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UNIDAD N°3
Buena parte del debate en estas últimas dos disciplinas ha girado en torno a sí el estado
constituye o no un principio universal de organización social, si es posible la existencia de
sociedades sin estado o si su origen se halla o no asociado al surgimiento de naciones,
clases sociales, mercados, etc.
Si nuestra intención es identificar los determinantes sociales del proceso
de formación estatal, debemos preguntarnos cuál es el grado de desarrollo de otras
manifestaciones de organización y funcionamiento social (v.g. existencia de una nación,
difusión de relaciones de producción e intercambio económico, concepciones ideológicas
predominantes, grado de cristalización de clases sociales) con las cuales aquel proceso se
halla interrelacionado. El surgimiento del estado está asociado e estadios
diferentes en el desarrollo de estos diversos fenómenos.
Con esto estoy afirmando que a partir de
la existencia de un estado, se asiste a un proceso de creación social en el que se originan
entidades y sujetos sociales que van adquiriendo rasgos diferenciables. Una de ellas es
que al intentar reconstruir analíticamente el proceso de creación social extensivo a la
formación del estado, tendemos a manejarnos con conceptos que presumen el pleno
desarrollo de los atributos o componentes que definen a esos conceptos. Una segunda
dificultad deriva del hecho de que los conceptos empleados para analizar estos procesos
no son mutuamente excluyentes sino que, por el contrario, se suponen recíprocamente
como componentes de su respectiva definición.
Este complejo entrecruzamiento categorial, que no hace sino expresar una
compleja realidad, señala la dirección que debe seguir el análisis pero a la vez entraña un
desafío: el proceso de formación del estado no puede entenderse sin explorar,
simultáneamente, la emergencia de esos otros fenómenos que no sólo convergen en la
explicación de dicho proceso sino que encuentran en el mismo un factor determinante de
su propia constitución como realidades históricas.
Por otra parte, la dinámica de esta verdadera construcción social no se ajusta a un
patrón normal, en el sentido que sus componentes se desarrollen respetando
necesariamente proporciones, secuencias o precondiciones. En un sentido ideal-abstracto
concibo al estado como una relación social, como la instancia política que articula un
sistema de dominación social. Este doble fundamento de la nacionalidad no implica, claro
está, que el surgimiento de intereses y valores haya sido simultáneo, ni su desarrollo
simétrico.
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Ello hace difícil precisar no sólo un momento a partir del cual puede afirmarse su
respectiva existencia sino, además, aquél en que nación y estado coexisten como unidad.
Entretanto, quisiera resumir lo expresado hasta ahora señalando que la formación del
estado nacional es el resultado de un proceso convergente, aunque no unívoco, de
constitución de una nación y de un sistema de dominación. La constitución de una nación
supone -en un plano material- el surgimiento y desarrollo, dentro de un ámbito
territorialmente delimitado, de intereses diferenciados generadores de relaciones
sociales capitalistas; y en un plano ideal, la creación de símbolos y valores generadores de
sentimientos de pertenencia que -para usar la feliz imagen de O` Donnell- tienden un arco
Quizás sea apropiado hablar de ‘‘estatidad‘‘ (‘‘stateness‘‘) para referirnos al grado en que
un sistema de dominación social ha adquirido el conjunto de propiedades -expresado en
esa capacidad de articulación y reproducción de relaciones sociales- que definen la
existencia de un estado Conceptualmente, sería entonces necesario determinar en qué
consisten estas diferentes capacidades, es decir, desagregar las propiedades que
confieren ‘‘estatidad‘‘ al estado. Caracterizadas estas propiedades, el estudio del proceso
de formación estatal consistiría en la identificación empírica de su presencia y forma de
adquisición, lo cual implica vincular el proceso formativo con una serie de fenómenos
sociales a los que pueden atribuirse efectos determinantes en dicho resultado.
Entretanto, quisiera resumir lo expresado
hasta ahora señalando que la formación del estado nacional es el resultado de un proceso
convergente, aunque no unívoco, de constitución de una nación y de un sistema de
dominación. La constitución de una nación supone -en un plano material- el surgimiento y
desarrollo, dentro de un ámbito territorialmente delimitado, de intereses diferenciados
generadores de relaciones sociales capitalistas; y en un plano ideal, la creación de
símbolos y valores generadores de sentimientos de pertenencia que -para usar la feliz
imagen de O` Donnell- tienden un arco de solidaridades por encima de los variados y
antagónicos intereses de la sociedad civil enmarcada por la nación. Este es el
procedimiento propuesto por Schmitter y otros en un reciente trabajo 10. Preocupados por
establecer la especificidad del proceso de formación estatal en América Latina, frente a la
más conocida experiencia europea, esto autores comienzan por distinguir, como
atributos del estado, su capacidad de:
La cuarta cualidad consiste en la capacidad de emitir desde el estado los símbolos que
refuercen los sentimientos de pertenencia y solidaridad social que señalaba como
componentes ideales de la nacionalidad y aseguren, por lo tanto, el control ideológico de
la dominación. Vistos desagregadamente, estos atributos de la ‘‘estatidad‘‘ permiten
empezar a distinguir, comparativamente, momentos y circunstancias históricas en que los
mismos fueron adquiridos en las diversas experiencias nacionales, lo cual facilita la
detección de conexiones causales con otros procesos sociales. Por ejemplo, es evidente
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que la gran mayoría de los países latinoamericanos adquirió -como primer atributo de su
condición de estados nacionales- el formal reconocimiento externo de su soberanía.
Este desfasaje, que en algunos casos perduró por varias décadas, contribuyó
precisamente a crear la ambigua imagen de un estado nacional asentado sobre una
sociedad que retaceaba el reconocimiento de la institucionalidad que aquél pretendía
establecer. Si aceptamos la idea de que la formación del estado es un gradual proceso de
adquisición de los atributos de la dominación política, los que suponen la capacidad de
articulación y reproducción de cierto patrón de relaciones sociales, la pregunta que surge
naturalmente es: ¿qué factores confluyen en la creación de condiciones para que dichos
atributos se adquieran?. Lo cual equivale a plantear el tema de los determinantes sociales
de la formación del estado. Esto no implica dejar de reconocer el indudable peso que
factores tales como el positivismo, el liberalismo, la dependencia económica o la difusión
de relaciones capitalistas de producción tuvieron sobre las características que fue
adoptando el estado. El verdadero problema teórico consiste en hallar condensaciones de
fenómenos sociales que históricamente puedan vincularse causalmente al proceso de
adquisición y consolidación de los atributos de ese estado. Si
recordamos la relación estipulada entre el desarrollo de una economía capitalista y la
estructuración de los estados nacionales, podríamos explorar hasta qué punto aquel
proceso puede proporcionarnos algunas claves para entender las alternativas de este
último. Por su parte, la constitución del sistema de dominación que denominamos estado
supone la creación de una instancia y de un mecanismo capaz de articular y reproducir el
conjunto de relaciones sociales establecidas dentro del ámbito material y simbólicamente
delimitado por la nación. Los efectos de arrastre de formas precapitalistas,
el surgimiento o no de posibilidades para una efectiva incorporación al mercado mundial,
los fluctuantes flujos de inversiones foráneas o la diversificación de la producción frente a
cambios profundos en la estructura de la demanda Internacional, son factores que en
distintos momentos y con diferente intensidad afectaron el desarrollo económico
nacional. Por lo tanto, en lugar de colocar el acento en el carácter capitalista de estas
economías, quizás sería más apropiado referirse a sistemas de acumulación de
excedentes11, cuyo dinamismo -dada su inserción en un mercado capitalista a escala
mundial- permitió la consolidación de una clase dominante y la generación de una fuente
relativamente estable de recursos fiscales que hizo viables a los nuevos estados de la
región. Sería discutible, por ejemplo, calificar como capitalismo al sistema económico
peruano vigente durante el boom exportador del guano, pese a haberse constituido una
clase dominante y un estado cuya capacidad de movilización de recursos no fue igualada
durante décadas. Estas circunstancias sugieren la necesidad de observar la relación
economía-política distinguiendo fases o etapas en las que se fueron definiendo los rasgos
de un modo de producción y un sistema de dominación que con el tiempo adquirirían una
adjetivación común. En su ya comentado trabajo, Schmitter y otros proponen tres
‘‘modelos‘‘ o ‘‘imágenes‘‘, claramente vinculados a fases diferentes del desarrollo
histórico, mediante los cuales podría conceptual izarse la relación entre las dimensiones
económica y política del proceso de formación estatal. La transición del estado colonial al
estado del período independentista, memento en el que se centra la atención de este
enfoque, no consigue eliminar las tradiciones localistas ni la influencia de instituciones
típicas de la colonia, tales como la Iglesia, los Ayuntamientos, las corporaciones de
artesanos y comerciantes, las pautas educacionales o las viejas prácticas administrativas.
Es decir, este modelo observa una clara correlación entre el
surgente orden neocolonial y los atributos del estado que se iba conformando al compás
del afianzamiento de la relación dependiente. El tercer modelo, al que denominan
‘‘intervencionismo‘‘, reconoce los estímulos ‘‘externos‘‘ implicados en la relación de
dependencia, pero otorga especial relevancia a los procesos derivados, en primer lugar,
de ciertas cualidades ‘‘expansivas‘‘ (o ‘‘partogenéticas‘‘) del estado mismo, y en segundo
término, de aquellas resultantes de las interacciones estado-sociedad.
Es decir, se tienen más en cuenta los procesos internos a un aparato institucional más
burocratizado, a una sociedad más compleja y a un estado mucho más ínter penetrado
con la misma. A partir de este momento observa que los procesos ‘‘internos‘‘ al estado o
aquellos resultantes de una mucho más diversificada red interactiva con la sociedad civil,
tendieron a reforzar su autonomía, peso institucional, capacidad extractiva e imbricación
con actores sociales crecientemente diferenciados. Para usar otra imagen, la mayor
complejidad del estado y la sociedad tendieron a ‘‘filtrar‘‘-en direcciones y con resultados
dispares- los estímulos ‘‘externos‘‘ la actividad de las unidades estatales.
Como intento de identificación de los determinantes
sociales del proceso formativo del estado, es evidente que estos modelos no son
alternativos sino complementarios. No cabe duda de que el legado colonial, la relación
dependiente establecida en la etapa de ‘‘expansión hacia afuera‘‘ y la dinámica interna
propia del estado nacional explican, parcial pero concurrentemente, buena parte de las
características que fue asumiendo el estado en los países de la región.
En parte, estos modelos
se diferencian por el hecho de centrar su atención en distintas etapas del proceso de
adquisición de los atributos de ‘‘estatidad‘‘. Cada una de las fuentes de determinación
que respectivamente destacan no se corresponden con etapas distintas, aun cuando
indudablemente tienen peso y repercusiones diferenciales en cada momento.
A pesar de las ambigüedades que no resuelve, y quizás por mantenerlas, esta forma de
conceptualizar al aparato estatal puede proporcionar algunas claves para entender su
dinámica interna y la trama de relaciones que históricamente establece con la sociedad
civil.
(1) invocar un interés superior que subordina a los de las otras partes
2) extraer los recursos que posibilitarán sus intentos de “resolución” de las cuestiones
planteadas.
Las cuestiones originan decisiones y respuestas del estado, que a veces toman la forma
de actos de obtención o disposición de recursos, otras de imposición de sanciones, de
producción de símbolos, de cristalizaciones institucionales, en suma, de manifestaciones
objetivas de su presencia en la trama de relaciones sociales. ¿Cómo discernir entonces
cuáles son -por su significación y alcances analíticos- las cuestiones cuyo examen puede
arrojar luz sobre el proceso formativo del estado? Para responder a estos interrogantes
podríamos apelar una vez más a los atributos de la ‘‘estatidad. En otras palabras,
propongo concentrar el análisis en el proceso social desarrollado alrededor de la
problematización y resolución de cuestiones que no sólo tuvieron en el estado nacional a
un actor central, sino que además su propia inserción en el proceso contribuyó a
constituirlo como tal o a modificar sensiblemente algunos de sus atributos.
Demás está decir que una historia de la formación del aparato estatal es
precisamente la historia de los cambios producidos en este tipo de variables y su relación
con un conjunto de factores determinantes. En mi propuesta, estos últimos serían
identificables en el proceso de surgimiento, desarrollo y resolución de las que
consideremos como las cuestiones más relevantes que el estado en América Latina debió
enfrentar durante su etapa formativa. Si tomamos, por ejemplo, las cuestiones del
“orden” el “progreso” -sobre las que me extenderé más abajo-, sería fácil asociar la
intervención del estado en el proceso de resolución de las mismas con el relativo
desarrollo de las instituciones centralmente involucradas en dicho proceso. Es decir, es
indudable que los ministerios de guerra constituyeron el principal mecanismo
institucional para la imposición del ‘‘orden‘‘; los de interior, obras públicas o sucedáneos,
los más directamente vinculados al ‘‘progreso‘‘22.
Hacia mediados del siglo pasado tenían lugar en Europa profundas transformaciones
sociales. El continente vivía la era de las nacionalidades. También se han estudiado
extensamente las consecuencias de estos procesos sobre el desarrollo de las economías y
sociedades latinoamericanas. La extraordinaria expansión del comercio mundial y la
disponibilidad e internacionalización del flujo e capitales financieros, abrieron en América
Latina nuevas oportunidades de inversión y diversificación de la actividad productiva.
Lo que es menos conocido es el papel que los nuevos estados
nacionales desempeñaron frente a estas transformaciones; bajo qué condiciones y
empleando cuáles mecanismos afrontaron e intentaron resolver sus múltiples desafíos. Es
indudable que la propia existencia de dichos estados no fue ajena. Para los sectores
económicos dominantes que encontraban en la apertura hacia el exterior creciente
terreno de convergencia para la homogenización de sus intereses, la superación de tales
restricciones pasaba por la institución de un orden estable y la promoción de un conjunto
de actividades destinadas a favorecer el proceso de acumulación. "Orden y progreso", la
clásica fórmula del credo positivista, condensaba así las preocupaciones centrales de una
época: aquélla en que comenzaban a difundirse en América Latina relaciones de
producción capitalista. El
"orden" aparecía entonces, paradójicamente, como una drástica modificación del marco
habitual de relaciones sociales. No implicaba el retorno a un patrón normal de
convivencia sino la imposición de uno diferente, congruente con el desarrollo de una
nueva trama de relaciones de producción y de dominación social. En consecuencia,
durante la primera etapa del período independentista los esfuerzos de los incipientes
estados estuvieron dirigidos a eliminar todo resabio de poder contestatario, extendiendo
su autoridad a la totalidad de los territorios sobre los que reivindicaban soberanía. La
reiterada y manifiesta capacidad de ejercer control e imponer mando efectivo y legítimo
sobre territorio y personas, en nombre de un interés superior material e ideológicamente
fundado en el nuevo patrón de relaciones sociales, es lo que definía justamente el
carácter nacional de estos estados. Por supuesto, los ritmos que observaron en los
diversos casos nacionales tanto el desarrollo capitalista como la expansión y
diferenciación del aparato estatal, fueron muy diferentes.
Los factores que contribuyeron a plasmar un particular sistema de instituciones
estatales estuvieron estrechamente asociados al tipo de producción económica
predominante, a la forma de inserción en los nuevos mercados internacionales y a la
trama de relaciones sociales resultante. En general, los estados que emergieron del
proceso de internacionalización de la economía mostraron una débil capacidad extractiva
y una fuerte dependencia del financiamiento externo.
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En el nivel de generalidad en el que nos hemos colocado hasta ahora, no es casual que
"orden" y "progreso" hayan aparecido como las cuestiones centrales del período
formativo del estado. En cierto modo, ni los problemas del "orden" ni los del "progreso"
acabaron por resolverse nunca. Lo fueron sólo en el estricto sentido de que -con la
intervención protagónica del estado durante una crucial etapa histórica- se eliminaron las
diversas fuentes de contestación a la implantación de un sistema capitalista, se
regularizaron y garantizaron las condiciones para que las relaciones implicadas en este
sistema se desarrollaran y se asignaron recursos a la creación del contexto material que
facilitara el proceso de acumulación. No lo fueron en el más amplio sentido de que
reproducción del capitalismo como sistema implicó, recurrentemente, nuevas
"intervenciones"37 estatales para resolver otros tantos aspectos problemáticos de las
mismas cuestiones, planteados por el contradictorio desarrollo de ese sistema.
Sucesivamente rebautizadas, estas cuestiones reemergieron en la acción e ideología de
otros portadores sociales, pero en su sustrato más profundo seguían expresando la
vigencia de aquéllas dos condiciones de reproducción -admitidamente metamorfoseada-
de un mismo orden social. En este sentido, los sucesivos sinónimos del
"orden y progreso" no serían más que eufemísticas versiones del tipo de condiciones que
aparecen como necesarias para la vigencia de un orden social que ve amenazada su
continuidad por las mismas tensiones y antagonismos que genera. Pero su utilización en
el discurso político está expresando, además de su necesidad, el carácter
recurrentemente problemático que tiene el mantenimiento de estas condiciones. Por
eso, no parece desatinado erigirlas en cuestiones sociales dominantes también durante la
etapa de consolidación de los estados nacionales en América Latina.
Lo dicho completa una necesaria instancia de reflexión sobre el tema. Al señalar
la centralidad y generalidad de ciertas tensiones permanentes del capitalismo, su
manifestación a través de cuestiones socialmente problematizadas y su íntima vinculación
con la adquisición de ciertos atributos por parte del estado en América Latina, sólo me
propuse sugerir una promisoria forma de abordaje analítico de un tema poco explorado.
No fue mi intención proporcionar una explicación definitiva del mismo sino algunos
lineamientos para comenzar a estudiarlo. Será necesario contar con un conjunto de serios
estudios de casos nacionales para empezar a distinguir, más allá de sus especificidades
históricas, aquellos elementos generalizables que pueden contribuir a la reflexión teórica
sobre el estado latinoamericano
La incógnita de cómo construir un orden político estable es la que marca este período.
Safford dice que existen un grupo de dificultades que hay que tener en cuenta para
pensar a nivel regional este proceso.
El autor define las dificultades para trazar las líneas generales que caracterizaron la política
hispanoamericana: diferencias en la composición étnica, geográficas, etc.
Diferencias étnicas entre regiones: los países no tenían una composición étnica igual.
México, Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala tenían mucha población india, asimilada sólo
en parte por la cultura hispánica dominante. En resto de los países predominaban
mestizos y casi toda la población estaba culturalmente integrada en la sociedad hispánica.
Esto repercutía en la vida política (menos participación activa donde la clase más baja
era distinta culturalmente a la hispánica).
Diferencias geográficas: los países eran muy distintos geográficamente. Mientras que las
poblaciones nativas normalmente habitaban las tierras altas del interior (México,
Guatemala y países andinos), una proporción importante en la región costera (Río de la
Plata, Venezuela y Chile). Consecuencias en la economía y vida política. Los países con
población y recursos en la costa, tenían desde hace años relaciones comerciales con
Europa y gracias a los ingresos aduaneros, tenían bases financieras más firmes y mayor
estabilidad política.
Diferente herencia colonial: Por un lado, principalmente en las zonas centrales históricas
del Imperio, México, Perú y América Central, la presencia de la cultura y de las
instituciones españolas era mucho más fuerte, principalmente el peso que tenían dos
actores que serán claves en este período, como el Ejército y la Iglesia, mientras que, en
zonas históricamente más periféricas, como Venezuela o el Río de La Plata, su peso era
mucho menor. En México la Iglesia tenía una preponderancia institucional y económica
no comparable con otras regiones.
Cómo afectaron las guerras de independencia: mientras que en América Central casi no
afectaron, en territorios como Colombia, Venezuela y el Río de La Plata fueron muy
importantes. En México y Perú, oficiales criollos instruidos en la carrera militar por los
españoles, antes de la independencia, continuó casi intacto luego de la misma
militares profesionales se conformaron como un grupo de interés (grupo corporativo)
más o menos coherente con peso en la vida política. En los otros países, la organización
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militar de fines del período colonial, fue liquidada luego de las guerras de la
independencia.
El aspecto más importante de la historia política fue la dificultad para establecer nuevos
estados una vez lograda la separación de España.
Esta fase se puede enmarcar en cómo instaurar una autoridad legítima sin el rey como
cabeza del Estado y controlar los resabios del poder colonial, materializados en la Iglesia
y el Ejército. Por un lado era necesario construir sistemas políticos que ejercieran
Las élites van a buscar crear constituciones liberales limitadas (inspiradas en los modelos
republicanos de EEUU y de la Revolución Francesa) creyendo que la sola instalación de
normativas produciría un cambio en la sociedad y el respeto hacia ellas. En este sentido,
la instalación de las primeras constituciones, sumamente liberales y progresistas fue un
fracaso porque no se pudieron adaptar a las estructuras existentes en América.
Por los fracasos que se producen, a partir de 1815 hubo una tendencia general a crear
gobiernos con poderes ejecutivos más fuertes que puedan de algún modo asegurar el
orden social para luchar contra España y, para que las economías europeas se viesen
tentadas de invertir en el país. En algunas ocasiones se llegó a plantear la instalación de
monarquías constitucionales (Argentina 1814-1818 y Chile 1818) para lograr la estabilidad
interna, pero fueron propuestas con muy poco sustento. Luego de las revoluciones
norteamericanas y francesa, el republicanismo era la única opción consensuable y que
parecía representar el futuro y no el atraso del sistema monárquico. La influencia del
liberalismo constitucional moderado europeo constituía la base intelectual de las elites
entre 1820 a 1845.
Modelos constitucionales
En el período 1819-1845 se implantaron dos tipos de constituciones: la de las Repúblicas
centralizadas parecidas a la Constitución de Cádiz (1812) y la del estado napoleónico que
defendía Simón Bolívar.
C onstituciones de Cádiz (1812): Influencia entre los años 1820-1830. Gran Colombia
(1821), Nueva Granada (1830 y 1832), Venezuela (1830), Perú (1823 y 1828), Argentina
(1826), Uruguay (1830) y Chile (1828), México (1824). Era el tipo de constituciones
defendidas por las elites liberales y letradas, ya que representaba una aplicación de la
ideología liberal a la cultura y la sociedad española. Tenían como inspiración el escrito
que se había sancionado en esa misma ciudad, aunque la de Cádiz tenía como uno de sus
objetivos primordiales limitar el poder del rey en España; por el contrario, en América, y
luego de los fracasos de las primeras constituciones, el objetivo era reforzar el poder y la
legitimidad del ejecutivo, para intentar lograr el orden social. Sistema centralista con
adornos del constitucionalismo.
México y Perú: países donde España deja una fuerte estructura militar y
eclesiástica. Por esto los caudillos tenían su base de apoyo en las unidades del
ejército regular y logran aliarse con la clase alta civil. En algunos casos gracias a
estas relaciones llegan a ocupar lugares de importancia y controlar el gobierno
Caudillos
La autoridad se encarnaba más bien en personas concretas antes que en las instituciones
formales establecidas en las constituciones. De esta manera, esta autoridad estuvo en
manos de líderes fuertes que tendían a ponerse por encima de las leyes. Eran hombres
cuya fuerza personal les permitía obtener la lealtad de un importante número de
seguidores a los cuales movilizaba para enfrentarse a la autoridad constituida o para
hacerse con el poder por medio de la violencia o la amenaza de violencia. Hasta 1840, la
mayoría de los caudillos, sobre todo en las primeras décadas de este periodo, eran líderes
militares que habían alcanzado renombre durante las guerras de la independencia. Luego
de esta fecha, este papel fue asumido en parte por hombres que habían empezado su
carrera política como civiles (abogados, periodistas, comerciantes y propietarios) y que
fueron empujados al liderazgo militar debido a la violencia política de aquel entonces.
La mayoría de los enfrentamientos luego de romper con España fueron por el control del
Estado y sus recursos, además de si el Estado debía ser centralista o federalista. Este
conflicto quedó sumergido entre 1835 y 1845 cuando las fuerzas centralistas triunfaron
definitivamente (incluye a Rosas como centralizador de poder dentro de una estructura
federalista).
Después de 1845 el consenso de la élite empezó a fracturarse ya que apareció una nueva
generación de políticos que se enfrentó a las personas y a la política de los que habían
ocupado el poder desde finales de la década del 20. Esta fase de renovación liberal es
principalmente fuerte en México, Nueva Granada, Venezuela y Perú. Aunque la dinámica
del periodo se puede entender como el resultado de la presión de una nueva generación
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Empezó también a figurar otro grupo social: el de los artesanos urbanos. La expansión del
comercio exterior hispanoamericano significó la llegada masiva de productos de consumo
que amenazó con hundirlos. Perjudicados por el aumento de las importaciones que se
produjo entre 1845 y 1855.
Los reformadores de 1845-1870 (al igual que los liberales de los años 20), defendían
concepciones individualistas del Estado, la sociedad y la economía, fueron
constitucionalistas libertarios.
Al final del texto problematiza el grado en que los grupos americanos podían llamarse
partidos según las regiones.
Antes de 1870, el grado en que los grupos se podían llamar partidos variaba de una región
a otra. En general, partidos entendidos como aquellas organizaciones que reúnen
individuos de similar ideología, clase social o intereses en general, no se los puede
encontrar específicamente. En los países en los que dominaban los caudillos (Provincias
Unidas de Río de la Plata, Bolivia o Perú), no había lugar para que se desarrollaran los
partidos cuya finalidad era ganar las elecciones. Pero, en las repúblicas donde las
elecciones jugaban un papel importante en la vida política, los partidos, entendidos como
grupos políticos organizados con el propósito de ganar las elecciones, se desarrollaron
bastante temprano (1825 Nueva Granada, 1826 México, 1830 Uruguay). Las facciones
políticas se formaban para lograr el control del gobierno y los cargos que emanaban de
ese control, lo que generaba que los individuos se adherían a los líderes o grupos políticos
que con más probabilidad les iban a recompensar. Esto implicaba vincularse a líderes o
grupos con quienes compartían un origen regional u otro tipo de conexión personal. En
este período, hay muchos grupos políticos que parecen tener como eje de su existencia
este tipo de vinculación personal, más que una consistencia ideológica, principalmente en
los grupos formados en torno a los caudillos o de otros líderes políticos dominantes. Estas
redes regionales, o de otro tipo de asociación personal, también fueron importantes para
cimentar grupos políticos conformados por convicciones ideológicas.
¿Qué puede decirse sobre las características de la diferenciación social de los grupos
políticos enfrentados? Se puede asociar a los conservadores con los tradicionales grupos
poderosos de la economía y a los liberales como las nuevas clases económicas en ascenso.
Por su parte, los liberales solían ocupar una posición social más periférica y procedían de
ciudades provinciales que en la colonia habían tenido menos importancia económica,
administrativa o cultural donde la estratificación era menos pronunciada. Se trasladaban
de las provincias a las ciudades a estudiar. Pasaron a formar parte de la élite política
gracias a su talento, más que a su nacimiento, es probable que se inclinara por las ideas
liberales de igualdad ante la ley y la capacidad individual y que no tuvieran interés en
proteger estructuras coloniales del poder y privilegio. También había comerciantes y
propietarios de posición social secundaria que se deberían ver a sí mismos luchando para
acabar con la estructura comercial oligopolista, a menudo estaban en peor situación que
los provincianos que iban a los centros a estudiar.
Sitúa la clave de su explicación en el Estado patrimonial que existía en España donde los
diferentes grupos de intereses no formaron núcleos de poder autónomo sino que
dependían del Estado, el cual estaba corporizado en el poder patrimonial del rey como
fuente de patronazgo y árbitro de disputas. La organización del poder dependía del rey y
en ausencia del mismo, el sistema se deshizo. Al no existir en América grupos de intereses
económicos desarrollados que participaran en el proceso constitucional, los nuevos países
quedaron en lucha para hacerse el Estado patrimonial (imperio original fragmentado). Los
líderes hispanoamericanos del siglo XIX trataron de reconstruir la autoridad patrimonial
pero los caudillos fueron incapaces de institucionalizar su poder en una legitimidad
suprapersonal aceptada por la mayoría. (A excepción de Chile con Portales). Las ideas
constitucionalistas liberales occidentales (anglo-francés) con énfasis en la división de
poderes, controles sobre la autoridad fue una contradicción con los valores y formas de
vida que se encontraban. De esta manera, la estabilidad sólo se podía conseguir cuando
se lograra una síntesis donde el modelo tradicional dominara y los principios
constitucionales quedaran como fachada. Esto fue lo que ocurrió de manera excepcional
en Chile.
Esta interpretación tiene un par de problemas que se señalan, entre ellos que toma a la
cultura como algo demasiado estático que no tuvo modificaciones; le da poca importancia
a los que profesaron sinceramente las ideas liberales importadas de la época y, por
último, no toma en cuenta factores sociales, económicos, políticos y estructurales
geográficos.
La visión económico social estructural: Esta visión, que comparten tanto Halperin Dongui
como Safford, ligan la inestabilidad política a causas sociales y económicas.
Entre 1870-1910 se dan los años de consolidación y centralización política bajo gobiernos
de tipos seculares y modernizadores pero más o menos autoritarios y no democráticos.
Se tendieron a poner de relieve las bases económicas del nuevo orden ya que la creciente
demanda de materias primas latinoamericanas conllevó a una afluencia de prestamos e
inversiones extranjeras en ferrocarriles, minas y sector agrícola de exportación, así como
la llegada de inmigrantes europeos. Los ingresos aduaneros suministraron recursos para
cooptar a posibles opositores con puestos en el gobierno o con concesiones o contratos.
A su vez permitió mantener un ejército nacional moderno con el que reprimir. Estos
gobiernos centrales eran más fuertes en lo fiscal y, por lo tanto, más capaces de contener
a los disidentes. Para los sectores altos de la sociedad esta etapa se caracterizaba por la
posibilidad de hacer dinero más que por la conflictividad política.
En el viejo continente, por los avatares de las guerras, nos encontramos con una
metrópoli exhausta en el poderío militar y desgarrada en las confrontaciones internas.
Trafalgar (1805), mucho más que Bayona (1808), sellará la suerte de las Indias; el
aislamiento político y económico será ahora mucho más permanente que en la década
anterior.
Así se van configurando los elementos esenciales de una nueva división internacional del
trabajo, que tendrá como centro neurálgico a la industria británica.
Estos aspectos, exigirán todavía dos componentes que aparecen más tarde: la industria
del free trade, después de 1846 y la influencia masiva de inversiones a los países de la
periferia.
Para América latina en su conjunto, la segunda mitad del siglo XVIII es una época de
prosperidad general, observándose en: el crecimiento de la población, la expansión de la
producción y el comercio, sobre todo en las áreas periféricas: el norte de México, la
Florida y Louisiana, el Río de la Plata, el sur de Chile, ciertas regiones de Nueva Granada y
Venezuela. La vocación de las economías coloniales tiene ahora, a través de un tráfico
cada vez más diversificado, de muchos más puertos y rutas, un abanico de posibilidades
insospechadas.
Los reajustes imperiales que acompañaron a este auge económico se conocen, con el
nombre de reformas borbónicas y reformas pombalinas.
El propio marqués de Pombal hablará, años más tarde, de un Portugal reducido a una
estrecha dependencia de Inglaterra sin los inconvenientes de la conquista militar. Los
Borbones en cambio estuvieron animados sólo por la ambición de renovar estructuras
administrativas vetustas e ineficientes sino también por la idea de conservar y
engrandecer el imperio, frente a las ambiciones inglesas.
La conclusión a la que derivan estudios complejos indican que, a pesar de los intentos
reformistas, estos acabaron fracasando, ya en la última década del siglo, trayendo
además, aparejado, los odios y rencores que los grupos sociales implicados, difícilmente
llegarían a olvidar después.
John Lynch ha propuesto una hipótesis estimulante, que ha sido retomada por autores
como Brading y Bakewell: “La reformas borbónicas habrían implicado la segunda
conquista de América”.
Las bases estructurales que impulsan a todos los países latinoamericanos, durante el siglo
XIX, a integrarse al mercado mundial como productores de materias primas, resultarían
mucho más un legado de los reajustes imperiales del siglo XVIII que de la siglo XVIII que
de la situación colonial anterior.
La transición al nuevo orden colonial quedará completada, en casi todos los países
latinoamericanos, hacia fines del siglo XIX.
En estas condiciones sólo fueron viables unos pocos: con la afluencia masiva de capitales
extranjeros que se invierten en obras de infraestructura y en empréstitos a los gobiernos;
y una fuerte demanda, en los países industrializados, para los productores primarios.
En los países con poblaciones indígenas densas el proceso de reforma liberal girará sobre
todo en torno a la cuestión de la tierra.
Los casos de colonización en un área vacía se definirán ante todo por la necesidad de la
inmigración masiva.
B) LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD
Fernando Henrique Cardoso define en tres puntos los límites de la elasticidad del
esclavismo americano
1. Que la trata negra pueda seguir efectuándose, para que el mercado de mano de
obra sea abastecido adecuadamente y a precios aceptables;
3. Que no se ejerza la competencia de una producción cuya mano de obra sea libre,
asalariada: al desarrollarse, el capitalismo lleva a la destrucción del sistema
esclavista.
Podemos tomar a Max Weber, y a, anteriormente a esté, Karl Marx una base para nuestro
análisis.
El punto de vista tradicional es el de Ragatz y de Eric Williams, o sea la tesis que vincula el
fin de la trata y posteriormente el fin de la esclavitud.
Con la revolución industrial, el mercado inglés pasó a ser cada vez más amplio, con
tendencia a abarcar el mundo entero.
Seymour Drescher lanzó un ataque demoledor contra ella, aunque limitándose a la etapa
de la abolición de la trata. Apoyándose en curvas y cuadros estadísticas elocuentes,
demostró: 1- que los intercambios entre la Gran Bretaña y las Antillas, aumento mucho en
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Drescher busca las causas de la abolición de la trata en los argumentos mismos de los
debates parlamentarios británicos al respecto, entre 1788 y 1806.
La trata británica fue abolida en1807, y desde entonces la Gran Bretaña pasó a ejercer
presiones sobre las demás potencias, y después sobre los nuevos países americanos para
que hicieran lo mismo. Las presiones variaron desde la diplomacia hasta el envío de la
flota británica a patrullar las costas de África.
Es cierto, también, que si bien la presión británica fue una variable central, otras
intervinieron en cada país que abolió la trata, por lo que el proceso de abolición del
comercio de esclavos pudo ser diferente en cada caso.
En Brasil, una de las soluciones intentadas después del cierre de la trata africana hacia ese
país en 1850 fue la compra de esclavos de las provincias entonces menos prósperas del
norte y del nordeste por los exitosos hacendados de café.
Este “desarrollo del capitalismo” debe entenderse de dos maneras diferentes, si bien
ligadas entre sí. Por una parte, tenemos la constitución fuera de América de un núcleo
capitalista dominante.
Por otra parte, en el interior de los países de América, el siglo XIX vio el desarrollo gradual
de sectores económicos progresivos, “modernos”, que terminaron por chocar con las
estructuras esclavistas.
Así, en los Estados Unidos la abolición resultó fundamentalmente del juego de las
contradicciones internas; en el Caribe Británico, francés y holandés fue, en lo esencial,
impuesta por las metrópolis; en Brasil y en Cuba, podemos recibir el equilibrio de ambos
tipos de factores en el proceso de destrucción del esclavismo.
Las notables diferencias entre los procesos de abolición de la esclavitud no se explican por
distintos sistemas esclavistas, sino por los grados de dependencia política y vulnerabilidad
a presiones externas, por la evolución interna y externa de las estructuras económicas,
por las coyunturas locales e internacionales.
Podemos distinguir –dejando de lado el caso norteamericano que no nos interesa abordar
aquí- tres tipos fundamentales de procesos abolicionistas de la esclavitud americana.
La abolición de la esclavitud ocurrió en fechas a veces separadas por un largo tiempo: más
de cuarenta años separan al inicio de la revolución haitiana de la abolición del Caribe
Británico, y esta se dio cincuenta años antes de que se produjera la abolición en Brasil.
La disolución del sistema esclavista en diversos países americanos muestra sin embargo
algunas similitudes notables.
a-Primera similitud: En todos los países o colonias, el fin de la esclavitud fue seguido por
una tendencia a la expansión de la economía campesina.
1-Caracterización general:
El asentamiento de colonos europeos fue una meta perseguida por todos los gobiernos
de la época.
Durante el proceso de reformas liberales –digamos entre 1854 y 1862 y después del
interludio imperial los años 1867 a 1876-, el liberalismo adquirió un carácter de clase
bastante definido: era el instrumento eficiente de una transformación de la sociedad
mexicana según los intereses de algunas clases dominantes: la burguesía agraria, minera,
comercial y ferrocarrilera (pero no así industrial).
El Salvador: La expansión del añil en El Salvador, desde época colonial, fue un proceso
lento, que pudo combinarse con la producción de subsistencia de las comunidades
indígenas posteriormente ladinizadas.
Como la grana, el añil conoció desde mediados del siglo pasado los efectos de la
competencia (en este caso, de las Indias occidentales) y del descubrimiento de colorantes
químicos. La crisis del añil sin embargo, parece haber sido más lenta agudizándose recién
en 1879-1882.
Las tierras adecuadas para el café estaban situadas en los altiplanos centrales, justamente
la zona más poblada del país, cubierta de pueblos y aldeas que poseían tierras comunales
y ejidos. Esto limitaba la oferta de mano de obra y de tierra para el café, y como en
Guatemala, sólo una decidida y drástica fase de reformas liberales pudo remover tales
obstáculos.
Como en Guatemala, las tierras y otros bienes eclesiásticos fueron confiscados; pero la
Iglesia salvadoreña no era poseedora de grandes extensiones de tierra.
Desde las leyes de 1881 y 1882, el acceso a la tierra se volvió casi imposible para los miles
y miles de campesinos desposeídos lanzados al mercado del trabajo. La abolición de
ejidos y comunales les fue acompañada de leyes que trataban de controlar a los
campesinos, expulsados de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a
cumplir con sus trabajos en las fincas que los empleaban.
Colombia: Entre 1847 y 1854 ocurre la primera fase de la reforma liberal colombiana. La
abolición de la esclavitud (1851), de los diezmos y los censos (1850) y de los resguardos
indígenas (1850) constituyeron las medidas fundamentales.
Aunque no existe ningún estudio detallado sobre este proceso puede afirmarse que
benefició básicamente a comerciantes y terratenientes.
En medio de estas convulsiones se delinea cada vez con más claridad la consolidación del
latifundio.
Pero entre 1842-1844, el derrumbe de los precios del café precipitó la crisis de muchos
hacendados, reveló lo efímero de un desarrollo basado en la reconstrucción de los
patrones coloniales.
En el año 1870, con el triunfo de Guzmán Blanco, el estado liberal se consolida. El “ilustre
americano” logra instaurar un sólido poder oligárquico basado en la alianza con caudillos
regionales, que tenía sus principales engranajes en subsidios del gobierno central,
derivado del monopolio estatal de las minas y un programa de obras públicas que
acentuó la dependencia ante el gobierno nacional.
El único cambio importante que se denota en esta región, se denota en la expulsión de los
jesuitas en 1767. Ellos eran los mayores terratenientes en Chile y sus propiedades
pasaron, con el tiempo, al dominio privado.
Perú: Los veinte años que siguen a la independencia se caracterizan por la ruptura de las
articulaciones básicas de la economía colonial, el fracaso de la Confederación
Peruanoboliviana (derrota frente a Chile en 1839), y una postración económica.
Lo más parecido a un proceso de reforma liberal que conoció Perú del siglo XIX fueron las
políticas aplicadas bajo la égida del mariscal Ramon Castilla (1845-1862). En medio de las
guerras civiles de los años 1854-1856, Castilla suprime los mayorazgos y los fueros de la
Iglesia, pone fin a la esclavitud y elimina el tributo indígena. En la visión de los liberales
limeños estas medidas acabarían con las persistentes estructuras coloniales, pero, el
resultado concreto difirió profundamente de esos propósitos.
Bolivia: La independencia sellada por Sucre en 1825 fue en el alto Perú más que en
ningún otro lado el resultado directo de la expedición libertadora. En los tres años que el
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mariscal Sucre intenta aplicar un amplio programa de reformas liberales. Los cambios sólo
tienen efecto duradero en el ámbito de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. En 1825
se confiscan las propiedades del clero regular, se suprimen las cofradías, las capellanías y
sacristías.
En el proceso de cambio agrario durante la segunda mitad del siglo XIX, Melgarejo,
decreta en 1866 la compra obligatoria de las tierras comunales, pasado un plazo estás
entrarán a remate público. El despojo de los indios es notable sobre todo en La Paz, pero
acaba produciendo una insurrección masiva que termina con el gobierno de Melgarejo. A
partir de entonces la estrategia terrateniente cambia, nos encontramos con la expansión
de las haciendas y la expropiación parcial de las comunidades, constituyéndose, en
consecuencia un requisito esencial para la articulación entre los intereses terratenientes y
mineros.
Ecuador: La reforma liberal ecuatoriana es, como proceso político, el más largo de toda
La expropiación de las tierras de la Iglesia tuvo, como efecto adicional, una liberación
progresiva de la mano de obra.
En la época del primer intento liberal, algunos cafetales se habían plantado en Santa
Lucía,
Escuintla, Zacapa y Antigua. La Sociedad económica de los amigos del país hizo mucho por
la difusión del producto y de las técnicas necesarias para su cultivo y beneficio, las cuales
eran al principio absolutamente desconocidas.
El Código Civil (1877) reglamentó los préstamos hipotecarios sobre las tierras y volvió
obligatorio el registro público de propiedades e hipotecas.
Argentina: la región pampeana: La economía del virreinato del Río de La Plata tenía dos
centros de gravedad: el alto Perú, y Bueno Aires.
La hegemonía económica y política del litoral argentino comenzó con la creación misma
del virreinato en 1776, pero adquirió forma definitiva hacia fines del siglo XIX cuando el
ferrocarril integró las economías del interior en un verdadero mercado nacional.
Puede afirmarse que entre 1820 y 1830 se constituyen las principales fortunas
terratenientes de la campaña de Buenos Aires.
La inmigración europea cobrará auge recién hacia 1880. En una primera fase, iniciada
hacia 1840, arriban cantidades moderadas de inmigrantes.
Uruguay: Hasta 1811, la Banda Oriental era una inmensa estancia ganadera que giraba en
torno al puerto de Montevideo.
Recién bajo el gobierno del coronel Latorre (1875-1880) se logra cierta estabilidad
institucional que no acabará de completarse hasta 1904.
La apropiación efectiva del suelo ocurrirá, después de la guerra Grande, con la difusión
del alambrado, y alcanzará su ritmo más intenso después de 1871.
Con la penetración creciente del capital británico, muy notoria después de 1870 se
enlazan: terratenientes y comerciantes, puerto y campaña, Londres y Montevideo, en un
círculo estrecho, que puede considerarse completo con la aparición del frigorífico hacia
fines del siglo XIX.
Muchos se integraron a las faenas ganaderas (sobre todo a la cría del ovino) y acabaron
formando parte de la clase terrateniente.
Brasil: Sao Pablo y Amazonia: La crisis final del sistema esclavista coincidió, con la
decadencia de las plantaciones de café en el valle de Paraíba.
Zona de frontera por largos siglos, las famosas Bandeiras cedían ahora el paso al frente
pionero de la agricultura de exportación, que penetraba primero por el sur del valle del
Paraíba y desde mediados del siglo XIX ganaba el interior de la región paulista.
En realidad la política agraria oficial fue siempre funcional a los intereses de los
terratenientes y comerciantes.
La masa de pioneros no tenía otra alternativa que establecer un contrato más corriente
que establecía una relación de “colonato”. El colono recibía la autorización para efectuar
cultivos de subsistencia.
En Brasil, por ejemplo, los ferrocarriles paulista tuvieron un rol limitado a su región, y
Brasil no dispuso de una red ferroviaria de alcance nacional como en la Argentina.
Antioquia era una provincia aislada, poco poblada, donde dominaban la agricultura de
subsistencia y la extracción de oro.
Los patrones coloniales eran aquí dominantes: grandes haciendas con mano de obra servil
en el altiplano; minas y haciendas trabajadas por esclavos en el sur.
Costa Rica: Alcanzó la independencia, con el resto de Centroamérica (1821), como una
zona casi vacía.
La expansión del cultivo de café permitió asegurar, desde la década de 1830, una rápida y
temprana integración al mercado mundial. La agricultura de exportación se desarrolla a
través de un lento proceso de ocupación de nuevas tierras.
Puerto Rico pasa, sin interrupción, de una situación colonial a otra. España cede la isla a
los Estados Unidos por el tratado de París (1898). El auge agro-exportador vendrá después
de la anexión y estará centrado en el azúcar.
Panamá ilustra una situación especialísima: la de una economía estructurada, desde los
tiempos coloniales, en función del tránsito. Es, la “zona” constituida en un enclave
comercial y militar de importancia vital para Estados Unidos.
La larga dictadura del doctor Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) se caracterizó por
el aislamiento total del país.
Las cuantiosas tierras del Estado fueron arrendadas y el comercio exterior convertido en
monopolio estatal; la exigua burguesía mercantil de Asunción, diezmada; se entiende así
que los pocos observadores de la época caractericen a la sociedad.
Los astilleros, que existían desde 1545, fueron, por ejemplo y sin embargo, reactivados en
1854. Entre 1861 y 1865 se tendieron las líneas del ferrocarril Asunción-Paraguarí (72km).
Por la misma época se tendieron líneas telegráficas. La tecnología utilizada en la
metalurgia combinaba el trabajo artesanal con procedimientos más modernos. La
carencia de personal adecuado y relaciones difíciles entre los técnicos extranjeros y los
empleados paraguayos constituyeron problemas permanentes.
La guerra de la Triple Alianza (1865-1870) no sólo puso fin a esta fase de progreso
material; arrasó el país entero reduciendo su población de más de un millón de escasos
300.000 habitantes. Así, el Paraguay desapareció como potencia con alguna gravitación.
El Paraguay post-bélico asistió a una privatización masiva de las tierras públicas.
Aunque la ideología liberal y las nuevas instituciones aparecen como una importación de
ideas y de instituciones similares de Europa o los Estados Unidos, no existe sino una
similitud formal entre los procesos liberales europeo y latinoamericano.
Las propuestas de construir un Estado liberal, generó en Am Lat ideas políticas que
acaban diferenciándose con las prácticas reales que se oponen a las primeras de manera
tajante.
A mediado del siglo XIX para toda la región de Iberoamérica comenzara la fijación
de un “nuevo Pacto colonial” este nuevo pacto va a transformar a Latinoamérica en una
productora de materia primas para centros de la nueva economía industrial, a la vez que
de artículos de consumo alimenticio en las áreas metropolitanas; la hace consumidora de
la producción industrial de esas áreas, e insinúa al respecto una transformación, vinculada
en parte con la estructura productiva metropolitana.
Para mediados del siglo XIX y como parte también del proceso que fija el nuevo
pacto colonial, comienza en casi todas partes el asalto a las tierras indias, proceso que en
algunos casos avanza con junto con la expansión de cultivos para el mercado mundial,
más allá de que en otros de se totalmente separados de ésta.
Una de las principales víctimas van a ser los sectores rurales, el comienzo de la
expropiación de las comunidades indias en las zonas que estas habían logrado sobrevivir
hasta mediados del siglo XIX. Esa expropiación no lleva consigo la necesaria incorporación
de estos sectores a las nuevas clases asalariadas, ya que para ello sería necesario una
incorporación plena de las áreas rurales a la economía de mercado.
capacidad de convertir al trabajador en un híbrido que reúna las ventajas del proletariado
moderno.
Los más beneficiados de este nuevo orden, van a ser las clases propietarias locales,
que aumentaban a su vez sus rentas (gracias a una gran expansión de la producción
facilitada por el nuevo clima económico) y su capital.
No hay que dejar de lado que las confidencias logradas en este periodo por los
grupos dirigentes no se lograron sin lucha, ejemplo de esto serán la segunda guerra del
pacifico, las guerras civiles que se transforman en interminables - como los ciclos de lucha
argentinas y uruguayas que desembocan en la guerra del Paraguay – otras guerras civiles
que llevan a intervenciones de potencias ultramarinas – la mexicana de la reforma, que
continua contra la intervención francesa. No es extraño que en esta primera etapa de
afirmación de un orden nuevo abunden las luchas.
América latina va a pasar de ser cada vez, una zona reservada a la influencia
británica, a constituirse en teatro de luchas entre influencias viejas y nuevas, que con
estilos propios intentan repetirla conquista económica con tanto éxito llevada adelante
por Inglaterra luego de 1810.
A partir de la etapa de preguerra, fines del XIX, comienzos del XX, EEUU comienza a
jugar un papel de gran importancia en toda la región, esta actividad de intervencionismo
norteamericana se va a consumar en el llamado “corolario Roosevelt” a la doctrina
Monroe, a través del cual EEUU sostenía que en caso de que la escasa voluntad de
ordenar sus finanzas hiciese a un estado latino deudor crónico, correspondía a EEUU, y
aclaro solo a ellos, a adoptar las reformas necesarias para regularizar la situación,
utilizando la fuerza ya se para beneficiar a acreedores europeos como EEUU. De este
modo EEUU asumía el papel de gendarme el servicio de las relaciones financieras
establecidas en la etapa de madurez del neocolonialismo; los hechos de los siguientes
treinta años van a demostrar esta situación.
Las tendencias en las relaciones de tipo unilaterales entre la potencia del norte y
Latinoamérica, se van a operar recién en la década del veinte y con la crisis mundial, que
dejara solo ruinas aisladas del anterior orden económico centrado Europa y aumentar la
dependencia latinoamericana respecto de EEUU. Solo después de las tensiones de la
segunda guerra mundial ese sistema volvería a ser, como cuando Blaine lo proyecto, uno
de los instrumentos esenciales de la política latinoamericana de EEUU.
Si encontramos ya desde mediados del siglo XIX en el área del caribe y América
central está atravesada por una de las líneas de mayor influencia. Las influencias políticas
por ejemplo para cuba comienzan con la guerra hispanoamericana en que desemboco en
1898 la segunda guerra de independencia en cuba, comenzada en 1895. Esto le dejo a
EEUU un conjunto de posesiones ultramarinas y le permitió adquirir una experiencia
nueva en la administración colonial de tierras antes españolas.
El tratado de Paris dejo a EEUU dueño de Puerto Rico y dominante en la nueva Cuba
independiente. El paso siguiente (la creación de Panamá) sobre el territorio ismico
perteneciente a Colombia, causo más inmediata alarma. En el Istmo existía, desde
mediados del siglo XIX un ferrocarril de propiedad norteamericana, cuya prosperidad está
vinculada con el oeste de EEUU.
Hacia 1914 las influencias EEUU se afirmaban sobre todo sobre el área del caribe y
centro América, entre la guerra y la depresión el avance se esa influencia iba a ser muy
rápido, a su vez también los países del pacifico serian ganados por ella.
Una de las consecuencias más importante, del oren colonial de la última década del
siglo XIX es la aparición de un movimiento obrero urbano en México, Buenos Aires,
Santiago de chile y de la formación de los primeros movimientos políticos que recusan la
dirección de la elite tradicional, Ej.: el radicalismo Argentino y el partido demócrata
peruano o el partido colorado en Uruguay. Unos y otros se oponen antes que al lazo
colonial de nuevo estilo, que es la base de el orden latinoamericano, a la situación
privilegiada dentro de ese orden que ocupa la oligarquía.
La ampliación de las bases sociales del estado aparece como una necesidad
urgente; mientras la democratización, que promete satisfacerla en el marco liberal
constitucional avanza tanto en Uruguay como en argentina, como en Perú y chile, done
esta ampliación se intenta dentro e un marco autoritario y en el caso de México en uno
revolucionario
uruguaya apoyadas en la lana, la carne y el cereal que son tan rápidas como la expansión
del Brasil cafetero.
Booms agrícolas y mineros se dan también en otras partes, estos implantan islotes
económicos mejor vinculados a la metrópoli que al resto del país imponiendo una
dependencia de carácter estricto capas de afectar a toda la nación. En Cuba, Puerto Rico y
Perú se da lugar a una concentración de la propiedad en mano de las empresas
industrializadoras, Ej. Los ferrocarriles privados de las grandes centrales azucareras que
son en su mayoría de EE.UU. permitiendo se así un monopolio de gran relevancia.
Esta etapa de madures del neocolonialismo tiene el mayor rasgo común en: la
tendencia al monopolio o al oligopolio. Creación de empresas insólitamente poderosas
que pueden moverse con una gran libertad debido a que tienen un mayor poderío
financiero en algunos casos mayor que el de los propios estados en las cuales estas
operan.
Más allá de estas cuestiones, de que las fuerzas dominadoras del orden colonial que
producen la creación de islas económicas mal soldadas con el conjunto de la nación, los
estado Latinoamericanos no podían sobrevivir sin los aportes de impuestos y regalías, que
pueden ser por veces insignificantes en comparación con los lucros privados de las
industrias extractivas, hacen la diferencia entre el equilibrio presupuestario y una
indigencia que lo expondría al descontento popular y a la colerazas inmediata de las
fuerzas armadas. Estos ingresos a su vez son los que permiten mantener un nivel de
importaciones para el consumo interno.
México: Elabora en las últimas décadas del siglo XIX el ejemplo más maduro de
dictadura progresista que se conocerá en Latinoamérica. Porfirio Días es el restaurador
del hombre y el tirano honrado que pone su poder al servicio de la causa del progreso. A
esto le seguirá la opción revolucionaria que toma como excepción en todo
Hispanoamérica la nación mexicana.
Cuba y Puerto Rico van a estar sometidas a la tutela de EE.UU. y el resto del
caribe y centro América van a sufrir también la hegemonía norteamericana. Otro
elemento en común para esta zona va a ser las abundancias de las crisis productivas y la
aparición tardía y debilitamiento de los grupos oligárquicos tradicionales ante la conquista
de tierra por parte de los grupos inversores extranjeros.
Introducción
El medio siglo que siguió a las guerras de independencia en América Latina, es el periodo
comprendido entre el decenio de 1820 y el de 1860/70, había sido, en general, decepcionante
en lo que se refiere al crecimiento económico. En el conjunto de la región, la desigual difusión
de la comercialización, durante el periodo colonia, había dejado un complejo mosaico de
relaciones de producción capitalista y no capitalistas, que iban desde las redes de trabajo
reciproco, la esclavitud, otros regímenes de trabajo obligatorio y la remisión de deudas por
medio del trabajo, hasta la aparcería y diversas formas de terrazgo, el trabajo asalariado y la
producción de artículos básicos en pequeña escala por parte de artesanos y pequeños
campesinos. La propiedad comunal de la tierra seguía existiendo al lado de propiedades
privadas, tanto grandes como pequeñas. Poco a poco, sin embargo; a lo largo de varios
decenios ganaron terreno relaciones más compatibles con los modos de interacción capitalista,
a medida que iban cayendo en desuso los antiguos mecanismos coloniales de distribución de
recursos y tenía lugar la expansión del sistema capitalista mundial. Medio de siglo de cambio
incremental no había bastado para transformar la organización económica de América Latina,
pero si produjo una alteración suficiente de las condiciones que harían posibles los avances
institucionales y tecnológicos de tipo más extenso que hubo en el periodo de 1870 – 1914.
La fuerte atracción gravitatoria de las economías en expansión del Atlántico norte reorientaba
la vida económica hacia una participación paulatinamente mayor en un intercambio mundial
que ya no se veía determinado por la política comercial ibérica.
Al entrar América Latina en el último tercio de siglo XIX, el clima económico, que desde la
independencia se había visto trastornado en su mayor parte por la inestabilidad política,
empezó a adquirir un carácter más sosegado.
No obstante, incluso en los Estados donde reinaba mayor desorden político, es evidente que
las tasas de rendimiento que se esperaban en, como mínimo algunas empresas comerciales y
algunas emisiones de bonos alcanzaban el nivel necesario para inducir a empresarios e
inversionistas, tanto nacionales como extranjeros, as cargar con la tarea de crear nuevas
empresas comerciales y agrícolas, aunque solo fueran empresas destinadas a satisfacer las
necesidades de los consumidores ricos de las capitales y otros centros urbanos principales.
Dicho de otro modo, en el decenio de 1870, zonas importantes de América latina ofrecían un
clima mucho más hospitalario para la inversión de capitales extranjeros que el que habían
ofrecido hasta entonces, reforzando la afinidad cultural básica que les daba vínculos más
estrechos y más amplios con los países exportadores de capital.
La mayor estabilidad de la estructura institucional de los negocios no solo hizo que América
latina resultara más atractiva a ojos de los inversionistas extranjeros, sino que, además,
contribuyo a la acumulación de capital y a las inversiones privadas en los propios países
latinoamericanos.
Conviene no pasar por alto que estas grandes transferencias de recursos también se
efectuaban a través del mecanismo de préstamos del gobierno, con una mejora importante de
la infraestructura de la región (y el crecimiento de su deuda exterior) como resultado.
Aunque las condiciones políticas más estables contribuyeron al crecimiento de las inversiones,
la producción y el comercio, la relación no era solo unidireccional, sino también interactiva por
cuanto el crecimiento de los ingresos de exportación y, por ende, de la capacidad ce importar
facilito la recaudación de gastos corrientes. La subida a largo plazo de los impuestos
comerciales, principalmente de los derechos de importación, dio a los gobiernos una base
fiscal mucho más amplia de la que tenían antes, tanto directamente, bajo la forma de los
ingresos propiamente dichos, como indirectamente, bajo la forma de un mayor volumen de
empréstitos que podrían emitirse en el extranjero gracias a la recaudación impositiva que se
preveía.
A la larga, fue la complementariedad de los recursos con el mercado lo que influyo de modo
importante en la repuesta de que las distintas economías latinoamericanas dieron a las
oportunidades que ofrecía el crecimiento del comercio internacional. La totalidad del siglo XIX
se caracterizó por la expansión general de las exportaciones y el comercio mundial de
productos básicos creció más rápidamente que el de manufacturas hasta el último cuarto de
siglo. Los efectos de estas tendencias en la región fueron grandes, aunque tan diversos, sin
embrago, una heterogeneidad creciente ya caracterizaba a la región a medida que iba
acercándose al último cuarto de siglo. Las condiciones institucionales dentro de las repúblicas
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En cierto sentido, lo que ocurrió en América latina entre 1870 y 1914 fue irrefutable. El motor
principal de crecimiento en este periodo fue la producción industrial en países del centro
económico, con los cambios sociales y económicos que la acompañaban. La tasa total de
crecimiento en estas economías avanzadas la determinaba en gran parte la tasa de
crecimiento de la producción industrial, que a su vez determinaba la tasa de incremento de la
demanda de exportaciones procedente de las economías periféricas, incluyendo las
latinoamericanas. Al mismo tiempo, los aumentos de superávit económico del centro, así como
los cambios en su composición, daban a las regiones industrialmente avanzadas los medios
técnicos y económicos que hacían falta para que las regiones periféricas se introdujeran cada
vez más en el campo de gravedad económico, el mercado mundial capitalista.
Como parte de ese proceso mundial América latina se vio cada vez más integrada en la
estructura de articulación subordinante que proporcionaba el sistema de mercado mundial.
En el Río de la Plata la apertura de Argentina y, en menor escala, de Uruguay dio por resultado
un torrente de productos propios de zonas templadas, en especial productos derivados de la
ganadería y los cereales. Se dio un crecimiento abrupto de la exportación de lana a partir de la
segunda mitad del siglo XIX en adelante. El crecimiento iba continuamente en aumento.
Europa era el punto de destino de todos los cargamentos de carne que salían tanto de Uruguay
como de Argentina, así como de diversos productos derivados de la ganadería. Fue durante las
postrimerías del decenio de 1870 cuando la Argentina se convirtió en exportadora neta de
cereales, actividad que comenzó en pequeña escala pero aumento rápidamente. Entre 1872 y
1895 la extensión de terrenos pamperos dedicados a diversos cultivos, especialmente cereales,
aumento 15 veces, y durante el decenio siguiente la extensión dedicada solo al cultivo de trigo
y maíz se multiplico por más de dos. Entre 1880 – 1884 y 1890 – 1894, el trigo fue la principal
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Las exportaciones de maíz ya casi alcanzaban las de trigo y, juntos, los dos productos eran casi
tres veces más valiosos como las ventas de lana en el extranjero.
Más que cualquier otro país latinoamericano, Argentina estaba entregada de modo casi total a
la economía de exportación, gracias a la cual, los argentinos alcanzaron una media del nivel de
vida notablemente superior a la de los ciudadanos de las demás repúblicas latinoamericanas.
Pero los recursos del país brindaron otras opciones. Las exportaciones de trigo no eran
insignificantes a mediados de siglo. Pero fueron los nitratos los que más contribuyeron a que el
sector exportador chileno mostrara una expansión tan acentuada como la del cobre.
Desde el decenio de 1870 hasta 1911, la exportaciones de café supusieron más de la mitad del
valor de todas las exportaciones brasileñas, alcanzando casi dos tercios del total en el decenio
de 1890.
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Durante este periodo se exportaron otros productos brasileños cuyo valor y volumen
aumentaban y descendían según los casos. Sin embargo la repercusión que todo ello tenía en
Brasil era muy limitada si la comparamos con la posición delantera que el país ocupaba en el
mercado mundial del café. El azúcar fue uno de los productos que perdieron, su importancia
fue desplazada por la producción de azúcar caribeña, en especial la cubana, que habían
conquistado una posición ventajosa en los principales mercados mundiales. Otras
producciones importantes fueron: el cacao, el tabaco, el algodón, el caucho, los cueros y
ganado vacuno.
Con los extraordinarios cambios económicos que experimento durante el porfiriato, México
nos ofrece el otro caso notable de participación nacional en los mercados de productos básicos
de exportación. Este crecimiento que es atribuible a los abundantes recursos del país y a su
ventajosa ubicación, también debía mucho a las medidas de apoyo que tomo el porfiriato.
Situado en el hemisferio norte, México se encontraba relativamente cerca de importantes
rutas marítimas que llevaban a Europa, mercado de alrededor del 22% de sus exportaciones.
Se hallaba al lado de un mercado en expansión, el norteamericano, que suponía bajos costes
de transporte, por lo que dicho mercado absorbía las tres cuartas partes de las exportaciones
mexicanas. Sin duda, el tamaño y la tasa de crecimiento de ese mercado y la diversidad de los
recursos mexicanos eran factores que se influían mutuamente y explicaban el rasgo más
sobresaliente de la pauta de la exportación mexicana: a saber, el gran número de productos
que la componían.
Las exportaciones de plata, durante este periodo, subieron hasta llegar a representar un tercio
de las exportaciones mexicanas. La producción de oro alcanzo a representar la sexta parte, la
de cobre y la de henequén la décima parte cada uno. Pero una amplia y variada gama de
productos aportaba individualmente entre el 1% y el 5% del valor total de las exportaciones:
caucho, cueros, café, plomo, ganado vacuno, vainilla, garbanzos, maderas, etc.
En otras partes de América Latina, la economía exportadora de las postrimerías del siglo XIX
tendió a crear una estructura más sencilla, basándose con frecuencia en una pauta de
desarrollo monocultural. En Colombia, por ejemplo, el café era el sostén principal del sector
exterior desde fines del decenio de 1880. A principios de siglo también los plátanos habían
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Desde el decenio de 1830, en que sustituyo al cacao, hasta el de 1920 en que fue sustituido por
el petróleo, el café fue también el principal producto de exportación de Venezuela.
Los mercados urbanos de manufactura de consumo eran abastecidos en gran medida por
exportadores británicos, aunque con fuerte competencia por parte de Alemania y los EE.UU y
con aportaciones de Francia. Muchos productos o bien aparecieron por primera vez o
empezaron a consumirse en volúmenes notablemente superior al de antes.
Sin embargo no todos estos productos manufacturados procedían del extranjero. En las
antiguas colonias las industrias artesanales no se extinguieron del todo, en especial como
fuente de abastecimiento de los mercados interiores, tanto rurales como provinciales. Desde
luego la industrialización local era a la vez limitada y dispersa. Y la producción no aumentaba
de forma continua.
Los cambios sufridos en los métodos de producción eran origen de más cambios en los
mercados de productos interiores: provoco el aumento de los mercados de bienes de capital.
La mayor parte de estos bienes de producción llegaban del extranjero, principalmente de
Inglaterra, Alemania, Francia y EE.UU. La creciente preeminencia de los bienes de producción
en el comercio de importaciones es uno de los rasgos más distinguidos del periodo.
El más notable cambio económico de todo el periodo fue el enorme incremento en la provisión
de la tierra como móvil principal para el desarrollo capitalista. El incremento salió de tres
fuentes principales y estuvo en función de la demanda de productos de la tierra como de una
extensión y una mejora igualmente considerables de las redes de transporte nacionales e
internacionales.
Gran parte de la nueva provisión de tierra tenía su origen en apropiaciones particulares del
inmenso dominio público. En el Norte de México y en la América del Sur meridional, la
población indígena había sido marginada al comenzar el periodo, a veces recurriendo para ello
a la fuerza de las armas, con el fin de que fuera posible usar tierra de un modo que armonizara
más con las exigencias de las condiciones del mercado. Entre estos dos extremos de América
Latina la frontera de la apropiaciones económica se ensancho de modo parecido hacia regiones
que o bien solo estaban escasamente pobladas o que antes de aquella época estaban poco o
nada integradas en la estructura institucional capitalista.
La segunda fuente principal de expansión de la tierra era el uso de un modo más eficiente,
desde el punto de vista comercial, de tierras que pertenecían a las tradicionales haciendas o
fincas. Lo más frecuente era que esto se hiciese cuando el tendido de ferrocarril alcanzaba
nuevas regiones, a veces cuando mejoraba la navegación de cabotaje o se abrían nuevos
mercados regionales o nacionales.
El proceso tendía a concentrarse en las partes del continente que estaban colonizadas desde
hacía mucho tiempo. Una tercera fuente de tierra agrícola para el mercado de tierras fueron
las propiedades corporativas en las regiones más tradicionales: tierras que pertenecían a la
iglesia o a diversas organizaciones de beneficencia y tierras pertenecientes a comunidades
indígenas. Reformas jurídicas de inspiración liberal prepararon el terreno para la enajenación
de muchas de estas propiedades que pasaron a amanso de particulares.
La compra en el mercado, las maniobras jurídicas o la simple apropiación fueron métodos que
se usaron para que tierras pertenecientes a instituciones cuya principal razón de ser no era el
afán de lucro pasaran a poder de empresas capitalistas, y allí donde los títulos de propiedad
seguían en manos de estas instituciones, el arrendamiento era generalmente el método que se
empleaba para colocarlas bajo gestión comercial. En gral. Las condiciones daban ventaja a los
grandes terratenientes, del mismo modo que las concesiones para explotar los yacimientos de
minerales mayores y geológicamente más complejos, los minerales cuya extracción exigía de
tecnologías más avanzadas, iban a parar de forma de forma creciente a empresas extranjeras.
Los ricos y los influyentes podían conquistar el poder de los estamentos oficiales cuando los
gobiernos procedían a repartir las mayores concesiones agrarias y minerales. Cuando se
vendían grandes bloques de tierra o cuando tierras caras salían al mercado eran ellos los que
podían obtener créditos hipotecarios o contaban con otro respaldo financiero para adquirirlas.
Donde las oportunidades las ofrecía el mercado de exportación, el recurso a la ganadería
moderna o a una agricultura más avanzada creaba una demanda de tierra y hacia que subiera
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el valor de esta, expulsando del mercado a los agricultores más modestos, los campesinos y los
trabajadores sin tierra, empujándolos hacia tierras submarginales situadas en los márgenes de
la economía agraria.
El trabajo
La participación de América Latina en las masiva emigraciones de Europa en el siglo XIX
principios del siglo XX fue considerable y surtió un efecto profundo en la ubicación y el carácter
de ciertos mercados de trabajo de la región. Fue después de 1870 cuando las corrientes
verdaderamente fuertes de inmigración europea empezaron a tener repercusiones
importantes en los principales mercados de trabajo latinoamericanos. Estas repercusiones se
distribuyeron por toda la región de forma sumamente desigual. Argentina fue el país que más
se benefició de este aspecto de la economía internacional. El segundo país beneficiario fue
Brasil. Los líderes públicos veían la inmigración y la colonización como medios de ocupar
regiones clave de sus respectivos territorios nacionales que se encontraban despobladas o
escasamente pobladas y, al parecer, ambos países eran muy conscientes de que los
inmigrantes traerían a su nueva patria habilidades superiores y hábitos y actitudes
europeizadas. Se consideraba a la mano de obra inmigrante como un factor clave para la
edificación de la economía basada en la producción de productos básicos.
Las medidas de movilización de mano de obra abarcaban todo un espectro. En algunos lugares,
tales como Guatemala y las tierras altas de Perú y Bolivia, seguía recurriéndose a las
prestaciones laborales obligatorias, principalmente para las obras publicas locales, pero, sobre
todo en Guatemala, como medio de reclutar mano de obra para agricultores particulares
durante los primeros tiempos de este periodo. En Perú y Bolivia no era desconocida la antigua
costumbre colonial.
Las medidas de movilización de mano de obra abarcaban todo un espectro. En algunos lugares
tales como Guatemala y las tierras altas de Perú y Bolivia, seguía recurriéndose a las
prestaciones laborales obligatorias, principalmente para las obras públicas locales, pero sobre
todo como medio de reclutar mano de obra para agricultores particulares durante los primeros
tiempos de este periodo. En Perú y Bolivia no era desconocida la antigua costumbre colonial de
destinar trabajadores a las minas, mientras que en algunos países donde había una nutrida
población indígena, las leyes relativas al vagabundeo se utilizaban para obligar a trabajar.
Más común era la remisión de deudas por el trabajo que permitía obligar a los indígenas que
no tenían dinero a trabajar de peones hasta que saldaran sus deudas. El control por partes de
lo terratenientes de la “tienda de raya”, el economato de la empresa en haciendas y
plantaciones, así como los prestamos usurarios se empleaban para tratar de garantizar que el
nivel de peonaje por deudas concordase con los requisitos de mano de obra de la mano de
obra. El sistema de enganche servía principalmente para reclutar trabajadores entre los nativos
con tierras propias.
Aldeas
La evolución de las relaciones de América Latina con la economía mundial fue el rasgo central
del periodo posterior a 1870, en ninguna parte se manifestó más claramente que en los
mercados de capital de le región. La conexión del centro industrial con América Latina fue la
fuerza motriz del proceso de acumulación de capital en todo el continente, las transferencias
de capital internacional alimentaron el proceso pero en modo alguno constituyeron su
totalidad. Quizás fueran aún más significativas como catalizadoras de la formación de capital
local.
Los cuatro o cinco decenios que precedieron a la Primera Guerra Mundial, la era del alto
capitalismo, fue una edad de oro para las inversiones extranjeras en América Latina. Las
condiciones para la recepción de capital extranjero mejoraron mucho en los decenios
anteriores y el movimiento de capital que cruzaba las fronteras nacionales todavía se hallaba
casi totalmente libre de restricciones oficiales. Aprovechando las condiciones que iban
manifestándose en los mercados de productos, el capital extranjero penetro en América Latina
en cantidades que no tenían precedentes.
Durante la totalidad del periodo, Gran Bretaña suministró la mayor parte de estas
transferencias de capital, a la vez que otras economías europeas, sobre todo Francia y
Alemania también desempeñaron un papel significativo.
Las inversiones europeas en América Latina, aparte de haber comenzado antes y de haber
ascendido hasta una cantidad total mucho mayor en 1914, se diferenciaban de las
estadounidenses en: la dispersión geográfica era mucho mayor: para la mayoría d los países,
durante buena parte de este periodo, Europa fue la principal proveedora de capital. En
segundo lugar una porción mucho mayor correspondía a inversiones de cartera:
especialmente, en instalaciones tipo infraestructura, tales como ferrocarriles, puertos,
tranvías, compañías de fuerza y de luz y de otros servicios públicos. Además casi un tercio se
había invertido en títulos del Estado, por lo que sumas considerables de capital eran
transferidas al sector público a pesar de la preeminencia de la empresa privada en la
organización macroeconómica de la época.
Fue esta afluencia de capital, desde los mercados relativamente bien organizados del centro
capitalista hasta los casi inexistentes mercados de capital de América Latina, lo que permitió
que la región respondiera como lo hizo a las nuevas oportunidades de vender en los mercados
de productos de exportación.
Los efectos tecnológicos beneficiosos de las transferencias de capital internacional fueron muy
amplios, toda vez que se introdujeron nuevos métodos de producción del extranjero en todos
los sectores exportadores de América Latina, y en no pocos casos también se mejoró
técnicamente la producción destinada a los mercados interiores.
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