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DEL PARTO
En el transcurso del siglo XX inicia lo que Odent (2006), llamó como la “Industrialización
del nacimiento”, con el control médico de un proceso absolutamente natural y fisiológico,
como es el parto. Cuando aludo al control médico, no me refiero solamente al control de la
ciencia sobre lo natural, sino también al control del hombre sobre la mujer en el proceso
reproductivo. Se reemplaza entonces el ambiente de parto familiar, cargado de
conocimiento femenino, seguido de un ambiente dominado por hombres. En esa época la
mujer no era socialmente considerada, y el cuerpo humano era analizado como una
individualidad física por lo que el parto, perdió el significado de poder e integralidad que
tenía hasta entonces.
Uno de los cambios que ocurrieron durante ésta época, que me hizo bastante reflexionar
fue el rol de la partera. Durante la industrialización del nacimiento, la partera tradicional se
convirtió en una figura de asistente de salud, dejando de lado su esencia de mujer que
acompaña, que está dispuesta a ayudar y es cercana con la mujer que está de parto. La
partera ya no tuvo un rol como figura de apoyo, sino de asistente de intervenciones, que
es una definición que se le puede atribuir a la matrona convencional actual (Odent, 2006).
Comenzamos a formar en los hospitales un sistema social, con una estructura jerárquica,
donde la mujer que ingresa al hospital y todos los que estamos ahí, tenemos un rol
específico asignado y prácticamente olvidamos que somos humanos, ya que este
sistema social regula nuestro comportamiento. Una “buena matrona” entonces, debió
comportarse como un asistente de salud, preparada para evaluar y pesquisar problemas
de salud, no para brindar apoyo y compañía (Kitzinger, 2015).
Las intervenciones en el proceso de parto, no son solo relevantes porque pueden alteran
su curso natural, sino que también interfieren en la psique de la gestante, lo que puede
provocar serios traumas post parto. Si las intervenciones no son acompañadas de
información, cada intervención aumentará el estrés, la angustia y la sensación de peligro
en la gestante, otra razón más por la que se puede producir este círculo vicioso de
intervenciones, ya que sabemos que para el parto se produzca es necesario que la mujer
desconecte su neocórtex y se conecte con su cuerpo, cuestión muy difícil de lograr si
permanecen constantemente en alerta.
Cuando las mujeres que están de parto logran desconectarse del sistema, sienten el
dolor, lo expresan, lo comunican con gemidos y los profesionales de salud nos ponemos
incómodos, ya que la gestante no se está comportando como una “buena paciente”.
Nuestras expectativas muchas veces son que una mujer tolere su dolor sin gritos ni
expresiones y cuando llega este momento es necesario ofrecer algo para el dolor , por lo
que ofrecemos intervenciones. Tenemos una idea de la paciente difícil, que es la que no
se comporta como esperamos y la que sufre lamentablemente de mayores intervenciones
(Kitzinger, 2015).
Este dramatismo es parte de una maternidad, se vive a menudo, cuando una gestante
llega en etapa de expulsivo al hospital, necesariamente hay que correr y se ponen en
marcha protocolos como si ocurriera una emergencia, pensamos en que el trabajo de
parto se vivió fuera de nuestra supervisión por lo que algo malo puede suceder. En estas
situaciones, la importancia de la gestante como persona integral, con emociones, miedos,
necesidades de compañía, se olvidan. Pasa a segundo o tercer plano la información
sobre los procedimientos que hacemos y se hace más evidente nuestra cultura del parto.
La mejor herramienta que poseemos para lograr el cambio social en relación al parto es el
empoderamiento femenino, saber que somos capaces de parir, que nuestro cuerpo está
preparado y que el proceso mismo nos ayudará con la mente. Las mujeres deben
rechazar los rituales del parto que no tienen evidencia científica, por lo que no lo
necesitamos, no estamos dispuestas a que regulen nuestro comportamiento y no somos
parte de esta estructura jerárquica que nos imponen, nuestras necesidades deben ser
escuchadas y consideradas, como las de cualquier otra persona, cada mujer tiene una
propia identidad y nombre, y debe ser llamada como tal, sin ser despersonalizadas, sin un
trato “superficialmente amistoso”, en la mayoría de los casos, solo es necesario un trato
respetuoso y una figura de compañía y apoyo.
BIBLIOGRAFÍA
Davis-Floyd, Robbie Rituales del Parto Hospitalario Americano, (2009), Editorial Creavida.