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Ariel Wilkis

del dinero
Las sospechas
Moral y economía en la vida popular
Diseño de cubierta: Gustavo Macri

Wilkis, Ariel
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Las sospechas del dinero: moral y economía en la vida popular -1a ed.- Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: Paidós, 2013.
192 pp.; 23x16 cm.

ISBN 978-950-12-8913-8
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1. Sociología Económica. I. Título


CDD 306.3

1ª edición, agosto de 2013

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Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Impreso en Primera Clase,


California 1231, Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
en julio de 2013.

Tirada: 2.500 ejemplares


ISBN 978-950-12-8913-8
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Índice
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Agradecimientos ................................................................................... 11
Introducción. La nueva realidad latinoamericana del dinero ................. 15

1. Dinero donado ................................................................................... 33


2. Dinero militado ................................................................................. 55
3. Dinero sacrificado ............................................................................. 79
4. Dinero ganado ................................................................................... 99
5. Dinero cuidado .................................................................................. 123
6. Dinero prestado ................................................................................. 145

Conclusión. La cuarta D ........................................................................ 169


Bibliografía ........................................................................................... 177
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Capítulo 4

Dinero ganado

Ganancias sospechadas

En junio de 2011, viajé hacia el conurbano sur junto con Sebastián Hacher,
un joven periodista que investigaba el mercado popular de La Salada para
un libro que publicaría luego, Sangre Salada. Íbamos a escribir juntos una
crónica para una revista que mezclaba géneros académicos y periodísticos.
Sebastián me guió por esta feria, que él caminaba hacia varios años, en busca
de historias y personajes. Nuestro texto, “La China invisible”, comenzaba así:

Es martes, es casi medianoche y parece un milagro que esa mujer recién llegada
de Tucumán encuentre a Doña María entre los cincuenta puestos de La Salada que
venden ropa interior, entre los miles de otros puestos que ofrecen desde medias
por docena hasta camperas a noventa pesos cada una.
Encontrarla a María en el gran mercado es difícil por partida doble: su puesto no
está en Urkupiña, Ocean ni Punta Mogotes, las tres ferias tradicionales, sino en
una que crece en las orillas del Riachuelo, cruza la calle y llega hasta las vere-
das de las casas. Esa zona gris es un laberinto irregular que, a falta de un nombre
mejor, han bautizado La Ribera. La Ribera es el borde del borde, el extremo de la
informalidad salada, el sitio donde las peleas por vender más barato aquello que
pudo haber venido de un taller de Villa Celina o una fábrica de alta tecnología del
sur de China producen gritos sacados como ese que se escucha ahora por encima
del bullicio: “Medias a tres por diez, aproveche señora”.
María Quispe está parada detrás de su puesto. Trata de abarcar todo con la mira-
da: la mercadería, la gente que pasa, la chica que la ayuda a vender. Mantiene algo
de los rasgos de su tierra: el pelo negro y larguísimo termina en dos trenzas y usa
una pollera de raso hasta debajo de la rodilla. Es amable para atender. Habla con
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la clienta tucumana y extiende un palo de escoba hasta quedar en puntas de pie. Se conviven bienes importados con los producidos localmente en talleres infor-
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balancea sobre la mesa y sonríe cuando encaja el gancho de la punta en un corpiño males y clandestinos (Gago, 2012).
rojo que cuelga del techo de su puesto.
El tránsito de Mary por La Salada se conectaba con esta dinámica trans-
—Disculpe que se la haga difícil, Doña María –dice la compradora– pero ese corpi-
ño es para un amigo. Deme el más grande de todos. nacional y con una jerarquía monetaria que se emplea para interpretar el
El chiste no le hace gracia, pero María lo festeja por cortesía. De hecho, cada dos mundo popular, también transnacional. La Unión Europea calificó a la feria
semanas, cuando la tucumana llega para comprar ropa interior que luego le ven- como “el mercado ilegal más grande de América Latina”.
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derá a las travestís de su provincia, repite la misma broma y María se ríe como la Los medios locales contribuyeron a esta definición. “Inmensa feria de
primera vez. La vendedora sabe que esa mujer viajó 1.300 kilómetros en un micro lo trucho”, “Feria de productos ilegales más grande de Latinoamérica”,
de asientos apenas reclinables solo para conseguir precios baratos y que, luego, “Megaferia de productos truchos”, “Pequeño polo de desarrollo ilegal”,
volverá a su tierra a intentar vender todo lo antes posible y recomenzar el ciclo
que una o dos semanas después la devolverá a las rutas, la vida en los micros, a
“Centro de ventas de mercadería falsificada más grande del país”, “Meca de
Ingeniero Budge y a La Salada como destino final. A María, saber a la tucumana lo trucho”, “El shopping de los pobres”, “La Ciudad del Este del conurbano”:
parte de la misma rueda le despierta una especie de solidaridad de clase: las dos así se fascinaban en adjetivar los diarios y los noticieros argentinos, sin pres-
viven de dormir en micros y de trasladar sus equipajes hechos de ropa de miles tar importancia a cómo contribuyen a construir una visión parcializada del
de otros. mundo popular.
Estas etiquetas (trucho, ilegal) asumen, en el mundo mercantil, el equiva-
Como parte de la misma rueda, Mary también contaba con el dinero lente funcional al rótulo del clientelismo en el mundo de la política popular.
ganado por las ventas de ropa comprada en la feria. Replicaba un modelo de Estas categorías de clasificación y percepción condenan formas innobles y
negocio muy difundido: llevaba las mercaderías adquiridas en la feria a Villa desjerarquizadas de participación en el mundo de la economía.
Olimpia y las vendía a crédito. La vida económica de Mary se insertaba en Cuando un alto porcentaje de la población gana sus ingresos en la econo-
este circuito comercial que había crecido exponencialmente tras la crisis del mía informal, cuando las instituciones financieras formales disciplinan débil-
año 2001. Sin embargo, su existencia databa de una década antes, cuando mente el acceso al dinero, conviene considerar –invita Jane Guyer (2004)– la
integrantes de la comunidad boliviana ocuparon un balneario abandonado
heterogeneidad de las experiencias en que se produce la ganancia del dine-
para montar la feria.
ro. Su propuesta deja atrás un modelo arquetípico –teórico o ideológico– de
Su expansión no se detuvo cuando mejoraron los niveles de empleo y
consumo a partir de 2003. Todo lo contrario: al despliegue físico en las casi transacción mercantil1 para explorar las conexiones plurales entre dinero,
veinte hectáreas se sumaron cada vez más personas que llegaban a vender ganancia y mercado.
y comprar. Se calcula que unas 150.000 personas van a la feria cada una de Inspirado, también, en la sociología moral de los mercados de Viviana
las dos noches por semana que abre. Muchos arriban desde países limítro- Zelizer (1979; 1985) mi desafío en este capítulo consiste en explorar el espa-
fes, desde ciudades grandes o pequeñas del país o desde el conurbano; luego cio mercantil popular como un espacio moral de la ganancia. Esta incursión,
retornan a sus lugares y revenden lo que compraron. Los casi 30.000 puestos
pueden facturar 150.000 millones de pesos cada una de esas noches (Girón,
1. En las últimas décadas, se han escrito cientos de páginas que reflejan el debate académi-
2011). Sin embargo, los números son poco confiables; es escaso lo que se sabe co sobre la pertinencia de la distinción entre transacciones mercantiles e intercambios de dones, sin
con precisión de La Salada (Hacher, 2011). que exista una resolución a favor de una u otra postura. Algunos defienden la oposición entre
Esta dinámica no se basa únicamente en causas locales. Mary obtenía su estos términos y los usan para describir tipos societales (Gregory, 1982; Polanyi, 2001). Pero se
ganancia de lo que algunos han denominado “globalización popular desde ha cuestionado ese uso por su ligazón con un discurso esencialista de la antropología (Carrier,
abajo” (Lins Ribeiro, 2012). Los mercados populares constituyen nodos de 1992), por tener su sustento en una representación etnocéntrica de la modernización (Weber,
2008) y, finalmente, por su naturaleza ideológica (Parry, 1986). Aun sosteniendo este argumento,
densas redes comerciales por los que circulan productos (muchos de ellos, estos autores no renuncian a utilizar la distinción don-mercancía afirmando su coexistencia en
falsificaciones), con China como principal, pero no único, centro de produc- diferentes tipos de sociedad (Thomas, 1991), señalando su heterogeneidad interna (Weiner, 1992;
ción. Roxana Pinheiro Machado (2011) desglosó las cadenas globales de per- Dufy y Weber, 2009), o su potencial crítico para la antropología (Goddard, 2000). Otros autores
sonas y bienes que anudan lugares y etnias entre China, Paraguay y Brasil. rechazan el sentido de operar una distinción analítica entre estos términos (Appadurai, 1991).
Paradójicamente, como señala Berthoud (1991), buena parte de quienes se oponen y defienden
Sus conclusiones parecen proyectarse también hacia la feria gigante del esta distinción apoyan sus argumentos en interpretaciones de la misma fuente: el célebre texto
conurbano sur (y a otras que se despliegan por Latinoamérica). En La Salada de Marcel Mauss, “Essai sur le don”.
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guiada por la pieza del dinero ganado, expone gramáticas de legitimación, Los movimientos de objetos generaban la sensación de que el almacén se
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tolerancia e impugnación de la ganancia. Esta pieza ayuda a descifrar esla- expandía sobre el resto de los ambientes. Cuando recibía mercadería, Marga
bones de la economía popular que, muchas veces, quedan opacados por la la acomodaba en una habitación donde se encontraban las heladeras del
perspectiva de la sospecha. negocio y su lavarropas. O la apoyaba sobre la mesa donde la familia comía
Villa Olimpia aportó un material rico y heterogéneo a este fin: pequeños habitualmente. Los cajones de bebidas se amontonaban fuera del salón del
comerciantes que habitan la villa; mujeres que buscan hacer negocios míni- almacén, junto al baño. Cuando las cajas se vaciaban, el espacio del comercio
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mos, como vender productos cosméticos de Avon o revender ropa; comer- retrocedía y liberaba, aunque fuera por un tiempo, algunos metros de la casa.
ciantes de juego clandestino; jóvenes que ofrecen en el barrio productos Los artefactos que compartían el espacio –el lavarropas, la heladera y el
robados o droga; galpones de compra de residuos; vendedores de muebles televisor– indicaban esta organización espacial mezclada, comercial y domés-
a crédito. El barrio estaba compuesto por una densa trama comercial, que tica. Esta distribución objetiva requería, a su vez, una disposición subjetiva:
intento atravesar aquí con el régimen de opiniones y sentimientos del dinero una persona que ajustase sus actitudes y sus apreciaciones, su ethos económi-
ganado como brújula. co, a un dominio comercial sobre el espacio y el tiempo, no comerciales.
Esta coordinación no se apoyaba en las estrategias de sobrevivencia, concep-
to muy caro en las ciencias sociales latinoamericanas para interpretar las opor-
Ganando independencia tunidades económicas en los territorios de relegación.2 Así describía otra auto-
ra estas oportunidades en los asentamientos precarios del Gran Buenos Aires:
La casa de Marga se ubica en la Manzana 32 de Villa Olimpia. La puer-
ta de entrada del almacén y la ventana enrejada por la cual atendía a sus Las respuestas de los hogares en asentamientos precarios, o sea la forma en que
clientes daban a un pasillo, como se llaman los estrechos caminos que ser- orquestan sus estrategias ocupacionales en aras de obtener ingresos para la super-
vivencia, constituyen así uno de los mecanismos que nutren el aislamiento social
pentean dentro de los barrios precarios. Su manzana todavía no había sido de los pobres urbanos. Se trata de estrategias que hunden a los ‘trabajadores’ cada
urbanizada. La parte trasera de la casa lindaba con un bulevar por donde vez más en sus barrios, los sumergen en las precarias oportunidades ‘ocupacio-
entraban y salían, de manera incesante en las horas pico, los habitantes de nales’ que el barrio puede brindar [...]. Los convierte en ‘hábiles’ orquestadores
Villa Olimpia. El negocio le daba la espalda a este movimiento de potencia- del rebusque pero definitivamente no les brinda oportunidades para salir de la
les clientes. marginalidad (Suárez, 2006).
Marga esperaba cambiar la puerta y la ventana de lugar para lograr una
mayor exposición al público y, también, una iluminación mejor: el pasillo le Marga no se ajusta a la imagen que superpone territorios de relegación y
quitaba luz a su casa y eso le producía miedo. A la noche, escuchaba cómo estrategias de supervivencia. Esta imagen puede oscurecer, entre otras cosas,
algunos jóvenes se juntaban en la puerta de su almacén, seguramente, según su relación con el régimen de opiniones y sentimientos del dinero ganado.
ella, a beber cerveza y fumar paco, la pasta base que azotaba desde hacía un Este desajuste entre una representación del mundo popular y sus prácticas
par de años a tantos barrios relegados. económicas reales hace necesario explorar las condiciones de acumulación y
Su vivienda-negocio tenía dos plantas construidas de cemento. Las ganancia de dinero en territorios de relegación social.
heladeras, el freezer y la máquina para cortar fiambres hablaban de la Nos acomodábamos para conversar en un hall angosto, que conectaba la
inversión de Marga en su negocio. También, de la oferta diversificada vivienda de Marga con el almacén. En el televisor, la novela de las dos de la
de productos (bebidas, comestibles, cigarrillos, productos de limpieza). tarde traía el acento venezolano de los actores. A esa hora, se suponía que
Cuando el calor asomaba, Marga comentaba con orgullo: “Solo falta que podía visitarla sin interrumpir su trabajo; pero esto nunca ocurrió: siempre
me lleguen los helados y estoy completa, tengo de todo”. En el calenda- nos interrumpió el sonido del timbre que avisaba de la llegada de un nuevo
rio de Marga no existía otro mes como el de diciembre: durante su trans- cliente. Ritualmente, Marga pedía que detuviéramos la conversación y, al
curso, se jugaba la ganancia del año. Siempre lo esperaba con ansiedad y regresar del almacén, retomaba el hilo. Cuando pasaba las tardes en soledad,
expectativa. mirando la misma novela, le sucedía lo mismo.
Dentro de su casa, los espacios se delimitaban de manera imprecisa. Los
metros cuadrados que ocupaba el almacén, si no superaban los pertenecien-
tes a la vivienda, por lo menos le imponían una organización. 2. Gutiérrez (2004) presenta una síntesis de esta importancia.
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Aunque el trabajo se distendiera, Marga permanecía atenta al sonido que operarse. La confirmación no llegaba y la preocupación de Marga crecía a la
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anunciaba una nueva venta. Esta disposición temporal, que ajustaba sus acti- par que pasaba el tiempo y se aproximaban las semanas cercanas a Navidad
tudes y sus pensamientos al ritmo del comercio, le recordaba sus inicios en y Año Nuevo. Estas semanas, claves para su negocio, no se podían perder.
el almacén. A principios de los años setenta, cuando llegó a Villa Olimpia —Mientras puedas hay que trabajar, las cosas no las conseguís así nomás
desde Paraguay en una de las olas migratorias que marcaron la historia del –me comentó–. Me quiero operar, quiero salir de esto, a ver si puedo disfru-
barrio, Marga se empleó en el servicio doméstico, y su primer marido en la tar de mi tranquilidad.
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construcción. Representaban un esquema de división sexual del trabajo típi- Se refería a su casa en Paraguay, donde va de vacaciones en enero.
co, “Cuando trabajaba en casa de familia ganaba muy bien”, recordó. Este —Para eso trabajo. Yo siempre le digo a mis hijos cuando ellos me pregun-
buen pasar le permitió comprarse el terreno donde construir una piecita, y tan: “¿Por qué trabajas tanto?”. Yo no quiero estar mantenida por otros. Si yo
años más tarde edificar su vivienda. puedo trabajar, yo no quiero tener a nadie trabajando acá.
En los primeros años de la década del ochenta, consiguió un trabajo en —¿Por qué?
un instituto de belleza. Cuando nació su primera hija, su marido le pidió que —No estoy acostumbrada. Además, ¿por qué no voy a seguir trabajando?
dejara la casa de belleza. Con un pequeño monto de dinero, compró merca- Si no hago nada me voy a enfermar.
dería para vender desde su vivienda. La escasa inversión inicial se acompañó Pero de inmediato expresó sentimientos contradictorios:
con una gran inversión de tiempo. —A mí me gustaría cerrar el negocio, ¿sabés?, porque no hay descanso.
El negocio creció por la cantidad de horas en que Marga lo atendía, tiempo Ahora estoy descansando porque no hace calor, por eso no piden helado. Si
que se prolongaba hasta muy entrada la madrugada, sobre todo los viernes y no, piden todo el tiempo. No solo helado. Tenés que tener de todo. Si todos
los sábados, para no desperdiciar la posibilidad de vender cervezas y cigarri- los otros negocios cierran los domingos, más todavía, vos tenés que tener
llos. Un grupo de sus paisanos solía reunirse en su almacén para jugar a las abierto. El negocio es lindo, pero tenés que estar. Es muy cansador. Hay
cartas y beber. Ella les seguía el ritmo, pero en lugar de hacer lo mismo que muchos que cierran porque se cansan. Querés descansar y cerrás el sábado,
ellos, se quedaba despierta y limpiaba su casa. Solo se acostaba a dormir cuan- el domingo, pero no tiene sentido porque son los días que más trabajás. El
do el último de ellos, ya bastante ebrio, abandonaba la mesa a la entrada del lunes es cuando más descanso, porque baja el trabajo, pero después retomo.
almacén. Su marido rezongaba, le reprochaba a Marga el tiempo que le dedi- Marga organizaba su tiempo por el régimen de opiniones y sentimientos
caba al negocio; ella no le hacía caso. Durante varios años siguió este ritmo, del dinero ganado. Por eso quedaba presa de tensiones cuando debía entrar
que le permitió ganar el dinero que invirtió en el crecimiento de su almacén. en el registro de los intercambios políticos que, también, le requerían tiem-
El manejo del dinero ganado y la incorporación de un saber comercial le po para invertir. Marga pensaba y sentía que lograría acomodarse a estos
otorgaron cierta autonomía, un proceso que quebró la dependencia económi- intercambios. El escaso tiempo disponible resultó el hilo conductor de varias
ca de su marido. Él podía tolerar su actividad comercial, mientras no se rom- situaciones que la tuvieron como protagonista.
piera la desigualdad entre ellos: la aceptaba como un complemento menor Ella esperaba que Salcedo le modificase la entrada a su negocio, que
a los ingresos de la familia, pero no si crecía más que el que podía aportar orientara la puerta del local hacia el bulevar por donde transitaban muchas
él. Otros trabajos sobre economía popular muestran las dificultades de las personas, pero Salcedo se demoraba. A la hora de justificar por qué no par-
mujeres comerciantes para salirse de este modelo: sufren fuertes presiones ticipaba en las reuniones o las marchas donde podía llegar a Salcedo para
a la subordinación de género cuando se trata de manejar números, dinero hacerle su pedido directamente, Marga argumentaba que no podía dejar su
y ganancias.3 Marga rompió el molde y marcó su trayectoria como comer- negocio: que no tenía tiempo.
ciante. Y su relación amorosa. Su marido no aceptó que el comercio creciera. —Yo quería hablar con Salcedo para que me mida la tierra, porque mi hija
Finalmente se separaron. quiere su pieza, su casa, para construir arriba o en el patio. Yo he pagado
El tiempo dedicado a su negocio había forjado una actitud que todavía la tierra del lote, todo, hace mucho. Por eso me fui a hablar con Diego, de
la marcaba muy fuertemente cuando la conocí. En el mes de noviembre de la cooperativa: para que me mida la tierra. Si yo tengo todos los papeles...
2008, Marga esperaba que le confirmasen una cita en el hospital. Tenía que Doña Mary me dijo que vaya a las cinco de la tarde. Pero tengo que hablar
primero con Luis Salcedo. ¡Y hay que tener tiempo para eso! Yo tendría que
cerrar mi negocio. Mi hija quiere ya su pieza.
3. En Bolivia, véase Absi (2007). Su hija esperaba un bebé en cuatro meses más.
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—Es grande mi casa, pero no hay piezas de más. Es grande el negocio. tancia social con sus vecinos, sus clientes y sus familiares. En definitiva, al
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Yo tendría que mandar hacer el kiosco para dejarle la pieza grande a ella. igual que ellos, Marga también vivía en una villa.
Pero ella quiere la pieza arriba. Tengo derecho a que me den los materiales Su rechazo a la idea de que la percibieran como comerciante muestra
y hacerle la pieza. Atrás de ellos tenés que andar siempre, y yo no puedo. cómo ella lidiaba, contradictoriamente, con el dinero ganado. Podía, sin pro-
¡Necesito tiempo! ¿Cómo voy a cerrar mi negocio? Hay cosas que tengo que blemas, acentuar las opiniones y los sentimientos asociados a la indepen-
vender todavía, no puedo irme de acá. dencia de esta pieza; en cambio, intentaba a toda costa desprenderse de ella
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A través de este extracto, observamos la íntima conexión que existe entre cuando los otros podían evaluarla y juzgarla. Su conciencia desgraciada de
un ethos económico y una actitud temporal (Weber, 1994; Bourdieu, 2006). la ganancia la llevaba a reconocerse, pero, también, a rechazar que la reco-
Para Marga, el esfuerzo iba a la par con una actitud de no tener tiempos eco- nocieran por ella. La ambivalencia de Marga muestra las gramáticas de legi-
nómicamente muertos. Para competir con los otros comercios, Marga estira- timación e impugnación que atraviesan el espacio moral del dinero ganado.
ba todo lo posible sus horas de trabajo hasta que las ventas de fin de año Ser comerciante, para ella, consistía en lidiar con las tensiones de ese espacio.
terminaban. Solo en ese momento podía pensar en el ocio o la distracción.
Esto no implicaba que no tuviera conciencia clara (“el comercio esclavi-
za”) sobre el ritmo de vida que llevaba. Pero acompañaba esta representa- Dinero ganado, dinero prestado
ción otra más fuerte, un elemento central de la legitimidad moral del dinero
ganado. Marga no quería que la vieran como comerciante e intentaba distanciarse
Esta pieza arrastraba opiniones y sentimientos sobre sí misma, asociados de la realidad que se le imponía por su acceso al dinero ganado a través del
a la virtud de la independencia. La ganancia que provenía de su dedicación almacén, que en Villa Olimpia constituía un nodo de circulación de dinero
intensa a su negocio le permitía pensarse y sentirse independiente y autóno- expuesto a los ojos de todos. La evaluación de su persona pasaba por esta
ma. Ella no quería renunciar a estos pensamientos y sentimientos, al dinero exposición.
ganado, y mantendría esa actitud que tantos beneficios le había dado en el Marga podía prestarle dinero a una vecina que necesitaba viajar con
pasado. Había consolidado su ethos económico por medio de ella y se sentía urgencia al Paraguay para visitar a un pariente moribundo. También, a
segura de que era la vía para mantener su independencia. veces, empleaba a familiares o vecinos. Y, lo más habitual, abría cuentas de
Durante las semanas que duró la campaña de afiliación que organizó el fiado a unos y a otros.
grupo político de Luis Salcedo, al recorrer Villa Olimpia con Mary, conocí El dinero prestado y la contratación de vecinos y familiares constituían
a Marga. La afiliaron en esos recorridos. Cuando me contacté con ella para parte de las obligaciones que pesaban sobre Marga. Tanto si les daba canti-
entrevistarla, me recordó aquel primer encuentro y algo que sucedió en él: dades grandes o pequeñas, como si lo hacía durante un tiempo prolongado
—Yo no soy comerciante. Por eso el otro día le decía a Mary, cuando vinie- o de manera esporádica, ese dinero prestado resultaba una pieza que encas-
ron a afiliarme, que no pusiera eso en la ficha, sino ama de casa. Para mí traba de manera tensa con el dinero ganado. En el barrio, ocupar una posi-
comerciante es alguien que tiene plata, y yo no tengo plata. La gente piensa ción asociada al dinero ganado requería lidiar con el dinero prestado para evi-
que, porque tengo el almacén, gano mucha plata. ¡Mira la habitación de mi tar cuestionamientos. Sin embargo, esto no sucedía de manera armónica o
hija! –me señala el pequeño cuarto donde viven su hija y el novio–. Yo traba- equilibrada.
jo todo el tiempo. Cuando hablamos del fiado, su cara reflejó la angustia que le producía
Para Marga, la palabra comerciante significaba el acceso en cantidad al el tema. Habló de los “clavos” (clientes que nunca le pagaron) e invocó un
dinero ganado. Ella no quería que la reconocieran como tal, se esforzaba en pasado cuyos efectos se extendían al presente. Marga guardaba los cuader-
contrarrestar todos los indicios de acumulación de dinero. ¿Acaso no traba- nos donde anotaba los préstamos, eran sus comprobantes. Una vez le ofrecí
jaba todo el día? ¿Su hija embarazada no se apretaba con su pareja en una ordenar esos cuadernos. Me respondió secamente: “No necesito ordenarlos,
habitación diminuta en la terraza de su casa? necesito que me paguen”.
El espacio y el tiempo que había invertido en su negocio le permitían En esas anotaciones, se volvía objetiva la defraudación que alimentaba
mantener una posición económica privilegiada. Pero, simultáneamente, la la actitud de Marga frente a los clavos: “Los ayudo y no agradecen. Cuando
falta de espacio y tiempo le causaban una resistencia subjetiva a definirse mis hijos me preguntan cómo hacíamos para comer cuando teníamos ham-
como comerciante. Para Marga esas razones sobraban para eliminar toda dis- bre yo contesto: ‘Trabajando’. Ellos, ¿qué les dicen? ¿Del fiado que no paga-
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ron? Ya estoy quemada por los clavos. Ahora solo doy auxilios de 100 o 150 Cuando terminaban mis visitas a Villa Olimpia, Mary, siempre atenta a
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pesos por mes”. Marga miraba las libretas con resignación, la lista de nom- nuevas fuentes de ingresos, había comenzado a vender helados en su casa.
bres donde figura el de su sobrino junto con la cifra de una cuenta impaga. Marga la había impulsado y le había propuesto presentarla a un mayorista.
Murmuró: “Es difícil cobrarles a los familiares”. A medida que se acercaba el calor, Mary agregó a su oferta bebidas frías, que
Aunque el fiado podía disminuir como práctica regular entre los comer- Marga le vendía al costo. “Me está dando una mano con esto”, comentaba
ciantes y los vecinos,4 permanecía como una posibilidad de realizar transac- Mary.
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ciones. Marga y otros dueños de negocios similares se encontraban expuestos A la oposición en términos de capital económico, se agregaba otra, menos
regularmente a negociar en esta situación. No podían eludirla si querían evi- perceptible y más fundamental: ambas mujeres se hallaban desigualmente
tar que su jerarquía en el barrio y la economía de su negocio se resintieran. expuestas al juicio moral de sus vecinos, sus clientes y sus familiares. En el
Como mencionó en una oportunidad: “Algunos piensan que es una obliga- caso de Mary, su actividad reportaba pocas exigencias desde este punto de
ción, pero yo dejo en claro que es un favor”. vista; en cambio, Marga vivía como objeto de juicio y de evaluación: su iden-
tificación como almacenera, que se inscribía en el espacio moral de la ganan-
cia, del que Mary estaba prácticamente excluida.
Piezas desiguales La posición de ambas en el espacio moral de la ganancia permite com-
prender las presiones objetivas que pesaban sobre cada una de ellas. La
Si Marga encarnaba un ethos comerciante estructurado e intenso, al punto exposición desigual al juicio de clientes y vecinos se plasmaba en las pre-
que organizaba todo su tiempo vital, que se correspondía con un capital eco- siones que ambas enfrentaban para fiar en sus transacciones comerciales.
nómico –un negocio de mercadería diversificada, con heladeras, freezer y cor- Ausentes en el caso de Mary, en Marga, encontraban en el dinero prestado
tadoras de fiambre–, en el polo opuesto se encontraba Mary, cuya principal una modalidad para enfrentarlas y negociar su estatus con respecto a clien-
actividad consistía en vender comida los fines de semana en la cancha de tes y vecinos. Esta argumentación muestra mejor la resistencia subjetiva de
fútbol del barrio, una actividad secundaria en relación a su trabajo político en Marga a que la reconocieran como comerciante: así lidiaba con las obligacio-
la red de Salcedo. nes que su posición en el espacio moral de la ganancia le implicaba asumir.
Obtenía por medio de sus hijos la carne que utilizaba para preparar las Al rechazar esta clasificación, que todos sus vecinos compartían no obstante,
empanadas y las hamburguesas que vendía, ya que ellos trabajaban en un intentaba, aunque infructuosamente, liberarse de estas obligaciones.
frigorífico. Necesitaba poco capital económico: su instrumento de trabajo se
limitaba a una parrilla que trasladaba de su casa al predio donde se encontra-
ba la cancha, que cada fin de semana reunía al barrio en los torneos de fútbol. Ganancias ilícitas

Esta nueva incursión de la sociología moral del dinero reitera la imagen


4. Pocos informantes reconocían que usaban el fiado. Cuando lo hacían, dejaban entrever de continuidad del mundo popular. La misma persona impugnada, cuando
su carga negativa y de estigma. En una de las primeras visitas a Villa Olimpia, me sorpren- se la percibía desde el dinero donado, recibía ponderación cuando ingresa-
dió que el Padre Suárez dijera: “Comprar al supermercado te libera, no sos esclavo del alma- ba en el registro de opiniones y sentimientos del dinero militado. También
cén”. En estos términos también me hablaron otras personas para indicar que el fiado consu-
me todo el dinero. Sin embargo, muchos de ellos reconocen que alguna vez compraron en los
hallamos búsquedas de reconocimiento en la tensa competencia entre dinero
almacenes, sobre todo, por ese medio: “Cuando las cosas andan mal”. Su lógica se asociaba a las militado y dinero sacrificado. Ahora, volvemos a comprender cómo las perso-
coyunturas económicas negativas en las cuales los comercios del barrio encontraban su clientela nas transitan y lidian con solapamientos heterogéneos entre órdenes socia-
mayor. En el año 2003, ocho de cada diez almacenes vendían de fiado según una encuesta a casi les y órdenes monetarios. Desde la perspectiva de su actividad comercial, a
7.000 comercios (AC & Neilsen, 2003). Estos datos hablan del terreno que los almacenes ganaron
al comercio minorista de los grandes establecimientos durante la crisis posterior a 2001. Este Mary no la ceñían evaluaciones y posibles impugnaciones del espacio moral
período mostró la persistencia de algo que otorga un valor específico a estos comercios en el de la ganancia; en cambio, en su actividad dentro de la red política de Luis
campo del negocio minorista: la asociación con el crédito informal, el fiado. Esta característica ya Salcedo, se hallaba fuertemente inscripta en las regulaciones orientadas
se resaltó en los análisis históricos sobre las pulperías y almacenes (Mayo, 2007). Su persistencia a acumular capital moral. Mary no era más moral en su actividad política y
se advierte más fuerte como modalidad de construcción de clientela entre las clases populares,
como lo demuestran investigaciones en otros países (Capltovitz, 1967; Villareal, 2000; Avanza, menos, en su actividad comercial; sino que se la evaluaba bajo el poder de
Laferté y Penissat, 2006; Fontaine, 2008). diferentes jerarquías monetarias.
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A la continuidad real en la vida de las personas, la acompaña una con- del quinielero surge entre los personajes de la vida de clase más baja. No
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tinuidad analítica. La sociología moral del dinero avanza sobre el mundo existen datos certeros disponibles, pero se calcula que, actualmente, este mer-
mercantil con los mismos instrumentos que se emplean en el mundo no cado fuera de la ley moviliza unos 1.000 millones de pesos anuales (Figueiro,
mercantil. Las conexiones y las jerarquías entre piezas de dinero completan 2012).
un rompecabezas de la vida económica popular, que presenta otro desafío Marcela y Cosme se sentían seguros y respaldados por el patrón:
a esta perspectiva sociológica: el circuito ilícito. ¿Puede la sociología moral “Cuidados”, decían. En diez años, nunca habían tenido problema alguno. Su
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del dinero comprender al ganado en actividades económicas fuera de la ley? domicilio y nombre quedaban al margen del acoso policial. Trabajaban sin
¿Puede esta perspectiva contribuir a comprender a la constitución de un problemas, porque, cuando se avecinaba una redada, le avisaban al patrón
espacio moral de la ganancia (i)lícita? de antemano. Él le pagaba a alguien para que se hiciera pasar por un falso
Para Van Schendel y Abraham (2005), las actividades económicas (i)líci- levantador de quiniela, a quien la policía mantenía detenido pero sin testi-
tas son aquellas “legalmente proscriptas pero socialmente sancionadas y gos o pruebas por un día, y luego lo liberaban. Este acuerdo nada ofrece de
protegidas”. Lins Ribeiro (2012) usa este concepto para interpretar las redes excepcional: Matías Dewey (2012) ha mostrado cómo la venta de protección
comerciales que animan la globalización popular desde abajo, dinamizadas se cuenta entre los servicios muy preciados que ofrece la policía, gracias a la
por bienes falsificados y que confluyen en mercados populares como La cual funcionan muchos mercados ilegales del conurbano.
Salada. Su uso también puede ayudar a explorar otros ámbitos mercantiles Cosme y Marcela no eran los únicos quinieleros en Villa Olimpia. Otras
como espacios morales de la ganancia, lo que indica la existencia de una con- quince personas se dedicaban a levantar juego, a razón de 1 por cada 100
tinuidad real y conceptual entre ellos. habitantes: una tasa bastante elevada, que muestra el lugar que la quiniela
clandestina ocupa en la vida del barrio. Muchos se trasladaban en bicicle-
ta, visitaban los hogares de sus clientes habituales y tomaban sus apuestas.
Quiniela clandestina Alguna vez, Cosme y Marcela emplearon esa estrategia de comercialización
y construcción de clientela, pero, con el paso del tiempo, encontraron más
Marcela y Cosme llegaron a Villa Olimpia en 1972. Cosme, yesero de redituable quedarse en su casa y atender allí.
profesión, había trabajado desde muy joven en la construcción. Marcela se Mientras Marcela recibía a los clientes, registraba sus apuestas y les cobra-
dedicó al cuidado de sus hijos. Para la gente del barrio, ellos eran los “qui- ba, Cosme miraba o se distraía con la televisión. El procedimiento le parecía
nieleros”. Su casa se identificaba fácilmente: se encontraba sobre la calle bastante complejo, prefería dejarlo bajo el control de su mujer. Ella utilizaba
más transitada y, de sus ventanas con rejas, colgaban carteles donde se leían planillas confeccionadas a mano y depositaba en un recipiente de plástico el
los nombres de las loterías que ofrecían a los apostadores y los resultados registro de las apuestas con los comprobantes de las jugadas. En una caja de
del día. Como señal de su savoir faire en la comercialización de la quiniela, chapa, un tanto desvencijada por el tiempo, golpeada y casi sin la pintura
Marcela destacaba la importancia de mantener esa pizarra constantemente negra original, Marcela guardaba el dinero de las jugadas: funcionaba como
actualizada. Así se mostraban muy activos en el negocio. una especie de caja fuerte casera. El centro de operaciones del negocio se ubi-
A mediados de los años noventa, los empleos menos calificados –como caba en la mesa de su comedor: allí Marcela realizaba las cuentas y los regis-
los que integran la construcción– resultaron el eslabón más débil frente al tros, y separaba el dinero.
crecimiento del desempleo. Cosme pensó en una alternativa para evitar ese —No es un trabajo fácil –me decía, y lo probaba al hablarme sin levantar
destino probable: dejaría de jugar a la quiniela clandestina para convertir- los ojos de la anotación de cada nueva jugada.
se en levantador de apuestas. “Pasé del otro lado del mostrador”, simplificó. La planilla se armaba en una hoja lisa y blanca, donde se dibujaban ocho
Visto a la distancia, resultó sencillo: solo tuvo que conseguirse un patrón y columnas. Al tope de la hoja, figuraban los nombres de las quinielas oficia-
trabajar para él, quien cobraba su comisión por las apuestas levantadas y le les que ofrecían. Las quinielas de la Lotería Nacional y de la Provincia de
brindaba protección ante la policía. Buenos Aires; una de Montevideo, Uruguay, llamada Oro, y otras más. En
Durante mucho tiempo, la quiniela fue un juego ilegal pero tolerado, sentido vertical, se registraban todas las apuestas y sus combinaciones; es
sobre todo, entre las clases populares. A comienzos del siglo XX, fue legaliza- decir, si los clientes jugaban al mismo número en diferentes quinielas a la
do, aunque, en paralelo, se mantuvo un mercado de apuestas ilegales. Se lo vez. Marcela registraba el número y el monto apostado en cada uno de los
menciona con abundancia en la música popular y, en la literatura, la figura casilleros con cuidado.
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—Si me equivoco y después sale el número, el problema lo voy a tener yo hacia los clientes. Su valor moral como comerciantes dependía igualmen-
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–me explicaba–. El secreto del negocio es llevar un registro muy preciso, pro- te del pago inmediato cuando un apostador ganaba: “Si uno juega, quie-
lijo y sin errores. re cobrar lo antes posible”, se jactaba Marcela de conocer la psicología del
Los registros se facilitaban un poco, debido a que la mayoría de los apos- jugador.
tadores jugaban a los mismos números de forma diaria, muchos en diferentes El ritmo de circulación del dinero puede cumplir un papel central en la
sorteos a lo largo del día. competencia por el reconocimiento de las virtudes morales. La velocidad con
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A la brevedad de las transacciones, se sumaba el hecho de que no se apos- la que se debe pagar el premio a los ganadores de las quinielas clandestinas
taba mucho dinero: habitualmente, 1 o 2 pesos por cada jugada, un nivel se opone, por ejemplo, a la lentitud valorada para reclamar la devolución de
amoldado a una economía de ganancias marginales, de gente con ingresos dinero prestado, como en el caso del fiado en las relaciones comerciales. 5
irregulares y bajos, tal como lo describe Jane Guyer (2004) hablando de las —Yo pago en el momento. Incluso, soy capaz de ir a avisarle a la casa. Por
economías populares de África. eso tengo muchos clientes –expuso Marcela, esa era su premisa.
Las personas se acercaban a la casa de Cosme y Marcela, decían el núme- La velocidad en la circulación del dinero respaldaba su posición como
ro al cual querían apostar y la quiniela en la cual querían realizar la jugada. comerciantes frente a los clientes habituales que volvían a diario para apostar
Pasaban luego su brazo entre las rejas para dejar el dinero. Marcela lo toma- con ellos: su expectativa de ganancia como quinieleros dependía de ese pago
ba, transcribía la jugada, a veces, de pie frente a la reja y, otras veces, en la inmediato que aseguraba la confianza de su clientela. Con ese acto, Marcela y
mesa del comedor. Todo transcurría mientras ella y Cosme tomaban mate o Cosme probaban su capital moral. El dinero ganado dependía de que se regis-
café, sin dejar de observar en dirección a la calle, donde llegaría un jugador traran sus virtudes como confiables y pagadores.
circunstancial o habitual. Ambas reglas que definían el espacio moral de la ganancia en la quiniela
Existen dos reglas claras para ganar dinero en la quiniela clandestina. La clandestina se conectaban. Marcela y Cosme podían seguir ganando dinero,
primera: no se fía. “Si fío, ya empiezo abajo”, afirmaba, con fuerza, Marcela. no solo si sus clientes reconocían sus virtudes, sino si conservaban el respal-
Al igual que Marga, también ella se hallaba en un nodo de circulación de do del patrón. En definitiva, él era quien proveía el dinero para pagar los
dinero y, por lo tanto, expuesta a las exigencias de los clientes y vecinos. premios.
En cambio, las diferenciaba que el dinero que Marcela manejaba no le per- La reputación moral en los mercados clandestinos puede volverse más
tenecía, sino que correspondía a su patrón. Tanto el dinero ganado en estas exigente que en los legales, ya que las relaciones interpersonales reempla-
transacciones ilegales como su inserción en una red de comercio clandestino, zan el uso de las leyes. Lo ha demostrado la literatura académica (Beckert y
dependían de sus obligaciones con el patrón. Ella actuaba como una interme- Wehinger, 2012), y Cosme y Marcela lo han experimentado.
diaria más en la red piramidal que organizaba la quiniela ilegal en el barrio.
Al final de cada día, rendía a su patrón el dinero que había llegado a sus
manos. Su ganancia dependía del equilibrio diario de estas cuentas: el dinero Bienes robados
recibido de la apuesta y el rendido a su patrón.
A diferencia de Marga, Marcela no se sentía ni se pensaba independiente En noviembre de 2008, me encontré con el Loco Peralta en la parroquia y
gracias al dinero ganado. El espacio moral de la ganancia en el que ella se movía me invitó a su casa. Nada anormal en eso, excepto la razón del convite:
incluía la dependencia de su patrón. Al circular, esta pieza de dinero ganado —Quiero que veas cómo los negocios vienen solos. Vas a ver cómo vienen
arrastraba obligaciones y afectos a su jefe. El cuidado de la policía importaba a querer hacer transas, a comprar y vender droga.
tanto como la rendición diaria del dinero, que le correspondía a quien la prote- Fruto de mis temores, dudé; pero finalmente acepté. Caminamos alrede-
gía. Las expectativas de ganancia de Marcela se moldeaban internamente por dor de cincuenta metros por una calle paralela a la ruta que marca el límite
esta mezcla de pensamientos y sentimientos, en un espacio moral que conver-
tía en lícita la ganancia obtenida en esta actividad comercial clandestina.
La segunda regla para ganar dinero en la quiniela clandestina sostenía:
5. “A un muchacho al que le había fiado bastante, el hijo le nació enfermo. ¿Cómo yo le iba
“Se paga en el momento”. Se abre con ella otra ventana para comprender a pedir en esa circunstancia? No podía. Después vino y me pagó... La chica de acá enfrente, vino
el antagonismo para valer moralmente: esta pieza de dinero ganado circula- y me contó que estaba mal en su trabajo, que no podía pagarme ahora, pero que cuando pudie-
ba e imponía pensamientos y sentimientos hacia el patrón, pero, también, se, me pagaba”, dijo Marga.
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de Villa Olimpia. Unos escombros improvisaban un puente sobre el cual se que acompañase al grupo político a las movilizaciones en apoyo al gobierno.
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cruzaba una zanja de agua estancada. En el conurbano de Buenos Aires (Kessler, 2002), en las favelas de Río de
Llegamos a una casa en ruinas. Quedaban en pie los restos de una antigua Janeiro (Goldestein, 2003), pero, también, en la periferia parisina (Mauger,
vivienda, ya derrumbada por las topadoras de la urbanización; todavía aso- 2006) o en el East Harlem de Nueva York (Bourgois, 2003), encontramos que
maban las divisiones entre habitaciones. la desestructuración material y simbólica del mercado de trabajo en los jóve-
Estas casas generan temor en el barrio, porque allí suelen refugiarse algu- nes de las clases populares tornó más borrosos los estímulos para diferenciar
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nos jóvenes para consumir la droga que más preocupa a los vecinos: el paco. lo legal de lo ilegal. Peralta tenía más oportunidades de ganar dinero dentro
Las leyendas sobre lo que sucede en estos restos de la villa, que chocan con el de la economía (i)lícita, que de responder al régimen de opiniones y senti-
progreso de la urbanización, a veces superan a la realidad. mientos del dinero militado.
Peralta se acomodó en un sillón destrozado y me invitó a sentarme a su En los últimos años, las reglas de esta economía habían cambiado
lado. Quería demostrar poder, lo entusiasmaba jugar el rol de alguien impor- mucho. Gabriel Kessler (2002) señaló que, en el mundo del delito, existe
tante a quien se le teme. Lo noté consciente de mi incomodidad en esta situa- una normativa tradicional que consiste en no robar a los vecinos. “[Este
ción; jugó un poco con eso y me hizo bromas. era] un código que permitía mantener la armonía entre [ladrones] profesio-
Desde la única habitación en pie, se filtraba el sonido de un televisor nales, vecinos y policías” (Kessler, 2002). “La droga aparece como aquello
encendido. De allí salió el primo de Peralta que, a medio vestir y sin pres- que explica la trasgresión a toda normativa [de robar dentro del barrio]”,
tarme atención, lo saludó. Otros dos muchachos preparaban un almuerzo argumentó. En Villa Olimpia, la expansión del consumo de paco configuró
que se completaría con la olla de fideos que Peralta había traído de la parro- una nueva etapa en la economía (i)lícita y transformó la relación de la vida
quia. Uno de ellos era su hermano y no parecían llevarse muy bien. El otro barrial con el delito.
se sentó con nosotros y comenzó a relatarle a Peralta sus actividades de la —Estuve como dieciséis años en la calle –me confesó Santiago, integran-
noche anterior. te de la última generación que preservó los códigos del delito hoy erosiona-
—Estuve en el McDonald’s de San Justo. dos–. Nunca robé acá en el barrio, siempre traía las cosas de afuera, de otros
—¿Hay algo para colocar? barrios, de la zona céntrica. Ahora todo cambió. Vos venís acá y los pibes te
—Tengo unos celulares para revender. están esperando en la entrada para sacarte algo.
Se trataba de teléfonos robados. Peralta, con autoridad, indagó un poco Cuando conocí a Santiago, en noviembre de 2008, tenía 35 años, se había
más. Le preguntó también qué había hecho durante el día. retirado ya del mundo del robo y trabajaba en la construcción. Me relató:
—¿Es su empleado? –le pregunté en voz baja. —Yo empecé a laburar en el año 2003, antes no había laburado nunca...
—No digas eso, porque se va a enojar. Dos años, a los diecisiete o los dieciocho, pero después me fui por la mía.
Sin embargo, noté que le gustaba la idea que me había formado sobre la Estuve cuatro veces preso, en total, como cinco años. Después, me cansé de
relación entre ellos. Siguieron hablando: todo eso y enganché algo en la construcción. Salcedo vino y me dijo si quería
—A ver, ¿quiénes creés que serán los primeros que van a caer? –preguntó trabajar. Me costó mucho acostumbrarme, pero lo logré.
el muchacho. Para Santiago, había algo tan importante en ese cambio de la economía
—Después de las 2 de la tarde, vienen todos –me aclaró Peralta–. A esa delictiva como en el aumento de las oportunidades laborales a raíz de la
hora empieza “la volada”, el consumo de paco. urbanización:
Nada de eso me había imaginado la mañana en que había conocido al —Ahora muchos se fueron, como los chilenos –un grupo asociado al delito
Loco Peralta en la parroquia, cuando me lo presentó su hermana, quien ser- en Villa Olimpia–. Además, el que no quiere trabajar es porque es un bolu-
vía en el comedor todos los mediodías. Él había ido a comer y a comentarle do. Trabajo hay mucho. Ya no es como antes, que había quien les enseñaba
a ella que había conseguido un trabajo. Ella le preguntó quién se lo había los códigos a los pibes. Desde que llegó la pasta base, hacen boludeces: le
ofrecido y él insistió en que lo había logrado por su cuenta. Pero su hermana roban a los vecinos, en las paradas de colectivos... El consumo cambió cien
lo presionó y Peralta le confesó: “Tengo que estar a las 8 de la mañana en la por ciento. El que consumía cocaína, ahora consume pasta base. En la villa,
casa de Salcedo”. está durísimo. Qué raro que no te agarraron a vos.
Sin embargo, nunca comenzó ese trabajo, cortar árboles, que le había ofre- La relación entre prácticas delictivas y relaciones barriales cambió cuan-
cido el dirigente barrial. Según Peralta, le habían adelantado dinero y pedido do los consumidores de pasta base comenzaron a asaltar a sus propios veci-
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nos: los robos comenzaban y terminaban en el barrio y la venta de los objetos ilegales. Al asumir este papel en la economía barrial, definía la legitimidad
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también se realizaba puertas adentro por lo general. moral de su ganancia.


Eso pasó con el lavarropas, la garrafa y las zapatillas que le robaron a —En la esquina me esperan cinco pesos –me dijo jocosamente.
Mary de su casa: al día siguiente, mientras caminábamos por el barrio, ella —¿Y de dónde sacas el dinero?
les avisaba a sus conocidos, muchos de ellos vinculados al comercio ilícito, —De todos lados. A mí, la guita me viene fácil. Yo estoy sentado en mi
quienes posiblemente fueran los autores, y les consultaba si sabían quiénes casa y me viene sola, hasta tengo suerte en ese sentido. Fijate vos: cuando es
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habían sido. Tiempo después, recuperó algunos de los objetos, porque otros para esto viene sola, pero cuando es para comprar un kilo de pan no viene
los compraron en el barrio. Ella misma había comprado un perro por 20 nadie, no la podés conseguir... Esa bolsita, ¿a cuánto la podés vender? Yo te
pesos y, con el tiempo, supo que era robado. El dueño, vecino del barrio, le hago 10 centavos. ¿Y esa botella? ¿A vos te parece una botella nada más? Yo
reclamó que se lo devolviera. lo vendería como un centro de mesa.
A esta circulación de objetos, robados y vendidos en el mismo barrio, vin- Thomas Sauvadet (2006), en su etnografía sobre dealers en la banlieue de
culada al consumo de paco, se la diferenciaba de la circulación de los objetos las ciudades francesas, invita a deconstruir la idea de “dinero fácil” que se
de los chorros, quienes vendían lo que hurtaban fuera del barrio. Mary estaba sostiene dentro y fuera de estas redes. Pese a sus opiniones y sentimientos,
orgullosa de un televisor de última generación que había comprado por unos así como de aquellos que lo condenaban oponiéndole el dinero “difícil” del
1.000 pesos. Un amigo suyo, preso por entonces, lo había robado de una casa trabajo, la ganancia de Peralta no era tan “fácil”. Entre las fuentes del dinero
quinta. Según ella, él pertenecía al género de antiguos chorros que respetaban ganado por Peralta, se encontraba la venta de teléfonos celulares robados. Sin
los códigos. una construcción constante de un espacio moral de la ganancia, probable-
A diferencia de Santiago y del amigo de Mary, Peralta integraba la mente, estas transacciones no le permitirían acceder al dinero que él siente y
nueva generación marcada por el consumo del paco y las nuevas reglas que piensa que no requiere mucho esfuerzo.
incluían el delito en el propio barrio. En noviembre de 2008, en la casa de Liliana, tomábamos mate con Marcia
Converso con Luciana desde la ventana del local de Caritas. Mientras y otra mujer joven, Naty. Conversábamos sobre la parroquia y cosas del
hablamos, ella observa una casa con rejas rojas por la que merodea Peralta. barrio. Marcia, sorprendida, comentó:
“Me parece que quiere agarrar algo de lo de Romeo”, dice. Miro y lo veo —Ana se compró un celular con cámara a 60 pesos.
estirar su brazo entre las rejas para tomar un objeto que se encuentra del otro —Ana es una vecina que vive de los planes. Tiene ocho hijos que andan
lado. “Le voy a avisar a Sonia, que ella conoce a Romeo, para que tenga cui- siempre sucios, mal vestidos. Un día el marido se fue, la dejó en banda. Yo
dado con Peralta”, agrega Luciana y sale. no puedo entender cómo gasta en comprar celulares –me aclaró Liliana,
Algunos días después, un joven del barrio identificaba a Peralta con estas incluyéndome en la conversación.
palabras: “Es un pastabasero. Acá en el barrio se lo conoce. Es rastrero, ratero, Marcia mostró su teléfono:
agarra porquería de las casas, bardea a la gente”. —Este lo compré por empeño a 60 pesos.
Aquella vez, en el sillón desvencijado, Peralta había tratado de ofrecer- —Este también lo compré por empeño a 60 pesos, y en cuotas –coincidió
me una imagen de pequeño comerciante inmerso en el comercio ilegal, que Liliana.
conocía sus reglas y riesgos. Se llamaba así mismo “negociante”: Vio mi expresión de desconocimiento.
—Yo ya no robo, reduzco. ¿Qué es reducir? Vender. ¿Qué es vender? —Ariel, ¿no sabes lo que es el empeño? ¿Nunca empeñaste nada?
Negociar. Soy un negociante. Con cierta ingenuidad, respondí que no. Marcia prosiguió su pedagogía
El contraste entre Marga y Peralta era claro. Mientras que ella le huía a la de la compra y venta de celulares robados.
palabra “comerciante” porque imponía obligaciones a su persona, él encon- —Todos los pibitos que roban andan empeñando. Como Peralta. El fin de
traba en el término un lugar desde el cual definir su legitimad económica. La semana estuvieron todo el día. Ellos te traen un celular u otra cosa y te dicen
venta de bienes robados, la compra de droga a pedido de otros barrios o para que te lo venden en 60 pesos. Vos ahí les decís que no, que les das 30 o 20.
la gente de Villa Olimpia que cruzaba la zanja para que no la viera los veci- Entonces, como ellos necesitan la plata porque están calientes y quieren com-
nos, eran las actividades que Peralta asociaba a su rol de negociante. Su len- prar su droga, te dicen que sí. Pero te lo empeñan: les das los 30 pesos y si
guaje carecía de eufemismos: expresaba que intermediaba en transacciones vuelven antes de que se venza el plazo, te devuelven tus 30 pesos y vos les
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tenés que dar el celular. Ponele que vos lo empeñás por 30: el pibito te dice con las que conversaba sobre el empeño me preguntaron cuánto me pedían.
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“Te lo empeño hasta mañana a las 7 de la tarde”. Yo no me había animado a preguntar.


—Si vuelve antes de las 7 con el dinero, se lo tenés que devolver –asumo. —Te deben haber visto en la parroquia, porque solo le dicen a los conoci-
—Sí, porque consiguió un comprador mejor, alguien que se lo paga a 60. dos. Alguno te vio y dijo: “Ese va a lo del padre Suárez” –aseguró Marcia.
Pero si él se pasa un minuto, o una hora, lo que sea, ya no se lo devolvés. Al apoyar mi teléfono sobre la mesa, Liliana sonrió y me dijo:
Como son los pibes del barrio, todos los conocemos, y si les empeñas una —Ese celular lo tenés que cambiar. Así que ahora ya sabés lo del
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vez, te van a buscar a tu casa. “¿Y, doña?”, te gritan, y te ofrecen de todo. Se empeño.
van armando sus clientes. El desfasaje tecnológico que representaba mi celular me mostraba fuera
En estas transacciones, resultaban clave las obligaciones tanto de los del acomodamiento a los vínculos sociales y las transacciones económicas
compradores como de los vendedores. El capital moral que ambos podían que sostenían el mercado de bienes robados en Villa Olimpia. Para estas
probar lubricaba intercambios atravesados por la incertidumbre y fuera del mujeres, que llevaban con orgullo sus aparatos, esta adecuación era parte de
amparo legal. Liliana aseguraba que los acuerdos de empeño se respetaban su corriente vida comercial. El dinero ganado y los bienes comprados pueden
“porque todo el mundo los conoce y, si hacen algo como darte un celular interpretarse como parte de este acomodamiento (sancionado legalmente,
dañado, nadie les va a empeñar nada más”. aprobado socialmente) de personas, cosas y dinero.
Liliana había comprado el suyo en cuotas:
—Este lo pagué 60 pesos. Primero, lo empeñé en 20 y, después, lo fui
pagando. Los pibes venían a mi casa: “¿Doña?”. Yo, si tengo algo para darles, El sueño del dinero
les doy: 5, 3 o 10 pesos. De ahí lo voy descontando, hasta que lo pago todo.
Lo único es que ellos saben que tengo familia y que después de las 12 no En “La China invisible”, Sebastián Hacher y yo seguimos con la historia
pueden pasar, si no te caen a cualquier hora. de la vendedora que abre este capítulo:
Pese a la posibilidad de perturbar las horas de descanso, estas transac-
ciones se encontraban entre los cálculos familiares: “Mi marido siempre me —Este año nos han dicho que habrá buena venta, así que tenemos que aprovechar
dice que guarde algo de plata por las dudas –cerró Liliana–, por si traen algo –dice María Quispe.
bueno”. —¿Quién se lo dijo?
El dinero ganado por esta transacción quedaba abierto a negociaciones, —La curandera.
señaló Naty: Si el que preguntó esperaba escuchar el nombre de algún economista cono-
cedor de los resortes de lo popular, María, en cambio, le cuenta de su creencia
—Cuando les terminás de pagar, siguen viniendo a tu casa: “¿Y, doña?”. y le demuestra que entre fe y economía existe una relación que a ella le funcio-
Les decís que ya les pagaste todo pero te piden 1 o 2 pesos: “Dele, doña... na. María habla de sus “chamanas” como si fueran contadoras o abogadas que
una monedita y no la molestamos más”. Y a veces, se la terminás dando... le aconsejan qué pasos dar. Este año, las visitó dos veces: la primera en febrero,
—“Sí, tomá”, les decís, y les das una moneda. Si no, no te los sacás más de cuando le prepararon la coca, una ofrenda que se quema en el puesto de la feria
encima –agregó Marcia. para que el año sea próspero.
El empeño inauguraba una transacción que buscaba mantenerse abierta. La segunda fue en Bolivia, durante una de sus visitas. La fue a ver porque le dolía
la columna desde aquella vez que se había caído en la feria, y no encontraba cómo
El descuido por llevar la contabilidad del pago de los vecinos refería menos
curarse.
a una irracionalidad económica que al intento de dejar pendiente una visita —Tu columna se quedó asustada –le dijo la curandera.
que le diese continuidad a la ganancia. El ciclo de las transacciones incluía la Para curarla, le dio una misión: comprar un conejo blanco y volver al otro día.
venta del objeto y los subsiguientes pedidos de dinero. Para los clientes, dar —Haremos un cambio –le adelantó.
ese extra significaba que cumplían las condiciones para que les volvieran a María no entendía, pero al día siguiente, aprendió rápido lo que significaba: la
ofrecer nuevos productos. Decía un vecino: “Hay que esperar, porque te pue- bruja agarró el conejo de las orejas y la azotó como si fuera un látigo contra su
den traer algo bueno”. Unos construían sus clientes y los otros construían sus espalda. En uno de esos golpes los huesos del animal crujieron. Y, en ese instante,
los de ella sintieron el alivio que solo deja el dolor al retirarse.
vendedores mediante las obligaciones recíprocas que así forjaban. Mientras terminaba la consulta, el teléfono de la curandera empezó a sonar: llama-
Durante mi trabajo de campo, había tenido mi propia experiencia: salía ban de la frontera.
del barrio cuando me ofrecieron una computadora notebook. Las tres mujeres —Estamos cruzando con mercadería y nos persiguen –dijo la voz del otro lado.
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—¿Dónde estás? –preguntó la bruja. Sandra hablaba orgullosa del crecimiento de su clientela en estos años.
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Cuando recibió las coordenadas, entregó la fórmula para zafar: había que bajarse Calculaba que duplicando el precio de las prendas, establecía un sistema de
del auto, sacarse toda la ropa y rezar mientras se rociaban con alcohol fino.
crédito en dos pagos: la primera cuota cubría el costo, la segunda constituía
A María, le costó imaginarse la escena. Media hora más tarde, cuando los perse-
guidos llamaron para decir que habían perdido a la patrulla policial, María ya no dinero ganado. Las piezas de dinero se vuelven a mezclar y combinar: el dine-
pensaba en su espalda maltrecha, o en el conejo que temblaba de dolor en el piso ro prestado y el dinero ganado se encastran.
del consultorio: pensaba en si esta bruja tan efectiva sería capaz de llevarla con sus Defender su mercancía, no solo implicaba asegurarse que los créditos fue-
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conjuros hasta la misma China. ran pagados, sino, también, despejar prejuicios sobre la calidad de los bienes.
—Ir allá. Ese es mi sueño. “Son réplicas”, explicaba con ahínco sobre las bondades de las mercancías.
Eso confesará después, porque ese día no tuvo la valentía suficiente para pregun- Esta categoría desplazaba al término que las definía como más ilegítimas y
tarle a la bruja si era un buen proyecto o no. Ese día, María prefirió el silencio,
tal vez, porque temía un dictamen negativo que marcara sus planes con un sello
menos nobles: truchas. Ella muestra un discurso recurrente entre otros inter-
oscuro. mediarios de la extensa red global (Pinheiro Machado, 2010): el que dice que
—China, mi sueño –repetirá, como quién suspira por una estrella de cine inalcan- no hay mucha diferencia entre la copia y lo auténtico.
zable–. Si voy allá, tengo que vender todo: mi casa, mi auto, los puestos de la feria. La réplica independiza del control de las empresas sobre los signos. Las
Es todo un riesgo. Y allá tengo que comprar veinte contenedores de mercadería, marcas se convierten en bienes escurridizos que circulan más allá del dere-
con cinco mil cajas cada uno. Un montón. Si sale bien, me salvo. Si sale mal, me cho, pero más acá de la ilegitimidad.
quedo sin nada.
Al caminar por La Salada, se observan escenas de intercambio mercantil
Por eso todavía no se anima ni a pensarlo. Viajar sería ponerse en el centro de la
rueda en la que giran ella y todos los que viven de la feria. Sería pegar el salto a que no logran asir las categorías de lo informal o ilegal. Hay un suplemento
ese lugar desde donde se ve el ciclo completo. O caer al vacío y volver a empezar: de sentido, algo asociado a la experiencia con los objetos que esas nociones no
la feria, lo sabe, siempre da una nueva oportunidad. absorben. En medio del bullicio de una de las ferias principales de La Salada,
Con sus sueños, María toca el nervio que hace circular las cosas y las personas. dos jóvenes expresan sus dudas sobre la elección más conveniente entre dos
La economía transnacional que tiene entre sus nodos a esta ciudad intermitente pares de zapatillas: “¿Nike o Adidas?”, se consultan. A la luz de esta escena
está inyectada de mercancías y de sentimientos. El secreto de La Salada, dicen mercantil, estaría fuera de lugar plantear la legitimidad de esta pregunta.
todos, es haber terminado con los intermediarios. Pero, lo que las ferias esquivan
es el frío cálculo de las empresas que multiplican costos y ganancias hasta hacer
El monto del dinero ganado por Sandra estaba lejos del de Mary, pero
de cualquier producto un lujo. Las mercaderías que circulan desde China hasta también del de María Quispe. Ella comenzó vendiendo prendas confeccio-
Ingeniero Budge no lo hacen con movimientos descarnados. Cada paso que dan nadas con sus propias máquinas, que había logrado comprar luego de varios
es impulsado por las aspiraciones, las creencias, los sufrimientos, los odios, los años de trabajar a destajo en un taller. Poco a poco, aprendió cómo hacer
miedos y los deseos de quienes están en contacto con ellas. Estos sentimientos no marca, como se suele denominar al copiado de los símbolos que se estampan
están fuera de lo que se compra y se vende en esas calles repletas: es su nervio en las vestimentas o los calzados.
íntimo, el motor que permite que ese orden invisible circule y le dé vida a la feria.
Luego de un tiempo, dejó de comercializar sus confecciones para impor-
tar ropa interior desde La Paz. María también defendía sus mercaderías, una
Mary tenía una escala de compra y venta de ropa en La Salada, muy categoría que encontré una y otra vez en mi incursión por la economía popu-
pequeña en comparación con Sandra, una mujer separada que vivía en la lar. La manera nativa de invocar este lenguaje para hablar de transacciones
ciudad de Azul y viajaba una vez por semana a Ingeniero Budge. Tres años económicas refleja claramente la naturaleza agonística de la vida económi-
atrás, Sandra había comenzado con un pequeño capital de 1.200 pesos que ca. Si la legalidad no abarcaba todas las operaciones que realizaba María,
invirtió en sus primeras compras. Al principio –para extremar el ahorro en era porque muchas de ellas sucedían fuera de la ley; su astucia consistía en
gastos y sacar más provecho–, viajaba en tren hasta Constitución y, luego prolongar el retazo de legalidad: un remito de diez corpiños podía cubrir la
de recorrer zonas de comerciales de la ciudad, llegaba en autobús a la feria compra de cien; la factura de la compra de un día podía presentarse por la de
de La Salada. Ahora estaba más organizada: viajaba en combi por 160 pesos un mes. Así defendía su mercadería y así ascendió económicamente: consiguió
acompañada de una de sus hijas, mientras la otra cuidaba la casa. Sus com- primero un puesto en la feria, luego otros más. Y, ahora, sustentaba un gran
pañeras de viajes eran también mujeres que debían hacerse cargo del soste- sueño: ser ella quien importase las mercancías desde China.
nimiento del hogar; el ingreso de las ventas podía constituir, bien la parte María, Mary y Sandra transitan por las calles de esta feria gigante, que
principal o un complemento del que recibían por sus empleos. desborda de personas y mercaderías dos noches a la semana. Las tres muje-
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res despliegan repertorios de cálculos de costos, de precios y de estrategias


son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.

de venta. Las tres se ubican de manera desigual frente a las densas redes del
comercio global que unen China, Bolivia, Paraguay, Brasil y las localidades
más diversas de Argentina.
Las historias de los negocios de Marga, Mary, Cosme, Marcela o el Loco
Peralta no se pueden narrar sin prestar atención al régimen de opiniones y
Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines

sentimientos del dinero ganado, así como a la combinación y jerarquización


existentes entre las piezas del dinero. Sucede lo mismo con los relatos de
Sandra y María Quispe.
En cada capítulo, se reafirma una interpretación: bajo la forma de litigios
morales, el dinero presupone una lucha simbólica sobre el mundo popular.
Las piezas nos han permitido reconstruir los sentidos que transporta para juz-
gar (e impugnar) el uso del dinero público, el político y el religioso. El sospe-
chado recoge una relación desigual de esta lucha: aquella capaz de represen-
tar el mundo popular desde la mirada parcial que acentúa la impugnación y
la condena. A medida que avanzamos, vamos comprendiendo que esta pieza
de dinero es crucial para definir una posición subalterna frente a las maneras
dominantes de definir virtudes como el prestigio, el esfuerzo, el mérito o la
justicia.
Frente a la centralidad que la perspectiva del dinero sospechado ocupa a
la hora de condenar la ganancia popular, la sociología moral del dinero des-
pliega el rompecabezas de las piezas que permiten interpretar los contornos
reales y completos de la economía popular.
La búsqueda de ganancias no se ofrece como un dato natural ni resul-
ta igual en los diferentes sectores sociales. Su representación parcial implica
una negación de la legitimidad popular de la ganancia, cuyo efecto es refor-
zar la condena a los sectores populares, dado que se impugnan los medios
y las modalidades por los cuales muchos de ellos aspiran a una vida mejor.
Estas aspiraciones riegan los nodos globales y locales que activan la econo-
mía popular, más acá y más allá de las definiciones legales, como el pulso
que mueve la rueda de la ganancia no solo de La Salada ni de Villa Olimpia .

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