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DEJAR DE FUMAR

Daniel Álvarez

Difícilmente podrían imaginar los primeros conquistadores


españoles que el tabaco que fumaban los habitantes de la recién
descubierta América se convertiría, cinco siglos después, en uno
de los mayores problemas de salud de todo Occidente. Cada año
cuatro millones de personas fallecen en el mundo por
enfermedades relacionadas con el consumo de cigarrillos. Aunque
parecen argumentos suficientes para evitar el tabaquismo, la
realidad nos muestra que el 40% de los quinceañeros españoles ya
ha probado el tabaco. La mitad de ellos fuma con regularidad.

Comprendo que dejar el hábito no es fácil, pues la nicotina se


encarga de que la adicción a los cigarrillos sea tan fuerte como la
que crea la cocaína o la heroína. Sin embargo, más de seis
millones de españoles ya han conseguido ganar el combate.

Las consecuencias del tabaquismo son múltiples y variables. Si


bien no todos los fumadores tienen por qué desarrollar una
bronquitis crónica ni un cáncer, lo cierto es que los perjuicios que
sufren son numerosos. El aparato respiratorio del adicto al tabaco,
por ejemplo, está mucho más expuesto a las infecciones que el de
una persona no fumadora, puesto que el humo neutraliza el eficaz
sistema defensivo de nuestro cuerpo a la vez que destruye los
pulmones. Las repercusiones de los cigarrillos en el corazón y el
sistema respiratorio no se quedan atrás. Su humo altera las paredes
de las arterias y forma coágulos de sangre y depósitos de grasa
que obstruyen la circulación sanguínea.

En España hay cinco millones de fumadores pasivos; todos ellos


inhalan un humo aún peor que el que absorbe el fumador en cada
calada. La corriente que surge del cigarrillo (denominada
secundaria) contiene tres veces más nicotina y alquitrán, y cinco
veces más monóxido de carbono que la llamada corriente
primaria, aquella que aspira el fumador. El humo ambiental,
además, contiene partículas de tamaño menor y que se queman
más lentamente, por lo que se introducen en nariz y boca con más
facilidad.

A la hora de hablar de fumadores pasivos, es imprescindible


diferenciar tres tipos distintos. En primer lugar está el feto.
Cuando las mujeres embarazadas fuman, incrementan su riesgo de
aborto, de producción de hemorragias placentarias y de parto
prematuro. El segundo grupo está formado por los niños y
adolescentes. Las repercusiones en ellos se traducen en
enfermedades recurrentes: laringitis, bronquitis, otitis, rinitis,
sinusitis y hasta neumonías se repiten en ellos con asiduidad. Los
adultos, por último, también desarrollan distintas enfermedades
como consecuencia de su exposición al tabaco.

Creo que abandonar el tabaco es la decisión más saludable que


puede tomar un adicto a los cigarrillos. Es difícil vencerlo, pero no
imposible. El mejor tratamiento para dejar el hábito es aquel que
combina el apoyo psicológico, el consejo sanitario al fumador y el
tratamiento farmacológico.

El País (Diciembre 2002)

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