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Jesucristo: Mi
Salvador, mi
Señor
Jesucristo es el Hijo de Dios y el
Salvador de la humanidad, y
nosotros podemos obtener todas
las bendiciones por las que Él, a
fin de dárnoslas, vivió y murió.
De la vida de
Spencer W. Kimball
Al principio de su servicio
como Apóstol, el élder Spen‐
cer W. Kimball sufrió tres
ataques al corazón en un
período de aproximadamente
dos semanas. Después de casi
siete semanas de estar recupe‐
rándose en su casa, “empezó a
buscar un escape a su monó‐
tona confinación”; con ese fin,
hizo arreglos para terminar
de recuperarse entre sus
queridos amigos navajos, en
el estado de Nuevo México 1.
“Al fin lo encontraron, a
varios kilómetros de distan‐
cia, sentado bajo un pino; a
su lado estaba la Biblia,
abierta en el último capítulo
del Evangelio de Juan; tenía
los ojos cerrados, y al acer‐
carse el grupo que lo busca‐
ba, permaneció inmóvil como
estaba cuando al principio lo
divisaron.
Enseñanzas de
Spencer W. Kimball
Más allá de ser
simplemente un gran
maestro, Jesucristo es el
Hijo del Dios viviente y el
Salvador de la
humanidad.
En un número reciente de la
revista Time, se citan las
extensas declaraciones de un
profesor emérito de una de
nuestras universidades más
grandes tratando de explicar
a Jesús de Nazaret: le concede
calidez humana, una gran
capacidad para amar, una
comprensión fuera de lo
común. Lo considera un gran
humanitario, un gran maes‐
tro; uno capaz de interesar y
conmover vivamente. Como
raciocinio típico, explica que
Lázaro no había muerto sino
que Jesús “…sólo le ‘devolvió
la salud’ por poder mental y
de conocimiento y ‘por la
terapia de su extraordinaria
vitalidad’ ”.
El ministerio del
Salvador se extiende a
través de las
eternidades pasadas,
presentes y futuras.
Quiero… testificar que Jesu‐
cristo no sólo vivió unos
treinta y tres años en el meri‐
diano de los tiempos, sino
que había vivido previamente
durante eternidades y que
seguirá viviendo por toda la
eternidad; y doy testimonio
de que Él no solamente fue el
organizador del reino de Dios
en la tierra, sino también el
Creador de este mundo, el
11.
Redentor de la humanidad
Por medio de la
Expiación, Jesucristo
salva a todo el género
humano de los efectos
de la Caída y salva de sus
pecados al alma
arrepentida.
Mis amados hermanos y
hermanas, Dios vive y doy
testimonio de ello. Jesucristo
vive, y es el Autor del verda‐
dero camino de la vida y la
salvación.
Cuando vivimos el
Evangelio, complacemos
al Señor.
Puedo imaginar al Señor
Jesucristo [en Su ministerio
terrenal] sonriendo al
contemplar a Su pueblo devo‐
to…
La Expiación nos da
esperanza en esta vida y
para la eternidad que
tenemos por delante.
Tenemos nuestra esperanza
puesta en Cristo aquí y ahora.
Él murió por nuestros peca‐
dos. Por causa de Él y de Su
Evangelio, nuestros pecados
quedan lavados en las aguas
del bautismo; el pecado y la
iniquidad se consumen y
abandonan nuestra alma
como si fuera por el fuego; y
nos volvemos limpios, con
consciencia clara, y obtene‐
mos esa paz que sobrepasa
todo entendimiento (véase
Filipenses 4:7).
Sugerencias para el
estudio y la
enseñanza
Al estudiar el capítulo o al
prepararse para enseñar su
contenido, tenga en cuenta
estos conceptos. Para ver
ayuda adicional, vea las pági‐
nas V–X.
El presidente Kimball
enseñó que podemos tener
una esperanza en Cristo,
tanto ahora como para la
eternidad que nos espera
(págs. 35–36). ¿Cómo
cambia la vida de la gente
cuando tiene esa esperanza
en Cristo?