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Resulta inútil buscar en los padres de los primeros siglos de la Iglesia el equivalente
de un tratado sobre la revelación. Para ellos la revelación es una realidad obvia, y su primer
problema es el de la inculturación de la revelación cristiana en el seno del mundo griego.
No se propone aún una reflexión sistemática: la suya es esencialmente una teología
“contextual”, que remite a la revelación como único criterio de interpretación.
Su pensamiento evoluciona dentro de una visión de conjunto del misterio cristiano;
bebe y se elabora en la fuente, de la cual está muy cercano en el tiempo. Por otra parte, los
Padres componen “grandes planos” para ilustrar mejor los puntos de encuentro con las
culturas y religiones, pero también la singularidad, la especificidad del fenómeno cristiano.
Se impone poco a poco un paisaje como imagen de la revelación cristiana en su totalidad.
Destacamos algunos ejes fundamentales de una reflexión extensa y profunda:
4. Centralidad de Cristo
Todos los padres ven en Cristo la cima, la consumación de la historia de la salvación.
Aunque el Hijo asume todos los caminos de la encarnación, es a la palabra humana de Cristo a la
que se atribuye el papel principal (palabra de Dios, buena nueva, enseñanza, doctrina de la fe, de la
salvación, prescripciones, regla de la verdad, regla de fe, etc.). Ignacio de Antioquía: “No hay más
que un solo Dios que se manifestó por Jesucristo, su Hijo, que es su Verbo, salido del silencio”;
“Cristo es la puerta por la que entran Abraham, Isaac y Jacob y los profetas y los apóstoles de la
Iglesia; todo esto conduce a la unidad con Dios.” Ireneo ve la revelación como la epifanía del Padre
a través del Verbo encarnado. Cristo o el Verbo encarnado es el visible, el palpable, el que
manifiesta al Padre, mientras que el Padre es el invisible que manifiesta al Hijo encarnado y visible.
Atanasio distingue dos aspectos en la encarnación: la manifestación de Cristo como persona divina,
imagen del Padre y la comunicación por medio de Él de la doctrina de la salvación.
Pregunta: ¿Es o no necesario que, además de las materias filosóficas, haya otra doctrina?
Solución. Hay que decir: Para la salvación humana fue necesario que, además de las materias
filosóficas, cuyo campo analiza la razón humana, hubiera alguna doctrina cuyo criterio fuera la
revelación divina. Y esto es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la
comprensión a la que puede llegar sólo la razón. Dice Is 64,4: ¡Dios! Nadie ha visto lo que tienes
preparado para los que te aman. Sólo Tú.
El fin tiene que ser conocido por el hombre para que hacia él pueda dirigir su pensar y su
obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para su salvación, conociera por revelación divina lo
que no podía alcanzar por su exclusiva razón humana.
Más aún. Lo que de Dios puede comprender la razón humana, también precisa la
revelación divina, ya que, con sola la razón humana, la verdad de Dios sería conocida por pocos,
después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y, sin embargo, del exacto
conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la
salvación.
Así, pues, para que la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue
necesario que los hombres fueran instruidos, acerca de lo divino, por revelación divina. Por todo
ello se deduce la necesidad de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón,
hubiera una doctrina sagrada, resultado de la revelación.
1. La revelación como operación salvífica
Toda la teología, toda la vida de la fe, todo el dato revelado procede de la revelación, pero
este dato no se llama directamente revelación. La salvación del hombre es Dios mismo, en su vida
íntima, y por ello era necesario que Dios mismo se diera a conocer, y asegurara a todos además el
conocimiento de ciertas verdades de orden natural. Lo revelado (revelatum) son esencialmente esos
conocimientos sobre Dios inaccesibles a la razón, y que, por tanto, sólo pueden conocerse a través
de la revelación. Lo revelable (revelabile) se entiende más bien de esos conocimientos que, de suyo,
no superan la capacidad de la razón, pero que Dios ha revelado porque son útiles a la obra de la
salvación y porque la mayor parte de los hombres, dejados a ellos mismos, no llegarían a
conocerlos.
5. De la revelación a la Iglesia y a la fe
Dios propuso directamente su verdad a los profetas y a los apóstoles; a nosotros nos la
propone por la Iglesia, regla infalible en la proposición de la verdad revelada. Dios nos ayuda a
creer con una triple ayuda: la predicación exterior, los milagros que la acreditan y un atractivo
interior, inspiración del Espíritu Santo, testimonio de la verdad primera que ilumina e instruye al
hombre interiormente.
Durante los primeros siglos y toda la Edad Media jamás se discutió la existencia de
la revelación, por lo que el Magisterio no tuvo necesidad de pronunciar anatema o
condenación sobre este tema.
El IV Concilio de Letrán (año 1215) trae la expresión magisterial más completa en
la época medieval de la noción de revelación (que no incluye esa palabra, como puede
verse):
“Esta santa Trinidad..., dio al género humano la doctrina saludable, primero por Moisés y los
santos profetas y por otros siervos suyos, según la ordenadísima disposición de los tiempos.
Y finalmente, Jesucristo, unigénito Hijo de Dios..., mostró más claramente el camino de la
vida.” (Dz 428-429; D(H) 800-801)
Orientación bibliográfica
R. LATOURELLE, Teología de la Revelación, Salamanca, 1977, 87-164.176-199.
B. SESBOÜÉ – CH. THEOBALD, La Palabra de la Salvación, Salamanca, 205-226.
A. ZAMBARBIERI, Los Concilios del Vaticano, Madrid, 1996, 83-98.