico? -quise saber.
-Preguntás demasiado. Vos y yo somos seres mágicos.
-¿Y mi mamá también? –le cuestioné.
Pero ya la estaba aburriendo con mis preguntitas.
–Te acabo de tocar con la varita –me dijo, -no pierdas tiempo y
andá a tu palacio antes de que sea medianoche.
Me guiñó un ojo y se esfumó. ¿Palacio? ¿Mi departamentito un
palacio?

Corrí a mi casa. Entré y ahí estaban… los tres turros como si


nada… El chancho Juan Carlos fumando como siempre, apoyado
en la ventana, más panzón. Pedro, cerdo rosadito, sentado en mi
silla leyendo el suplemento deportivo, más pelado… y Miguel,
puerco oloroso, dormido en el suelo… más alcohol.
Qué espectáculo… Por supuesto que los tres “porcinos” ni se
mosquearon cuando entré a mi… palacio. Me acordé de mi hada
madrina y le dije de todo, eso sí, bien bajito… (insulta de manera
inaudible).

Encaré la situación y me animé a un “¿puedo saber qué hacen acá,


queridos?”
Arrancó Juan Carlos… -Antes de encamarnos, ¿no habrá algo para
comer?
Yo había tirado con enorme esfuerzo la heladera entera por la
ventana, y el tipo ahora desprestigiaba al sexo con esa preferencia
por la comida, como si encima yo fuera su carrito de postres.
-¿Sabés qué te podría servir? Suela de zapato –le dije.
Aspiró el humo, lo largó por la nariz y se resignó con un… -Y bueno,
si está tierna…
Qué zapatazo le puse en el marote… Lo corrí por todo el palacio
con el taco en alto, lo seguí por salones llenos de espejos y
gobelinos, por jardines de invierno, pasadizos y escalinatas,
recordándole que jamás me había preguntado qué tal me iba en el
10

trabajo, cómo estaba mi mamá, si yo quería ir al cine, si necesitaba


que me pelara una cebolla… Aj, al final -son todos iguales- el muy
cobarde saltó desde un balcón.

Me volví a poner mi zapatito de cristal, y en ese instante Pedro


cerró su diario, eructó casi con elegancia y me preguntó dónde
estaba el televisor porque ya estaba empezando el partido. Se me
vino a la mente el colectivero-dragón, y le robé la recomendación
que me hiciera: “¿Por qué no te metés el partido en el orto, infeliz?”
Fue mágico. Él, tan futbolero, se puso blanco a rayas negras, la
nariz azul con vivos verdes y mientras me miraba con esa carita de
televisor descompuesto, retrocedió asustado, tropezó con el borde
de la ventana… y fuera abajo.

Me agaché a mirar el reloj pulsera de Miguel, que dormía como un


tronco. Ya eran casi las doce de la noche. ¡El hechizo, vamos,
rápido! Aproveché y lo zamarreé… zamarrear a un chancho
dormido es un placer muy recomendable.
-(Amable) Miguel, querido, ¿por qué no te recostás en mi cuarto,
que vas a estar más cómodo? Yo te acompaño.
Fui con él hasta la ventana, yo lo sostenía del brazo… él estaba tan
borracho que hasta amagó a darme una propina. El resto es
conocido, fue el más sencillo de los tres (gesto de empujón).

Ahora sí, miré mi palacio y… ¡Magia! Nada por aquí, nada por allá.
Nunca sentí tanto amor. Los hombres de mi vida estaban fuera de
mi vida… Como mi mamá, como el cielo en la ventana, como todas
mis pertenencias, como mi oficina, como la ropa que llevo puesta.
Sí… Ahora mi corazón era enorme, y al igual que mi hogar, mi gran
corazón estaba vacío. O mejor dicho, vacante…

Debía ser medianoche cuando por fin tiré la silla. (Quita la silla del
escenario). No más trono. Me acosté en el piso (lo hace) y me fui
quedando dormida con una sonrisa de satisfacción, así… (lo hace),
esperando el nuevo día y sabiendo que yo era una princesa sin
palacio.
No me quedaba casi nada: apenas un nombre de realeza -“Ana de
Nadie”-, ganas de dormir, y el tesoro de mi monedita. Cada vez
menos cosas, qué mujer tan afortunada…

Apagón lento.
11

4. MORALEJA

Sube de a poco la luz. Ana se despierta de golpe.

Uf, qué pesadilla… soñé que me moría. (Se incorpora) Aparecía un


sapo gigante y verdoso que tenía tres cabezas. Yo, aterrada,
saltaba por la ventana tratando de volar, pero no tenía alas y caía
adentro de un pozo oscuro, me hundía en un barro pegajoso y me
ahogaba de a poco… Como mi agenda en el Riachuelo… Ugh, lo
peor no era morir ahogada sino tener que ver esas tres cabezas del
sapo, tan parecidas a las de Juan Carlos, Pedro y Miguel. Qué
espanto…
(Mira hacia la ventana) Qué lindo. Salió el sol. Qué feo, mi
departamento está pelado… (Mira sus ropas) Hoy no debo ser la
más hermosa, tampoco tengo espejo para comprobarlo. Ni la silla
me quedó… Habrá que caminar.

(Camina). Bajo una larga escalera y a la calle (se detiene). ¡Uy, la


librería cachuza cambió los libros de la vidriera! A ver… (Mira y lee
a través de la vidriera): “Napoleón Bonaparte, el amo del mundo”.
Je, está el emperador bien sentadito. ¿Qué más? “Manual de
taxidermia”, bueno para embalsamar sapos, por ejemplo. ¿Y el
otro? Sí, claro, “La Cenicienta”… ¿Dónde andará mi hada madrina?
Quién sabe…

Sigamos. Cruzo la calle, mucha gente, todos cruzan tan mal como
yo, soy una hormiga más del hormiguero. Qué fuerte el sol arriba,
me molesta. Miro de reojo el lugar donde aquella vez encontré mi
monedita, está seco (la extrae de su ropa, la besa y la guarda).
Llego a la farmacia, la cruz está apagada, se ve que se quemó el
neón. Entro y pido los benditos calmantes. (Al farmacéutico) -
¿Cuánto es? ¿Ochenta y cuatro?... (Aparte) No tengo un peso. (Al
farmacéutico) -¿Se los puedo deber? …Parece que no. Y eso que
me conocen de años. Bah, conocían a Ana, pobres…
-Ningún calmante, entonces, si duele que duela nomás. Perfecto,
hasta luego.

Continúo mi caminata, los edificios quedan atrás, ingreso a un


barrio más bajo, con casitas… ahí está la vieja casa de mamá, ahí
nací, crecí, y escapé… Mmh… cómo extraño a mi hada madrina…
Coraje, Ana de Nadie, allá voy. (Ademán de abrir puerta y avanzar
unos pasos).
12

-Hola, mamá, ¿cómo estás?


Mamá en su cama, baja la vista y no responde sino que suspira de
esta manera… (imita).
-Te veo bastante bien, mami. A pesar de tu terrible enfermedad,
claro. ¿Sabés por qué no te traigo los calmantes? Porque no los
pude pagar.
Mamá me mira por única vez en la charla, gira su cuerpo sobre el
colchón y sacude apenas una mano, con apatía. No sé si quiere
que me vaya o si hay un mosquito.
Silencio… (pausa, baja la voz) Mosquito no hay porque no se lo
escucha… Suele haber algo grave entre mamá y yo, algo
innombrable que nunca sé qué es y que ahora me importa tres
bledos. Pero yo simulo padecer esa gravedad, esa especie de
sanción que flota en la habitación.
Sigue el silencio. Los únicos ruidos que se oyen son pequeños
carraspeos, movimientos de la boca. Yo hago así… (carraspea),
ella opta por un sonido de este tipo… (leve gemido).
Hasta que mamá habla, siempre girada: -Ya no quiero más
calmantes, prefiero sufrir.
Gran actriz, mamá. Debe sufrir, yo no digo que no, pero qué manejo
del ritmo, de la intención dramática, hay que ver ese cuerpo y esa
voz comprometidos a fondo con la escena.
Yo aprovecho la volada y le devuelvo un “como quieras, má,
cuidate, nos vemos”. Y nada más. Doy un paso hacia la puerta, dos,
tres, salgo de su cuarto, estoy en el living, hice lo mejor para ella y
para mí… y de pronto oigo pasos detrás de mí. ¿Quién está? Miro
hacia atrás… ¡mamá de pie! ¡Miracolo, mamá camina! ¡Luego de
veinte años se levantó de su cama y anda! ¡Es más: corre! ¡Sí, me
corre y me insulta, y hasta me tira un florero por la cabeza que
esquivo de milagro! ¡Miracolo! Y sin darme cuenta quedo abrazada
a ella… Nos miramos a los ojos… -Mamá, un día de estos venite a
casa y tomamos una copita de jerez juntas, ¿dale? (Le da un beso).
Yo creo que va a venir… Y me voy, como hice antes… No, como
siempre quise. Ya estoy en la calle, en el hormiguero, en el mundo.

¡Pum! Me choco contra la puerta de un taxi que se abre de golpe. El


“puta madre”, me sale más fácil que nunca, y alguien que conozco
baja del auto: ¡es mi jefe!
-Señorita Ana, ¿qué hace acá a esta hora? –Me dice el hombre lobo
con sus orejas grandes para oírme mejor.
Por toda respuesta miro hacia arriba, cuento las ventanas y le digo
que la oficina queda en el piso veintidós, y contraataco: le relato con
13

lujo de detalles la historia de la defenestración de Praga. Pausa,


hasta que la fiera herida me gruñe bajito:
-La espero mañana a las nueve en punto. Y no me vuelva a cortar
el teléfono.
Je, cazador cazado, mañana será otro día, total falta tanto...

Y cuando más felizmente sola me siento por las calles de mi barrio,


dejo de estar sola. Porque Luis, que no estaba en mi cabeza, se me
aparece en mi corazón… Lo tengo acá… (pecho) Cómo me
gustaría verlo… Cuántas cosas le diría… Yo a él no lo tiré por la
ventana, pero en su momento lo eché por la puerta. Aunque
después, cómo lo extrañé… (se queda dura) ¡Ahí está Luis!
Luis me espera en la puerta de casa con un yeso en la pierna y un
bastón. Espada no lleva. Nos miramos, nos miramos como se miran
los chicos. Ahora somos grandes, estamos lindos. Yo pongo mis
ojos en los de él, que parpadea sin parar, lo conozco tanto... Y los
dos hacemos un suspiro al unísono, algo así… (lo hace). Miramos
al piso… y el tiempo se detiene. (Pausa) Yo, para sacudir un poco
al tiempo, corro una hojita caída con la punta de mi zapato, que no
es de cristal sino de cuerina… Él golpetea contra la baldosa de la
vereda. Parece que llevara el pulso de una balada… Tac, tac, tac,
tac… “Tac” es todo lo que queda de nuestra canción… En eso Luis
me dice -¿Querés venir a cenar esta noche? –Uy, todavía tiene
lindos dientes, o se los hizo a nuevo... ¡Yo acepto enseguida, Luis
es mi héroe! Y él se va por la vereda tratando de disimular la
renguera de su yeso, sabe que yo lo miro, y yo lo miro hasta que se
pierde en el hormiguero.
¿Quién me chista? (mira a un costado)… ¡Hada madrina, te andaba
buscando!… ¿Qué? ¿Querés que me acerque? ¿Y eso? No, por
favor, no tenés que entrar en gastos, qué cosa…

Ana va hacia el costado del escenario y vuelve con una bolsa de un


negocio de ropa que tiene un vestido, lo extrae ante sí…

¡Un vestido! ¡Un vestido para mí! ¡Es divino, te quiero, hada Ana!
Por fin voy a poder tirar por la ventana la ropa que llevo puesta. Y
de paso, en la cena de esta noche voy a lucir como corresponde…
(Despliega el vestido ante sí, lo mide sobre su propio cuerpo) Uy,
este vestido me queda recontra chico… (mira al costado) Y mi hada
ya se esfumó… (Suspira) En fin, errores cometemos todos. (Mira al
cielo) Está por llover.
14

Llegó el momento… (extrae la monedita) Esta monedita estaba…


¡acá! (la coloca en la calle, justo donde la encontró). –Gracias,
pequeñita, me salvaste la vida.
Ahora observo: ahí va la señora con su trajecito impecable, acá
viene el 124, lo dejamos pasar… (se corre, hace un sonido de
bocina), qué fuerte manejan… El colectivero, picarón, me guiña un
ojo… los pasajeros van distraídos en sus ventanillas… y me
quedaría el pibito (busca alrededor con la mirada) Acá viene, no
podía faltar…
-Ahí tenés una moneda, querido. Que tengas suerte…
Y esta vez no le doy un beso, si no quiere… Y mientras el cielo se
oscurece, el chico se zambulle por la moneda y yo me quedo en el
final de esta historia.
¿Moraleja? No soy quién para dar enseñanzas. Lo que sí puedo
decir es que el último día de mi otra vida, fue el mejor de todos.
Lo que no sé bien es si la magia existe… a ver…

Ana sopla como si apagara la luz. Apagón.

ANA: (a oscuras) ¡Magia!

Fin de la obra.

También podría gustarte