Estos son los comienzos de tres de las obras litera- TEXTO 3
rias en lengua española más representativas del si- glo XX. Los inicios de Macondo TEXTO 1 Muchos años después, frente al pelotón de fusi- lamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre La maldad humana lo llevó a conocer el hielo. Macondo era enton- Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían ces una aldea de veinte casas de barro y caña- motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos brava construidas a la orilla de un río de aguas todos los mortales al nacer y sin embargo, cuan- diáfanas que se precipitaban por un lecho de pie- do vamos creciendo, el destino se complace en dras pulidas, blancas y enormes como huevos variarnos como si fuésemos de cera y en desti- prehistóricos. El mundo era tan reciente, que mu- narnos por sendas diferentes al mismo fin: la chas cosas carecían de nombre, y para mencio- muerte. Hay hombres a quienes se les ordena narlas había que señalarlas con el dedo. Todos marchar por el camino de las flores, y hombres los años, por el mes de marzo, una familia de gi- a quienes se les manda tirar por el camino de los tanos desarrapados plantaba su carpa cerca de cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y tim- un mirar sereno y al aroma de su felicidad son- bales daban a conocer los nuevos inventos. Pri- ríen con la cara del inocente; estos otros sufren mero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de del sol violento de la llanura y arrugan el ceño co- barba montaraz y manos de gorrión, que se pre- mo las alimañas por defenderse. sentó con el nombre de Melquíades, hizo una CAMILO JOSÉ CELA truculenta demostración pública de lo que él mis- La familia de Pascual Duarte mo llamaba la octava maravilla de los sabios al- quimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mun- do se espantó al ver que los calderos, las pai- TEXTO 2 las, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los Platero clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando tiempo aparecían por donde más se les había por fuera, que se diría todo de algodón, que no buscado, y se arrastraban en desbandada tur- lleva huesos. Solo los espejos de azabache de bulenta detrás de los fierros mágicos de Mel- sus ojos son duros cual dos escarabajos de cris- quíades. tal negro. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibia- Cien años de soledad mente con su hocico, rozándolas apenas, las flo- recillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dul- cemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal… Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, man- ACTIVIDADES darinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de 1. Analiza el punto de vista del narrador en cada miel… caso. Es tierno y mimoso igual que un niño, que una 2. Enumera los personajes de los distintos fragmen- niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de tos y explica qué acción se desarrolla en cada piedra. uno de ellos. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Platero y yo 3. Investiga sobre estas obras y explica su argu- mento.