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MANUEL ANSEDE
Madrid - 17 DIC 2023 - 05:20 CET
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Un inexperto científico de 26 años paseaba un día de 1989 por las salinas de Santa Pola, un
extraño paraje en la costa alicantina en el que una empresa extrae la sal del mar en balsas
artificiales de escasa profundidad. Aquel hombre, el microbiólogo Francis Mojica, estaba
iniciando una tediosa investigación que no despertaría interés durante décadas: averiguar
por qué algunos microbios eran capaces de sobrevivir en aquellas aguas extremadamente
saladas. En 1992, durante el verano de las Olimpiadas de Barcelona, Mojica descubrió en un
microorganismo de Santa Pola unas sorprendentes reiteraciones en su ADN. Las bautizó
CRISPR, por las siglas en inglés de “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y
regularmente espaciadas”. Su pareja, Ángeles Román, le advirtió de que CRISPR le sonaba a
nombre de perro, pero aquellas seis letras cómicas dan hoy nombre a una revolución
mundial que promete salvar millones de vidas: la medicina CRISPR.
Mojica tuvo su momento eureka en 2003. Aquellos tramos repetidos eran un sistema con el
que los microbios memorizaban a sus enemigos: los virus. Entre esas secuencias reiteradas,
los microorganismos de Santa Pola incorporaban a su propio ADN el material genético de
los virus invasores, como si fuera un álbum de cromos. Cuando los agresores regresaban, los
microbios los reconocían gracias al sistema CRISPR y enviaban unas tijeras moleculares
teledirigidas para destruirlos. El equipo de Mojica publicó su descubrimiento sin percatarse
de su descomunal magnitud. En 2012, la bioquímica francesa Emmanuelle Charpentier y la
química estadounidense Jennifer Doudna anunciaron que el mecanismo CRISPR tenía
“considerable potencial” para reescribir el ADN, también el humano.
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La medicina CRISPR nació oficialmente el pasado 16 de noviembre, cuando por primera vez
un país, Reino Unido, autorizó un tratamiento basado en estas tijeras moleculares. La
terapia, bautizada Casgevy, es capaz de curar dos enfermedades sanguíneas potencialmente
letales: la anemia de células falciformes y la beta talasemia. El tratamiento consiste en
extraer del paciente células precursoras de los glóbulos rojos de la sangre, corregir en el
laboratorio sus errores en el ADN con las tijeras CRISPR y reintroducir esas células
crisperizadas en los enfermos. El efecto de la terapia puede durar toda la vida. Una vez y ya.
La Agencia Europea de Medicamentos recomendó este viernes la autorización de Casgevy.
Uno de los mejores científicos del mundo, el químico estadounidense David Liu, presentó
en 2016 unas herramientas CRISPR de segunda generación: los editores de bases. Si las
primeras actúan como unas tijeras, estas se parecen más a un lápiz con goma, capaz de
borrar una sola letra del ADN y sustituirla por otra. Una adolescente británica de 13 años
con una leucemia muy agresiva, Alyssa, se convirtió en mayo de 2022 en la primera persona
beneficiada por este avance. Un equipo médico del University College de Londres empleó
los editores de bases para modificar con precisión glóbulos blancos de donantes y
transformarlos en superglóbulos blancos universales. El pasado junio, los investigadores
anunciaron que Alyssa estaba feliz en su casa, con una remisión completa de su cáncer.
Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología, recuerda que Casgevy “no está
exento de problemas”. El biólogo Luca Pinello, de Harvard, alertó hace un año de que el
tratamiento puede inducir mutaciones en sitios inesperados del ADN, aunque de momento
no se ha detectado ningún problema en los pacientes.
El biólogo molecular Feng Zhang, como el propio Francis Mojica, estaba en las quinielas
para compartir el Nobel con Charpentier y Doudna. Zhang, en el otoño de 2012, fue el
primero que utilizó las tijeras CRISPR para editar el ADN de un animal mamífero. “Creo que
el próximo momento significativo será el uso de CRISPR in vivo. El tratamiento CRISPR se
inyectará en el paciente, en lugar de editar las células en el laboratorio, lo cual es un paso
importante para reducir el coste de esta terapia, aumentar la accesibilidad y ampliar los
tipos de enfermedades que podemos tratar”, opina Zhang, del Instituto Tecnológico de
Massachusetts, en Estados Unidos. “Espero que la medicina CRISPR mejore las vidas de
millones, incluso de miles de millones de personas. Debemos abordar enfermedades
comunes, como el cáncer, el alzhéimer y la diabetes. Para lograrlo, necesitamos una
comprensión más profunda de los mecanismos que impulsan estas complejas
enfermedades y más herramientas en nuestro arsenal terapéutico”, añade. Miles de
millones de personas.
Las personas con anemia de células falciformes tienen glóbulos rojos con forma de hoz, a
causa de la producción de una versión deformada de la hemoglobina, la proteína que
transporta el oxígeno por la sangre. El médico estadounidense Stuart Orkin, de la
Universidad de Harvard, descubrió en 2008 que un gen, el BCL11A, activa la producción de
esta hemoglobina deforme y al mismo tiempo bloquea la generación de una hemoglobina
fetal funcional. El equipo de Orkin demostró en ratones que inactivar ese gen curaba la
enfermedad. Es lo que hacen ahora las tijeras CRISPR en humanos.
“El precio de las nuevas terapias puede ser elevado”, señala Orkin. “Ese precio debe
sopesarse teniendo en cuenta el beneficio y la gravedad de la enfermedad. En el caso de la
anemia de células falciformes o la beta talasemia, el coste de por vida de los tratamientos
convencionales es alto, y quizá está en el mismo rango que el precio de la terapia de edición
genética. Hay que hacer esfuerzos para reducir el precio de los tratamientos de todo tipo”,
opina el médico de Harvard.
El científico inexperto que paseaba por las salinas de Santa Pola en 1989 tiene hoy 60 años y
es catedrático de la Universidad de Alicante. Francis Mojica reconoce que se le ponen los
pelos de punta al contemplar que la medicina CRISPR ya salva vidas: “Es impresionante,
todavía no me lo creo. Me da miedo que algo pueda salir mal. Todo es demasiado bonito
para ser cierto”.
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SOBRE LA FIRMA
Manuel Ansede
Manuel Ansede es periodista científico y antes fue médico de animales. Es cofundador de Materia,
la sección de Ciencia de EL PAÍS. Licenciado en Veterinaria en la Universidad Complutense de
Madrid, hizo el Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medioambiente y
Salud en la Universidad Carlos III
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