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Día 2

Escribí un fragmento de tu biografía y mentí en algunas cosas

Cada mañana, al despertar -antes de cepillarse los dientes, antes de irse a bañar, antes del
desayuno, antes de decir buenos días- corría al patio y revisaba: nada. Volvía a la casa con
los ojos lagrimosos y la vocecita quebrada. Su hermano, que cada mañana espiaba su
recorrido, se reía de ella mientras le gritaba: “las hadas no existen, las hadas no existen, las
had…”.
Afuera,
en el patio,
una casita hecha con una caja de zapatos.

La llovizna, cada vez más fuerte, había empapado sus alas: no había de otra, esa extraña
edificación que emanaba un intenso olor a caramelo era la única opción. Entró.
Al costado izquierdo, descubrió una fibra esponjosa y blanca como una nube, pensó que
podría servir como cama. Colgado en la pared derecha, un extraño artículo redondo, con
unos palillos que giraban hacia la derecha, hacía tik, tok, tik, tok… el sonido la horrorizó.
Al lado de la cama, un espejo
El cabello revuelto
La tinta de flor que se aplicaba en los ojos regada por toda la cara
Las alas caídas
Las hojas que llevaba como ropa goteando
Bajo el espejo, una mesita de madera. Sobre la mesa… ¡ajá, el caramelo!

Como cada mañana, antes de cualquiera cosa, corrió al patio. Al abrir la cajita de zapatos,
no pudo más que sonreír. Miró a su hermano que, como cada mañana, asomaba la cabeza
por la pared, espiándola, esperando el momento para burlarse. Lo miró y sonrió.

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