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Sobre Autobiografías

Heme aquí, sentado, sintiendo el golpeteo de la lluvia sobre los techos vecinos,
preguntándome si el día lo comienza la primera arremetida de luz a través del ventanal o el
primer gesto de labor que uno mismo emprende: si es la primera, estará sujeto a paralelos y
meridianos, es decir mientras en un lugar alguien puede estar desperezándose en otro pudiera
estar recostándose para dormir la noche; ahora bien, si el día lo marca la faena, existirán
entonces millones de días distintos unos del otro (donde los fotones del sol no determinan
nada) incluso a la misma hora. En este sentido el día es una visión pero también una invención
o constructo humano. Desde luego, el tiempo como magnitud física es un concepto, tanto en el
Occidente como en el Oriente, amén del sacudón científico que provocó la Teoría de la
Relatividad, pero en términos filosóficos seguirá siendo una construcción (siempre subjetiva)
del pensamiento, basada en las experiencias vitales de los pueblos, su cultura y su ética. Creo
que la más íntima de las historias, la del hombre o la mujer como individuo, convertida en lo
que llamamos autobiografía no esta desligada de lo anteriormente dicho, pudiera verse como
una “cantinflada” discursiva todo esto, pero me da la impresión que algunos no logran observar
que cuando alguien cuenta su vida, está a la vez contando la de otros a veces sin advertirlo,
porque es parte y resultado de un momento histórico, sujeto y agente de cambio al mismo
tiempo, “…Ese día, rodeado de aquella vegetación desbordada de verdes infinitos, debajo de
los grandes árboles, a la orilla de ese río muerto e inundado de plantas acuáticas que se
apartaban amablemente para dar paso a pequeñas embarcaciones procedentes de los
pueblos de agua, de los manglares de la ciénaga Juan Manuel de Aguas Claras y de los
pueblos costeros cercanos, cargadas de pasajeros, cangrejos, plátanos, frutas y enseres
domésticos; ese día, supe que por fin había llegado al lugar de mis recuerdos mas lejanos.
Los araguatos maromeando en los árboles me lo confirmaron. Para esa época, ya el pozo de
aguas saltantes que durante años apagó la sed de los habitantes de Puerto Concha, había
desaparecido, pero la casa de tablones que fue de mi abuelo Emiliano Fernández, estaba
todavía en pie…” (Audio Cepeda. La Nostalgia Heredada).
Cuando alguien se dispone a escribir acerca de su vida, se desdobla en cada
personaje que aparece a lo largo de la narración y se abstrae de sí mismo para verse desde
fuera y desde lejos, por eso cada recuerdo que aflora es una nueva voz que aparece para
iluminar el camino, pero también se obliga a transitar las reminiscencias de otros que lo ligan
indefectiblemente a él, entonces, es una retrospectiva y una introspección al mismo tiempo,
como diría Eleazar León “…ensimismado, entimismado y enmimismado…”
La experiencia es anterior a la memoria. Partiendo de esta premisa quiere decir que
todo lo captado por nuestros sentidos se convierte en experiencias sensoriales, “…como sería
si uno pudiera verlo, el nostálgico aroma de las galletitas Palmer’s…” (Aquiles Nazoa. Mi
Madre en un Pueblito de Recuerdos). Aquí no cuenta la veracidad de lo percibido por el
escritor sino la experiencia vital del ser, sin que medie el método porque terminaría castrando el
vuelo poético, metafísico, religioso, etc. Que importa si lo narrado por los tripulantes del Apolo
11 fue producto del aislamiento, la inmensidad del espacio, la condición silente, ingrávida e
imperturbable del momento, lo que importa es lo vivido y lo vivido puede ser imaginado.
Algunas veces la memoria congela un momento, un instante preciso, “…palabras de amor
sencillas y tiernas/ no sabíamos más teníamos quince años/ no habíamos tenido tiempo de
aprenderlas/ recién despertábamos de un sueño infantil…” (Joan Manuel Serrat. Palabras de
Amor); otras veces viene asociado a otros hechos como al entorno, no necesariamente menos
importante, “…me acuerdo de mi pueblo gastando madrugadas por una lata de agua…”, “…me
acuerdo cuando llegué de tercero en una carrera de bicicletas y me dejaron fuera de la lista de
premios por culpa de un gallito pintado en mi franela…” (Alí Primera. Canción para
Acordarme).
También puede ocurrir que la autobiografía solo sea una excusa para contar la historia
de otros “…Un día de lluvia, me encontraba enfermo, y como todas las noches, le pedía a mi
madre, a quien amé y amaré siempre, me tocara algo que a mi siempre me gustaba y me
gustará siempre: el vals “Minuto”, de Federico Chopin, llamado así porque consta de 60
compases. Mi asombro, fue que había salido, mientras yo dormía; me acerqué a su piano de
cola, elegante y brillante que siempre me infundía un gran respeto; abrí la caja de resonancia, y
me puse yo al teclado. Había aprendido a tocarlo, hacía más de un año. Mi asombro, fue
encontrar una partitura, que yo creí tuvo guardada mucho tiempo y que quizás se proponía
tocarla algún día. La puse en el atril, y al segundo acorde, paré bruscamente, me pareció que
la conocía. Me detengo en ella y busco el nombre y el autor de la pieza, nuevo asombro. Leo
que dice textualmente –tengo afortunadamente una gran memoria de registro, aunque padezco
de dislexia funcional o falta de atención- “La Reina”, danza, autor: Amable Torres, carpintero.
Dedicada a mi pequeña y tierna amiga: Carmen Matilde Vega. Desde ese día –tenía 9 años-
amo la música de esta tierra, tanto como la música de cámara que escucho, casi todos los
días…” (Roberto Ávila Vega. Nací, Existo y Vivo).
En ocasiones, una autobiografía puede incluir los mitos y leyendas de la comarca “…
Una tarde soleada transitábamos por un sendero que conducía a la casa, mis hermanitos,
William, Ivonne, Gustavo, Eleazar, mi mamá y mi persona (Zulyn), nos encontramos en un
paraje semi-árido de tierra y paja, en donde, de pronto comenzaron a soplar ráfagas de viento
y empezaron a surgir de la nada unos remolinos enanitos que comenzaron a danzar cerca de
nosotros, quise agarrar a uno de ellos, pero mi mamá llamada Carmen, no me lo permitió,
decía que era malo y me quedé con las ganas…” (Zulyn González. Breve Historia Dejada
por mis Huellas en el Camino). Desde luego, la familia también suele aparecer al desnudo y
sin vacilaciones “…De mi adolescencia recuerdo cada uno de los apodos de mis hermanos. A
la mayor, Marianela, le decíamos “Reina, la viro”, de virola, siempre olvidaba virar, voltear, en el
horno los plátanos que le encomendaba mamá o la abuela; luego sigue Eglé, “la choncha”, por
un cochinito que crió como si lo hubiera parido…Yhajaira, “la machaca”, por eso de estar
mordiendo sus labios; mi hermano Ramoncito, “el chepa”…” (Elena Osorio. Elena sin “H”).
Existen actividades y lugares particularmente importantes para el autor, cuyo apego a sus
recuerdos hace que lo plasme en la narración “…Me veo jugando con los otros niños trompo,
bolitas, elevando las petacas y las fugas que construíamos nosotros mismos,
intercambiándonos y comiéndonos los chicles de las tarjetas de béisbol, jugando al escondido,
al partido liberal y todos esos juegos tradicionales, por otra parte también puedo ver a las niñas
jugando con la cuerda, al cuartillo de la arepita. Todavía conservo las imágenes del ambiente y
los rostros, aún recuerdo algunos nombres a pesar que muchos de ellos no los vi jamás. Una
de esas imágenes que siempre puedo recordar con nitidez es del cují que estaba frente a mi
casa, esta experiencia la traigo a colación porque representaba un centro de atracción, este
cují era tan inmenso que podíamos jugar al torito en el, también jugábamos al columpio…”
(Napoleón Sulbarán. El Peregrinaje de mi Vida). Y, por supuesto, los momentos trágicos son
susceptibles de recogerse también en la autobiografía “…No todo en la vida es felicidad, un día
gris sentimos el golpe duro de la vida, cuando una parte del tesoro se resquebrajó, el 9 de abril
de 1.977 uno de sus miembros muere, mi hijo Luís Alberto, en un acto de bondad salva la vida
de otro niño y al tratar de atravesar la piscina del Hotel Maruma la fatalidad le acompaña,
alguien sin saber abrió el bote de agua de la piscina y la fuerza atrajo a mi pequeño no
pertimitiéndole salir a flote…” (Ruth Piñeiro. Autobiografía).
Los oficios son descrito, a menudo, a lo largo de la narración acerca de la historia de la
vida del autobiógrafo “…Nací en la barriada El Guarataro, de Caracas, el 17 de mayo de 1920.
He estudiado muchas cosas, entre ellas un atropellado bachillerato, sin llegar a graduarme en
ninguna. He ejercido diversos oficios, algunos muy desagradables, otros muy pintorescos y
curiosos, pero ninguno muy productivo, para ganarme la vida. A los doce años fui aprendiz en
una carpintería; a los trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una
bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya no existe, era el foco de la
prostitución más importante de la ciudad. Más tarde fui mandadero y barrendero del diario El
Universal, cicerone de turistas, profesor de inglés, oficial en una pequeña repostería, y director
de El Verbo Democrático, diario de Puerto Cabello. Durante los últimos diez años me he
compartido entre las redacciones de Últimas Noticias, El Morrocoy Azul, El Nacional, Elite y
Fantoches, del que fui director…” (Aquiles Nazoa. Aquiles Autobiográfico).
Como se ha visto, la autobiografía, al igual que cualquier historia, narra los
acontecimientos y los procesos que moldearon a sus protagonistas, en este caso su autor, de
modo que no se escapa nada, a menos que una jugada de la memoria termine aislando algún
hecho relevante, digno de haber sido expuesto en el arrebato de cronista que algunas veces
podemos tener al contar nuestras vidas. El tiempo y el espacio son vitales, obviamente, se trata
de describir aquello que nos pasó o aconteció en torno a uno, por eso es imposible el divorcio
entre el o los lugares y el o los momentos vividos por el narrador. Esto no significa que quien
escribe su historia, tenga que desarrollar a lo largo del texto los detalles con suma
minuciosidad, habrá quien así lo haga pero es una elección, tan poco obedece a algún patrón
predeterminado, hemos observado en los ejemplos que se citan giros distintos, pero pueden y
han habido abordajes autobiográficos montados en cada género y forma literaria existente.
Entendiendo que para escribir acerca de la vida de uno mismo, debemos proceder a
realizar una indagatoria de nuestras etapas y lugares por donde hemos transitado, apelando a
nuestros hermanos mayores, padres, tíos y tías, abuelos, en lugar de dejarle todo a la
memoria, por ello, en nuestra experiencia como Tutor de la Misión Cultura propusimos a
nuestros activadores lo siguiente:
-revisar los álbumes familiares de sus casas y observar que éstos son mucho más que
compilaciones fotográficas y que una fotografía es mucho más que una imagen congelada. Allí
se encuentra parte de la historia de la familia, codificada en las arrugas, canas, peso ganado o
perdido, los que ya no están con nosotros y que aparecen mágicamente en ese libro de
recuerdos graficados, el cambio que ha sufrido nuestra casa, etc.
-pasearse por sus antiguos liceos de secundaria y escuelas de primaria donde
estudiaron, asomarse a las puertas de los salones e imaginarse sentados en sus pupitres, ir
hasta los árboles y paredes donde alguna vez escribimos alguna frase para alguien. Hablar con
nuestros maestros y profesores y viejos compañeros de estudio.
-organizar alguna fiesta entre ellos, donde lo fundamental sería llevar música con la
que bailaron cuando fueron adolescentes y aquella que escuchaban sus padres cuando aún
eran niños
-tratar de recuperar los juguetes que tuvieron de niño, rastrear en el baúl y otras cajas
de madera que alcanzara conservar la madre o la abuela algunos objetos que puedan
remontarnos hacia nuestro pasado
-se leyeron algunos autores como Mem Fox y su libro de cuento “Guillermo Jorge
Manuel José”, como uno de los ejercicios exploratorios sobre la memoria más fascinante como
poético que existe; Aquiles Nazoa y su texto “Mi Madre en un Pueblito de Recuerdos” como
ejemplo de imbricación entre la fábula y la autobiografía
-se escucharon algunos artistas musicales como Alí Primera, particularmente las
canciones “Madre Déjame Luchar” y “Canción Para Acordarme” para apuntar la gran capacidad
de síntesis del autor al describir en apenas algunos versos, oficios, acontecimientos, de su vida
y de los suyos, relacionados todos con el momento histórico
-se vio la película “Cinema Paradiso”, para entender la importancia de la evocación y su
relación intimista con los oficios, el pueblo, la madre y la amistad, además, para observar la
puja permanente entre la búsqueda del “éxito” con su carga de desarraigo y el apego a su
pasado, a su memoria
Finalmente, quisiera decir, que la experiencia emanada de los trabajos autobiográficos
de nuestros activadores, le dan una dimensión realmente novedosa e interesante a la
propuesta de construcción del conocimiento, al atreverse ellos a contar sus vidas y al redactar
la mayoría, por primera vez, un texto narrativo, quizá sea interesante que al final de todo este
proceso académico puedan entregar una “segunda parte” de sus historias…

Mario Fernández / 0414-9705987


potreritos_62@yahoo.com / potreritos@cantv.net

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