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Amores perros

La vida premia con cada detalle hermoso, me dice mi amiga la evangélica al terminar de
contarle que el aborto de Marianita, la vecina, fracasó, qué mierda. Pero si ella no quería, le
digo yo, y me dice que Jesús tampoco quería maldades. A veces, cuando dice cosas así, me
dan ganas de que todas las cosas sí sean como ella dice y venga Cristo pronto y se la lleve.
Mi abuela es otra de esas que le fascina estar arrodillada sin pasarla rico. Yo estoy bien con
eso, pues, a mí qué, igual la tengo que ir a dejar a la iglesia y así me gano los dos mil que me
da los domingos. La cosa es que entre la cantidad de idas y venidas con mi abuela, hace rato
me había fijado en que al ladito de la iglesia se hace un loquito contra la pared, nunca le dan
nada pero ahí sigue; este en especial no es ni tan feo, se ve de esos que uno los baña y ya
quedan como pa' presentarle a la familia. Pero bueno, yo solo creo que ahí donde se hace está
perdiendo el tiempo y, como a mí no me da pena ni miedo nada, le voy a decir por qué.

Señor, buenas, le digo, esta iglesia es evangélica por si no sabía, nunca le van a dar nada, le
toca es ir a donde los católicos, ellos son los que dan monedas o maricaditas, así sea al menos
pa’ quedar bien. El hombre me mira feo; dizque yo no vengo por eso niña, entonces tuerzo la
cara para mostrarle que no se la creo, como si yo no supiera a qué van los vagos a las iglesias.
Se lo juro muchacha, me insiste, pero está como en pleno viaje y ya vi que me va a empezar a
soltar un cuento que nadie le preguntó. Ahí me comenta que no, que solo viene dizque a ver a
la que le gusta, así mismo me lo dijo, "la-que-me-gus-ta"; yo me quedé callada, me hizo
pensar en María la del barrio pero mil veces más tercermundista. ¿Ah, si?, ¿y quién? le
pregunto aprovechando que está suelto de la lengua, pero solo me dice que es alguien a quien
conozco muy bien, a mí eso me suena a indirecta, yo sé de esto, pero me voy a hacer la
pendeja porque nadie averigua mejor los chismes que los idiotas. Le pongo cuidado y me dice
que la que le quita el sueño y las ganas de meter vicio es muy bonita, muy tierna; solo con
eso ya me di cuenta de que, definitivamente, ese vago no habla de mí; pero es raro escuchar a
un tipo de estos usando esas palabras y siendo tan romántico, yo pensaba que en su condición
uno pensaría más en trabas que en tragas.

Al final, esa parla me pegó tanto en el corazón que me aguanté su intenso olor a orines y me
puse a decirle todos los consejos románticos que me sabía de memoria porque así de buena
gente soy. El tipo me agradeció, hasta me ofreció un tarrito de bóxer y, justo cuando terminó
el culto, corrió a buscar a su damita para poner en práctica todo lo que le dije; mientras tanto,
no pude dejar pasar la ocasión de averiguar, de una vez por todas, quién era la muchacha que
se había ganado los suspiros de semejante galán. Fue entonces cuando lo vi arrimarse a una
de las amigas de mi abuela, doña Leonor, y casi se me cae la cabeza al pensar que estuve dos
horas aconsejando a un indigente para que enamorara a una viejita que cuida perros. Sin
embargo, mi confusión fue mayor cuando vi que todas las sonrisas y los guiños sugerentes
que le había enseñado no estaban realmente dirigidos a la señora, sino a la perrita blanca que
aquella llevaba en brazos. No fue hasta días después que comprendí lo que pasó; cuando vi
los anuncios de mascota perdida en la iglesia y noté la ausencia de mi oloroso aprendiz.

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