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II. De un modo u otro, los grandes estudiosos de esta época han puesto de
manifiesto lo que acabamos de decir; a saber, que desde que las tendencias
disgregadoras de la Baja Edad Media se insinúan (comienzo del
Renacimiento y del Humanismo), hasta que llegan a imperar en el modo de
vida de la cultura Europea (inicio de la modernidad), lo que ha ido
ocurriendo, en el ámbito intelectual, es la exaltación de la excelencia
humana. Y ello no porque en la Edad Media no se hubiera afirmado la
dignidad del ser humano –todo lo contrario, pues éste se consideraba como
"imagen" del mismo Dios–, sino porque ahora esa excelencia se presenta
vinculada a la actividad humana dirigida a la conquista autónoma de los
conocimientos.
III. De un modo u otro, los grandes estudiosos de esta época han puesto de
manifiesto lo que acabamos de decir; a saber, que desde que las tendencias
disgregadoras de la Baja Edad Media se insinúan (comienzo del
Renacimiento y del Humanismo), hasta que llegan a imperar en el modo de
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vida de la cultura europea (inicio de la modernidad), lo que ha ido
ocurriendo, en el ámbito intelectual, es la exaltación de la excelencia
humana. Y ello no porque en la Edad Media no se hubiera afirmado la
dignidad del ser humano –todo lo contrario, pues éste se consideraba como
"imagen" del mismo Dios–, sino porque ahora esa excelencia se presenta
vinculada a la actividad humana dirigida a la conquista autónoma de los
conocimientos.
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proviene del especialísimo lugar del hombre en la naturaleza por su
relación con la trascendencia, sino que procede de que es él mismo quién
de un modo activo y libre conquista su posición en el mundo, que en sí
mismo no posee finalidad y donde el fin de las cosas es impuesto por él
mismo. El ideal de felicidad del hombre moderno está situado en el
progreso racional indefinido. Este principio ha olvidado que el entorno
natural es la casa del hombre donde habita sin que pueda crearla. En el
medioevo se tenía el convencimiento de que la divinidad era límite y
modelo, un fin éticamente significativo para el hombre.
VIII. Ese especial lugar del hombre, esa dignidad por ser imagen de
Dios, en el Renacimiento se conquista por la autoafirmación. La libertad no
nace de la Naturaleza sino de la ausencia de leyes naturales.
¿Hay algo que suceda al margen del cuidado de los dioses?, ¿se oculta
realmente Dios ante el quehacer humano?, o, antes bien, ¿se muestra y
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manifiesta -de algún modo. De la respuesta a esta pregunta depende gran
parte de la orientación de la vida humana hacia un sentido global.
Pertenece, sin duda, al marco más ancho referido a la relación que
mantiene el que es el Absoluto con lo contingente. Siempre, por lo menos
en el orbe de lo religioso, se ha admitido esa actividad esencial de lo divino
consistente en providere, esto es, en ver de antemano y, por lo tanto,
atender y cuidar del mundo. En los racionalismos esa fundamental
manifestación de la divinidad ha quedado oculta.
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La vivencia de nuestro joven héroe queda justificada en el marco del
pensar antiguo. El mundo aquí es eterno, sujeto a un movimiento circular
en el que todo ha de retornar. Dentro de este ciclo y permanente devenir
aparece, en la práctica, la noción de inmortalidad; pues hay un ser que
puede escapar al laberinto del eterno retorno y este es el héroe trágico en su
grandeza: él no pertenece a "los mortales", pues su vida permanecerá a
través de los siglos, y ello en la medida en que sus gestas queden siempre
ante la mirada de los demás hombres. Por ello nuestro Ayax aspira a una
igualdad con respecto a la diosa y así reconquistar él solo el privilegio de la
inmortalidad; pero esta conciencia es, a su vez, lo que le propina el castigo
de la divinidad.
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guía a la humana. Ante esta guía, el héroe caía, Calicles defiende que el
héroe se puede mantener.