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UNIDAD 6 La revelación en la Tradición y en el Magisterio

1. La doctrina de los Santos Padres

Resulta inútil buscar en los padres de los primeros siglos de la Iglesia el equivalente
de un tratado sobre la revelación. Para ellos la revelación es una realidad obvia, y su primer
problema es el de la inculturación de la revelación cristiana en el seno del mundo griego.
No se propone aún una reflexión sistemática: la suya es esencialmente una teología
“contextual”, que remite a la revelación como único criterio de interpretación.
Su pensamiento evoluciona dentro de una visión de conjunto del misterio cristiano;
bebe y se elabora en la fuente, de la cual está muy cercano en el tiempo. Por otra parte, los
Padres componen “grandes planos” para ilustrar mejor los puntos de encuentro con las
culturas y religiones, pero también la singularidad, la especificidad del fenómeno cristiano.
Se impone poco a poco un paisaje como imagen de la revelación cristiana en su totalidad.
Destacamos algunos ejes fundamentales de una reflexión extensa y profunda:

1. Los dos Testamentos: unidad y progreso


Los ambientes judíos tradicionales minimizan la novedad del evangelio y los marcionitas
subestiman el AT y rompen con él. Entre estas dos actitudes, Justino, Ireneo, Clemente de
Alejandría y Orígenes subrayan la continuidad y unidad profunda entre los dos Testamentos: Dios
es el mismo y único autor de la revelación por su Verbo o Logos; pero no menos remarcan, de
diversas formas, el progreso de una economía a la otra.

2. La teología del Logos: punto de encuentro de las culturas


El anuncio a los paganos llevó a la reflexión cristiana a adoptar una filosofía elaborada por
el platonismo y el estoicismo. Justino atiende a la función mediadora de Cristo: el Jesús de la
historia se identifica con el Logos, con el Verbo de Dios que se apareció primero a Moisés y a los
profetas y luego se hizo carne para la salvación de todos los hombres. La universalidad se expone
con la doctrina de las spermata tou Logou (semillas del Logos), conocimiento parcial del que sólo
Cristo, Logos encarnado, dará la perfección [así los pensadores paganos pudieron percibir rayos de
verdad y merecen llamarse cristianos]. Clemente de Alejandría propone la revelación como una
“gnosis” cristiana, respondiendo así al deseo de conocimiento que animaba su ambiente cultural.
Para él, el conocimiento de Dios está en el primer plano de su reflexión, más aún que la historia de
la salvación. Nuestro único pedagogo es el Logos, y antes de Cristo, la filosofía se les dio a los
griegos como un tercer testamento para conducirlos a Cristo. Para Orígenes, a través de la
encarnación el Verbo, por la carne de su cuerpo y la carne de la Escritura, nos permite comprender
al Padre invisible y espiritual. El Logos es mediador de una revelación que va de la creación a la
ley, a los profetas y al evangelio. La encarnación inaugura un conocimiento progresivo según la
tríada: sombras-imagen-verdad. Orígenes resalta también la subjetividad de la revelación: el hecho
de captar, bajo la acción de la gracia, la venida de Dios.

3. Economía y pedagogía de la revelación


El pensamiento patrístico evitó el peligro de la intelectualización porque nunca dejó de
reflexionar en la historia de la salvación. Ireneo frente a la gnosis constituye un punto de referencia
insoslayable. Con su concepto de “economía” o “disposición”; Ireneo insiste en la unidad orgánica
de la historia de salvación: la encarnación es la cima de la economía comenzada en el AT; el Hijo
vino a este mundo y “nos dio toda la novedad al darse a sí mismo” (Adv. Haer. IV,34,1). Casi todos
los padres, especialmente Justino, Clemente, Orígenes, Basilio, Gregorio de Nisa y Agustín, insisten
también en este carácter de “economía” de la revelación, y trazan la historia de los pasos que Dios
ha dado para “acostumbrar” al hombre a su presencia. Así, por ejemplo, los plazos de la venida de
Cristo, en dos perspectivas: dramática (Carta a Diogneto) y pedagógica (Ireneo, Clemente,
Orígenes).

4. Centralidad de Cristo
Todos los padres ven en Cristo la cima, la consumación de la historia de la salvación.
Aunque el Hijo asume todos los caminos de la encarnación, es a la palabra humana de Cristo a la
que se atribuye el papel principal (palabra de Dios, buena nueva, enseñanza, doctrina de la fe, de la
salvación, prescripciones, regla de la verdad, regla de fe, etc.). Ignacio de Antioquía: “No hay más
que un solo Dios que se manifestó por Jesucristo, su Hijo, que es su Verbo, salido del silencio”;
“Cristo es la puerta por la que entran Abraham, Isaac y Jacob y los profetas y los apóstoles de la
Iglesia; todo esto conduce a la unidad con Dios.” Ireneo ve la revelación como la epifanía del Padre
a través del Verbo encarnado. Cristo o el Verbo encarnado es el visible, el palpable, el que
manifiesta al Padre, mientras que el Padre es el invisible que manifiesta al Hijo encarnado y visible.
Atanasio distingue dos aspectos en la encarnación: la manifestación de Cristo como persona divina,
imagen del Padre y la comunicación por medio de Él de la doctrina de la salvación.

5. Inaccesibilidad y conocimiento de Dios


Los capadocios (Gregorio de Nacianzo, Basilio y Gregorio de Nisa) confiesan que Dios
sigue siendo el inefable, el inaccesible, incluso después de haberse revelado. Lo que sabemos de los
secretos de Dios nos viene de Cristo. Además, atienden particularmente a la apropiación subjetiva
de la verdad y a sus frutos en el alma por la fe y los dones del Espíritu.

6. Doble dimensión de la revelación


Tema especialmente desarrollado por Agustín: a la acción exterior de Cristo, que habla,
predica y enseña, corresponde una acción interior de la gracia, que los Padres designan como una
revelación, una atracción, una audición interior, una iluminación, una unción, un testimonio. Al
mismo tiempo que la Iglesia proclama la buena nueva de la salvación, el Espíritu actúa por dentro
para hacer asimilable y fecunda la palabra oída. El hombre recibe de Dios un doble don: el del
evangelio y el de la gracia, para adherirse a él en la fe.

2. La síntesis doctrinal de santo Tomás de Aquino

Parece conveniente reproducir una vez más el texto fundamental: ST I,1,1.

Pregunta: ¿Es o no necesario que, además de las materias filosóficas, haya otra doctrina?
Solución. Hay que decir: Para la salvación humana fue necesario que, además de las materias
filosóficas, cuyo campo analiza la razón humana, hubiera alguna doctrina cuyo criterio fuera la
revelación divina. Y esto es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la
comprensión a la que puede llegar sólo la razón. Dice Is 64,4: ¡Dios! Nadie ha visto lo que tienes
preparado para los que te aman. Sólo Tú.
El fin tiene que ser conocido por el hombre para que hacia él pueda dirigir su pensar y su
obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para su salvación, conociera por revelación divina lo
que no podía alcanzar por su exclusiva razón humana.
Más aún. Lo que de Dios puede comprender la razón humana, también precisa la
revelación divina, ya que, con sola la razón humana, la verdad de Dios sería conocida por pocos,
después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y, sin embargo, del exacto
conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la
salvación.
Así, pues, para que la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue
necesario que los hombres fueran instruidos, acerca de lo divino, por revelación divina. Por todo
ello se deduce la necesidad de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón,
hubiera una doctrina sagrada, resultado de la revelación.
1. La revelación como operación salvífica
Toda la teología, toda la vida de la fe, todo el dato revelado procede de la revelación, pero
este dato no se llama directamente revelación. La salvación del hombre es Dios mismo, en su vida
íntima, y por ello era necesario que Dios mismo se diera a conocer, y asegurara a todos además el
conocimiento de ciertas verdades de orden natural. Lo revelado (revelatum) son esencialmente esos
conocimientos sobre Dios inaccesibles a la razón, y que, por tanto, sólo pueden conocerse a través
de la revelación. Lo revelable (revelabile) se entiende más bien de esos conocimientos que, de suyo,
no superan la capacidad de la razón, pero que Dios ha revelado porque son útiles a la obra de la
salvación y porque la mayor parte de los hombres, dejados a ellos mismos, no llegarían a
conocerlos.

2. La revelación como acontecimiento histórico


. operación jerárquica: la verdad de la salvación nos llega como las aguas de una gran fuente
. caracterizada por la sucesión, en tres épocas: Abraham/existencia de un Dios único/unas
familias; Moisés/nombre de Dios/un pueblo; Cristo/Trinidad/humanidad entera.
. con un dinamismo en progreso: se constituye un depósito y se acerca a la plenitud con Cristo
. polimorfa: extraordinaria riqueza y diversidad de los caminos de Dios; cima con Cristo y los
apóstoles, pero el espíritu de profecía no ha desaparecido.

3. La revelación profética como carisma de conocimiento


Su De prophetia (S.Th. II-II 171-174) presenta un asombroso respeto a los datos complejos
de la experiencia profética. Se distingue el conocimiento profético de su uso, la proclamación. “El
elemento formal en el conocimiento profético es la luz divina; de la unidad de esa luz es de donde la
profecía saca su unidad específica, a pesar de la diversidad de objetos que esta luz manifiesta a los
profetas.” Una vez agraciado con ella, el profeta reacciona vitalmente. Pasivo en la inspiración que
lo supereleva, percibe activamente en la revelación. “El profeta posee la mayor certeza de las
realidades que conocer por el don de profecía y tiene por cierto que esas verdades se le han revelado
divinamente”. La acción por la cual Dios se comunica con el hombre mediante signos creados es
designada por Tomás como palabra de Dios, debido a la analogía con la palabra humana, que es
también comunicación del pensamiento por medio de signos.

4. La revelación por Cristo y los apóstoles


La función reveladora de Cristo está menos desarrollada, aunque hay indicaciones. Cristo
nos ha mostrado el camino de la verdad, para que por él, vayamos al Padre (III, Prol.). Destaca el
resultado de la acción reveladora: la verdad de la fe. El conjunto de los conocimientos que Dios
reveló a los profetas y a lo
s apóstoles recibe en él el nombre de “doctrina sagrada”, “enseñanza según la revelación” que
contiene la Escritura.

5. De la revelación a la Iglesia y a la fe
Dios propuso directamente su verdad a los profetas y a los apóstoles; a nosotros nos la
propone por la Iglesia, regla infalible en la proposición de la verdad revelada. Dios nos ayuda a
creer con una triple ayuda: la predicación exterior, los milagros que la acreditan y un atractivo
interior, inspiración del Espíritu Santo, testimonio de la verdad primera que ilumina e instruye al
hombre interiormente.

6. La revelación como grado de conocimiento de Dios


La revelación y la fe no son para ellas mismas, sino para la visión, porque el fin del hombre
es entrar algún día en la contemplación de Dios. En el hombre se da un triple conocimiento de Dios:
en el primer grado, el hombre se eleva a Dios por medio de las cosas creadas; en el segundo, Dios
desciende a nosotros, se inclina hacia el hombre y se revela a él; en el tercero el hombre “será
elevado a ver perfectamente lo que se le ha revelado”. Por su palabra, Dios nos hace entrar poco a
poco en el misterio de su vida íntima.

3. Las enseñanzas de los Concilios IV de Letrán y Tridentino

Durante los primeros siglos y toda la Edad Media jamás se discutió la existencia de
la revelación, por lo que el Magisterio no tuvo necesidad de pronunciar anatema o
condenación sobre este tema.
El IV Concilio de Letrán (año 1215) trae la expresión magisterial más completa en
la época medieval de la noción de revelación (que no incluye esa palabra, como puede
verse):

“Esta santa Trinidad..., dio al género humano la doctrina saludable, primero por Moisés y los
santos profetas y por otros siervos suyos, según la ordenadísima disposición de los tiempos.
Y finalmente, Jesucristo, unigénito Hijo de Dios..., mostró más claramente el camino de la
vida.” (Dz 428-429; D(H) 800-801)

El Concilio de Trento (año 1546) afronta el problema de la Reforma luterana. Ésta


afirma el principio de la salvación por la gracia y la fe solamente y la autoridad soberana de
la Escritura. La regla de fe es la Sola Scriptura, con la asistencia individual del Espíritu,
que permite captar lo revelado que hay que creer. Se suprime todo intermediario entre la
palabra de Dios y el hombre que la recibe (Iglesia, Tradición, Magisterio eclesial). La
respuesta católica será retomada al estudiar el tema Tradición y Escritura. Notemos que no
aparece el término “revelación” y que lo que está en primer plano es el evangelio, el
mensaje de salvación; la doctrina enseñada por Cristo (cf. Decreto “Sacrosancta” sobre la
aceptación de los sagrados libros y tradiciones Dz 783; D(H) 1501).

4. La Constitución Dei Filius del Concilio Vaticano I

El Concilio Vaticano I (año 1870), en el contexto cultural de la “modernidad” (que


es imprescindible considerar para su recta comprensión) se ocupó de modo directo y
prioritario de la revelación en una de sus dos Constituciones dogmáticas, la “Dei Filius”
sobre la fe católica. Debía proponer la doctrina católica amenazada por dos extremos, el
racionalismo y el fideísmo.
Antes de entrar directamente en el tema, para comprender la “genealogía” del
sistema y el objeto formal del Concilio, es necesario leer el Prólogo de la Constitución, no
incluido en el Denzinger. Y después de una consideración general sobre la estructura de
todo el documento, desde esta perspectiva corresponde leer con atención particular el
capítulo 2 y sus cánones (De revelatione; esp. Dz 1785-1786; D(H) 3004-3005). [Ver
Textos]
En breve síntesis, la contribución del Vaticano I a la doctrina de la revelación se
reduce a:
1. afirmar la existencia de la revelación sobrenatural, de su posibilidad, de su necesidad, de su
finalidad
2. determinar su objeto material principal: Dios mismo y los decretos de su voluntad de salvación
3. adoptar el término “revelación” en sentido activo y en sentido objetivo, que pasa a ser desde
entonces un término oficial y técnico
4. recurrir a las analogías de la palabra y del testimonio (implícita) para describir esta realidad
inédita
5. Los documentos antimodernistas

El modernismo fue un esfuerzo por armonizar los datos de la revelación con la


historia, las ciencias y las culturas. Y la Iglesia, mal preparada, se sentía desbordada en un
mundo demasiado cambiante. Temía ver cómo la revelación histórica se disolvía en un
sentimiento religioso ciego, surgido de las profundidades del inconsciente, bajo la presión
del corazón y el impulso de la voluntad. Este reclamo a la experiencia tiene sus
antecedentes inmediatos en autores protestantes.
El primer gran sistematizador de la experiencia religiosa y cristiana fue F. Schleiermacher
(1768-1834). No es la razón la que debe acceder a Dios, sino que el único modo de captar la
realidad divina es la intuición encerrada en el sentimiento. Lo que caracteriza a la religión es el
“sentimiento de dependencia” y la experiencia del infinito. La “experiencia religiosa” es el
sustrato de los dogmas cristianos: la divinidad de Cristo, la gracia, la redención, la Iglesia no son
más que formas en las que va evolucionando la conciencia religiosa en su búsqueda de una relación
con lo infinito y eterno. La revelación no es transmisión de verdades, sino pura experiencia de
comunicación del sujeto con el Universo infinito. La “esencia del cristianismo” sería la conciencia
de la necesidad de redención, y la experiencia propia de la redención por Cristo.

A. Sabatier relaciona religión, oración y revelación. La religión es esencialmente la oración


del corazón, con un movimiento del alma que la pone en relación con “la potencia misteriosa de la
que depende ella y su destino”. El hecho de la revelación coincide con el hecho de la conciencia
religiosa que existe en todos los hombres y religiones, pero de manera más viva en Cristo. La
“esencia del cristianismo” consiste en “una experiencia religiosa, en una revelación íntima de Dios
hecha por primera vez en el alma de Jesús de Nazaret; pero se repite y verifica, menos luminosa, sin
duda, pero no desconocida, en el alma de todos sus verdaderos discípulos”. El principio
fundamental de la experiencia reveladora es la emoción religiosa, que se traduce primero en
imágenes, y posteriormente en conceptos y juicios que la Iglesia puede aprobar como dogmas.

El término modernismo se origina en los documentos del Magisterio (Encíclica


Pascendi y Decreto Lamentabili de Pío X). No fue una escuela, ni siquiera una corriente
organizada del pensamiento católico, sino un movimiento intelectual que se desarrolló
sobre todo en Francia, en Italia, Alemania y el Reino Unido. Conecta con el protestantismo
liberal. De autores como von Harnack y Sabatier, los modernistas (Loisy, Tyrrel)
recibieron un influjo a la vez intenso e impreciso de kantismo y del método histórico-
crítico, con los que se proponen dialogar. Por un lado, la fe deja de ser considerada en su
carácter noético para ser vista, sobre todo, como experiencia religiosa que no presupone o
implica un conocimiento. Por otro, la separación entre el hecho exterior (historia) y el
hecho interior (fe, experiencia) permite una autonomía absoluta tanto a la investigación
crítica como a la experiencia. Lleva a la disolución de la fe: la experiencia vital pierde su
contenido y cae en el subjetivismo; la Escritura queda sujeta a la manipulación de las
teorías científicas.

Los documentos antimodernistas muestran la gran preocupación y la fuerte


reacción del Magisterio. Para el tema de la revelación deben señalarse:
- el decreto Lamentabili, tesis 20,21,22 (Dz 2020-22; D(H) 3420-22), contra Loisy
- la encíclica Pascendi, (Dz 2077-2079; D(H) 3481-3483)
- el motu proprio Sacrorum antistitum y el juramento animodernista adjunto (Dz 2145;
D(H) 3541)

Aportan sobre el tema de la revelación una terminología más precisa (surge la


famosa definición de revelación como locutio Dei attestans), al mismo tiempo que se
caracterizan por una evidente inflación del carácter doctrinal de la revelación, en perjuicio
de su carácter histórico y personal. Con la condena del modernismo, la teología católica
renunció por largo tiempo al tema de la experiencia.

Orientación bibliográfica
R. LATOURELLE, Teología de la Revelación, Salamanca, 1977, 87-164.176-199.
B. SESBOÜÉ – CH. THEOBALD, La Palabra de la Salvación, Salamanca, 205-226.
A. ZAMBARBIERI, Los Concilios del Vaticano, Madrid, 1996, 83-98.

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