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pablo kreimer

pablo kreimer
el científico también es un ser humano
¡Cuidado, científicos! Ustedes mismos están siendo
estudiados... Sí, los sociólogos de la ciencia investigan
a esos bichos raros, que suelen aparecer despeinados,
de guardapolvo, con moscas en la cabeza y un pizarrón
en el bolsillo por si se les ocurre alguna idea genial
mientras viajan en el colectivo. Se trata, en definitiva,
de entender un poco a los científicos y a la ciencia, esa
mirada tan especial que tenemos para conocer el mundo.

Pablo Kreimer es uno de estos espías de la ciencia,


y en este libro cuenta de qué se tratan las actividades
de los investigadores, su club de amigos, sus papers,
sus conflictos y la relación entre la ciencia, la tecnología
y la sociedad (incluyendo nuestra sociedad “ periférica”
con respecto a lo que ocurre en el primer mundo).

Lo cierto es que este libro es, tanto para los que quieran
saber qué es esa cosa llamada ciencia como para
quienes estamos del otro lado del mostrador-
o del microscopio, en este caso - verdaderamente
sorprendente y necesario. Por lo menos, salimos
bastante bien parados: el libro llega a la conclusión ¿
de que el científico también es un ser humano.
Lo que no es poco.

ISBN 000-000-000-000-0

>£CS\ siglo veintiuno


odttores a
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m ___________________________________________________
siglo veintiuno editores s.a.
G uatem ala -1S24 ( c i.} i; iu i‘), Bueno* Aire*. A rgentina
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
C erro d el agua 248. D elegación C o y n a rin (n J^ in ). D.F., M éxico

siglo veintiuno de españa editores. s.a.


c/M ettén d er Tidal. 3 11$ (2800(1) M adrid. Mcpaña

Kreimer, Pablo
El científico también es un ser humano. - 1 a ed. - Buenos Aires :
Siglo XXI Editores Argentina, 2009.
128 p . ; 19x14 cm. - (Ciencia que ladra... / Diego Golombek)

ISBN 978-987-629-084-5

1. Proceso Científico. 2. Científicos. 3. Sociedad. I. Título

CDD 001.42

© 2009, Siglo Veintiuno Editores S. A.

Diseño de portada: Mariana Nemitz

Diseño de colección: tholón kunst

ISBN 978-987-629-084-5

Impreso en Grafinor / / Lamadrid 1576, Villa Ballester,


en el mes de mayo de 2009

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina / / Made in Argentina
índice

Este libro (y esta colección)

Acerca del autor

El intruso o la “mosca en la pared”.


¿Para qué sirve la ciencia?
Algunas preguntas, 17. Un poco de historia: la
ciencia como objeto y el objeto de la ciencia, 18.
Ciencia, tecnología y sociedad, 23. El contexto
cambia..., 26. La ciencia es un producto social, 28
¿Ciencia y sociedad?, 31. El famoso “modelo lineal
de innovación” , 34. ¿Usar la ciencia para resolver
problemas sociales? Sí, claro, pero la cosa no es
tan fácil..., 36

¿Ratones que hablan? Los laboratorios y los


científicos como objeto
Si la historia la escriben los que ganan..., 42. La
tribu de los científicos, 46. ¿De dónde salen los
enunciados científicos?, 50. Un cacho de cultura,
58. Problemas de método, 61

Comunidades, campos, arenas y playas


La Comunidad, 69. El campo científico (el fin de la
armonía), 78. Las arenas transepistémicas de
investigación, 87
8 El científico también es un ser humano

Publicar y castigar
El papel de los papeles y breve paso de comedia, 93.
Publicar y publicar, 97. Pero ¿qué es un p a pe rl, 99.
La fabricación del paper, 104. Última revisión del
modelo lineal, 108

Ciencia y periferia
Un breve cuentito, 113. Barreras a romper, 118.
Ciencia y periferia, 121. Las tradiciones científicas en
la periferia, 124. CANA, 126. Integración subordinada.
¿Una nueva división internacional del trabajo
científico?, 131

Epílogo
Este libro (y esta colección)

Haced como si no lo supiera y explicádmelo.


Moliere, El burgués gentilhombre

Luego de tanto tiem po de investigar anim ales, bacte­


rias, plantas o rocas, p u e d e resultar muy extraño sentirse uno
mismo objeto de investigación. Pero de eso se trata este libro: de
estudiar a esos bichos raros, que suelen ap arecer despeinados,
de guardapolvo, con moscas en la cabeza y u n an o ta d o r en el
bolsillo p o r si se les ocurre alguna idea genial m ientras viajan en
el colectivo. Se trata, en definitiva, de e n te n d e r un poco a los
científicos y a la ciencia, esa m irada tan especial que tienen para
conocer el m undo.
Veamos en detalle qué es esto de la “sociología del laborato­
rio ” y quiénes son sus protagonistas. Están entre nosotros, nos es­
p ían m ientras parecen tan quietecitos en u n rin có n de la m e­
sada... Pasan m ucho tiem po en laboratorios -su s favoritos son
los de bioquím ica y biología m olecular- y hacen observaciones
com o la siguiente: “Los científicos pasan un a enorm e p arte de su
tiem po m irando los núm eros que salen de sus aparatos”.
¿Yquiénes son estos espías -y el mismísim o Pablo K reim er es
u n o de ellos, así que ten g an c u id a d o - qu e se m eten en n u es­
tros laboratorios disfrazados de balanzas o de perch ero s -so n
h ab ilísim o s- p a ra u sarn o s com o o bjeto de estudio? H asta se
atreven a d u d a r de los hechos: “Los hechos son com o las vacas;
si se los m ira fijam ente a los ojos, en general salen c o rrie n d o ”.
¡H orror! ¿Qué hacem os entonces con las m ontañas de hechos
10 El científico también es un ser humano

que hem os estado acum ulando a lo largo de tanto tiem po? ¿Y


qué les decim os a nuestros estudiantes de doctorado: váyanse a
ru m iar a o tra parte?
Lo cierto es que tan to p a ra los que qu ieran saber qué es esa
cosa llam ada ciencia com o p a ra quienes estam os del otro lado
del m o strador - o del m icroscopio, en este caso - este libro re ­
sulta verdaderam ente sorprendente y necesario. No es u n a nove­
dad el hecho de que los resultados científicos deben ser vistos en
el contexto de la sociedad -científica o “civil”- en que fueron in­
terpretados e incluso obtenidos, pero K reim er va más allá, y no
deja aspecto del proceso científico con cabeza, ni siquiera a la
historia de la ciencia, los roles del científico en la sociedad, los
papers y la aventura de hacer investigación acá en la periferia del
m undo y del conocim iento.
Por lo m enos, salimos bastante bien parados: el libro llega a la
conclusión de que el científico tam bién es u n ser hum ano. Lo
que no es poco.

Esta colección de divulgación científica está escrita p o r científi­


cos que creen que ya es hora de asom ar la cabeza fuera del labo­
rato rio y co n tar las maravillas, grandezas y m iserias de la p ro fe­
sión. P orque de eso se trata: de contar, de com partir u n saber
que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.
C iencia que ladra... no m u erd e , sólo da señales de que ca­
balga.

DIEGO GOLOMBEK
Acerca del autor

Pablo Kreimer cereijido@fisio.cinvestav.mx

Nació en Buenos Aires y estudió sociología en la Universidad


de Buenos Aires. Luego, se metió con la ciencia, un tema
excéntrico para los sociólogos: hizo el doctorado en
Ciencia, Tecnología y Sociedad en el Centre Science,
Technologie et Société de París, ya que en esa época
remota (fin de los años ochenta del siglo pasado) no existía
ninguna formación en este campo en la Argentina.
Pasó varios años en laboratorios de Francia, Inglaterra y la
Argentina, con el pretexto de observar lo q ue hacían allí
adentro las “tribus” de científicos que producían
conocimientos. Algunos dicen, sin embargo, que intentó
compensar así una vocación frustrada por la investigación.
Escribió varios libros: De probetas, computadoras y ratones:
la construcción de una mirada sociológica sobre la ciencia y
L ’Universel et le contexte dans la recherche scientifique ,
ambos de 1999; Producción y uso social de conocimientos
(2004); Culturas científicas e investigación agrícola en
América Latina (2005); Ciencia y periferia. Nacimiento,
muerte y resurrección de la biología molecular en la
Argentina. Aspectos sociales, políticos y cognitivos (2008,
por el que obtuvo una de las menciones del Primer
Concurso Nacional de Ciencias). Publicó también cerca de
12 El científico también es un ser humano

un centenar de artículos en español, inglés, francés,


portugués y árabe (¡¡¡papers, bah!!!).
Sus preocupaciones se orientan a comprender el papel
social de las ciencias, en particular en los países periféricos;
a reconstruir la historia de las investigaciones; a analizar los
procesos de globalización de la investigación científica, y a
plantear las relaciones entre problemas sociales y
problemas científicos.
Además, es investigador del Conicet, profesor titular de la
Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige actualmente
el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, y de
la Maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad. También, es
el editor de REDES. Revista de Estudios Sociales de la
Ciencia.
Capítulo 1
El intruso o la “mosca en la pared”.
¿Para qué sirve la ciencia?

Éste es el libro de un intruso. ¿Un espía? Algo así; pero


no exageremos.
En realid ad , se tra ta sólo de p e n e tra r en el san tu ario de la
ciencia, de la investigación, de la creación, del conocim iento.
¿Por qué? A p rim e ra vista parece h a b er m uchos otros lugares
más divertidos p a ra espiar: ¡quién no soñó con hacerse invisi­
ble y presenciar, p o r ejem plo, lo que se d ije ro n San M artín y
Bolívar en Yatasto, o Stalin, Roosevelt y Churchill en Yalta o, in­
cluso, más cerca en el tiem po, C linton y M ónica Lewinsky en el
Salón Oval!
Sin em bargo, y lejos de ofrecer tales entretenim ientos, la cosa
tie n e su in te ré s p o rq u e la ciencia es, a n te to d o (y de allí su
fu erz a), u n a prom esa y u n a garantía. Prom esa de soluciones y
garantía, com o oím os a m en u d o en nuestra vida cotidiana, de
racionalidad, seriedad, previsibilidad. Si la calidad de u n p ro ­
ducto está “científicam ente com probada”, y si es posible que un a
persona con guardapolvo blanco seria y sonriente así lo afirme,
p o d em o s con su m irlo tran q u ilo s (incluso c u an d o se trate de
ch am p ú con “ADN vegetal”). En este libro vamos a h ab lar de
esas cosas, no sólo desde el p u n to de vista “del científico”, sino
tam bién del nuestro, es decir, de los profanos, de los “otros”.
Claro que los conocimientos científicos, tanto los que se publi­
can en revistas especializadas como aquellos que están incorpora­
dos en la sociedad (y aclaremos, desde ya, que son dos cosas bien
d iferentes), alguna vez fueron pensados, cuestionados, experi­
m entados, probados, discutidos, evaluados, refutados, publicados,
14 El científico también es un ser humano

fabricados,1 en fin, certificados. H asta que al final “a lg u ien ” les


pone el rótulo de “creíbles” y, lo que es todavía más, de “verdade­
ros”. Así, los conocimientos científicos conform an verdaderos pa­
quetes que, un a vez cerrados, no son puestos en cuestión, sino que
pasan a fo rm ar parte del sentido com ún, tan to a d en tro com o
-m ás im portante a ú n - afuera de los espacios científicos, es decir,
en la sociedad: nosotros mismos en nuestra vida cotidiana.
Hace algunos años, en u n libro destinado a un público univer­
sitario, m e preguntaba para qué se m etería un intruso en esos lu­
gares esotéricos, incom prensibles p a ra los profanos, llenos de
probetas, computadoras y ratones, d o n d e se p ro d u ce n “verdades”
objetivas. In te n ta b a explicar entonces, com o sociólogo, que el
conocim iento era también un a práctica social com o otras. Es de­
cir que quienes lo generan son personas de carne y hueso, indi­
viduos que están m etidos en u n a sociedad específica, que hablan
u n lenguaje determ inado -c a d a uno su lengua m aterna, aunque
luego se co m u n iq u en principalm ente en in g lés- y que no son,
p o r lo tanto, com o sujetos sociales, diferentes de cualquier otro
com o u n contador, u n albañil, u n a costurera, un em pleado de
banco. En rigor, todos ellos tam bién p ro d u ce n conocim ientos
todos los días, tanto en la vida laboral com o en la privada.
Pero algo podría ser diferente: el conocim iento científico pa­
rece ten e r un papel social distinto que el de otras form as de co­
nocim iento. M om entito... esto ya no resulta tan simple, sino bas­
tante controvertido: ¿es el conocim iento científico radicalmente
diferente de otras form as de conocim iento presentes en la socie­
dad, como las que desarrolla, por ejemplo, una tribu en la interac­
ción con su m edio natural?2 Hasta el últim o cuarto del siglo XX,

1 No se asusten por el uso de la palabra “fabricado”. Como veremos


más adelante, para la sociología de la ciencia, el conocimiento se
puede fabricar.
2 En la medida en que hay una controversia, los sociólogos nos res­
tregamos las manos: ¡si todos están de acuerdo, el trabajo socioló­
gico es muy aburrido!
El intruso o la “mosca en la pared” 15

las opiniones estaban más o m enos de acuerdo en otorgarle u n


lugar de privilegio al conocim iento científico. Entonces, algunos
sociólogos bastante atrevidos (aunque ciertos filósofos e historia­
dores ya habían rozado la cuestión con m ucho más tacto) propu­
sieron que el conocim iento científico no era más que u n a creen­
cia. Es d ecir (y ésta fue la gota que colm ó el vaso), una creencia
entre otras.
N aturalm ente, afirm ar que el conocim iento científico es una
creencia ya resulta bastante provocador p a ra quienes sostienen
que la ciencia es el resultado de procesos racionales de observa­
ción y experim entación, gracias a los cuales se p u ed en p o n e r de
m anifiesto las leyes ocultas que gobiernan el m undo físico y na­
tural. Si nos ponem os de ese lado del m ostrador, a nadie se le
p u e d e o c u rrir que u n a afirm ación com o “la aceleración de la
gravedad es igual a 9,8 m /s 2” sea la expresión de algo que yo
“c re o ”. Esto no es más que un a form ulación que representa, de
m anera fiel, un proceso físico del que no se puede dudar. Aquí pa­
rece resid ir u n a de las claves: de las creen cias “se d u d a ”; a la
ciencia se la com prueba, se la acepta o se la rechaza.
La expresión es doblem ente provocadora, porque en cuanto se
habla de creencias, los científicos y quienes postulan la objetivi­
dad de la ciencia presienten que se está hablando de creencias re­
ligiosas. Y, naturalm ente, no hay dos cosas que parezcan más ale­
jadas entre sí que la ciencia y la religión. “De allí a la m agia”,
parecen estar diciendo, “hay un solo paso” (por supuesto, un mal
paso). Convengamos que la ciencia es muy diferente de la magia:
m ientras ésta se sustenta en el secreto, en lo inexplicable, el espí­
ritu de la ciencia es todo lo contrario; su fuerza está en su capaci­
d ad de explicación y, p o r lo tanto, en que perm ite p red e cir el
m undo natural. Y si se puede predecir, bajo ciertas condiciones,
tam bién se puede transformar. Es decir que la ciencia es u n a he­
rram ienta muy poderosa: le ofreció a los seres hum anos una capa­
cidad para transform ar la naturaleza enorm em ente superior a la
que habían poseído a lo largo de toda su historia sobre la Tierra.
Eso no es poco, así que ¡cuidadito con ponerla en cuestión!
16 El científico también es un ser humano

El desafío es mayúsculo: hoy en día, tanto intelectuales como


políticos, en especial en los países más desarrollados (la U nión
E uropea y los Estados U nidos en p articular), están hablando de
una “sociedad del conocim iento” (ya sea de “aquello que se viene”
o de lo que ya vivimos hoy). A p artir de aquí, aquel que se atreva
a p e n etrar en los santuarios del conocim iento hasta sus raíces se
arriesga a ser acusado de estar socavando las bases mismas de la
sociedad, nada m enos.3
La noción de “sociedad del co n o cim ien to ” (knowledge society)
surgió hacia finales de la década de 1990 y es em pleada en par­
ticular en m edios académ icos com o alternativa a la “sociedad
de la in fo rm ació n ”. Según el sociólogo M anuel Castells (La era
de la información, 2001), e n esta sociedad “las co n d icio n es de
g en eració n de conocim iento y procesam iento de inform ación
h an sido sustancialm ente alteradas p o r u n a revolución tecno­
lógica”.
Hay versiones pesim istas y optim istas. Según la U nesco, “se
suele h ab lar de sociedad m undial de la inform ación y de u n a
‘re d ex ten d id a p o r todo el m u n d o ’ p ero en realid ad sólo u n
10% de las conexiones con In te rn e t del p lan eta provienen del
82% de la población m u n d ia l” (Hacia las sociedades del conoci­
miento, 2005). Respecto del papel de la ciencia y la tecnología en
el desarrollo social, hay un a larguísim a discusión acerca de qué
sucedió prim ero: si el desarrollo de la ciencia y la tecnología fue
la causa de la riqueza, si los países invirtieron en ciencia y tecno-

3 Si en las sociedades monárquicas en donde el poder de los


soberanos “emana de los dioses’’ alguien pretende interrogarse
acerca de la existencia misma de Dios, lo que se pone en juego
es todo el fundamento de esa sociedad. La legitimidad de los
monarcas se sostiene por las dos formas más o menos clásicas:
o bien la enorme mayoría de la población efectivamente cree que
los soberanos responden a los designios divinos, o bien las
hogueras tienen mayor capacidad de persuasión para quienes no
están convencidos.
El intruso o la “mosca en la pared” 17

logia p orque eran ricos, o si am bos motivos son las dos caras de
la m ism a m o n ed a (vamos a discutir algo de esto en el próxim o
cap ítu lo ). En todo caso, lo que sí queda claro es que el papel del
conocim iento nunca fue tan crucial com o en la actualidad, y en
particular el conocim iento científico.
Así, el desafío de m ostrar el carácter profano-social de la cien­
cia es in teresan te ju stam en te p o rq u e es riesgoso: si realm ente
vivimos e n u n a sociedad d el conocim iento, in te n ta r d esn u d ar
sus bases sociales p o d ría p o n e rn o s en el lugar de rebeldes o de
herejes. Por suerte, la cosa no llega tan lejos: como las bases de la
cien cia no se so stien en sólo e n su e n o rm e p o d e r social, sino
tam bién en la “d em o stració n ” de su eficacia com o sistem a de
p en sam ien to y e n el “co n v en cim ien to ” de los p ro fan o s desde
su m ás tie rn a in fan cia (p o r ejem plo, p o r m edio de la e d u ca­
ción científica), quienes indagan sus cim ientos sociales sólo co­
rre n el peligro de la polém ica y el debate, que, p o r cierto, son
form as m ucho m ás civilizadas que la g u e rra p a ra d irim ir los
desacuerdos.

Algunas preguntas

Es difícil im aginarnos u n m undo sin ciencia. La tenem os tan in­


corporada que, en general, ni siquiera pensam os en ella de u n
m odo problem ático: disfrutam os “natu ralm en te” de sus benefi­
cios, esperam os sus resultados o nos im pacientam os cuando tar­
dan m ucho (como en el caso de los m edicam entos). Pero: ¿en qué
consiste la ciencia?
¿Es u n a larga historia de descubrim ientos hechos p o r hom ­
bres brillantes? ¿Es el trabajo de individuos curiosos que se en­
cierran p ara descubrir los enigm as del m u n d o físico y natural?
¿Por qué hace falta plata para investigar? ¿Quién financia los tra­
bajos de los científicos: el Estado o m ecenas privados que tienen
am or p o r el conocim iento? ¿La ciencia es conocim iento puro o
tie n e alg u n a u tilid ad p a ra la sociedad? ¿En d ó n d e se hace la
18 El científico también es un ser humano

ciencia? ¿Yquiénes son, al fin de cuentas, esas personas que es­


tán adentro de los laboratorios? ¿Cómo se organizan? ¿Quién de­
cide “q u é ” investigar? ¿Por qué? ¿Todas las sociedades tienen y /o
tuvieron algo llam ado “ciencia”? ¿Es la ciencia u n a actividad uni­
versal? No desesperen, porque este libro se ocupa de algunos de
estos interrogantes.
Estas preguntas, y m uchas otras, son sólo algunos ejemplos del
punto de partida para pensar el papel y el carácter de la ciencia
en la sociedad m oderna. C orresponden a un a disciplina relativa­
m ente nueva, que se ha denom inado, desde hace algunas déca­
das, “estudios sociales de la ciencia”. Y, como todo cam po del co­
nocim iento, com ienza con un a serie de preguntas que organiza
aquello que se preten d e conocer, describir y explicar.
A comienzos del siglo XXI, decir que la ciencia y la tecnología
presentan “aspectos sociales” puede parecer obvio. Si pensam os
en las terrib les consecuencias de la c en tral n u c le a r de C her-
nobyl, en la ex U nión Soviética, o en las maravillas de los estu­
dios de ADN, que p erm iten p en sar en el tratam ien to de en fer­
m edades que hasta hace poco eran incurables, las consecuencias
sociales de la ciencia saltan a la vista. Sin em bargo, cuando pen ­
samos cóm o la sociedad m o d ern a in te rp re ta el conocim iento
científico y el desarrollo tecnológico, estas “dim ensiones socia­
les” parecen m ucho m enos claras y evidentes.

Un poco de historia: la ciencia como objeto


y el objeto de la ciencia

Muchos historiadores hablan de la Grecia antigua como del lugar


de origen de u n pensam iento científico. No vale la p en a que dis­
cutam os aquí si hay o no u n a continuidad entre lo que se hacía
en el siglo V a.C. y lo que ocurrió a p artir del siglo XVII (además
de que hay toneladas de papel que se han ocupado del te m a).
En realidad, hay u n doble movim iento que condujo a la cien­
cia m oderna: el abandono del principio de autoridad (según el
El Intruso o la “mosca en la pared” 19

cual algo es cierto de acuerdo con quien lo diga, sobre todo si es


u n G ran Maestro) y el recurso al m étodo experim ental, ligado a
u n a com prensión de la naturaleza a la que se hace “hablar a tra­
vés del lenguaje de las m atem áticas”.4
U na breve biografía de la ciencia m oderna podría incluir tres
etapas: institudonalización, profesionalizadón, industrializadón, que
se fueron desplegando de un m odo sucesivo du ran te los últim os
cuatro siglos, pero únicam ente en los que hoy son países indus­
trializados, en particu lar los de E uropa occidental y, algo más
tarde, en los Estados Unidos. Veamos cómo em pezó todo.
El proceso de institucionalización com ienza en las Academias,
que aparecen p o r prim era vez en Italia. Allí com ienza la separa­
ción e n tre lo que p e rte n e c e al cam po de los h ech o s y de la
p ru eb a científica y aquello que dep en d e de la fe, de la creencia
o de la convicción, algo que podríam os llam ar “laicización” del
m undo m oderno. Este pasaje es im portante, p orque aunque hoy
nos parezca natural el hech o de que la ciencia no tenga nada
que ver con el pensam iento religioso, mágico o especulativo, es
b ueno recordar que esto no fue siem pre así.
Desde el com ienzo, la institución científica estuvo ligada al po­
d er político: “dam e protección y apoyo” (dice la ciencia), “dam e
resultados útiles y utilizables” (dice el p o d e r político). A p a rtir
de esta relación se va gestando, en los países de E uropa occiden­
tal, lo q u e p o d ríam o s llam ar u n “c o n tra to cien cia-sociedad”,
algunas veces im plícito, y muy a m en u d o explícito: cada p arte
tiene obligaciones y beneficios p a ra o frecer y p ara o b te n e r de
este “co n trato ”.
Para situarnos en la historia, el proceso de institucionalización
de la ciencia m oderna va desde el siglo XVII al XVIII. D urante
ese lapso, el trabajo de los investigadores se desplaza hacia u n a

4 Estas cuestiones las plantea Jean-Jacques Salomón en su libro Los


científicos. Entre saber y poder, Buenos Aires, Editorial Universidad
Nacional de Qullmes, 2008.
20 El científico también es un ser humano

nueva institución que los alberga: las Academias. H asta e n to n ­


ces, los hom bres de ciencia (los “sabios”) trabajaban en sus pro­
pias casas (en el garaje o el desván), donde construían su propio
taller y sus propios instrum entos o, cuando trabajaban en algún
espacio institucional, no se trataba de lugares dedicados exclusi­
vam ente a la “producción de saberes”.
Esto implicó, al mismo tiem po, el pasaje de lo privado a lo pú­
blico. N otem os, al pasar, que el carácter público de la ciencia
-c o n el cual m uchos investigadores, en general bienintenciona­
dos, se llenan la b o c a- se debe más a una construcción social en
d e te rm in a d o m o m en to de la h isto ria (cu an d o , dich o sea de
paso, la distinción e n tre lo público y lo privado cobra sentido)
que a u n a condición “n atu ral” (y, p o r lo tanto, intrínseca) de la
ciencia com o actividad. A unque resulte duro adm itirlo, la cien­
cia po d ría haberse convertido en u n a más de las actividades p er­
tenecientes a la esfera de lo privado.
Las prim eras instituciones significativas fueron, p o r u n lado, la
Royal Society, creada en 1662 p o r la reina Isabel en estrecha aso­
ciación con la figura de Isaac Newton y, cuatro años más tarde,
en 1666, como los franceses se pusieron celosos, crearon la Aca-
dém ie Royale des Sciences (naturalm ente, sólo fue Royale hasta
la Revolución Francesa) p o r iniciativa de Colbert.
U na vez que la ciencia logró establecerse en espacios institu­
cionales específicos para desarrollar su actividad, se com enzó a
gestar el proceso de profesionalización de la investigación. Para
que exista un a profesión, resultan fundam entales dos requisitos:
en prim er lugar, la existencia de un a carrera cuyo ingreso o rito
de iniciación esté determ inado con claridad p o r reglas conoci­
das y aceptadas por todos y, en segundo lugar, la existencia de re­
cursos (¡plata!) que provean los m edios de subsistencia.
P aulatinam ente, se fu ero n estableciendo los criterios que re ­
gulan el ingreso a la carrera científica: en vez de basarse en li­
bros de texto, el eje fue la experim entación. Desde entonces,
para acceder al estatus de “científico”, los investigadores noveles
deben atravesar la práctica experim ental en los laboratorios ere-
El Intruso o la “mosca en la pared’’ 21

ados p ara tal fin, bajo la dirección de científicos exp erim en ta­
dos, verdaderos “m aestros”, si querem os h acer u n paralelo con
los profesionales y los artesanos de la época feudal.
Los m edios de ascenso y el reconocim iento a lo largo de la
carrera tam bién se van estableciendo de u n m odo gradual hasta
conform ar un conjunto de reglas bien definidas, que se van incor­
p o ran d o luego com o verdaderos reglam entos en las institucio­
nes dedicadas a la investigación científica. E ntre todas ellas, la
que va a d q u irien d o u n a im portancia cada vez m ayor es el m an­
dato de publicar los resultados de la investigación. Esto llega a
tal p u n to que hoy es co m ú n que la evaluación del trab ajo de
los científicos se realice, sobre todo, a través del análisis de los
artículos (de su c a n tid a d y de su “im p a c to ”, es decir, cuán to s
los leen) publicados p o r los investigadores en las revistas espe­
cializadas.
U n p u n to de inflexión fu n d a m e n ta l p a ra el pasaje de u n a
ciencia amateur a una profesional es el surgim iento de un a rela­
ción contractual: el científico, com o consecuencia de este p ro ­
ceso, va a com enzar a recibir un salario p o r su trabajo. Esto, que
leído desde el presente p uede parecer com ún, no lo era en abso­
luto en épocas pasadas. De hecho, d urante el período de institu-
cionalización, en particular en las academias, los investigadores
solían recibir u n a cantidad de recursos variable, de acuerdo con
la influencia que p u d iera ejercer cada u n o de ellos sobre quie­
nes detentaban el p o d er político y económ ico. Se trataba de u n
m odelo que -trazando un paralelo con el cam po del a rte - se ba­
saba en algo parecido al mecenazgo, y no en una relación de tipo
profesional.
A partir del establecim iento de un salario, se cristaliza u n a re­
lación contractual: cada parte tiene derechos y obligaciones. El
Estado b rin d a recursos p a ra los laboratorios y asigna sueldos
para los investigadores. Estos, a su vez, se com prom eten a dedi­
carse únicam ente a generar conocim ientos y a darlos a conocer
públicam ente, es decir, a divulgarlos, a interactuar con otros co­
legas y a fo rm ar a las nuevas g e n erac io n es de científicos. En
22 El científico también es un ser humano

suma, a proporcionar a la sociedad conocimiento útil para sus ne­


cesidades y, en p articu lar -c o m o cláusula no escrita-, a satisfa­
cer las dem andas de conocim iento que provienen del p o d er po­
lítico del Estado.
Al mismo tiem po, las profesiones van “pintando su raya” para
dem arcar quién está adentro y quién está afuera, y g eneran m e­
canismos de identificación colectiva: “nosotros, los científicos”.
Así, se van creando foros internacionales, revistas especializadas
d onde se publican los trabajos, se organizan congresos, sem ina­
rios y simposios internacionales para discutir las investigaciones.
Es decir, espacios sociales de interacción, de en cu e n tro , de le­
gitim ación.
Finalm ente llegam os a la industrialización de la ciencia, que
de nin g u n a m anera se debe confundir con la investigación indus­
trial (la asociación de los laboratorios con las fábricas se desarro­
lla a p artir de la segunda m itad del siglo X IX ). Este proceso so­
m ete las actividades científicas mismas a los m étodos de gestión
de la industria, y coincide con el desarrollo de los grandes equi­
pos. La época de la industrialización de la ciencia ha sido lla­
m ada “Gran ciencia” (BigScience), frente al m odelo anterior, que
se desarrollaba a escala más peq u eñ a y que estaba centrado en la
utilización de p eq u eñ o s equipos, m uchas veces fabricados p o r
los propios investigadores. Es lo que los franceses llam an el cien­
tífico bricoleur o artesano.
La in d u strializació n de la investigación es la eta p a más re ­
ciente, y su origen se rem o n ta a la Segunda G uerra M undial,
c u an d o la investigación se convierte en u n a actividad a gran
escala, cada vez más intensiva en capital. Asimismo, se acortan
los plazos y se achican las incertidum bres y, adem ás, la investiga­
ción se o rie n ta hacia resu ltad o s específicos, de m odo que el
m argen que queda para la investigación “lib re” (es decir, la que
sólo d ep ende de las decisiones de los propios investigadores) se
estrecha cada vez más.
Es fund am ental señalar que éste es u n proceso p ropio de los
países más desarrollados. Precisam ente, u n o de los problem as
El intruso o la “mosca en la pared” 23

que se señala muy a m enudo respecto del desarrollo científico y


tecnológico en los países en desarrollo es la ausencia o la p re ­
caried ad de esta últim a etapa. P o r supuesto, las causas de esta
distinción sustantiva en tre países de d iferente desarrollo rela­
tivo son m uy variadas, y los análisis que p re te n d e n explicarlas,
tam bién.

Ciencia, tecnología y sociedad

Las ideas surgen alguna vez; luego, cuando las incorporam os, pa­
recen “naturales”. En este caso, alguien se puso a pensar que la
em ergencia de la ciencia, el desarrollo de la tecnología y la socie­
dad industrial ocurrieron a lo largo de un período que coincide
en el tiem po. Y fue el sociólogo estadounidense R obert M erton
quien propuso, p o r p rim era vez, la asociación de estas tres pala­
bras, de estos tres conceptos, en su tesis doctoral publicada en
1937: Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII.
En los años treinta, M erton era u n joven sociólogo form ado
en la “escuela funcionalista” que tenía en la cabeza (o d onde sea
que se alm acenen las ideas sociológicas) u n conjunto de concep­
tos muy novedosos para la época:

a) la propuesta de que existe u n a relación entre el


conocim iento científico, el desarrollo tecnológico y las
condiciones sociales, económ icas, culturales, políticas;
b ) la suposición de que la ciencia es autónom a de otros
espacios sociales, y si no lo es, esto se debe a la
introm isión indebida de “alguien”;
c) la consideración de que la ciencia es una actividad
acumulativa: se trata de u n gran edificio colectivo en
donde cada u n o se apoya en sus predecesores, y
aporta un ladrillo para que los que nos siguen
produzcan más y m ejores conocim ientos.
24 El científico también es un ser humano

La p rim era idea es, seguram ente, la más original: au n q u e hoy


nos parezca red u n d an te pensar en esa triple relación, eso no era
para nada así en las prim eras décadas del siglo XX. En principio,
la ciencia pertenecía, en las concepciones de la época, a u n con­
ju n to de prácticas y a u n espacio muy diferente de las técnicas,
del m undo de las aplicaciones industriales. Simplificando, se po­
dría decir que u n a se correspondía con la b úsqueda de la ver­
dad; la otra, con la generación de aplicaciones concretas. Y, si
b ien p a re cía fácil p e n sa r que el d esarro llo de conocim ientos
había transform ado a la sociedad (los ejem plos son tantos que
a b u rre n ), era m ucho más difícil de im aginar que la sociedad ha­
bía influido en el desarrollo de los conocim ientos (No es exage­
rad o d ecir que tan to los antib ió tico s com o la m asificación de
la e n erg ía n u c le a r p a ra los “b u e n o s ” y p a ra los “m alo s” usos,
son productos, en su form a y en su fondo, de la Segunda G uerra
M undial).
Las otras dos ideas de M erton están estrecham ente relaciona­
das, y fo rm an p arte de lo que podríam os llam ar u n “aire de la
é p o ca”: los científicos son - o d eb en s e r- autónom os de cual­
quier otro p o d er que no sea el de la libre elección de sus temas
y, sobre todo, de sus m étodos. Porque cuando están libres de
toda p resión (si esto fu era posible) se p u e d e n dedicar a p ro d u ­
cir los conocim ientos que luego se “d e rra m a rá n ” en la sociedad.
Y es así, gozando de libertad y d e autonom ía, que pued en acu­
m ular unos sobre otros los conocim ientos verdaderos (más ade­
lante verem os cóm o lo h a c e n ).
Sin em bargo, lo que está en el aire de la ép o ca es, p recisa­
m ente, el peligro que acecha, no sólo p a ra los científicos, sino
para toda la sociedad: la presión, la intervención, el control, e in­
cluso la violencia de individuos ajenos al m undo científico, que
ro m p en con el ideal de autonom ía necesario para producir ver­
dades. M erton com enzó sus trabajos a com ienzos de los años
cuarenta, cuando la Alem ania nazi había decretado la existencia
de u n a ciencia “legítim a”, que representaba las verdaderas raíces
del país, y que estaba id en tificad a con la física ex p erim en tal,
El Intruso o la “mosca en la pared” 25

ligada “a las cosas” y no “a las teo rías”. F rente a ella, h abía u n a


ciencia “im p u ra”, ilegítima, ligada a la física teórica y a la relati­
vidad, cuyas cabezas visibles eran gente indeseable com o Albert
Einstein o Niels Bohr.
¡Cóm o d isen tir con M erton si leem os la siguiente frase de
Philipp L enard, uno de los físicos preferidos del T ercer Reich!:

La ciencia, lejos de ser internacional, está condicionada por


la raza y la sangre; si la ciencia judía no fue hasta ahora
denunciada en todos lados, es porque ha avanzado oculta
por su estilo internacional; ella es indiferente a la verdad,
mientras que la ciencia aria se caracteriza por su “voluntad
de verdad” . La prioridad que la ciencia judía le otorga a las
“matemáticas oscuras” es el signo de su gusto por la
abstracción y por su rechazo de la realidad experimental.

Esta historia no tendría tanta repercusión si no fuera porque, du­


rante más de diez años, a los científicos que adherían a la “ciencia
ju d ía ”les esperábanlos severos castigos que el régim en nazi les te­
nía reservados (obviam ente, esto era extensivo a los científicos
que además eran judíos, más allá de las ideas que profesaran).
El otro caso reso n an te que M erton tiene presen te es el lla­
m ado “caso Lisenko”. Trofim Lysenko comenzó, en 1936, sus ata­
ques a la llam ada “ciencia b u rg u esa”, en carn ad a en p articular
p o r las teorías de M endel sobre la herencia y las leyes que la go­
biernan. Lysenko propuso, en cambio, una teoría según la cual,
al m odificar los n u trien tes de las plantas, sus condiciones de
sem brado y su desarrollo, se podía tam bién cam biar sus caracte­
res hereditarios. O, dicho de otro m odo, que los caracteres ad­
quiridos p u ed en ser transm itidos p o r vía de la herencia. Y, para
ello, hizo un a serie de experim entos para sem brar en prim avera
semillas de cereales que norm alm ente se siem bran en invierno,
a fin de m ostrar que igual p u e d e n g e n erar espigas. El experi­
m ento p odría haber pasado a la historia como un a m era curio­
sidad si no h u b ie ra sido elevado, p o r el cam arad a Stalin, a la
26 El científico también es un ser humano

e statu ra de “ciencia p ro le ta ria ” y si Lysenko no h u b ie ra sido


nom brado presidente de la Academ ia L enin de Ciencias Agríco­
las. De más está d ecir que quienes osaban -y al principio eran
unos c u a n to s- seguir d e fen d ien d o la genética m en d elian a p o ­
dían pasar unas largas vacaciones en Siberia.
Así que, hacia los años cuarenta, la defensa de la autonom ía,
adem ás de estar en los “aires de la época”, era algo muy útil y n e­
cesario. M erton fu n d ó , de hecho, el p rim e r p ro g ram a socioló­
gico de investigaciones sistemáticas sobre la ciencia, y sus estu­
dios, en particular sobre la dinám ica de la com unidad científica
y las norm as que la regulan, son u n a referencia fundam ental
p ara todos los que se interesen p o r estas cosas.

El contexto cambia...

La perspectiva p ro p u esta p o r M erton fu ncionó muy bien hasta


que... u n a nueva generación de sociólogos la puso en cuestión.
Pero eso fue alrededor de treinta años más tarde, en la segunda
m itad de los años setenta. Antes habían pasado varias cosas en la
sociedad, que podem os resum ir brevem ente (cada u n a de ellas
daría lugar a un largo tratad o ).

La toma de conciencia de que la ciencia


no sólo acarrea efectos “positivos”
Esto ya se había puesto de m anifiesto de u n m odo violento luego
del desarrollo del llam ado Proyecto M anhattan, es decir, la fabri­
cación de la bom ba atómica. Pero luego surgieron diversos m o­
vimientos críticos, sobre todo en E uropa y en los Estados U ni­
dos, en tre los años sesenta y setenta, que cuestionaron el papel
de la ciencia p o r su relación con el desarrollo de la sociedad ca­
pitalista industrial y sus efectos indeseables: hiperconsum o, d e­
gradación del m edio am biente, deshum anización, etc. Por ejem ­
plo, desde el movim iento hippie al Mayo francés, pasando p o r el
El Intruso o la “mosca en la pared” 27

surgim iento de los prim eros grupos de “ecología política”, el


cuestionam iento a la sociedad industrial basada en la ciencia se
extendió urbi et orbe.

La ruptura de la “ecuación optimista”


Ju n to con el cuestionam iento anterior se com ienza a percibir
que la realidad desm iente la creencia de que “la ciencia y la tec­
nología m odernas acarrean problem as, pero tam bién g en eran
las soluciones para esos mismos problem as”. La u topía positivista
de u n progreso eterno se ve cuestionada p o r las enorm es zonas
grises que ya no es posible solucionar sim plem ente con “más co­
n ocim iento científico”, sino que se req u iere, de u n m odo muy
u rg en te, la participación de los ciudadanos en la tom a de deci­
siones. Por prim era vez, la propia ciencia parece im potente para
resolver los problem as que ella m ism a produjo. Para m uchos
(com o el sociólogo francés Pierre B ourdieu, p o r ejem plo), éste
es “el com ienzo del fin del ideal de a u to n o m ía ” (aunque deb e­
m os adm itir que el ideal ya se había puesto en cuestión m ucho
an tes). Volveremos sobre este tem a porque, como diría Borges,
nos lo exige “la estética de la inteligencia”.

La crisis del petróleo de 1973


Ese año, adem ás de la m uerte de los tres Pablos (Neruda, Casalz
y Picasso) y de los golpes de Estado en Chile y Uruguay, se pro­
dujo u n a alarm a repentina: las reservas de petróleo existente po­
drían no ser suficientes para llegar al año 2000, de acuerdo con
los niveles de consum o de la época, las hipótesis de crecim iento
y las nuevas necesidades de energía. El hecho de que eso engen­
drara u n movim iento liderado p o r países en desarrollo (la O rga­
nización de Países Productores de P etróleo) y u n aum ento feroz
de los precios no contribuyó, precisam ente, a aquietar las aguas.
El razonam iento consiguiente se hizo visible: ¿qué hizo la cien­
cia p ara aliviarnos de esta pesadilla que ah o ra nos sacude en la
28 El científico también es un ser humano

m itad de u n a plácida siesta? Y se respondieron: “Nos propuso


como alternativa la energía nuclear, la misma con la que se fabri­
can las bom bas de destrucción masiva”. E n todo caso, esto im­
pulsó a diversas fuerzas y actores sociales a p lantear nuevas ideas
sobre la energía, su producción, su uso, su naturaleza. Y a poner,
nuevam ente, al desarrollo científico bajo la lupa de la sociedad.

La ciencia es un producto social

En el m arco de u n a sociedad “m o d ern a” que se veía profunda­


m ente convulsionada, algunos sociólogos com enzaron a cuestio­
n a r la m irada “in g e n u a ” que M erton ten ía sobre la ciencia. El
problem a fundam ental era que M erton y sus discípulos habían
o rien tad o su lupa hacia “los científicos” vistos “desde afu e ra ”:
cómo se organizaban y vinculaban entre ellos, qué recursos utili­
zaban, qué y cómo publicaban y evaluaban sus publicaciones, etc.
Pero eso no tenía nada que ver con lo que los científicos hadan
todos los días en sus lugares de trabajo: para ellos, adentro de sus
laboratorios, los investigadores se lim itaban a p o n e r e n p rá c ­
tica “u n m éto d o ” (el m éto d o ), libres de toda injerencia externa.
Com o no había n in g ú n aspecto social en esas tareas, que eran
consideradas u n espacio de racionalidad p ro fu n d a, los sociólo­
gos no tenían nada que observar ni, m ucho m enos, motivos para
aventurarse a m eter sus sucias narices en tan im poluto lugar.
Los sociólogos que d ecidieron e n tra r p o r p rim e ra vez en los
laboratorios, hace a lred ed o r de trein ta años, ten ían m ucha cu­
riosidad: com o ellos tam bién se creían científicos, querían estu­
diar la ciencia “científicam ente”, com o si los laboratorios fueran
equivalentes a cualquier o tro lugar social: u n a fábrica, u n a es­
cuela, u n club deportivo, u n a asociación sindical, u n regim iento.
C om enzaron a h ab lar de lo que o cu rría en el in te rio r de los la­
boratorios com o si fueran “cajas negras” de las que sólo se sabía
lo que entraba (recursos, p o r ejem plo) y lo que salía (publicacio­
nes, papers en la jerg a científica), pero no lo que había adentro.
El Intruso o la “mosca en la pared’’ 29

Y “acusaban” a la escuela m ertoniana de haber separado los as­


pectos “externos” (las instituciones, las com unidades científicas,
las culturas) de los aspectos “in tern o s” al conocim iento (los p ro ­
cesos de experim entación, las técnicas, los m étodos, las teorías).
La reacción que em prendieron fue violenta. David Bloor p ro ­
puso, desde E dim burgo, u n p ro g ram a “fu e rte ” que debía m os­
tra r el carácter com pletam ente social de todo conocim iento
científico. En u n libro que publicó en 1976 ( Conocimiento e ima­
ginario social), B loor se dedicó a provocar a diestra y siniestra:
afirmó que las m atemáticas, base de la ciencia m oderna, “son so­
ciales p o r donde se las m ire”; que los conocim ientos científicos
“son creencias sociales como cualquier o tra”, y que, p o r lo tanto,
las “creencias o estados del conocim iento tienen causas sociales
que los sociólogos deben identificar”.
R ápidam ente se sum aron otros sociólogos a la movida, y la fa­
milia se agrandó.5 La mayoría de ellos retom ó u n libro (hoy clá­
sico) de Thom as Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas,
para m ostrar que todo colectivo científico tiene u n a doble exis­
tencia: social (sus form as de identificación grupal, de organiza­
ción, etc.) y cognitiva (el contenido de los conocimientos que pro­
ducen, con sus m étodos y teorías bajo el im perio de lo que Kuhn
llam ó paradigma). Y, lo más im p o rtan te, que am bas son indiso-
ciables.
Con este argum ento, afirm aron que toda la ciencia que cono­
cemos es un a ciencia hecha y que, com o tal, se nos presenta natu­
ralm ente como verdadera. Pero que, en realidad, la ciencia, como
práctica social de u n conjunto de individuos que p e rte n ec en a
u n a cultura y p o r tanto a un lenguaje, que tienen intereses, que
negocian, que se buscan aliados y adversarios, es u n a fabricación
social. En consecuencia, hay que dejar de lado esa ciencia hecha

5 Nombremos algunos personajes a los que más adelante volvere­


mos: Harry Colllns, Steve Shapln, Mlchel Callón, Bruno Latour, Steve
Woolgar, John Law, David Edge, Mlchael Lynch, Karln Knorr-Cetlna,
entre otros.
30 El científico también es un ser humano

y observar, investigar, analizar, in terp retar la “ciencia m ientras se


h ace”, porque es allí donde se p u ed en encontrar las raíces de lo
que luego será presentado como verdad al resto de la sociedad.
Es más, m uchos argum entos apu n taro n a m ostrar que no existe
ninguna separación im p o rtan te en tre los tres térm inos que ha­
bía p ro p u esto el p ropio M erton varias décadas antes: ciencia,
tecnología y sociedad. Porque la ciencia y la tecnología son en sí
mismas procesos sociales como cualquier otro.
Así, hacia fines de los años setenta, los prim eros sociólogos se
d ecid iero n a e n tra r en los laboratorios y observar qué pasaba
allí. Es decir, los intrusos franquearon la puerta, ante la m irada
ató n ita (y tal vez u n poco ingenua) de los propios científicos,
que no e n te n d ía n muy bien qué iban a observar los sociólogos
en ese lugar. B runo Latour, el más provocador entre provocado­
res, fu e q u ie n le p u so com o títu lo a u n o de sus artícu lo s:
“D adm e u n laboratorio y m overé el m u n d o ”. Pero qué vieron,
cóm o lo c o n taro n y cóm o m ovieron el m u n d o serán tem as de
otros capítulos.
De h echo, cuando el a u to r de estas líneas e n tró p o r p rim era
vez a u n laboratorio, el director (un francés), que p o r entonces
era muy am able, le (me) dijo, con el ceño fruncido: “Lo que no
entiendo es qué cosa interesante quiere usted observar aquí... y
qué p u ed e e n te n d er de lo que nosotros hacem os”. Le expliqué
que se tratab a de observar cóm o definían sus problem as de in­
vestigación, cóm o los discutían, cóm o utilizaban sus m áquinas,
cuándo decidían que “algo” m erecía ser publicado, etc. Me res­
pondió: “¿Pero entonces usted q uiere h acer con nosotros lo
m ism o q u e n o so tro s hacem os con los ra to n e s? ”. E n ese m o­
m ento yo era u n joven sociólogo u n poco atrevido, y le respondí:
“Más o m enos... sólo que los ratones no hablan...”. Su m irada me
fulm inó, y m e dije que ése iba a ser, en el futuro, el título de mi
libro: “Ratones que h ab lan ”. Los años m e enseñaron que no sólo
hablan, sino que tam bién p u ed en m order, así que m e decidí p o r
un título más rom ántico y académico: “Lo universal y el contexto
en la investigación científica”. En fin... A hora recuperé ese título
El intruso o la “mosca en la pared” 31

controvertido y, ya m enos pretencioso, se lo adjudiqué al se­


gundo capítulo de este libro.

¿Ciencia y sociedad?

Dice Oscar Varsavsky en Hacia una política áentífica nacional, 1969:

el papel del científico no es sólo juzgar la verdad o falsedad


de hipótesis -com o si fuera un especialista en control de
calidad que atiende los pedidos que le llegan- sino intervenir
políticamente en la selección de hipótesis a ser juzgadas y
en la utilización de sus resultados. [...] Es falsa la opción que
plantea Jaques Monod: si la Naturaleza tiene o no un
Proyecto para nuestro futuro y el del universo; lo que
interesa es saber qué proyecto tenemos nosotros y qué
podemos hacer para que se cumpla.6

Así, el interrogante que surge es: “¿y entonces, para qué sirve la
ciencia?”. La cuestión no es nueva: ya se planteó desde la em er­
gencia de la ciencia m o d ern a, allá p o r el siglo XVII. Y hubo,
desde entones, dos debates -m u y relacionados e n tre sí- que se
fuero n desplegando a lo largo de todos estos años. Y, lo m ejor de
todo: aún no están resueltos. El prim ero se refiere a la au to n o ­
m ía de los científicos versus la intervención del Estado (o de al­
guien) para orientar las investigaciones. El segundo, al carácter
público o el interés privado de esas investigaciones.
En realidad, los dos debates form an p arte de la m ism a cues­
tión. Si a la p regunta “¿para qué sirve la ciencia?” respondem os
“p ara acrecentar nuestros conocim ientos sobre el m undo físico,

6 Varsavsky fue un químico y ensayista argentino, muy comprometido


con el proyecto de desarrollar una ciencia útil para la sociedad, con­
trapuesta a lo que descalificaba como prácticas “clentlflclstas”.
Volveremos a referirnos a él más adelante.
32 El científico también es un ser humano

natural y social”, queda claro que prevalece el interés público, y


que los científicos deben ser autónom os de cualquier interferen­
cia, sea pública o privada.
Sin em bargo, en la actualidad casi nadie afirm a que la ciencia
debe servir solamente para acrecentar nuestros conocimientos. La
gran mayoría de las personas implicadas, los propios científicos,
los gobiernos, los em presarios, etc., com parten la idea de que el
conocim iento científico debería servir para algo más que para am­
pliar n u estra cu ltura sobre el m undo. Claro que ese “algo m ás”
es definido de m odos muy diferentes según quien lo exponga.
Jo h n D. Bernal fue u n personaje muy singular: com enzó a tra­
bajar com o científico en la década de 1920 en Inglaterra. En su
laboratorio de cristalografía de Londres, se form aron m uchos in­
vestigadores muy prestigiosos, como Rosalind Franklin, Jo h n
Kendrew, Dorothy Hodgkin, etc. Sin em bargo, adem ás de ser un
investigador bastante reconocido, B ernal fue otras dos cosas:
u n m ilitante de izquierda muy com prom etido (estaba afiliado al
Partido Comunista inglés) y un historiador de la ciencia. En 1923
fundó el prim er sindicato de investigadores del que se tenga re­
gistro y, luego de la Segunda G uerra M undial, pidió pública­
m ente a las grandes potencias que difundieran todo el conoci­
m iento que hab ían desarrollado d u ran te el conflicto m ilitar.7
Además, escribió u n libro, publicado en 1939, que se llamó, pre­
cisam ente, La función social de la ciencia. Allí planteaba que el ca­
pitalism o im plicaba u n fren o p a ra desarrollar las potencialida­
des de la ciencia m oderna. En realidad, B ernal idealizaba a la
ciencia como un espacio organizado de m anera racional y dem o­
crática, sin privilegios de clase, con u n a distribución equitativa
de los bienes, y o rien tad o hacia el progreso. En u n a expresión

7 Como dicha petición estaba dirigida principalmente a Inglaterra y los


Estados Unidos, y se refería sobre todo al desarrollo de la investiga­
ción en física e ingeniería nuclear que dio origen a las primeras bom­
bas, lo más factible es que los líderes de dichos países, conociendo
las simpatías comunistas de Bernal, soltaran ruidosas carcajadas...
El Intruso o la “mosca en la pared’’ 33

que lo define en sus dos aspectos, com o m ilitante m arxista y


com o investigador de laboratorio, Bernal señaló que “en sus es­
fuerzos, en sus búsquedas, la ciencia es com unism o”, m ientras
que “el m arxism o transform a a la ciencia y le da u n m ayor al­
cance y significado”. En realidad, más que c o n trarrestar la in ­
fluencia del capitalismo sobre la ciencia, lo que Bernal pretendía
era cam biar la sociedad, y utilizar a la ciencia com o m odelo para
u n nuevo m odelo social.
Luego de varias décadas, la cuestión acerca de la función so­
cial de la ciencia adquirió o tra form a, bien diferente: m ientras
Bernal se refería a las sociedades -co m o In g laterra- más desarro­
lladas, hacia la década de 1960 (y un poco antes también) se plan­
teó con m ucha fuerza el pro b lem a de los países subdesarrolla­
dos, a los que con u n creativo eufem ism o se los llam ó “en vías
de desarrollo”. La cuestión del desarrollo es, p o r supuesto, muy
com plicada, en la m edida en que in tervienen m uchos elem en­
tos de o rd en diverso en cada país, com o los recursos naturales
(tipo de suelos, de climas, recursos m inerales, etc.), la historia, la
cultura y la estructura de cada sociedad.
Las teorías más “clásicas” p artían de la suposición de que los
procesos de desarrollo seguidos p o r todos los países eran más o
m enos similares, es decir, que h abía u n a especie de “cam in o ”
que las naciones h abían recorrido, desde la Revolución Indus­
trial, p ara llegar a conform ar sociedades y econom ías “m o d er­
n as”. El más conocido de estos m odelos fue el del “d e sp eg u e”,
p ro p u esto p o r el econom ista norteam ericano Walt W. Rostow,
q u ien define cinco fases en el proceso de crecim iento: 1) la so­
ciedad “tradicional y arcaica”; 2) la p rep aració n del arranque;
3) la fase en la cual la econom ía ve duplicada su tasa de inversión
(al igual que el avión, la econom ía despega después de haber ro­
dado a u n a velocidad crítica); 4) la “m archa hacia la m adurez”
(caracterizada p o r una penetración am pliada del progreso téc­
nico), y 5) la era del “consum o de m asas”. Para Rostow, la fase
decisiva es el “despegue”, donde el crecim iento se transform a en
u n fenóm eno norm al. Esta teoría, que tuvo bastante éxito en su
34 El científico también es un ser humano

tiem po, fue muy discutida p o r dos motivos: en p rim er lugar, p or­
que supone u n a suerte de “cam ino ú n ic o ” que todos d eb erían
seguir (es lo que pasa muy a m enudo con los “m odelos” que di­
vierten tanto a los econom istas); en segundo lugar, porque p re ­
senta al subdesarrollo como si se tratara de u n “atraso histórico”,
u n a etapa que, luego de superada (según los diferentes esta­
dios), llevará naturalmente al desarrollo.
Preguntarán: ¿pero qué tiene que ver esto con la ciencia? T en­
gan u n poco de paciencia, que en los próxim os párrafos volvere­
mos sobre el te m a ...

El famoso “modelo lineal de innovación”

Desde el fin de la posguerra, se propuso lo que luego sería cono­


cido como el “m odelo lineal de innovación”. Tuvo su origen en
u n in fo rm e, “C iencia, la fro n te ra sin fin ”, qu e el in g en iero y
científico Vannevar Bush, director de la Oficina para el Desarro­
llo de la Investigación C ientífica de los Estados U nidos, le e n ­
tregó en 1945 al presidente de ese país. Allí encontram os la idea
de que la investigación básica es esencial en todo Estado m o­
d e rn o p a ra el logro de sus objetivos nacionales. Pero tam bién
dice que el saber en g en d rad o p o r la investigación básica sigue
u n a suerte de trayectoria lineal que va de la investigación al de­
sarrollo, y luego a la innovación. Podem os representarlo con el
siguiente esquema:

RECURSOS
El Intruso o la “mosca en la pared” 35

En la parte inferior de este esquem a tenem os un fuego, que sim­


boliza el dinero que el Estado debe invertir para com enzar a ca­
le n tar la “o lla”. En el “fo n d o de la o lla” está la ciencia básica o
fundam ental. Si avivamos el fuego, es decir, si ponem os bastante
plata, deberíam os obtener u n conjunto de conocimientos funda­
mentales: aquellos que no son útiles en sí mismos pero que nos
explican cóm o funcionan diversos aspectos del m undo físico, na­
tural o social.
Siguiendo con el esquema, prim ero se inyectan los recursos a la
ciencia básica y, cu an ta más se produzca, se va a g e n e ra r u n a
suerte de stock de conocim ientos que perm itirá un pasaje hacia
una ciencia aplicada. Al avivar el fuego, agregar recursos, calentar
más el contenido, se p o d rá pasar a la etapa siguiente para que el
conocim iento aplicado se vuelva desarrollo experim ental, es decir,
para que comience a existir un proceso de industrialización de ese
conocimiento. Así, en algún m om ento, todo esto desbordará y se
“derram arán” innovaciones en el conjunto de la sociedad.
Este m odelo fue llam ado “ofertista-lineal”, puesto que el eje
está focalizado en la oferta de conocim ientos que funcionarán
como el m otor de lo que más tarde se llamará “sistema de innova­
c ió n ”. M uchos criticaron -c o n ra z ó n - este m odelo, ya que es
prácticam ente falso: si uno m ira la historia de la ciencia y la tec­
nología, muy pocas innovaciones han seguido este camino lineal.
Sin em bargo, parece h a b er funcionado muy bien en el con­
texto de la G uerra Fría, facilitando la aparición de políticas de
ciencia y tecnología. Como ese m odelo sugería que los beneficios
sociales de la ciencia eran proporcionales al apoyo que se le ofre­
cía a la investigación básica, el estímulo de la confrontación entre
los dos bloques y las amenazas de una guerra atómica contribuye­
ro n am pliam ente a difundir la idea de que “todo aquello que es
b ueno para la ciencia es bueno p ara la sociedad”.
En Am érica Latina, personas muy preocupadas p o r el desarro­
llo de esta región e influidas p o r las ideas de la Comisión Econó­
mica para Am érica Latina y el Caribe (CEPAL), se p reguntaron
cóm o se debía convertir a la ciencia y a la tecnología en instru-
36 El científico también es un ser humano

m entos del desarrollo latinoam ericano. Q uienes conform aron


esta corriente fueron, en general, ingenieros y científicos preocu­
pados p o r estos temas, como Amílcar H errera, Jorge Sábato y Os­
car Varsavsky, en Argentina; José Leite Lopes, en Brasil; Miguel
Wionczek, en México; Francisco Sagasti, en Perú; Máximo Halty
C arrere, en Uruguay; Marcel Roche, en Venezuela, entre otros.
Las preocupaciones de todos ellos no eran sólo intelectuales, sino
sobre todo políticas, y com enzaban criticando, precisam ente, el
m odelo lineal de innovación, al que juzgaban como perverso e
inadecuado para resolver los problem as de América Latina.
Estas p ersonalidades fu ero n conform ando u n “pensam iento
latinoam ericano en ciencia, tecnología, desarrollo”,8 es decir, in­
ten taro n u n cam ino propio, criticando las perspectivas “lineales”
y p ro p o n iendo generar conocim ientos y tecnología adaptados al
contexto latinoam ericano, para reducir la dependencia respecto
de los países ricos. D urante esos años, la mayor parte de los paí­
ses de la región puso en m archa organism os nacionales de polí­
tica y planificación de la ciencia y la tecnología, y com enzaron a
im plem entarse estudios y discusiones acerca de ellas. Los objeti­
vos giraban en torno a la búsqueda d é la movilización de la ciencia
y la tecnología como palancas del desarrollo económico y social

¿Usar la ciencia para resolver problemas sociales?


Sí, claro, pero la cosa no es tan fácil...

Q ueda más o m enos claro que, a lo largo de la historia, la cien­


cia ha sido utilizada, tanto de m an era d eliberada com o p o r la
propia dinám ica de las relaciones “ciencia-sociedad”, para aten­
d e r problem as sociales. C uando se dispara u n a epidem ia, p o r
ejem plo, se lanzan m uchos program as de investigación con el

8 El pensamiento latinoamericano en “ciencia, tecnología, desarrollo1


toma su nombre del libro homónimo editado en 1975 por Jorge
Sábato y Natalio Botana.
El Intruso o la “mosca en la pared’’ 37

objetivo de g e n erar vacunas o m edicam entos p ara com batirla;


cu an d o se p rodujo la m encionada “crisis del p e tró le o ” en los
años setenta, la mayor parte de los países industrializados (y va­
rios de los países en desarrollo) em prendieron program as de in­
vestigación para tratar de p ro d u cir energías alternativas.
Dicho de otro m odo, cuando surgen problem as sociales, los
diferentes actores, y en particu lar el Estado, tien en siem pre di­
versas alternativas de acción para abordarlos. Y un a de esas alter­
nativas es prom over la p ro d u cció n y el uso de conocim ientos
científicos. Pero ¡ojo! En térm inos de una sociedad, la decisión
de generar conocim iento nunca es la única posible, aunque apa­
rezca como la más deseable.9 Veamos esto con más claridad m e­
diante u n ejem plo muy conocido en nuestra región.
El mal de Chagas es u n a “en ferm ed ad latin o am erican a”, ya
que afecta a casi toda la región, desde México hasta la Patagonia,
al sur de la A rgentina y de Chile. La sufren, en particular, las per­
sonas pobres que viven en ám bitos rurales, ya que es en los ran­
chos, viviendas precarias de barro, d onde se aloja la vinchuca,10
el insecto que transm ite el parásito causante de la enferm edad
( Trypanosoma cruzi) . G en erar conocim iento científico p a ra lu­
ch ar co n tra la en ferm ed ad pareció algo evidente, según el si­
guiente esquema:

^Problema social^) ica^


Intervención pública
o

X
Generación de conocimiento
Q
9 En realidad, la sociedad nunca tiene soluciones únicas, pero eso es
otra historia...
10 El Insecto que transmite el parásito puede ser diferente en cada
país: en Brasil es el “barbelro’’ (triatoma infestaos, al Igual que la vin­
chuca), en Colombia y Venezuela es el “chipo" o “pito" (cuya deno­
minación es Rhodnius prolixus).
38 El científico también es un ser humano

Este esquem a tiene dos problem as: el prim ero es que considera
que la producción de conocim iento es la única estrategia posi­
ble. El segundo es que supone que el problem a social es algo
“d a d o ”. Veamos qué se puede responder al prim er problem a de
u n m odo provocador, teniendo en cuenta las diversas alternati­
vas que existirían para lu c h a r contra esta enferm edad:

a) quem ar todos los ranchos;


b) construir edificios de cem ento com o viviendas rurales;
c) fum igar con todos los insecticidas disponibles, tanto
las casas com o los corrales;
d) erradicar a todas las poblaciones que habitan en esas
zonas;
e) generar conocim iento científico para producir u n a
vacuna;
f) g enerar conocim iento científico p ara producir u n
m edicam ento;
g) generar conocim iento científico para producir nuevos
insecticidas que se pued an usar tanto en las casas
com o en los corrales; etc.

Com o vemos, la decisión de g enerar conocim iento científico es


u n a de las m últiples alternativas posibles. Y, además, habría dife­
rentes tipos de conocim iento que podríam os producir. En u n es­
quem a, esto tendría la siguiente forma:

^Problema social^ Intervención pública


G “)

\
Evaluación de alternativas:
f Generación de un \ • quemar ranchos
I determinado tipo I • hacer edificios de cemento
V de conocimiento J • ciencia para crear vacunas
^ ciencia para crear insecticidasJ
El Intruso o la “mosca en la pared” 39

Este esquem a está u n poco mejor. Pero igual tiene inconvenientes,


p o rq u e supone que u n problem a social es “una cosa que ya está
d ad a”, objetiva y estable. Y, en realidad, ningún problem a social
existe como tal si no es porque “alguien” lo define como tal, y con­
vence a otros grupos sociales de que es, en efecto, un problem a.
U na p ru eb a histórica relativam ente fácil: ¿cuáles fueron proble­
mas en el pasado y hoy ya no lo son? Por ejemplo, el divorcio. O tro
ejemplo: el desem pleo. Hace m ucho tiem po, si alguien no tenía
trabajo, era “su” problem a (la form a autóctona y reaccionaria de
decirlo era “aquí no trabaja el que no quiere”) . Hoy, el desempleo
es, en la mayor parte de las sociedades, un problem a público.
Podem os llegar a u n elem ento crucial: la ciencia no sólo es
u n recurso para resolver problem as sociales, sino que tam bién
“participa” (a m enudo de m anera activa) en la definición de los
problem as sociales. Así, u n a parte im portante de éstos han sido
construida p o r diversos actores sociales, incluso p o r los cientí­
ficos mismos. Los ejem plos son muy num erosos. El sociólogo
Joseph Gusfield analizó de qué m anera los propios investigado­
res establecieron la relación (hoy obvia) e n tre el consum o de
alcohol y los accidentes de tránsito. Lo mismo podem os decir
acerca del debilitam iento de la capa de ozono y de todas las po­
líticas -nacionales, supranacionales- que le siguieron.
Esta m irada es irrem ediablem ente m enos ingenua: a m enudo
los m odos de resolución de u n pro b lem a están muy ligados al
m odo en que éste fúe construido. Así, la enferm edad de Chagas
p u ed e definirse alternativam ente com o “un problem a de salud”,
“u n problem a de vivienda”, “u n p roblem a de la industria de m e­
dicam entos”, “u n problem a de distribución del in g reso ”, com o
“de localización geográfica”, o sostener que “no es u n problem a
en lo más m ínim o”. En consecuencia, el tipo de decisiones que
tom em os para abordar la cuestión d ep en d erá directam ente del
m odo en que la instituyamos com o “problem a” (incluida la posi­
bilidad de ignorarlo com o ta l).
Pero la cosa no term ina aquí. Hay un inconveniente adicional:
n in g ú n conocim iento “cura u n a e n fe rm e d a d ”, ni “g en era más
40 El científico también es un ser humano

en erg ía”, ni “produce más agua p o table”, ni “m ejó rala alim enta­
ció n ”. Para que ello ocurra, es decir, para que un conocim iento
tenga u n a utilidad social efectiva, es necesario que se “objetive”,
que se pu eda encarnar en u n producto, proceso o práctica social
(y, en general, tam bién económ ica).
Ese proceso de transform ación de un conocim iento p uede lla­
marse “industrialización”, in dependientem ente de si lo lleva a
cabo una industria vivita y coleando, un program ador de software
o u n a institución: podría ser un hospital, u n m unicipio que po­
tabiliza el agua o u n a em presa industrial. C uando se ignora el
proceso de industrialización del conocim iento estamos frente a
u n a suerte de “pensam iento m ágico” que cree -o les hace creer
a los d em ás- que el desarrollo de conocim ientos puede ser una
condición suficiente p a ra resolver u n pro b lem a social. A ese
pensam iento mágico lo podem os llam ar “ficción”, y m uchas ve­
ces el sentido com ún está im pregnado de él. Esto no es tan grave
en la vida cotidiana, pero sí lo es cuando las acciones para resol­
ver problem as sociales (y las políticas públicas orientadas a pro­
d u cir conocim iento p a ra atenderlos) se sustentan en la ficción
de u n a relación directa entre conocim iento y sociedad.
Capítulo 2
¿Ratones que hablan?
Los laboratorios y los científicos
como objeto

Imagen I
Desde lejos vemos un conjunto de personas con
guardapolvo blanco, rostro enjuto, como quien se ocupa
de cosas realmente importantes. A su lado, un montón de
aparatitos esotéricos, tubitos, calentadores, cintitas con
gráficos, algunas computadoras y muchos, pero muchos
frasquitos.
Esa imagen se parece mucho a la que nos muestran los
dibujos animados: nos hace pensar en tipos especiales,
locos, geniales, en Albert Einstein cuando saca la lengua,
en el laboratorio de Dexter o en todas las películas y
dibujos animados que nos muestran a gente muy
particular.

Imagen II
De cerca vemos, tal vez en la televisión, personas muy
serias (pueden estar con guardapolvo blanco o de corbata,
eso depende), que opinan “en nombre de la ciencia” , es
decir, “certifican” algo que se debe creer, que es “serio” , o
sea, que es científico. Veamos rápidamente algunas frases
que provienen de estas personas “serias” (podemos
imaginarlas detrás de los “globitos”):
42 El científico también es un ser humano

¿De dónde provienen todas esas afirmaciones?

Si la historia la escriben los que ganan...

Como vimos en el capítulo anterior, du ran te m ucho tiem po, los


historiadores, los sociólogos y los filósofos sostuvieron que la
ciencia era el fruto de u n a práctica racional, lógica, que consistía
en la aplicación de “u n m é to d o ” im personal y universal, y afir­
m aban que no había “nada social” que observar allí. Los sociólo­
gos no tenían nada que m ostrar en el interior de los laboratorios
donde se generaban los conocim ientos, sino que se lim itaban a
observar “desde afuera”, con la ñata contra el vidrio.
Pero en los años setenta, David Bloor y otros sociólogos britá­
nicos plantearon que hasta entonces sólo se había estudiado la
“ciencia verdadera”, es decir, aquella efectivam ente legitim ada
p o r los científicos, lejos de toda “contam inación” social. En cam­
bio, cuando “alguien” (siempre despreciable, como Stalin, Hitler
o el mismísimo Papa del siglo XVI) se entrom etía, se obtenía co­
nocim iento erróneo (por ejemplo, no se aceptaba la teoría helio­
céntrica, se descreía de la genética m endebana o se creía en la
ciencia aria ). En esos casos, la sociología sí debía explicar dichas
intervenciones para justificar los “desvíos” de la ciencia.
¿Ratones que hablan? 43

B loor y sus amigos llam aron a esta situación “sociología del


e rro r”: consistía en asimilar a los sociólogos a la figura de u n m é­
dico que debía intervenir sólo en casos de enferm edad, ya que
sería poco rentable desarrollar u n a m edicina que se ocupara de
estudiar tam bién los estados de salud com o si fueran m eras situa­
ciones de “no e n ferm ed ad ”. ¿Qué m édicos se dedicarían a esta
nueva especialidad orientada a la “m edicina de los sanos”?
El tem a, tanto en la m edicina com o en la ciencia, no es tan
simple: así como los límites entre “lo sano” y “lo en ferm o ” no son
tan claros com o tiende a suponerse, los sociólogos de los años
setenta cuestionaron la separación tajante entre “conocim iento
científico verdadero” y “conocim iento científico e rró n e o ”. Te­
nían dos razones: prim ero, algunos conocim ientos que hoy son
descartados como “erróneos” pueden ser aceptados como “verda­
d ero s” en el futuro. Segundo, la calidad de “verdadero” o “falso”
sólo es una etiqueta que se le p uede adjudicar a posteriori, es de­
cir, una vez que el conocimiento ya está (o no) legitimado.
Para dem ostrar esto, otros sociólogos (¡tam bién ingleses!) co­
m enzaron a estudiar el desarrollo de diversas controversias cien­
tíficas a lo largo de la historia. Los ejem plos se m ultiplican: la
existencia del vacío, la generación espontánea, las ondas gravita-
cionales, la parapsicología, los n eu trin o s solares, e n tre otras.
Com o diría u n tautólogo, d u ran te el desarrollo de u n debate
científico la controversia es precisam ente u n m om ento en el
cual no hay consenso: existen al m enos dos interpretaciones so­
bre el fen ó m en o en cuestión, y p o r lo tanto no se sabe cuál es la
verdadera y cuál es la errónea. Es decir, no hay bases objetivas para
establecer qué posición es la que finalm ente se va a im poner (si
la hubiera, claro, no habría controversia). Dicho de otro modo:
la v erdad (el conocim iento verdadero) es algo que sólo existe
cuando la controversia ya está resuelta.
Por eso, los sociólogos com enzaron a decir que toda la histo­
ria “oficial” de la ciencia no era más que una “ciencia de los ven­
cedores”, y que p o r eso se dejaba de lado u n a parte fundam ental
de su desarrollo com o actividad de la sociedad.
44 El científico también es un ser humano

A unque es muy im probable que estos amigos ingleses conoz­


can al pio nero del rock argentino Litto Nebbia, seguram ente es­
tarían de acuerdo con la letra de su canción Quien quiera oír que
oiga: “Si la historia la escriben los que ganan, eso q uiere decir
que hay otra h isto ria... la verdadera h isto ria”. No sabem os si
N ebbia se inspiró en las controversias científicas, pero es exacta­
m ente lo que los sociólogos quisieron m ostrar: que h abía otra
historia y p odía (debía) ser contada. C on ese fin, p ro p u siero n
varios principios de análisis para estudiar la ciencia “tal com o se
h a c e ” (en lugar de observar la ciencia ya cristalizada, que sólo
nos m uestra un a cara). De esos principios, los dos más interesan­
tes para com entar aquí son los de imparcialidad y simetría.11 Según
ellos, el estudio de la ciencia debe ser:

a) Im parcial con respecto a la verdad y falsedad, la


racionalidad y la irracionalidad, el éxito o el fracaso.
Ambos polos de estas dicotom ías exigen explicación.
b) Simétrico en su estilo de explicación. Los mismos
tipos de causas deben explicar, digamos, las creencias
falsas y las verdaderas.

H agam os u n a analo g ía con los com en taristas de fú tb o l p a ra


ilustrar la situación que d eb ería evitarse. Ju e g an dos equipos,
Boca y River; hacia la m itad del p artid o , River h a atacado d u ­
ran te la m ayor parte del tiem po, dos disparos de sus d elanteros
p eg aro n en los palos y el a rq u ero de Boca atajó de m an era bri­
llan te. El seg u n d o tiem po sigue igual, y ya se ve q ue, e n cual­
q u ier m om ento, River va a acertar un gol y resolverá el partido,
tal vez p o r goleada. Los com entaristas (que seguram ente leye­
ro n a B loor con m ucha atención) se entusiasm an con el “m ag­
nífico espectáculo b rin d ad o p o r el club de N ú ñ ez” (River). In­

11 Estos principios (a los que hay que sumar otros dos: causalidad y
reflexividad) fueron enunciados por Bloor como parte del menciona­
do “Programa Fuerte”.
¿Ratones que hablan? 45

cluso, a los de Boca les resulta difícil d e te n e r la habilidad y la


plasticidad desplegada p o r los d elanteros “m illonarios” (de Ri­
ver), y u n o de sus defensores es expulsado hacia la m itad del
segundo tiem po. Las críticas hacia la pésim a actuación de Boca
se escuchan en todos los m icrófonos, con la pasión de las gar­
gantas inflam adas, e incluso se deslizan sospechas sobre la vida
licenciosa y la poca afición a los en tren am ien to s de los ju g a d o ­
res. Pero de p ro n to , a cinco m inutos del final, u n d elan tero de
Boca (el único que q u ed a en el cam po de ju eg o , p o rq u e el en ­
tre n a d o r hizo salir al o tro p ara reem plazar al defensor expul­
sado) , en un veloz contraataque, tom a a co ntrapié a la defensa
de River y m arca u n gol. Al d ía siguiente leem os crónicas de
periodistas muy bien form ados y con m ucha experiencia, que
señalan: “River pagó cara su im potencia, y Boca, o p o rtu n ista
com o siem pre, aprovechó muy bien, y hero icam en te, las oca­
siones que se le p re s e n ta ro n ”. Es decir, cuando u n o conoce el
final, to do se vuelve claro y evidente. Si el d o m in g o a la m a­
ñ a n a tuviéram os el diario del lunes, iríam os al h ip ó d ro m o a
apostar sin n in g ú n m iedo. ¡El p roblem a es que el diario del lu­
nes recién sale el lunes!
El estudio de las controversias a p u n tab a a “no leer el diario
del lu n es”, o sea, a no estudiar sólo el resultado de algún evento
científico sino sus procesos. A hora bien: el análisis de las con­
troversias se dirigió, sobre todo, a observar el pasado. Los m a­
teriales de trabajo de estos sociólogos-historiadores eran docu­
m entos, artículos publicados p o r los investigadores, m ateriales
de archivos, inform aciones publicadas en m em orias de las ins­
tituciones, textos de diarios de la época, intercam bios epistola­
res, etc.12

12 La correspondencia epistolar ha sido siempre una fuente invalorable


para los historiadores. Más allá de la cuestión ética acerca de la vio­
lación de la Intimidad (normalmente, los autores ya están muertos y
no pueden patalear), es gracias al análisis de la correspondencia
que muchos asuntos se pudieron hacer públicos. Hoy, el asunto se
46 El científico también es un ser humano

Así, las controversias se constituyeron en una herram ienta muy


potente para que los sociólogos explicaran cómo se “estabiliza” el
conocimiento sobre la base de dos conceptos fundam entales: ne­
gociación y consenso. Desde esta perspectiva, el conocim iento
“verd ad ero” no es el resultado objetivo de los experim entos reali­
zados, sino que se trata de negociaciones de los investigadores
con otros científicos y tam bién con otros actores significativos
(técnicos, autoridades, em presarios, etc.). Esta idea es bastante
provocadora, en la m edida en que no son sólo aspectos “form a­
les” o “accesorios” los que están sujetos a negociación, sino el co­
nocimiento mismo.

La tribu de los científicos

Los antropólogos se pasaron la vida estudiando esos


grupos, pertenecientes a otras culturas, cuya mentalidad era
“precientífica” y los comportamientos “irracionales” , pero
nadie estudió esos grupos, tan cercanos a nosotros, que
producen la ciencia. Aunque existen algunos estudios sobre
la productividad de los investigadores o sobre la gestión de
las unidades de investigación, no hay ningún programa de
investigación que estudie un laboratorio con el mismo
cuidado que se le presta al análisis de una tribu.
Bruno Latour, “La etnografía de los laboratorios” .

está poniendo complicado para los historiadores del futuro: el


correo electrónico ha barrido con la ancestral práctica de escribir
cartas, de modo que una parte fundamental de la historia se está
evaporando en el espacio digital... Por ejemplo, Latour analiza, a
partir de una carta que Pasteur le dirige al ministro de Instrucción
Pública en 1864 para solicitarle dinero para llevar a cabo sus investi­
gaciones, el concepto de “enrolamiento de aliados”, traduciendo los
intereses del ministro en función de sus propios intereses... (Bruno
Latour, La Science en action, París, La Découverte 1989, pág. 282).
¿Ratones que hablan? 47

Éste es el p u n to de B runo Latour: estudiara los científicos como si


fueran una tribu extraña a nuestra cultura, y no como si se tratara
del santuario de la racionalidad. U no p u e d e im aginarse el im ­
pacto que u n a afirm ación sem ejante causó en el seno de la co­
m u n id ad científica: ¡com parar a los “hom bres de ciencia” con
u n a trib u de indígenas! ¡Pero a q u ié n se le o c u rre sem ejante
infamia!
L atour se refería al estudio que había realizado en u n labora­
torio de neurobiología en los Estados U nidos. Allí se “h ab ía in ­
te rn a d o ” durante dos años, con el objeto de observar las prácti­
cas de los científicos. El de L ato u r no fue el único “estudio de
laboratorio”, y el hecho en sí mismo es curioso: cuatro investiga­
dores de las ciencias sociales -sociólogos y antropólogos- se in­
trodujeron, “casi p o r prim era vez”, en laboratorios de investiga­
ción científica, para estudiarlos de un m odo sistemático, a partir
de observaciones in situ, sin que nin g u n o de ellos estuviera al
tanto del trabajo de sus colegas.
Además de la coincidencia en el tiem po, estos estudios coin­
cid iero n en el lugar geográfico, distintos laboratorios de Cali­
fornia: B runo L atour investigó en el laboratorio Salk, M ichael
Lynch trabajó sobre u n laboratorio dedicado a la n eu ro b io lo ­
gía, Sharon Traweek analizó u n departam ento de física de p ar­
tículas, y Karin K norr-C etina, u n instituto de m icrobiología y
p ro teín as vegetales en Berkeley.13 Estos estudios - e n tre o tro s-

¿Qué pasaría hoy si Pasteur le hubiera enviado un correo electróni­


co al ministro?...
13 Los estudios publicados fueron los siguientes: Bruno Latour y Steve
Woolgar, LaboratoryUfe, the social construction ofscientific facts,
Londres, Sage Publication, 1979; Michael Lynch, Art andArtifactin
Laboratory Science: a study ofshop work and shop talk in a research
laboratory, Londres-Boston, Routledgeand Kegan Paul, 1985; Karin
Knorr-Cetina, The Manufacture o f Knowledge: an essayon the cons-
tructivist and contextual nature of Science, Nueva York, Pergamon
Press, 1981; y Sharon Traweek, Beamtimes and Life Times: the
World o f Partióle Physics, Cambridge, Harvard Unlverslty Press, 1992.
48 El científico también es un ser humano

com p artían u n conjunto de supuestos fundam entales, aunque


diferían en algunos matices -m ás o m enos im portantes- en sus
aspectos m etodológicos y conceptuales.
Ju n to con el “descubrim iento” del laboratorio, como objeto de
investigación y al mismo tiem po com o lugar de observaáón, los so­
ciólogos tuvieron su p ro p ia disputa acerca de “quién llegó p ri­
m e ro ”. K norr-C etina creyó necesario enfatizar, en 1995, que el
suyo era “uno de los primeros estudios de laboratorio”. Por su p ar­
te, L atour y W oolgar (aunque el trabajo fue realizado sólo p o r
Latour, escribieron ju n to s el libro) señalan: “C uando, en 1979,
apareció la p rim era edición de Laboratory Life, fue sorprendente
darse cu en ta de que se trataba del p rim er in te n to de h acer u n
estudio detallado de las actividades cotidianas de los científicos
en su h áb itat natural. Los científicos en su laboratorio estaban
probablem ente más sorprendidos que nadie de que ése fuera el
único estudio de este tip o ”.14
Sin em bargo, la sim ultaneidad de los “estudios de laborato­
rio ” resp o n d ería a o tra razón: la inm ersión de sociólogos y an­
tropólogos en esos espacios, hasta entonces reservados ( “priva­
dos” aunque públicos), se inscribe en un movimiento más amplio,
u n a v erd adera “m arca de é p o ca”: la necesidad de co m p re n d er
-y c u e stio n ar- esos ám bitos “resg u ard ad o s” d o n d e se p ro d u ce
el conocim iento, y que m odifican poco a poco la vida cotidiana
de las sociedades (es decir, la n u e stra ). Com o vimos al p rinci­
pio del libro, dos hechos ayudaron a atravesar las b arreras de

14 En la edición francesa, que se hizo diez años después, los autores


reconocen que “en la época en que este libro fue escrito, Ignorába­
mos que Mike Lynch, en Los Angeles, a pocos kilómetros del
Instituto Salk, había también entrado en los laboratorios bajo las
órdenes de Garfinkel, lo que prueba que en ciencias inexactas tam­
bién hay ‘descubrimientos simultáneos”’ (La vie de laboratoire. La pro-
duction des faits scientifiques, París, La Découverte, 1988, pág. 15).
También reconocen allí los trabajos de Knorr-Cetina y el estudio
pionero de Lemaine y Lécuyer.
¿Ratones que hablan? 49

los laboratorios p ara m eter las narices allí y “ver qué h acen los
científicos”:

1) La tom a de conciencia de que la ciencia no sólo


acarrea efectos “positivos”.

Si esto es verdad, es decir, si la ciencia tam bién p u ed e g en erar


problem as, y si adem ás ya no p uede suponerse que “los m étodos
científicos” son neutros y exentos de toda carga social, entonces
parece necesario ir a ver qué ocurre adentro de los laboratorios,
p o rq u e “eso” tendrá consecuencias para los demás.

2) La em ergencia de movimientos sociales que


cuestionan la ciencia y la tecnología.

La base de m uchos de estos m ovim ientos es el rechazo a u n a


ex p lo tació n d esm ed id a de la n atu raleza, al uso intensivo del
conocim iento científico-tecnológico para apropiarse de ella, a
la em ergencia de p roductos cada vez “m enos n a tu ra le s”, y a la
u to p ía de u n control de la h u m an id ad a través de esos conoci­
m ientos.
¡Ojo! Los sociólogos de entonces, en general, no com partían
esas ideas. Por el contrario, m e anim o a pensar que más bien ad­
m iraban el conocim iento científico, y lo que querían era “ser tan
científicos com o sus colegas de lab o ra to rio ”. De hecho, Bloor
dice que “la sociología debe ser científica”, es decir, que debe es­
tudiar la ciencia “científicam ente”. Y Latour, cuando se m ete en
el laboratorio, se siente fascinado con “ser uno más allí a d e n tro ”
y lo que quiere lograr es “hacerse invisible”.
Sin em bargo, estos movim ientos que se desplegaron durante
los años sesenta y setenta fueron creando un clima que produjo
u n cam bio: “estudiar lo que h acen los científicos d e n tro de sus
lugares de trab ajo ” ya no parecía u n a idea tan descabellada co­
m o algunos años antes.
50 El científico también es un ser humano

¿De dónde salen los enunciados científicos?

Después de tantas páginas, volvemos a la p regunta del principio


de este capítulo. Digámoslo entonces de golpe y sin más m iste­
rio: p a ra B runo Latour, los enunciados científicos, que ya nadie
discute, son fabricados, producidos y negociados a p artir de los la­
boratorios. Veamos cóm o llegó a sem ejante idea.
B runo L atour era en 1975 u n joven antropólogo francés (hoy
sigue siendo francés, pero creo que ya no se llama a sí mismo ni
joven ni antropólogo, aunque nunca se sabe...) que, luego de
recibirse, trabajó en Costa de Marfil, en u n a investigación bien
“eurocéntrica”: se trataba de indagar p o r qué las em presas fran­
cesas tenían tantas dificultades para reem plazar a sus em pleados
franceses p o r ejecutivos locales. Inm ediatam ente después de esa
experiencia africana, consiguió u n a beca F ulbright y se in tro ­
dujo en u n lab o rato rio m uy prestigioso de California: el Salk
Institute. Allí llegó a conocer al p ropio Jo ñ as Salk en persona,
u n a especie de mito viviente, el hom bre que creó la vacuna con­
tra la poliom ielitis.15
De m odo que L atour se incorporó, dentro del instituto, a un
laboratorio muy prestigioso dirigido p o r u n com patriota suyo.
Allí se quedó durante dos años, p ara observar todo lo que los
científicos hacían allí, es decir, para im pregnarse de la “vida de
lab o rato rio ”, con el propósito particular de m ostrar la construc­
ción de un hecho científico. E nseguida volverem os sobre esta idea
de “h e c h o ”. M ientras tanto, veam os qué p re te n d ía h acer allí
adentro. Según Latour, se trataba de

observar la actividad científica como si se tratara de una


actividad extraña y de otra cultura; no interpretar las

15 Salk murió en 1995, dos años antes que Albert Sabin, un polaco-
estadounidense que literalmente endulzó el célebre descubrimiento,
con un desarrollo de la vacuna en forma oral, que en general se
administraba a los niños sobre un terrón de azúcar.
¿Ratones que hablan? 51

observaciones con la ayuda de conceptos tradicionales


(hipótesis, método, hecho, experiencia), sino considerar esos
conceptos como problemáticos y someterlos a verificaciones
empíricas; finalmente, aprovechar el terreno privilegiado de
un laboratorio para analizar la combinación de los elementos
que uno encuentra siempre dispersos en las diferentes
ramas de la epistemología o de la historia, la economía o la
sociología de la ciencia (“La etnografía de los laboratorios”).

La id ea es la siguiente: c u an d o u n o conversa con los científi­


cos so b re sus p rácticas, su discurso p a re c e e star “c o n ta m i­
n a d o ” de conceptos in corporados de la epistem ología. (Invito
al lecto r a h acer la experiencia de p reg u n ta rle a u n investiga­
d o r qué está haciendo. Seguram ente dirá algo así como: “estoy
in te n ta n d o probar la existencia de tal factor en el proceso X ”, o
bien “partim os de la hipótesis de que la m olécula Y tiene un pa­
pel fu n d a m e n ta l en el d esarro llo de H ”, o a u n “la experiencia
que estoy haciendo va a dem ostrar la función de las glándulas N
en la síntesis de P, com o fue parcialm ente probado p o r Fulano
hace cuatro añ o s”.)
Sin em bargo, siguiendo la perspectiva de Latour, si u n o deja
ese “verso” de lado, lo que realm en te observa es a u n a persona
con guardapolvo blanco que m anipula u n tubo de ensayo que
acaba de e x tra e r de u n ap arato (al que llam a, p o r ejem plo,
“c en trífu g a”), y le in co rp o ra con u n a especie de je rin g a unas
gotas de algún o tro líquido m ientras dice: “estoy clonando X ”.
Al m ism o tiem po, discute con u n asistente sobre la convenien­
cia de presentarse a u n a convocatoria de proyectos, preg u n ta si
ya lib eraron los fondos del m inisterio, si M engano ya tiene el
b o rra d o r del abstract qu e hay qu e m a n d a r esa ta rd e al C on­
greso E u ropeo de su especialidad, le dice a la secretaria que la
sem ana siguiente llegan unos colegas de L ondres, que hay que
reservarles u n h o tel, y le p re g u n ta a u n c o m p a ñ ero si q u iere
com er en ese lugar nuevo d o n d e al p arecer los sándwiches de
pollo “están muy b u e n o s”.
52 El científico también es un ser humano

Es decir que el sociólogo que se m ete allí adentro no observa


nad a p arecido a u n espacio o rd en ad o , d o n d e hipótesis, ideas,
experim entos y resultados se alinean prolijam ente de un a form a
escéptica, “científica”. El laboratorio, com o cualquier otro lugar
social, es u n espacio caótico, d o n d e se su p e rp o n en diferentes
planos, intereses, discursos, prácticas, conflictos (¡sí, los científi­
cos tam bién se pelean!), sorpresas, etc. Tam bién existen rutinas
establecidas com o en cualquier otro ámbito: esas rutinas respon­
den a u n a organización social en la que hay, p o r ejem plo, je ra r­
quías y diferentes roles que desem peña la g ente (L atour no le
prestó m ucha atención a estas cosas, así com o tam poco observó
el papel que cum plen las instituciones, p orque asociaba todo eso
con el “funcionalism o”, u n a perspectiva que p o r entonces se
quería d esterrar).
A p a rtir de ese “d e so rd e n ”, el observador tiene que intentar
reco n stru ir un nuevo o rd e n que le perm ita c o m p re n d er lo que
o cu rre allí ad en tro . E n tre los diversos criterios, sobresale el de
construcción: “d e sa rm a r” todo el p ro ceso qu e lleva a la “cons­
tru cc ió n ” de u n hecho científico. Veamos, entonces, qué entiende
p o r “h e c h o ”.
U n h echo científico no es más que u n en u n ciad o “d é b il” (o
sea que p u ed e ser fácilm ente refutado) que logra fortalecerse,
es decir, ser aceptado p o r todos, y que lo g ra fo rm ar p a rte del
sen tid o co m ú n . E n rea lid a d , el p u n to de p a rtid a de la cons­
tru cc ió n de u n h e c h o siem pre es u n e n u n c ia d o que tien e u n
carácter conjetural, exploratorio, tentativo, ¡incluso delirante!
P ara ilustrarlo, podem os tom ar el ejem plo bien conocido de la
e s tru c tu ra d el ADN p ro p u e s ta p o r Ja m e s W atson y F rancis
Crick en 1953. Estam os en 1952, en el laboratorio Cavendish,
de C am bridge:
¿Ratones que hablan? 53

Enunciado 1

¿Qué hace falta p ara refu tar este p rim e r enunciado? Sim ple­
m ente que alguien frunza el seño y diga “estos tipos están chifla­
d os”, como dijo, efectivam ente, Rosalind Franklin en 1952.
El en u nciado siguiente debe, p o r lo tanto, in te n ta r fortale­
cerse. El m odo de lograrlo es trabajar a partir dos estrategias:

a) Fabricar pruebas.
b) Convencer a los otros.

P ara el proceso de fabricación de las pruebas, los investigado­


res utilizan u n elem ento fundam ental, p ropio de los laborato­
rios: las inscripciones. P ara eso, trab ajan con los in stru m e n to s
cotidianos de los laboratorios. Según L atour, hay dos tipos de
aparatos: aquellos que sim plem ente transform an u n estado de la
m ateria en otro (com o u n calentador, p o r ejem plo) y aquellos
que dejan u n a traza escrita. A estos últimos, que pro d u cen m ate­
riales, registros que luego son utilizados en la argum entación,
los llama inscriptores. U n ejem plo de inscripción (que son las tra­
zas que salen de esas “m áquinas” llam adas inscriptores) son las
curvas que surgen de u n electrocardiogram a: los m édicos car­
diólogos argum entarán luego, p o r ejem plo, que “determ inadas
54 El científico también es un ser humano

drogas tienen u n efecto sobre el ritm o cardíaco, tal como se puede


observaren la gráfica X \
Así, las curvas trazadas sobre u n papel, que sale del electrocar­
diógrafo, operan, en el discurso de argum entación, “como si fue­
r a n ” el ritm o cardíaco m ismo, cuando en realidad no son más
que líneas de colores que van a funcionar como “p ru e b a ” de las
variaciones del ritm o cardíaco. Este es un experim ento bastante
fácil: cualquiera p u ed e conseguir u n paper científico e in ten tar
leerlo (aun sin c o m p re n d er m ucho lo que se discute) en fu n ­
ción de cómo se utilizan esas inscripciones, retóricam ente, con
el objeto de convencer al lector de que les otorgue carácter de
“p ru eb a ” a los recursos utilizados.
Volvamos a Watson y Crick: para convencer a los dem ás acerca
de aquella afirm ación que tenía la form a (“débil”) de un a conje­
tura, d eb ían g e n erar u n a serie de argum entos que fu eran creí­
bles ( “fu erte s”), y difíciles de refu ta r con u n a m era afirm ación
en contrario. E ntonces, realizaron dos operaciones: la prim era
(como se puede observar en la foto) fue p ro p o n er u n “m odelo”
realizado como un a m aqueta (preparada, p o r ejem plo, con pe-
lotitas de telgopor y p alito s), d o n d e diversos elem entos re p re ­
sentaran las bases que com pondrían el ADN. Sin em bargo, esto
no alcanzaba. De repente, tuvieron u n golpe de suerte: Rosalind
Franklin (aquella colega, discípula de Bernal, que los detestaba)
había logrado fotografiar la difracción de u n a m uestra de ADN
hidratada, y había elaborado u n a serie de valores tom ados de di­
chas fotografías. Es decir, había producido un a inscripción con la
que W atson y Crick no contaban, pero que de todos m odos llegó
a sus m anos.16

16 El modo por el cual Watson y Crick se apropiaron de las inscrip­


ciones de Rosalind es dudoso: algunos dicen que las “consiguie­
ron sin su consentimiento’’; otros, que un superior jerárquico de
ella se las facilitó, y otros, que simplemente se las robaron (lo que
parece bastante factible, por otro lado). En todo caso, las consi­
guieron sin que ella se las facilitara de buen grado. La historia sería
¿Ratones que hablan? 55

El paso siguiente para fortalecer el enunciado fue el desarro­


llo de la argum entación a partir de las inscripciones y su presen­
tación ante otras personas que lo creyeran, es decir, que lo avala­
ran. Entonces, W atson y Crick dijeron:

Enunciado 2
“Según podemos observar en la fotografía de difracción (en
la figura), y en los valores que han sido calculados en la
tabla anexa, hemos podido establecer que la hipótesis de
una doble hélice tiene sustento empírico.”

Difracción de rayos X del ADN hidratado, tomada por Rosalind


Franklin y Raymond Gosling el viernes 2 de mayo de 1952.
Pasó a la historia como “la famosa foto 51 ” .

C om o podem os ver, el en u n ciad o 2 es “más fu e rte ” que el pri­


m ero, en la m edida en que, si alguien q uiere p o n e rlo en cues­
tión, ya no le bastará con decir que “es absurdo”, sino que debe
p o n e r en duda la validez de las inscripciones, es decir, la fotogra­
fía, que fu n cio n a com o u n “re p re se n ta n te ” del ADN, y adem ás
los datos que fueron extraídos de allí.

divertida si no fuera porque tuvo un final trágico: Rosalind Franklin,


víctima de una grave enfermedad, murió cuatro años más tarde, a
los 37 años.
56 El científico también es un ser humano

U na vez que ese enunciado ha sido aceptado, es decir, que to­


dos los dem ás -colegas, com petidores, aliados, amigos, editores,
etc.- lo aceptan com o válido, entonces ya se puede establecer un
enunciado m ucho más firme:

Enunciado 3

El resto de la historia es muy conocida: W atson y Crick publica­


ro n su artículo en la prestigiosísima revista Nature el 25 de abril
de 1953:

Nojw \¡ml 25. 19.51

MOLECULAR STRUCTURE OF
NUCLEIC ACIDS
A Structuro for Dooxyriboso Nucióle Acid

r E «lili to “uyuest a «incito u fer lie cdi c t vl«xxv-¡boi


' rucloie aciJ | D N_\.\. Tliii -iructuro lu'- no\d /cgtun?
Vhefure ofcoirida'aWí ttolcuitul InlcrcM.

Años más tarde, en 1962, ju n to conM aurice Wilkins obtuvieron el


prem io Nobel. Yel últim o paso en la construcción de este hecho
¿Ratones que hablan? 57

lo constituye su “entrada” a los libros de texto. En esta instancia ya


no hay más discusión: en la página 51 del Manual de Biología para
escuelas secundarias de Editorial Santillana leemos: “La molécula
de ADN está constituida por dos cadenas o hebras de nucleótidos
enfrentadas. Su form a en el espacio se asem eja a u n a larga esca­
lera ‘caracol’”. A hora sabem os que estamos en presencia de un
“hecho científico”, un a afirm ación que nadie discute: ya form a
parte del sentido com ún y, por eso, se incluye sin más en los libros
de texto, desde la escuela secundaria hasta la universidad.
Sin em bargo, u n “hech o científico” tiene otro rasgo p arad ó ­
jico: a pesar de que es el resultado de intensas negociaciones, de
debates, de un trabajo de persuasión, de idas y vueltas (W atson
y Crick p resen taro n antes dos m odelos que fu ero n descartados
rá p id a m e n te), se expone com o si no h u b iera sido construido,
com o u n c o n o cim ie n to “n a tu ra l” que sim p lem en te expresa
“cóm o es la n a tu raleza”, es decir, com o si en realidad no fu era
u n “h e c h o ”. Se crea así la ficción de que “siem pre estuvo allí”.
La noción de hecho científico se opone con claridad a la de des­
cubrimiento, que supone que conceptos tales com o la estru ctu ra
del ADN “estaban allí” desde la noche de los tiem pos, sentaditos,
con paciencia, esperando que u n o o varios científicos ilum ina­
dos, racionales y con m étodos adecuados los descubrieran. N atu­
ralm ente, sólo se puede descubrir aquello que ya existe, pero que p er­
m anece oculto a la sim ple vista de los que no son expertos. En
contraposición, la idea de hecho se m ete en el proceso m ediante
el cual se van estableciendo relaciones entre el m undo natural,
los aparatos, las inscripciones y el contexto social, que van a te­
n er como resultado algo que, luego (pero sólo lu eg o ), será acep­
tado com o “verdadero”.
Así, los sociólogos lograron m ostrar que d e n tro de los labo­
ratorios hay vida, y adem ás explicarle a la sociedad que los ob­
jeto s de conocim iento con los cuales interactuam os todos los
días son el p ro d u cto de interacciones, tanto sociales com o con
el m u n d o natural.
58 El científico también es un ser humano

Un cacho de cultura

Karin K norr-C etina realizó o tro de los estudios más conocidos


“de laboratorio”, aunque con matices diferentes del abordaje de
Latour. Su p u n to de partida fue m ostrar que el laboratorio es u n
lugar artificial, y que, p o r este motivo, hasta la distinción misma
entre el “a d en tro ” y el “afuera” de los laboratorios es ficticia. Por
lo tanto, ella p ro p o n e más bien hacer estudios “en laboratorios”
(más que “de laboratorios”) , puesto que éstos son en realidad lu­
gares d onde observar “una parte de la sociedad”.
Knorr-Cetina se internó, al igual que Latour, en u n laboratorio
de California, en la Universidad de Berkeley, aunque en su caso
estaba dedicado a la m icrobiología y las proteínas vegetales. Lo
p rim ero que hizo, luego de realizar observaciones d u ra n te u n
tiempo prolongado, fue m ostrar que la distinción entre los aspec­
tos sociales y los cognitivos es artificial: cuando u n o ingresa en
los laboratorios, no es posible d eterm inar que los aspectos “téc­
nicos” del conocim iento que im pregnan las prácticas en ese ám ­
bito, y que a m en u d o se p resen tan a los legos com o algo alta­
m ente esotérico, estén desvinculados de los aspectos sociales en
sentido amplio, es decir, políticos, económ icos, culturales:

¿Qué es, después de todo, un laboratorio? Una


acumulación local de instrumentos y aparatos, en un
espacio de trabajo conformado por mesas y sillas. Cajones
llenos de utensilios menores, repisas cargadas de productos
químicos y recipientes de vidrio. Heladeras y congeladores
llenos de muestras cuidadosamente etiquetadas y de
materiales-fuente: soluciones pulidoras y hojas de alfalfa
finamente picadas, proteínas de una sola célula, muestras
de sangre de ratas de ensayo y lisozimas. Todos esos
materiales-fuente han sido especialmente cultivados y
selectivamente alimentados. La mayoría de las sustancias y
de los productos químicos son purificados y han sido
obtenidos de industrias que proveen a la actividad científica
¿Ratones que hablan? 59

o de otros laboratorios. Pero hayan sido compradas o


preparadas por los propios científicos, esas sustancias no
son menos producto del esfuerzo humano que los aparatos
de medición o los trabajos escritos que están sobre los
escritorios. Parecería, entonces, que a la naturaleza no se la
va a hallar en el laboratorio, a menos que se la defina desde
un principio como producto de un trabajo científico (La
fabricación del conocimiento, 2005).

Así, para ella, las distinciones entre lo cognitivo y lo social, lo téc­


nico y lo referido a la carrera, lo científico y lo no científico,
constantem ente se desdibujan y se red ib u jan en el laboratorio.
En este sentido, sostiene que es necesario ver las actividades rea­
les del laboratorio de m anera indiscriminada, es decir, sin distin­
guir a priori qué cosas son im portantes, es decir, científicas, y cuá­
les son accesorias, es decir, sociales.
A diferencia de Latour, para Knorr-Cetina, el proceso de cons­
trucción de conocim iento reposa p o r com pleto en las relaciones
que los científicos establecen con m últiples sujetos: con otros
científicos, con las agencias que financian la investigación (como
sabemos, aunque suene bruto decirlo así, “sin plata no hay cien­
c ia ”), con los p ro v eed o res de equipos, con usuarios reales o
potenciales, y con m uchos otros personajes que p u e d en in te r­
venir en algún m om ento del desarrollo de las investigaciones.
Todas las relaciones anteriores form an parte de un conjunto que
K norr-C etina d en o m in a “relaciones de recu rso s”, y que com ­
p ren d e todos aquellos vínculos que resultan indispensables para
el proceso de fabricación de conocim ientos. C uando hablam os
de “recursos”, p o r cierto, no nos referim os sólo a los de tipo eco­
nóm ico, ya que ellos p u ed en ser -y so n - de distinto tipo: cultura­
les, lingüísticos, técnicos, etc.
Esta m irada es, en cierto m odo, revolucionaria: para fabricar co­
nocimientos, todo lo que hacen los científicos es im portante, y no
sólo los experim entos y las m áquinas o los aparatos que se utili­
zan. P or ejem plo, cuando u n investigador solicita u n subsidio,
60 El científico también es un ser humano

las instituciones que financian suelen p o n e r algunas condicio­


nes, como señalar que es más im portante el estudio de las cues­
tiones X que el de las cuestiones Y. Si al científico le interesan
más las cuestiones Y, tiene que adaptar sus proyectos (en la jerg a
de la autora, esto se llam a “n eg o ciar”) . Luego se trata de com ­
p ra r aparatos, de aco rd ar con las autoridades de la institución,
de convencer a los que podrían utilizar esos conocimientos (como
u n a em presa, p o r ejem plo), etc. Todas esas cuestiones, que van
a influir sobre el conocim iento que se o btendrá al final, están su­
jetas a nuevas negociaciones.
Para estos estudios no existe nada parecido a la autonomía, que
era u n a especie de “bien p ro te g id o ” p o r los enfoques clásicos
que vimos en el capítulo anterior. Si suponem os que los científi­
cos son autónom os de todas las otras relaciones sociales, eso nos
im p ed irá c o m p re n d er la dinám ica de los procesos “reales” de
fabricación de conocim iento. P o r eso, para K norr-C etina sería
absurdo su p o n er u n a división del trabajo en la cual las innova­
ciones son producidas internam ente por los científicos y seleccio­
nadas de m anera externa (después) por los m iem bros no cientí­
ficos de u n a sociedad.
Según esta perspectiva, los científicos no fun cio n an con u n a
sola racionalidad, lim itada a generar conocim ientos: son, por el
contrario, personas muy versátiles, especies de “to d o te rre n o ”,
con recursos literarios, analógicos, sociales, simbólicos. H ablar
de u n a racionalidad literaria im plica m ostrar cóm o los investiga­
dores form ulan relatos y narraciones, p o r ejem plo, cuando re ­
construyen u n a experiencia, o cuando la vuelcan en las conside­
raciones de u n paper. La racionalidad analógica significa que los
investigadores operan p o r analogía con otras situaciones ya co­
nocidas (del m ismo m odo que u n niño, d u ran te su proceso de
socialización, aprende a no tocar u n a cacerola luego de haberse
q u em ad o ). La racionalidad está socialmente situada, en la m edida
en que depende de las relaciones que se establecen con los per­
sonajes que serán relevantes d e n tro del contexto de trabajo,
pero tam bién en el de la vida cotidiana.
¿Ratones que hablan? 61

En resu m en , las prácticas de lab o ra to rio están, desde este


p u n to de vista, fuertem ente ancladas en una cultura. No se trata
sólo de “un a cultura de investigación”, sino de u n a cultura en el
sentido más amplio: com enzando p o r el lenguaje, que es un e le ­
m en to fu n d a m e n ta l en la co n fo rm ació n de las culturas, y si­
guiendo p o r todas las otras dim ensiones culturales que, lejos de
ser ajenas a los procesos de fabricación de la ciencia, los atravie­
san de lado a lado. No es que la cu ltu ra afecte la investigación
científica, sino que la investigación científica es u n a práctica cul­
tural más.

Problemas de método

Dejamos para el final u n problem a que se refiere a los m étodos


que se utilizan p a ra “m eterse ” en los laboratorios. ¿Q ué pasa
cuando los sociólogos entran en un laboratorio? El problem a es
bastante antiguo, p o rq u e se refiere a u n a dificultad p ro p ia de
las ciencias sociales: d eb en estudiar u n objeto del que form an
p arte. Los astrónom os no tie n en este problem a p o rq u e, al no
ser ellos m ism os planetas, p u e d e n e stu d iar sus m ovim ientos
“desde a fu e ra ”, sin que su observación influya e n las órbitas.
Tam poco los físicos tienen este problem a, ya que p u ed en obser­
var los átom os sin ser ellos mismos átom os (el hecho de que es­
tén constituidos p o r átom os no in terfiere aquí en la distancia
que tien en con su objeto de estudio). Ni los botánicos, ya que
p u ed en observar las plantas con la doble ventaja de no ser plan­
tas, y de que la observación no las m odificará com o tales (hay
quienes sostienen que, si se les habla con amor, las plantas cre­
cen m ás velozm ente, p e ro esto no p a re ce estar c o m p ro b ad o
hasta a h o ra ).
Sin em bargo, cuando uno observa la sociedad, y hace públicos
sus conocim ientos, está interviniendo, le guste o no, lo busque o
no, en la sociedad. Este problem a, com ún a todas las ciencias so­
ciales, se vuelve aún más arduo cuando se trata de observar a los
62 El científico también es un ser humano

investigadores, en la m edida en que el propio sociólogo es un in­


vestigador. La p regunta más peliaguda es: ¿cómo actuarían estas
personas si yo no estuviera aquí? Desde ya, se supone que no del
m ism o m o d o .17 Podem os dar varios ejem plos al respecto: así
com o no nos relacionam os con nuestra pareja del mismo m odo
cu an d o estamos a solas que ante la presencia de cualquier o tra
persona, y así com o un m aestro no desarrolla su clase del mismo
m odo cuando está solo con sus alum nos que frente al inspector
del m inisterio de E ducación, los investigadores m odifican sus
prácticas cuando hay un observador externo. K norr-C etina lo
planteó así:

El dentista social es un intruso en el laboratorio,


especialmente cuando está armado de lo que yo llamo una
metodología sensitiva. Abstenerse de hacer preguntas va
contra los intereses del dentista social, como lo es
rehusarse a escuchar llamados telefónicos o conversaciones
personales, o a verificar resultados de pruebas, o a espiar
reuniones de grupo, o a seguir a los científicos de un
escenario a otro de la acción. [...] Como consecuencia, el
dentista social con frecuencia resultará él mismo una fuente
de incomodidad para los sujetos de su investigación,
cuando entra a una habitación mientras rumian un artículo o
cuando mira sobre sus hombros mientras toman
mediciones. Una pregunta inesperada puede hacer que se
les mezclen los registros; una ayuda no solicitada puede
terminar confundiendo sus muestras. Ellos pueden verse
obligados a disculparse ante colegas no escoltados por
tener una “sombra” . En resumen, el cientista social puede
ser acusado, como yo lo he sido, de ser una constante
“molestia en el cuello” .

17Sería mejor ser una mosca que un sociólogo, aunque por el momen­
to se Ignoran las Indagaciones que han hecho las moscas sobre la
sociedad y, también sobre la ciencia.
¿Ratones que hablan? 63

Pero en el laboratorio, el dentista social necesita tener el


registro de las actividades de un grupo en particular. No
puede ir por ahí de compras en busca de percepciones
donde sean más baratas, porque el proceso de los
acontecimientos es un interés en sí mismo. Retirarse por
períodos sustanciales de tiempo implicaría perder el registro
de lo ocurrido, más allá de una ocasional evocación ofrecida
por el científico.

Latour, en cambio, planteó este aspecto en un sentido polémico:


con el objetivo de generar una distancia necesaria para com pren­
d er lo que ocurre dentro del laboratorio sin dejarse llevar p o r los
prejuicios, tanto científicos com o sociológicos, el observador
tiene que ser lo más ignorante que pu ed a respecto de los objetos
de investigación en el laboratorio. No obstante, se apresura a res­
p o n d e r a u n a previsible objeción: “¡Pero cuando se trata de la
ciencia, a pesar de todo, es necesario saber algo acerca de ella!
L ato u r resp o n d e con o tra pregunta: “¿Acaso alguien d iría que
p a ra e stu d iar a los b a n tú e s hay que h a b e r n acido b a n tú ? ”, y
agrega: “Esta id ea de qu e u n d ip lo m ad o en ciencias exactas
p u e d e h ablar más íntim am ente del m undo de la investigación
que u n observador que se haya internado allí durante varios años
es tan claramente un prejuicio, que se le puede poner u n punto final
sin más discusión”. Esto le perm ite a L atour considerar lo que es,
para nosotros, el p unto más im portante. C uando le preguntan:
¿Acaso alguien puede ser tan ignorante respecto de las ciencias como
para desarrollar un a m irada verdaderam ente nueva sobre la acti­
vidad científica?, él responde que “es precisam ente sobre este
asunto sobre el que hay que trabajar realm ente el problem a, dis­
ciplinarla mirada, forzarse a la distanáa [...] El etnógrafo de esta in­
vestigación [es L atour mismo quien habla en tercera persona,
com o los jugadores de fú tb o l...] fue ayudado por varios factores en
su búsqueda de distancia: era verdaderamente ignorante de las ciencias
y casi analfabeto en epistemología” (Bruno Latour y Steve Wollgar,
La vida de laboratorio, M adrid, Alianza Universidad, 1995).
64 El científico también es un ser humano

Dicho de otro m odo, para Latour, el hecho de ser ignorante res­


pecto de las ciencias, lejos de constituir u n inconveniente, resulta
una ventaja crucial, casi se diría un prerrequisito para desarrollar
su estudio sobre el laboratorio de C alifornia, en el cual estuvo
inm erso d u ran te dos años m an ten ien d o la distancia necesaria
com o investigador. Así, adoptó la form a de u n observador que
era, al mismo tiem po, “in g en u o ”, en la m edida en que descono­
cía a p rio ri el co n ten id o de lo que se ju e g a en la vida cotidiana
de la investigación, y “desconfiado”, en la m edida en que dudaba
del discurso de los actores, puesto que este discurso no refleja en
m odo alguno lo que los científicos efectivam ente hacen.
El problem a no es, sin em bargo, tan simple como podríam os
pensar si creyéramos al pie de la letra en las palabras de Latour.
De hecho, si partim os de la creencia en la ignorancia com pleta
respecto de las ciencias (la ignorancia epistem ológica no es,
aquí, especialm ente relevante), lo que se p ro d u ce a lo largo de
su “in m e rsió n ” d u ran te dos años en u n laboratorio es, en reali­
dad, u n proceso de aprendizaje perm anente de los lenguajes, los
códigos, los signos y los desafíos que en fren tran nuestros particu­
lares actores (los científicos y técnicos) en el in terior del labora­
torio. Dicho de otro m odo, Latour necesitó ir adquiriendo, a lo
largo de su larga inm ersión, algo muy parecido a las “com peten­
cias nativas” (es decir, la com prensión del lenguaje que está en
ju e g o ), p o rq u e d e o tro m odo no p o d ría hab er reconstruido lo
que denom ina proceso de construcción de un hecho científico.
Para finalizar el capítulo, quisiera incluir algunos de los episo­
dios que a mí mismo m e tocó vivir en mis observaciones en di­
versos laboratorios.

a) “Son todos chismes”


El p rim e r laboratorio en el que m e p u d e inm iscuir estaba en
Francia, y su d irec to r form aba parte de u n a fundación que se
ocupaba de las relaciones e n tre E uropa y los países en desarro­
llo. De m odo que tuve que presentar mis estudios acerca de ese
¿Ratones que hablan? 65

laboratorio com o parte de la m irada de u n “extranjero” (es de­


cir, u n latinoam ericano) sobre la ciencia europea. En u n plena-
rio de la fundación, que se desarrollaba en u n herm oso petit hotel
haussm aniano de París, presenté mis observaciones sobre la or­
ganización, la dinám ica y los procesos de producción de conoci­
m iento en su instituto. U na parte de mi trabajo se o rien tab a a
analizar las m odalidades de d irecció n /g estió n de laboratorios.
Sobre este p u n to en particular, había elaborado u n a clasifica­
ción de las modalidades: “horizontal”, “descentralizada”, “piram i­
dal”, “cooperativa”, “paternalista-autoritaria”, y había identificado
a ese laboratorio (¡ay!) con la última. La prim era reacción del di­
rector fue saltar dos m etros de su silla, creyendo que esa tipología
era una “acusación personal”. Cuando le expliqué la m etodología
que había utilizado, cam bió su evaluación, y m e dijo: “Pero lo
que usted hace no es más que recoger chismes en el interior del
laboratorio... ¡No m e va a hacer creer que eso tiene un sustento
cientíjicol ”. La afirmación tiene gracia si recordam os la afirmación
de Knorr-Cetina que citamos más arriba: “Abstenerse de hacer
preguntas va contra los intereses del d en tista social... ”. De todos
m odos, adm itam os que en tre la observación p articip an te y el
chism e hay u n a d ifere n cia im p o rta n te (a u n q u e tal vez d el­
gad a...), sobre todo por el uso que se hace del material recogido.

b) De la violación de la intimidad a “Todo eso es obvio”


E n o tra ocasión, el d irecto r de u n laboratorio inglés m e pidió
que, luego de seis meses de estancia allí, hiciera u n a “devolu­
c ió n ” p a ra sus investigadores más veteranos. Le p reg u n té p o r
qué no invitaba tam bién a los investigadores más jóvenes, ya que
ellos tam bién h abían participado activam ente de mi investiga­
ción. C on cierto aire canchero m e dijo: “No, m ejor que estén
sólo los más experim entados, p o rq u e seguram ente usted va a
ventilar cuestiones que tienen que ver con la ‘intim idad’ del la­
boratorio, y los más jóvenes no lo podrán e n te n d e r”. De hecho,
m e dijo que ellos mismos se sentían un poco inquietos respecto
66 El científico también es un ser humano

de las “intim idades” que se podían divulgar, sobre todo ten ien d o
en cu en ta que estaban trabajando con u n a em presa que fin an ­
ciaba varias líneas de investigación y que exigía confidencialidad
(todos los artículos -in clu so los que no te n ían relación directa
con los tem as fin an ciad o s- d eb ían ser aprobados previam ente
p o r la em presa antes de ser enviados a las revistas científicas). Le
ex p liq u é que el “p ú b lic o ” que le e ría mis textos estaba com ­
puesto sobre todo p o r sociólogos, y que, com o de costum bre, yo
resguardaría el anonim ato del instituto, de sus actividades, etc.
C uando hice la presentación en el sem inario, tratando en ex­
trem o de evitar toda alusión a las cuestiones “sensibles” en rela­
ción con las relaciones industriales, noté que los investigadores
sénior estaban muy atentos. Sin em bargo, cuando concluí, el di­
rector, que parecía entre relajado y divertido, cerró el debate di­
ciendo: “¡Pero todo lo que usted nos cu en ta es obvio! No veo
cuál p uede ser el interés de contar muy ord en ad a y sistemática­
m ente lo que todos sabem os...”.

c) ¿El psicoanalista?
La tercera historia ocurrió en la Argentina. En realidad sucedió
m uchas veces, en casi todos los laboratorios que visité en mi país,
de m odo que lo que presento es una selección de diversos episo­
dios. Luego de u n tiem po de observación en el laboratorio, mi
“lugar de distancia” com o sociólogo se había resentido u n poco,
ya que se había entablado cierta com plicidad con los investiga­
dores, tanto con los veteranos, que querían discutir conm igo so­
bre las políticas científicas en la A rgentina, com o con los más jó ­
venes, que querían saber acerca de la sociología de la ciencia,
cóm o in te rp re ta r su papel “social” com o p ro d u cto res de cono­
cim iento, etc. (los jóvenes suelen ser m ás idealistas). N atural­
m en te, yo sabía que esa situación p o d ía o c u rrir en mi país,
donde la proxim idad iba a ser m ucho mayor que, p o r ejem plo,
en Francia, Brasil o Inglaterra. Así, sugerí la organización de u n
sem inario p ara p resen ta r algunas observaciones sobre la diná­
¿Ratones que hablan? 67

m ica del laboratorio. Para m an ten e r la distancia, propuse h a­


cerlo en fo rm a co m p a rad a con otros lab o rato rio s que h ab ía
estudiado.
Antes de m eterm e de lleno en el análisis com parado, presenté
algunas ideas generales de la sociología de la ciencia, com o los
m odos de organización social, las relaciones con usuarios de co­
nocim iento o el papel de la ciencia en la sociedad. Luego p re ­
senté las diferentes m odalidades de cada laboratorio estudiado.
Esta vez, en lugar de acusarm e de ventilar intim idades o de inte­
resarm e p o r los chismes, o de suponer que toda mi presentación
era obvia, se q u e d aro n muy conm ovidos. El d irecto r guardaba
u n p ru d en te silencio. Entonces, un a de las estudiantes de docto­
rado pareció condensar la sensación grupal (que incluía u n a ve­
lada alusión al d irecto r), cuand o dijo (ya en franca com plici­
d ad ): “¡Acabás de h ace rn o s vivir u n a sesión de psicoanálisis
científico! ¡Deberíamos repetirlo todos los meses!”.
Capítulo 3
Comunidades, campos,
arenas y playas

Invito a los lectores a h acer u n a experiencia: p re g ú n ­


tenle a u n investigador cuál es la form a norm al en que se organi­
zan los científicos. No los laboratorios ni las disciplinas ni las ins­
tituciones, sino la organización social a la cual p e rten ecen . Lo
más probable es que les digan que ellos son parte de u n a “com u­
nidad científica”. La expresión parece form ar parte del sentido
com ún, y no m erece, p o r lo general, ningún com entario adicio­
nal. Sin em bargo, com o m ostrarem os enseguida, este concepto
no tien e n ad a de n atu ral ni de n eu tral, sino que reconoce un
origen histórico y tiene u n a carga bastante fuerte (en térm inos
sociológicos, es u n a form a muy particular de e n te n d er la organi­
zación social de la ciencia). Pero hay otras form as, claro. En este
capítulo nos dedicarem os, p o r lo tanto, a revisar cóm o se organi­
zan y a ctú an los científicos, no ya d e n tro d e los laboratorios,
com o vimos en el capítulo a n terio r, sino en u n espacio social
más am plio, según tres concepciones diferentes: la de la comuni­
dad científica, propuesta p o r el viejo amigo M erton; la del campo
científico, analizada p o r el sociólogo P ierre B ourdieu, y la de la
arena transepistémica, fo rm u la d a p o r K arin K norr-C etina, o tra
vieja conocida del capítulo anterior.

La Comunidad

C om o suele o c u rrir en las ciencias sociales (y en las otras cien­


cias ta m b ié n ), los conceptos que se utilizan n u n c a son n e u tra ­
70 El científico también es un ser humano

les, sino q ue siem pre tra e n u n a d e te rm in a d a carga. Así, p o r


ejem plo, no es lo m ism o h a b la r de clases sociales, lo qu e im ­
plica u n a d e term in ad a visión de la sociedad, que de estam en­
tos o sectores sociales, que se refie re a o tra visión -b ie n dife­
re n te - de cóm o está estru ctu rad o el m u n d o social. Del mismo
m odo, no es igual h ab lar de pueblos prim itivos, de indígenas,
de aborígenes o de pueblos originarios. T am poco es igual ha­
blar de raza y etnia (au n q u e según el Diccionario de la Real Aca­
demia Española este últim o té rm in o signifique: “C o m u n id a d
h u m an a d efinida p o r afinidades raciales, lingüísticas, cultura­
les, e tc .”, ya allí p u e d e n verse las diferencias: las afinidades ra­
ciales son b ien d istintas de las afinidades culturales). Los ejem ­
plos son m uchísim os, ya que cada noció n utilizada (y la form a
de designarla) tiene su p ro p ia historia y, com o dijim os, “carga
c o n cep tu al”.18
El concepto de “com unidad” tiene su origen, en la sociología,
hacia fines del siglo X IX .19 La actitud más frecu en te fue la de
o p o n er la noción de comunidad a la de sociedad, lo cual explicó,
en b u en a m edida, el pasaje de la organización feudal, básica­
m ente ru ral y aglutinada en pequeñas aldeas, a la sociedad m o­
d e rn a e industrial, cuyo lugar p red o m in an te fu ero n las (gran­
des) ciudades. Según Emile Durkheim, otro sociólogo “clásico”, la
diferencia entre ambas es la división del trabajo social: m ientras
las com unidades serían espacios con escasa diferenciación fun­
cional (en pocas palabras: todos hacen más o m enos lo mismo;

18 Para analizar el concepto de comunidad me baso en el texto de


Rosalba Casas, “La idea de comunidad científica: su significado teó­
rico y su contenido ideológico’’, Revista Mexicana de Sociología,
n° 3, 1980.
19 Dos sociólogos alemanes, Ferdinand Tónnles y Max Weber fueron
los precursores en su definición. Weber distinguió el concepto de
“sociedad” (determinado por una acción colectiva), el de “asocia-
clón”(determlnado por el afecto) y el de “comunidad” (mediado por
una acción tradicional).
Comunidades, campos, arenas y playas 71

p o r ejem plo, en el trabajo agrícola se podía pasar de sem brar la


tierra a alim entar a los animales sin m ucho esfuerzo), las socie­
dades están im pregnadas p o r la división del trabajo -alg u n o s
p ro d u ce n alim entos y otros vestidos, lo cual los vuelve in te rd e ­
pendientes-.
Com o decíam os al principio, “c o m u n id ad ” es u n concepto
que tiene cierta carga... De hecho, el térm ino viene cargado de
sentido, y sin duda designa algo más que la simple acum ulación
de individuos: im plica suponer, p o r principio, un a relación par­
ticular entre esos individuos, y obliga a aceptar, p o r ejem plo, al­
gunos supuestos según los cuales en una comunidad:

• los individuos que la com ponen tienen lazos


prim arios, directos o inm ediatos entre ellos;
• las tendencias a la integración prevalecen p o r sobre
los conflictos, reales o potenciales, que pudieran
im plicar tendencias de disgregación;
• existen objetivos generales o un a finalidad particular
que se sitúan “por encim a” de los objetivos de los
sujetos que la com ponen;
• existe un sentim iento general y unánim e acerca de las
características y los límites de la propia com unidad;
• existe u n conjunto de norm as o reglas generales y
com partidas, que organizan las actividades de sus
com ponentes.

A hora sí podem os establecer cuándo y cóm o surgió el térm ino


“com unidad científica”. A com ienzos de los años cuarenta, el fí­
sico y filósofo M ichael Polanyi pro p u so la noció n de comunidad
científica com o u n a idea opuesta a la ciencia com o actividad indi­
vidual. ¡Atención! Hoy puede p arecer un lugar com ún decir que
la ciencia es u n a em presa colectiva, u n a actividad social, y todo
ese rollo. Pero hasta fines de los años treinta, la perspectiva pre­
dom inante estaba centrada en el científico individual, en cada p er­
sonaje singular que iba desplegando sus capacidades persona­
72 El científico también es un ser humano

les.20 A eso, Polanyi o p o n e u n a noción colectiva. Según él, “los


científicos no p u e d e n practicar su actividad en aislam iento”,
sino que los “diferentes grupos de científicos constituyen u n a co­
m u n id ad ”, y la “opinión de u n a com unidad ejerce u n a p rofunda
influencia en el curso de toda investigación individual” (Personal
Knowledge, 1958).
Además de esta idea -q u e fue revolucionaria para la ép o ca-
Polanyi avanzó en u n planteo que sería crucial p ara las décadas
siguientes: el de la autonom ía. Es decir que el espacio de la cien­
cia (la com unidad científica) d ebía te n e r u n a gran autonom ía
con respecto a las ideas políticas y religiosas, p ara p o d er garan­
tizar su libertad.
U na vez más, u n personaje clave en esta historia es R obert
M erton, quien no se limitó a plantear ciertos problem as im por­
tantes en form a general, sino que fue el p rim ero que se puso a
estudiar de veras a la com unidad científica de u n m odo sistemá­
tico. M erton propuso que la com unidad científica estaba organi­
zada según lo que él denom inaba u n ethos, es decir, u n conjunto
de norm as que orientan las prácticas de los científicos. Conside­
raba que esas norm as debían garantizar que la ciencia cum pliera
con su función social: g e n e ra r y acum ular conocim iento certifi­
cado, es decir, verdadero. En u n p rim er m om ento propuso cua­
tro “c o n ju n to s n o rm ativ o s”, que su rg en -e s to es m uy im p o r­
ta n te - del consenso de los propios científicos:

• Universalismo: los conocim ientos deben ser som etidos


a criterios impersonales preestablecidos, en consonancia
con la observación y con el conocim iento
anteriorm ente confirm ado. En todas las épocas, aun
soportando presiones en sentido contrario, los
científicos adhirieron al carácter internacional,
im personal y prácticam ente anónim o de la ciencia.

20 Cualquier semejanza con el científico loco que dominará al mundo


es pura coincidencia...
Comunidades, campos, arenas y playas 73

• Comunismo (más tarde convertido en “com unalism o”,


seguram ente para diferenciarlo del “sucio trapo
rojo”) : se refiere a la pro p ied ad com ún de los bienes.
Los descubrim ientos de la ciencia son un producto de
la colaboración social y se asignan a la com unidad.
Constituyen un a herencia com ún en la cual el
derecho del p roductor individual es muy limitado.

• Desinterés', el desinterés científico debe entenderse


com o u n a p auta distintiva de control institucional, y
no en relación con las motivaciones personales de los
científicos. La casi inexistencia del fraude o de
conductas fraudulentas en la ciencia se debe a que, al
ten er que som eterse a la verificabilidad de los
resultados, la actividad científica está sujeta a un
control policíaco.

• Escepticismo organizado: es u n m andato m etodológico e


institucional. El investigador científico no respeta la
brecha entre lo sagrado y lo profano: todo debe ser
som etido a un análisis crítico y todo debe ser
verificado.

C uando estas norm as se respetan, entonces la ciencia p uede


cum plir con su función social. Veam os brevem ente p o r qué es
necesario que estas norm as fu n cio n en bien (es decir, que sean
respetadas).
El universalismo se opone al localismo o al particularism o, se­
gún el cual podrían existir enunciados científicos que sólo sean
válidos en u n contexto particular pero no en otros. Exagerando,
podríam os decir que es como si existiera u n a física en China que
no fu era válida en L etonia, o u n a biología egipcia que no sir­
viera en Paraguay. Por el contrario, si se cum ple la norm a del
universalism o, se garantiza que el progreso de la ciencia no se
verá afectado p o r esos particularism os, y q u e la ciencia tendrá
74 El científico también es un ser humano

validez universal, independientem ente del lugar en el que haya


sido form ulada.
El com unism o se refiere a la inexistencia de la propiedad pri­
vada. No es que los científicos sean guerrilleros marxistas que
an d an arm ados con probetas para acabar con el capitalismo. No
obstante, la idea es bastante parecida: se trata, sim plem ente, de
que los p roductos de la ciencia (los conocim ientos) sean p arte
de la p ro p iedad com ún, y nadie p u ed a apropiarse privadam en­
te de ellos.
El desinterés, explica M erton, no es equivalente al altruismo.
Los científicos p u ed en ten e r intereses -lo s tie n en -, incluso el de
acum ular prestigio y reconocim iento, pero esta norm a se refiere
a que n in g ún interés particular puede prim ar p o r sobre la nece­
sidad de acum ular conocim ientos.
La últim a n orm a es, sobre todo, de m étodo, y preserva contra
el fraude (voluntario) o los errores (involuntarios), en la m edida
en que todo debe ser som etido a la com probación sistemática.
Estas norm as fueron cuestionadas po r dos motivos. El prim ero
es simple: p o rq u e no se cum plen. El segundo es más com pli­
cado: p orque m uchos creen que la com unidad científica no está
orientada p o r norm as (un ethos) surgidas de u n consenso u n á ­
nim e entre todos los investigadores.
El hecho de que no se cum plan p lan tea u n problem a grave
desde el p u n to de vista sociológico, sobre todo si se sum a u n a
cuestión: las norm as m encionadas no sólo no se cum plen, sino
que su violación no es castigada. Y si u n a n orm a p u e d e ser vio­
lada sin castigo, entonces, sim plem ente no existe. (¡He resistido
a pie firm e la tentación de hacer chabacanos juegos de palabras
con las norm as y las violaciones! Sólo hay uno que no puedo evi­
tar: la bailarina de tango N orm a Viola, cuyo nom bre parece con­
densar todo nuestro p ro b lem a...).
Decir que la norm a del com unism o no se cum ple resulta más
que obvio, en la m edida en que u n a p arte fu n d am en tal del co­
nocim iento se produce (y esto ocurre desde hace m uchos años)
en convenios con empresas, ya sea en ámbitos privados o en ins­
Comunidades, campos, arenas y playas 75

tituciones públicas . N aturalm ente, ese conocim iento está lejos


de ser “propiedad com ún”, ya que la propiedad del conocimiento
científico es, precisam ente, un factor que perm ite las ventajas de
algunos sobre otros en las econom ías de m ercado. Algo similar
p u e d e decirse del desinterés, ya q ue u n a p a rte fundam ental de
los hallazgos se ocultan por diversos motivos, y no sólo p o r cues­
tiones económ icas.
El escepticismo organizado, com o es natural, tam poco se cum ­
ple. ¿Por qué? S im plem ente p o rq u e sería im posible. D éjenm e
co n ta r u n a breve anécdota. H ace varios años, estuve haciendo
de “in tru so” en un laboratorio francés. U na de las estudiantes de
d o cto rad o necesitaba com probar el efecto de u n a m olécula so­
bre la expresión de un gen, indispensable para su tesis. Las m ues­
tras se las proveía u n a investigadora muy prestigiosa de H olanda,
amiga del director. Al parecer, el contenido de u n frasquito de­
bía p onerse de color azul. Al cabo de u n largo experim ento, el
co n ten id o perm an ecía incoloro. El d irecto r del laboratorio se
enojó m ucho, y retó a la docto ra n d a p o rq u e “estaba haciendo
mal algún paso del p rotocolo”. Le ordenó que repitiera el expe­
rim en to y, al cabo de unos meses, obtuvo el mismo (decepcio­
n a n te ) resultado in co lo ro . El d ire c to r se enfureció, y le o rd e ­
nó que repitiera (esta vez con verdadero cuidado) el experim ento,
y que lo hiciera ju n to con (es decir, con la supervisión de) un a
técnica de laboratorio, que tenía m ucha destreza en estas cosas.
El resultado fue el mismo: incoloro. Yo m e alegré m ucho, p o r­
que supuse que era testigo de u n a “anom alía” y, según Thom as
K uhn, eso podía provocar u n a nueva revolución científica, de la
cual yo m ism o sería testigo. No fue, sin em bargo, la reacción
del director, que convocó a u n a re u n ió n de todos los in teg ran ­
tes del laboratorio. U no de los investigadoresjóvenes, “m ano de­
rech a” del director, preguntó de golpe: “¿Quién te dio las m ues­
tras que utilizás?”. A lo cual la doctoranda respondió: “la doctora
tal, de H o la n d a ”. El d ire c to r dijo: “A h ... e n to n c es está b ie n ”.
Pero su discípulo, m enos convencido, señaló que ya h ab ían te­
nido problem as con las muestras enviadas desde ese laboratorio,
76 El científico también es un ser humano

y que éstas podían provenir tanto de cepas A com o de cepas B,


en cuyo caso los resultados serían bien diferentes. El director se­
ñaló: “Puede ser, pero yo siem pre digo que hay que com probar
todo el m aterial que llega al laboratorio”.
Dicho lo cual, o rd en ó que se co m p ro b ara la calidad de ese
m aterial, y resultó que estaba errado. ¡Pero pasó p o r alto el h e­
cho de que él mismo había confiado (com o hacen casi todos) en
u n m aterial que había enviado su colega de confianza! Final fe­
liz: la d o cto ran da acabó su tesis con éxito, p e ro se lam entó de
h ab er estado du ran te más de u n año “clonando agua”.
La perspectiva general de M erton sobre la co m u n id ad cien­
tífica se sustenta en u n “sistem a de in te rc a m b io ”: se o frecen
co n o cim ien to s al “edificio de la c ie n cia ” p a ra recib ir, a cam ­
bio, re c o n o cim ien to , o reco m p en sas bajo la fo rm a de p resti­
gio. Más allá del ju e g o de palabras (c o n o c im ie n to /re c o n o c i­
m iento, que parece ten er sus equivalentes en inglés y en francés:
knowledge/ acknowledge; connaissance/ reconnaissance) , se trata de
diversos mecanism os que deben aportar a la función social de la
ciencia.
Las recom pensas son proporcionales a los aportes que se ha­
cen: se crea un a escala de recom pensas en función de los apor­
tes de cada uno. El m ecanism o m ás conocido es lo que se co­
noce como eponimia, que consiste en otorgar un a recom pensa, es
decir, p onerle el nom bre del propio científico al conocim iento
que él m ismo contribuyó a establecer, según u n o rd en je rá r­
quico establecido. Así, en el más alto grado de reconocim iento
se ubican quienes estuvieron en el p u n to de inflexión de u n a re­
volución científica, y que dieron origen a u n a nueva form a de
pensar el m undo físico o natural. Por ejem plo, se puede hablar
de toda u n a época euclidiana (por Euclides, fu n d ad o r de la geo­
m etría e n el m undo griego) o de la ciencia m oderna (newtoniana,
p o r Isaac N ew ton). En un o rden decreciente de im portancia se
sitúan los iniciadores de nuevas disciplinas, como Sigmund Freud
y el psicoanálisis, o Augusto Com te y la sociología. Luego encon­
tram os a quienes p ro p u sie ro n principios o leyes im portantes,
Comunidades, campos, arenas y playas 77

com o A rquím edes, A ntoine Lavoisier, G eorg O hm o Johannes


Kepler (a algunos de ellos se los utilizó, incluso, com o unidad de
m edida, com o O hm , Volta o C o u lo m b ). Y así sucesivam ente,
hasta aquellos que en contraron “efectos” particulares (com o el
efecto D oppler) o “núm eros” que tienen alguna característica es­
pecial (núm ero de Avogadro, constante de Planck, etc .).
Invito al lector a hacer su propio “pan teó n ” de reconocim ientos
del ám bito en el que se desem peña {puede ser científico o no, vale
ig u al). Com o ayuda aporto algunos de mi propia com unidad, la
de los sociólogos, y los sociólogos de la ciencia en particular:

^X.
A. Comte
1 A.
M. Weber É. Durkheim

Z
R. Merton Th. Kuhn
X
K. Mannheim
Z A
B. Latour K. Knorr J. J. Sabmon R Bourdieu

T. Shinn ‘ M. Lynch ' J. Law "" D. Pestre " T. Pinch

C om entaré u n últim o aspecto sim pático que observó M erton


(aunque im plique u n a violación sistemática del principio de re­
com pensa proporcional) sobre el llam ado “efecto M ateo” en la
ciencia. Eso viene del Evangelio según San Mateo, quien señala
que “a quien más tiene más se le dará, y a quien poco tiene, aun
ese poco se le habrá de q u itar”. M erton advierte con inteligencia
que muy a m enudo aquellos que han realizado contribuciones sig­
nificativas en el pasado reciben u n a recom pensa p o r sus trabajos
presentes mucho más que proporcional en relación con las contri­
buciones semejantes realizadas por científicos m enos prestigiosos.
Así, el mismo artículo puede ser aprobado o rechazado según el
78 El científico también es un ser humano

prestigio del que goza el autor, o u n científico puede obtener más


dinero para sus investigaciones aunque sus propuestas sean igual­
m ente meritorias - o peores- que las de otros colegas.
Para m ostrarlo, hizo u n experim ento: tom ó u n con ju n to de
artículos rechazados p o r revistas de p rim e r nivel, a los que les
cam bió las prim eras líneas y, naturalm ente, el autor. Luego, los
volvió a enviar a las mismas revistas. Conclusión: u n a parte signi­
ficativa de esos artículos fue entonces aceptada.
Si les preguntam os a los investigadores sobre este “efecto Ma­
te o ”, seguram ente todos se verán reflejados. Lo curioso es que
esto es contradictorio con las norm as de la recom pensa p ro p o r­
cional, y tam bién con las del escepticismo organizado, en las que
tam bién todos dicen creer. En efecto, parece ser que la comuni­
dad científica es un espacio más com plejo que la visión algo idílica
que se planteó por esos años. Veamos, entonces, dos perspectivas
qua cambian de m anera radical la form a de considerar la organi­
zación social de los científicos.

El campo científico (el fin de la armonía)

Con el concepto de campo científico, enunciado p o r el sociólogo


francés Pierre B ourdieu en 1975, se rom pió violentam ente con
la idea del espacio de la ciencia como un lugar de arm onía y de
colaboración. P ara B ourdieu, los científicos están inm ersos en
u n cam po de luchas, d o n d e no “todos son iguales ante la ley”,
sino que hay dom inantes y dom inados, es decir, relaciones de
p o d e r que nad a tie n en que ver con la visión idílica presen tad a
hasta entonces. La perspectiva es más cru e n ta y, tam bién, hay
que decirlo, más realista.21 El espacio de la ciencia resulta ser,

21 Todo lo cual se inscribe dentro de la teoría sociológica de Bourdieu,


que aplicó a diferentes campos, como el de la educación, la alta
costura, la economía, la cultura, el poder, la formación de las el ¡tes,
entre otros.
Comunidades, campos, arenas y playas 79

p ara este autor, uno más entre los espacios sociales que constitu­
yen u n objeto de análisis para la sociología.
Para B ourdieu, u n cam po científico se puede definir como:

Un sistema de relaciones objetivas entre las posiciones


adquiridas (en las luchas anteriores), y es el lugar (es decir, el
espacio de juego) de una lucha competitiva que tiene por
desafío específico el monopolio de la autoridad científica
inseparablemente definida como capacidad técnica y como
poder social; o si se prefiere, el monopolio de la
competencia científica, entendida en el sentido de la
capacidad de hablar y de actuar legítimamente (es decir, de
manera autorizada y con autoridad) en materia de ciencia
(“El campo científico” , REDES, n° 2, vol. 1).

En un a rápida lectura las definiciones parecen complicadas, difí­


ciles de com prender. Para eso estamos, para in ten tar explicarlo.
Lo prim ero que debe llam ar la atención es que B ourdieu habla
del cam po científico com o de un espacio de lucha, lo cual ya desde
el prin cipio es algo muy d iferen te de un espacio de relaciones
cara a cara bajo el im perio de norm as consensuadas p o r todos:
¡una lucha es u n a lucha!
Dice el propio Bourdieu: “Decir que el cam po es un lugar de
luchas no es sólo rom per con la im agen pacífica de la ‘com uni­
d a d c ien tífica’. Es tam b ién re c o rd a r que el fu n cio n a m ie n to
mismo del cam po científico produce y supone una forma específica de
intereses (las prácticas científicas no aparecen com o ‘desinteresa­
d as’ m ás que en referencia a intereses diferentes, p roducidos y
exigidos p o r otros campos) ”.
A hora bien: lucha ¿por qué?, ¿para qué? La com petencia se
despliega para ob ten er el m onopolio de la autoridad científica.
D eten tar la au to rid ad científica es d e te n ta r u n p o d e r relativo
sobre los m ecanism os del cam po científico; el p o d e r está aso­
ciado a u n a form a específica de capital social, que en el cam po
científico B ourdieu denom ina “capital científico”. La autoridad
80 El científico también es un ser humano

tie n e dos aspectos, am bos fu n d am e n ta les p a ra el fu n c io n a ­


m iento de todo cam po: la a u to rid ad com o reconocim iento de
com petencias y la autoridad com o capacidad de ejercer el poder
sobre los otros.
El p rim er sentido es muy com ún, incluso en el lenguaje coti­
diano: decir que “Fulano es una autoridad en X tem a” es recono­
cerle sus com petencias técnicas específicas, ya sea u n científico,
un mecánico dental o u n plomero-gasista. Es el reconocim iento y
el prestigio que nos adjudican los otros participantes del campo.
El segundo sentido, muy ligado al anterior, otorga autoridad,
ya no científica sino política, es decir, de poder, en el in te rio r de
un cam po científico.
El prim er m odo -y más evidente- de ejercer ese p o d er es m e­
diante la determ inación de los límites del cam po científico: qué
o -s o b re to d o - q u ién es estarán “d e n tr o ” y q u ién es estarán
“fu e ra ” de él. M uchos h a b rá n oído más de u n a vez que alguien
-investido de a u to rid a d - dictam ine que “esto no es ciencia”, o,
m ejor aún, “esto no es física” (o biología, o filosofía, o lo que
sea). El segundo paso, en tre los que están adm itidos dentro del
club (es decir, del cam po), consiste en determ inar quiénes hacen
“bu en a ciencia” y quiénes no, quiénes abordan “problem as inte­
resantes” y quiénes n o ...
¿Quién y cóm o ingresa a u n campo? Los investigadores más jó ­
venes no tien en , naturalm ente, n ingún capital áentífico cuando
in g resan . P o r lo tan to , a d q u ie re n u n capital “p re s ta d o ”, p o r
ejem plo, p o r las instituciones en las cuales hicieron su docto­
rado, p o r los directores que los o rien taro n en sus tesis, p o r los
com pañeros de trabajo, etc. Así, es fácil verificar que, aunque los
reglam entos p a ra ingresar a las instituciones científicas suelen
especificar, p o r ejem plo, que es necesario tener u n diplom a de
doctorado, “todos saben” que no vale lo mismo u n diplom a ob­
tenido con un prem io Nobel en la Universidad de H arvard que
el de u n a universidad del in terior de la Argentina. La diferencia
-sim bólica- entre uno y otro radica en el desigual capital inicial
del que dispondrá cada uno.
Comunidades, campos, arenas y playas 81

Dijimos que el cam po se caracteriza p o r las luchas para obte­


n e r el m onopolio de la autoridad científica, y tam b ién que el ca­
pital se acum ula cuando los otros nos lo conceden, com o reco­
nocim iento a nuestros m éritos. Sin em bargo, “los otros” no son
sólo pares, colegas, sino tam bién com petidores, que lucharán
por tener, ellos mismos, el mayor capital científico posible. T ene­
mos, entonces, lo que B ourdieu llam a “pares-com petidores”...
Im aginem os que u n c o rre d o r de Fórm ula 1 va p rim ero en u n a
carrera y se queda sin combustible. ¿El segundo o el tercer corre­
d o r se d eten d rían p ara pasarle u n poco del com bustible de sus
autos? Difícil de asegurar, ¿no?
Sin em bargo, esto ocurre, y ocurre de u n m odo sistemático.
B ourdieu lo explica a p a rtir del concepto de habitus, que no es
o tra cosa que el proceso m ediante el cual los científicos tien en
incorporado todo u n sistema de norm as, percepciones, valores,
etc., “que to rn an posible la elección de los objetos, la solución
de los problem as y la evaluación de las soluciones”. Se incluyen
tam bién las form as m ediante las cuales se reconoce el aporte de
los pares al conocim iento, con la expectativa (razonable) de es­
p e ra r el m ism o re c o n o cim ien to rec íp ro co de p a rte de ellos.
Puesto que todo científico es a la vez juez y parte -som ete su teo­
ría a la opinión de sus pares pero tam bién juzga las teorías pro­
puestas p o r otros- no existe ninguna instancia neutra que perm ita
establecer u n a sentencia e n tre los com petidores: la suprem acía
de u n a definición de la ciencia sobre o tra es siem pre la conse­
cuencia de u n a relación de fuerza e n tre g rupos de intereses di­
ferentes.
Al igual que para M erton, para B ourdieu el cam po científico
está regido p o r u n conjunto de norm as. Sólo que éstas no son el
resu ltad o de u n consenso e n tre to d o s los in te g ra n te s de u n
cam po. Por el contrario, son norm as im puestas p o r quienes de­
ten tan el p o d e r (los dom inadores, los que mayor autoridad po­
seen) y deben ser acatadas p o r el resto (los dom inados). Los pri­
m eros las im ponen, n aturalm ente, según sus propios intereses.
Así, p o r ejem plo, será más legítim o trabajar sobre ciertas áreas
82 El científico también es un ser humano

que sobre otras, en la m edida en que los más prestigiosos en esas


áreas establecerán los tem as de investigación (y los m étodos, las
teorías e instrum entos correspondientes) que serán privilegia­
dos tan to p o r la p ro p ia com unidad com o p o r las instituciones
(volveremos enseguida sobre este últim o p unto).
U n cam po científico está organizado en grupos de individuos
desiguales a causa de sus posiciones diferentes en la estructura
de la d istribución del capital sim bólico. Los “d o m in a n tes” se
encargan de asegurar la reproducción del o rd en científico esta­
blecido, y las norm as que se establecen están destinadas a ase­
g u rar ese o rd en . A nte todo, las norm as indican cóm o se debe
acum ular el capital científico: p o r ejem plo, a p a rtir de la publi­
cación de papers (artículos científicos) en revistas intern acio n a­
les. Desde esta perspectiva, quienes p u b liq u e n m ayor cantidad
de artículos e n las revistas más prestigiosas estarán en condicio­
nes de acum ular m ayor capital. T am bién los dom inantes esta­
blecen cuáles son los tem as “m ás in te re sa n te s”, de m odo que
quienes decidan trabajar sobre ellos acum ularán un m ayor ca­
pital científico.
Los “dom inados” son, a m enudo, los recién llegados al cam po,
los más jóvenes, o tam bién aquellos que, a pesar de tener más ex­
periencia, han acum ulado m enor capital científico. Las estrate­
gias que despliegan den tro del cam po son muy diferentes de las
de quienes d e te n ta n más poder: m ientras que los dom inantes
te n d rá n u n m ayor in terés en desplegar estrategias conservado­
ras, lo que les perm itirá reproducir su situación de poder, los do­
m inados ten d rán varias alternativas: o bien inten tarán acum ular
capital científico según las norm as institucionalizadas, o bien
p u ed en desplegarán estrategias “subversivas”,22 tendientes a cam­

22 Desgraciadamente, en la Argentina, la dictadura militar que gobernó


entre 1976 y 1983 desprestigió el adjetivo “subversivo”, porque lo
aplicaba sin ton ni son a todos quienes se oponían a sus ideas. Es
una pena, porque es un lindo concepto que no quiere decir otra
cosa que “Trastornar, revolver, cambiar de un modo radical”.
Comunidades, campos, arenas y playas 83

biar radicalm ente las bases según las cuales se valora el trabajo
científico y, p o r lo tanto, se otorga el capital.
A hora bien, ¿qué h acen los científicos con el capital que po­
seen? En p a rte , com o vimos, lo usan p a ra a d q u irir a u to rid ad
política, es decir, p o d e r p a ra intervenir en el cam po. Sin em ­
bargo, u n a parte im p o rtan te de la actividad científica consiste
en invertir e\ capital científico. Para ello, los investigadores in­
ten tan convertir su capital científico (simbólico) acum ulado en
capital m aterial (económ ico).
Así, cuando piden recursos para la investigación, están “in­
v irtien d o ” su capital, ya que de ese m odo p o d rá n com prar n u e ­
vos y más eficientes aparatos para la investigación, co n tratar
asistentes, d irig ir becarios, etc., y e m p re n d e r investigaciones
que sin esos equipos no p o d rían hacer. Y, si g e n eran nuevas in­
vestigaciones y o b tien en resultados valorados p o r sus pares,
p u e d e n entonces reconvertir el capital m aterial (los recursos)
en nuevo capital científico. Y así sucesivamente, porque el campo
científico obliga, de algún m odo, a realizar inversiones p erm a­
nentes.
Sin em bargo, la inversión, ta n to e n el m u n d o de la ciencia
com o en las finanzas, im plica c o rre r u n riesgo. O, en realidad,
dos. El p rim e ro , y m ás evidente, es no llegar a n in g ú n resu l­
tado. P odríam os llam arlo “riesgo de in c e rtid u m b re ”, ya que los
procesos de investigación tie n e n g rados d e c ertid u m b re m uy
variables: hay casos en que es seguro que se o b ten d rá n los re­
sultados esperados, y otros en los que no se p uede saber de nin­
g u n a m a n e ra m ás qu e in te n tá n d o lo . El seg u n d o riesgo es el
tiem po: se sabe que en algunos tem as se lograrán resultados en
el co rto plazo, y qu e o tro s son m uy largos o b ien no se sabe
cu án to tiem po insum irán.

Podem os p o n e r los riesgos en el siguiente cuadro:


84 El científico también es un ser humano

Plazo
Largo o incierto Corto

Alta 1A 2A

1B 2B

Baja 3A 4A

3B 4B

Los tem as A son los más im portantes, y los tem as B, los m enos,
es decir, aquellos que te n d rá n u n m en o r reconocim iento p o r
p arte de los pares.
¿Quiénes p o d rán dedicarse a los temas del cuadrante 1A (alta
incertidum bre y largo plazo)? Si alguien m e dice: “los que ten ­
gan u n gran capital científico”, le doy la razón: si hay que espe­
rar m ucho tiem po y el resultado es incierto, sólo se justifica m e­
terse en esos temas si el capital que se p uede ob ten er es alto (por
ejem plo, ¡una vacuna contra el cáncer!). Pero, si lo analizamos
bien, no son los únicos que se p u ed en aventurar en estos temas.
Tam bién lo p u ed en hacer los “m arginales” o los m uyjóvenes, es
decir, aquellos que no tienen “m ucho que p e rd e r”.
De más está decir que los temas IB, es decir, con m ucho riesgo
y poco aporte de prestigio, serán los que nadie, o casi nadie, es­
tudiará (descartam os a los masoquistas en nuestro análisis).
Los tem as 4A, es decir, aquellos que tie n en baja in certid u m ­
b re y plazo muy corto, serían, a sim ple vista, los que co n cen tra­
rían a “casi todo el m u n d o ”. Pero en realidad, si lo pensam os
un poco, m uchos desisten de entrada, p orque allí la com peten­
cia suele ser feroz (en el m u n d o de la ciencia no hay m uchos
giles) y, e n definitiva, los grupos de investigación más fuertes y
com petitivos serán los que estarán en m ejores condiciones de
ab o rd ar estos temas.
Comunidades, campos, arenas y playas 85

Q u ed an los cuadrantes 2 y 3. Allí, ya sea porque la incertidum ­


bre es alta y el plazo es corto, ya sea porque la incertidum bre es
baja p ero el plazo es largo, se distribuirá la m ayor parte de los
grupos que conform an u n a am plia “clase m ed ia” de la ciencia.
U n ejem plo de baja incertidum bre pero de largo plazo es el pro­
yecto genom a hum ano: se sabía que era posible o b ten er el se-
cuenciam iento com pleto del genom a, aunque llevaría bastante
tiem po. E ntonces, los qu e necesitaban resu ltad o s in m ed iato s
(porque tenían u n capital muy bajo) no pudieron participar en
este caso. Lo mismo sucede con los temas que pued en ten e r re­
sultados en u n corto plazo, pero cuya im portancia no se p u ed e
predecir.
P o r supuesto, todas estas “inversiones” que hacen los investiga­
dores están atravesadas por m uchas más dim ensiones que los pu­
ros cálculos racionales de “costo-beneficio”, au n q u e autores
com o B ourdieu no le prestan m ucha atención (o ninguna) a
este aspecto. En la investigación de carne y hueso, hay investiga­
dores que se “e n am o ran ” o se “encaprichan” con algunos temas,
o que trabajan en ellos desde hace m ucho tiem po; hay tam bién
políticas que alientan algunos temas y desalientan otros. Hay es­
trategias que consisten en buscar “e l” descubrim iento, y otras
que prefieren ir acum ulando pequeñas investigaciones, com o si
fueran ladrillitos de conocim iento que van edificando de a poco,
buscando tem as vacíos (a los que nadie o pocos prestan aten ­
ción) . Y hay, tam bién, una larga historia de temas exóticos, en la
búsqueda de “nichos” de investigación en la com pleja tram a de
la ciencia m oderna. Podem os citar algunos de ellos, com o para
term inar con u n a sonrisa este apartado lleno de luchas, poder,
dom inantes, dom inados y demás. Los siguientes artículos cientí­
ficos fueron realm ente publicados en revistas respetadas:23

23 Tomo prestado los “casos” del libro de Édouard Launet, Au fond du


labo á gauche, París, Seull, 2004. En Demoliendopapers, el libro
compilado por Diego Golombek, en esta misma colección, hay otros
ejemplos locales.
86 El científico también es un ser humano

• “La discrim inación de las palomas frente a las pinturas


de M onet y Picasso”, publicado en el Journal of the
Experimental Análisis of Behavior. Los autores
proyectaron ante u n conjunto de pájaros diapositivas
en colores de algunas obras de am bos pintores: con el
pico debían apretar u n botón si veían u n cuadro de
M onet, lo cual les liberaba comida. Y, al cabo de cierto
tiem po, ¡habían logrado ver la diferencia entre
im presionistas y cubistas!

• ‘Las volteretas de la tostada, la Ley de M urphy y las


constantes fundam entales”, publicado en el European
Journal of Physics. Allí su autor, R obert Matthews,
dem uestra que las tostadas tienen tendencia a caer del
lado enm antecado.

• “Lesiones de porristas: m odelos, prevención y


estudios de caso”, publicado en ThePhysician and
Sports Medicine. Hay u n con ju n to de riesgos
traum atológicos a los que estarían expuestas las
porristas, diferentes a los de los otros m ortales y de
los deportistas: en el artículo nos enteram os de que
tobillos, rodillas, espalda y m anos son las zonas más
vulnerables. •

• “El olor de la jirafa reticu la d a ”, publicado en la


revista Biochemical Systems andEcology. Se trata de u n a
jirafa que vive en Kenia y en Somalia, de unos 5
m etros de alto (no es so rp re n d en te p a ra u n a jirafa),
que, literalm ente, apesta. El artículo explica p o r qué:
se debe a dos com puestos que aloja en su pelaje.
A hora q u e ya lo sabem os, nos quedam os más
tranquilos.
Comunidades, campos, arenas y playas 87

• “Lastim aduras debidas a la caída de cocos”, publicado


en el Journal o f Trauma. Allí se explica que, de todos
los pacientes internados en el Hospital de Alatau en
Nueva Guinea, el 2,5% sufría traum atism os debidos al
golpe de un coco. Incluye algunos casos
espectaculares, com o algunas m uertes y otras heridas
graves. Hay que ten er en cuenta que un cocotero
m ide hasta 35 m etros, y que el coco puede pesar hasta
4 kg. En otro artículo, el mismo autor -obsesionado
con el tem a- publicó en el British MedicalJournal los
efectos de la caída (de personas, esta vez) desde un
cocotero. Los efectos son más dram áticos aún: 27% de
adm isiones p o r traum atism os.

Las arenas transepistémicas de investigación

Desde la perspectiva constructivista la cosa se ve, com o podíam os


esperar, bien d iferente de las nociones de cam po y de com uni­
dad. Q uien más se ocupó del tem a fue u n a vieja conocida de
este libro: Karin Knorr-Cetina. Su p u n to de p artid a es la crítica
a los m odelos existentes -alg o muy com ún en la ciencia, tanto
las sociales como las naturales, que com ienzan m ostrando “cuán
giles fu ero n los p red eceso res”- . Según ella, todas las otras for­
mas de analizar la organización de la ciencia la conciben com o si
fuera u n mercado. Sin em bargo, señala, los com ponentes del con­
cepto de capital científico no están claram ente definidos. Así,
p o r ejem plo, el control de los m edios de producción en la cien­
cia no im plica necesariam ente u n alto grado de reconocim iento
profesional, y aquellos que ostentan la más alta autoridad cientí­
fica no siem pre se apropian del producto de la investigación de
otros científicos. Dicho de otro m odo: ¿cómo extraerían plusva­
lía los científicos? Esta p regunta es imposible de responder y, por
lo tanto, la analogía se debilita. En efecto, no hay tal cosa como
plusvalía ni extracción de trabajo ajeno. Me anticipo al lector
88 El científico también es un ser humano

que piense que u n científico prestigioso se ap ro p ia del trabajo


de sus discípulos. De acuerdo, veamos cóm o sería.
Supongam os que el d irec to r de u n laboratorio dirige “desde
lejos” la investigación de u n o de sus discípulos. Luego, se p re ­
senta u n paper p ara publicar con el nom bre de los dos. Im agine­
m os q ue dicho paper les otorgaría a am bos un capital científico
de, p o r ejem plo, 10 unidades. Pero resulta que el d irecto r ya
tiene u n capital que podem os estim ar (es un ejercicio) en 200, y
su discípulo, uno de 10. En este caso, el prim ero recibiría u n su­
p lem en to de capital equivalente al 5% de su “activo”, y el se­
gundo, uno del 100%. Con u n agregado: según el efecto Mateo,
el discípulo tal vez no p odría publicar solo ese artículo, o no po­
dría hacerlo en u n a revista muy prestigiosa.
Los m odelos cuasi-económicos presentan, desde la perspectiva
de Knorr-Cetina, tres tipos de problem a:

• R educen las prácticas de los científicos a una


racionalidad “medios-fines”, es decir, donde todo se
orienta a m axim izar las inversiones para ob ten er el
mayor rédito posible. Dejan así de lado todos los otros
aspectos y las motivaciones de los científicos que son
m ucho más complejos y atravesados p o r diversas
culturas.

• Sólo observan las organizaciones a nivel “m acro”, y


desconocen lo que los científicos realm ente hacen en
sus lugares de trabajo;

• S uponen que existe - o debería existir- una verdadera


autonom ía de los científicos respecto de cualquier
otro actor, poder, institución, creencia, etc.

Knorr-Cetina propone, en cambio, observar las prácticas reales


de los investigadores (es decir, a nivel “m icro”), lo que realm ente
hacen en sus espacios de trabajo. Y, en cuanto uno se m ete den­
Comunidades, campos, arenas y playas 89

tro de estos lugares, lo prim ero que observa es que la autonom ía


es u n a ficción, un a idealización. Los científicos no se relacionan
sólo con otros científicos, sino que en su vida cotidiana se vincu­
lan con m uchas otras personas: autoridades de las instituciones,
agencias de financiam iento, proveedores de equipos, personal
de em presas diversas, e n tre otros. Ya vimos en el capítulo ante­
rior que eso se llam aba “relaciones de recursos”, necesarias -im ­
prescindibles- p ara hacer ciencia. ¿Por qué suponer que sólo las
relaciones con otros científicos son significativas o relevantes
para e n te n d er la ciencia?
Si consideram os este p u n to de vista, no hay ninguna autono­
mía, ni torre de m arfil ni nada parecido: los científicos están tan
atravesados p o r dim ensiones sociales com o cualquier o tra p e r­
sona en la sociedad. Y eso no es u n a anom alía, sino que es lo que
ocurre todo el tiem po.
Knorr-Cetina analiza la organización social de la ciencia bajo
la form a de arenas transepistémicas de investigador^ que son el espa­
cio en el cual se establecen, se definen, se renuevan o se expan­
d en las relaciones de recursos que entablan los científicos. Allí
existe u n a diferencia significativa en tre los factores “externos” e
“in tern o s” en el espacio de la producción de los conocim ientos
científicos. Y de paso, se usa un a palabrita difícil, “transepistém i­
cas”, de esas que les gustan a los investigadores.
La idea de que existen arenas se refiere a que los espacios en
los cuales se dan las relaciones no son fijos, sino que se van m o­
dificando a m edida que las investigaciones avanzan. P or ejem ­
plo, al com enzar u n tem a nuevo, los investigadores deben conse­
guir plata. Para lograrlo, com ienzan a buscar quiénes (agencias
nacionales o internacionales, fundaciones, organism os del go­
b iern o , em presas) estarían dispuestos a financiar el proyecto.
C om enzar un nuevo tem a no es algo azaroso: se sustenta en las
investigaciones previas, sobre las cuales un científico o un grupo
ya tiene algunos conocim ientos acumulados, intereses históricos,
etc. Luego, en función de los tem as que las agencias están con
ganas de financiar, se va adaptando una investigación, en interac­
90 El científico también es un ser humano

ción con otros grupos, y se negocian los propios tem as con los
“m ecenas” de ocasión.
De u n m odo sim ultáneo, el escenario se desplaza hacia otros
terrenos: hay que conseguir u n a serie de reactivos (m ateriales de
laboratorio) específicos p a ra p o d e r llevar ad elante el proyecto
p ro p u esto a los que p o n e n la plata. Esos m ateriales im plican la
in teracció n con otros científicos, pero tam bién con em presas
que los fabrican y los venden (algunas de ellas dirigidas p o r ex
investigadores que tienen mayores deseos de lucro que de publi­
car artículos y o b ten er celebridad, o bien que equilibran ambas
aspiraciones igualm ente h u m an as).
P o r o tra p arte, los investigadores necesitan algunos equipos
(“aparatos”) determ inados. Si son muy caros, intentarán conven­
cer a otros investigadores p ara com prar los aparatos en conjunto
(hay dispositivos que en la actualidad pued en costar hasta millo­
nes de dólares, pesos, euros o rupias). O bien negociarán con las
autoridades de la institución (que pued en ser m iem bros de un a
universidad, de un centro público de investigación, etc., p ero
que no siem pre son investigadores) p a ra conseguir u n lugar fí­
sico d onde ubicar el aparato en cuestión.
En algunas investigaciones se p u e d e n necesitar anim ales: los
famosos ratoncitos de laboratorio, aunque tam bién suele usarse
u n a fauna m ucho más amplia, como perros, ratas, moscas, h o r­
migas, gatos, conejos, cangrejos, etc. A veces, se consiguen en
em presas que los crían (fabrican); otras veces, es necesario criar­
los en el p ro p io laboratorio (en lugares ad hoc que se llam an
“bioterios”) . En ambos casos, es preciso establecer relaciones de
recursos (en arenas) con otros sujetos. Pero hay otras form as de
conseguir la fauna necesaria. Veam os u n ejem plo ilustre que
cuenta el historiador Barrios Medina: B ernardo Houssay, el fisió­
logo y u n a suerte de p ro ce r de la ciencia arg en tin a (fu n d ad o r
del Conicet y m aestro de toda un a generación de investigadores
en el cam po biom édico) trabajaba con animales (perros), a un a
p arte de los cuales había que extraerles la hipófisis. Necesitaba
u n a b u e n a cantidad de perros, sin los cuales la investigación
Comunidades, campos, arenas y playas 91

(parte de la cual le serviría p ara o b ten e r el prem io N obel en


1947) no hubiera podido avanzar. Según cuenta Alfredo Benito
Biasotti (discípulo de Houssay):

Entonces logramos [a fines de los años veinte y comienzos


de los treinta] entablar un acuerdo con la perrera (la perrera
era una institución municipal que iba por las calles agarrando
todos los perros sueltos que encontraba y los llevaba a un
depósito donde algunos iban a reclamarlos y los que no
reclamaban se sacrificaban). Conseguimos que esos perros
no reclamados se mandaran al Instituto de Fisiología para
trabajar. La perrera iba siempre acompañada en sus
excursiones por dos guardias de segundad a caballo por los
trastornos que implicaba y las peleas que tenían con el
público cuando los empleados sacaban un perro.24

Como vemos, las arenas p u ed en incluso ser bastante movedizas.


Q ue sean transepistém icas parece un concepto complicado, y sin
em bargo es bastante simple: se trata de “aquello que está más
allá de lo epistém ico”, es decir, del conocim iento mismo. Es de­
cir, se trata de espacios variables, amplios y heterogéneos que in­
cluyen al conocim iento científico, pero que van más allá, e invo­
lucran a m uchas otras personas que pueden o no ser científicos.
Dice Knorr-Cetina que en estas arenas hay un a mezcla de perso­
nas y arg um entos tan to científicos com o de “o tro s” asuntos. Si
dividiéram os u n a a ren a de acción en térm inos de estas catego­
rías, tendríam os dificultades p ara justificar esa dem arcación. Así
com o no hay n inguna razón p ara creer que las interacciones en­
tre los m iem bros de u n g ru p o de especialidad sean pu ram en te
“intelectuales”, tam poco la hay para creer que las interacciones
e n tre los m iem bros de u n a especialidad y otros científicos o

24 Entrevista realizada al doctor Alfredo Benito Biasotti por Ariel Barrios


Medina, el 9 de agosto de 1984.
92 El científico también es un ser humano

no-científicos se lim iten a transferencias de d in ero u otros in­


tercam bios categorizados com o “sociales”. Los agentes que sub­
sidian y los vendedores de las industrias p u e d e n negociar con
u n especialista si u n a elección técnica particu lar es adecuada o
no, y los colegas de la especialidad discuten con regularidad las
decisiones financieras, personales y otras que son “no-científi­
cas” en los d ep artam en to s de las universidades y los institutos
de investigación.
La ventaja de analizar la organización social de la ciencia bajo
la form a de arenas es que nos da una im agen m ucho más realista
del m undo de los científicos que el “cuen tito ” arm ónico de la co­
m u n id ad sin conflictos o el espacio p u ram en te racional de cál­
culo de beneficios que p ro p o n e la noción de cam po. En las are­
nas, podem os hacer ingresar u n elem ento fundam ental que los
otros m odelos dejan afuera: las culturas. Por ejem plo, los m odos
de re p re se n ta r a los anim ales y de intervenir sobre ellos tiene
consecuencias directas sobre el tipo de conocim iento que se pro­
duce en u n a sociedad. ¡Y si no, que lo digan Houssay y sus discí­
pulos, que tenían que esperar que la policía acom pañara a la pe­
rrera para p o d er contar con insum os de laboratorio!
Capítulo 4
Publicar y castigar25

El papel de los papeles y breve paso de comedia

A unque para algunos lectores la explicación parecerá ociosa,


este título responde a u n doble ju eg o de palabras: p o r un lado,
al título de u n libro del archiconocido filósofo francés Michel
Foucault, Vigilar y castigar, d onde se analiza el surgim iento de las
prisiones, la represión sobre los cuerpos y las form as de vigilar,
que esconden, tam bién, form as de violencia. Y, p o r otro lado, el
lem a actual de la ciencia: “publicar o m o rir” (publish or perish),
muy difundido desde hace al m enos sesenta años, aunque no se
conoce muy bien el origen de esta expresión.26

25 Este capítulo está Inspirado (es decir, copia varias partes) de otros
textos del mismo autor (yo mismo). Aunque es poco probable que el
lector ya los conozca, éstos son: “Publicar y castigar’’, publicado en
REDES, Revista de Estudios Sociales de la Ciencia, n° 12,1998;
“Sobre el nacimiento, el desarrollo y la demolición de los papers”,
Introducción al libro Demoliendo papers, compilado en 2005 por
Diego Golombek en esta misma colección, y “El rol de las revistas
científicas en la estructuración de un campo’’, publicado en el libro
Revistas científicas en América Latina (México, Fondo de Cultura
Económica, 1999).
26 Eugene Garfleld, fundador y director del famosísimo Instltute for
Sclentlflc Information (ISI), escribió un artículo en la no menos céle­
bre revista The Scientist, en donde rastreaba el origen de esta
expresión. Encontró que el famosísimo teórico de la comunicación
Marshall McLuhan la utilizaba en una carta al poeta Ezra Pound, en
1951. Sin embargo, el propio Garfleld siguió buscando y encontró la
94 El científico también es un ser humano

Como el lector ya habrá advertido, la ciencia es u n espacio je ­


rárquico. Ya sea que la analicem os com o u n a com unidad, un
cam po, u n a aren a o com o se nos antoje, las je ra rq u ía s bien es­
tructuradas form an parte del p an nuestro de cada día. Y \ospa-
pers, es decir, los artículos científicos (incluso aquellos que corre­
lacionan sesudam ente la reacción de los osos polares en celo
frente al estreno de películas del neorrealism o italiano) desem ­
p e ñ an u n papel fun d am en tal en ese o rd en jerárq u ico : “Dime
qué y dónde publicas y te diré quién eres... ”.
R obert Day, autor de un conocido libro de escritura científica
( Cómo escribir y publicar trabajos científicos, 1995), afirm a que

el objetivo de la investigación científica es la publicación. Los


hombres y mujeres de ciencia, cuando comienzan como
estudiantes graduados, no son juzgados principalmente por
su habilidad en los trabajos de laboratorio, ni por su
conocimiento innato de temas científicos amplios o
restringidos, ni desde luego por su ingenio o su encanto
personal: se los juzga y se los conoce (o se los desconoce)
por sus publicaciones.

Veamos, entonces, u n a escena (imaginaria) que podría estar


o cu rrien d o en este preciso instante, y que nos m uestra bien el
papel de las publicaciones en la actualidad.
La escena aludida transcurre en la C om isión de Evaluación
de u n Consejo N acional de Ciencias de cualquier país, corres­
p o n d ien te a cualquier disciplina. Supongam os que se trata de
biólogos, y que están considerando el ascenso de categoría de un

expresión en un libro del sociólogo Logan Wilson ( The Academic


Man: A Study ¡n theS ociologyofa Profession), de 1942. ¡Y resultó
que Logan había sido discípulo de Robert Merton! O sea que final­
mente uno de los primeros en popularizar la expresión fue un soció­
logo de la ciencia...
Publicar y castigar 95

científico que a ctu alm en te es, p o r ejem plo, “sarg en to investi­


g a d o r” y que h a solicitado que se lo p rom ueva a “su b te n ie n te
investigador”:

Presidente de la Comisión. -Veamos. Tenemos aquí la


presentación del doctor Fulano. Consideremos su
producción y demás méritos para determinar si corresponde
hacer lugar a su pedido.
Miembro Y de la comisión. -A ve r... Fulano tiene un paper
en Cell, uno en Biochemistry, otro en Journal o f Molecular
Biology, y tres en Nature S tructuralB iology. A h... y
también publicó otros dos en Bioquímica y Patología
Clínica.
Miembro Z de la comisión. -¿Cuántos son en total, che?
Y: -A ver... (hace cuentas). -Y, serán siete en total.
Miembro W de la comisión. -¿De qué período estamos
hablando?
Presidente. -Y, serán los últimos tres años.
Y. -Ojo, que dos son en Bioquímica y Patología Clínica, que
es nacional. Es la revista de la Asociación Bioquímica
Argentina...
Z. -¿La sigue dirigiendo Tito?
Miembro T de la comisión. -N o, Lito está de sabático en
Columbia.
Z. -Tito, dije, ¡Tito!
Miembro T de la comisión. -Si Tito nunca la dirigió...
Presidente. -Volvamos al expediente, que tenemos un
montón de carpetas hoy.
W. -¿Qué factor de impacto tiene Nature Structural Biology?
Y. -3,368
W. -Bueno, no está mal, pero no es “top” .
Y. -Sí, pero tiene uno en el Journal o f Molecular Biology, que
tiene más de 5.
Presidente. -¿Entonces qué opinan? No está mal, pero a mí
me parece que no califica todavía para subteniente...
96 El científico también es un ser humano

Y. -H ay que tener en cuenta que el tipo metió un Cell, que


está muy complicado ahora.
T. -¿Y dirigió tesis de doctorado?
Z. -Pará, T ... ¡Primero veamos los papers, que es lo que
cuenta! ¿Qué te vas a poner a mirar las tesis si el tipo publica
en journals berretas?
Y. -\Cell no es berreta!
Z. -N o quise decir eso... (En voz baja.) Lo que pasa es que
este T está medio gagá...
Presidente. -Bueno, yo creo que el tipo publicó. No es tanto.
Cinco papers en tres años. Pero en buenos journals.
T. -A ver... ¡Son siete, no cinco!
Z. (Con tono cansado.) -N o, T, no le vas a contar las de la
revista local...
Presidente. -Entonces entiendo que le damos la promoción,
¿no?
Los demás. (A coro.) -Sí, se lo promueve a “subteniente
investigador” .

Los que no perten ecen a la peq u eñ a fauna que puebla los labo­
ratorios, se preg u n tarán de qué estaban hablando estos tipos...
¿Qué co rno es eso del “factor de im p acto ”? ¿Cómo decidieron
darle la prom oción a la categoría superior? Intentarem os expli­
car algunos de estos temas en los párrafos que siguen.
Pero antes vale recordar que, desde el p unto de vista de la so­
ciología de la ciencia en particular,27 los papers, los artículos cien­
tíficos, p u eden ser muchas cosas pero, sobre todo, son instrum en­
tos retóricos, es decir, piezas discursivas destinadas a convencer.

27 O sea, el punto de vista de los representantes de las ciencias socia­


les o “blandas”, que suelen discrepar en este tema con los de las
“ciencias duras”. Al respecto, cabe citar el importante matiz aporta­
do por el sociólogo Emilio De Ipola, que sugiere no olvidar las cien­
cias “al dente”.
Publicar y castigar 97

Los papers no son la ciencia, y m ucho m enos LA VERDAD. Más


bien son ejercicios que practican los científicos para convencer a
los otros de lo im portante que son las cosas que ellos h acen .28

Publicar y publicar

Tal vez u n buen p u n to de partida sea considerar el doble signifi­


cado del verbo publicar. En g en eral, nos referim o s al m ás co­
rrien te: “llevar u n co n ten id o p red e term in a d o al papel, a lo es­
crito, p o r m edio de la im p ren ta”. El segundo sentido nos rem ite
a “hacer público”, a salir de la esfera de lo privado, a p o n er algo
en conocim iento del m ayor núm ero posible de personas. Ambas
dim ensiones están presentes en los procesos de producción de
conocim iento científico, al m enos en el sentido más restringido
que pretendem os darle aquí, es decir, el de la ciencia académica.
Desde esta perspectiva, se “hace público” aquello que se guar­
daba hasta entonces dentro de las paredes del laboratorio y que,
p o r la relevancia q ue los hechos aludidos ad q u ieren , se decide
difundir. Existiría, así, u n a correspondencia directa entre los ar­
tículos que h an sido publicados, la investigación científica (su
práctica cotidiana) y sus contenidos. Los prim eros serían un “re­
flejo ” de las tareas que se h a n desarrollado en los laboratorios,
de los logros, de las dificultades que se h an presentado y cóm o
h a n sido resueltas. U n paper científico publicado representaría
aquí el últim o eslabón de u n largo proceso:

a) presentación de u n proyecto, su evaluación y


aprobación p o r las comisiones evaluadoras;

28 Alguna vez, una bioquímica catalana muy simpática, editora de una


importante revista, me preguntó, con su particular tonada: “¿Oye,
chaval, todo este cuento de los papers que nos estás echando, te
lo crees de verdad o lo dices sólo para provocarnos?”. Me reservo
la respuesta...
98 El científico también es un ser humano

b ) la puesta en m archa del proyecto (y la form ación de


u n grupo de investigación cuando esto resulte
p e rtin e n te );
c) la obtención de resultados según las expectativas, la
organización de esos resultados;
d) la redacción de un artículo que los contenga, firm ado
p or todos aquellos que h ubieran tenido u n a
participación en la obtención de resultados;
e) la elección de una revista en particular adonde enviar
el artículo;
f) la aceptación p o r parte de los evaluadores de la revista
elegida, y la publicación final;
g) la difusión del artículo y de la revista, y la posible cita
del artículo en cuestión p o r parte de otros
investigadores.

Sin em bargo, en la m edida en que uno com ienza a investigar las


prácticas ( “reales”) de los investigadores en los laboratorios, en
su vida cotidiana, la explicación lineal e idealizada de la redac­
ción del artículo científico como el últim o eslabón lógico de ese
proceso nos lleva a form ularnos num erosas objeciones. Como ya
vimos en capítulos anteriores, d urante los últim os veinte años,
los sociólogos y antropólogos de la ciencia han p roporcionado
u n a abundante cantidad de investigaciones em píricas en los la­
boratorios, a través de las cuales es posible avanzar de u n m odo
significativo en u n a com prensión más realista del papel desem ­
peñado p o r la publicación en las prácticas de investigación cien­
tífica. Así, a la idea de que existe u n a relación de equivalencia
entre la realidad y las representaciones de la realidad (por ejem ­
plo, p o r u n artículo), se contrapone otra (com ún a m uchos otros
au to res): todo enunciado científico es el producto de una nego­
ciación social y, durante el proceso de su enunciación, el m undo
natural no tiene ninguna relevancia para el triunfo de un en u n ­
ciado sobre otros.
Publicar y castigar 99

Pero ¿qué es un p a p e r?

Parece propicio entonces que nos form ulemos una pregunta que
ap u n ta al sentido com ún y que, com o todas aquellas cuestiones
que de pronto cuestionan aquello que todo el m undo da p o r sen­
tado, nos so rp ren d en : ¿por qué los científicos publican papers?
Si le hacem os esta preg u n ta a cualquier investigador, e incluso a
u n joven becario, nos m irará com o si estuviéramos locos o en es­
tado avanzado de borrachera. Es posible que, incluso, nos tom e
la presión, observe la dilatación de nuestras pupilas y, si todos los
signos externos parecen norm ales, se p re g u n te calladam ente de
qué p lan eta acabam os de llegar. Pasado el sofocón, y luego de
convencerse de que “realm en te” esperam os u n a respuesta, nues­
tro in te rlo c u to r va a resp irar h o n d o y nos resp o n d erá algo así
(dep en d iendo del casete que ese día tenga puesto):

a) Publicam os papers porque es el m odo de d ar a conocer


el RESULTADO de nuestras investigaciones al resto
de la com unidad científica.
b) Publicam os papers p orque así difundim os nuestros
avances en el conocimiento acerca de los problem as que
investigamos, de m odo que otros investigadores, EN
CUALQUIER PARTE DEL MUNDO, pued an utilizar
nuestros hallazgos para seguir avanzando en la
resolución de problem as p ara la hum anidad.
c) Publicam os papers p orque allí hacem os PÚBLICOS los
DESCUBRIMIENTOS que realizam os en nuestros
laboratorios.

En u n a segunda charla, u n a vez que nos adm iram os de las loa­


bles tareas que nuestro in terlocutor e m p re n d e todas las maña-
ñas, es altam ente probable que agregue:

Bueno, también publicamos papers porque estamos


sometidos a un sistema según el cual las instituciones nos
100 El científico también es un ser humano

evalúan de acuerdo con lo que publicamos, de modo que no


tenemos más remedio que publicar la mayor cantidad posible
de papers para ser mejor evaluados y tener más prestigio.
¿Pero usted no oyó hablar de “publish orperish”?
(“PUBLICAR O PERECER” , traduzco prolijamente).
Publicamos papers para dar a conocer nuestros trabajos
ANTES de que lo hagan otros, porque no sólo hay que
publicar, sino que, además, hay que llegar primero.
Publicamos papers para ganar PRESTIGIO, porque quienes
más publican son más conocidos y valorados, y gracias a
eso accedemos a mejores recursos y, por ende, a hacer
más experimentos que nos permitirán tener más becarios y,
finalmente, publicar más papers. Así, vamos a acumular más
prestigio, y conseguiremos entonces acceder a más
recursos, lo cual, como ya le expliqué, nos permite
desarrollar más experimentos y, por lo tanto, publicar más y
mejores papers. Es claro, ¿no?

Las mayúsculas que aparecen en los ítems anteriores no se deben


a u n bloqueo involuntario de la tecla “CAPS LOCK” (que tantos
disgustos nos tra e ), sino a u n conjunto de temas y conceptos. No
es probable (aunque puede ocurrir) que los investigadores hayan
leído a M erton, Bourdieu, Latour o a otros sociólogos. Pero se em­
peñan e n hacerles caso... y, sin saberlo, se refieren a las dos dim en­
siones constitutivas de la ciencia m oderna: los aspectos sociales y
los aspectos cognitivos. Repasemos muy rápido los dos aspectos.
En el sentido social, los científicos son trabajadores que, com o
tales, se inscriben en un espacio de relaciones sociales en donde
existen jerarq u ías, grupos sociales, conflictos, solidaridad, lu­
chas, tradiciones y traiciones, am ores y odios. Sin em bargo, del
mismo m odo que otros profesionales, los científicos tam bién tie­
nen sus reglas propias. Hoy parece un lugar com ún decir (y creer)
que la ciencia es una actividad pública, más allá de la im portante
cantidad de investigaciones que se realizan en ámbitos privados
(en em presas) o que p erm an ecen en secreto (p o r razones ge­
Publicar y castigar 101

n eralm en te m ilitares o in d u striales). Pero el h ech o de que la


ciencia sea u n a actividad pública tiene su origen en siglo XVII,
cuando de la m ano de algunos científicos, en particular de Isaac
Newton, se creó en Inglaterra la Royal Society, un a de las prim e­
ras instituciones en donde se radicaron algunos investigadores de
la época. Hasta entonces, las investigaciones eran prácticas priva­
das que algunos desarrollaban en los garajes, en los fondos de
sus casas o en los desvanes, como quien tiene u n pequeño taller
de carpintería o de aerom odelism o.
Así, la ciencia fue pasando del ám bito privado al espacio de lo
público, y eso tuvo dos consecuencias: p o r u n lado, y desde en to n ­
ces, los Estados y los gobiernos sostuvieron, de diversas m aneras
en cada país, las actividades científicas; p o r el otro, el pasaje al
ámbito público generó la exigencia de que los científicos hicieran
públicas (la redundancia es inevitable) sus investigaciones, o sea,
que las publicaran. Entonces, cuando se crearon las prim eras aso­
ciaciones científicas, com enzaron a editarse, tam bién, las prim e­
ras revistas destinadas a difundir los avances de las investigacio­
nes. De allí al paper hay u n solo paso.
Sin em bargo, adem ás del aspecto social, la ciencia tiene u n a
dim ensión cognitiva o, dicho de otro m odo, genera conocim ien­
tos. Hay u n a vieja y aún no saldada discusión acerca de si la cien­
cia realiza “descubrim ientos”, es decir, si descubre aquello que el
m undo físico y natural nos “oculta”, o si bien “p ro d u ce ” conoci­
m iento, es decir, “crea entidades y conceptos”. Para alivio del lec­
tor, no vamos a in te n ta r dilucidar la cuestión en estas páginas.
Pero podem os ponernos de acuerdo, al m enos, en que los cien­
tíficos hacen varios tipos de operaciones con el m undo natural.

a) En p rim er lugar, lo observan. A diferencia de los otros


m ortales (sí, los científicos tam bién lo son, como lo
m uestra el abundante m aterial em pírico), observan el
m undo natural sistemáticamente.
b) Luego de observarlo, a m enudo realizan mediciones de
todo tipo, para lo cual suelen utilizar u n a am plia gama
102 El científico también es un ser humano

de instrum entos, desde los más simples, com o un a


regla o un a balanza, hasta los más complicados
(espectróm etros de masas, p o r ejem plo).
c) U na vez que realizaron las m ediciones
correspondientes, algunas disciplinas (“ciencias de
laboratorio”) intervienen sobre el m undo natural, es
decir, lo m odifican. Como en el caso anterior, estas
intervenciones pued en ser simples, com o hervir agua, o
bastante más complejas, como clonar un a oveja.
d) Antes y después de las operaciones a) y b ) , y en
algunos casos de la operación c), los científicos
representan e\ m undo natural. Esto es indispensable.

Digamos, en u n a síntesis tan ap retad a com o incom pleta, que


esas operaciones son las que perm iten hablar de conocim iento y,
en particular, de conocim iento científico.
A hora bien, ¿cómo llegamos al paper? En p rim er lugar, vamos
a ro m p er u n mito del que ya veníamos sospechando seriam ente
(si es que no está roto a ú n ): el paper no es “el conocim iento” ni
la “ciencia”. Aun cuando aceptáram os que el paper representa al
conocim iento com o form a codificada (hipótesis de todos m o­
dos harto discutible), debem os adm itir que oculta m uchas más
cosas de las que m uestra. Veamos, de nuevo rápidam ente, algu­
nas de ellas:

a) U n paper m uestra el éxito y esconde el fracaso: en


efecto, cuando se redacta un artículo, ningún
científico con pretensiones de que se lo publiquen
describe todos los procesos que tuvo que desarrollar
p ara llegar a la redacción que obra en m anos del
referí,* encargado de decidir su publicación. Por

* Persona poderosísima que tiene en sus manos el futuro de la huma­


nidad o, por lo menos, el de los Investigadores que someten papers
a la revista que le confía los manuscritos. [N. del A.]
Publicar y castigar 103

ejem plo, m uchos conocim ientos surgen de ensayos


fallidos o fracasados que no m uestran cóm o son las
cosas, sino, precisam ente, cóm o “no son”.29

b) U n paper oculta todo lo que, desde hace m ucho tiempo,


Michael Polanyi denom inó “conocimiento tácito”, es
decir, un m ontón de aspectos que tienen que ver con la
práctica de la investigación científica y que no son
codificables, tales como la destreza del experim entador
(científico o técnico), ciertas condiciones que no llegan
a especificarse (incluso porque se considera que
algunas de ellas no son im portantes), la cultura y el
lenguaje propios del grupo de investigación que
produjo el paper, los diferentes lugares en donde el
mismo fue producido (aveces un experim ento se hizo a
15.000 kilómetros de otro) y así sucesivamente.

c) U n paper tam bién oculta el papel que los autores


desem peñan en u n cam po científico de relaciones
sociales. Es cierto que sobre este aspecto sí tenem os
algunas pistas: cuando los autores dicen, p o r ejemplo,
que “ya ha sido establecido q u e ... ”, y acto seguido
citan sus propios trabajos anteriores, tenem os u n
indicio de que no son para nada novatos. Tam bién
tenem os algunas pistas de quienes suelen ser sus
“am igos” y con quienes p rete n d en discutir. Pero son
sólo eso, “pistas”, que el lector atento puede
decodificar si m aneja u n conjunto de inform aciones

29 Una vez, un biólogo español radicado en Inglaterra me contó cómo,


creyendo que trabajaba sobre la cepa X de una bacteria determina­
da, se pasó más de un año “clonando agua”. Gracias a ello tuvo
que desarrollar un test especial para determinar de qué tipo de
cepas se trataba, pero en su paper ocultó puntillosamente sus
devenires acuáticos.
104 El científico también es un ser humano

que le resultarán im prescindibles para e n te n d er quién


y de qué está hablando.

d) Finalm ente, u n paper oculta, tam bién, el ya señalado


interés (o necesidad) del autor (o de los autores) de
legitimarse, de contar en su currículum con una
publicación más que p u ed a hacer valer ante sus pares
y ante los tem ibles burócratas (casi todos son sus
propios pares) que habrán de evaluarlo.

En este sentido, L ato u r tiene razón (recordem os el capítulo 2,


cuando presentam os la “construcción de un h e c h o ”): es sólo en
u n m o m ento posterior, cuando u n en u n ciad o h a adquirido la
fuerza de u n hecho (por ejem plo, cuando ha sido citado como
verdadero p o r u n a gran cantidad de científicos prestigiosos, o
cuando h a sido replicado con éxito), que se establece u n recurso
al m undo de lo natural. Aquí radica, precisam ente, la diferencia
entre la ciencia “h ech a”, “cristalizada”, y la ciencia en proceso de
fabricación, de producción, la ciencia “activa”.
En definitiva, insistam os en la idea del paper com o construc­
ción, que incluye algunos hechos y “olvida”(excluye) otros. No­
sotros, el com ún de los m ortales (y el com ún de los científicos,
p o r lo tanto) no contam os con las ventajas y los inconvenientes
de Funes -e l m em orioso de B orges-: registram os, en nuestras
narraciones del m u n d o de lo real, sólo aquello que nos resulta
indispensable a los efectos de la retórica implicada.

La fabricación del paper

En cierta form a, volviendo a la idea de L atour, los enunciados


científicos están separados por u n largo proceso de fortalecimiento
p a ra lo g rar pasar de u n e n u n ciad o “d é b il” a u n o “fu e rte ”. Para
ello, se utilizan herram ientas diversas, algunas de las cuales son
puros recursos que d ep en d en de la habilidad del científico, pero
Publicar y castigar 105

que, en su m ayor p arte, suelen existir en los laboratorios. Se


trata, p o r ejem plo, de fotografías, radiografías, diagramas, imá­
gen es variadas (de m icroscopio, de telescopio, de c o m p u ta­
dora) , tablas con datos, cuadros, cuadritos, recuadros, dibujitos
y cualquier otro elem ento que pueda vencer la congénita suspi­
cacia de que todos, en algún m om ento, podem os estar hacién­
dole tram pa al lector. P orque de eso se trata (más o m enos) el
“escepticism o o rganizado”, n o rm a fu n d an te de la com unidad
científica según el m agno inventor de la sociología de la ciencia,
el sociólogo funcionalista R obert M erton.
Veamos. No es lo mismo afirm ar “los chinos com en arroz”, sin
mayores precisiones, que escribir:

A lo largo de cinco años de experiencias y de trabajos de


campo realizados en siete provincias (véase mapa 1) de la
República Popular China, se ha podido establecer que el
consumo de arroz (en sus diversas variedades y
preparaciones) resulta predominante en los diferentes
segmentos etarios de dicha población, según se puede
observar en los diagrama 1 a 3. Las propiedades del arroz
en términos nutritivos son ya bien conocidas (véase tabla 2)
y, a su vez, se ha comprobado fehacientemente que este
alimento proporciona gran satisfacción a los sujetos en
cuestión, tal como puede apreciarse en la figura 3.

Diagramas 1 a 3
China: Distribución del consumo de alimentos por grupo etario

De 0 a 7 años
Chupetines
35%

Arroz
42%
106 El científico también es un ser humano

De 7 a 18 años

Mamadera
12 %
Arroz
65 % Chupetines
23 %

De 19 años y más

Mamadera
Chupetines
5%
9%
Arroz
86 %

M apa 1
China y sus regiones
Publicar y castigar 107

Tabla 2
C om posición quím ica y valores energéticos del arroz
Por 100 gram os
Integral Blanco Parboiled
C rudo C o cid o C ru d o C o cid o Crudo Cocido
Agua % 12,00 70,30 12,00 72,60 10,30 73,40
Energía alimentaria 360,00 119,00 363,00 109,00 369,00 106,00
Proteínas (gr.) 7,50 2,50 6,70 2,00 7,40 2,10
Gordura 1,60 0,60 0,40 0,10 0,30 0,10
Carbohidratos 77,40 25,50 80,00 24,20 81,30 2 3,30
Fibras 0,90 0,30 0,10 0,20 0,20 0,10
Calcio 32,00 12,00 24,00 10,00 60,00 19,00
Fósforo 221,00 73,00 94,00 28,00 200,00 57,00
Hierro 1,60 0,50 0,80 0,20 2,90 0,80
*** *** ***
Sodio 9,00 5,00 9,00
Potasio 214,00 7 0 ,00 92,00 28,00 150,00 43,00
Tiamina 0,34 0,09 0,07 0,02 0,44 0,11
*** ***
Riboflavina 0,05 0,02 0,03 0,01
Niacina 4,70 1,40 1,60 0,40 3,50 1,20
*** *** *** ***
Tocoferol (vitamina E) 29,00 8,30
Fuente: “Composition ot foods”, FAO, 2003.

Figura 3: P ropiedades del arroz

P or otro lado, el m ismo L atour señala que en las estrategias de


convencim iento, adem ás de recurrir a todos estos elem entos que
nos b rin dan credibilidad (recordem os que los llam a “inscripcio­
108 El científico también es un ser humano

n es”) , los científicos reclu tan aliados p a ra fortalecerse, posicio-


narse m ejor y lo g rar así que los dem ás acep ten sus enunciados.
Así, cuando yo digo “el doctor Fulano ha dem ostrado q u e ...”,
te n ie n d o en c u e n ta qu e F ulano, p o r ejem plo, es u n p rem io
N obel, estoy obligando a quienes q u ieran discutir mis enunciar
dos a que en fre n ten , adem ás, al N obel en cuestión. Lo m ismo
ocurre cuando se señala la pertenencia institucional (Universi­
dad, C entro de Investigación, Program a, etc.) que m uestra que
no soy u n “loco suelto”, sino que mis afirmaciones están respalda­
das p o r u n a institución muy seria, antigua y prestigiosa.
Ya resulta obvio, entonces, que los papers tienen u n a relación
im p o rtan te con las investigaciones, p ero están lejos de ser su
m ero reflejo.

Última revisión del modelo lineal

A unque u n a buena parte de la literatura de la “nueva sociología


del conocim iento científico” parece h a b er llegado dem asiado
lejos en su afán p o r lu ch ar co n tra el m odelo idealizado y lineal
de las prácticas científicas, ha desplazado, de todos m odos, con
éxito el problem a del “descubrim iento” hacia las condiciones re­
ales y m ateriales en las cuales es producido, cotidianam ente, el
conocim iento.
En mi p ropio trabajo de investigación, en laboratorios e u ro ­
peos y argentinos, tuve la o portunidad de observar cóm o el con­
tenido de los artículos resulta m eticulosam ente negociado (lo
cual incluye, p o r supuesto, que aquellos que, según B ourdieu,
tien en un mayor capital simbólico, im pongan su voluntad y sus
intereses frente a quienes se encu en tran en u n a posición subor­
dinada) entre los diferentes participantes de la investigación, en
la m edida en que cada uno de ellos resalta el aspecto que le re­
sulta más p e rtin e n te para sus propias estrategias, y sugiere la
elección de la revista-publicación-destino de acuerdo con sus in­
tereses particulares. Podemos entonces convenir en que la redac­
Publicar y castigar 109

ción del artículo mismo es una parte del proceso de investigación,


y no u n a conclusión exterior a ese proceso, algo así como el
m oño de un paquete de regalo.
En todo esto hay u n a paradoja que m uchos denuncian, pero
que nadie desarma: p o r un lado, se acepta que un artículo no es
necesariam ente la representación directa de u n conjunto de ex­
perim entaciones, sino que se trata más bien del despliegue de al-
guna(s) estrategia(s) p o r parte d é lo s investigadores. Pero, p o r
otro lado, las evaluaciones efectuadas p o r los pares de los cientí­
ficos (otros científicos, naturalm ente) se realizan casi con exclu­
sividad a partir de la puesta en consideración de los artículos, de
los papers: su cantidad y calidad, el prestigio de la publicación y
su “índice de im p acto ” (veamos la ficticia p ero muy realista es­
cena que m ostram os más a rrib a ), la can tid ad de veces que han
sido citados, etc.
Los artícu lo s se constituyen e n u n a v e rd a d e ra m o n e d a de
cambio, en la m edida en que reflejan el capital simbólico d eten­
tado p o r los autores. Así, se invierte la secuencia: de la concep­
ción del artículo com o el p unto de llegada del proceso de inves­
tigación científica pasamos a un análisis en el cual la posibilidad
de o b ten er u n m aterial que p ueda adquirir la form a retórica de
u n artículo, que p u e d a ser adecuadam ente negociado y publi­
cado en u n a revista en particular, no se e n c u e n tra en el final,
sino en el comienzo y alo largo de todo proyecto de investigación.
D icho de o tro m odo, y volviendo a las dos acep cio n es del
verbo publicar, aquella investigación que no p ueda ser objeto de
u n artículo público (es decir, hacerse pública, y te n e r chances de
ser aceptada p o r u n a revista más o m enos especializada en la te­
m ática en la cual el grupo de investigación se en cu e n tra traba­
jan d o ) , no es que pierde su valor determ inado para los actores
del cam po científico en cuestión (pares, autoridades de las agen­
cias financiadoras, autoridades de las universidades y otras insti­
tuciones relevantes, e tc .): sim plem ente no existe.
Es así que podem os llegar a afirm ar que la publicación, en ­
tendida así, constituye más bien u n elem ento que está presente
110 El científico también es un ser humano

durante to do el proceso de investigación antes que un destino


p ara el desarrollo de las prácticas científicas.
La m era posibilidad de publicar los resultados com o u n a ins­
piración de origen en toda investigación es u n aspecto bien co­
nocido q u e fo rm a p a rte del ethos científico, tal com o h a sido
concebido p o r M erton, p ero tam bién del im aginario de todo
científico. Sin em bargo, es m enos frecu en te la concepción se­
g ú n la cual, com o afirm am os en los párrafos anteriores, la sola
posibilidad de publicación o p era com o u n elem ento que direc-
ciona, en térm inos cognitivos, la propia investigación.
Vale la pen a volver al problem a de asumir el riesgo, puesto que
u n o de los riesgos más frecuentes, y que los investigadores p ro ­
cu ran evitar, es precisam ente el de no lograr “tra d u c ir”, en las
publicaciones, los trabajos de investigación que, se supone, ju s­
tifican sus prácticas cotidianas. En este sentido, la posibilidad de
o b ten er rápidos resultados publicables es un elem ento crucial en
b u e n a p a rte de las decisiones de los científicos, y d eterm in a,
muy a m enudo, las líneas de trabajo que habrán de seguirse. Los
investigadores más propensos a asum ir el riesgo que im plica pa­
sar u n largo tiem po sin publicar (lo cual p uede obedecer a que
se trata de investigaciones de resultado incierto o que requieren
largos períodos de experim entación) suelen ser los que poseen
el más alto o el más bajo capital simbólico, es decir, aquellos que
se en cu en tran en lo más alto y en lo más bajo de la pirám ide de
u n cam po particular (los que tienen m ucho crédito para invertir
o los que no tienen nada que p e rd e r). N aturalm ente, las publi­
caciones que se esperan ob ten er luego de estas inversiones sue­
len otorgar un a credibilidad muy elevada.
Asimismo, el grado de m adurez y consolidación de un cam po
científico particu lar p u ed e ser evaluado, e n tre otros indicado­
res, p o r la existencia de m edios de publicación y su abundancia,
diversificación, calidad, frecuencia, co b ertu ra, am plitud tem á­
tica, etc. De la afirm ación an terior surge que todo cam po cien­
tífico “m a d u ro ” debe co n tar con cierta can tid ad de publicacio­
nes que resp o n d an a las propias necesidades del cam po y a su
Publicar y castigar 111

consolidación com o tal. Dejemos de lado el problem a evidente


de que m uchas publicaciones exceden los lím ites estrechos de
u n cam po en particular, y sobre todo de un invisible college (cole­
gio invisible, según la definición b rin d ad a p o r Solía Price), y
atraviesan varios de estos cam pos, articulando diversos intereses
tem áticos y disciplinares. En la m ayor p arte de los casos, el p ro ­
ceso parece haber operado de este m odo, sobre todo si se juzga
p o r la cantidad de revistas científicas corresp o n d ien tes a dife­
ren tes disciplinas, problem as, prácticas profesionales, etc. La
existencia de u n a gran cantidad de revistas p o d ría funcionar,
pues, desde una m irada superficial, com o el indicador de la m a­
durez relativa de u n cam po científico en cuestión. Es obvio que
la idea de m adurez relativa nos habla, al mismo tiem po, del con­
ten id o de las investigaciones q ue los científicos realizan, y tam ­
b ién de los niveles de diferenciación social alcanzados p o r los
actores participantes de dicho campo: la existencia de m últiples
y heterogéneas publicaciones seriadas responde a la necesidad
de establecer órdenes jerárquicos, de prestigio, de credibilidad,
en fin, de lucha, en el interior de los m árgenes (a m enudo difu­
sos) de u n cam po específico.
Capítulo 5
Ciencia y periferia

Un breve cuentito

(La historia es imaginaria; cualquier parecido con la rea­


lidad no es p u ra coincidencia.)
U n joven investigador argentino, quím ico, viaja a u n a univer­
sidad muy prestigiosa de la costa Este de los Estados U nidos para
h acer u n posdoctorado (se trata de u n a práctica muy habitual,
u n a vez finalizado el d o cto rad o ). Para evitar el anonim ato, p o n ­
gámosle u n nom bre: Ju a n . El laboratorio al cual llega Ju a n fue
elegido ju n to con su d irecto r (José) en la A rgentina, qu ien co­
noce al d irecto r de dicho laboratorio (John) p o rq u e h an reali­
zado varios trabajos en colaboración du ran te los últim os años. El
día que Ju a n llega allí Jo h n le presenta a toda la gente del grupo,
y lo invita a tom ar u n a copa a su casa ju n to con algunos d e los
colaboradores. Se prevé que la reu n ió n dure desde las 17 hasta
las 21 horas.
A partir del día siguiente, Ju a n trabajará sobre u n a proteína
d eterm in ad a. A José le interesa m ucho que Ju a n se especialice
en el estudio de ciertas proteínas, p orque tiene algunos proyec­
tos para el futuro y hay técnicas que nadie conoce en Buenos Ai­
res, a pesar de que el laboratorio de José está dentro de u n insti­
tuto muy grande y prestigioso.
Así, R ichard, uno de los tipos más próxim os a J o h n (el que
más se pasó con los whiskies la noche de bienvenida), le va a en­
señar a Juan dos técnicas muy novedosas para el estudio de la que,
de allí en más, va a ser “su” proteína. Ya que estamos, a la proteína
114 El científico también es un ser humano

la vamos a llam ar ‘guanina”. Tam bién ayudará a Ju a n a en ten d er


cóm o funcionan u n p ar de aparatos nuevos que llegaron al lab o ­
ratorio hace unos meses, que costaron varios cientos de miles de
dólares y fueron recibidos gracias a un subsidio de algunos millo­
nes de dólares del Instituto Nacional de Salud.
Ju an , que es u n tipo muy astuto, se pone a trabajar de in m e­
diato, sobre todo alentado p or un a parte de la investigación, que
la va a h acer con la ayuda de Mary, que tam bién está haciendo
su posdoctorado. Mary es de C alifornia y, p a ra decirlo com o lo
debe de h a b e r pensado Ju a n e n ese m om ento, “está b á rb a ra ”.
Ambos avanzan bastante rápido (en todos los sentidos) y, al estu­
diar el m odo en que el gen ju a n in a sintetiza a la pro teína del
mismo nom bre, en cu en tran u n a anom alía muy rara. Lo consul­
tan con R ichard, p e ro éste no tiene idea de p o r qué o cu rre eso
y sólo piensa que Ju a n se distrajo más de la cuenta con Mary en
las largas noches invernales y m etió la pata en los experim entos.
P ero luego, c u an d o le llevan el tem a a J o h n , de in m ediato se
entusiasm a, saca u n par de vasos de whisky que tenía escondidos
detrás de u n a co m p u tad o ra portátil, y dice: “M uchachos, ¡esto
está muy bueno!”. Y agrega: “Vamos a tom ar una copa, y m añana
hablam os del tem a”.
Al día siguiente, cuando entra al laboratorio, y m ientras se
saca u n poco de nieve del sobretodo, les dice: “Esta p ro teín a
tiene u n a p ropiedad diferente a todas las otras. Hay que escribir
el paper muy rápido y m andarlo a u n joum al pesado” (la traduc­
ción que hago del inglés es muy lib re ).
La cosa es que Ju a n sigue trabajando sobre el tem a d u ran te
tres años más, y publica, ju n to con Richard, Mary y John, algunos
artículos en revistas muy im portantes. C uando su beca está por
term inar, no sabe muy bien qué hacer. Por un lado, está muy có­
m odo en el laboratorio de Jo h n , quien le ofreció conseguirle
unos años más de financiam iento, gracias a u n grant (subsidio)
im portante que está p o r recibir. Por otro lado, Mary ha vuelto a
u n a universidad en California, d o n d e ya tiene u n cargo tenure
track (es d ecir q ue en unos años ten d rá u n puesto com o p rofe­
Ciencia y periferia 115

sora de p o r vida, muy b ien re m u n e ra d o ). P or otro lado, M aría,


su antigua novia de Buenos Aires, se recibió hace u n p ar de años
de odontóloga, y ya tiene u n consultorio con algunos pacientes
en la ciudad. Ambos tuvieron u n fugaz pero emotivo encuentro
cuando Ju a n viajó a la A rgentina a pasar las fiestas. Pero su duda
más grande es que José, el jefe del laboratorio, le prom etió u n la­
boratorio propio si vuelve. Va a ganar el 10% de lo que ganaría
en los Estados U nidos, y no va a ten er a su disposición los nuevos
aparatos que están p or llegar con el nuevo grant de John, pero las
ganas de volver se instalan con fuerza: em pieza a leer los diarios
p o r In ternet, se vuelve a interesar en los resultados del fútbol lo­
cal, recibe las fotos de los prim eros hijos de los am igos y, final­
m ente, se decide y vuelve.
Las prim eras sem anas en Buenos Aires son ambiguas: por un
lado, se satura de asados y de anécdotas con viejos amigos, con la
familia, y se instala en el d epartam ento de María. ¡Al fin un poco
de com ida real después de tanta chatarra acum ulada en los años
en el Norte! Por otro lado, se da cuenta de que las veredas están
rotas, de que necesita com prarse un autito con la plata ahorrada
p o rq u e los colectivos siguen de largo en las paradas, y vienen
siem pre llenos, y cada dos días le ro b an la cartera a alguna se­
ñora. Pero lo más inquietante es que los equipos nuevos que se
trajo gracias a u n convenio con el grupo de Jo h n están parados
en la A duana hace más de tres meses, porque faltan unas certifi­
caciones que debería firm ar un funcionario que está de licencia
p o r m aternidad hace u n año.
F inalm ente, se instala en el laboratorio que le h ab ían reser­
vado en la universidad. El espacio es bastante más chico de lo
prom etido: dos cuartitos de 3 x 4 m. No obstante, se las arregla.
Va conform ando su grupo con Ricardo, u n antiguo estudiante
que ya term inó su doctorado y que había pasado unos meses tra­
bajando con él en el laboratorio de Jo h n , y otros estudiantes más
de doctorado que se acercaron a él para pedirle orientación en
su tesis. Finalm ente, seis meses más tarde, puede sacar los equi­
pos de la A duana y llevarlos a la Facultad; de los tres que traía,
116 El científico también es un ser humano

u n o se estropeó p o rq u e lo dejaro n al aire libre en u n a caja de


m ad era y se m ojó con la lluvia (tal vez se p u e d a re c u p e ra r u n a
parte con u n técnico local que hace m ilagros), pero los otros dos
-lo s más caros- están intactos.
Entonces, se pone a trabajar en varios proyectos a la vez, todos
ligados al tem a en el que había trabajado en los Estados Unidos.
Así, de a poco se va convirtiendo en u n a autoridad en el tem a de
la p ro teín a ( “su ” p ro te ín a ), y eso le perm ite ir publicando u n a
serie de artículos ju n to con otros colegas, en p articular con Ri­
cardo, que está trabajando p o r u n año en el laboratorio de Jo h n
y ap ren d ien d o u n a técnica nueva. C uando Ricardo vuelve, trae
u n a noticia inquietante: en el laboratorio de J o h n h an descu­
bierto que otros dos genes tienen la m isma anom alía que el gen
‘ju a n in a ”. Le m an d an a Ju a n el b o rra d o r de un paper, y q ueda
fascinado: van a publicar ju n to s u n artículo con la com paración
de los tres genes y la form a en que se m anifiesta la anom alía.
Tam bién participa Joáo, u n brasileño de San Pablo que hizo su
posdoctorado con R ichard y que luego viajó a Río de Ja n eiro a
dirigir u n laboratorio con vista al m ar. Joáo trabajaba sobre otra
pro teína, que resultó ser “análoga” a la de Juan.
El paperya. está listo, y a la n o checita (hay 4 horas de d iferen ­
cia), Ju a n recibe u n e-mailen donde Jo h n le avisa que ¡lo acepta­
ro n en la revista Sciencel Ju a n llega com o loco a su casa (hace
unos meses se m udó con María a u n departam ento más grande,
con u n cuarto adicional, en donde ella instaló los tornos y otros
instrum entos de tortu ra para sus pacientes), y antes de que exci-
tadísimo le cuente todo a María , ella le da un sobre con análisis
médicos: están esperando un bebé.
Unos pocos años más tarde, Ju a n se ha convertido en el “cam­
p eó n m u n d ia l” de su gen-proteína: sabe exactam ente lo que le
ocurre de noche, de día, cuando hace frío y cuando hace calor,
cuando llueve, cuando sale el sol, cuando gana Boca y cuando
pierde River (o los equipos que el lector p refiera). H a publicado
más de veinte artículos sobre diferentes aspectos del tem a, algu­
nos en revistas muy im portantes. Se ha convertido tam bién en
Ciencia y periferia 117

m iem bro de la Com isión de su disciplina en el C onicet, y viaja


muy a m enudo a los Estados Unidos y a Francia, donde se instaló
Joáo, luego de u n p ar de años en Río, porque le ofrecieron un
muy b u en lugar de trabajo y adem ás se casó con u n a bioquím ica
francesa.
M ientras que Ju a n se convirtió en el hiperespecialista de su
p ro teína, el equipo de Jo h n (que está casi ju b ilad o y le dedica
más tiem po a sus nietos que al laboratorio, p ero que lo tiene al
fiel R ich ard com o hom bre-orquesta) se co n cen tró en el p ro ­
blem a conceptual: la anom alía en la expresión de los genes. Lo
p u d o h acer gracias a los m uchos años de trabajo en el tem a y a
unos veinte investigadores que lo siguen de cerca en su labora­
torio. Sin em bargo, esto tam bién fue posible porque otros, como
Ju an , le siguen enviando inform ación muy precisa sobre la do­
cen a de genes-p ro teín as que c o m p a rte n la anom alía. De h e ­
cho, hace unos cinco años, u n a gran em presa farm acéutica se
quiso asociar co n ellos, p o rq u e c o n esos c o n o c im ie n to s se
p u e d e p ro d u cir u n a nueva generación de drogas co n tra el cán­
cer. G racias a eso (y con el apoyo de u n a oficina m ilitar esta­
d o u n id en se interesada en el tem a p o r razones que preferim os
ig n o rar) p u d ie ro n c o m p ra r u n a p arato que hace análisis de
m oléculas a alta velocidad ( “estu d ia” varios cientos de ellas p o r
d ía), y que vale u n o s 300 m illones de dólares. C u an d o Ju a n
viaja al laboratorio para participar de un hom enaje a Jo h n y ve
el nuevo ap arato (high speed screening\o llam an) no lo p u e d e
creer: ¡la m áquina hace en u n día lo que a ellos m anualm ente
les lleva casi u n año!
Al cabo de u n tiem po, Ju a n se ha convertido en uno de los in­
vestigadores más reconocidos en la Argentina: su laboratorio se
agrandó y ya es u n o de los más im portantes del país; gracias a
que trabaja en proyectos con colegas de otros países, quienes lo
invitan a participar de grandes redes, puede renovar los equipos
de su laboratorio cada tanto. Sin em bargo, sigue más o m enos
trabajando sobre temas similares desde hace unos años, y lo invi­
tan a colaborar con esos conocimientos específicos, m ientras que los
118 El científico también es un ser humano

problem as conceptuales y las aplicaciones sociales y económ icas


son muy difíciles de lograr desde su grupo en Buenos Aires. A ve­
ces, a la m adrugada, m ientras repasa algunos datos del paper que
acaba de m andar a un a im portante revista europea, e intercam ­
bia saludos con u n a pareja de sus m ejores estudiantes (les tiene
m ucho aprecio: él estuvo presente cuando se pusieron de novios
hace unos cinco años, y ju n to s term inaron el doctorado bajo su
dirección) que hoy le avisan que no van a volver de su posdoc­
to rad o en In g laterra p o rq u e les ofrecieron trabajo en u n Pro­
gram a E uropeo de Investigación, y porque, adem ás, están espe­
ra n d o su p rim e r hijo, que será inglés; a veces, decíam os, se
pregunta para qué sirve tanto esfuerzo...

Barreras a romper

En los capítulos anteriores, repasam os un conjunto de p ro b le­


mas asociados con la ciencia m oderna: su surgim iento, el papel
social que desem peña, la relación con el desarrollo, lo que ha­
cen los investigadores dentro de sus laboratorios, y m iram os bre­
vem ente la Biblia de los científicos: los papers.
Para term inar ese largo recorrido vamos a considerar, al m enos
en unas pocas líneas (el tem a es antiguo y complicado), qué pasa
con la ciencia en diferentes países, para ver si sólo se trata de la in­
fluencia de la localización geográfica o si hay “algo m ás”. En reali­
dad, lo que me interesa -p ara ser sincero- es considerar qué pasa
con la ciencia en los países norm alm ente llamados “en desarrollo”
o “periféricos”, y en los de América Latina en particular.
Meterse en el tem a nos exige, ante todo, ro m p er con el prin­
cipio del universalism o. Si supusiéram os que la ciencia es algo
universal a secas, y qu e es in d ife re n te a los espacios sociales
donde se genera, no tendría ningún sentido pensar que en cada
país, en cada co n tex to , la ciencia es distinta, que el conoci­
m iento puede presentar diversas características y que el papel so­
cial del conocim iento tam bién funciona de u n m odo particular.
Ciencia y periferia 119

Los prim eros estudios sobre la ciencia en contextos periféri­


cos se d ed icaro n a observar la “difusión” de la ciencia occiden­
tal. El m odelo de difusión tuvo varias form as y autores, p e ro p o ­
dem os decir, com o característica general, que supone que hay
u n núcleo central de la ciencia m oderna, com puesto por Ingla­
terra, Francia, A lem ania y, en g eneral, los países del n o rte de
E uropa. Más tarde se incorporaron otros países europeos y, final­
m ente, los de Am érica del N orte (excluyendo a México, claro ).
Desde allí se fue d ifu n d ien d o la ciencia m o d ern a, p o r lo gen e­
ral a través de viajeros. Los viajeros e ra n de dos tipos: los “avan­
zados” (es decir, los que venían de países más avanzados) que
iban a desarrollar sus disciplinas en países periféricos, y los cien­
tíficos de países “m arginales” que se iban a form ar en los países
centrales.
Desde esta perspectiva, habría un a especie de sendero único que
lleva al desarrollo de la ciencia m oderna, y que recorrerán todos
los países que lo estim ulen, más tarde o más tem prano. George
Basalla, en su artículo “T he spread o f w estern Science”, publi­
cado en la revista Science en 1967 (la m ism a revista en d o n d e
M erton publicó su trabajo sobre el ethos de la ciencia), señalaba
la existencia de tres estadios sucesivos para la difusión de lo que
él llama la “ciencia occidental”:

• Prim era fase: visitas de europeos a las nuevas tierras,


quienes observan y recogen la flora y la fauna,
estudian sus características físicas y se llevan los
resultados para Europa.
• Segunda fase: ciencia colonial, o dependiente, que
com ienza con el establecim iento de instituciones o
tradiciones propias de las naciones de la m etrópoli.
Los científicos “coloniales” (el térm ino se aplica en un
sentido general, incluso a contextos que no tuvieron
períodos coloniales) son europeos transplantados o
nativos, pero cuya educación transcurrió fuera del
contexto “colonial”.
120 El científico también es un ser humano

• Tercera fase: el establecim iento de una tradición (o


cultura) científica independiente, que debe luchar
contra las resistencias locales frente a la ciencia, la
falta de u n rol específico para los científicos, la falta
de claridad en las relaciones entre la ciencia y el
gobierno, la necesidad de form ar científicos
localm ente, entre otras dim ensiones.

Estas ideas fo rm aro n p a rte de cierto “sentido c o m ú n ” d u ran te


varias décadas, en g ran m edida por su proxim idad con las teo­
rías del desarrollo que analizam os en el capítulo 2. En efecto, es
fácil advertir la “m arca” de un sendero en el cual existen contex­
tos “avanzados” y contextos “atrasados”, den tro de u n mismo -y
ú n ico - m odo de desarrollar la investigación científica.
Las ideas difusionistas fueron muy discutidas y hoy nadie cree
realm ente que se p ueda analizar la ciencia en los países de m e­
n o r desarrollo a p a rtir de ese m odelo. P ero ello tuvo m uchas
consecuencias políticas (y las tiene en la actualidad, digam os de
p aso ). D urante m ucho tiem po las visiones convencionales de las
políticas científicas consideraron que era suficiente form ar un a
“masa crítica” de científicos, un a “m ano de o b ra ” científica, y do­
tarla de u n a cantidad m ínim a de recursos. Así, dados esos recur­
sos, y el tiem po necesario -varias décadas-, la ciencia en los paí­
ses en desarrollo fu n cio n aría del m ism o m odo que en el resto
del m undo. Eso está basado en la doctrina de u n a “República de
la C iencia” (p ropuesta p o r Polanyi e n 1962), según la cual el
hom bre lleva la ciencia -co m o parte de su cu ltu ra- dondequiera
que vaya, con total autonom ía de la geografía y los Estados.
El hecho de hab er discutido varios tem as en los capítulos p re­
vios nos sirve, ahora, para estar m ejor pertrechados p ara abordar
esta cuestión. Debemos ponernos de acuerdo en qué aspectos de
la ciencia en los países periféricos nos resultan más interesantes
para observar. Por ejem plo, podem os m irar a las instituciones, a
las organizaciones de científicos, a los m odos en que la sociedad
usa el conocim iento (o no lo usa, lo cual no es poco im portante).
Ciencia y periferia 121

En este caso, estaríamos dejando de lado todo lo que en capítulos


anteriores llamamos “aspectos cognitivos” del conocim iento, y nos
quedaríam os solamente con los aspectos, digamos, externos. Eso
es im p o rtan te, sin dudas, p ero si lo hacem os, no estarem os en
condiciones de responder a la preg u n ta que más nos preocupa y
nos motiva: ¿para qué le sirve la ciencia a un país periférico?
P o r cierto, podrem os saber muy bien cuándo se crearon las di­
ferentes instituciones, cuántos investigadores hubo y hay, cuánta
plata gastaron y gastan, entre otras cosas. Pero, p o r más que des­
arrollem os prolijos y cuidadosos m ecanism os estadísticos para
m edir la cantidad de artículos que publican los investigadores o
los grupos, sólo tendrem os u n acceso ficticio a la “p ro d u c c ió n ”
de la ciencia. Por ejem plo, si buscam os la cantidad de artículos
que se publicaron sobre u n tem a determ inado, eso no nos dice
absolutam ente n ad a acerca de quiénes p articip aro n en dichas
investigaciones, con qué fondos fu ero n solventadas y, lo más cru­
cial, qu ién usó o p o d ría usar el conocim iento del que se habla
(porque, com o ya dijimos, los papers no “son” el conocim iento).

Ciencia y periferia

A hora ya podem os preguntarnos acerca de lo que pasa con la


ciencia en los países periféricos desprovistos de los ideales u n i­
versalistas y, ya que estamos, nos dejam os de eufemismos y habla­
mos red o ndam ente de América Latina, que es lo que más nos in­
teresa. Podem os partir de dos form ulaciones diferentes:

• La ciencia que se genera en los países periféricos está


m arcada p o r razones, causas y culturas locales, pero
no es necesariam ente “periférica”, sino u n a ciencia
“e n ” la periferia.
• La ciencia que observamos en esos países tiene
características propias y específicas, y podem os p o r lo
tanto hablar de u n a “ciencia periférica”.
122 El científico también es un ser humano

Según la prim era afirm ación (sostenida, p o r ejem plo, por el his­
to ria d o r p e ru a n o M arcos C ueto), hab lar de u n a ciencia perifé­
rica im plica que el conocim iento científico de los países atrasa­
dos es m arginal al acervo del co n o cim ien to en térm in o s de
recursos, n ú m ero de investigadores y calidad de los tem as estu­
diados. Por el contrario, pro p o n e los térm inos de “ciencia en la
periferia” y, sobre todo, de “excelencia científica en la p eriferia”
p a ra resaltar que el trabajo científico en estos países tiene sus
propias reglas, que no d e b en ser en ten d id as com o síntom as de
atraso o m odernidad, sino com o parte de su propia cultura y de
las interacciones con la ciencia internacional. Así, es necesario
reco rd ar que la distancia actual que existe entre la ciencia de los
países desarrollados y la de algunos países subdesarrollados no
fue tan am plia en el pasado, y que esta separación h a ten d id o
más bien a crecer en los últim os cuarenta años.
Es interesante la reflexión de Cueto acerca de la distinción de
u n a excelencia científica en la periferia, puesto que p one de ma­
nifiesto el carácter hetero g én eo de las com unidades científicas
locales. El atributo de “excelencia” es m ás discutible. Es cierto
que Cueto analiza algunos grupos que han sido am pliam ente re­
conocidos po r la com unidad internacional (el más em blem ático
es, sin dudas, el prem io N obel B ernardo Houssay en la A rgen­
tina) , pero considerar dicho reconocim iento com o la dim ensión
fundam ental para la distinción particular de u n a tarea “exitosa”
o “m o d ern a”, y p o r ello m enos periférica, puede resultar un a in­
terpretación sesgada.
Veamos la segunda perspectiva: algunos estudiosos intentaron
analizar la “naturaleza periférica” y el contexto sociocultural del
conocim iento científico para com prender cuáles son las razones
d e esa “cienciaperiférica”.L a antropólogaargentino-venezolana
H ebe Vessuri propuso distinguir tres niveles de análisis: el nivel
de los conceptos científicos, el de los temas de investigación y el
de las instituciones. El desarrollo conceptual tiene m enos posibi­
lidad de o c u rrir en A m érica Latina, p o r los riesgos que supone
la creación de conocim iento verdaderam ente nuevo, tanto en
Ciencia y periferia 123

térm inos de su costo económ ico com o intelectual. Adem ás, las
com unidades científicas de la periferia son más conservadoras
que las de los centros, trabajan casi exclusivamente d en tro de los
parám etros de la ciencia “no rm al”, en la resolución de rom peca­
bezas o enigm as cuya concepción fun d am en tal se da e n otras
partes.
Para Vessuri, en el plano de los temas de investigación, de las
disciplinas básicas, el aporte que están en condiciones de hacer
los científicos de la periferia, en especial en disciplinas “m adu­
ras”, está más en la aplicación de una ciencia, orientada p o r nece­
sidades sociales, que en u n a verdadera “ciencia p u ra ” percibida
com o “más científica”. Finalm ente, el nivel de las instituciones
científicas se sitúa en la consideración de sus relaciones con la
sociedad, e im plica el m odo en que se p o n e n en ju e g o relacio­
nes de p o d e r e n tre los hom bres, la determ inación de los m éto­
dos de trabajo, los m odos de transferencia y la difusión de la in­
form ación. Son la expresión con creta de las estructuras y las
m entalidades sociales que en gran m edida d an form a al m odo
de producción de los conocim ientos científicos. En definitiva, el
contexto sociocultural de la periferia parece o p e ra r com o u n a
restricción para la investigación.
T enem os, pues, dos m iradas b ien diferentes sobre el tem a:
u n a enfatiza que, bajo ciertas condiciones, el conocim iento pro­
ducido en la periferia p u ed e ser considerado “de excelencia”
p o r los líderes de la com unidad científica internacional. Esto es
cierto, y hay varios ejemplos que lo dem uestran. La otra m irada
enfatiza ciertas m arcas “estructurales” que nos señalan las limita­
ciones p ara g en erar espacios locales de p ro d u cció n de conoci­
m ientos que sean realm ente innovadores en relación con lo que
o cu rre en la ciencia internacional. Eso tam bién es cierto, y hay
m uchos ejemplos que lo confirm an.
Sin em bargo, ninguna de las dos m iradas term ina de confor­
m arnos. Por este motivo, com o el lecto r ya h ab rá advertido, va­
mos a presentar otro p u n to de vista en la próxim a sección.
124 El científico también es un ser humano

Las tradiciones científicas en la periferia

Veamos aquí algunas pistas que nos perm iten in terp retar el
cuentito con el que com enzam os el capítulo: el estudio (realista,
em pírico, de cerca, “m icro ”) de las tradiciones científicas en los
contextos periféricos nos m uestra algunos aspectos que vale la
pena reorganizar.
¿Qué es u n a “tradición científica”? La ciencia está gobernada
p o r tradiciones concretas de investigación, p o r “leyes de vida”, más
que p o r reglas, valores o esencias abstractos. A unque m uchas ve­
ces se ha opuesto “trad ició n ” a “racio n alid ad ”, la ciencia insti­
tuye “racionalidades”, lógicas apropiadas a determ inados contex­
tos y, si avanzam os en esta d irecció n , p o d em o s su p o n e r con
razón que estas racionalidades son, finalm ente, un com ponente
más de las tradiciones, de esas “leyes de vida”.
U na tradición reposa sobre un con ju n to de identificaciones
culturales (como la elección de los temas de investigación) que
condicionan ciertos m odos de c o m p re n d e r la ciencia y la p rác­
tica científica. Así son im portantes las relaciones con otros la­
b o rato rio s localizados en d ifere n te s contextos, los in tereses
exteriores a los laboratorios que p u ed en ser movilizados para el
desarrollo de investigaciones (organism os públicos, actores pri­
vados) , la im plicación de lo investigado en la resolución de pro­
blem as sociales, la evolución de las técnicas, etc. El peso de la
tradición puede resultar, p o r lo tanto, crucial: cuando un inves­
tigador se inscribe en un a corriente particular, debe reivindicar
el “lin aje” de sus predecesores con el objeto de p o n e r en prác­
tica cierto tipo de investigaciones, para ponerse él (o ella) mis­
m o com o “c o n tin u a d o r” de esa estirpe. U na tradición no se ex­
presa sólo en u n a relación de co n tin u id ad con los trabajos de
los predecesores. El investigador “h e re d e ro ” debe m ostrar sus
propios aportes específicos como m odo de legitimación, al mismo
tiem po que su pertenencia al m encionado linaje. U na tradición
no implica, así, la idea de u n a linealidad carente de rupturas que
adopta el supuesto del carácter acumulativo de los conocim ien­
Ciencia y periferia 125

tos. Por el contrario, u n a tradición im plica identificarse con la


herencia de “m aestros” a “discípulos” e innovar con aportes pro­
pios. Esta tradición puede ser “leída” en las prácticas cotidianas
de los laboratorios.
El proceso de form ación de los científicos resulta crucial, por­
que es p or m edio de ese verdadero proceso de socialización que
se van conform ando las estructuras de filiación, pilar fundam en­
tal de las tradiciones científicas. “Filiación” hace referencia a las
relaciones e n tre padres e hijos (o m adres e hijas, si sigo cierta
m oda un poco absurda de las ciencias sociales actuales, que p re­
tende corregir los sesgos de género en el discurso...), lo que en
la ciencia significa “m aestros y discípulos”.30’31
A hora bien, un a tradición científica no es autónom a del con­
texto local en el cual se desarrolla, sino, más b ien -y contraria­
m en te-, no puede ser explicada sin referencia a las di m ensiones
socio-institucionales en las cuales u n a tradición se constituye, así
a com o los efectos que su constitución im plica en térm inos de la
dinám ica de ese m ismo contexto, de los posicionam ientos de
otros actores significativos, de la movilización de recursos dispo­
nibles, de las configuraciones políticas, económ icas y culturales
que de allí resultan.
Ahora, si observamos estas tradiciones científicas en los con­
textos periféricos, verem os que, en la m ayor p arte de los casos,
se construyen con u n vínculo más o m enos fuerte respecto de
tradiciones localizadas en países centrales. Por lo tanto, el análi­

30 Ya no voy a poner en lo sucesivo “maestras y dlscípulas’’, el lector


sabrá entender que me refiero a todos los géneros posibles por
Igual, y sin ninguna discriminación, ni positiva ni negativa... ¡Ay!
¿Por qué el español perdió el género neutro del latín?
31 Hace años entrevisté a un Investigador Inglés, quien me dijo que era
discípulo de una Investigadora muy Importante, Dorothy Hodgkln (la
que descifró la estructura de la Insulina). Ella, a su vez, era dlscípula
-y amante, ya que no sólo de ciencia vive la gente- de John Bernal.
De modo que este Investigador me explicó que él era “nieto científi­
co’’ de Bernal...
126 El científico también es un ser humano

sis de estas relaciones concretas entre tradiciones centrales y pe­


riféricas no es un elemento más, sino que resulta crucial para compren­
der la dinámica de la ciencia en la periferia.

CANA

No m e refiero aquí a la fam osa expresión rioplatense “Araca la


C an a” (que incluso dio su n om bre a u n a conocida m urga u ru ­
guaya) . No. Es, desgraciadam ente, un poco más pedestre: CANA
significa “C onocim iento Aplicable No A plicado”, y es aquello
que caracteriza a una parte del conocim iento que se produce en
todo el m undo, p ero m ucho más en los países en desarrollo o
periféricos.
Com o vimos en los prim eros capítulos, en líneas generales,
los organism os de planificación y prom oción de la ciencia sepa­
ran a la ciencia básica -aq u e lla que busca c o m p re n d er y expli­
car los fen ó m e n o s del m u n d o físico, n a tu ra l o so cial- d e la
ciencia ap licada -a q u e lla qu e p re te n d e , p recisam en te, apli­
carse a la resolución de problem as específicos-. Responde, más
bien, a la p re g u n ta “p a ra q u é ”. Ya dijim os antes que esta sepa­
ración m ereció m uchas críticas, sobre todo p o rq u e es muy difí­
cil separar en la práctica los aspectos “básicos” de los “aplicados”;
m uchos hablan hoy e n d ía de “tec n o cien c ia ” p a ra m o strar la
com plejidad del asunto.
Sea com o fuere, las instituciones siguen estableciendo esta dis­
tinción. Veamos u n ejemplo: u n a parte básica de la investigación
sobre la enferm edad de Chagas sería la descripción de los meca­
nismos p o r los cuales el parásito ( Trypanosoma cruzi) actúa en el
cuerpo de los mam íferos. En cam bio, buscar u n a m olécula que
logre neutralizar a ese parásito (que lo m ate, o que le im pida re­
producirse, o algún o tro m ecanism o), lo que serviría p a ra p ro ­
ducir u n a droga que cure la enferm edad, sería u n a investigación
“aplicada”. Luego, la puesta a p u n to de esa m olécula para que la
d ro g a se venda en las farm acias (lo g rar u n a pastilla adm inis-
Ciencia y periferia 127

trable que llegue a donde pu ed a actuar, sin toxicidad, a u n pre­


cio razonable) sería “desarrollo tecnológico”.
H ace algunos años, con algunos colegas nos p reguntam os
cóm o se distribuían las investigaciones en la A rgentina. Supusi­
mos que, aproxim adam ente las tres cuartas partes serían básicas,
u n a q u in ta p arte, “aplicada”, y el resto, desarrollo tecnológico.
Sin em bargo, lo que encontram os fue sorprendente: más de dos
tercios de las investigaciones se declaraban “aplicadas”, el resto
eran en su mayoría básicas, y un a parte correspondía al “desarro­
llo ”. Decidimos entonces ver más de cerca qué pasaba con esas
investigaciones “aplicadas”. Y descubrim os que, en realidad, era
más adecuado llamarlas “aplicables”, porque la enorm e mayoría
de ellas nunca se aplicaba de veras.
Nos preguntam os, entonces, ¿por qué o cu rre esto? Descarta­
mos de entrada el hecho de que los investigadores fueran m enti­
rosos en masa, o que no les interesara en absoluto si los conoci­
m ientos que ellos p ro d u cían ten ían alguna utilid ad real. Sin
em bargo, si esto no ocurre de m anera aislada sino de un m odo
sistemático, entonces vale la pen a indagar u n poco más profun­
dam ente. Veamos tres breves ejemplos, muy diferentes según las
instituciones en las cuales se realizaron:32

1. En u n laboratorio de la Facultad de Ciencias


Bioquímicas y Farm acéuticas de la Universidad
Nacional de Rosario y el Conicet obtuvieron, en 1992
y después de casi un a década de investigaciones, un
maíz transgénico resistente a u n herbicida, a p artir de
un a variedad híbrida nacional.

Este desarrollo fue el prim ero que se logró en Am érica Latina, lo


que brindó al grupo de investigación dos ventajas: p o r u n lado,

32 Agradezco a mis colegas Leonardo Vaccarezza, Hernán Thomas y


Patricia Rossini, quienes me permitieron utilizar sus investigaciones
para ¡lustrar estos ejemplos.
128 El científico también es un ser humano

se posicionaba como pionero en cuanto a las capacidades técni­


cas disponibles; p o r el otro, aum entó su prestigio en el cam po
de la biología m olecular aplicada a la biotecnología. Sin em ­
bargo, la especie modificada tenía un bajo rendimiento productivo y, por
lo tanto, un bajo atractivo comercial, y requería u n mayor desarrollo
p o r u n período incierto de tiem po.
Corolario: después de m últiples intentos (negociaciones con
u n a em presa cerealera nacional, obtención de fondos públicos
para continuar el desarrollo, negociaciones con asociaciones de
productores rurales, etc.), la variedad de maíz no llegó jam ás a
producirse en el país.

2. U no de los laboratorios de biotecnología del INTA


(Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria)
com enzó, en 1987, los trabajos para el desarrollo de
u n a variedad de papa transgénica. Com enzó con u n
intercam bio científico franco-argentino (Instituto
Versalles del INRA de Francia, Instituto de
Biotecnología del INTA y el Ingebi [Instituto de
Investigación en Ingeniería G enética y Biología
M olecular], u n centro del C onicet). El instituto
francés proveyó el entrenam iento a los investigadores
locales y transfirió la tecnología para la continuidad
del trabajo en el país.

Al cabo de u n tiem po se logró rep ro d u c ir las plantas transfor­


madas en el interior del laboratorio, p ero no se se podía avanzar a la
fase de ensayos de campo. Los investigadores buscaron llevar ade­
lante dicha fase en colaboración con u n a estación experim en­
tal agronóm ica p e rte n ec ie n te al INTA, enclavada en la prin ci­
pal z o n a de p ro d u c c ió n p a p e ra d el p aís y q u e n u c le a los
program as de m ejoram iento vegetal y m anejo agronóm ico de
este cultivo.
Corolario: debido a la inexistencia de vínculos institucionaliza­
dos y de financiam iento se dificultó el com prom iso p o r parte del
Ciencia y periferia 129

personal científico-técnico de la estación experim ental y no se


pudo concluir con los ensayos.

3. A com ienzos de la década de 1980 la em presa INVAP


(Investigaciones Aplicadas) y el D epartam ento de
Reactores de la CONEA (Comisión Nacional de
E nergía Atómica) encararon el estudio y desarrollo de
u n reactor nuclear de baja o m ediana potencia. Se lo
llamó “CAREM”.

El objetivo explícito era aprovechar la experiencia acum ulada


en am bas instituciones d u ran te el desarrollo y la construcción
de reactores de experim entación, así com o la experiencia de la
agencia gubernam ental en la operación de centrales nucleoeléc-
tricas. Los investigadores realizaron u n a evaluación que implicó
el análisis de la calidad y la utilización de los equipos operados
p o r el sector nuclear en el m undo, y concluyeron que existía un
“espacio de m erc ad o ” en tre los p equeños reactores utilizados
p o r las agencias de investigación y los equipos de gran potencia
empleados para la producción de energía. Los investigadores pre­
te n d iero n g e n erar u n p ro d u cto que p u d iera te n e r aplicación
“m últiple”: para la investigación científica, para el entrenam iento
de operadores de centrales de potencia o para la producción de
energía. En este últim o sentido (siem pre según los investigado­
res) , la energía debía resultar suficiente para la alim entación de
la red eléctrica, “con u n costo que resulte competitivo frente a las
otras fuentes de energía disponibles”.33
Corolario: no se ha vendido ningún CAREM, aunque las autori­
dades de INVAP se em peñan en destacar que ha habido “contac­
tos p ro m e te d o re s ” co n distin to s go b iern o s. Los directivos de
INVAP y los investigadores de la CONEA explicitan tres tipos de

33 Por cierto, esta historia no desmerece a INVAP, ya que en otros


tipos de desarrollos fueron muy exitosos, y los vendieron a Egipto,
Australia, etc.
130 El científico también es un ser humano

razones que explicarían el fracaso comercial del proyecto CAREM.


El p rim ero es de o rd en contextual global, y ap u n ta a la retrac­
ción, a nivel m undial, en la inversión en el sector nuclear, como
consecuencia del desastre de Chernobyl. El segundo se refiere a
las políticas de investigación y desarrollo nacionales y alude a la in­
terru p ció n del Plan N uclear A rgentino. El tercero es de o rd en
técnico-institucional, y señala la ausencia de un prototipo del reactor
en funcionamiento.

En los tres casos es claram ente observable la construcción de un


“usuario p otencial”. De hecho, en todos se realizaron operacio­
nes de “análisis y evaluación” de u n m ercado potencial, y u n a
idealización de los nichos o las necesidades que allí existirían.
En los tres es posible identificar u n alto grado de voluntarism o
respecto de la producción de un a oferta aplicable. En realidad,
m uchas de las dificultades que los p ro d u cto res de conocim ien­
tos e n cu e n tra n , en cualquiera de los casos considerados -y en
muchísim os otros que podríam os analizar-, para lograr pasar de
la “aplicabilidad” al “uso social” del conocim iento tienen su ori­
gen en las determ inaciones del entorno y de la dinám ica particu­
lar de u n contexto periférico.
En estos contextos, la falta de “institucionalización” de in te r­
acciones y prácticas hace que cada em p ren d im ien to aparezca
com o u n a experiencia piloto que no logra estandarizarse o es­
tabilizarse. ¿Por qué? En b u e n a m edida, p o rq u e p red o m in a lo
que se conoce com o “régim en disciplinario” con respecto a lo
que podem os llam ar “investigación in sertad a en la sociedad”.
Dicho de otro m odo: en el régim en disciplinario las investiga­
ciones se legitim an sólo p o r su valor d e cono cim ien to , p o r la
o p in ió n de los colegas, en congresos, revistas científicas, etc.
En la investigación qu e se in se rta e n la sociedad, la legitim a­
ción del conocim iento se d a p o r su uso en otros contextos, p o r
el valor q ue le otorgan otros actores. Así, en contraposición al ré­
gim en disciplinario, la articulación de otro régim en, que p o d e ­
mos llam ar “transversal” - e n el sentido que excede y atraviesa
Ciencia y periferia 131

las p a re d e s de los lab o ra to rio s-, es m u ch o más p ro p icio p a ra


que se p roduzca u n a utilidad efectiva de los conocim ientos que
se p ro d u ce n localm ente.34
Llam em os la atención sobre el hecho de que la existencia de
CANA (les recuerdo, Conocim iento Aplicable No Aplicado) en
sociedades periféricas tiene consecuencias perversas. La más evi­
d en te de ellas es el hech o de que la utilidad m ism a del conoci­
m ien to en la sociedad es p u e sta e n cuestión; y d e allí hay u n
breve paso hacia el cuestionam iento del proceso mismo de pro­
ducción de conocim ientos. La p regunta que resum e este dilem a
p u e d e form ularse así: ¿por qué razón u n a sociedad en d o n d e
u n a p arte de sus habitantes padece m iseria y h am bre debe sol­
ventar los costos crecientes de la investigación científica y tecno­
lógica si no se beneficia de sus productos?

Integración subordinada.
¿Una nueva división internacional del trabajo científico?

La historia ficticia de Juan nos habla de un mecanismo típico de la


ciencia en la periferia, y que hace unos años propuse definir como
“integración subordinada”. Como vemos, la expresión tiene dos
partes: la prim era opondría “integración” a “m arginalidad” o “ais­
lam iento”. La segunda, “subordinación” a “relación entre pares” o
“independencia”. Cuando mostramos las relaciones que Ju an fue

34 El sociólogo Terry Shinn los llamó “Research-technology communl-


tles” (“comunidades de Investigación y tecnología” sería una traduc­
ción aproximada), y su característica es que el conocimiento se pro­
duce en múltiples espacios Institucionales, en contraposición a los
regímenes disciplinarlos, que se desarrollan dentro de los laborato­
rios, en congresos de especialistas y en revistas científicas (T. Shinn
y B. Georges, “The Transverse Science and Technology Culture:
Dynamics and Roles of Research-technology”, Social Science
Information, vol. 41, n° 2, págs. 207-251,2002).
132 El científico también es un ser humano

estableciendo a lo largo de los años con algunos de los grupos más


prestigiosos de su especialidad, vimos que una parte de los investi­
gadores de los países de cierto desarrollo relativo -com o la Argen­
tina-, lejos de estar aislados de la com unidad científica internacio­
nal, se encuentran fuertem ente integrados y colaboran de m anera
activa en proyectos internacionales, publican ju n to con sus pares
de los centros más prestigiosos del m undo y son muy reconocidos
en todos esos foros. ¡Ojo! No todos los investigadores están efectiva­
m ente integrados, sólo los más prestigiosos, es decir, los que, den­
tro de u n contexto periférico, se pueden relacionar con éxito con
los centros más im portantes a nivel internacional.
No es casual que hayamos dado el ejem plo de un a m igración
tem poraria al extranjero, y de la relación especial que establece
u n investigador con los referentes internacionales de un tem a -o
u n c am p o - en particular. Este mecanismo es la vía más frecuente
p ara que los científicos desplieguen las estrategias de in teg ra­
ción in ternacional, es decir, de internacionalización. A ntigua­
m en te, c u an d o los d o cto ra d o s no estaban aún in stitu cio n ali­
zados en A m érica L atina, los jóvenes investigadores se iban al
ex terio r p ara h acer sus tesis. Más adelante, com enzaron a rea­
lizar el d o c to ra d o e n sus países de o rig en (A rgentina, Brasil,
México, Chile, V enezuela), y el posdocen el exterior.
Breve paréntesis: com o es b ien sabido, u n a p arte de los que
em igran n o vuelven a sus países de orig en . Este fen ó m e n o es
conocido com o fuga de cerebros o de talentos. Las razones por
las cuales los científicos que se van p o r u n tiem po term in an ra­
dicándose de m an era definitiva en instituciones de países más
avanzados son m últiples, y tienen que ver en m uchos casos con
decisiones individuales. Pero hay u n a serie de razones objetivas,
tam bién, que podem os sintetizar en los siguientes puntos:

a) Razones de o rd en político: aunque en las últim as dos


décadas todos los países latinoam ericanos viven bajo
regím enes dem ocráticos, esto no fue así en el pasado,
y los diversos gobiernos m ilitares y /o autoritarios
Ciencia y periferia 133

fueron la causa de la em igración de m uchos


investigadores (y de otras personas tam bién, claro).
b) Diferencial de recursos: como hem os visto en nuestra
historia-ficción, la diferencia en la disponibilidad de
fondos es tan enorm e, que m uchos investigadores
prefieren no reto rn a r a sus países, p orque saben que
las restricciones presupuestarias que deberán afrontar
im pedirán la solución de algunos problem as de
investigación.
c) Debilidades institucionales: aun cuando los
investigadores estén en condiciones de conseguir
recursos para reto rn ar a sus países de origen, las
instituciones en donde podrían insertarse sufren
frecuentes inestabilidades, los salarios son bajos y las
form as de reclutar jóvenes investigadores, muy
dificultosas, entre otras causas.
d) Ultim o, pero muy im portante: las estrategias explícitas
de captación de científicos de los países más
desarrollados. Esto, lejos de ser u n a “arenga
antiim perialista”, form a parte, al m enos desde hace
unos veinticinco años, de las declaraciones en
docum entos oficiales de países europeos y de los
Estados Unidos: necesitan más científicos e ingenieros
que los que ellos mismos form an, y por ese motivo los
deben reclutar profesionales en los países más
avanzados dentro del contexto periférico.

La em igración perm anente tiene diversas consecuencias, casi to­


das negativas, para el país de origen. En prim er lugar, dificulta la
consolidación de las tradiciones científicas en los países periféri­
cos porque, si u n a parte de los investigadores que se form an en
u n a generación abandona el país (sin que la selección de quie­
nes se q u ed an y quienes se radican e n el ex terio r se haga sobre
la base de la calidad o de la orientación tem ática), la reproduc­
ción de los grupos se debilita.
134 El científico también es un ser humano

La segunda consecuencia -q u e no deja de ser una paradoja- es


que los países en desarrollo term inan financiando una parte de la
investigación que se realiza en los países centrales, ya que form ar
a un investigador (que norm alm ente requiere más de veinte años
de escolarización) implica una inversión muy im portante.
Algunos estudiosos p refieren ver el vaso m edio lleno y seña­
lan q u e la fuga de c ereb ro s p ro p o rc io n a o p o rtu n id a d e s que
p u e d en ser aprovechadas p o r quienes se q u ed an en sus países
de origen: en la m edida en que los em igrados m antengan con­
tacto con sus colegas nacionales, p u e d en servir de “p u e n te ” o
de in term ediarios e n tre los investigadores locales y la com uni­
d ad científica in ternacional. Así, en vez de h ab lar de “fuga de
ta le n to s”, p re fie re n referirse a u n “m odelo de d iá sp o ra ” que
p u ed e ser beneficioso.
Me parece o portuno reproducir un excelente texto, muy sig­
nificativo, tanto p o r lo que dice com o p o r “q u ié n ” lo dice: se
trata de Oscar Varsavksy, de quien hablam os en capítulos ante­
riores. En 1969, este quím ico y m atem ático argentino, escribió
u n libro revelador y provocador en varios sentidos, Ciencia, polí­
tica y cientificismo. Dice Varsavsky:

Piénsese en lo trillado o nítido del camino que tiene que


seguir un joven para llegar a publicar. Apenas graduado, se
lo envía a hacer tesis o a perfeccionarse al hemisferio Norte,
donde entra en algún equipo de investigación conocido.
Tiene que ser rematadamente malo para no encontrar
alguno que lo acepte. [...] Allí le enseñan ciertas técnicas de
trabajo -incluso a redactar papers-, lo familiarizan con el
instrumental más moderno y le dan un tema concreto
vinculado con el tema general del equipo, de modo que
empieza a trabajar con un marco de referencia claro y
concreto. [...]
Si en el curso de algunos años ha conseguido publicar
media docena de papers sobre la concentración del ion
potasio en el axón de calamar gigante excitado, o sobre la
Ciencia y periferia 135

correlación entre el número de diputados socialistas y el


número de leyes obreras aprobadas, o sobre la
representación de los cuantificadores lógicos mediante
operadores de saturación abiertos, ya puede ser profesor en
cualquier universidad y las revistas empiezan a pedirle que
sirva de referee o comentarista.

C errem os el paréntesis sobre la fuga de cerebros, y volvamos al


tem a anterior, la integración subordinada.
D urante los prim eros años del siglo XX, los investigadores se
form aban en el seno de los laboratorios fundados p o r los “pione­
ros” locales, y luego em igraban, du ran te u n tiem po, para realizar
sus estudios de doctorado en el exterior. A su regreso, form aban
sus p ro p ios laboratorios, a veces aprovechando las condiciones
locales, a veces luchando contra ellas, pero en todos los casos re­
forzando, a pesar de las frecuentes intervenciones estatales, la re­
producción de las tradiciones de investigación locales. Esta m o­
dalidad tiene dos consecuencias p ara la ciencia en los países
periféricos. En p rim er lugar, los investigadores que están fuerte­
m ente “in te g rad o s” a la ciencia internacional trabajan - e n un a
p o rció n im p o rta n te - en líneas específicas que constituyen una
parte de problem as conceptuales mayores. Así, especifican los de­
talles de esa porción de conocim iento y p o n en en práctica p rue­
bas y ex perim entos que, al ser im portantes p ara el desarrollo
global del problem a, no im plican p e r se avances significativos en
térm inos conceptuales. Como señalamos, el tipo de integración
resultante se denom ina subordinada, en la m edida en que la elec­
ción de las líneas de investigación, la visión de conjunto de los
problem as conceptuales y, tam bién, sus utilidades reales o poten­
ciales están som etidas a un a fuerte dependencia de los dictados
de los centros de referencia, localizados en los países más des­
arrollados. U na consecuencia im portante se observa en la defini­
ción de las agendas de investigación: los grupos localizados en
los países periféricos suelen te n e r u n m argen de negociación
acotado en la orientación y los contenidos de las investigaciones
136 El científico también es un ser humano

que son objeto de las colaboraciones internacionales. Esas agen­


das suelen responder, en u n sentido general, a los intereses so­
ciales, cognitivos y económ icos de los gru p o s e in stitu cio n es
“centrales”.
D entro de esta dinám ica, los grupos de investigación se legi­
tim aban en su contexto local -su “pago ch ico ”- a p a rtir de dos
tipos de consideraciones: la relevancia social de sus investiga­
ciones y la excelencia y visibilidad in ternacional, es decir, u n a
tensión constante entre las dim ensiones externas e internas que
contextualizan la producción de conocim iento.
A ctualm ente la U nión E uropea, en u n a especie de com peten­
cia con los Estados Unidos, ha creado u n conjunto de iniciativas
de financiam iento muy diferentes a las desplegadas hasta ahora.
De los proyectos en los que participaban unos pocos científicos
pasaron a grandes redes de hasta 500 investigadores. Frente al pa­
noram a descrito, vale la pena preguntarse, pues, ¿qué consecuen­
cias tiene la participación de científicos latinoam ericanos en esas
“m ega red es”? Resulta evidente que la tradicional m odalidad de
“integración subordinada” se ve modificada en varios sentidos:

a) U na restricción en los m árgenes de negociación de los


grupos periféricos, que deben integrarse a amplias
redes, cuyas agendas ya están fuertem ente
estructuradas por las instituciones financiadoras y p o r
los actores públicos y privados que actúan allí.
b ) U n fuerte proceso de “división internacional del
trabajo” que asigna a los grupos localizados en los
países periféricos actividades de un alto contenido y
u n a especialización técnica, pero subsidiarias de
problem as científicos y /o productivos ya definidos
previam ente. Se ha producido cierta deslocalización del
trabajo científico, al trasladar hacia la periferia una
parte de las actividades científicas muy especializadas y
que requieren de alta destreza técnica, pero que
tienen, en últim a instancia, un carácter rutinario.
Ciencia y periferia 137

Lo que se negocia en estas m ega redes son, a m enudo,


los térm inos de u n a subcontratación.
c) Los grupos de investigación de la periferia que
participan de las m ega redes aum entan de m anera
significativa sus recursos, lazos de integración y,
tam bién, la reproducción am pliada de los nuevos
científicos que se incorporan y se form an den tro de
este nuevo esquem a. Sus estancias en los centros de
excelencia internacionales suelen consistir en
períodos de entrenam iento en nuevas técnicas y
m étodos que habrán de desarrollar a su regreso al país
de origen. No cualquiera puede ser sujeto (u objeto)
de la subcontratación: se requiere hab er alcanzado u n
nivel de excelencia valorado p o r los pares de la
com unidad internacional.

Las tres características del nuevo m odelo nos llevan a conside­


rar que la mayor tensión aparece en térm inos de la relevancia lo­
cal de las investigaciones, es decir, de su utilidad p ara la sociedad
en la que están insertadas, en la m edida en que este nuevo m o­
delo de internacionalización deja u n escaso m argen para aten ­
d er la form ulación de problemas sociales en térm inos de problemas
de conocimiento.
Para los científicos latinoam ericanos, en la m edida en que las
agendas de investigación se definen en otros contextos, las posi­
bilidades de producción de conocim iento -p u b licació n - van de
la m ano de los aportes que ellos puedan hacer a la “com unidad
in tern acio n al”, tom ando com o “m o d elo ” -te ó ric o o em pírico-
ios tópicos que ya han sido definidos com o relevantes para la so­
ciedad local. El aprovecham iento de esos modelos en las prácticas
de desarrollo local de las sociedades periféricas se convierte, así,
en u n a abstracción siem pre proyectada hacia u n incierto futuro.
Epílogo

En los capítulos anteriores nos fuim os m etiendo con


los diferentes aspectos sociales que m ueven, cada día, a la in ­
vestigación científica a g enerar conocim ientos. Y, sobre todo,
h em os conocido a esos sujetos qu e p a re ce n tan p articulares:
los investigadores, técnicos y estudiantes. Com o señalamos al co­
m ienzo, la idea es m ostrar “la o tra cara ” de las im ágenes que
n o rm alm en te circulan e n tre la g e n te que n u n c a e n tró en un
lab o rato rio de investigación científica. Esas im ágenes fu ero n
creadas p o r diferentes m ecanism os a lo largo de los siglos. C ono­
cemos, p o r ejem plo, al científico loco de los dibujos anim ados,
que a veces es “b u e n o ” y parece un superhéroe que genera vacu­
nas o autos no contaminantes, y a veces es malísimo y quiere usar
la ciencia para “d o m inarrrr el univerrrrso”.
Tam bién el cine y la literatura fueron m ostrando diversos es­
tereo tip o s de la ciencia. U no de los más novedosos es el de las
series policiales en las que la ciencia es puesta “al servicio de la
justicia”, y así policías e investigadores científicos b o rran sus d i­
ferencias (ya no se sabe cuál es cuál) para atrapar a delincuentes
que, si esos conocim ientos no existieran, a n d arían libres p o r el
m u n d o m atando, violando o ro b an d o alegrem ente. A p ro p ó ­
sito: es interesante observar en esas series (pero el tem a es viejo)
cóm o las disciplinas parecen no existir, se confunden y cualquier
investigador recibe el rótulo genérico de “científico”. No encon­
tram os (como en la vida real) a físicos, biólogos, genetistas, quí­
micos, bioquím icos, sino que todos parecen haber estudiado la
misma carrera universitaria: son científicos y punto.
140 El científico también es un ser humano

Sin em bargo, no son sólo los m edios de com unicación -lo que
se llam a en la je rg a “industria cu ltu ral”- los que arm aro n esas
im ágenes idealizadas (para bien y para mal) de la ciencia y de los
científicos. Desde el p ropio m u n d o académ ico, historiadores,
filósofos de la ciencia y otras especies tam bién contribuyeron a
m ostrar que había una cosa llam ada “ciencia”, otra llam ada “co­
nocim iento”, y cuestiones tales com o “teorías” o “m étodos” que
p arecían surgir p o r arte de m agia o com o el fruto del trabajo
de personalidades excepcionales que actuaron con heroísm o (o
m aldad) fu e ra de to d o co n tex to social, económ ico, cultural,
religioso, ideológico.
Por eso, el objetivo que perseguim os con este libro es doble.
Por u n lado, hum anizar todas esas imágenes, que suponen ideali­
zaciones ficticias, y m ostrar, p o r el contrario, que los científicos
tam bién hacen pis, se resfrían, am an y odian, tejen alianzas y se
pelean, y trabajan en instituciones tan “norm ales” de la sociedad
como las compañías de seguros, los talleres mecánicos o las agen­
cias que venden autos. Es decir que son sujetos sociales com o to­
dos los demás. Así, si entendem os a la ciencia como una actividad
social, no la podem os imaginar como una cosa “n eutra” y objetiva
respecto de los valores, intereses, necesidades y conflictos de las
sociedades: está com pletam ente atravesada por ellos.
Por otro lado, queríam os m ostrar la perspectiva que u n a co­
rrie n te de estudios en p a rtic u la r fue a rm a n d o a lo largo del
tiempo: los llam ados “estudios sociales de la ciencia y la tecnolo­
g ía”. Estos estudios p re te n d ie ro n , desde el ám bito académ ico,
estudiar los diferentes aspectos que conform an a la ciencia m o­
d ern a y a su papel dentro de las sociedades. Dado que sus traba­
jos sobre las dinám icas de las ciencias sólo circulan para u n pú­
blico “iniciado”, que escribe en u n lenguaje propio - a m enudo
ininteligible-, pretendim os elegir algunos de sus ejes principales
p ara llevar la discusión a u n público más am plio. Desde ya, los
que nos dedicam os a estos estudios no somos privilegiados ni es­
tamos exentos de lo mismo que les cabe a nuestros colegas “cien­
tíficos de veras”: estam os atravesados p o r los mismos valores e
Epílogo 141

intereses que com partim os con la sociedad, las mismas (u otras)


dudas y las mismas (u otras) contradicciones.
A lo largo de los capítulos hem os recorrido diferentes aspec­
tos, com o el papel social de la ciencia m o d ern a de los últim os
siglos (¿para qué sirve la ciencia?); las form as en que se organi­
zan los científicos (cóm o se u n e n , alian y p elean ); la vida coti­
d ian a en sus lugares de trabajo (las m iradas de los intrusos en
los laboratorios); sus productos principales (¡lospapersl, que pa­
recen ser la justificación últim a de to d o ), y al final echam os un a
m irada a la ciencia en el m undo (in te n ta n d o m ostrar cóm o, a
pesar de que “todos somos iguales”, algunos parecen “más igua­
les que o tro s”) .
Es posible que m uchas preguntas acerca de la ciencia, acerca
de su funcionam iento y su papel social, sus form as de legitim a­
ción, sus usos, sus lim itaciones y sus desafíos no hayan sido res­
p o n d id as a lo largo de estas páginas. Si es así, ¡bienvenido sea!
Eso seguram ente estim ulará el lector a p rofundizar sobre estas
cuestiones. E n todo caso, el propósito estará cum plido si el lec­
tor, al reflexionar acerca del conocim iento y de la ciencia m o­
derna, al leer el artículo de un periódico que anuncia nuevos ha­
llazgos, al enterarse de am enazas que nos acechan, es capaz de
im aginar que todo eso no ocurre en galaxias lejanas, sino en es­
pacios sociales muy próxim os a nosotros, con personas que com­
p a rte n nuestras esperanzas y frustraciones, que no son m agos
ni genios sino trabajadores que están, muy a m enudo, a la vuelta
de casa.

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