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TRANSFORMACIÓN SOCIAL Y CULTURAL

DEL PARTO

Karen Farías Arroyo

Diplomado Gestación, Parto y Nacimiento Humanizado

Docente Lorena Naves 03 de julio 2023


DESARROLLO

En el transcurso del siglo XX inicia lo que Odent (2006), llamó como la “Industrialización
del nacimiento”, con el control médico de un proceso absolutamente natural y fisiológico,
como es el parto. Cuando aludo al control médico, no me refiero solamente al control de la
ciencia sobre lo natural, sino también al control del hombre sobre la mujer en el proceso
reproductivo. Se reemplaza entonces el ambiente de parto familiar, cargado de
conocimiento femenino, seguido de un ambiente dominado por hombres. En esa época la
mujer no era socialmente considerada, y el cuerpo humano era analizado como una
individualidad física por lo que el parto, perdió el significado de poder e integralidad que
tenía hasta entonces.

Uno de los cambios que ocurrieron durante ésta época, que me hizo bastante reflexionar
fue el rol de la partera. Durante la industrialización del nacimiento, la partera tradicional se
convirtió en una figura de asistente de salud, dejando de lado su esencia de mujer que
acompaña, que está dispuesta a ayudar y es cercana con la mujer que está de parto. La
partera ya no tuvo un rol como figura de apoyo, sino de asistente de intervenciones, que
es una definición que se le puede atribuir a la matrona convencional actual (Odent, 2006).

Se viene a mi cabeza el tradicional accionar de una matrona en el momento en el que


llega una usuaria a la sala de parto, sin ningún preámbulo se dispone a auscultar latidos
fetales. Como buena matrona, su primera acción debe ser corroborar que existan latidos
fetales, luego viene lo demás. Me parece que un acto mucho más cercano y esperable,
desde el punto de vista de las relaciones humanas, sería saludar, presentarse, conversar
un poco, saber cómo se encuentra la gestante, ofrecerle nuestra compañía. Parece un
acto mínimo, pero durante esta época, se fue perdiendo y los humanos lo fuimos
normalizando y perpetuando.

Comenzamos a formar en los hospitales un sistema social, con una estructura jerárquica,
donde la mujer que ingresa al hospital y todos los que estamos ahí, tenemos un rol
específico asignado y prácticamente olvidamos que somos humanos, ya que este
sistema social regula nuestro comportamiento. Una “buena matrona” entonces, debió
comportarse como un asistente de salud, preparada para evaluar y pesquisar problemas
de salud, no para brindar apoyo y compañía (Kitzinger, 2015).

La auscultación de latidos fetales como primera acción de la matrona frente a una


embarazada que está de parto, me hizo pensar en algunas otras situaciones. Lo primero
es, cómo los hechos se agravan con la instalación de un monitor cardio-fetal, ya que no
solo dejamos de lado nuestra relación humana con la gestante, sino que también tratamos
a la persona como una cosa, la amarramos prácticamente a una máquina, sin saber
siquiera cómo se siente. Por otro lado, me hace conectar con la idea de los mensajes
simbólicos que entregamos con las prácticas obstétricas que hacemos a diario. Al poner
en primer lugar la auscultación de latidos fetales, estamos poniendo en primer lugar la
vida del bebé
y en segundo lugar la de la madre. Lo primero que hacemos es verificar que existan
latidos, chequear, examinar, como si existiera alguna enfermedad. Si colocamos el
monitor cardio-fetal, el mensaje simbólico es más potente aún, ya que la gestante debe
acostarse en una cama, y una máquina le dice a la matrona “cómo está” la usuaria. El
mensaje es supremo, la integralidad de la gestante no es relevante, nuestro mayor
objetivo es que el bebé nazca vivo, el trabajo de parto necesita supervisión y hay un alto
riesgo en el proceso, por lo que las mujeres dependen de nosotros (Davis-Floyd, 2009).

La sociedad cree en la ciencia, la tecnología, el patriarcado y las instituciones que las


controlan. Las prácticas estandarizadas que usamos en las maternidades, les dan
confianza a las personas, les entregan seguridad, creen y tienen fe en el modelo de
salud. Por consiguiente, si no se les ofrece toda la tecnología disponible, o no se les
realizan todos los procedimientos que existen, se sienten desatendidas, piensan en que la
institución no está haciendo todo por su salud y la de su hije. En el proceso de parto, hay
que considerar que si una intervención o práctica obstétrica altera el proceso, causando
algún tipo de complicación, se requerirá de una siguiente intervención y luego quizás de
otra, activando una cascada de intervenciones sobre un proceso fisiológico de la
integralidad de la mujer (Davis-Floyd, 2009). Por ejemplo, si se administra analgesia para
el dolor, sabemos que pueden existir complicaciones, si ocurre alguna de ellas, como una
disminución en las contracciones uterinas, luego existirá la necesidad de colocar oxitocina
endovenosa, ya que debemos regirnos de acuerdo a las prácticas estandarizadas que
mencionamos.

Las intervenciones en el proceso de parto, no son solo relevantes porque pueden alteran
su curso natural, sino que también interfieren en la psique de la gestante, lo que puede
provocar serios traumas post parto. Si las intervenciones no son acompañadas de
información, cada intervención aumentará el estrés, la angustia y la sensación de peligro
en la gestante, otra razón más por la que se puede producir este círculo vicioso de
intervenciones, ya que sabemos que para el parto se produzca es necesario que la mujer
desconecte su neocórtex y se conecte con su cuerpo, cuestión muy difícil de lograr si
permanecen constantemente en alerta.

Cuando las mujeres que están de parto logran desconectarse del sistema, sienten el
dolor, lo expresan, lo comunican con gemidos y los profesionales de salud nos ponemos
incómodos, ya que la gestante no se está comportando como una “buena paciente”.
Nuestras expectativas muchas veces son que una mujer tolere su dolor sin gritos ni
expresiones y cuando llega este momento es necesario ofrecer algo para el dolor , por lo
que ofrecemos intervenciones. Tenemos una idea de la paciente difícil, que es la que no
se comporta como esperamos y la que sufre lamentablemente de mayores intervenciones
(Kitzinger, 2015).

En su libro Perspectivas antropológicas del parto y nacimiento humano Devis-Floyd


(2015), habla sobre la intensificación y drama para entregar indicaciones a las gestantes
por parte de las personas que trabajan en salud. Inmediatamente recordé la clasifica
instrucción/grito que entrega la matrona sobre cuándo debe pujar una gestante que está
de parto. La instrucción está cargada de dramatismo, con un tono de voz imponente,
frases repetitivas, con una premura como si se fuera a morir alguien si es que no se hace
lo que ordena, la instrucción muchas veces no deja siquiera espacio para que el cuerpo
siga su ritmo natural.

Este dramatismo es parte de una maternidad, se vive a menudo, cuando una gestante
llega en etapa de expulsivo al hospital, necesariamente hay que correr y se ponen en
marcha protocolos como si ocurriera una emergencia, pensamos en que el trabajo de
parto se vivió fuera de nuestra supervisión por lo que algo malo puede suceder. En estas
situaciones, la importancia de la gestante como persona integral, con emociones, miedos,
necesidades de compañía, se olvidan. Pasa a segundo o tercer plano la información
sobre los procedimientos que hacemos y se hace más evidente nuestra cultura del parto.

Me angustia pensar en la transformación cognitiva de mujer no gestante a mujer gestante


y madre. El modelo tecnocrático de atención de nacimientos nos ha hecho creer que el
cuerpo de la mujer es defectuoso, que no está preparado, ni codificado para gestar de
manera perfecta, por lo que es necesaria la supervisión y el uso de las tecnologías
disponibles. Plantearé una preocupación personal, sé que soy capaz de parir, tengo
conciencia que mi cuerpo está preparado, no tengo la seguridad que mi mente lo esté,
pero sí de que el proceso natural que se desencadena me ayudará en eso, pero me
angustia pensar en la transformación cognitiva que viviré cuando me enfrente al modelo
tecnocrático como usuaria y por ejemplo, necesite de alguna ayuda para calmar el dolor,
luego si sucede algo que altera la evolución, voy a ir perdiendo el control sobre mi
proceso de parto e internalizando este modelo de atención en mí y la de mi hije, en un
momento de mi vida de transformación, cargado emocionalmente, por lo que no sé cómo
me pueda afectar para el futuro. Me alivia pensar que cada vez hay más personas
consientes que necesitamos un equilibrio entre el uso de avances de la tecnología y la
ciencia y la vivencia de un proceso fisiológico, no puede ser que una intervención lleve a
otra y no se detenga nunca. Las personas que trabajamos en atención de salud, debemos
hacer intervenciones justificadas, informadas, sin abusar de ellas, debe permitirse el
espacio de tiempo para que el proceso ocurra, así como también debe permitirse que las
gestantes actúen como se les dé la gana, sin expectativas sobre ellas y sobre sus partos
(Davis-Floyd, 2015).

La mejor herramienta que poseemos para lograr el cambio social en relación al parto es el
empoderamiento femenino, saber que somos capaces de parir, que nuestro cuerpo está
preparado y que el proceso mismo nos ayudará con la mente. Las mujeres deben
rechazar los rituales del parto que no tienen evidencia científica, por lo que no lo
necesitamos, no estamos dispuestas a que regulen nuestro comportamiento y no somos
parte de esta estructura jerárquica que nos imponen, nuestras necesidades deben ser
escuchadas y consideradas, como las de cualquier otra persona, cada mujer tiene una
propia identidad y nombre, y debe ser llamada como tal, sin ser despersonalizadas, sin un
trato “superficialmente amistoso”, en la mayoría de los casos, solo es necesario un trato
respetuoso y una figura de compañía y apoyo.
BIBLIOGRAFÍA

Davis-Floyd, Robbie Rituales del Parto Hospitalario Americano, (2009), Editorial Creavida.

Kitzinger, Sheila La Crisis del Parto, (2015), Editorial OB STARE.

Odent, Michel El Granjero y el Obstetra, (2006), Editorial Creavida.

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