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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE
ZACATECAS
“Francisco García Salinas”
UNIDAD ACADÉMICA DE HISTORIA
Programa de licenciatura en Historia

Las Poquianchis, caso Lagos de Moreno: Sexo, droga y muerte. Mitad del
siglo XX.

Historia social

Fotografía tomada de la Hemeroteca Pública del Archivo Histórico Municipal de León, 26 de enero
de 1964.

Carlos Gómez Mata

Asesor: Dr. Roberto Carrillo

Zacatecas, 12 de marzo de 2020.


Introducción
En el caso de Las Poquianchis, que cimbró en su momento a la comunidad local, nacional e

internacional, y que tuvo como su epicentro la ciudad de Lagos de Moreno, Jalisco,

conformando con las vecinas localidades de León, San Francisco del Rincón, Guanajuato,

se puede exponer como una especie de triángulo del crimen a gran escala: explotación y

tráfico de esclavas sexuales, droga y muerte. Es un caso excepcional: tres mujeres de origen

campesino, cuasi analfabetas, originarias de El Salto, Jalisco, lograron construir un micro

imperio de poder que parecía indestructible por más de dos décadas, entre 1940 a 1964.

Para la Historia social, el caso Poquianchis, la trilogía integrada por las hermanas Delfina,

Eva y Manuela (autonombradas María Luisa y María de Jesús), de apellidos González

Valenzuela, y consocios, es muy interesante como objeto de estudio. Son sujetos

marginales, de los de abajo, indiscutiblemente.

Pero son atípicos, por los hechos que estas mujeres protagonizan y contradicen los

patrones del liderazgo masculino, como jefas de una banda criminal, “capitanas, señoras de

horca y cuchillo”, como las llegó a denominar en 1964 el nuevo subprocurador de Justicia

del Estado de Jalisco, Jesús Ahumada Mercado, a las que se atribuyó la comisión de más de

un centenar de muertes, finalmente no comprobadas, oficialmente, entre feminicidios,

infanticidios y ejecuciones, en general. Hasta la mitad del siglo XX pasado, no parecen

tener parangón en México ni en muchas otras partes del mundo, por la cuantificación

relativa de los crímenes por las que fueron acusadas, y por el simple hecho de tratarse de

mujeres como explotadoras y crueles asesinas de otras mujeres. Simplificadamente, son

exhibidas en sinnúmero de publicaciones en red, en una categoría de “asesinas seriales”.

Otra forma simplificada, según nuestra consideración, sería la atribución de sus conductas y
acciones explicándolas a través de teorías decimonónicas, Darwinistas, la teoría

Lombrosiana, del asesino innato o de acuerdo a sus características antropofísicas; las

formas de sus cráneos, mandíbulas prominentes, orejas, etcétera.

De ser tal, ¿cuántas personas con esos rasgos, indígenas, afrodescendientes, aún

europeos, no serían tomados como criminales en potencia?, al menos. Un ejemplo, María


A simple
Luisa, señalada como la encargada de vista, establecer
“El
Tepo” ,
sería el
relaciones con la autoridad, solicitar licencias
tipo y
criminal
de la teoría
permisos para los burdeles, la de mayor estatura
de que
Lombroso

las otras dos y de rostro más agradable, representaba

lo contario de ese perfil. En la problematización de

estos hechos habrá que plantearnos sobre cuál es

entonces el hilo conductor que nos pueda llevar a

explorar, a explicar mejor que la Antropología

Darwinista, la teoría Lombrossiana, la vieja

Antropología Criminal, los trasfondos de esta historia

de los de abajo. ¿Qué llevó a estas mujeres y a su reducido clan surgido del submundo de la

marginación a convertirse en asesinas despiadadas y sádicas contra su propio género, y en

general? ¿Cómo llegaron a construir y sostener impunes este microimperio de sexo, droga y

muerte por más de dos décadas? Se puede aducir en retrospectiva de 56 años, al fin una

historia de tiempo presente, que, con Las Poquianchis, la violencia criminal, en esta clase

de delitos relativos al negocio y explotación sexual, esclavización y muerte de féminas,

llegó a su punto de clímax en su espacio temporal.

3
Existe entonces la necesidad de acudir a presupuestos y teorías del conflicto social,

incluso auxiliarse de otros estudios o modelos de análisis actuales sobre la violencia y la

criminalidad, tendiendo, a nuestro modo de ver, hacia un eclecticismo teórico que nos

pueda permitir acceder a mayor luz para responder a las interrogantes que nos plantea la

problematización de esta compleja cuestión y objeto del presente trabajo ensayístico.

Responder a las hipótesis planteadas sobre el estudio del caso Poquianchis desde

perspectivas y enfoques como a las derivadas de las Teorías Volcánicas, en su vinculación

con el conflicto social relacionado con ciclos económicos o procesos políticos “que

empeoran las condiciones de un grupo hasta el umbral de lo tolerable”. En este contexto,

“el hambre es el terror”, según Michelet, y respecto de lo cual Labrousee insistió en

demostrar con sus estudios de las coyunturas económicas dicha relación conflictiva

preexistente detrás de los conflictos sociales y revoluciones, incluso precediendo la

Revolución Francesa y hasta conflictos en la edad media. Pero también es de tomar en

cuenta en estos presupuestos teóricos relacionados con el estudio del caso Poquianchis,

relativo específicamente al conflicto social y su derivación al tipo de la criminalidad, las

tesis sostenidas por el Funcionalismo, y especialmente el Funcionalismo Relativo de R.

Merton. En este ensayo no presentamos el conflicto social de los grandes movimientos

sociales que son estudiados muy bien por la teoría marxista y su metodología, con fines

revolucionarios, la lucha de clases, sino la historia de un clan familiar y el conflicto social,

no en condiciones del hambre como terror, de preexistencia revolucionaria, sino del hambre

como terror, postrevolucionaria o sistémica, inclusive. Porque las condiciones de las

grandes capas de población de las fases prerrevolucionarias, en ninguna de las guerras

cambiaron automáticamente con el triunfo y la consolidación de la Revolución. Persistieron

mucho tiempo, y antes bien, abrieron y relajaron otros frentes en la sociedad.


Recapitulando, nos encontramos con una familia campesina formada por el señor

Ramón Torres y Juana Valenzuela. En el poblado de Acatic, en Los Altos de Jalisco, nace

la primogénita, Delfina. Ramón Torres, que se desempeña como policía municipal, mata a

un hombre y la familia cambia su residencia a El Salto, Jalisco para escapar de la justicia, o

mejor, de las venganzas. Allí procrearán además a Carmen, Eva, Manuela, González

Valenzuela. Las dos últimas optarán por usar los sobrenombres de María Luisa y María de

Jesús. Hay en este contexto sociocultural y socioeconómico de la trastocada vida cotidiana

de los habitantes de la región, una Revolución Mexicana y una contrarrevolución llamada

Revolución Cristera, que comprenden de 1910-1917, y 1926-1929 y un rebrote de esta

última hacia 1935, período de la expansión del reparto agrario con Lázaro Cárdenas. Se

magnifica por ser el epicentro de una amplia región orgullosa de ser Cristera y enemiga del

gobierno federal, contrarrevolucionarios, pues. En estas coyunturas, hay secuelas que

penetran en la sociedad como cambios en estas guerras. Ciertamente, como apunta…hay un

relajamiento de las normas morales y los códigos éticos; de la normatividad legal y otros

cambios negativos. En palabras del Funcionalismo Relativo de Merton, hay una prevalencia

de una anomia social. Se observa emerger con gran fuerza un pistolerismo y un machismo

exacerbados -aunque el antropólogo Fábregas Puig, remonta el fenómeno a la influencia de

los sobrevivientes en esta región, de la guerra decimonónica de Religión y Fueros- 1. La

Cristiada, la guerra religiosa rediviva en una amplia región del centro-occidente mexicano:

Guanajuato, Michoacán, Zacatecas, Colima, Jalisco, y Los Altos como uno de sus focos

principales. Deambula mucha gente armada en las calles; se matan por el honor, por las

venganzas o líos de faldas. El prototipo de “macho de Jalisco”, está precisamente en Los

1
Conferencia ofrecida por Fábregas en el marco del Seminario Internacional de Verano, Casa Serrano,
Centro de la Cultura y las Artes, Centro Universitario los Lagos, agosto de 2006.
Altos de Jalisco. No los abandona la dicotomía de ser matones y bragados, pero muy

religiosos y aun fanáticos. Las Poquianchis, como un símil femenino de tal estereotipo. Ser

matón, hasta los sesenta y setenta, en Los Altos de Jalisco, se constituía en símil de un

distintivo social, el ser infinitamente respetado y temido, lo cual parecía aumentar a medida

que mayor número de muertes se cargaran a la cuenta del pistolero, eufemísticamente

nombrado como hombre muy valiente.

Había condiciones socioeconómicas, y políticas, prerrevolucionarias desastrosas,

preexistentes que no se discuten, pero después de los conflictos armados, sobrevienen

también una serie de secuelas en coyunturas más profundas de atraso, de pobreza y la

miseria, migración y violencia social. En 1940, el salario mínimo es de 0.50 pesos en

México. Estas regiones son mayoritariamente agraristas que van saliendo del peonaje donde

si acaso había trabajo, el peón recibía una paga de 25 centavos diarios y un litro o

cuarterón de maíz. El sexo y el alcohol, los enervantes, que ya circulaban, introducidos o

usados por sardos y otros adictos, son placeres que aun en los peores tiempos no merman

su demanda ni para las clases marginales. Son negocios tolerados, socialmente, y

funcionales al sistema, se incluyen en las formas de control social.

Ya en los sesenta, las drogas ilegales exhiben resonancia internacional. Notas de la

United Press International (UPI), tomadas por el Heraldo, de León, Guanajuato, 4 dieron

cuenta de los golpes asestados por la Interpol a los capos de la droga en una reunión que

sostenían en Apalachin, cerca de Nueva York, donde se ponían de acuerdo para frenar los

enfrentamientos mortíferos por los territorios. Los E. U., ya eran señalados como la

población con mayor consumo de drogas en el mundo, seguido por Singapur, en el tráfico

44
El Heraldo, 26 de enero de 1964, segunda sección, p. 6.
de morfina y cocaína. Se calculaba para 1964 que en ésta última había ya 16 mil personas

adictas a esas drogas.

Es el paisaje sociocultural y económico local de Los Altos de Jalisco, que vio nacer

y crecer a Las Poquianchis. Donde el macho manda, es matón y temido –el caso de Andrés

González Torres- y la mujer siempre tiene dueño: el cacique, el amo, el patriarca, el macho

violento, es una criada y acompañante abnegada, que se infiere, sufre en silencio la gran

violencia intrafamiliar proveniente del líder del clan, o es fácilmente robada por el novio,

muchas veces abandonada. En esa casa de los Torres Valenzuela, todos sus hijos fueron

hembras y ningún macho. Sucede así el surgimiento en 1938 en El Salto, Jalisco, de una

Delfina González Valenzuela, una mujer “masculinizada”, una matrona de armas tomar,

como propietaria de una cantina con servicios sexuales de jovencitas sometidas al

esclavismo, sin paga, que habrán de comenzar una historia de explotación, castigos y

horror, pero que, aludiendo a Michelet, el terror es el hambre misma, y allí habrían de

asegurarse al menos un techo y un plato de comida. Muchas de las chicas habían llegado

allí, engañadas, secuestradas, pero, para otras más, ofrecer su cuerpo representaba su única

forma de subsistencia, a pesar del estigma; era como un trabajo de última opción en

aquellos tiempos de gran precarización postrevolucionarias, como se puede constatar, por

ejemplo, en los archivos históricos, ejemplificando con el de Lagos de Moreno, donde se

pueden ver las fotografías y fichas de jovencitas de aquellos tiempos, de apellidos de

familias conocidas y muy respetables, pero cuya hija o hermana mayor, prestó servicios

sexuales en burdeles como El Cairo o El Quinto Patio. Las revoluciones, tras sus lentas

conquistas sociales, dejaron pues también sin duda migración, años de empobrecimiento

general; relajaron las costumbres, difuminaron en mucho los códigos morales, principios
religiosos, normas legales y dieron pie a nuevas formas de conflicto social, en el tema que

nos ocupa, la criminalidad en sus distintas variantes delictivas.

Podemos mirar en este contexto, el enfoque del Funcionalismo Relativista de R.

Merton, en que una función latente está presente en la estructura social, que no es deseada

ni admitida, por sus consecuencias negativas, pero que muchas veces no son conscientes o

son toleradas, como es el caso que abordamos que tiene que ver con la prostitución, aún en

sus desviaciones más graves: el lenocinio y el esclavismo sexual. En todo caso, desempeña

una función latente, que no se ve o no se quiere ver. Es en este contexto que la jefa

Delfina, iniciaría una larga ruta de una pequeña mafia familiar compuesta por hermanas,

hijos, yernos, sobrinos, y otros parientes, además de compadres y comadres, etcétera. Son

ya las características de un grupo mafioso; una mafia, pues.

La huida

En el juicio criminal radicado el 13 de enero de 1964 en la ciudad de San Francisco del

Rincón, Guanajuato, una testigo clave, María Ramos Aréchiga, a la vez compinche de las

González Valenzuela, narró de punta a punta ante el fiscal García Amaro, el historial negro

de sus ex patronas a partir de que Delfina emprendió la huida de El Salto después de un

zafarrancho en el burdel con saldo de un muerto, que terminó con la clausura del local y

literalmente el destierro de aquella (Robledo, 1992, p. 62). Entre tantas fechorías de la

matrona, contaba la ocasión en que Delfina sola se había bastado para desarmar a todos

los policías del pueblo. Por las buenas o por las malas, en la huida habrían de seguirla una

treintena de muchachas a las que llevó a prestar servicios sexuales a la Feria de San Juan,

donde obtuvo fuertes ganancias. “Al final de la feria “la dueña, amarró dos valijas de
correas de cuero repletas de billetes y dos costales de monedas de plata y de cobre” (Ibid.,

P. 84).

Siguiendo pautas protocapitalistas, se observa a Delfina, y sus hermanas Carmen y

Eva, buscar en un contexto de la Segunda Guerra Mundial, el mercado de mayor demanda

para sus “mercancías” sexuales. Entre 1944 y 1545, lo encuentran en San Francisco del

Rincón, Guanajuato y Lagos de Moreno. Hacia 1950, se les unirá la hermana Manuela

(María de Jesús), quien decide abandonar su trabajo de obrera en un taller textil de El Salto,

sigue los pasos de sus exitosas hermanas e instala su prostíbulo en la ciudad de León,

Guanajuato. En forma astuta se aprovechan el auge del Programa Bracero y la

afluencia de “norteños”, que regresan de los Estados Unidos. El avance en la

industrialización de León y la instalación en 1963 de la trasnacional lechera, Nestlé, en

Lagos de Moreno. Según testimonios judiciales y las excavaciones realizadas, ya con Las

Poquianchis en la cárcel, algunos de esos “norteñitos”, y otros tantos parroquianos, jamás

salieron vivos de los tugurios.

Restos hallados en las excavaciones hechas en el prostíbulo “El Guadalajara de Noche”, centro de
operaciones de las traficantes de mujeres y de drogas, en Lagos de Moreno, Jalisco. Fotografía: Hemeroteca
Pública del Archivo Histórico Municipal de Lagos de Moreno.
Ya bien articulados los tres burdeles de Lagos, “El Guadalajara de Noche”; en León:

“El Poquianchis”, y también el segundo “Guadalajara de Noche”, en San Francisco del

Rincón, se observan bien el modus operandi de las hermanas González Valenzuela en la

que desde luego no se advierte una lucha de clases de tipo marxista, sino en términos de un

clan familiar, amafiado y extendido, de clases en los límites marginales, cuyos rústicos

liderazgos, si bien, escalaban hacia una lucha de poder y de status; una lucha en una

estructura de estratificación de las clases, y su correlación con lo que teóricamente el

Funcionalismo vincula con la desviación social, y es punible, que, podemos aducir, busca

del éxito económico, parte de los beneficios del sistema, en las pocas coyunturas que éste

ofrece a los estratos marginales para mejorar: en este caso, mucho más allá de la

prostitución y el lenocinio, tolerados, cuando no protegidos, cuyo hilo conductor es la

corrupción. La ruta abierta de la violencia, como opción, por ende, como “una cancelación

y una renuncia de las expectativas morales”, según aduce Bazán ( Rodas, Luis, 2016).

Funcionan en todo este complejo estructuras de larga duración, estructuras mentales,

tradiciones de largo aliento. Reminiscencias feudales, no por algo Hobsbawm afirma que en

la América Latina el feudalismo terminó con la Revolución Cubana. A mitad del siglo XX

pasado, esos rasgos del viejo feudalismo son muy visibles en esta región. Las Poquianchis

en algún grado formaban una micro fracción de un sistema social con un Estado

disfuncional para el conjunto de la sociedad, en lo que E. Durkheim denomina como

desviación social en “un marco de Anomia”, en cuya interpretación se refiere a la sociedad

que no ha regulado con leyes “una situación concreta” y refleja formas mecanicistas,

propias de las sociedades primitivas y no de las sociedades modernas, organizadas y


civilizadas. Por esta razón, puede advertirse las consecuencias que en ocasiones,

instituciones del Estado se ven en franca debilidad y en simbiosis, de tal modo que le

permiten a esta micro mafia crecer y establecer rutas hacia el Bajío-Querétaro; al oriente:

Matehuala, San Luis Potosí, etc. Al norte: Piedras Negras, Tijuana-Ciudad Juárez, para

proveer a los prostíbulos de “carne fresca”, de jovencitas, muchas de ellas menores de edad,

de entre 12 a 16 años. La relativa libertad con la que los secuaces de las González operan

para engañar, robar o secuestrar mujeres que además reunieran básicamente tres

condiciones: Juventud, belleza y ser pobres, de las clases marginales, porque a éstas

difícilmente las reclamarían.

El caso de Las Poquianchis, por tanto, según nuestra interpretación, no recae en el

conflicto social de la interpretación marxista. Carece de motivación ideológica; no persigue

ideales reinvindicatorios de clase ni el ascenso del proletariado; no es una lucha entre el

opresor y el oprimido; no está contra el gobierno ni el sistema capitalista que se va

conformando en México con el desarrollo industrial, ni persigue ningún fin político. No es

lucha de clases. Por lo contrario, en tal espacio temporal todo el mundo pertenecía al PRI,

no se sabe si las González también, pero indefectiblemente eran aliados del sistema, de

alguna manera estabilizando las tensiones conflictivas en la sociedad, incluso cuestiones de

salud mental e higiene públicas, a través del placer. En la Ciudad de México, las casas de

tolerancia o prostitución fueron reglamentadas en 1865, en Lagos, en 1886 y en León, en

lapso similar (Gómez, 2016, p. 6). Aún más, en un efecto simbiótico, la función

extraordinaria de estos burdeles cubriendo son sus mejores “productos” las necesidades de

placer de políticos, militares y burócratas encumbrados, y en no pocos casos, de dinero,

como se testimonian en el Expediente Judicial del caso. Por mencionar dos: las orgías que
describe la compinche de las González, Juana González o Gallegos, que llevaban a cabo en

casas de campo de las afueras de León, con el presidente municipal y otros funcionarios,

algunos Procuradores de Justicia, etc., y los sobornos de 300 pesos diarios que Las

Poquianchis le entregaban al alcalde de San Francisco del Rincón, Guanajuato.

Las estructuras que reflejan su disfunción, o son afuncionales, en términos de

Merton, es decir, una función negativa o que representa un obstáculo para la sociedad, se

puede ejemplificar en toda su crudeza en el sistema judicial. Aquí se puede advertir en

forma escandalosa con la probada protección que el subprocurador de Justicia del Estado de

Jalisco, Tomás Gómez Ramírez, les otorgó por muchos años a las hermanas González

Valenzuela, según los testimonios de las cómplices, Aréchiga y González Gallegos, a

cambio de 25 mil pesos mensuales que ellas mismas, aseguraron, le llegaron a entregar en

un maletín. El Ministerio Público pudo acreditar llamadas telefónicas del subprocurador

con Delfina, pero la respuesta del gobierno de Jalisco fue la de que enviarían a comparecer

a dicho funcionario “sólo si las autoridades de Guanajuato lo solicitaban”. Nunca lo

hicieron.
María Ramos Aréchiga, cómplice de Las Poquianchis, fue una acusadora implacable que reveló un amplio
historial criminal de las hermanas González y sus cómplices, ya en prisión. Fotografía: HP-AM) .
Su poderío, en las expectativas de status y éxito, con un mínimo de costos y riesgos,

cobijados por la impunidad, se explica además en la anomia social y las estructuras

institucionales y la cooptación de mandos intermedios, militares de la XV Zona Militar,

con sede en Jalisco, entre una media docena encargados de acallar gente y sembrar el terror,

los más peligrosos y brazos armados de la pequeña mafia, el capitán Hermenegildo Zúñiga

y el Sargento segundo, José Valenciano Tadeo, éste último quizás el de mayor ferocidad,

asesino del principal competidor de Las Poquianchis, José “El Gordo” Lara Duarte,

responden ampliamente la hipótesis del por qué estas mujeres de origen campesino que

apenas sabían estampar sus nombres, lograron edificar un micro imperio por más de dos

décadas, disfrutando casi de completa impunidad y aun imponiendo su ley en micro

territorios. La corrupción, es un elemento que engrasa los mecanismos de la estructura de

larga duración,

Elsargento segundo m Caballería, José Valenciano Tadeo, fue el principal


brazo asesino de Las Poquianchis, según los testimonios judiciales, pero al final
sólo fue sentenciado como coacusado de los asesinatos de las cinco chicas
encontradas sepultadas en fosas de San Ángel y San Francisco.

que engrasa los mecanismos de la estructura de larga duración, que ha atravesado los

espacios epocales del poder político y sus instituciones en México.

En los testimonios judiciales de 1964-1966, se configuran las imágenes de un

capitán Hermenegildo Zúñiga, El Águila Negra, con su uniforme de gala y sus medallas

estampadas, viajando en el asiento del copiloto, ya fuese en alguno de los autos de Las

González o en taxi, abriendo paso franco al “cargamento” de chicas que llevaban recostadas

en los asientos traseros, montados otros soldados o sujetos encima de ellas para que

pasaran inadvertidas en tanto las trasladaban al burdel de San Francisco o viceversa. O en


otros viajes macabros en que las mujeres ya iban muertas, tapadas con sábanas o cobijas,

llevándolas a enterrar en la Granja San Ángel o tirar sus cuerpos en las orillas de las

carreteras. ( =). Similar modus operandi en el traslado y venta de las esclavas sexuales a

prostíbulos de su clientela de propietarios en San Juan del Río, Querétaro, Aguascalientes,

Matehuala, San Luis Potosí, etc., a precios entre los 500 y 700 pesos por chica.() Se puede

decir que entre el período de 1944-1950, las mafiosas fueron incrementando sus

operaciones y ganancias al lograr la cooptación de policías municipales, pero su poderío se

dispara a partir del decenio siguiente cuando logran sobornar a gran parte de la Partida

Militar del Cuarto Regimiento de Caballería acantonado en Lagos de Moreno.

Es tan evidente esta cuestión sintomática de la descomposición institucional, o

Anomia social y esta grave desviación, que alude E. Durkheim, que, en forma inusitada, la

noche del 21 de abril en que el policía Pablo Galván Aldana, abate a tiros a Ramón “El

Tepo”, el hijo de Delfina, minutos después sale del cuartel un pelotón de soldados, no en

apoyo y refuerzo a los gendarmes, sino con órdenes de cazarlos y matarlos, sitiando la

Comandancia policiaca hasta la madrugada del 22. Si bien, luego de que la población vivió

una noche y madrugada de terror, según reportes de la prensa regional, el mismo lunes

arribaron mandos superiores de la XV Zona Militar, ordenando la destitución del

subteniente José Antonio Alfredo Torres Escobedo, y su remisión al Destacamento de

Ocotlán, Jalisco.2 ¿Qué tipo de sistema político del México posrevolucionario existía en la

mitad del siglo XX pasado en que uno de sus principales elementos que en que está

sustentada su estructura y funcionalidad, en al menos en algunas de sus partes está roto,

operando para el crimen?

22
HP-AHML., “Horas de terror vivió Lagos”, El Heraldo, 23 de abril de 1963, p. 6, segunda sección.
Cómo es posible mirar en retrospectiva aquella dislocación institucional, cuando en

la hoja de servicios de la XV Zona Militar, entre tantas anomalías, el sargento segundo,

José Valenciano Tadeo, tiene el registro de tres encarcelamientos acusado de sendos

homicidios, entre ellos, del hijo de un general y el del competidor de Las Poquianchis, José

Lara Duarte, absuelto en todos “por falta de méritos”, continuando su carrera militar en la

institución armada, sin ningunas consecuencias, y no será entregado sino hasta que se dio la

detención de las hermanas González, para ser procesado como coacusado, tras el

descubrimiento de las muertas de San Ángel. Nuevamente la evidencia de las estructuras

sociopolíticas, culturales, mentales, y económicas, engrasadas en sus mecanismos

deficientes mecanismos institucionales, ¿o en tránsito hacia la institucionalización,

que no termina? por la corrupción hasta los altos niveles del régimen salido de la

Revolución Mexicana y su inter con la Revolución Cristera. Robert Merton atribuye estas

graves desviaciones, esta anomia social, a los desajustes “entre la estructura social y la

conciencia cultural, sobre todo, cuando hay contradicción entre las normas escritas y las

exigencias sociales nuevas, y la vincula a la desviación social, esto es, a la existencia de

modelos de conducta marginales y no permitidos” (Cadarzo, Pedro, 2001).

Un bunker

La imagen del viejo burdel de “El Guadalajara de Noche”, en Lagos de Moreno, principal

centro de operaciones de las traficantes de esclavas sexuales y de droga, marihuana y

morfina, con sus gruesos muros y apenas dos pequeñas ventanitas, es la de un presidio, de

un pequeño bunker de las que muchas mujeres, y algunos hombres, salieron, pero ya

cadáveres o ni así. Adentro, ya en el derrumbe del clan, se descubrirían túneles, sala de

tortura, y restos humanos. Los cementerios más dantescos fueron los descubiertos en la
Granja de San Ángel,en Purísima de Bustos, y en el clausurado y abandonado burdel de

San Francisco del Rincón. El hallazgo y extracción de al menos cinco cuerpos completos de

mujeres recién enterradas, más doce jovencitas que estaban “en capilla”, sentenciadas para

ser ultimadas en los días subsiguientes y que lograron ser rescatadas por la Policía Judicial

de León.

El resquebrajamiento del micro imperio de Las Poquianchis acaece cuando ocurren

acciones no concertadas, cuando el gobierno de Guanajuato, como parte de una campaña

“moralizante” del nuevo Ejecutivo, Juan José Torres Landa, en marzo de 1962 decreta la

prohibición de prostitución en dicho estado, llegando a su fin los dos burdeles de las

González en esa entidad, que toman como salida la reclusión de las “pupilas” en el

prostíbulo de Lagos. El domingo 21 de abril del año siguiente, Ramón Torres González, “El

Tepo”, el hijo de la matrona Delfina, se bate a duelo con policías municipales y es muerto.

Su madre, el sargento Tadeo y otros compinches, responden con fusiles M-1, M-2 y

pistolas calibre 45 y 38 Super, contra judiciales y policías, logrando después escapar. Al día
siguiente viene la clausura del prostíbulo, y Manuela o María de Jesús, lleva a las mujeres a

encerrar a la finca abandonada de San Francisco, donde permanecerán enclaustradas por

lapso de casi siete meses, asesinando a algunas, y después, en la granja de San Ángel,

donde proseguirían con su obra macabra de matar, una por una, a sus pupilas. La llegada

providencial de la Policía Judicial leonesa les impidió completar la masacre feminicida.

Momentos del

rescate de las

sobrevivientes de

la Granja de San

Ángel y las

condiciones

físicas que se

pueden advertir.

Las Poquianchis fueron puestas al límite, porque la presión social había impedido

durante meses que Las Poquianchis reabrieran mediante amparos el último reducto de

Lagos de Moreno, poniendo a esta banda criminal en crisis, en una encrucijada: dejaban

libres al grupo de esclavas sexuales, corriendo grandes riesgos de ser denunciadas y

descubiertos sus incontables crímenes, o se deshacían de todas. Estaban ahorcadas

financieramente con los tres burdeles cerrados. Se decidieron por la matanza.


Como podemos observar, se encuentran subidos en este escenario de conflicto

social, de violencia criminal, actores sociales, entre víctimas y victimarios; cómplices y

verdugos, despiadados y sádicos, como las propias González, sus militares y matones, una

violencia asesina que posee el elemento de clase, pero ésta es de manera unívoca. Es de

iguales contra iguales, tomando la categorización en los bloques de R. Dahrendorf. Las

jefas, Delfina, Eva o María Luisa, Manuela o María de Jesús; son de origen campesino: los

soldados como el sanguinario Tadeo, el cabo López Alfaro y otros mílites, también; las

muchachas raptadas, igual, son de familias pobres de Guadalajara, Los Altos de Jalisco,

Guanajuato y Michoacán, la geografía primordial de las chicas esclavizadas. Las

implacables ejecutoras y verdugos, como Adela Mancilla, que por órdenes de las jefas

remató a palos a su propia hermana Ernestina e hizo que el perro de María de Jesús, a
Los
enterradore
s, Salvador
Estrada
Bocanegra
y José
Facio,
extrayendo
uno de los
cuerpos
que
sepultaron.

Fotografía
tomada del
Expediente
Judicial...

manera de cumplirle sus fantasías sexuales, tuviera sexo con la moribunda, para luego

arrastrarla y arrojarla a la fosa; el enterrador, José Estrada Bocanegra, José Facio Flores, y

los restantes, gente analfabeta que sólo pudo estampar sus huellas en los expedientes.

Muchos no sabían leer ni escribir. Todos ellos, víctimas y despiadados explotadores,

verdugos y asesinos, provenientes, en términos gramscianos, de lo más profundo de las


clases subalternas. La lucha a muerte, y salvaje, de iguales contra iguales. Son todo lo

contrario a las idealizadas clases bajas a las que Michelet les atribuye toda la fuerza y lo

mejor de los atributos humanos.

Esta profunda situación anómala en el cuerpo social de una amplia región,

acentuada por estructuras y factores de larga duración, como de coyunturas sociopolíticas y

económicas, puede ser observada con toda su plenitud con el funcionamiento del sistema

judicial, en términos de E. Durkheim, y expuestas sus llagas con las coyunturas abiertas por

la postrevolución y la Revolución Cristera: una normatividad de una sociedad primitiva,

mecanicista, que aún no alcanza la unidad orgánica de las leyes que rigen una sociedad

civilizada. Se trata de un Estado disfuncional o afuncional, que precisamente lo que

representa es un obstáculo para el desarrollo social. En una sociedad en un gran sector

parece haberse quedado sin el lazo proyector y castigador del señor feudal o amo, y una

institucionalización endeble, sin ley, una anomia social. De este modo, el fallo ratificado

por el Supremo Tribunal del Estado, en fecha del 2 de agosto de 1966, impone las

sentencias definitivas: A Delfina y María de Jesús González Valenzuela, la pena de 40

años de prisión por los delitos de: Homicidio calificado, plagio o secuestro; asociación

delictuosa, lenocinio, violación sexual, lesiones, corrupción de menores, amenazas y

violación a las leyes de inhumación. José Valenciano Tadeo: 35 años de prisión y multa de

5 000 pesos y pena similar a Hermenegildo Zúñiga Maldonado. Eva González Valenzuela:

26 años de prisión y 5 000 pesos de multa; a Guadalupe Moreno Quiroz, 26 años y 3000

pesos de multa. Para Adela Mancilla Alcalá, 26 años y 2 000 pesos. Para Guillermina o

María Ramos Aréchiga, la sanción 26 años y 5 000 pesos de multa. Esther Muñoz Nava

“La Picochulo”, 22 años de prisión y 5 000 de multa; Ramona u Obdulia Gutiérrez


González, 21 años y 5 000 pesos. Salvador Estrada Bocanegra, 16 años y 5 000 de multa. A

José López Alfaro, 16 años de cárcel y 4 000 mil de multa. Francisco Camarena García, 8

años y 1 000 de multa. Enrique Rodríguez Martínez, 4 años y diez meses, más 1 000 pesos

de multa; Jesús Aranda Martínez, “El Escalera”, 3 años, 1 500 pesos de multa. La pena para

Jesús Luna Aguirre, “El Chuta”, fue de 3 años y 1 000 de multa.3

La justicia no tuvo más elementos que la evidencia de los cinco cadáveres extraídos

in situ. No hubo más. Muchos otros presuntos implicados, entre procuradores,

subprocuradores, militares de alto rango, nombrados por la prensa, presidentes municipales,

médicos señalados de prestar sus servicios como abortistas o expedir certificados de

defunción ilícitos, un solo caso, el Dr. Ricardo Moreno, en Lagos de Moreno, nunca fue

llamado a declarar y únicamente hizo la presentación pública notariada de “buena conducta

profesional”, de un hospital administrado por religiosas. No hay tampoco comparecencia

alguna en el expediente del alcalde de San Francisco del Rincón, señalado de recibir

sobornos de 300 pesos diarios o de los funcionarios de León y otros de Lagos de Moreno.

Por si fuera poco, la sentencia ordenó pagar los salarios “caídos” de las cinco cómplices

que actuaron como verdugos y torturadoras de Las Poquianchis…

A manera de conclusión

En el contexto de toda esa complejidad que representan la conflictividad social,

inherente a las relaciones e interacciones de cualquier sociedad o grupo social; las tensiones

permanentes que se desarrollan en la cotidianidad como una dialéctica y dialógica

humanas, para el presupuesto de avanzar como sociedad, en el ensayo que estamos

presentando se nos muestran con toda su crudeza el conflicto social, en términos


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., t. 1, secc. 2, f. 22. Dirección General de Representación Civil y Prevención Social. Poder Ejecutivo.
Secretaría de Gobierno.
funcionalistas, hacia su desviación moral hacia la criminalidad y el delito. En el caso de Las

Poquianchis, el conflicto nos enfrenta en toda su desnudez una primaria lucha salvaje de

iguales contra iguales, primero en los márgenes de la sobrevivencia, pero también por el

estatus y la supremacía. No vemos ni rastros de las fuerzas y las bondades de los de debajo

de la historia de Michelet. Al contrario, vemos el rostro macabro de la feroz crueldad en

que los iguales son verdugos que literalmente están prestos a destrozar a sus iguales

víctimas.

Advertimos en un presentismo y en un esbozo comparativo que en el trabajo

ensayístico de las hermanas González Valenzuela, estamos observando, según nuestra

interpretación, nada menos que el nacimiento de la mafia jalisciense o mexicana del crimen

organizado, a pequeña escala. Contiene los elementos fundamentales de su conformación

presente: es una familia, una familia extendida que asegura su solidaridad, identidad y

fidelidad: son hermanas, son hijos, son tíos, primos, sobrinos, yernos, compadres. Es la

mitad del siglo XX pasado, pero es posible que sea hoy con la familia Michoacana o la

familia de El Chapo y sus hijos, sus mujeres, etcétera. Están las policías, los militares,

como escoltas de protección y de los ajustes de cuentas. Nos encontramos de alguna

manera, o de muchas maneras, si no con un Estado fallido, con un estado disfuncional,

similar a la teoría de la anomía social, de instancias sociales o instituciones, sea el Estado,

la familia, las iglesias, la sociedad, como elementos latentes, que no son lo que creen o

dicen ser.

Nos encontramos en este contexto con una serie de factores y variables que se

sobreponen a una coyuntura de una de las más grandes revoluciones de la humanidad y del

mundo moderno y posmoderno: la revolución neoliberal y tecnológica que ha transformado


aun las estructuras sociales más férreas, las mentalidades, las creencias, no se diga ya los

valores, que ha tornado aún una mayor disfuncionalidad al Estado social, de lo macro a lo

micro,

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