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Liberalismo
L a tra d ic ió n clá sica
Sexta ed ició n
Prólogo de
J u lio C é s a r de L e ó n B a r b e r o
UniónEditorial
2011
T ít u lo o rig in a l: Liberalismus, G u s ta v F ish er, J e n a , 1927
T ra d u c c ió n d e Ju a n M a r c o s d e la F u e n te
IS B N : 9 7 8 - 8 4 - 7 2 0 9 - 5 3 9 - 7
D e p ó s ito legal: M - 1 0 8 4 5 - 2 0 1 1
© 1 9 7 5 U N I O N E D I T O R I A L , S .A .
© 2 0 1 1 U N I O N E D I T O R I A L , S .A . (S e x ta e d ició n )
d M a r t ín M a c h io , 1 5 - 2 8 0 0 2 M a d rid
T e l.: 9 1 3 5 0 0 2 2 8 - F a x : 9 1 1 8 1 2 2 1 2
C o rr e o : i n f o @ u n i o n e d it o r ia l.n e t
w w w .u n io n ed ito rial.es
Gr aphic , S .L .
C o m p u esto p o r JP M
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queestablecenpenasdeprisiónymultas, ademásdelascorrespondientes indemnizaciones
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este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluso fotocopia,
grabación magnética, óptica o informática, o cualquier sistema de almacenamiento de
información o sistema de recuperación, sin permiso escrito de U E n ió n d it o r ia l
ín d ic e
Prólogo.......................................................................... 11
Introducción .............................................................. 25
1. El liberalismo ................................................... 25
2. El bienestar social ........................................... 28
3. El racionalismo ............................................... 30
4. La meta del liberalismo ................................... 33
5. Liberalismo y capitalismo ............................... 36
6. Las raíces psicológicas del antiliberalismo . . . . 40
5
11. Los límites de la actividad del g o b ie r n o 87
12. Tolerancia ....................................................... 91
13- El Estado y los comportamientos antisociales . 94
6
4. Los partidos políticos y el liberalismo ............ 236
5. Propaganda y aparato de p a r t id o .................... 242
6. ¿El partido del ca p ita l? ..................................... 246
7
Nota del editor
9
a n terio re s, el P refa cio q u e para la tra d u cció n in g lesa
escribiera en 1962 el propio Ludwig von Mises. T am bién
se ha conservad o el Prólogo escrito para la e d ició n an te
rior p o r el profesor Ju lio - César d e León B arb ero .
10
Prólogo
11
m undo (algunos d ecididam ente m arxistas): en G ran Breta
ña, Francia, H olanda, Italia, N oruega y otros países.
A lgunos in telectu ales en tu siasm ad os p or el p ro y ecto
d e una nueva y equitativa so cied ad co n sid eraro n co m o
d eb e r m oral prestar a esta cau sa el co n cu rso d e su inteli
g en cia y habilid ad es. Inglaterra p e rece h a b e r sido la van
guardia d e aq u ella cruzada. Se fu nd ó la So cied ad F ab ian a
en 1884, q u e aglu tinab a a cé le b res p e rson a jes co m o H.G.
Wells, Bernard Shaw, H. Laski, O . M osley, B. Russell, Attlee
y otros. Su p rop ó sito era pro m o ver la visión socialista a
n iv el p o p u la r p o r m e d io d e e scr ito s d iv u lg ativ os (lo s
F abia n Tracts). La llam ada «Liga So cialista» se constitu yó
a raíz d e lo s d e sa c u e r d o s e x iste n te s e n el s e n o d e la
« F e d e r a c ió n S o cia l D e m o cr á tica » ( S o cia l D em ocratic
F ederation, SD F). D irigida p o r W illiam Morris, la Liga hizo
lo su y o p ara p ro m o v e r el ca m b io h acia u n a so cie d a d
m aterialm ente igualitaria.
En el ám bito p olítico triunfó la revolu ción proletaria en
Rusia e n 1917. A quella victoria llegó a considerarse un tri
bu to al m arxism o vulgarizado, sim plón, artesanal, que v e
nían predicando Kautsky y B e b e l e n conform idad co n la
herm enéutica q u e de Marx había h e ch o O tto Bauer. Por fin
se co n tab a co n un e jem p lo palpitante de una eco n o m ía
centralm ente dirigida.
B eatrice y Sidney W ebb viajaron para constatar el fun
cionam ien to del sistem a soviético. El resultado de su peri-
plo fue un libro q u e prim ero ap areció co n el título Soitiet
Com m unism : A New CivílizationPy que posteriorm ente se
p u b licó convirtiendo la pregunta e n una afirm ación. Las
co n v iccio n es de los W ebb ahora plen am en te corroboradas
por la exp erien cia en Rusia inspiraron la fundación de la
fam osa London Sch oo l o f Econom ics, destinada a prom o
ver la transform ación de la socied ad de la co m p eten cia en
una feliz herm andad.
12
No ca b e duda de que la exitosa difusión del socialism o
en gran parte ha d e atribuirse a la creació n d e un novísim o
ico n o político: la m asa o b rera. A rropada co n vestiduras
«científicas», se le p rop orcion ó una consigna: acabar co n
el sistem a eco n ó m ico que perm ite a los du eños del capital
en riqu ecerse al quedarse co n la parte que les corresp on d e
a los obreros («plusvalía»). Así, una vez qu e las necesarias
transform aciones políticas y jurídicas tuvieran lugar, surgi
ría una eco n o m ía racionalm ente controlad a y planificada
que só lo ben eficio s acarrearía.
La ola del colectivism o eu rop eo lleg ó al subcon tin en te
latinoam ericano provocando el surgim iento de partidos con
esa tendencia: el Partido Liberal M exicano, fundado por los
herm anos Flores M agón; el Partido Socialista O brero, fun
dado e n Argentina e n 1896 por Ju a n Bautista Ju sto , partici
pante e n la II Internacional y traductor de El Capital.
A dem ás, h ay q u e re co n o ce r la in flu en cia e n p ro del
so cialism o q u e e n tre los latinoam ericanos e jerciero n las
ideas de la R evolución M exicana, del New D eal roosevel-
tiano y d e p erson ajes co m o Raúl Haya de la Torre y a cuyo
co b ijo surgieron César Sandino, Carlos F on seca Amador,
M arcelo Quiroga, Ja co b o Arbenz Guzm án, Velasco Alvarado
y Salvador Allende.
T am b ién e n e sta re g ió n su rgió e l e q u iv alen te de la
Internacional al n acer la OLAS, O rganización Latinoam eri
can a de Solidaridad, cuya m isión era luchar contra el im pe
rialism o yanqui y contra las oligarquías burguesas y terra
tenientes. Eso ocurría m ientras el C he G uevara com batía
en Bolivia por el m ism o ideal y otros países latinoam erica
n os exp erim entaban el inicio de una guerra interna prom o
vida p o r m ov im ien tos g u errilleros m arxistas-len in istas,
com o es el caso de Guatem ala, El Salvador, Nicaragua, Perú,
C olom bia, etc. T od o para lograr transform ar el sistem a de
p rod u cción y com ercialización de b ien es y servicios en una
13
actividad solidaria, «hum ana», alejada del afán d e lucro,
orientada hacia el increm ento de la riqueza colectiva b ajo
la dirección de hom bres co n clara con cien cia social.
En m edio de aquel jolgorio en el que, en am bos lados
del Atlántico, políticos, acad ém icos e intelectuales, borra
ch os de socialism o, brindaban p or el advenim iento y co n
quista de la gran utopía, Ludwig von Mises efectu ab a un
profundo y serio análisis del proyecto socialista. El resulta
do se p u blicó en alem án en 1922: El socialism o. A nálisis
econ óm ico y sociológico. La o b ra e s, en e fecto , eso : un
auténtico y exhaustivo pase de revista a cada u n o d e los
argum entos socialistas, destruyéndolos al dem ostrar su fal
sedad, inoperancia o im proced encia. Constituye una lec
tura obligada para aquellos que sinceram ente inquieren por
las razones de la im posibilidad d e una econ om ía dirigida.
Seis años m ás tarde (1 9 2 7 ) M ises p u blicó una o bra co m p le
m entaria de la anterior y que el lecto r tiene en sus m anos:
Liberalism o , obra que constituye una magistral exp o sició n
de esa corriente de pensam iento.
Liberalism o es una palabra que en carn a ideales diam e
tralm ente o p u estos a los del socialism o. No d eb e confu n
dirse el liberalism o co n un program a gubernam ental, co n
políticas eco n ó m icas o co n una id eología (e n el sentid o
m arxista del térm in o) interesada e n la p rotecció n d e los
intereses de un particular segm en to de la p oblación .
El liberalism o es, podría d ecirse, el esfuerzo científico-
intelectual por detectar, d estacar y recup erar los valores y
principios propios de la civilización occidental.
Se re co n o ce , ciertam ente, un liberalism o político y otro
eco n ó m ico ; p ero el liberalism o abarca m u cho más: la an
tropología, la ética, la filosofía del d erech o, la psicología,
las relacion es entre las n acion es, etc.
Este esfuerzo de franca recu p eración cultural se inició
en el siglo xvm, por un lado co n las reflexion es de Jo h n
14
Locke so b re el d erech o a la propiedad y las fu n cion es del
gobierno, y por otro co n el pensar de los fisiócratas y la obra
d e Adam Smith.
En la p ersp ectiv a a ntro p o ló g ica, para el liberalism o el
valor su p rem o lo con stitu ye la libertad co m o an tón im o de
esclav itu d , co m o a u sen cia de la c o a c ció n arbitraria de
parte d e terceros y, e n co n se cu en cia , co m o posibilid ad
para actuar en co n fo rm id ad co n fin es y p lan es p rop ios. El
liberalism o n o re co n o ce valor m ás e lev a d o q u e la lib er
tad. Ni el am or ni la carid ad ni la fe p u ed en so b rep asarla,
pu es para amar, se r caritativo o cre er hay q u e su p o n er la
libertad.
Una vez co lo cad a esa piedra angular, lo dem ás trata
acerca d e có m o proteger la libertad d e las am enazas que
sobre ella se ciern en y los m ecanism os para garantizarla; el
origen y fu nción de la ley; la razón d e ser del pod er pú blico
y la cu estión de sus lím ites; las virtudes y debilidades de la
dem ocracia; el p roceso de g en eració n de riqueza y la fun
ció n tanto de la iniciativa privada co m o del g ob iern o en ese
p ro ceso creador; y toda una pléyade de cu estion es relacio
nadas co n lo anterior: la paz, las desigualdades, los m o n o
polios, los intereses protegidos, etc.
A la par de la libertad, la otra piedra fundam ental del
liberalism o es la radical distinción en tre gob iern o y so cie
dad. La o bra d e Mises, en general, constituye una im por
tante contribución a m antener y preservar tal diferenciación,
a la vez q u e señala las perniciosas co n se cu en cias que aca
rrea confundir socied ad y gobierno.
Sociedad, afirma Mises, es el no m b re co n el que nos re
ferim os a la co o p eració n libre y voluntaria entre los seres
hum anos, fundam entada e n la división del trabajo. Este e n
torno coop erativo, q u e am algam a m aterias primas, m aqui
naria, creatividad, dinero, capacid ad es, habilidades, ideas
y energía productiva, term ina p or devolver tod o e so trans
15
form ado en b ien es y servicios n ecesarios para asegurar la
vida y la calidad de la vida hum ana.
Liberales co m o M ises y H ayek tom aron co n toda la se
riedad del caso la cu estión del fu ncionam iento del sistem a
coop erativo, asunto q u e sigue siend o hasta el día de h oy la
cu estión n u clear de las cien cias sociales. Para esto s inte
lectuales n o queda duda acerca de que los com portam ien
tos pro co o p eració n son resultado de un p ro ceso evolutivo
cultural de ensayo y error. D e este m odo, instituciones co m o
el dinero, la m oral y el d erech o so n fruto n o inten cionad o
de la acción hum ana y n o producto del hum ano diseño. En
otros térm inos, la vida y las actividades hum anas transcu
rren en un orden, arm onía y coord in ació n que n o o b e d e ce
a voluntad alguna.
G o b ierno es la palabra co n la q u e designam os a aq u e
llos de nuestros sem ejan tes a q u ien es h em os trasladado
nuestro personal y legítim o d erech o de d efensa, confirién
d oles para ello autoridad y pod er para ejercer co erción .
Con el tiem po, para desdicha nuestra, qu ien es están in
teresados en e jerce r el poder, ayudados por qu ien es teori
zan acerca d e su función, han term inado por invadir la e s
fera de la co op eración entre los hom bres. Las justificaciones
y las excu sas sobran. Pueden ser «m orales», «hum anas»,
«solidarias», orientadas a h acer «eficien te» el sistem a o a
corregir sus «d eficien cias», y un largo etcétera. T od os los
argum entos se resum en, n o obstan te, en u n o solo: la pre
tensión de ten er el co n o cim ien to n ecesario para orientar la
co o p eració n hum ana y prescindir, así, d e la inform ación
dinám ica y cam biante q u e gen era el sistem a y gracias a la
cual funciona.
El germ en de autodestrucción q u e el socialism o alber
gaba en su sen o consistía, e n b u en a m edida, e n confundir
el p lan o coop erativ o y el gubernam ental, lo q ue co n d u jo a
la elim inación del d erech o de los individuos a la p rop ie
16
dad. El m arxism o, p eor aún, n o só lo los confundió sino que
los fundió, llegando a convertir las d ecisio n es econ óm icas
e n m eras ordenanzas administrativas.
C om o tenía que suceder, el socialism o fracasó ruidosa
m ente. No cum plió la prom esa d e superar la produ cción y
la gen eració n d e riqueza q u e el régim en de libertad indivi
dual es capaz de alcanzar. Mises anticipó la derrota en fe
ch a tan tem prana co m o los prim eros años de la segunda
d écad a del siglo anterior. P ero au nqu e hay sobrados m oti
vos para alegrarnos m irando hacia atrás, no hay razón para
ser tan optim istas d e cara al presen te.
El espíritu esen cial del socialism o continúa cautivando
a m uchos, esp ecialm en te en aquellas n acion es cuya p o b la
ció n vive sum ida en la pobreza; se destruye p or divisiones
cercan as a la lucha de clases e invierte sus escasas energías
e n m anifestaciones callejeras violentas que apenas le sirven
de con su elo. D esd e los m edios m asivos de com u n icación ,
d esd e las o rgan izacio n es n o g u b ern am en tales (O N G ’s),
desd e la cátedra, d esd e los grupos d e p resió n e in clu so
desde el púlpito se pide, se exig e, q u e el g o b iern o haga su
papel de R obin H ood.
A la par de reclam ar la intervención estatal en la activi
dad eco n ó m ica, acusan al liberalism o de provocar el d e te
rioro de los salarios, el en carecim ien to de los m edios de
subsistencia, de la falta de vivienda, d e acentuar las dife
rencias entre ricos y p obres, de «concentrar» el capital y
«dispersar» el trab ajo p rotegien d o los intereses em p resa
riales.
En este orden de ideas Mises exp lora en este libro las
raíces psicológicas, em ocion ales, que originan el rech azo
que algunos experim entan hacia el liberalism o. Pero levan
tar acu sacion es co m o las m encionad as podría no ser pro
d u cto a n ím ico sin o in telectu al. P odría tratarse d e crasa
ignorancia: ignorar q u e el liberalism o n o es darw inism o so
17
cial; n o es p roteccion ism o gubernam ental; n o es im pulso a
los préstam os de organism os financieros intern acionales a
los gob iern o s para «com batir la pobreza»; no es la carica
tura que m uchos ev o can al e scu ch ar el térm ino.
Pero, q u é afortunados som os, m ientras el co m p lejo de
Fourier, co m o d ice Mises, só lo pu ed e sobrellevarse, y e so a
b ase de psicoterapia o psicoanálisis, nuestra ignorancia sí
que puede com batirse y superarse. En este sentido, el e s
fuerzo que im plica p o n er en circulación esta nueva ed ición
de Liberalism o se verá m ás q u e recom p en sad o si contribu
y e a que m uchos lectores en el m undo de habla española
tengan una adecuada com p ren sión d e lo q u e el liberalis
m o reclam a, enfatiza y defiende. Porqu e lo que el lector
encontrará en estas páginas es una descripción com p leta y
detallada d e las co n d icion es políticas, jurídicas, so ciales y
m orales que posibilitaron e n todas partes la produ cción de
b ien es y servicios y e l increm ento del bienestar. A la vez
hallará respuesta a las críticas más com unes que desde siem
pre se han esgrim ido contra el p ensam iento liberal. C om o
afirm a el autor: «D esd e h ace m uchos años nadie ha tratado
de exp o n er de m anera esquem ática el significado y la e sen
cia de la doctrina liberal. Bastaría esta sola circunstancia para
justificar nuestro intento.»
En el su bcon tin en te latinoam ericano la lectura de este
texto clásico es im postergable para m odificar la m entalidad
dom inante: agrarista, proletaria, proteccionista, m ercanti-
lista, que ha co lo ca d o a m illones e n el declive del em p o
b recim iento y robad o las esperanzas de otros m ás q u e en
vano h acen fila para incorporarse a la po b lació n eco n ó m i
cam en te activa.
No n ecesitam os m ás de lo m ism o. Ya hem os probad o
hasta la náusea tod o lo relacionad o co n el pod er pú blico
entrem etid o en los p ro cesos d e co o p eració n : control de
p recios y del tipo d e cam bio, salarios y b en eficio s estab le
18
cid os p or decreto, inflación, subsidios, aranceles, cuotas,
privilegios y e xe n cio n e s fiscales, m on op olios estatales, re
form as agrarias, endeud am iento, etc., etc.
En otras palabras, hem os recurrido a las m edidas re co
m endadas p or el espíritu del socialism o y n o hem os logra
d o ser más productivos ni m ás ricos. Al contrario, los cintu
rones de p obreza alrededor de nuestras grandes ciudades
se han increm entad o y sus co nd icio n es se han agravado.
Los que pu ed en se arm an d e valor y viajan en co n d icion es
precarias y peligrosas e n bu sca de oportunidades e n otras
latitudes.
A m érica Latina n o vive en la po b reza p or obra y gracia
del capitalism o, sino porqu e no se ha experim entad o una
auténtica econ om ía libre; tam poco p orqu e haya habido un
saq u eo sistem ático d e nuestros recursos, sino porque n o
hem os sido tod o lo productivos que p od em os ser; m enos
aún p or el liberalism o, sino p or el e x ce so d e dirigismo.
D ém o sle u n a o portu n id ad a la libertad . No hay otra
o p ció n para los p obres, los desem plead os y los ham brien
tos. Porque un sistem a d e libre m ercad o no só lo es el m ás
eficiente para producir, co m o en gen eral se reco n oce e n el
m undo en tero hoy, sino el más eficien te para repartir los
co rresp ond ien tes ben eficio s. Éste es otro principio e sen
cial del liberalism o: producir y repartir los b en eficio s son
aspectos integrantes del p ro ceso productivo. Ni la produc
ció n ni el reparto de b en eficio s pu ed en separarse y esperar
que el sistem a siga fu ncionand o co m o si nada hubiera o cu
rrido. Van aparejadas. Cada elem en to recib e lo que le co
rresponde en conform idad co n la im portancia de su co n
tribución en el p roceso productivo.
«H istóricam ente el liberalism o fue la prim era orientación
política que se p reo cu p ó del bienestar de todos y n o del de
determ inados estam entos sociales. D el socialism o, que tam
bién da a en ten d er q u e persigue el bien estar colectivo, el
19
liberalism o se distingue n o p or el fin al que tiende, sino por
los m edios q u e elige para o b te n e r el m ism o fin.»
Este terreno, el de los m edios a em plear, es el propio de
la investigación científica y d e la discusión seria. A nalice
m os la p ro p u esta lib eral clá sica co n seren id ad . A p o co
aflorará su com probada superioridad frente a cualquier otra.
20
Prefacio a la edición en inglés (1 9 6 2 )
21
program a q u e p o co difiere del totalitarism o so cialista.1En
los EE UU, el térm ino «liberal» significa actu alm en te un
co n ju n to d e ideas y p ostu lad os po lítico s q u e e n casi to
d os los a sp e cto s so n lo co n trario de to d o lo q u e el lib era
lism o sig n ificó para las g e n era cio n es an teriores. El am eri
ca n o que se autodenom ina liberal aspira a la om nip oten cia
estatal, es en em ig o en carn izad o d e la libre em p resa y pro
pugna la p lan ificació n de to d o p o r parte de las autorida
d es, o sea el so cialism o . T ales « lib erales» p roclam an b ie n
alto q u e d esap ru eb an la política d el d ictador so v iético, n o
p o rqu e sea socialista o com u n ista, sin o p or su carácter
im perialista. Se co n sid era liberal y progresista toda m ed i
da q u e tiend a a sustraer algo a q u ien p o sea m ás q u e el
ciu d a d a n o m e d io o q u e d e cu alq u ie r m o d o co arte los
d e rech o s d e propied ad . Hay q u e p ro p o rcio n ar a los en te s
estatales p o d eres p rácticam en te ilim itados, h a cie n d o su
actividad inm une a tod a sa n ció n judicial. Las exig u as mi
n orías q u e o san o p o n erse a tal d esp o tism o adm inistrati
v o se ven estigm atizad as d e extrem istas, re accio n a ria s,
m o n árq u icos e co n ó m ico s ( econ om ic royalists) y fascis
tas. Se p roclam a p o r d o q u ier q u e ningún país libre d e b e
perm itir la actividad política de tales «enem igos pú blicos».
Lo cu rioso es q ue estas ideas se consid eran e n este país
com o algo específicam ente am ericano, digna y natural co n
tinuación de la filosofía y los principios que inspiraron a
los Pilgrim Fathers, de los firm antes de la D eclaración de
Ind epend encia, de los padres de la C onstitución am erica
na y de los redactores de los Papeles Federalistas. En efecto,
p o co s so n los q u e advierten q u e esas ideas supuestam ente
progresistas surgieron en Europa y que su más genuino y
brillante representante d ecim on ón ico fue Bism arck, cuya
1 D e b e m o s , sin e m b a r g o , r e c o r d a r q u e to d a v ía a lg u n o s e m in e n te s
in g le se s sig u e n d e f e n d i e n d o la c a u s a d e l v e r d a d e ro lib e ra lism o .
22
política ningún am ericano consideraría h oy ni progresista
ni liberal. Bism arck, efectivam ente, inauguró la Socialpolitik
en 1881, m ás de cin cuenta años antes d e que R oosevelt la
copiara co n su New D eai. Y, siguiendo la pauta del R eich
alem án, a la sazón la prim era p o ten cia continental, tod os
los países industrializados d e Europa adoptaron, en m ayor
o m en or grado, un sistem a que pretendía ben eficiar a las
m asas a costa tan só lo de una reducida m inoría de «d es
aprensivos individualistas». La g en eració n que alcan zó la
m ayoría de edad al finalizar la Prim era G uerra Mundial co n
sideraba ya el estatism o cosa natural y la libertad m ero «pre
ju icio burgués».
Cuando, h ace treinta y cin co años, procuré resum ir en
el presente texto las ideas y principios d e aquella filosofía
social que un día se denom inara liberalism o, n o era yo cier
tam ente víctim a del error d e creer q ue mi advertencia iba a
evitar los desastres q u e in exorablem en te, p o co despu és,
provocarían las políticas adoptadas p or todos los países
eu rop eos. Pretendía, sim plem ente, o frecer a esa p equ eñ a
m inoría de person as p ensantes la posibilidad de saber algo
acerca d e los objetiv os y los triunfos del liberalism o clási
co , abriendo así cam ino al resurgim iento de la libertad des
pu és del inm inente desastre.
El 28 de octu bre de 1951, el pro feso r T.P. Hamilius, de
Luxem burgo, solicitó un ejem plar de Liberalism us al editor
Gustav Fischer, de Je n a (zon a soviética de Alem ania). La
e m p resa editora resp on d ió el 1 d e n ov iem bre sigu iente
diciendo que n o podían atender sus deseos, por cuanto «die
Vorráte dieser Schrift m ussten au f A nordnung beh órd lich er
Stellen restlos m akuliert w erden» (p o r orden de las autori
dades, todos los ejem plares de este libro tuvieron q u e ser
destruidos). Por supuesto, la carta n o precisaba si las «au
toridades» aludidas eran las de la Alem ania nazi o las de la
«dem ocrática» república de la Alem ania O riental.
23
En lo s a ñ o s tra n scu rrid o s d e sd e la p u b lic a c ió n d e
Liberalism us h e escrito m u cho m ás a cerca de los p roble
m as tratados e n e ste libro. H e an alizad o, e n d iferen tes
textos, asp ectos m últiples q u e n o podía exam in ar e n un
ensayo com o el presente, forzosam ente de tam año reducido
si n o quería ahuyentar a m u chos p oten ciales lectores. Por
otra parte, en esta o b ra m e refiero a determ inados asuntos
que, realm ente, han perdido ya actualidad. Por otra parte,
to co a v eces los tem as de tal m od o qu e sólo resultan co m
p ren sib les y ju stificab les te n ie n d o p resen te la situ ación
política y eco n ó m ica de aquel m om ento.
No ha variado en nada el texto original; tam p oco influí
ni e n la trad ucción del Dr. Ralph Raico ni en la p resen ta
ció n editorial d e Mr. Arthur Goddard. D eb o , sin em bargo,
decir q u e estoy muy agradecido a am b os estudiosos por
las m olestias que se tom aron hasta lograr p o n er la obra a
disposición del p ú blico de habla inglesa.
Lu d w ig v o n M is e s
Nueva York, a b ril d e 1962
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Introducción
1. E l l ib e r a l is m o
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m undial, que sin em bargo fue ya resultado de una larga y
dura lucha contra el espíritu liberal y el com ien zo de una
é p o ca de rech azo aún más encarnizad o de los principios
liberales, el m undo tenía una densidad dem ográfica n u nca
alcanzada antes, y cada uno d e sus habitantes un ten or de
vida superior al q u e jam ás fuera p o sib le en los siglos ante
riores. El bien estar cread o por el liberalism o redujo nota
blem en te la m ortalidad infantil, plaga im placable de los si
glos preced en tes, y, m ejorand o las co n d icion es gen erales
de vida, p rolon gó la duración m edia de ésta. Este flujo no
afectó sólo a un restringido estrato de privilegiados. En vís
peras de la guerra m undial, el ten or de vida del o b rero de
los Estados industriales europeos, d e los Estados U nidos de
Am érica y d e los dom inions de Ultramar ingleses era supe
rior al del aristócrata de años n o muy lejanos. El obrero podía
n o só lo co m er y b e b e r cuanto quería, sino tam bién dar a
sus hijos una ed u cació n m ejor; podía participar, si quería,
en la vida cultural de la nación ; y podía ascen d er a los es
tratos sociales superiores si po seía los requisitos y la fuerza
suficiente para ello. Precisam ente en los países más ad e
lantados e n sentido liberal la m ayoría de qu ien es o cu p a
ban la cim a de la pirám ide social estaba form ada n o por
personas favorecidas desde su nacim iento por unos padres
ricos y b ien situados, sino por individuos que, partiendo
de co n d icion es de estrech ez eco n ó m ica, supieron h acerse
cam ino co n sus propias fuerzas y el favor de las circunstan
cias. D esap arecieron las viejas barreras q u e h abían separa
do a am os y siervos. Sólo existían ya ciudadanos co n d ere
ch o s iguales. A nadie se le rech azaba o perseguía p o r su
perten en cia étnica, p or sus co nv iccio n es o por su fe. En el
plan o interno habían ce sa d o las p e rsecu cion es políticas y
religiosas, y e n el plano internacional las guerras em p eza
ban a ser cad a vez m ás raras. Los optim istas presentían ya
la era de la paz perpetua.
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Pero luego las co sas cam biaron. D esd e el siglo xix el
liberalism o fue o b jeto de una aguerrida o p o sició n que al
final consiguió anular gran parte de sus conquistas. H oy el
m undo n o quiere ya sab er nada del liberalism o. Fuera de
Inglaterra el térm ino m ism o de «liberalism o» se pronuncia
incluso co n desprecio; en la propia Inglaterra sigue habien
do «liberales», pero m uchos, a ca so la m ayoría, lo son de
nom bre: digam os m ás b ien que so n socialistas m oderados.
El pod er de g o b iern o está h oy e n todas partes en m anos de
partidos antiliberales. El antiliberalism o pragm ático ha d es
en cad en ad o la guerra m undial e inducido a los pu eblos a
encerrarse en sí m ism os, protegidos por p rohibicion es a la
im portación y a la exp ortación , aran celes, m edidas antim i
gratorias y otras por el estilo. D entro de los Estados, ese
antiliberalism o ha aco m etid o una serie de exp erim en tos
socialistas, co n el resultado de reducir la productividad del
trabajo y aum entar la penuria y la m iseria. Q u ien n o quiere
cerrar los ojos no podrá m enos d e recon o cer por d oquier
los síntom as de una inm inente catástrofe e co n ó m ica . El
antiliberalism o n o s está llevando hacia un co lap so gen eral
de la civilización.
Para saber qué es el liberalism o y cu áles so n sus o b je ti
vos, no basta co n dirigirse sim plem ente a la historia y co m
probar las aspiraciones de los políticos liberales co n sus
realizaciones, ya que el liberalism o nu nca ha co n segu id o
realizar su program a según sus in ten ciones. P ero tam p o co
los program as y los com portam ientos de aquellos partidos
q ue hoy se proclam an liberales pu ed en aclaram os las ideas
so b re el verdadero liberalism o. Ya hem os aludido al h e ch o
de que en la propia Inglaterra h oy se en tien d e por liberalis
m o algo que se p arece m ás al torysm oy al socialism o que
al viejo program a del librecam bism o. Ante el esp ectácu lo
que nos m uestra a liberales que consid eran com patible co n
su liberalism o luchar por la estatización de los ferrocarri
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les, de las m inas y d e otras em presas, o incluso por la im
p osición de aran celes protectores, n o es difícil co n v en cer
se de que no ha q ued ad o más q u e el nom bre.
Tanto m en os pu ed e ser hoy suficiente estudiar el libe
ralism o e n los escritos de sus grandes fundadores. El libe
ralism o n o es una teoría orgánica; n o es un dogm a rígido.
Es lo contrario de tod o esto: es la aplicación de las teorías
científicas a la vida social de los hom bres. Y así co m o la
econ om ía política, la socio logía y la filosofía no han per
m an ecid o e n silen cio desde los tiem pos de David Hum e,
Adam Sm ith, David Ricardo, Je re m y Ben th am y W ilhelm
H um boldt, así la d octrina d el liberalism o, au n q u e haya
p erm anecid o idéntica en su línea de fond o, es hoy distinta
de la que era en tiem pos de aquellos pensadores. D esde
h ace m uchos años nadie ha tratado de e xp o n e r de m anera
esqu em ática el significado y la esen cia de la doctrina lib e
ral. Bastaría esta sola circunstancia para justificar nuestro
intento.
2. E l bie n e s t a r s o c ia l
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necesid ad es muy distintas y más im portantes que las e le
m entales de alim entarse, vestirse, ten er co b ijo ; que aun la
m ayor riqueza terrena n o podría jam ás dar al hom bre la
felicidad, y dejaría insatisfecha y vacía su interioridad, su
alm a; q u e el m ayor error del liberalism o, e n una palabra,
habría sido el n o h ab er sabid o o frece r nada a las m ás pro
fundas y n o b les aspiraciones del hom bre.
Sin em bargo, los críticos que e so afirm an dem uestran
co n ello m ism o que so n ellos los q u e tien en una im agen
bastante reductiva y muy m aterialista d e estas aspiraciones
m ás altas y nobles. Con los m edios hum anos de que dispo
n e la política se pu ed e ciertam ente h a ce r a los hom bres ri
cos o p obres, p ero nu nca se pu ed e llegar a hacerlos felices
y a satisfacer sus an h elo s m ás íntim os y profundos. Aquí
fallan todos los exp ed ien tes extern os. T od o lo que la polí
tica pued e h acer es elim inar las causas externas del sufri
m iento y de la p ena; puede prom over un sistem a que dé
pan a los ham brientos, vestidos a los desnudos y un te ch o
a los deshered ados. Pero la dicha y la felicidad n o d e p e n
d en del alim ento, del indum ento y del co b ijo , sino de todo
lo que se guarda en el interior del hom bre. Si el liberalism o
fija su aten ción exclusivam ente en los b ien es m ateriales, no
es porque m inusvalore los b ien es espirituales, sino porqu e
está con v en cid o de q u e lo que hay de m ás alto y profundo
en el hom bre n o pu ed e quedar som etid o a reglas externas.
Trata de crear tan só lo el bienestar exterior, porqu e sabe
que la riqueza interior, la riqueza espiritual, no puede venir
al hom bre desde fuera, sino sólo desde su interior. No quiere
sino crear las con d icion es prelim inares para el desarrollo
integral de la vida interior. Y nadie puede dudar de que el
ciudadano del siglo xx, que vive en condiciones de relativo
bienestar, puede satisfacer sus necesidades espirituales m ejor
que el ciudadano del siglo xix, siem pre preocupado por la
supervivencia cotidiana y por las am enazas de los enem igos.
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N aturalm ente, a quien abraza el ideal de la ascética in
tegral, siguiendo el ejem p lo de algunas sectas asiáticas o
cristianas de la Edad Media, o asum e co m o hum ilde m od e
lo de com portam iento hum ano la frugalidad de los pájaros
en el b o squ e y de los p ece s en el agua, nada ten em o s que
o bjetar cuando rep roch an al liberalism o su actitud m ateria
lista. Sólo pod em os pedirle que n o s deje ir por nuestro ca
m ino, co m o n osotros le d ejam os q u e sea feliz a su m odo, y
que disfrute tranquilam ente de su clausura, lejos del m un
do y de los hom bres.
Nuestros co n tem p orán eo s, e n su inm ensa m ayoría, no
entiend en los ideales ascéticos. P ero cu an d o se ha rech a
zad o e n prin cip io una co n d u cta de vida ascé tica , n o se
pued e luego reprochar al liberalism o su aspiración al bien
estar material.
3. El r a c io n a l is m o
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im portancia q u e nadie le discute en tod os los dem ás cam
pos de la acción hum ana.
Si al m éd ico que aco n seja a su paciente unas reglas de
vida racionales — es decir, higiénicas— , éste respondiera:
«Sé perfectam ente q u e sus co n se jo s son racionales, pero
mis sentim ientos m e im piden seguirlos y me vien en ganas
de h acer tod o lo que perjudica a mi salud, a pesar de sab er
que o b ro irracionalm ente», creo q ue sería difícil felicitarse
por sem ejan te persona. C ualquier co sa que hagam os para
alcanzar un fin q u e nos hem os propuesto, tratarem os de
hacerlo racionalm ente. Q u ien quiera atravesar las vías del
tren no elegirá precisam ente el m om en to en q u e éste pasa;
quien quiera coserse un botón evitará pincharse el dedo con
la aguja. En cu alqu ier cam p o d e actividad el hom bre ha
elaborad o técn icas q u e le indican los proced im ientos que
d eb e seguir para no obrar irracionalm ente. En una palabra,
todos re co n o ce n que co n v ien e dom inar las técn icas que
pu ed en utilizarse en la vida, y cualquiera q u e se dedique a
un cam p o cuyas técn icas n o dom ina es co n sid erad o un
aficionado.
Hay quien piensa, e n cam bio, q u e e n la política las c o
sas deberían ser de otro m odo. Aquí d eberían decidir, n o la
razón, sino los sentim ientos y los instintos. Si se trata de
estab lecer qué hay q u e hacer para crear una b u en a instala
ción de ilum inación nocturna p or las calles de la ciudad, en
general se discute só lo de los criterios racionales a adoptar.
En cam bio, apenas se llega en la discusión al punto en qu e
hay que decidir si la ilum inación d eb e ser gestionada por
privados o p or el Estado, la razón ya n o vale, y lo que debe
decidir es la pasión, la ideología; e n una palabra, la irracio
nalidad. ¿Se pued e saber por qué?
Organizar la sociedad hum ana según un esquem a lo m ás
con form e p osible a un fin es una cu estió n totalm ente pro
saica y objetiva, n o diferente de la co n stru cción de una ins
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talación para ilum inar las calles o de la fabricación d e telas
o de m uebles. Los asuntos de Estado y de g ob iern o son
ciertam ente m ás im portantes q u e todas las dem ás cu estio
nes de q ue el hom bre se ocup a a diario, porqu e la organi
zación social constituye la b ase d e tod o lo dem ás, y la a c
ció n d e cad a individuo só lo es p o sib le y e ficaz e n una
co lectiv id ad con stitu id a fu n cio n alm en te. P ero , p o r m ás
im portantes q u e sean , n o dejan de ser siem pre o bra del
hom bre y por tanto tam bién d eb e n ser juzgados según las
reglas d e la razón hum ana. C om o en todas las dem ás cu es
tiones que atañen a nuestro obrar, tam bién e n las cu estio
nes políticas la m ística n o pu ed e m enos de causar daños.
Nuestra capacidad de com prensión es bastante limitada; no
p o d em o s p reten d er d esv elar los enigm as últim os y m ás
profundos del universo. P ero la circunstancia de q u e jam ás
pod rem os exp licar definitivam ente el sen tid o y el fin de
nuestra existen cia no nos im pide tom ar m edidas para evi
tar las enferm ed ad es contagiosas o vestirnos y alim entar
nos adecuadam ente, ni d eb e im pedirnos dar a la socied ad
una con form ación que perm ita consegu ir de la m anera más
racional los fines terrenales q u e nos proponem os. Tam po
co el Estado y el ord en am iento jurídico, el g o b iern o y la
ad m in istración so n realid ad es tan su blim es, p erfectas y
exclusivas que n o m erezcan ser incluidas en la esfera de
nuestro p ensam iento racional. Los problem as d e la política
son problem as de técn ica social, y su solución d e be inten
tarse co n el m ism o m étod o y co n los m ism os instrum entos
de que disp onem os cu an d o nos aplicam os a la solu ción de
otras tareas d e carácter técn ico: es decir, co n la reflexión
racional y co n el análisis de las co nd icio n es objetivas. Todo
lo que el hom bre es, y que lo eleva por encim a del anim al,
lo d eb e a la razón. ¿Por qué, e nto n ces, precisam ente e n la
política, debería renunciar al u so de la razón y confiarse a
sentim ientos e instintos oscuros y confusos?
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4 . La m e t a d e l l ib e r a l is m o
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tiem p o d esleales e ign oran tes. Al eleg ir e ste terren o de
conflicto, dem uestran que so n íntim am ente co n scien tes de
la debilidad de su propia causa, y por tanto recurren a armas
e n v e n e n ad as, p u es n o p u ed e n e sp era r v e n c e r d e otro
m odo.
Si al en ferm o que desea una com id a que le perjudica el
m éd ico le h a ce notar lo insensato de su d eseo , nadie sería
tan lo co q u e dijera: «El m édico n o quiere el bien del enfer
m o, de otro m od o n o le prohibiría disfrutar de esa com id a
suculenta.» Cualquiera, en cam bio, com prendería que si ese
m éd ico aco n se ja al en ferm o renunciar al p lacer de esa co
mida que le perjudica, es precisam ente para evitarle un daño
físico. Y, sin em bargo, p arece que en la vida social las c o
sas tien en que ser diferentes. Si el liberal d esaco n seja d e
term inadas m edidas dem agógicas porqu e prevé sus co n
se cu en cias negativas, se le llam a en em ig o del p u eb lo y se
aplaude e n cam b io al d em ago go que, ocultand o las co n se
cu en cias n egativ as q u e se derivarían, a co n se ja aq u ellas
m edidas porqu e aparentem ente o frece n una utilidad m o
m entánea.
La a cció n racional se distingue de la irracional porque
la prim era com porta sacrificios m om entáneos, pero que son
aparentes, p orqu e serán com p en sad os por las co n se cu en
cias positivas que se derivarán. Q uien evita la com ida su
culenta pero perjudicial para la salud h ace un sacrificio sólo
m om entáneo y aparente: el prem io que obtendrá — o sea,
la n o p rod u cción del daño— dem uestra que en realidad el
sujeto n o ha perdido sino q ue ha ganado. P ero para obrar
de este m od o es n ecesario prever las co n secu en cias d e la
acción . Y es p recisam ente d e esto de lo qu e se aprovecha
el dem agogo. Al liberal q u e pide h acer un sacrificio m o
m en tán eo le acusa de egoísm o y de actitud antipopular,
m ientras q u e él presum e de ser altruista y de estar d e parte
del pueblo. Sabe muy b ien có m o llegar al corazón d e quien
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le escu ch a, y có m o suscitar sus cálid as lágrim as cu an d o
recom ien d a sus recetas y d enuncia toda la indigencia y la
p obreza de este m undo.
La política antiliberal es una política q u e destruye cap i
tal. A conseja aum entar la d otación del presen te a e xp en sas
del futuro. Es exactam en te lo q u e su ced e e n el caso del
enferm o del q u e h ablábam os: en am b os casos, a un co n su
m o m ayor en el presente se corresponde un em peoram iento
de las co n d icion es en el futuro. Ante este dilem a, hablar de
contraposición entre quien es duro de corazón y quien am a
a su prójim o es d esh o n esto y m endaz. Y esta acu sación no
se refiere só lo a los políticos y a la prensa diaria de los par
tidos antiliberales. Puede decirse q u e casi todos los estu
diosos d e «política social» se han servido de estos m étodos
d esh on estos d e lucha.
El h e ch o d e q u e en el m undo existan indigencia y p o
breza n o es u n argum ento contra el liberalism o, co m o tien
de a cre er desde su estrech o punto d e vista el lector m edio
de periódicos. El liberalism o quiere elim inar la indigencia
y la pobreza, y piensa que los m étod os que propone son
los únicos cap aces de alcanzar e se fin. Q u ien crea que co
n o ce un m étod o m ejor, o tam bién só lo distinto, q u e lo d e
m uestre. Es cierto que esta dem ostración n o pu ed e ser sus
tituida por la afirm ación de que los liberales n o se interesan
por el bienestar d e todos los estratos sociales, sino só lo por
el de un so lo grupo privilegiado.
El h e ch o de que existan indigencia y p obreza n o sería
una pru eb a en co n tra del lib eralism o ni aun cu a n d o e l
m undo actual siguiera efectivam ente una política liberal, ya
que siem pre q ued aría abierta la cu estió n d e si co n una
política distinta la ind igencia y la p o b reza n o serían aún
m ayores. Pero se da el caso de qu e h oy el funcionam iento
de la institución de la propiedad privada está paralizado e
im pedido precisam ente por una política antiliberal, y por
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co n sig u ien te es to talm en te im propio q u e rer d ed u cir un
argum ento contra la verdad de los principios liberales de
q ue la realidad actual n o sea toda ella co m o se desearía que
fuera. Para darnos cu en ta d e lo q u e el liberalism o y el cap i
talism o han realizado ya, basta com parar el p resen te co n
las con d icion es d e la Edad Media o d e los prim eros siglos
de la Edad M oderna. P ero para com p ren d er q u é serían ca
p aces d e realizar si n o fueran continu am ente obstaculiza
dos, sólo d isponem os de la reflexión teórica.
5. L i b e r a l i s m o y c a pi t a l i s m o
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de las técn icas de producción b en eficiarían exclu sivam en
te a una restringida esfera social, m ientras que las m asas se
van em p o b recien d o progresivam ente. Pero basta pararse
un m om ento a reflexion ar para ver q u e los resultados de
todas las inn ov aciones técn icas e industriales se traducen
en una satisfacción cualitativam ente m ejor d e las n e cesid a
des de las m asas. Tod as las grandes industrias productoras
de b ien es finales trabajan directam ente por el bien estar de
las grandes m asas, y para el m ism o fin trabajan tam bién
todas las industrias productoras de sem ielaborad os y de
m aquinaria. Los grandes desarrollos industriales d e las últi
mas décadas, así co m o los del siglo x v iii , q u e co n e xp re
sión ciertam ente no muy feliz co n o cem o s co m o «revolu
ció n ind ustrial», tu v iero n co m o e fe c to ca b a lm en te una
satisfacción cualitativam ente m ejor de las n ecesidad es de
las m asas. El d esarrollo d e la industria textil, de la industria
del calzado m ecanizada y d e las industrias alim entarias se
tradujo e n b en eficio de las grandes m asas por la naturaleza
misma d e tales secto res, co n el resultado de que las pro
pias m asas hoy se visten y se alim entan m ejor que en otro
tiem po. P ero la p rod u cción en m asa n o se preocu p a sólo
de alimentar, vestir y dar co b ijo a las grandes m asas, sino
tam bién de otras necesid ad es. La prensa es una industria
de m asas, lo m ism o que la industria cinem atográfica, e in
clu so los teatros y otros lugares artísticos son cada v ez más
frecuentados p or las m asas.
No obstan te, gracias a una m ach aco n a agitación de los
partidos a n tilib e rales q u e desfigura co m p letam e n te los
hech os, hoy se asocia a los co n ce p tos de liberalism o y ca
pitalism o la im agen de una m iseria crecien te y una d esbor
dante pauperización del m undo. Es cierto que la d em ago
gia no ha con segu id o d epreciar enteram ente los térm inos
«liberal» y «liberalism o» tal com o habría deseado. En el fon
do no es fácil desem barazarse del h e ch o de que estos dos
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térm inos, a pesar de los esfuerzos de la agitación antiliberal,
ev o can algo de lo q ue toda person a sana advierte e n su
interior cu and o oye pronunciar la palabra «libertad». La agi
tación antiliberal renun cia en to n ces a pronunciar co n de
m asiada frecu en cia la palabra «liberalism o» y prefiere m ás
bien ligar al térm ino «capitalism o» las situaciones escan d a
losas que atribuye al sistem a. En efecto, el térm ino «capita
lism o» sugiere la im agen del capitalista de corazón de p ie
dra que n o piensa m ás q u e e n su propio enriquecim iento,
au nqu e el ú n ico m ed io para consegu irlo sea la exp lo tació n
de su prójim o. Son muy p o co s los que, cu an d o contem plan
la im agen del capitalista, son co n scien tes de que un verda
dero ordenam iento social capitalista en sentido liberal com
porta, por su propia naturaleza, que el ú n ico m odo de en
riq u e ce rse, p ara el cap italista y el em p resario , e s el de
p ro p o rcio n ar al p rójim o aq u e llo q u e é ste p ien sa q u e n e
cesita. En lugar de h ablar de cap italism o cu an d o se d iscu
te de lo s e n o rm es p ro g reso s del te n o r de vida d e las m a
sas, la ag itación antiliberal p refiere hablar d e cap italism o
tan só lo cu an d o se refiere a u n o cu alq u iera d e lo s fe n ó
m en o s q u e fu ero n p o sib les p recisam en te p o rqu e se re
n u n ció al liberalism o. Q u e el cap italism o pusiera a d isp o
sició n d e las m asas, por p o n e r un e jem p lo , un b ien de
co n su m o y de alim en to agrad able co m o el azúcar, e sto no
se d ice. D el cap italism o e n relació n co n el azú car se h a
b la en ca m b io so lam en te cu a n d o en un país el p re cio del
azú car su be por en cim a d el p recio de m ercad o co m o co n
se cu e n cia d e la form ació n de un cártel de p rod u ctores.
¡Com o si tal co sa fuera siq u iera im agin able si se aplicaran
los p rin cipios liberales! En un Estado liberal, e n el que no
e xisten tarifas p ro tectoras, n o sería siqu iera im agin able la
form ació n d e cárteles ca p ace s d e elev ar el p re cio de una
m ercan cía p o r e n cim a d el q u e se form a en el m ercad o
m undial.
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La argum entación co n la que la dem agogia antiliberal
llega a adosar todas las distorsiones y las co n secu en cias
negativas típicas de la política antiliberal precisam ente al
liberalism o y al capitalism o, es la siguiente: em pieza afir
m ando q u e los principios liberales tien en co m o o bjetiv o
favorecer los intereses de los capitalistas y d e los em presa
rios contra los intereses d e los dem ás estratos sociales, de
suerte q u e el liberalism o estaría a favor de los ricos contra
los pobres; luego observa q u e m u chos em presarios y cap i
talistas, so b re la b ase de ciertas prem isas, se baten a favor
de los aranceles protectores y otros a su v ez incluso a favor
de los arm am entos — y ahí los ten em os, listos para d ecla
rar q u e tod o esto es política capitalista— . La realidad es
totalm ente diferente. El liberalism o n o es una política qu e
fom ente los intereses de esta o aquella clase social, sino una
política a favor d e los intereses de la colectividad. No es,
pues, que los em presarios y los capitalistas tengan particu
lar interés e n preferir el liberalism o. Su interés en preferir
el liberalism o es idéntico al de cu alquier otro individuo. Es
posible q ue el interés particular de algunos em presarios o
capitalistas co in cid a co n el program a del liberalism o en
algún caso particular, pero los intereses particulares de otros
em presarios o capitalistas se les o p o n en siem pre. En reali
dad las co sas n o so n tan sim ples co m o se las im aginan
quienes ven por todas partes «intereses» y «gen te interesa
da». El h e ch o de qu e, por ejem p lo , un Estado introduzca
aran celes protectores so b re el hierro n o puede explicarse
sim plem en te p or la circu n stan cia de q u e e so s a ran celes
b en eficien a los industriales siderúrgicos. Existen e n el país
tam bién otros sujetos co n otros intereses, incluso entre los
em presarios, y en to d o caso quienes se b en efician del aran
cel sobre el hierro so n una m inoría insignificante. T am p oco
puede su ponerse q u e tenga algo que ver la corrupción, ya
que los corruptos so n tam bién só lo una m inoría. Adem ás,
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¿por qué los q u e corrom pen tien en que ser los unos, los
proteccionistas, y n o tam bién sus adversarios, los librecam
bistas? La id eología que h ace p osible el p roteccion ism o no
la crean ni los «directam ente interesados» ni los que se dejan
com prar p or ellos; la crean los id eólogos q u e regalan al
m undo las ideas a las que lu ego todo se conform a.
En n u estra é p o c a , e n la q u e triunfan las id eas an ti
liberales, todos razonan en térm inos antiliberales, así co m o
h ace cien años la mayoría razonaban en térm inos liberales.
Si hoy m u chos em presarios d efien d en el proteccionism o,
ésta n o es sino la form a q u e adopta su antiliberalism o. Pero
tod o esto nada tiene q u e ver co n el liberalism o.
6 . La s r a íc e s ps ic o l ó g ic a s d e l a n t iu b e r a u s m o
40
dian salga perdiendo. Repetidamente hem os oído decir a los
socialistas que incluso la miseria material en la sociedad socia
lista será más soportable porque se tiene por lo menos la certeza
de que nadie estará mejor.
En to d o caso , el resentim iento pu ed e com batirse si se
em plean argum entos racionales. En definitiva, no es dem a
siado difícil exp licar a quien está dom inado p or el resenti
m iento q u e su problem a n o pued e ser em peorar la situa
ció n de qu ien está m ejor, sin o m ejorar la propia.
M uch o m ás difícil es co m b atir con tra el co m p le jo de
Fourier. Es éste una grave patología psicológica, una au
téntica neurosis que d ebería interesar más a la psicología
que a la política. Sin em bargo, hoy es im posible fingir ig
norar su existen cia cu an d o se indagan los problem as de la
socied ad m oderna. Por desgracia, los m édicos n o se han
ocu p ad o nunca hasta ahora de las tareas que les plantea el
co m p lejo de Fourier; tam p oco Freud, el gran m aestro del
psicoanálisis, ni su escu ela, han prestado aten ción a este
problem a en su teoría de la neurosis, au nqu e hay q u e agra
d ecer a la psicología q u e haya d escu bierto la única vía que
co n d u ce al co n o cim ien to de este co n ju n to de cuestiones.
Es posible q u e ni una person a entre un m illón alcan ce
en su vida las m etas a las que ha aspirado. El éxito, incluso
para aquellos a qu ien es sonríe la fortuna, es siem pre co n
m u ch o inferior a la realidad q u e los a m b icio sos su eñ o s
cotid ianos perm itían esp erar en la juventud. Proyectos y
d eseo s se quiebran e n mil resistencias, y nos dam os cuenta
de que nuestras fuerzas so n dem asiad o d ébiles para alcan
zar las m etas ideales qu e nos habíam os fijado. El naufragio
de las esperanzas, el fracaso de los proyectos, nuestra in
suficiencia ante los retos que otros nos p o n en o q u e nos
habíam os puesto nosotros m ism os, so n la exp erien cia m ás
im portante y d olorosa que cada u n o d e nosotros ha vivido,
son el destino típico del hom bre.
41
El hom bre pu ed e reaccio n ar a este destin o de dos m o
dos. U no es el q u e su giere la sab ia visión de la vida de
G oeth e: «¿Acaso crees que d eba odiar la vida y refugiarm e
en el desierto, sólo porqu e n o tod os mis su eños en ciern es
m aduraron?» — exclam a su P rom eteo — . Y Fausto co m
prende, e n el «m om ento suprem o», q u e «la clav e última
está en la sabiduría»: «La libertad, co m o la vida, só lo se
m erece si se está obligado a conquistarla a diario.» No hay
destino terren o adverso qu e pueda v en cer esta voluntad y
e ste espíritu. Q u ien tom a la vida co m o es y n o se d eja
oprim ir por ella, n o tien e n ecesid ad de co n so larse co n el
au toen gañ o sistem ático y bu scar en él un refugio a la pro
pia au to co n cien cia lacerada. Si el éxito esp erad o no se rea
liza, si los golpes del destino frustran de im proviso tod o
cu anto se ha ob ten id o en años d e fatiga, él m ultiplica sus
esfuerzos. Al d estin o ad v erso sab e m irarle a la cara sin
cesio n es.
El neurótico, en cam bio, n o pu ed e soportar q u e la vida
se le presen te co n su verdad ero rostro. Para él la vida es
dem asiado burda, prosaica, grosera. Para hacerla soporta
ble, n o quiere, co m o h ace la p erson a sana, «seguir ad elan
te resistiendo a cualquier violen cia»; su debilidad se lo im
pediría. Y en to n ces se refugia en una idea obsesiva. Según
Freud, la idea obsesiva es «eso que se d esea, una esp ecie
de con so lació n », caracterizada por «su resistencia a los ata
ques de la lógica y de la realidad». Por eso n o basta exp li
carle al enferm o su insensatez co n argum entos co n v in cen
tes; para cu rarse, el e n ferm o tien e q u e su perarla por sí
m ism o, d eb e aprender a com p ren d er p or qué n o quiere so
portar la verdad y busca refugio e n sus o b sesion es.
Sólo la teoría de la neurosis pu ed e exp licar el é xito que
obtuvo el fourierism o, producto dem encial de un cereb ro
gravem ente enferm o. No es éste el lugar para dem ostrar la
psicosis de Fourier m ediante una cita puntual de los pasa
42
jes de sus escritos; esto es algo que só lo interesa a los psi
quiatras o acaso a qu ien es se divierten leyend o las ocurren
cias de una d esenfrenad a fantasía. P ero es im portante o b
servar q u e el m arxism o siem p re q u e se ve o b lig ad o a
aband onar el terreno de la palabrería dialéctica y de la ridi-
cu lización y difam ación del adversario, y a h acer finalm en
te un razonam iento objetivo, n o sab e presentar otra co sa
que Fourier, la «utopía». T am p o co el m arxism o consigu e
construir el m od elo de socied ad socialista sino recurriendo
a dos tem as ya adoptados por Fourier, y q u e contrad icen
cualquier exp erien cia y lógica. Por una parte, la idea de que
«el substrato m aterial» d e la producción, q u e «existe por
naturaleza y por tanto sin intervención del hom bre», está
d isponible en m edida tan abundante q u e n o es n ecesario
econom izarlo, de donde la fe e n un «aum ento prácticam en
te ilim itado de la prod u cción». Por otra, la idea de q ue e n la
com unidad socialista el trab ajo se transform ará, no será ya
«una carga sino un placer»; m ejor d icho, se convertirá en
«la prim era n ecesid ad vital». Cuando tod os los bien es e xis
ten en abundancia y el trabajo es un placer, es claro q u e n o
es difícil construir el país de Jau ja.
El m arxism o cre e q u e pu ed e mirar co n suprem o d es
precio, d esde lo alto de su «so cialism o cien tífico», a los
rom ánticos y al rom anticism o. P ero en realidad su procedi
m iento n o es muy distinto; tam p oco él elim ina los o b stácu
los que se o p o n en a la realización de sus d eseo s, sino que
se contenta co n d esv anecerlos en sus fantasías.
En la vida del neurótico el au toen gañ o d esem p eñ a una
d oble función. Sirve para con solar por los fracasos y para
esperar e n los éxitos futuros. En el caso del fracaso social
— el ú n ico que aquí nos interesa— la con so lació n con siste
en co n v en cerse de q u e la n o co n se cu ció n d e las am b icio
sas m etas perseguidas n o d eb e atribuirse a su incapacidad
sino a las caren cias del ord en am iento social. El frustrado
43
espera e n to n ce s o b te n e r del derrocam iento del orden so
cial existente el éxito q u e éste le ha negado. Y es totalm en
te inútil tratar d e h acerle com pren d er que el Estado futuro
q u e él su eña es irrealizable, y q u e la socied ad basada e n la
división del trabajo no puede sostenerse sino sobre la pro
piedad privada de los m edios d e producción. El neurótico
se aferra tenazm en te al en g añ o que se ha construido co n
sus propias m anos, y cu and o se encuentra ante la e le cció n
entre renunciar a él o al razonam iento lógico, prefiere sa
crificar la lógica. Puesto q u e la vida le sería insoportable
sin la con solación que encuentra en la idea socialista, la cual,
m ostrándole que los errores q u e han ocasio n ad o su fraca
so no d ep en d en d e su person a sino que están inscritos en
el cu rso m ism o de las co sa s, levan ta su a u to co n cie n cia
postrada y le libera d e su torturador sentim iento d e inferio
ridad. C om o el fiel cristiano pu ed e aceptar fácilm en te las
desventuras terrenas porqu e esp era la continuidad e n la
existen cia individual en un m undo m ejor ultraterreno, en
el que qu ien es en la tierra fu eron los prim eros serán los
últim os y los últim os serán los prim eros, así para el hom bre
m od erno el socialism o se ha convertido en el elixir contra
el m alestar de este m undo terreno. P ero m ientras q u e la fe
en la inm ortalidad, la recom p en sa en el otro m undo y la
resurrección han representado un estím ulo a la regen era
ció n virtuosa e n e ste m und o, los e fe cto s d e la prom esa
socialista son totalm ente distintos. Esta prom esa n o sabe
im poner otro d eb er que el d efen d er la política d e partido
del socialism o, que en co m p en sación regala expectativas
y reclam aciones.
Si ésta es la característica de la idea socialista, se co m
prende que to d o seguidor del socialism o esp ere de él todo
lo que le ha sido negado. Los autores socialistas prom eten
a todos n o sólo la riqueza sino tam bién la felicidad y el amor,
el p len o desarrollo p síqu ico y físico de la personalidad, el
44
despliegue de grandes potencialidades artísticas y científi
cas, etc. R ecien tem en te sostuvo Trotski en un escrito que
en la socied ad socialista el «nivel m ed io de la hum anidad
(...) se elevará a las alturas d e un Aristóteles, d e un G o eth e,
de un Marx». El paraíso socialista será el reino de la p e rfec
ción, habitado por auténticos superhom bres irrem ediable
m ente felices. D e sem ejan tes absurdos está llena toda la
literatura socialista. P ero so n precisam ente estos absurdos
los que ganan para el socialism o la m ayoría de sus adeptos.
No se pued e, ciertam ente, llevar al psicoanalista a tod o
el que sufra el co m p lejo de Fourier, pues lo im pediría, si no
otra cosa, el núm ero en orm e de afectad os. Aquí la única
m edicina es con fiar al en ferm o m ism o la cu ración d e su
enferm edad. M ediante el co n o cim ien to de sí m ism o d eb e
aprender a soportar su destino sin ir e n b u sca d e chivos
expiatorios a los que ech ar todas las culpas; y d eb e intentar
com prend er cu áles so n las leyes básicas de la co o p eración
social entre los hom bres.
45
Ca pít u l o I
1. L a pr o pie d a d
47
co sas utilizables que sirven para satisfacer nuestras n e ce si
dades m ateriales. Para producir, hay que d isp oner de tra
b ajo y de factores de p rodu cción m ateriales; e s decir, tanto
de las fuentes de energía y de los b ien es prim arios que la
naturaleza p o n e a nuestra disposición y que están esen cial
m en te lig ad o s a la tierra, co m o de a q u e llo s p rod u cto s
interm edios q u e el trabajo p reced en te del hom bre ha crea
do co n los factores d e p rod u cción prim arios naturales. D i
ch o en el lenguaje de la econ om ía política, n osotros distin
guim os, por tanto, tres factores de producción: el trabajo,
la tierra y el capital. Por «tierra» enten d em os todas las m a
terias prim as y fuentes de energía que la naturaleza p o n e a
nuestra d isp osición encim a, d eb ajo y m ás allá d e la super
ficie terrestre, e n las aguas y en el aire. Con la exp resió n
«b ien es d e capital» se en tien d en todos los productos inter
m edios gen erad os por la tierra co n ayuda del trab ajo hu
m ano — co m o las m áquinas, los instrum entos, los produc
tos sem ielaborad os de todo tipo— y q u e d eb en servir para
la prod u cción ulterior.
Aquí vam os a considerar ante to d o dos m odos distintos
d e organizar la co o p eració n hum ana basad a e n la división
del trabajo: el que se basa e n la propiedad privada d e los
m edios d e p rod u cción y el q u e se basa en la propiedad
colectiv a. Este últim o sistem a se d en om in a socialism o o
com unism o, m ientras que el prim ero se co n o ce co m o lib e
ralism o o tam bién — desde que el m ism o cre ó e n el siglo
x ix una organización de la división del trabajo extendida a
tod o el m undo— co n el térm ino de capitalism o. Los libera
les sostienen que el ú n ico sistem a de co o p eració n hum ana
realizable en la socied ad basada en la división del trabajo
es el que prevé la propiedad privada de los m edios de pro
ducción. Sostienen q u e el socialism o co m o sistem a global
aplicado a tod os los m edios de p rod u cción es inviable, y
que tam bién su aplicación lim itada a una parte de los m is
48
mos, aunque teóricam ente no im posible, conduciría sin em
bargo a la red ucción d e la productividad del trabajo, y por
tanto n o só lo n o podría crear m ayor riqueza, sino que, al
contrario, la haría dism inuir inevitablem ente.
Así, pues, el program a del liberalism o podría resum irse
en una sola palabra, p rop ied ad , entendida co m o p rop ie
dad privada d e los m edios d e p rod u cción (ya que para los
bienes de con su m o la propiedad privada es algo obv io que
ni siqu iera los so cialistas y los com u n istas cu estio n a n ).
Todas las reivin d icacion es esp ecífica s del liberalism o se
derivan d e este postulado fundam ental.
P ero e n el program a del liberalism o sería m ás o p o rtu
no p o n er en prim er lugar, ju n to a la p alab ra «p ro p ied ad »,
las palabras «libertad » y «paz». No só lo p o rqu e el v iejo
program a liberal las p u so siem p re ju n to a la palabra «p ro
piedad». En e fecto , ya h em os e x p licad o q ue el program a
actual d el liberalism o ha su p erad o al d el v iejo liberalis
m o, y q u e h oy se o cu p a d e un análisis más p rofun d o y
aten to d e las co sas y de su co n te x to , co n sc ie n te de la
n ecesid ad de ap ro v ech arse de los p rogresos de la cien cia
en los últim os d e ce n io s. El m otivo d e q u e los térm in os
«libertad » y «paz» h ayan d e p o n e rse e n el prim er lugar
del program a liberal n o radica, pu es, e n el h e ch o de q u e
m uchos v iejos lib erales los co n sid eraran co m o p rin cipios
p erfectam en te co o rd in ad o s co n el liberalism o y n o sim
p lem en te co m o una co n se cu e n cia d el ú n ico p rin cip io de
la p rop ied ad privada d e los m ed io s d e p ro d u cció n . La
verdadera razón es q u e e so s dos térm in os han sid o o b je
to de ataqu es p articu larm en te v iolen tos por parte d e los
adversarios del liberalism o, y q u e n o co n v ie n e dar la im
presión, om itién d olos, de q u e se re co n o ce de algún m od o
la legitim id ad d e las o b je c io n e s form u lad as con tra los
m ism os.
49
2. L a l ib e r t a d
50
libertad y no la sentían e n m odo alguno co m o un p eso in
soportable; que aún n o estaban m aduros para la libertad y
que no sabían q u é h acer co n ella; que la pérdida de la pro
tección de sus am os les perjudicaría enorm em en te; q ue n o
estarían e n co n d icion es de adm inistrar su propia vida de
m odo q u e pudieran d isponer siem pre de lo n ecesario y n o
tardarían en caer e n la m iseria. Por un lado, pues, co n la
em ancipación n o ganarían nada realm ente im portante; por
otro, perjudicarían gravem ente la m ejora de sus co n d icio
nes m ateriales.
Lo sorprendente era que estas m ismas opiniones podían
oírse de b o ca de personas carentes d e libertad. Para co n
trarrestar estas co n ce p cio n e s, m uchos liberales creían qu e
había q u e generalizar y a v eces in clu so d enunciar d e m a
nera exagerad a algunos caso s de tratos cru eles de los e s
clavos y de los siervos de la gleb a que e n realidad n o eran
más que fen óm en os e xcep cio n ales. Los e x ce so s n o eran
ciertam ente la regla; los había sin duda d e m anera esporá
dica, y el h e ch o d e q u e los hubiera fue tam bién un m otivo
para abolir tal sistem a. P ero lo norm al era un tratam iento
hum ano y b e n é vo lo d e los siervos por parte de sus am os.
Cuando a qu ien es recom en d ab an la ab o lició n d e la e s
clavitud só lo por m otivos gen éricam en te hum anitarios se
les o b jetab a q u e el m antenim iento del sistem a sería tam
bién interés de los propios esclavos, n o tenían ningún ar
gum ento serio co n q u e replicar. Pues para replicar a esta
o b jeció n a favor de la esclavitud sólo existe un argum ento
que refuta y siem pre ha refutado todos los dem ás: que el
trabajo libre es incom parablem ente m ás productivo q ue el
trabajo efectuado por quien no es libre. El trabajador n o libre
no tiene interés alguno en em plear seriam ente sus propias
fuerzas. T rabaja, p u es, cu an to basta y co n la asiduidad
suficiente para evitar las san cion es previstas para quien no
resp eta lo s m ín im o s d e trab ajo . El trab ajad o r lib re, en
51
cam bio, sab e que pu ed e m ejorar su propia rem uneración
cuanto más intensifica la prestación laboral. Em plea plena
m ente sus fuerzas para aum entar su renta. C om párese, por
ejem plo, el esfuerzo que exig e del trabajador el m an ejo de
un m od erno tractor co n el em p leo relativam ente lim itado
d e inteligencia, fuerza y aten ción que h ace ap en as dos g e
neraciones se consideraba suficiente para el siervo de la gle
b a para efectu ar el m ism o trab ajo co n el arado. Sólo el tra
b a jo libre pu ed e efectuar las prestacion es que se le exig en
a un trabajador industrial m oderno.
Sólo, pues, estúpidos charlatanes pu ed en discutir inter
m inablem ente si todos los hom bres están o n o destinados
a ser libres o si están o n o m aduros para la libertad. Q u e
defiendan, si quieren , la existen cia de razas y pu eblos pre
destinados por la naturaleza a la servidumbre, y que las razas
dom inadoras tendrían el d e be r de m an tener a los siervos
en su estado de falta de libertad. El liberal n o tien e ganas
de refutar sus argum entos porqu e su dem ostración a favor
de la libertad para todos, sin distinción alguna, es de una
naturaleza totalm ente distinta. Los liberales n o sosten em os
que D ios o la naturaleza hayan destinado a todos los h om
bres a la libertad. Y n o lo h acem o s porqu e nada sabem os
sobre las in ten cion es de D ios o de la naturaleza, y e n prin
cip io ev ita m o s m e z cla rlo s e n una disp uta so b r e co sa s
terrenales. Lo q u e sosten em os e s sim plem ente q u e un sis
tem a basad o e n la libertad de todos los trabajadores garan
tiza la máxim a productividad del trabajo hum ano y por tanto
atiende los intereses de todos los habitantes de este m undo.
N osotros lucham os contra la servidum bre involuntaria de
los trabajadores n o a pesar de q u e sea ventajosa para los
«señ ores», sin o p orqu e estam os co n v en cid o s d e q u e en
definitiva perjudica a todos los m iem bros de la socied ad
hum ana y por tanto tam bién a los «señ ores». Si la hum ani
dad hubiera perm anecido bloqueada e n la condición de una
52
falta de libertad de parte o incluso d e la totalidad de los tra
bajad ores, n o habría sido p o sib le el m agnífico desarrollo
de las fuerzas e co n ó m ica s q u e los últim os cien to cin cuen ta
años han producido. No habríam os tenid o ferrocarriles ni
autom óviles, aviones y locom otoras, la producción de en er
gía m otriz y eléctrica, la gran industria quím ica — co sas to
das ellas q u e los griegos y los rom anos n o tuvieron, a pesar
de su genialidad— . B asta solam en te m en cion ar estas co
sas para q u e tod os co m p ren d an que incluso los am os de
esclavos y siervos de la gleb a tienen tod os los m otivos para
estar satisfech os de có m o se han desarrollado las co sas tras
la a bo lició n de la esclavitud de los trabajadores. Un traba
jador e u ro p e o de nuestro tiem po vive e n co n d icion es m a
teriales m ás fav orables y m ás con fortables q u e las d e un
faraón d e Egipto, p o r m ás que éste tuviera a su servicio
millares d e esclav os, m ientras q u e el trabajador n o tuviera
para aum entar su b ien estar m ás q u e la fuerza y la habilidad
de sus propias m anos. Si fuera p o sib le trasladar un n abab
de aq u ello s tiem pos a las co n d icio n es en q u e hoy vive un
ciudad ano com ún, n o hay duda d e q u e diría q u e su vida
fue realm ente m ísera frente a la que puede permitirse el más
m odesto ciudad ano d e nuestros días.
Tal es el fruto del trabajo libre: con sigu e crear para todos
más riqueza q ue la q u e jam ás creara en el pasad o só lo para
los am os el trabajo n o libre.
3. L a pa z
53
exam in am os los argum entos belicistas, que no niegan en
absolu to que la guerra acarrea d olores y sufrim ientos, p ero
que, a p esar d e ello, la consideran el ú n ico m edio capaz de
im pulsar el progreso de la hum anidad. La guerra es la ma
dre de todas las cosas, afirm ó un filó sofo griego, y m illares
d e p erson as lo h an rep etid o d esp u és de él. Los h o m b res
— dicen— se agostan en la paz; só lo la guerra despierta en
ellos las capacid ad es y las fuerzas adorm ecidas y le im pe
len a dar lo m ejor de sí. Si se elim inara la guerra, la hum a
nidad caería en un estado de ind olencia y estancam iento.
Es difícil y hasta im posible refutar este argum ento de los
belicistas si contra la guerra n o se o p o n e otro argum ento
que el que com porta sacrificios, ya q u e los belicistas so s
tien en precisam ente que estas víctim as n o se sacrifican en
vano y que el p recio a pagar m erece la pena. Si efectiva
m ente fuera cierto q u e la guerra es la m adre de todas las
cosas, sus co stes e n térm inos de vidas hum anas serían n e
cesarios para prom over el bienestar gen eral y el progreso
de la hum anidad. Sería p o sib le lam entarse por las víctim as,
se podría tam bién tratar de reducir su núm ero por todos
los m edios, pero n o se podría p or ello abolir la guerra y
pen sar en la paz perpetua.
La crítica liberal a la teoría de la guerra co m o madre de
todas las co sas difiere en principio de la crítica filantrópica.
Parte d e la prem isa de q u e la m adre d e todas las co sas n o
es la guerra sino la paz. Lo ú nico q u e h ace que la hum ani
dad p rogrese y q ue se distinga del m undo anim al es la c o
o p eración social. Só lo el trabajo construye, crea riqueza y
p o n e así las b ases m ateriales del p rogreso espiritual del
hom bre. La guerra n o h a ce m ás que destruir, jam ás puede
construir. Si co n las fieras d e la jungla ten em o s en com ún la
guerra, la carnicería, la destru cción y el exterm inio, só lo el
trab ajo constructivo es lo q u e nos h a ce verdad eram ente
hom bres. Al liberal le horroriza la guerra, p ero n o, co m o
54
piensa el filántropo, a p esar de sus posibles co n secu en cias
ben eficio sas, sin o p o rqu e la m ism a n o pu ed e ten er sino
co n se cu en cias nefastas.
El pacifista filantróp ico se dirige al p o d eroso de la tierra
co n estas palabras: «N o hagas la guerra ni aun cuando ten
gas la perspectiva de increm entar tu bien estar co n la victo
ria. Sé n o b le y m agnánim o, y renun cia a la p osible victoria
au nqu e la pérdida de los p o sib les b en eficio s representara
para ti un sacrificio.» Pero el liberal razona de otro m odo.
Está co n v en cid o d e que u na guerra victoriosa es un mal
tam bién para quien la gana, y q u e la paz es siem pre prefe
rible a la guerra. Al p o d ero so n o le pide ningún sacrificio.
Le pide tan só lo que calcu le su verdadero interés y aprenda
a com prend er q u e la paz es ventajosa tam bién para él co m o
lo es para el m ás débil. Si un p u eb lo pacífico es agredido
militarm ente por un enem igo, d eb e defenderse y hacer todo
lo que esté en su pod er para rechazar la agresión. Si e n una
guerra así los ciudad anos co m b aten p o r la propia libertad
y la propia vida y realizan actos heroicos, m erecen la ala
banza y es justo q u e el valor y la osadía de estos co m b a
tientes sean co n d eco rad o s co n la m edalla al valor. En este
caso, la audacia, el heroísm o y el d esp recio del peligro y
de la m uerte m e re cen la alabanza, pu es están al servicio de
un fin digno. El error en cam b io está e n elevar estas virtu
des m ilitares a virtudes absolutas, a cualidades n obles en sí
y por sí, co n in d ep en d en cia del fin a cu yo servicio están.
En tal caso , p or co h e ren cia , habría q u e re co n o ce r co m o
n obles virtudes tam bién la audacia y el d esprecio del peli
gro y d e la m uerte del bandido. La verdad es q u e no existe
nada que sea e n sí y por sí un b ien o un mal. Las accion es
hum anas so n b u en as o m alas só lo e n relación co n el fin al
que sirven y a las co n se cu en cia s que com portan. T am p o co
Leónidas m erecería nuestro elogio si hubiera caído n o co m o
d efen sor de su patria sino co m o jefe de un ejército agresor
55
q u e pretendiera privar a un p u eb lo p acífico de su libertad
y de sus propiedades.
Los efectos nocivos d e la guerra para el desarrollo del
p ro ceso de civilización hum ana resultan evidentes a todo
el q u e haya co m p ren d id o la utilidad d e la división del
trabajo. Es la división del trabajo la que transform a al hom
b re au to su ficien te e n el zoon p olitikon de q u e h a b la b a
Aristóteles, e n el ser social que d ep en d e de sus sem ejan
tes. Si un anim al agrede a otro anim al o el salvaje ch o ca
contra otro salvaje, ello n o altera los presupuestos y las bases
econ óm icas de su existencia. Pero si entre los m iem bros
de una socied ad basada e n la división del trabajo estalla un
co n flicto que só lo pu ed e solventarse recurriend o a las ar
mas, en to n ces la situación es distinta. En una socied ad tal,
e n la que los individuos viven e n régim en de especializa-
ció n de las tareas, eso s individuos n o están ya e n co n d icio
n es de vivir ind epend ientes uno de otro, porqu e de h ech o
d ep en d en de la ayuda y el ap oyo recíp rocos. Los agriculto
res autosuficientes que en sus tierras prod u cen todo cuanto
precisan para satisfacer sus n ecesid ad es p erson ales y las
d e su familia, b ien pu ed en com batir entre sí. Pero si una
aldea se divide e n dos faccio n e s y el herrero y el zapatero
se p o n en e n frentes opu estos, a una facció n le faltarán los
zapatos y a la otra los aperos y las armas. La guerra civil
destruye, pues, la división del trabajo porqu e obliga a cada
grupo a contar só lo co n el trabajo de los com p añ eros de
facción . Si se prevé la posibilidad d e una situación co n flic
tiva co m o ésta, d e b e rá aten d erse p reventivam en te a n o
desarrollar la división del trabajo hasta el punto de tener
que afrontar dificultades cu an d o efectivam ente se produz
ca el conflicto. El desarrollo pleno de la división del trabajo
só lo es p osible si está p erm anentem en te garantizada una
convivencia pacífica. Si falta este presup uesto de una paz
garantizada, la división del trabajo n o supera los con fin es
56
de la aldea, y acaso tam p oco los del n ú cleo familiar. La di
visión del trabajo entre ciudad y cam p o — gracias a la cual
los cam pesinos d e las aldeas circund antes proporcionan a
las ciudades productos agrícolas esen ciales a cam b io de
productos industriales— presu p on e ya una paz garantiza
da al m enos en el ám bito territorial local. Para exten d er la
división del trabajo dentro del territorio nacional habría que
exclu ir la guerra civil in clu so co m o posibilid ad . Y para
extenderla a todo el m undo habría que garantizar la paz per
m anente entre los p u eblos.
Cualquiera consideraría hoy sencillam ente absurdo que
una ciudad m oderna co m o Londres o B erlín hiciera la g u e
rra contra los habitantes del entorno. P ero durante m uchos
siglos las ciudades d e Europa hu bieron de ten er presente
tam bién esta eventualidad, y se equiparon económ icam ente
para hacerla frente. M uchas ciudades construyeron desde
el principio sus fortificacion es de tal m od o que pudieran
resistir durante m u cho tiem po dentro d e las murallas crian
do anim ales y p rod u cien d o el trigo n ecesario para casos
de em ergencia.
Todavía a principios del siglo x ix la m ayor parte de la
Tierra habitada estab a dividida e n una serie d e áreas e co
nóm icas más o m enos autosuficientes. Inclu so e n las zo
nas más desarrolladas de Europa las n ecesid ad es de una
pequeña región se cubrían co n la prod u cción d e la misma.
El co m ercio que superaba los estrech os lím ites de los terri
torios colind antes era relativam ente m odesto y co m p ren
día aproxim adam ente só lo las m ercancías que por razones
clim áticas era im posible producir en el lugar. En la m ayor
parte del m undo todas las necesid ad es de los habitantes de
una aldea se cubrían co n la p rod u cción local. D e m od o que
una eventual interru pción de las relacio n es co m e rciales
causada por una guerra n o com prom etía seriam ente su vida
económ ica. Pero tam poco los habitantes de las regiones más
57
desarrolladas de Europa habrían sufrido excesiv am en te.
Aun cu an d o el b lo q u eo continental a q u e N apoleón I so
m etió a Europa para im pedir la im portación d e m ercancías
inglesas de Ultramar y de las q u e sólo podían adquirirse a
través de la m ed iación inglesa hubiera sido más rígido, n o
habría forzado igualm ente a los habitantes del con tin en te a
renuncias excesivas. Tal vez habrían tenido que renunciar
al café y al azúcar, al algodón y a los tejidos de algodón, a
las esp ecias y a ciertas plantas raras, p e ro se trataba de
m ercancías que sólo representaban un papel secundario en
los hogares d e am plios estratos sociales.
La co m p leja red de relacio n es econ óm icas internaciona
e s es producto del liberalism o y del capitalism o del siglo
xix. Sólo gracias a ella fueron p osibles la enorm e esp ecia-
lización de la p rod u cción m oderna y los extraordinarios
progresos tecn oló g ico s. Para proporcionar a la familia de
un o b rero inglés tod o lo que le gusta consum ir, co o p eran
todos los países de los cin co continentes. El té para el d esa
yuno proviene de Ja p ó n o de Ceilán, el café de Brasil o de
Jav a, el azúcar de las Indias O ccid en tales, la carn e de Aus
tralia o de Argentina, el vino de España o de Francia, la lana
llega de Australia, el algod ón de Am érica o de Egipto, el
cu ero de la India o de Rusia, etc. Y a cam b io de tod o esto
las m ercancías inglesas van a to d o el m undo, a los m ás le
janos y perdidos p u eb los y aldeas. Este desarrollo fu e p osi
ble porque, tras la victoria d e los principios liberales, nadie
tom ó ya en serio la idea de q u e pudiera estallar una gran
guerra. En la é p o ca del m áxim o florecim iento del liberalis
m o se p en sa b a p o r lo g en eral q u e las guerras en tre los
pueblos de raza blanca no eran ya más que cosas del pasado.
Pero los acon tecim ien tos fueron en una d irección muy
distinta. Las ideas y los program as liberales fueron sustitui
dos por el socialism o, el nacionalism o, el p roteccionism o,
el im perialism o, el estatism o y el militarism o. Si Kant y von
58
H um boldt, B en th am y C obd en habían cantado las glorias
de la paz perpetua, los representantes d e los nuevos tiem
pos no se cansaron jam ás de exaltar la guerra civil y la guerra
entre las n acion es. Su éxito n o se hizo esperar. El resultado
fue la guerra m undial, que nos ha dado una e sp ecie de lec
ció n objetiva so b re la incom patibilidad entre guerra y divi
sión del trabajo.
4. La ig u a l d a d
59
que sale de la fábrica de la naturaleza lleva el sello de la
individualidad, de la originalidad y de la irrepetibilidad. Los
hom bres no so n iguales, y el postulado de la igualdad ante
la ley n o pu ed e basarse en la preten sión de que a los igua
les se les d eb e igual tratam iento.
Hay d os razones distintas por las q u e los hom bres de
b e n recibir igual trato ba jo la ley. A una de ellas n o s referi
m os al analizar las razones contra la privación de la liber
tad p erson al de los h om bres. Para co n seg u ir la m áxim a
productividad p o sib le d el trab ajo hum ano, el trabajador
d eb e ser libre, porqu e só lo el trabajador libre, q u e disfruta
del producto de su trabajo en form a de salario, co m p ro m e
te al m áxim o sus propias fuerzas. La segunda razón se re
fiere al m antenim iento de la paz social. Ya hem os h ablad o
d e la necesid ad de evitar cu alquier perturbación del d esa
rrollo pacífico. Ahora bien, es casi im posible m an tener una
paz duradera en una socied ad en la q u e so n diferentes los
d erech os y los d eb eres de los distintos estam entos. Q uien
deslegitim a a una parte de la p o b lació n d eb e tem er que los
deslegitim ados se co aligu en contra los privilegiados. Los
privilegios d e clase d eb e n d e sa p a re cer si se q u iere qu e
ce sen las luchas para acapararlos.
D e ahí q u e esté totalm ente injustificado dirigir al m un
d o en que el liberalism o realizó su postulado de la igual
dad la o b je ció n según la cual habría cread o sólo una igual
dad ante la ley y n o una verdadera igualdad. Para h acer a
los hom bres efectivam ente iguales no bastaría toda la fuerza
de los hom bres. Los hom bres so n y seguirán sien d o d es
iguales. Sabias con sid eracion es de oportunidad, co m o las
m encionadas más arriba, nos inducen a pretender que sean
tratados igualm ente ante la ley. Esto y nada m ás q u e esto
ha querido el liberalism o. T am p o co podía q u erer más. No
hay fuerza hum ana q u e p u ed a con v ertir a un n e gro en
b lan co . P ero se p u ed en co n c e d e r al n e g ro lo s m ism os
60
d erech os que al b lan co y ofrecerle así la posibilidad de al
canzar las m ism as m etas en igualdad d e prestaciones.
Los so cialistas, sin e m b arg o , so stie n e n q u e n o basta
hacer q u e los hom bres sean iguales ante la ley, sino qu e
tam bién hay q u e garantizarles la m ism a renta para h acer
que sean efectivam en te iguales. No basta — dicen— abatir
los privilegios de n acim ien to y clase; hay que com pletar la
labor y elim inar el m ayor y m ás im portante d e los privile
gios, el q u e garantiza la propiedad. Sólo en to n ces se reali
zará ín teg ra m en te e l program a libe ra l, y el lib eralism o
co h eren te llevará finalm ente al socialism o, es decir, a la eli
m inación d e la propied ad privada de los individuos so b re
los m edios de p rod u cción.
Un privilegio es una institución a favor de un individuo
o de un grupo de individuos a exp en sas del bien estar del
resto de la p o b lació n . El privilegio p erm an ece in tocab le
aunque perjudique a alguien — acaso a la m ayoría— y no
es útil para nadie a n o ser para aquel en cu yo b en eficio se
creó. En el Estado feudal m edieval el pod er jurisdiccional
era un cargo hereditario d e determ inados feudatarios. És
tos eran ju eces p o rqu e hered aban el cargo de ju ez co n in
d ep en d en cia d e las cap acid ad es y d e las cualidades m ora
les ind isp en sables para d esem p eñ ar sus fu n cio n es; y de
h ech o lo co n sid erab an ni más ni m en os q u e una lucrativa
fuente d e ingresos. El oficio de ju ez en el Estado feudal era
un privilegio de señ o res de clase n o b le.
Si, e n cam bio, co m o su ced e en los Estados U nidos de
Am érica, los ju eces son elegidos de entre las person as más
dotadas d e co n o cim ien to y exp erien cia jurídica, en to n ces
no estam os ya en p resen cia de un «privilegio» de los juris
tas. Si se p refieren los juristas, n o es por am or a los juristas
m ism os, sin o p o r a m o r al b ie n e star p ú b lico , p o rq u e se
piensa que el con ocim ien to d e la doctrina jurídica es un pre
supuesto ind ispensable para d esem p eñ ar el cargo d e juez.
61
La cu estión de si una institución d eb e o n o considerarse
co m o un privilegio de determ inados grupos, clases o per
sonas no pu ed e resolverse valorando sus eventuales v en
tajas o desventajas para e so s grupos, clases o personas, sino
valorando su utilidad para toda la colectividad. El h e ch o de
que en un b arco haya un capitán sólo y q u e todos los d e
m ás form en su tripulación, q u e o b e d ece sus órd en es, es
ciertam ente una prerrogativa del capitán, p ero n o es privi
legio del capitán el q u e p o sea efectivam ente la capacidad
d e pilotar el barco entre los esco llo s y de h acerse así útil no
só lo a sí m ism o sin o tam bién a toda la tripulación.
Para determ inar si una institución d eb e consid erarse un
privilegio de una person a o una clase n o hay que pregun
tarse si b en eficia a esa person a o a esa clase, sino si b e n e
ficia a la colectividad. Si llegam os a la con clu sió n de qu e
sólo la propiedad privada de los m edios de producción hace
p osible un inten so desarrollo de la so cied ad hum ana, es
claro que esto equivale a e stab lecer que la propiedad pri
vada n o es un privilegio de los propietarios, sino una insti
tución social para b ien de todos, aunque al m ism o tiem po
pu ed e ser particularm ente agradable y útil a algunos.
Si el liberalism o defiend e la propiedad privada, n o lo
h ace por el interés d e los propietarios. No quiere conservar
la propiedad privada porqu e n o podría aboliría sin herir los
d erech os d e los propietarios. Si consid era q u e la abo lició n
de la propiedad privada sirve al interés de la colectividad,
defendería su a bo lició n sin la m enor con sid eració n p or el
eventual perju icio que acarrearía a los propietarios. El h e
ch o es que la con servación de la propiedad privada es inte
rés de todos los estratos sociales. Tam bién el pobre, q u e
nada tien e q u e pueda d ecir q u e es suyo, vive en nuestra
socied ad incom parablem ente m ejor q u e en un sistem a dis
tinto q u e fuera incapaz d e producir incluso una m ínim a
parte d e lo q u e se produce en el nuestro.
62
5. La d e s ig u a l d a d d e r iq u e z a y r e n t a
<53
que otros viven en la indigencia. El argum ento aparente
m ente tien e cierto fundam ento, p ero sólo aparente, ya que
si se dem ostrara que el lujo tien e una fu n ción precisa para
la convivencia social, el argum ento quedaría invalidado. Es
lo q ue tratarem os de demostrar.
Nuestra d efen sa del co n su m o de lu jo n o es, desde lue
go, la que a v eces se o ye p or ahí, es decir, q u e h a ce circular
el dinero entre la gente. Si los ricos no llevaran una vida
lujosa — se dice— , los p o b res n o tendrían ingreso alguno.
Pero esto es un puro disparate, pues si n o hubiera lujo, el
capital y el trabajo invertidos e n la p rod u cción de bien es
d e lu jo se invertirían e n la p rod u cció n de otros b ien e s,
b ien es de co n su m o de m asas, artículos necesarios en lugar
de «superfluos».
Para hacerse una idea exacta del significado social del
lujo, es p reciso ante to d o com pren d er que el co n ce p to de
lujo es totalm ente relativo. Lujo es un m od o d e vivir qu e
contrasta co n el d e la gran m asa de los con tem p orán eos. La
co n ce p ció n del lujo es, pues, esen cialm en te histórica. Mu
cha co sas q u e hoy nos p are ce n necesarias, e n otro tiem po
se consideraron un lujo. C uando en la Edad M edia una aris
tócrata bizantina casada co n un du x v en ecian o introdujo
en la m esa, e n sustitución d e la costum bre de co m er co n
las m anos, un utensilio de oro q u e p od em os considerar el
precursor de nuestro tenedor, los v en ecian os lo con sid era
ron co m o un lujo blasfem o, hasta el punto de que cu and o
un día aquella señora contrajo una grave enferm edad, ellos
interpretaron el aco n tecim ien to co m o un justo castigo di
vino p or su extravagancia antinatural. H ace dos o tres g e
neraciones, e n la propia Inglaterra ten er b a ñ o e n casa se
co n sid erab a un lujo; hoy lo hay e n la casa de cu alquier
o b rero de cierto nivel. H ace treinta y cin co años n o e xis
tían aún los autom óviles; h ace veinte años p o seer uno era
signo de un ten o r de vida particularm ente lujoso; hoy en
64
Estados U nidos incluso un o b rero tien e su Ford. Tal es la
ev o lu ció n de la historia e co n ó m ica : el lujo de hoy es la
n e ce sid a d d e m añ an a. T o d o p rog reso a p a rece prim ero
co m o un lujo d e p o co s ricos para convertirse luego, al cab o
de cierto tiem po, en la norm al n ecesid ad de todos. El lujo
estim ula al co n su m o y a la industria a inventar e introducir
nuevos productos, y es por tanto u n o de los factores diná
m icos d e nuestra vida eco n ó m ica. A él le d ebem os las pro
gresivas in n ov acion es, que tanto han contribuido a elevar
gradualm ente el nivel d e vida de todas las capas de la p o
blación.
La m ayoría d e n o so tros n o tien e sim patía p or el rico
haragán q u e pasa su vida sin trabajar, p ensand o sólo en
pasárselo bien. Pero tam bién él cum ple una función e n la
vida del organism o social. Su lujo tien e un e fecto de im ita
ción, suscitando e n las m asas nuevas necesid ad es y esti
m ulando a la industria a satisfacerlas. H ubo un tiem po en
que só lo los ricos podían perm itirse el lujo de viajar al e x
tranjero. Schiller n u n ca vio las m ontañas suizas que cantó
en su G uillerm o Tell, au nqu e lindaban co n su patria sueva.
G o ethe jam ás visitó París ni V iena ni Londres. H oy son ce n
tenares de m iles los q u e viajan, y pronto serán m illones.
6 . La p r o p i e d a d pr i v a d a y l a é t i c a
65
individuos m iem bros de la sociedad. El individuo que vive
en una isla desierta n o tiene por qué o b e d ece r a ninguna
norm a moral. Puede hacer tranquilam ente lo q u e le ap e
tezca, sin preocuparse del eventual daño que su com porta
m iento pudiera causar a otro. El hom bre que vive en so cie
dad, en cam bio, d eb e preocuparse, en tod o lo q u e h ace,
no sólo de la propia co n ven ien cia inm ediata, sino tam bién
d e la necesid ad de respetar en todas sus a ccion es a la so
ciedad e n cuanto tal. Ya que la vida del individuo en so cie
dad sólo es p osible gracias a la socied ad m ism a, y cada in
dividuo se vería gravem ente perjudicado si se quebrara la
organización social d e la vida y de la producción. Cuando
la sociedad exig e el resp eto de sí m ism o p or parte de los
individuos en todas sus a ccion es y la renuncia a cualquier
acción que, aun cu an d o pueda resultarle b en eficiosa, per
judica sin em bargo a la vida social, co n ello n o pretende
ciertam en te q u e el individuo se sacrifiqu e p or el interés
ajeno. El sacrificio q ue le im pone es tan só lo provisional,
es una renun cia a una p equ eñ a ventaja directa a cam b io de
otra m ayor indirecta. La supervivencia d e la socied ad co m o
aso ciació n de person as que trabajan y viven juntas es inte
rés de todos y cada uno; quien sacrifica una ventaja m o
m entánea para n o p o n e r e n peligro la supervivencia de la
socied ad n o h ace sino sacrificar una ventaja m enor por otra
mayor.
Frecuentem ente se ha interpretado mal el sentido de este
respeto por el interés gen eral de la sociedad. Se ha p ensa
d o que su valor ético consiste e n el h e ch o en sí del sacrifi
cio , de la renun cia a un g oce inm ediato, y n o se ha querido
ver e n cam bio q u e el verdadero valor é tico n o está e n el
sacrificio e n sí sino e n el fin p or el que se hace. Y así ha
podido su ced er que se descubriera un valor ético en el sa
crificio en cuanto tal, en la renuncia en sí y por sí. Pero el
sacrificio só lo es é tico cu and o sirve a un fin ético. Hay una
66
d iferen cia abism al en tre qu ien lo arriesga to d o por una
b u en a causa y qu ien lo sacrifica sin b en eficio alguno para
la sociedad.
T od o lo que contribuye a preservar el orden social tiene
un valor ético; tod o lo q u e le perjudica es inm oral. Por co n
siguiente, cu an d o llegam os a la con clu sió n de que una ins
titución es b en eficiosa para la sociedad, n o puede objetarse
que sea inm oral. Se pu ed en ciertam ente tener opiniones
distintas so b re la utilidad o el perjuicio de una institución
social, pero cu and o se co n clu y e q u e es útil, no se pu ed e ya
pretender qu e, p o r alguna razón inexp licable, se la d eba
considerar co m o inm oral.
7. E l E s t a d o y el Go b ie r n o
67
renuncia al disfrute inm ediato que esp era o b ten er del uso
de los estu pefacien tes, o b ien aún porqu e le falta la n e ce
saria fuerza de voluntad para adecuar el propio com porta
m iento al co n o cim ien to que tiene de sus efectos negativos.
Hay qu ien es consid eran justo que la socied ad se ocu p e de
h acer volver al bu en cam ino a las person as que p o n en en
peligro la propia vida y la propia salud co n com portam ien
tos irracionales. Sostienen que los alcohólicos y los m orfinó
m anos d eben ser forzosam ente som etidos a desintoxicación
para obligarles a ten er b u en a salud.
Más adelante nos o cu p arem os d e la controvertida cu es
tión so b re la co n v en ie n cia o n o d e se m e ja n te m edida. Lo
q u e p o r el m om en to n o s urge es algo totalm en te d iferen
te, a saber, la cu estión de si a la gente cuyas a ccion es p o n en
e n p eligro la su p erv iv en cia de la so cied a d se la d eb e for
zar a ab sten e rse d e h acerlo . El a lco h ó lico y el ad icto a las
drogas se perju d ican só lo a sí m ism os co n su con d u cta;
q u ien quebranta las norm as m orales q u e g ob iern an la vida
so cial perju d ica n o só lo a sí m ism o sin o a los dem ás. La
vida e n so cie d a d sería totalm en te im p o sib le si q u ie n e s
d e sea n m an ten er la co o p e ra ció n so cial, y se co m p o rtan
e n co n se cu en cia, tuvieran q u e ren u n ciar al u so de la v io
le n cia y la co a cció n para co n los su jetos a n tiso ciales co n
el fin de im ped irles so cav ar la so cied a d co n su co m p o rta
m ien to. Si así fuera, u na m inoría de su jetos aso cíales, o
sea p erson as q u e n o están d ispuestas o n o están e n c o n
d ic io n e s d e h a ce r lo s sa c rificio s m o m e n tá n e o s q u e la
so cied ad les e xig e, pod ría h a ce r im p osib le to d o tipo de
so cied ad . Sin el u so de la co erció n y la v iolen cia para co n
los en em igos d e la socied ad sería im posible la con v iven cia
hum ana.
Llamamos Estado al aparato social de com pulsión y coer
ció n que fuerza a la gen te a o b e d ece r las norm as sociales;
las norm as con form e a las cuales p ro ced e el Estado se 11a
68
man D erech o ; y los órganos que se ocu p an de h acer fun
cionar el aparato coercitivo constituyen el G obierno.
Existe, sin em bargo, una secta q u e cre e que se pued e
renunciar sin peligro alguno a toda form a de co acció n y basa
la socied ad enteram ente e n la o b ed ien cia voluntaria a las
leyes de la moral. Los anarquistas consid eran que el Esta
do, el ord en am iento jurídico y el g o b iern o son institucio
nes superfluas e n un orden social que sirva realm ente al
bien de tod os y n o só lo a los intereses particulares de algu
nos privilegiados. Según ellos, el u so de la co erció n y d e la
violencia só lo resulta n ecesario porqu e hay que d efender
nuestro orden social, q u e contem pla la propiedad privada
de los m edios de producción. Pero si se elim inara la so cie
dad privada, todos sin e x ce p ció n o b ed ecerían esp on tán ea
m ente las norm as que exige la co o p eració n social.
Ya hem os señalad o que esta doctrina es errónea en lo
que co n ciern e al carácter de propiedad privada de los m e
dios de producción. P ero tam bién es insostenible por otros
motivos. El anarquista, co n razón, n o niega que toda form a
de co o p eración hum ana en la socied ad basad a en la divi
sión del trabajo exig e la observancia de algunas norm as,
au nqu e ello no siem pre sea fácil para el individuo porque
le exige u n sacrificio ciertam ente provisional p ero e n tod o
caso inm ediato. Pero el anarquista se equ iv oca cu an d o su
pone que todos los individuos sin e xce p ció n están dispues
tos a observar voluntariam ente estas norm as. Hay perso
nas que sufren de estóm ago que saben muy bien que ciertos
alim entos les p ro d u cen d o lo res agud os e insoportables,
p e ro n o por e llo so n ca p a ces d e ren u n ciar al p lacer de
saborearlos. Ahora bien , las interrelaciones d e la vida en
socied ad n o son tan fáciles d e percibir co m o los efectos
fisiológicos de un alim ento, ni las co n secu en cias pued en
seguirse tan rápidam ente y, so b re todo, de m anera tan evi
d ente para el m alhechor. ¿Acaso pued e pensarse en ton ces,
69
sin caer en el absurdo, q u e en la socied ad anarquista todo
individuo será m ás previsor y tendrá una fuerza de volun
tad m ayor q u e un dispéptico glotón? ¿Es p osible exclu ir que
en la socied ad anarquista alguien por negligencia arroje una
cerilla encendida de m odo que provoque un incendio o que,
por ira, celo s o venganza, dañe a un sem ejante? El anarquis
m o d e sco n o ce la verdadera naturaleza del hom bre. Sólo
sería viable e n un m undo de án geles y d e santos.
El liberalism o n o es anarquism o ni tiene nada que ver
co n el anarquism o. El liberal com prend e co n toda claridad
q u e sin el u so de la co erció n el ord en social estaría e n p e
ligro, y que tras las reglas q u e es n ecesario observar para
asegurar la libre co op eració n entre los hom bres d eb e exis
tir la am enaza de la violencia, si n o se quiere q u e cad a indi
viduo pueda destruir toda la estructura social. Hay que e s
tar en co nd icio n es de forzar co n la violencia a respetar las
norm as de la convivencia social a quien no quiere respetar
la vida, la salud, la libertad person al o la propiedad privada
d e los dem ás. Tales son las fu nciones que la doctrina lib e
ral atribuye al Estado: la p ro tecció n de la propiedad, de la
libertad y de la paz.
El socialista alem án Ferdinand Lassalle trató d e ridiculi
zar la lim itación de las fu n cio n es del g o b iern o exclu siva
m ente a estos ám bitos d efiniend o al Estado construido so
bre b ases liberales co m o el «Estado vigilante nocturno».
Pero n o se ve por qué razón el Estado vigilante nocturno
deba ser más ridículo o p eo r q u e el Estado q u e se o cu p a de
la p reparación de las co le s ferm entadas, de la fabricación
de b o to n es para pantalones o de la ed ició n de periódicos.
Para form arse una idea d e la resonan cia q u e pretendía pro
ducir en Alem ania la ocurrencia de Lassalle, hay qu e tener
presen te que los alem anes en aquella é p o ca n o habían ol
vidado aún el Estado om nip oten te del despotism o m onár
quico, y que seguían sufriendo la h egem onía de la filosofía
70
hegeliana q u e había convertido al Estado en entidad divi
na. Q u ien con sid eraba al Estado, co n H egel, co m o la «sus
tancia ética au to co n scien te», el «universo por sí y en sí, e l
elem en to racional d e las voluntades», es claro q ue n o po
día m enos de consid erar blasfem a la lim itación de las fun
ciones del Estado a las d e m ero vigilante nocturno.
Sólo así se en tien d e q u e se haya podid o pensar que el
liberalism o es contrario al Estado, que odia al Estado. Si se
piensa q u e no es con v en ien te confiar al Estado la función
de gestionar los ferrocarriles, los h oteles o las m inas, n o por
ello se es «en em igo del Estado». Lo es tan p o co co m o se
puede llamar en em igo del ácido sulfúrico al que piensa que,
por m ás útil q u e pued a ser para diversos fines, n o es en
absoluto ad ecu ad o para b e b e rlo o para lavarse las m anos.
Es in correcto circu n scribir la p o sició n del liberalism o
respecto al Estado a la voluntad de delim itar su esfera de
posibles in terv en cio n es y al re ch a z o en prin cipio d e un
papel activo suyo en la vida eco n ó m ica. Tal interpretación
carece totalm ente de fundam ento. La p o sició n del libera
lismo resp ecto a las fu n cio n es del Estado deriva autom á
ticam ente de su d efen sa de la p ropied ad privada de los
m edios d e prod u cción. Q u ien es favorable a ésta n o p u ed e
naturalm ente q u erer la propiedad colectiv a; es decir, n o
puede q u erer q u e sea el g o b iern o q u ien disponga de ella
en vez d e los propietarios particulares. En la reivindicación
de la propiedad privada d e los m edios de p rod u cción se
halla ya im plícita, por tanto, una rigurosa delim itación de
las fu n cion es atribuidas al Estado.
Los socialistas acu san a v ece s al liberalism o de falta de
coh eren cia. D icen q u e n o es ló g ico lim itar la actividad del
Estado al ám bito e co n ó m ico exclu sivam ente para proteger
la propiedad; n o se com prend e por qué, si el Estado no debe
perm an ecer com p letam en te neutral, su intervención d eb a
limitarse a la p rotección del d erech o a la propiedad privada.
71
Sem ejante d ed u cció n só lo tendría sentido si el liberalism o
rechazara en principio cualquier papel activo del Estado en
el cam p o eco n ó m ico . Pero n o es así. La razón del rechazo
de una exten sió n de la intervención estatal es só lo la que
hem os apuntado, es decir, q u e d e este m odo se elim inaría
de h e ch o la propiedad privada de los m edios de produc
ción. Y en la propiedad privada ve el liberal el principio
m ás racional d e organización d e la convivencia social.
8 . La d e m o c r a c ia
72
respetada es la d e servidor del Estado. La reputación social
de un jo v en «asesor» o de un teniente del ejército supera
con m u cho a la del com erciante o del ab o g ad o que cu en
tan co n tod a una vida de h o n esto trabajo. Ni siquiera los
escritores, h om bres d e cien cia y artistas, fam osos incluso
más allá d e las fronteras, gozan en su patria de una reputa
ción equ iparable a la suya, que por lo dem ás tam poco o cu
pan una p o sició n tan elevada en la jerarquía dem ocrática.
No h ay m otivo racio n a l q u e e x p liq u e esta so b rev a
loración de la actividad burocrática. Es una form a de ata
vismo, un residuo de aquella é p o ca en la que el ciudadano
debía tem er al príncipe y a sus caballeros, porque e n cual
quier m om en to podían despojarle de tod o cuando y com o
querían. En sí y por sí no es más n o b le ni más digno pasar
el día e n una oficina a evacuar exp ed ien tes que, por ejem
plo, trabajar e n una oficina de proyectos de una fábrica de
m aquinaria. Ni el recaud ad or de im puestos desem peñ a un
o ficio m ás ho n o rab le q u e el de qu ien se o cu p a d e crear
d irectam ente aquella riqueza d e la que una parte se detrae
en form a de im puestos destinados a sufragar los gastos del
aparato del gob iern o .
La teoría pseud od em ocrática del Estado se basa entera
m ente e n esta idea de la particular distinción y dignidad del
e jercicio de todas las fun cio n es de g ob iern o . Según esta
doctrina, es indigno q u e alguien se d eje gob ern ar por otros.
Su ideal es una constitu ción en la q u e sea tod o el p u eb lo el
que gob iern a. N orm alm ente, esto n o ha sido posible en el
pasado, n o pu ed e serlo ni lo será en el futuro, ni siquiera
en un p e q u eñ o Estado. En otro tiem po se p en só que ese
ideal se realizó e n las ciudad es-estado de la antigua G recia
y e n los p e qu e ñ o s can ton es de las m ontañas suizas. Pero
tam bién esto es un error. En G recia, só lo una parte de la
población , los ciu d ad anos libres, participaba e n el gob ier
no, m ientras se exclu ía de él a los m eteco s y a los esclavos.
73
En los can ton es suizos ciertas cu estio n es de carácter pura
m ente local se trataron y siguen tratándose b ajo el princi
pio constitucional de d em ocracia directa, p ero to d o s los
asuntos que trascien d en los estrech o s lím ites territoriales
están en m anos del g ob iern o federal, q u e ciertam en te no
correspond e al ideal de la dem ocracia directa.
No es en absolu to indigno del hom bre ser g ob ern ad o
por otros. Tam bién el g o b iern o y la adm inistración públi
ca, la aplicación de las norm as policiales y otras d isp osi
cion es análogas precisan del em p leo de esp ecialistas, es
decir, de funcionarios pú blicos y d e p olíticos p ro fesio n a
les. El principio de la división del trab ajo n o se d e tien e ni
siquiera ante las fun cio n es de g ob iern o. No se pu ed e ser al
m ismo tiem po constructores de m áquinas y fu ncionarios
d e policía. Pero n o se pierde e n dignidad, b ien estar y liber
tad si no se es fu ncionario de policía. Y el h ech o d e que
algunos se o cu p en de los servicios se creto s e n lu gar de
todos los dem ás n o es m en os d em ocrático q u e el h e c h o de
que algunos se dediquen a la fab ricación d e calzad o para
todos los dem ás. No existe ningún m otivo para tom arla con
los políticos profesionales y co n los fu ncionarios p ú b lico s
si las instituciones del Estado so n d em o cráticas. P ero la
dem ocracia es algo totalm ente distinto d e co m o se la im a
ginan los rom ánticos visionarios que propugnan la d em o
cracia directa.
El ejercicio de la acción de g ob iern o por parte d e unos
p ocos — los gob ern an tes son siem pre una m inoría re sp ec
to a los gobernad os, co m o tam bién lo son los fab rican tes
de calzado respecto a los consum idores d e este produ cto—
se basa en el co n sen tim ien to de los g ob ern ad os, e s decir,
en su acep tación de la adm inistración existen te. Los g o b er
nados pueden p en sar que este m odo de g ob ern ar es sólo
el mal m enor o inevitable, p ero en to d o caso d e b e n estar
convencidos de que n o tien e sentido cam biar la situ ación
14
existen te. P ero cu an d o la m ay o ría d e lo s g o b ern ad o s se
co n v en cen de q u e es n e ce sa rio y p o sib le cam biar la form a
de g o b iern o y sustituir e l v iejo ré g im e n y el v iejo personal
por un nu evo régim en y un n u e v o p erson al, el v iejo g o
biern o tien e los días co n tad o s. La m ayo ría tendrá e n to n ce s
el p o d e r— incluso co n tra la volu n tad del v iejo gob iern o —
de im poner su propia v olu n tad c o n la fuerza. Ningún g o
b iern o pued e durar m u ch o si no tie n e d e su parte a la opi
nión pública, es decir, si los g o b ern a d o s no están co n v en
cid os de q u e es u n b u en g o b ie rn o . La p resió n q u e e jerce el
gob iern o para co n v en cer a los re lu cta n tes só lo pu ed e te
ner éxito si n o tiene e n con tra u n a m ayoría sólida.
S ea cual fu ere el tip o d e co n stitu ció n , existe siem p re
un m ed io para h a ce r q u e el g o b ie r n o d e p e n d a en últim a
instancia de la volu ntad d e los g o b e rn a d o s: la guerra civil,
la rev o lu ció n , el g o lp e d e E stado. P e ro so n p recisam en te
e sa s so lu cio n es las q u e e l lib e r a lism o q u ie re evitar. Es
im p osib le asegu rar u na m e jo ra e c o n ó m ic a p erm an en te si
la m arch a p acífica de lo s n e g o c io s se in terru m p e sistem á
ticam en te por luchas in tern a s. U n a situ a ción sem ejan te a
la q u e e xistió e n In g laterra e n tie m p o d e la G u erra de las
dos R osas p recipitaría e n p o co s a ñ o s a la Inglaterra m o
d e rn a e n una p ro fu n d a y e sp a n to sa m iseria. N unca se
h ab ría co n se gu id o el a ctu a l n iv el d e d e sa rrollo e co n ó m i
co si no se h u biera e n co n tra d o u n a so lu ció n al p ro b lem a
de evitar el co n tin u o e sta llid o d e la g u erra civil. Una lu
cha fratricida co m o la R e v o lu ció n F ra n ce sa d e 1789 origi
n ó un en orm e sacrificio d e san g re y d e riqu eza. La e c o n o
m ía actual n o podría so p o rta r ta le s co n v u lsio n e s. Si un
m ovim iento rev o lu cio n a rio im p id iera e l sum inistro de ali
m en tos, d e ca rb ó n y d e e le ctricid ad , d e l gas y del agua a
una cap ital m od ern a, su p o b la c ió n sufriría tan to q u e bas
taría tan só lo el tem or a ta le s d e só rd e n e s para paralizar la
vida de la p ropia ca p ita l.
75
Aquí es d on d e surge la fu nción social de la dem ocracia.
La dem ocracia es aquella form a de constitución política que
h ace p o sib le la adap tación del g o b iern o a la voluntad de
los gob ern ad os sin luchas violentas. Si e n un Estado d em o
crático la cond u cta del g o b iern o n o co rresp on d e a la vo
luntad de la m ayoría de la p o b lació n , n o se n e ce sita en
absolu to apelar a la guerra civil para llevar al g o b iern o a
quienes están dispuestos a respetar la voluntad de la ma
yoría. El m ecanism o de las e le ccio n es y el parlam entaris
m o son los instrum entos que perm iten cam biar pacífica
m ente el gob iern o, sin ch oqu es, violencia y derram am iento
de sangre.
9. Cr ít ic a d e l a d o c t r in a d e l a v io l e n c ia
76
en virtud de sus p len o s pod eres, se aprecia q u e no salían
ganand o p recisam en te los n u evos g o b ern a n te s. H ay un
dicho francés según el cual «el ridículo m ata». Pues bien , la
dem ocracia, gracias a sus políticos, n o tardó e n aparecer
por d oquier co m o ridicula. Los políticos del antiguo régi
men desplegaron una cierta dignidad aristocrática que te
nía una cierta n obleza, al m en os en su con d u cta externa.
Q u ien es les sustituyeron h icieron to d o lo p osible para d es
acreditarse co n su com portam iento. En A lem ania y en Aus
tria nada hizo m ás d añ o a la d em ocracia que la extrem a
arrogancia y la d escarada p resun ción co n q ue se co m p o r
taron los jefes sociald em ócratas q u e llegaron al pod er tras
la caída del im perio.
Allí dond e la d em ocracia llegó al p o d er n o tardó en sur
gir una doctrina que rech azab a de raíz el propio principio
d e m o crá tico . N o tie n e sen tid o — se d e cía — h a ce r q u e
gob iern e la m ayoría; d eb e n gob ern ar los m ejores, aunque
sean m inoría. A parentem ente, el argum ento era tan claro y
evidente q u e los d efen sores de los m ovim ientos antidem o
cráticos de tod o tipo aum entaron d e form a exp o n en cial.
Cuanto m ás d esp reciables se m ostraban los hom bres que
la d e m o cra cia h ab ía p u esto e n la cim a d el pod er, m ás
aum entaban los en em ig os d e la dem ocracia.
La doctrina antidem ocrática, sin em bargo, a d o lece de
serias falacias. En e fecto, ¿qué significa «el m ejor», «los m e
jores»? La repúb lica p olaca eligió co m o presidente a u n vir
tuoso pianista p o rqu e, evid en tem en te, le co n sid erab a el
mejor de su época. Pero las cualidades que un estadista debe
tener son m uy distintas d e las de un m úsico. La exp resión
«el m ejor», q u e em p lean los en em igos d e la dem ocracia,
no pu ed e significar otra co sa que «el hom bre o los h om
bres m ás indicados para dirigir los asuntos de gob iern o »,
aunque entiend an p o co o nada de m úsica. P ero aquí surge
inm ediatam ente la pregunta: ¿quién es el más indicado?
77
D israeli o G lad stone ¿eran los m ás indicados? El tory creía
ser superior al prim ero, y el whig pen saba ser superior al
segundo. ¿Quién d eb e decidir sobre esto si n o es la mayoría?
Llegam os así al p u n to cru cial d e tod as las d octrin as
antidem ocráticas, ya sean em an ación d e la vieja aristocra
cia y de los am bientes de la m onarquía hereditaria, o bien
de matriz sindicalista, bo lch ev iqu e y socialista, es decir, a
la teoría de la violencia. La doctrina antidem ocrática sostie
n e el d erech o de una m inoría a dom inar el Estado y la m a
yoría. La legitim ación ética d e este d erech o estaría e n la
capacidad de conquistar efectivam ente el poder. Los m ejo
res, los únicos llam ados a g o b ern ar y a mandar, se reco n o
cerían p or su capacidad de erigirse co m o dom inadores de
la m ayoría con tra su propia voluntad. Sobre este pu nto
co in cid en plen am en te la doctrina de la A ction fran g aise y
la de los sindicalistas, la doctrina d e Ludendorff y de Hitler
y la de Lenin y Trotski.
A favor y en contra de estas doctrinas se pu ed en form u
lar m u chos argum entos, en razón de la propia co n fesión
religiosa y de las con v iccio n es filosóficas de cada u no, acer
ca de las cu ales escasam en te pu ed e esperarse un acuerd o.
No es éste el lugar ad ecu ad o para e xp o n e r y discutir los
argum entos e n pro y e n con tra, pu es n o so n realm en te
decisivos. La única con clu sió n q u e sí pu ed e ser decisiva es
la que se basa e n el argum ento fundam ental a favor de la
dem ocracia.
Si todo grupo que se cree cap az de im pon er co n la fuer
za su propia regla sobre los dem ás tuviera que ser autoriza
do a realizar su intento, lo ú nico q u e deberíam os esperar
sería una serie ininterrum pida de guerras civiles. Pero una
situación tal es incom patible co n el grado de división del
trabajo que hoy h em os alcanzado. La socied ad m oderna,
basada en la división del trabajo, só lo pu ed e m an tenerse
en cond icion es de paz estable. Si e n cam bio tuviéram os que
78
prepararnos para una posible guerra civil perm anente y para
una sistem ática conflictividad interna, nos veríam os preci
sados a limitar la división del trabajo hasta el punto de ins
taurar la autarquía en toda provincia, si n o ya en todo pu e
blo, es decir, una co n d ición en la cual se pueda sobrevivir
con autonom ía sin im portar nada del exterior. Ello com p or
taría un tal regreso de la productividad del trabajo que nu es
tro planeta só lo podría alim entar a una fracción de la po
blación que lo habita. El ideal antidem ocrático co n d u ce a
un sistem a e co n ó m ico sim ilar al d e la Edad M edia y de la
antigüedad, cuando toda ciudad, tod o pueblo e incluso toda
casa eran una serie de fortalezas siem pre e n pie de guerra,
v desde el punto de vista e co n óm ico cada país trataba de
ser lo m ás a u to su ficien te p o sib le re sp e cto al resto del
mundo.
T am bién el dem ócrata opina q u e d e be n gob ern ar los
m ejores. Pero cree q u e el m ejor m od o qu e tiene un indivi
duo o un grupo de individuos de m ostrar su propia aptitud
para gob ern ar es co n v en cer a sus propios conciu d ad anos
de que son cap aces de d esem p eñ ar esa función, de m odo
que sean los propios ciudadanos los que les co n fíen el cu i
dado de los asuntos públicos y n o ellos los que recurran a
la fuerza para q u e el resto d e ciudadanos acep ten sus pro
pias pretensiones. Q u ien n o consigu e conquistar la p osi
ción de je fe co n la fuerza de sus argum entos y co n la co n
fianza q u e inspira su persona, no pu ed e quejarse de q u e
sus conciu d ad anos prefieran a otros.
Ciertam ente, n o puede negarse q u e existe una situación
en la que la ten tación d e apartarse de los principios d em o
cráticos del liberalism o es ciertam ente muy fuerte. Si hom
bres inteligentes ven que su nación, o todas las n acion es,
siguen el cam ino de destrucción y que n o son ca p a ces de
conven cer a sus propios conciudadanos de que acep ten sus
propuestas, en to n ces pueden sentirse inclinados a pensar
79
que está plenam ente justificado el uso de cualquier m edio
co n tal de que sea útil y conduzca al fin d esead o. En tonces
pu ed e surgir y en con trar apoyos la idea de una dictadura
elitista, de un despotism o y una tiranía de la m inoría en
interés de todos. P ero la fuerza nu n ca es un m edio para
v en cer estas dificultades. La tiranía de una m inoría n o p u e
de durar, a n o ser q u e la m inoría consiga co n v en cer a la
m ayoría de la n ecesid ad o p or lo m enos de la utilidad de su
propia tiranía. Pero en to n ces n o hay n ecesid ad de acudir a
la violencia preventiva para asegurar el pod er d e la m inoría.
La historia nos o frece n um erosos ejem plos sorpren d en
tes de la im posibilidad de m antener por m ucho tiem po una
dictadura, aun co n el uso más d espiadad o de la violencia
co m o m étodo político. Vamos a fijarnos en u n o solo, por
que es el más recien te y tam bién el más co n o cid o . Cuando
los b olch ev iqu es conquistaron el p od er en Rusia eran una
p e q u eñ a m inoría y su program a ap en as co n tab a co n la
aceptación de una pequ eñ a fracción del pueblo ruso, m ien
tras que la gran m ayoría era absolutam ente contraria a la
colectivización de la tierra. Sólo d eseab a el reparto de la
tierra entre aquella parte de la p o b lació n q u e los b o lch e
viques llam aban «cam pesinos sin tierra». Y fue este progra
ma de la p o b lació n rural el q ue se adoptó, n o el de los jefes
m arxistas. Lenin y Trotski, co n tal de p erm a n e ce r e n el
poder, n o sólo acep taron esta reform a agraria sino q u e in
clu so la convirtieron e n parte de su p ropio program a, dis
puestos siem pre a defenderla contra los ataques internos y
extern o s. Sólo así p u d ieron o b te n e r los b o lch ev iqu es el
ap oyo de la gran m asa de la p o b lació n rusa. D esde q ue se
hizo el rep arto de la tierra n o g o b ern a ro n ya con tra su
voluntad, sino co n su con sen tim ien to y apoyo. Los b o lch e
viques tenían ante sí só lo d os posibilidades: renunciar al
program a o renunciar al poder. Eligieron la prim era y per
m an ecieron en el poder. La tercera posibilidad — im poner
80
por la fuerza su program a contra la gran m asa de gente—
ni siquiera existía. Los bo lch ev iqu es podían ciertam ente,
co m o h ace toda m inoría resuelta y b ien dirigida, co n qu is
tar el pod er co n la violencia y m antenerlo durante un breve
period o, p ero, co m o cu alqu ier otra m inoría, no habrían
podido m antenerlo a la larga. Los distintos intentos «blan
cos» fallaron todos, porqu e tenían en contra a la gran m asa
del pu eb lo ruso. P ero e n cuanto lo hubieran consegu id o,
los v en ced ores se habrían visto obligados a ten er en cu en
ta los deseo s de esta masa. Y les habría sido im posible cam
biar d espués de alguna form a el h e ch o consu m ad o del re
parto d e la tierra y devolver a los propietarios lo que se les
había arrebatado.
Sólo un grupo que pu ed e contar co n la acep tación de
los g o b ern a d o s p u ed e e sta b le cer un régim en duradero.
Q uien quiere gob ern ar el m undo según sus propias ideas,
debe tratar de conquistar los ánim os. Es im posible som eter
durante m u cho tiem po a los hom bres, contra su voluntad,
a un sistem a que rechazan. Q u ien trata d e h acerlo co n la
violencia acabará fracasando, y co n los conflictos gen era
dos habrá causado m ás m al q ue cualquier g o b iern o acaso
peor pero apoyad o p or los gob ern ad os. No se puede hacer
felices a los hom bres contra su voluntad.
10. E l a r g u m e n t o d e l f a s c is m o
81
los representantes del d espotism o zarista se vieron obliga
dos, e n las p e rsecu cio n e s d e los adversarios políticos, a
te n e r e n cu en ta las co n c e p cio n e s lib erales eu rop eas; y,
durante la guerra m undial, en los países beligeran tes los
propios partidos belicistas, a pesar d e su fanatism o, tuvie
ron q u e practicar cierta m od eración en su lucha contra la
opo sició n interna.
Sólo después de que los socialdem ócratas marxistas, una
vez qu e lograran im ponerse y conquistar el poder, se co n
ven cieron d e que la era del liberalism o y del capitalism o
podía considerarse definitivam ente superada, d esap arecie
ron los últim os escrúp ulos que todavía se habían creíd o
obligad os ten er hacia la ideología liberal. Los partidos de la
III Internacional co nsid eraban que todos los m edios esta
ban perm itidos e n la lucha para consegu ir sus fines últimos.
Tod o el que no acep te incond icionalm ente sus en señ anzas
co m o las únicas correctas y n o las siga ciegam ente será li
quidado; y ellos n o dudarán en destruirle a él y a su familia,
incluid os los niñ os, siem pre y d on d e sea m aterialm ente
posible.
La táctica cín icam ente adm itida del aniquilam iento del
adversario y los asesinatos que se co m etiero n para llevarla
a ca b o suscitaron un m ovim iento de o p osición . A los e n e
m igos no com unistas del liberalism o se les cay ó pronto la
venda de los ojos. Hasta en to n ces habían creído q u e aun
en la lucha contra un od iad o en em igo era necesario resp e
tar algunos principios liberales. Aun co n reluctancia, habían
tenido que exclu ir de la lista de los m edios de lucha políti
ca el asesinato program ático, y resignarse a aceptar m uchas
lim itaciones e n la p ersecu ción de los escritos de la o p osi
ció n y en la represión d e la libertad de palabra. Ahora, de
repente, se percatab an de la existen cia de adversarios que
ignoraban totalm ente estos escrúpulos, y para los que todo
m edio era b u en o para com batir al adversario. Los en em i
82
gos militaristas y nacionalistas d e la III Internacional se sin
tieron engañados p or el liberalism o. P en saban q u e el lib e
ralismo los había co n ten ido precisam en te cu and o estaban
a punto de dar el golpe decisivo, m ientras aún era p osible,
a los partidos revolu cion arios. Si el liberalism o n o se lo
hubiera im pedido, habrían ah ogad o e n sangre y en su na
cim iento los m ovim ientos revolucionarios que, según ellos,
se habían desarrollado só lo gracias a la tolerancia co n ce d i
da a las ideas liberales e n un m om en to e n que su fuerza de
voluntad estaba debilitada por ciertos escrúpulos típicam en
te liberales que, co m o dem ostraron los acontecim ientos que
siguieron, se habían revelado superfluos. Si ya algunos años
antes se hubieran co n v en cid o d e que era lícito aplastar sin
contem placiones todo intento revolucionario, la III Inter
nacional nunca habría podid o o b ten er tod os los éxitos que
co leccio n ó a partir de 1917. Porqu e los m ilitaristas y los
nacionalistas p en sab an que cu and o se trata de disparar y
pelear ellos son los prim eros.
La idea fundam ental de estos m ovim ientos — a los cua
les, si nos fijam os e n el italiano, q u e es el más orgán ico e
im ponente, podem os atribuir la designación de Fascism o—
es, pues, la d e em plear e n la lucha contra la III Internacio
nal los m ism os m ed io s q u e ésta e m p le ó sin e scrú p u lo s
contra sus adversarios. C om o la III Internacional trata de
exterm inar a los adversarios y sus ideas actuando co m o el
patólogo co n el b a cilo de la peste, y co m o la m ism a n o se
considera vinculada por ningún p acto suscrito co n el e n e
migo y cre e que e n la lucha tod o crim en y toda m entira y
difam ación son posibles, lo m ism o h acen los fascistas, al
m enos en principio. El h e ch o de q u e n o se atrevan a lib e
rarse com pletam ente, co m o hicieron los b olch ev iqu es ru
sos, de tod o escrúp ulo resp ecto a ciertas co n ce p cio n e s e
ideas liberales y de ciertas inveteradas norm as morales, d ebe
atribuirse sim plem ente a la circunstancia de que los fascis
83
m os se m ueven siem pre entre p u eb los en los que la h eren
cia intelectual y moral de m iles de años d e civilización no
pued e destruirse de golpe, y n o en tre p u eb los bárbaros a
am bos lados de los Urales, cuya relación co n la civilización
nunca ha sido otra que la de los salteadores del bo squ e y
del desierto, d ed icad os periód icam ente a la incursión en
p u eb los civilizados para arrebatar lo q ue pillaran. Esta di
ferencia es la que hace que el fascism o n o sea nunca capaz
de liberarse d e la fuerza de las ideas liberales co n la misma
facilidad co n q u e lo hicieron los bo lch ev iqu es rusos. Sólo
b ajo la recien te im presión d e los crím en es y de las atroci
dades perpetradas por los d efen sores de los soviets pudie
ron los alem anes y los italianos borrar d e su m em oria las
tradicionales barreras del d e rech o y de la m oral y e n co n
trar el arrojo suficiente para lanzarse a la reacció n cruenta.
Las hazañas de los fascistas y otros partidos an álogos fue
ron una reacció n em ocion al provocada por la indignación
ante las hazañas de los bo lch ev iqu es y com unistas. Pasada
la prim era ola de rabia, su política en tró e n el carril de una
m ayor m od eración y es p osible q u e lo sea aún m ás co n el
paso del tiem po.
Esta m od eración se d eb e al h e ch o de que la tradicional
co n cep ció n liberal sigue ejercien d o una influencia in con s
cien te so b re los fascistas. Pero sea cual fuere la amplitud
de esta m oderación, n o pu ed e m enos de re co n oce rse que
el paso de los partidos de d erech a a la táctica del fascism o
dem uestra que la lucha contra el liberalism o ha co sech ad o
éxitos inim aginables hasta h ace p o co . No so n p o co s los que
aceptan los m étodos fascistas, porqu e los partidos fascis
tas, a pesar de ten er un program a de política eco n ó m ica
totalm ente antiliberal y una política totalm ente interven
cionista, se cuidan muy m u ch o de practicar esa política
insensata de d estru cción a ultranza que im prim e so bre los
com unistas el sello de enem igos absolutos de la civiliza
84
ción. O tros a su vez, si b ien reco n o ce n p erfectam ente los
daños que puede causar la política econ óm ica fascista, pien
san que el fascism o es por lo m enos un mal m enor si se
com para co n el b olch ev ism o y la práctica política de los
soviets. Sin em bargo, la mayoría de sus adeptos y adm ira
dores públicos y secretos aprecia p recisam ente sus m éto
dos violentos.
Naturalmente, nadie discute que a la violencia sólo se
puede responder co n la violencia. A las armas de los b o lch e
viques hay que responder co n las armas, y sería un error
mostrar debilidad frente a los asesinos. Esto nunca lo han
cuestionado los liberales. Pero lo que diferencia la táctica li
beral de la fascista no es la idea de la necesidad de defender
se co n las armas contra quien agrede con ellas, sino el juicio
de principio sobre el papel de la violencia en las luchas por
el poder. El gran peligro que representa el fascism o en la
política interior radica e n su confianza en el poder decisivo
de la violencia. En efecto, éste es su principio suprem o: que
para vencer seguram ente es preciso estar siem pre anim ados
por la voluntad de v en cer y adoptar los m étodos violentos.
Pero ¿qué suced e si tam bién el adversario, anim ado de la
misma voluntad de vencer, em plea los m ismos métodos? El
resultado n o puede ser otro q u e el choque, la guerra civil. Al
final, el venced or de todos los conflictos será quien sea nu
méricam ente más fuerte. A largo plazo será siem pre más di
fícil a la minoría — aunque esté formada por las personas más
capaces y enérgicas— resistir a la superioridad numérica. La
cuestión decisiva sigue siendo, pues, la relativa al m odo de
conquistar la m ayoría para el propio partido. Pero es una
cuestión puram ente de orden intelectual, que sólo puede
resolverse co n armas intelectuales, no co n la fuerza. Emplear
sim plem ente m étodos de opresión violenta es la vía m enos
indicada para ganar apoyos para la propia causa. El simple
em pleo de la violencia, no justificado ante la opinión pública
85
co n argum entos racionales, sólo proporciona nuevos apo
yos precisam ente a aquellos q ue se piensa com batir co n ta
les m étodos. En la lucha entre violencia e idea, es ésta la que
siem pre prevalece.
El fascism o pu ed e h oy triunfar porqu e la indignación
general ante las infam ias com etid as por socialistas y com u
nistas le ha procu rad o las sim patías de am plios estratos
sociales. Pero cu and o se haya enfriado la im presión d e los
crím enes de los bo lch ev iqu es, el program a socialista vol
verá a ejercer su fuerza de atracción sobre las m asas. Por
que el fascism o, para com batir e se program a, n o h a ce sino
perseguir las ideas y a quienes las difunden; si quisiera real
m ente com batir el socialism o, d eb ería con trap on erle sus
propias ideas. P ero só lo hay una idea que pueda con trap o
nerse al socialism o: el liberalism o.
Se ha d ich o co n frecu en cia que para h acer triunfar una
causa n o hay nada m ejor q u e crearle mártires. Esto n o es
del tod o cierto. Lo q u e refuerza la causa de los perseguidos
n o es el m artirio de sus adeptos, sin o el uso de la violencia
en lugar de las arm as intelectuales para com batirlos. La re
presión por la fuerza bruta es siem pre una co n fesió n de la
incapacidad de em plear aquellas arm as intelectuales que
son m ejores, porqu e so n las ú nicas que aseguran la victo
ria. Tal es el vicio de fon d o del fascism o, la patología que
acabará llevándole a la ruina. La victoria del fascism o en
algunos países n o es m ás que un episod io de una larga serie
de batallas so b re el problem a de la propiedad. El próxim o
episod io será una victoria del com unism o. Pero el resulta
do final de estas batallas lo decidirán n o las arm as sino las
ideas. Son las ideas las que agrupan a los hom bres e n fac
cio n es contrapuestas y p o n en las arm as e n sus m anos; son
las ideas las que e stab lecen contra quién y por quién hay
q u e h acer u so de las armas. Y so n sólo las ideas, y n o las
arm as, las que, en definitiva, d eciden.
86
Baste esto por lo q u e respecta a la p osición del fascis
mo en política interior. Por lo q ue atañe a la política e x te
rior, n o es n ecesario dem ostrar u lteriorm ente que su fe en
el principio de la violencia en las relacio n es entre los p u e
blos n o p u ed e m en o s de p rov o car una serie infinita de
guerras destinadas a destruir toda la civilización m oderna.
La supervivencia y el ulterior desarrollo d e la civilización
e co n ó m ica actu al p recisa n d e u na paz segu ra en tre los
pueblos. P ero los p u eb los n o pu ed en p on erse de acu erd o
si están dom inados por una ideología q u e piensa que la
seguridad de la propia n ación en el co n cierto de las dem ás
naciones só lo pu ed e asegurarse m ediante la violencia.
No se pu ed e negar que el fascism o y todas las ten d en
cias dictatoriales análogas están anim ados p or las m ejores
intenciones, y que su intervención ha salvado por el m o
m ento a la civilización europea. Los m éritos adquiridos por
el fascism o p erm anecerán p or siem pre en la historia. Pero
la naturaleza de la política q u e p or el m om ento ha produ
cido efectos positivos n o es tal que pueda prom eter un éxito
duradero. El fascism o fue un arreglo provisional; pensar que
es algo más sería un error fatal.
87
a corrom per a qu ien es lo ejerce n e induce a h acer de él un
mal uso. No só lo los soberan os absolutos y las aristocracias,
sino tam bién las m asas, que e n d em ocracia son soberan as,
tienen una ten d en cia dem asiad o fácil a exced erse.
En Estados Unidos la prod u cción y el co m ercio de b e b i
das alcoh ólicas están prohibidos. Los dem ás Estados n o lle
gan a tanto, p ero casi e n todas partes existen restriccion es
a la venta del opio, de la co caín a y otras sustancias estu p e
facientes. Se piensa, p or lo gen eral, que una de las fu n cio
nes del pod er legislativo y de la adm inistración consiste en
defender al individuo de sí m ism o. Incluso aquellos que por
lo general tien en serias dudas sobre la exten sió n del área
d e actividad del g o b iern o consid eran absolutam ente justo
que en este cam p o la libertad del individuo sea limitada, y
piensan qu e sólo por un cieg o doctrinarism o se pu ed e ser
contrarios a p roh ibicion es de esta clase. La acep tació n de
estas intervenciones autoritarias en la vida del individuo es
tan general que los adversarios por principio del liberalis
m o se inclinan a basar sus argum entos en el reco n o cim ien
to indiscutido d e la necesid ad d e tales p roh ibicion es, del
que d ed u cen que la libertad absoluta del individuo es un
m al, y que una cierta lim itación de la misma por parte de la
autoridad tutora es necesaria. La cu estión n o es si las auto
ridades pued en im poner restriccion es a la libertad del indi
viduo, sino só lo hasta qué punto pued e llegar tal lim itación.
Sobre el h e ch o de q u e todas estas drogas so n perjudi
ciales para la salud n o m erece la pen a gastar ni una sola
palabra. T am p o co afrontarem os aquí la cuestión tan d eb a
tida d e si el uso d e m ódicas cantidad es de alcoh ol es perju
dicial o si lo es tan só lo el abu so de b ebid as alcoh ólicas en
general. Un h ech o es cierto: que el alcoholism o, la adicción
a la co caín a y la m orfina son en em igos terribles de la vida,
del h om bre, de su salud y d e su capacid ad de trabajar, y
por tanto quien razona en térm inos utilitarios dirá siem pre
88
que so n vicios. P ero esto está lejos de dem ostrar la n ecesi
dad de que la autoridad intervenga co n p rohibicion es co
m erciales para reprim ir estos vicios, ni se ha dem ostrado
en absolu to que la intervención d e la autoridad sea apro
piada para reprim ir realm ente estos vicios, ni — su ponien
do que se alca n ce el objetiv o— que n o se corran riesgos no
m enos graves que el alcoh olism o y la adicción a la m orfina.
A quien está co n v en cid o de que la tolerancia o la e x ce
siva indulgencia para co n estos v en en o s es perniciosa no
se le im pide vivir co n m od eración y tem planza. El verda
dero y ú n ico problem a con siste e n estab lecer si los adver
sarios con ven cid os del co n su m o de drogas nocivas tien en
d erech o a im pedir coactivam ente su con su m o a quienes no
son de su o pinión y n o tienen la fuerza d e voluntad sufi
ciente para ab sten erse y para llevar una vida m origerada.
Se trata de un problem a que n o pu ed e afrontarse consid e
rando exclu sivam ente el alcoholism o, la ad icción a la m or
fina y la co caín a, que todas las personas sensatas reco n o
ce n co m o alg o p e lig ro so . En e fe cto , si e n p rin cip io se
co n ce d e a la m ayoría de los ciudadanos de un Estado el
d erech o a prescribir a una m inoría el m od o e n que d ebe
vivir, en to n ces n o es p osible detenerse e n el consu m o de
alcohol, d e m orfina, opio, co caín a y otras drogas sem ejan
tes. ¿Por q u é lo que es aplicable a estas drogas no d eb e serlo
tam bién a la nicotina, al café y a otras drogas sem ejantes?
¿Por qué e n to n ce s el Estado no d eb e prescribir qué alim en
tos son los que hay q u e consum ir y cu áles hay que evitar
por ser nocivos? T am bién e n el deporte m uchos tiend en a
superar los lím ites de sus fuerzas. ¿Por qué el Estado no
d ebería intervenir tam bién en este cam po? Son muy pocos
los hom bres que sab en ser m oderados e n su vida sexual, y
parece q u e es particularm ente difícil para algunas perso
nas d e edad co m p ren d er que es hora d e abandonar tales
placeres, o al m enos practicarlos co n mesura. ¿También aquí
89
d eb e intervenir el Estado? Aún más nociva que todos estos
vicios es, según algunos, la lectura de novelas pornográfi
cas. ¿Hay, pues, q u e perm itir una industria editorial que
especula co n los m ás b ajo s instintos del hom bre, que co
rrom pe los espíritus? ¿Y por q u é n o im pedir la exp o sició n
de cuadros o b sce n o s, la rep resen tación d e obras teatrales
licen ciosas, y tod o lo que pu ed e fom entar las m alas co s
tumbres? ¿Y no es igualm ente perjudicial la difusión de fal
sas teorías so b re la convivencia social de los individuos y
de los pueblos? ¿Hay que perm itir la incitación a la guerra
civil y a la guerra contra otros países? ¿Es adm isible q u e el
resp eto a la religión y a la Iglesia sea m inado por libelos
difam atorios y diatribas blasfem as?
C om o se ve, apenas aband on am os el principio funda
m ental de la n o injerencia del aparato estatal e n todas las
cuestiones relativas al com portam iento individual, llegam os
a reglam entar y a limitar la vida hasta en sus m ínim os d eta
lles. La libertad personal del individuo queda elim inada, y
él se convierte e n esclavo de la colectividad, siervo d e la
mayoría. No es necesario*im aginarse qué ab u so se haría de
sem ejantes p od eres d iscrecion ales en m anos d e person as
decididas a ejercerlo s en el p eo r de los m odos. Pero basta
ría tam bién el ejercicio m ás b e n é v o lo de tales po d eres para
transform ar el m undo en un cem en terio del espíritu. Tod os
los progresos d e la hum anidad se han realizado siem pre
del m ism o m o d o ; una p e q u eñ a m inoría q u e em p ieza a
separarse de las ideas y los usos d e la mayoría, hasta q u e su
ejem p lo im pele a los dem ás a aceptar la innovación. Si se
co n ce d e a la m ayoría el d erech o a im poner a la m inoría lo
que d eb e pensar, leer y hacer, se im pide el progreso d e una
vez para siem pre.
No pu ed e ob jetarse que la lucha contra la ad icción a la
m orfina y la lucha contra la literatura «perversa» so n co sas
com pletam ente distintas entre sí. En realidad la d iferencia
90
sólo consiste en q ue una de las dos p roh ibicion es cu en ta
tam bién co n la ap ro b ació n de qu ien es n o q u ieren co n c e
derlo al otro. En Estados Unidos los m etodistas y los funda-
mentalistas, a raíz d e la introd ucción del prohibicionism o
sobre las b ebid as alcoh ólicas, co m en zaro n la lucha contra
el evolucionism o, y e n algunos Estados d e la Unión se co n
siguió arrojar el darw inism o de las escu elas. En la Rusia
soviética la libertar d e o p in ió n se suprim ió. En e se país,
permitir o n o perm itir un libro d ep en d e del p arecer arbi
trario de un puñado de fanáticos, bastos e ignorantes, a los
que se les ha confiad o la d irección de esa se cció n del apar
tado estatal.
La tend encia de nuestros co n tem p orán eo s a dem andar
prohibiciones arbitrarias tan pronto co m o algo n o gusta, y
la d isp onibilid ad a so m e te rse a tales p ro h ib icio n es aun
cuando n o se está d e acu erd o co n su m otivación, dem ues
tra que aún n o nos hem os liberad o del servilism o. Se p reci
sarán años de au toed ucación para transform arse d e súbdi
tos en ciudadanos. Un hom bre libre d e b e sab er tolerar que
sus sem ejantes se com p orten y vivan de un m odo distinto
de lo que él considera apropiado, y d e be aband on ar la co s
tum bre de llam ar a la po licía tan pronto co m o algo n o le
gusta.
12. T o l e r a n c ia
91
los lím ites de su propia esfera y n o ha invadido el terren o
de la fe religiosa y de la doctrina m etafísica. Pero se en co n
tró enfren te a la Iglesia co m o fuerza política q u e pretendía
no sólo regular la relación del hom bre co n el más allá, sino
tam b ién im p on er a las co sa s terren as el o rd en q u e ella
co n sid e ra b a a d e cu a d o . Y e n to n ce s el co n flicto se h izo
inevitable.
La victoria q u e el liberalism o obtu vo e n este con flicto
co n la Iglesia fue tan aplastante q u e las distintas iglesias
tuvieron que renunciar a ciertas p reten sion es q u e durante
m ilenios h abían d efen d id o palad inam ente. H ogueras de
brujas, p ersecu cion es por parte de tribunales eclesiásticos
y guerras de religión form an ya parte de la historia. Hoy
nadie com p ren d e ya có m o se pudo arrastrar ante los tribu
nales, apresar, torturar y m andar a la hoguera a personas
tranquilas, culpables tan sólo de orar devotam ente entre las
cuatro paredes d e su casa del m od o q u e estim aban a d e
cu ad o . P ero , a u n q u e ya n o se e n cie n d a n h o g u e ras a d
m ajoren D ei gloriam , sigue h abien d o aún m ucha intole
rancia.
El liberalism o, sin em bargo, d eb e ser intolerante contra
toda clase de intolerancia. Si estam os con v en cid o s de que
el fin últim o del d esarrollo social es la co o p eració n pacífica
en tre todos los hom bres, n o se pu ed e admitir q u e gen te
fanática perturbe la paz. El liberalism o proclam a la toleran
cia para cu alq u ier co n fe sió n religiosa o co n ce p ció n del
m undo n o por ind iferencia hacia estas co sas «superiores»,
sin o p o rqu e está firm em en te co n v en cid o d e q u e so b re
cualquier otra co sa d eb e prim ar la seguridad de la paz so
cial. Y porqu e pide tolerancia para todas las o p in ion es y
para todas las iglesias y sectas religiosas, d e be confinarlas
dentro de sus propios lím ites cu and o los so brep asan co n
intolerancia. En un sistem a social basado e n la co op eración
pacífica n o hay esp acio para las p reten sion es de las iglesias
92
de m onopolizar la en señ an za y la ed u cació n de la juven
tud. Se pu ed e y se d e be co n ce d e r a las iglesias que reten
gan tod os los e fectos d onad os esp on tán eam en te p or los
fieles, p ero n o se les pu ed e perm itir nada resp ecto a perso
nas q u e nada quieren ten er q u e ver co n ellas.
Es difícil com prender cóm o estos principios pueden pro
curar al liberalism o en em igos entre los fieles. Si tales prin
cipios im piden a la Iglesia h acer prosélitos co n la co acció n
— propia o del aparato estatal puesto a su disposición— ,
por otra parte la p ro teg en d e una an á lo g a prop agan d a
coactiva de otras iglesias o sectas. Así pues, lo que el lib e
ralism o quita a la Iglesia co n una m ano se lo devuelve co n
la otra. Inclu so el crey en te m ás fanático d eb e adm itir que
el liberalism o n o quita nada a la fe de cu an to p erten ece a
su esfera.
Las propias iglesias y sectas, q u e dond e m antienen el
predom inio n o renuncian a perseguir a los disidentes, piden
tolerancia por lo m enos d on d e se en cu entran en minoría.
Pero esta dem anda d e tolerancia n o tien e nada e n com ú n
co n el postulado liberal de la tolerancia. El liberalism o pide
tolerancia por razones de principio y n o de oportunidad.
Pide tolerancia incluso para doctrinas m anifiestam ente a b
surdas, para disparatadas herejías y pueriles supersticiones;
pide tolerancia para doctrinas y op in io n es que considera
nocivas y funestas para la sociedad, para corrientes de p en
sam iento contra las q u e n o se cansa de com batir. Y lo qu e
im pele al liberalism o a pedir y a garantizar tolerancia, no es
la consideración del con ten id o de las doctrinas que hay que
tolerar, sino el con o cim ien to de que só lo la tolerancia pu e
de crear y m antener la paz social, sin la cual la hum anidad
recaería en la barbarie y en la penuria de siglos pasados.
La lucha contra la estupidez, la irracionalidad, la false
dad y el mal la libra el liberalism o co n las arm as del espíri
tu, n o co n la fuerza bruta y la represión.
93
13. E l Es t a d o y l o s c o m po r t a m ie n t o s a n t is o c ia l e s
94
el hom bre inflige al hom bre. El fin — la con servación de la
sociedad— justifica la a cción de los órganos estatales; p ero
esto n o quita que el m al causado lo p ercib a quien lo sufre
precisam ente co m o un mal.
El mal que el hom bre inflige a su sem ejan te perjudica a
am bos, no só lo a qu ien lo pad ece sino tam bién a quien lo
causa. Nada corrom p e m ás a un ho m b re q u e ser brazo de
la ley y h a ce r sufrir a los dem ás. Al sú bdito le to can los
miedos, servilismos, adulaciones humillantes: pero tam poco
los so beran os, co n su arrogancia, p resun ción y soberbia,
están mejor.
El liberalism o trata de suavizar la relación entre buró
crata y ciudadano. Pero, naturalm ente, sin seguir a aq u e
llos rom ánticos que están siem pre dispuestos a d efen d er el
com portam iento antisocial de quien quebranta la ley y acu
sar no sólo a los ju eces y a los policías, sino tam bién a tod o
el ord en social e n cu an to tal. El Estado co m o aparato co er
citivo y el sistem a penal son instituciones de las que la so
ciedad nu nca podrá prescindir en cu alquier circunstancia:
esto el liberalism o n o pretend e ni pu ed e negarlo. Sin em
bargo, para el liberalism o el fin de la p en a d eb e ser ex clu
sivam ente eliminar lo más posible los com portam ientos que
p o n en en peligro a la sociedad. El castigo n o d e be ser ni
venganza ni represalia. El cu lpable d eb e ser entregado a la
ley, n o al od io y al sadism o de los ju eces, de los policías y
de la m asa, siem pre dispuesta al lincham iento.
P ero hay un asp ecto a by ecto en el pod er coercitivo qu e
para justificarse apela al «Estado». Com o, e n definitiva, se
basa n ecesariam en te e n la acep tación de la mayoría, dirige
sus ataqu es contra lo n u ev o q u e surge. Es cierto q u e la
sociedad hum ana n o pued e prescindir de la organización
social; p ero tam bién lo es que la hum anidad, para progre
sar, ha tenid o que p o n erse siem pre contra el Estado y su
poder coercitivo. No hay que sorprenderse si todos aquellos
95
que tuvieron algo n u evo q u e dar a la hum anidad nu nca ha
b laron bien del Estado y de sus leyes. Esto podrá herir la
susceptibilidad de los incurables m ísticos y adoradores del
Estado; pero lo entend erán muy b ien los liberales, aunque
n o pued an contar co n su aprobación. Sin em bargo, tod o
liberal d eberá o p o n erse tam bién a quienes, partiendo de
esta com p ren sib le aversión a cu alquier sistem a p olicíaco,
a cab a en la arrogante p roclam ación del d erech o de re b e
lión del individuo contra el Estado. La resistencia violenta
contra la violencia del Estado es el últim o m edio al que la
minoría d eb e recurrir para quebrar la op resión de la m ayo
ría. La m inoría q u e quiere h acer triunfar sus ideas d e b e
intentar convertirse e n m ayoría co n la fuerza de los m edios
intelectuales. El Estado d eb e permitir que el individuo pueda
m overse librem ente e n su territorio y e n los esp acio s per
m itidos p or la ley. El ciudadano n o pu ed e ser coartad o en
sus m ovim ientos hasta el punto de obligarle, si piensa de
m anera distinta de qu ien es están e n el poder, a elegir entre
su destru cción y la destru cción del aparato del Estado.
96
Ca pít u l o II
1. L a o r g a n iz a c ió n d e l a e c o n o m ía
97
argum ento es dem asiado evidente para q ue tengam os que
ocu p arn os de él. El h e ch o de que en la rem ota antigüedad
existiera co o p eración social incluso sin propiedad privada
plena n o dem uestra e n absolu to que tam bién en niveles
superiores de la civilización se pueda prescindir de la pro
piedad privada. Si la historia pu ed e dem ostrar algo sobre
esta cuestión, podría tratarse tan só lo de la dem ostración
de que nunca y en ningún lugar existieron p u eb los que sin
propiedad privada superaran el nivel de la m ás agobiante
penuria y del estado salvaje apenas distinguible de la exis
tencia anim al.
Los primitivos o positores al sistem a de propiedad pri
vada de los m edios de prod u cción n o com batieron la pro
piedad privada en cuanto tal, sin o sim plem ente su desigual
distribución. Para elim inar la desigualdad de las co n d icio
nes de renta y de riqueza, sugerían en to n ces el sistem a de
redistribución periódica de la totalidad de bien es, o al m e
nos del m edio de p rod u cción que en aquella ép o ca era casi
el ú n ico q u e se considerara tal: la tierra. Este ideal del re
parto de la propiedad en partes iguales pervive aún en los
países tecn ológicam en te atrasados, en los que predom ina
la agricultura primitiva, y suele llam arse socialism o agra
rio, co n una exp resió n a d ecir verdad no del tod o apropia
da, ya que nada tien e q u e ver co n el socialism o. La revolu
ció n rusa llevada a ca b o p or el bolchevism o, que se inició
co m o revolución socialista, e n agricultura realizó no el so
cia lism o — o sea, la propiedad colectiv a de la tierra— , sino
el socialism o agrario. En am plias zonas del resto de la Eu
ropa oriental la división de la gran propiedad territorial entre
p equ eñ o s cam p esin os representa el ideal de partidos polí
ticos muy influyentes, y se llama reform a agraria.
No es el caso de que aquí nos o cu p em os co n detalle de
este sistema. Es difícil n o admitir que su ú nico resultado sería
reducir la productividad del trab ajo hum ano e n térm inos
98
de renta. Se podría co n ce d e r que n o habría dism inución de
productividad só lo e n los casos en que todavía se practica
ra una form a de agricultura primitiva. P ero nadie pued e
n egar q u e la frag m en tación de una e x p lo ta ció n agraria
dotada de estructuras m odernas sería una locura. En cu an
to a trasladar este m ism o principio a la industria y el co m er
cio, n o es ni siquiera im aginable. Un ferrocarril, un tren de
lam inación, una fábrica m oderna n o p u ed en ser fragm en
tados. A la redistribución periódica de la propiedad só lo se
podría llegar si se proced iera ante tod o a disgregar de nu e
vo toda la estructura e co n ó m ica basada e n la división del
trabajo y e n la propiedad privada p len a e ilimitada, y se
regresara a una econ om ía sin cam bio, basada en la yuxta
posición de fincas rurales autosuficientes.
La idea del sindicalism o representa el intento de adap
tar el ideal de la distribución igualitaria de la propiedad a
las co n d icion es d e la gran em presa m oderna. El sindicalis
m o n o quiere transferir la propiedad d e los m edios de pro
d u cción ni a los individuos ni a la socied ad , sino a los tra
bajad ores em plead os en la m ism a em presa o en el m ism o
sector productivo.1
Puesto q u e la p rop orción en q u e los factores m ateriales
y person ales d e p rod u cción están com bin ad os es diferente
en los distintos secto res de producción, la igualdad e n la
distribución de la propiedad tam poco podría alcanzarse por
esta vía. En efecto, en algunos sectores productivos el tra
99
bajador recibiría una cuota de propiedad m ayor que en otros
sectores. Im aginem os só lo p or un m om ento las dificulta
des q u e surgirían de la continua n ecesid ad de trasladar el
capital y el trab ajo en tre los distintos sectores productivos.
¿Sería p osible tom ar capital d e un secto r para aum entar la
d otación de capital de otro sector? ¿Cómo quitar trabajado
res a un secto r para trasladarlos a otro en el q u e la cu ota de
capital por trabajador es menor? La im posibilidad de pro
ced er a estos con tin u os ajustes nos dem uestra el co lm o de
irracionalidad social q u e alcanza el sindicalism o al pro p o
ner su absurdo m od elo de colectivism o. Pero supongam os
que por encim a de los distintos grupos existe un pod er ce n
tral autorizado a p ro ced er a estos continu os reajustes; en
tal caso, no se trataría ya de sindicalism o sino de socialism o.
En realidad, el sindicalism o co m o ideal social es un absurdo
tal q u e só lo algunos visionarios, que no han reflexion ad o
lo suficiente sobre estos problem as, han osado defen der sus
principios.
Socialism o y com unism o son aquel tipo de organización
d e la socied ad e n el que la propiedad — o sea, el pod er de
d isponer de todos los m edios de producción— se transfiere
a la sociedad, es decir, al Estado co m o aparato social co er
citivo. Para juzgar si una socied ad es socialista es indiferen
te la form a en q u e se realiza la distribución de los dividen
dos sociales, es decir, si se h ace según criterios igualitarios
o b ien según otros criterios. Y tam p o co es decisivo sab er si
el socialism o se instaura transfiriendo form alm ente la pro
piedad de todos los m edios de prod u cción al aparato social
coercitivo, esto es, al Estado, o si, e n cam bio, la propiedad
se d eja nom inalm ente a los propietarios, y la socialización
consiste e n autorizar a los «propietarios» m ism os la dispo
sición de los m edios de p rod u cción dejados e n sus m anos
sólo según las directrices im partidas por el Estado. Si es el
g o b iern o qu ien d ecid e qué y có m o hay q u e producir, y a
100
quién y a q u é «p recio » hay que vender, la existencia de la
propiedad privada se convierte en un h e ch o puram ente
nom inal; e n realidad, toda la propiedad está ya socializada,
puesto q u e el incentivo a la acción econ óm ica no es ya la
búsqueda del b e n e ficio p or parte de los em presarios y ca
pitalistas, sino la n ecesid ad de cum plir un d eb er im puesto
y de o b e d ece r órd en es recibidas.
Más adelante hablarem os del intervencionism o. Según
una op in ión muy extendida, entre capitalism o y socialis
mo existiría una tercera vía de organización social: el siste
ma de propiedad privada regulada, controlada y dirigida a
través d e órd en es (in terv en cion es) del gob iern o.
No hablarem os, en cam bio, del sistem a de redistribución
periódica d e la propiedad y del sistem a de sindicalism o,
pues se trata de dos sistem as que ninguna person a seria
propone. Nos ocu p arem os, pues, solam ente del socialis
mo, del intervencionism o y del capitalism o.
2. La p r o p i e d a d pr i v a d a y s u s c r í t i c o s
101
El m étod o q u e su ele adoptar el crítico es im aginar lo
h erm oso q u e sería to d o si se com portara co m o él quiere.
Borra con cep tu alm en te cu alquier voluntad ajena q ue p u e
da entrar e n con flicto co n su propia voluntad, y se p o n e
co m o so b eran o absolu to a sí m ism o o a un su jeto que qu ie
re exactam en te lo que él quiere. Q u ien proclam a el d ere
ch o del más fuerte se consid era a sí m ism o el más fuerte;
quien defiende la institución de la esclavitud n o piensa que
él podría ser un esclav o; q u ien pid e la co a cció n la pide
contra otros, n o contra él; quien auspicia una organización
estatal oligárquica piensa q u e form ará parte de la oligar
quía; quien se extasía ante un despotism o ilustrado o una
dictadura es su ficientem ente presun tu oso para atribuirse a
sí m ism o, e n sus su eñ o s co n los o jos abiertos, el papel del
déspota o del dictador ilum inado, o por lo m enos para e s
perar convertirse en la guía despótica y dictatorial de los
propios déspotas y dictadores. C om o nadie d esea hallarse
en la con d ición del m ás débil, del oprim ido, del dom inado,
del n o privilegiado, del súbdito sin derech os, así nadie d e
sea vivir e n una so cied ad socialista si n o es e n el papel de
director general o de inspirador del director general. En la
visión d e quien sueña y d esea el socialism o n o existe segu
ram ente otra vida q u e m erezca vivirse.
Existe toda una literatura que ha sintetizado este razo
nam iento típico d e esto s soñad ores en un esqu em a rígido
que se resum e e n la co n su eta con trap osición entre rentabi
lidad y productividad. A lo q u e su ced e en el sistem a social
capitalista se con trapon e co n cep tu alm en te lo que su ced e
ría — según el d e seo del crítico del capitalism o— e n la or
ganización socialista ideal, y to d o lo que se aparta de este
m od elo ideal se califica de im productivo. D urante m ucho
tiem po la principal o b je ció n planteada contra el sistem a
capitalista fue precisam ente esta falta de coin cid en cia e n
tre la rentabilidad d e la eco n o m ía privada y la productivi
102
dad d e la econ om ía pública. Pero e n los últim os años se ha
ido im pon ien do gradualm ente la idea de q u e en la m ayor
parte d e los casos aquí m en cion ad os la com unidad so cia
lista n o podría obrar de m anera diferente a co m o se co m
porta la colectividad capitalista. Pero aun adm itiendo que
esta antítesis exista, es inadm isible su p on er que lo que su
cedería en la organización social socialista es absolutam ente
justo, m ientras que el sistem a capitalista habría q u e co n d e
narlo siem pre si se aparta de ese m odelo. El co n ce p to de
productividad es totalm ente su bjetivo y nu n ca pu ed e to
marse co m o criterio de una crítica objetiva.
No es, pues, el caso de ocu p arn os de los disparates de
nuestro aspirante a dictador y de sus escen arios im agina
rios, e n los que todos son ob ed ien tes y están dispuestos a
servirle y sus ó rd en es se ejecu tan p u n tu alm en te co n la
m áxim a precisión y celeridad. Muy distinto, en cam bio, es
preguntarse qué su ced ería e n una com unidad socialista no
m eram ente soñada sino real. Ya el su pu esto de que basta
ría una distribución igualitaria del prod u cto bruto anual de
la econ om ía capitalista entre todos los co m p o n en tes de la
socied ad para garantizar a cada uno un ten or de vida ade
cuado, es totalm ente falso, co m o lo dem ostrarían los sim
ples cálculos estadísticos. Así, una socied ad socialista difí
cilm en te lograría o b te n e r un aum ento sen sible del ten o r de
vida de las m asas. Una perspectiva de b ien estar o incluso
de riqueza para tod os só lo sería realista e n la hipótesis de
que el trabajo en la socied ad socialista sea más productivo
que el trab ajo en el sistem a capitalista, y q u e en esa so cie
dad se pueda ahorrar una cantidad en orm e de gastos su-
perfluos y por tanto im productivos.
P or lo que respecta a este segundo punto, se piensa, por
ejem plo, en la elim in ación de todos aquellos gastos origi
nados por los co stes de com ercialización d e los productos,
co m o los gastos de com p eten cia y de publicidad para atraer
103
a la clientela, etc. Es evid ente q u e tales gastos n o existen
en la socied ad socialista. Pero n o d eb e olvidarse que tam
b ién el aparato de distribución tendría sus costes co n sid e
rables, que incluso serían superiores a los q u e exig e el apa
rato distributivo de una socied ad capitalista. No es éste, sin
em bargo, el punto decisivo para valorar la in cid encia de
esto s costes. El socialista da p or d esco n tad o q u e e n una
socied ad socialista la rentabilidad del trabajo sería p or lo
m enos igual a la de la socied ad capitalista, y trata incluso
d e dem ostrar q u e sería superior. P ero el prim er supuesto
n o es en absolu to evidente, co m o los d efen sores del socia
lism o p arecen pensar. La cantidad d e lo que se prod u ce en
una socied ad capitalista n o es in d epend iente del m od o en
que se produce. En la socied ad capitalista es d ecisiv o el
h e ch o de que e n cada estadio de cualquier prod u cción el
interés privado de las personas ocupadas e n esa determ i
nada p rod u cción está estrecham ente ligado a la producti
vidad de la parte de trabajo que se está haciend o. La e c o
nom ía capitalista ha podido crear la riqueza de q u e dispone
só lo porque, por una parte, cad a trabajador ha tenid o que
em plear al m áxim o sus fuerzas, pu esto q u e su salario de
pend e del resultado de su trabajo, y por otra cad a em pre
sario ha tenid o q u e tratar de producir a co stes inferiores a
los de su com petidor, em p lean d o así una m enor cantidad
de capital y d e trabajo.
Escandalizarse por los supuestos costes del aparato ca
pitalista de distribución significa realm ente tener una visión
m iope de las cosas. Q u ien reprocha al capitalism o el de
rroche, las num erosas tiendas de corbatas y los todavía más
num erosos estan cos q u e anim an las calles de los centros
urbanos n o se percata ciertam en te de que esta organiza
ció n com ercial es só lo el últim o anillo de una cad en a pro
ductiva q u e asegura la m áxim a productividad. T od os los
progresos del aparato productivo só lo se han pod id o o b te
104
ner porque en la naturaleza m isma d e este aparato está el
tener que progresar cad a vez más. Sólo porque todos los
em presarios están som etid os a la com p eten cia recíproca y
son in exorablem en te expu lsad os del m ercad o cu and o no
consiguen producir a los m áxim os niveles d e productivi
dad, se aplican a m ejorar y p erfeccion ar continuam ente los
m étodos d e prod u cción. Si d esap areciera este incentivo no
habría ya ningún progreso e n la p rod u cción y ninguna uti
lidad eco n ó m ica en perpetuar los m étod os tradicionales.
Por e so es totalm ente erró n eo plantear la cu estión so b re
cuánto se ahorraría si se elim inaran los gastos de publici
dad. D eberíam os m ás b ien preguntar cuánto se podría pro
ducir si d esapareciera la co m p eten cia entre los producto
res. Y la respuesta a esta pregunta n o pu ed e ser dudosa.
Los hom bres só lo p u ed en consum ir si trabajan y só lo lo
que su trabajo h a producido. Ahora bien , la característica
específica de la socied ad capitalista es p recisam ente que
transmite a cada m iem bro d e la socied ad este im pulso al
trabajo, q u e obliga a cada u n o a la m áxim a prestación la
boral para o b te n e r el m áxim o resultado posible. En cam
bio, en la so cied ad socialista faltaría este n ex o directo en
tre el trabajo de cad a uno y lo que d e él obtiene. El incentivo
a trabajar provendría n o de lo que se o b tien e del propio
trabajo, sin o sobre to d o de la ord en de trabajo impartida
por la autoridad cen tral, y lu ego d el p ro p io sen tid o del
deber. La d em ostración precisa de la im posibilidad de rea
lizar sem ejan te organización del trab ajo la o frecerem os en
un próxim o capítulo.
U no d e los rep roch es q u e co n stan te m e n te se h ace n al
sistem a capitalista se refiere a la p o sició n privilegiada de
los prop ietarios d e los m ed ios de p rod u cció n , los cu ales
— se dice— pu ed en vivir sin trabajar. Si se consid era el sis
tema social d esd e un punto de vista individualista, n o se
puede m en os de ver e n este h e ch o un grave d efecto del
105
sistem a m ism o. ¿Por qué alguien tien e q ue estar m ejor que
cualquier otro? P ero si m iram os las cosas n o desde el punto
de vista de las person as individuales, sino desde el d e la
colectividad, se observa que los propietarios pu ed en co n
servar su cóm od a po sició n só lo a co n d ición de o frecer a la
socied ad un servicio indispensable. El propietario puede
conservar su p osición privilegiada tan só lo si da el m áxim o
valor social al em p leo d e sus m edios de producción. Si no
lo h ace — es decir, si invierte mal su riqueza— , trabaja co n
pérdidas, y si n o corrige su error a tiem po, será arrojado sin
pied ad d e su p o sició n privilegiada. E n to n ce s p ierd e su
co n d ición d e propietario, y otros m ás cap aces ocu p an su
puesto. En la sociedad capitalista son sólo y siem pre los más
aptos los que d isp on en de los m ed ios de p ro d u cció n , y
d e be n siem pre cuidar, quiéranlo o no, de em plearlos del
m od o que den el m áxim o rendim iento.
3. P r o p i e d a d pr i v a d a y g o b i e r n o
Todos los que tien en pod er político, tod os los g ob iern os,
todos los reyes y tod os los regím en es rep u b lican o s han
m irado siem pre co n re celo a la propiedad privada. En cual
quier pod er político se halla presen te la ten d en cia a e x c e
der sus propios lím ites y a exten d er lo m ás posible el ám bi
to de su propia influencia. Controlarlo todo, no dejar ningún
e sp acio e n q u e las co sas pued an desen volverse librem en
te sin la intervención de la autoridad: tal es el fin al q u e todo
gob ern an te secretam en te aspira. Para él, la propiedad pri
vada representa un o bstácu lo en su cam ino. La propiedad
privada crea una esfera en la q u e el individuo está libre de
la in jerencia del Estado, pon e lím ites a la actu ación de la
voluntad autoritaria y perm ite que junto y contra los p o d e
res políticos surjan otros poderes. La propiedad privada se
106
convierte así e n la b ase de toda iniciativa vital libre de la
injerencia del p o d er político, el terreno e n el que germ inan
las sem illas de la libertad y en el q u e hunden sus raíces la
autonom ía del individuo y, e n últim o análisis, tod o d esa
rrollo de la vida espiritual y m aterial. En este sentido, la
propiedad ha sido definida co m o la con dición fu n d am en
tal d el desarrollo d el individuo, fórm ula q u e hay que a ce p
tar sólo co n m ucha cautela, pues n o d eb em o s pensar, co m o
a m enudo su ced e, e n una con trap osición entre individuo y
colectividad; la contraposición entre ideas y fines individua
les e ideas y fines colectiv os, o incluso entre una cien cia
individualista y una cien cia colectivista, es un lugar com ún
carente d e contenid o.
N unca h a ex istid o un p o d e r p o lítico q u e renun ciara
voluntariam ente a obstaculizar la propied ad privada de los
m edios de p ro d u cció n , im pidiéndole desplegar librem en
te todas sus iniciativas. Los g o b ierno s só lo toleran la pro
piedad privada si so n forzados a hacerlo, p ero n o la reco
n o cen esp on tán eam en te porqu e recon ozcan su necesidad.
Con harta frecu en cia ha su ced id o q ue hom bres políticos
liberales, u na vez llegados al poder, aband on aran m ás o
m enos los principios liberales. La ten d en cia a reprimir la
propiedad privada, a abusar del pod er político y a despre
ciar todas las esferas libres de la in jeren cia estatal, está pro
fundam ente enraizada e n la m entalidad de quienes con tro
lan el aparato gub ern am en tal de com pu lsión y co erción
para q u e pued an resistirla voluntariam ente. Un g ob iern o
espon táneam ente liberal es una contradictio in adjecto. Los
g ob iern os tien en que verse obligad os a ser liberales por el
poder unánim e de la op in ió n pública. No se pu ed e contar
con su liberalism o voluntario.
En una h ip otética so cied ad form ada enteram ente por
cam pesinos m ás o m en o s igualm ente ricos, es fácil co m
prender q u é es lo q u e forzaría al g o b iern o a re co n o ce r los
107
d erech os de los propietarios. C ualquier intento de reducir
el d erech o de propiedad chocaría inm ediatam ente co n un
frente co m p acto de todos los súbditos contra el gobierno.
Pero e n una socied ad e n la que n o só lo existe la agricultura
sino tam bién la industria — y e xisten en particular grandes
industrias y grandes propied ad es industriales, m ineras y
com erciales— la situación presenta aspectos com pletam en
te distintos. En una socied ad así, quienes tien en el control
del g ob iern o p u ed en p erfectam en te intervenir contra la
propiedad privada. D e h ech o , nada da m ás ventajas a un
gob iern o q u e la lucha contra la propiedad, precisam ente
por la facilidad co n q u e pu ed e incitar a la gran m asa contra
los propietarios. Por esta razón, las m onarquías absolutas,
los d éspotas y los tiranos de toda calañ a han pensado siem
pre aliarse co n el «p u eb lo» contra las clases propietarias.
El principio del cesarism o n o fue só lo la b ase del segund o
im perio n ap o león ico . Tam bién el Estado autoritario pru
siano de los H oh enzollern hizo suya la idea que Lassalle
introdujo e n la política alem ana durante la lucha constitu
cional prusiana, es decir, la idea de conquistar las m asas
o b reras para la lu ch a con tra la burguesía m ed ian te una
política d e intervencionism o estatal. Era el principio d e la
«m onarquía social» exaltada por Sch m oller y su escuela.
Pero, a pesar de todos los ataques de q u e ha sido o b je
to, la institución de la propiedad privada ha logrado so b re
vivir. Ni la aversión de todos los gob ern an tes, la lu cha por
parte de literatos y m oralistas, iglesias y co n fesio n es reli
giosas, ni la hostilidad profundam ente arraigada en la envi
dia instintiva d e las m asas consigu ieron abolir la propiedad
privada. Cualquier intento de sustituirla por otro sistem a de
p rod u cció n y d e d istribu ción n o tardó e n d em ostrar su
inviabilidad p or absurdo. H ubo de adm itirse en to n ces que
la propiedad privada es indispensable y volver a ella gustara
o no.
108
C onviene observar, sin em bargo, q u e jam ás se quiso
admitir que la razón d e este reto m o a la institución de la
propiedad privada de los m edios d e producción fuera el
hecho de que un sistem a racional de econ om ía hum ana y
la co existen cia social es irrealizable sobre otras bases. No
se ha tenid o la valentía d e decidirse a rom per co n la ideo
logía a la q u e la gen te se había aficionad o, es decir, a la
creencia de que la propiedad privada es un mal del que por
desgracia provisionalm ente n o se pued e prescindir, porque
los hom bres n o están aún éticam en te m aduros. D e m odo
que los gob iern o s, m ientras se adaptaban a tolerar la pro
piedad — naturalm ente, contra sus verdaderas inten ciones
y contra los im pulsos innatos d e toda organización de p o
der— seguían tenazm en te ligados a la ideología contraria a
la propiedad n o sólo e n sus actos extern os, sino e n su mis
ma m entalidad, y p ensand o que, si por el m om ento se apar
taban de la justa aversión de principio a la propiedad priva
da, lo hacían p or pura debilidad o por consid eración a los
intereses d e fuertes grupos de poder.
4. La in v ia b il id a d d e l s o c ia l is m o
109
cada individuo tiende a p en sar q u e en el fond o la respon
sabilidad de su propia prestación laboral es m enor, porque
si es cierto q u e le corresp on d e una parte del producto total
del trabajo d e todos, sin em bargo el m ontante total de este
producto n o disminuiría ap reciablem en te por la eventual
dism inución derivada d e la ind olencia d e u n a sola perso
na. Y si esta co n v icción , co m o e s d e tem er, se generaliza,
la productividad del trabajo de la com unidad socialista dis
m inuye co nsid erablem ente.
Esta o b je ció n contra el socialism p es sin duda perfecta
m ente válida, p ero n o llega a la raíz de la cuestión. Si en la
socied ad socialista fuera p osible averiguar el producto del
trab ajo de cada u n o co n la m ism a p recisión co n q u e en la
socied ad capitalista se realiza a través del cálcu lo e co n ó
m ico, la viabilidad del socialism o n o d epend ería d e la bu e
na voluntad de cad a u n o de los individuos que integran la
sociedad; ésta estaría e n co n d icion es de precisar, dentro de
ciertos lím ites, el grado de participación de cada u n o en el
producto de la actividad eco n ó m ica total e n razón del gra
do en q u e ha contribuido a producirlo. P ero el h e ch o de
que en la socied ad socialista sea im posible el /
c á c m /o e co
n óm ico h ace im posible cualquier socialism o.
En el sistem a capitalista el cálcu lo de rentabilidad o fre
ce un criterio de m edida que revela a cada uno, en prim er
lugar, si la em p resa q u e ha pu esto en m archa pu ed e ser
gestionada en las co n d icion es objetivas en que tiene que
m overse, y en segu nd o lugar si es gestionada co n criterios
de m axim ización de los objetivos em presariales, es decir,
co n el m ínim o co ste de los factores de producción. Si una
em p resa n o es re n tab le, q u ie re d ecir q u e e x isten otras
e m p resas q u e d estin an las m aterias prim as, lo s b ie n e s
sem ielaborad os y el trabajo que han invertido a un fin más
urgente y m ás im portante desde el punto de vista del co n
sumidor, o bien que los destinan a un fin idéntico pero lo
110
hacen de m anera m ás e co n ó m ica (o sea, co n m enor inver
sión de capital y de trabajo). Si, p or ejem plo, resulta qu e la
tejeduría artesana n o e s ya rentable, esto quiere decir que
en la industria textil m ecanizada la inversión de capital y
de tra b a jo da m a y o res resu ltad o s, y p o r tan to e s an ti
econ óm ico em p eñ arse e n seguir co n un tipo de produc
ción en el que una idéntica inversión de capital y de trabajo
da m en ores ben eficio s.
C uando se p lan ea una nueva em presa, se pued e calcu
lar co n anticipación si es posible, y en qué m odo, hacer que
sea rentable. Si, por ejem p lo, se tien e inten ción de co n s
truir un ferrocarril, se pu ed e ca lcu la r— estim ando el volu
men del tráfico y de su capacidad de cubrir los costes del
transporte a través de las tarifas— si co n v ien e invertir cap i
tal y trab ajo en esa em presa. Si resulta que la construcción
del ferrocarril n o prom ete ser rentable, esto significa en otros
términos que existe la posibilidad de un em pleo más urgente
del capital y del trab ajo q ue habría costad o el ferrocarril, y
que n o se tien en los m ed ios su ficien tes para p o d érselo
permitir. P ero el cálcu lo del valor y de la rentabilidad nos
da la posibilidad n o só lo de dar una respuesta precisa a la
cuestión gen eral de la co n v en ien cia o no d e poner en mar
cha una em presa, sino tam bién de controlar todos los pasos
del em presario.
El cálcu lo e co n ó m ico capitalista, el ú n ico que nos h ace
p osible u n a p rod u cció n racio n al, se b asa e n el cá lcu lo
m onetario. Sólo porqu e en el m ercad o existen precios e x
presados en m oned a para todas las m ercancías y todos los
servicios, pu ed en ser som etidas a un cálculo h o m o g én eo
las distintas e sp ecies de b ien es y de prestaciones labora
les. En una socied ad socialista, e n la q ue todos los m edios
de p rod u cción so n de propiedad de la colectividad, y en la
que, por tanto, n o existe un m ercado y un intercam bio de
bienes y servicios productivos, tam poco pued e existir un
111
precio m onetario de los b ien es de orden superior y d e las
prestaciones laborales. Así pues, e n la socied ad socialista
faltaría inevitablem ente el instrum ento principal de la g e s
tión racional de una em presa: el cálcu lo eco n ó m ico . No
pu ed e h ab er cálcu lo e co n ó m ico si falta un d enom inad or
com ún al q u e pued an referirse las distintas clases de b ie
nes y servicios.
Im aginem os un caso muy sen cillo . Para construir un
ferrocarril d e A a B se pu ed en co n ce b ir m uchos trazados.
Supongam os q ue entre los puntos A y B hay una m ontaña.
Se pu ed e h acer q u e el ferrocarril p ase por la m ontaña, o
bien rod ean d o la m ontaña, o b ien tam bién perforar un tú
nel e n la m ontaña. En un sistem a social capitalista es sen ci
llo calcular el trazado m ás eco n ó m ico . Se verifican los co s
tes d e co n stru cció n y los distintos co ste s de gestió n del
tráfico de cada una de las tres líneas, y sobre la base de estas
m agnitudes pu ed e e stab lece rse cuál será el trazado m ás
e con óm ico . En u n sistem a social socialista estos cálculos
n o serían posibles, porqu e n o tendría ninguna posibilidad
de reducir a una m edida h o m o g én ea las distintas cualida
des y cantidades d e b ien es y trabajo que entran e n co n si
deración en este caso. Frente a los problem as norm ales que
la gestión día a día de la eco n o m ía presenta, la socied ad
socialista n o sabría qué hacer, porqu e n o tendría ninguna
posibilidad de calcular los gastos.
El m od o de p rod u cción capitalista tal co m o lo co n o ce
m os, co n sus com p lejas vías indirectas d e p rod u cción que
perm iten to d o e se b ien e star gracias al cu al vive h o y en
nuestro planeta m ucha m ás gen te de la que viviera e n la
era precapitalista, precisa del cálcu lo e co n ó m ico , e se cál
cu lo que en el socialism o es im posible. Inútilm ente los teó
ricos socialistas han tratado d e indicar de qué m odo se pu e
de prescindir del cálcu lo m onetario y de los precios. Todos
sus intentos en tal sentid o han fracasado.
112
Los dirigentes de una socied ad socialista tendrían qu e
afrontar una tarea q u e para ellos resultaría irresoluble. No
estarían en co nd icio n es de decidir cuál en tre los innum era
bles proced im ientos sería el m ás racional. D e m od o que la
econ om ía socialista se convertiría e n u n cao s e n el q ue rá
pida e in exo rab lem en te se instauraría una m iseria gen era
lizada y una recaída en las co nd icio n es primitivas de nu es
tros an tepasados.
El ideal socialista, llevado hasta su con clu sió n lógica,
sería un sistem a social e n el q u e tod os los m edios de pro
ducción serían propied ad de la colectividad e n su co n ju n
to. En u n sistem a así la p rod u cción está enteram ente en
m anos del g o b iern o , del pod er social central, el ú nico que
fija q u é hay q u e producir, có m o producirlo y co n qué crite
rios distribuir el prod u cto listo para el consum o. P oco im
porta si d eb em o s representarnos este futuro Estado so cia
lista co m o una estructura dem ocrática o b ien de otro tipo.
Tam bién un Estado socialista q u e tuviera ordenam ientos
dem ocráticos debería contem plar un organism o burocráti
co rígidam ente organizado, en el que cad a uno, a e x ce p
ción del vértice suprem o, es al m ism o tiem po funcionario
y súbdito, aun cu an d o por otro lado contribuye co m o e le c
tor a la form ación de la voluntad central.
Un Estado socialista n o d e be confundirse co n las gigan
tescas em presas estatales que surgieron e n los últim os de
cenios. Todas estas em presas públicas coexisten co n la pro
piedad privada de los m edios de produ cción, m antienen
relaciones de intercam bio co n las em presas privadas ges
tionadas p or los capitalistas, de las que reciben múltiples
estím ulos q u e les ayudan a m an tener viva la gestión. Los
ferrocarriles del Estado, p or ejem plo, para todas sus insta
laciones, se dirigen a p roveed ores, a las fábricas de lo co
motoras, d e v agones, de instrum entos de señalización, ya
experim entados e n em presas ferroviarias gestionadas por
U3
capitalistas privados, de las q u e tam bién recib en estím ulos
a introducir inn ov aciones para adaptarse al progreso técn i
co y e co n óm ico q u e observan se prod u ce e n torn o a ellos.
Es sabido que las em presas estatales y m unicipales sue
len quebrar porqu e operan co n co stes e xcesiv os y co n una
gestión irracional, y por tanto se ven continu am ente en la
n ecesid ad de recurrir a la su b v en ción para pod er seguir
adelante. Es cierto que cu an d o una em presa pública tiene
una posición de m o n o p o lio — com o su ced e la m ayoría de
las veces, p or ejem p lo , co n las em presas urbanas de trans
portes y de electricid ad— n o siem pre los pésim os resulta
dos em presariales se traducen e n u na quiebra financiera
explícita. En efecto, según las circunstancias, esto últim o
pu ed e ocultarse exp lo tan d o la posibilidad de aum entar los
precios de los productos y de los servicios que estas em
presas o frecen , hasta el punto de resultar rentables a pesar
de su gestión an tiecon óm ica. P ero ésta n o es más q u e una
versión distinta de la baja rentabilidad del m odo de produc
ción socialista, aunque n o siem pre es fácil recon ocerla co m o
e n los caso s norm ales. Pero, e n esen cia , el p roblem a es
idéntico.
T od os estos intentos de gestión socialista d e las em p re
sas n o representan, e n to d o caso, una b ase realista para
com p ren d er el significado efectivo de una realización co m
pleta del ideal socialista de la so cialización d e todos lo s
m edios de produ cción. En el Estado socialista futuro, e n el
cual existiría sólo socialism o sin libre iniciativa de propie
tarios privados, los dirigentes de la econ om ía socialista ca
recerían de e se parám etro q u e para toda eco n o m ía repre
sentan el m ercad o y los precios de m ercado. En el sistem a
social basad o en la propiedad privada, la posibilid ad de
averiguar en el m ercad o — es decir, allí donde confluyen
todos los b ien es y servicios para ser intercam biados— las
relacion es de intercam bio d e cad a u n o de los b ien es y su
114
exp resió n m onetaria o frece autom áticam ente tam bién la
posibilidad de controlar a través del cálcu lo el resultado de
cualquier iniciativa econ óm ica. Es p osible verificar la ren
tabilidad social de toda actividad e co n ó m ica a través de la
contabilidad y el cálcu lo de rentabilidad. Verem os có m o la
mayoría de las em presas públicas n o pu ed e h acer del cál
culo m onetario el m ism o uso que h ace la em presa privada.
Sin em bargo, el cálcu lo m onetario ofrece tam bién a la em
presa estatal y m unicipal al m enos cierta referencia orien-
tativa so b re el resultado positivo o negativo de su gestión.
En cam bio, e n un sistem a e co n ó m ico íntegram ente so cia
lista, tam bién esta últim a posibilid ad vien e a faltar e n el
m om ento m ism o en qu e, al n o pod er existir la propiedad
privada de los m edios de producción, n o existe tam p oco
un intercam bio de los m ism os en el m ercado, y por co n si
guiente n o pu ed e h ab er ni precios m onetarios ni cálculo
m onetario. La dirección general de una sociedad puram ente
socialista n o dispondría por tanto de ningún instrum ento
para recon d u cir a un denom inad or co m ú n los em p leos a
los q u e destina cad a p ro d u cció n . Y n o se diga q u e este
o bjetiv o pu ed e alcanzarse com paran do las distintas e sp e
cies de gastos y de ahorros naturales. Si n o existe la p osibi
lidad de recon d u cir a una exp resió n com ú n las horas de
trabajo efectuadas p or trabajadores de distinta cualificación,
hierro, carbón, materiales de construcción, máquinas y todo
lo dem ás que las instalaciones y la gestión de una em presa
exigen, no existe tam poco una m anera de calcular. El cálculo
sólo es p osible si se pu ed en reducir a m oneda todos los
bien es e n cuestión. Sin duda, el cálculo m onetario tiene sus
im perfecciones y sus graves defectos, pero n o tenem os nada
m ejor co n que sustituirlo; y para los fines prácticos de la
vida diaria el cálcu lo m onetario de un sistem a m onetario
sano es suficiente. Si renunciam os a él, es im posible cual
quier cálcu lo e co n ó m ico .
115
Tal es la o b je ció n decisiva que el econ om ista plantea
con tra la posibilid ad d e un o rd en socialista; es decir, el
h e ch o de q u e este sistem a d e b e renunciar a aquella divi
sión m ental del trabajo que está presen te e n la contribu
ció n que tod os los em presarios, los capitalistas, los propie
tarios de tierras y los obreros aportan, en cuanto productores
y consum idores, a la form ación de los precios de m ercado.
Pero sin ella es im pen sable cu alq u ier racionalidad e n el
sentido de posibilidad d e cálculo eco n ó m ico .
5. E l in te rv e n c io n is m o
116
dad. Y en to n ces p ro p o n en una tercera vía, una con d ición
social que d ebería representar un térm ino m edio entre la
propiedad privada y la propiedad social d e los m edios de
producción. Q uieren, por una parte, m antener la propie
dad privada de tales m edios, p ero por otra quieren regular,
controlar y guiar co n p rohibicion es y m andatos autoritarios
la actividad de sus propietarios, o sea, las decisiones de los
em presarios, de los capitalistas y de los terratenientes. Se
viene a crear así un m od elo ideal de sistem a eco n ó m ico
regulado, un m o d elo d e capitalism o lim itado por norm as
autoritarias, y de propiedad privada despojada, gracias a
intervenciones d esd e arriba, d e sus supuestos fen óm en os
concom itantes negativos.
Para com p ren d er el significado y la esen cia del sistem a
propuesto, n o hay m od o m ejor que referirse a algunos ejem
plos que aclaran los efectos inevitables del intervencionism o
estatal. Las interv en cion es decisivas se prop on en fijar, para
los b ien e s y los servicios, p recios distintos de los que se
form arían esp on tán eam en te en un m ercad o libre.
So b re la b ase de los p recio s q u e se form an o que se
form arían esp on tán eam en te en un m ercad o libre no em bri
dado por las interferencias de la autoridad gubernam ental,
los co stes d e p rod u cción estarían cu biertos p or los ingre
sos. Si el g o b iern o im pon e un p recio m ás bajo, los ingresos
quedan por d eb ajo de los costes. Los com erciantes y los
p roductores, a no ser que se trate de m ercancías p e reced e
ras q u e se devalúan rápidam ente, se abstendrán en to n ces
de v en d er las m ercan cías en cu estión a la espera de tiem
pos m ejores, cuando, se espera, serán derogadas las dispo
siciones gubernam entales. Si el g o b iern o n o quiere que sus
propias d isp osicion es p rovoqu en que determ inadas mer
cancías desaparezcan d e la circu lación, n o pu ed e lim itarse
a fijar el p recio; d e be tam bién ordenar al m ism o tiem po que
todas las reservas existen tes se vendan al p recio prescrito.
117
P ero tam p oco esto basta. Al p recio de m ercad o ideal,
habría habido equ ilibrio entre dem anda y oferta. Ahora, en
cam b io , q u e las d isp o sicio n e s d el g o b ie rn o h an fijad o
autoritariam ente un p recio más b ajo , la dem anda ha subi
do mientras q u e la oferta sigue igual. En tonces las reservas
n o bastan para satisfacer com pletam ente a todos cuantos
están dispuestos a pagar el p recio im puesto. Una parte de
la dem anda quedará, pues, insatisfecha. El m ecanism o del
m ercado, q u e e n co n d icion es norm ales lleva al equilibrio
entre dem anda y oferta a través de la m odificación del nivel
de precios, ya n o funciona. A este punto las person as que
estarían dispuestas a aplicar el p recio im puesto por el g o
b iern o tien en q u e aban d on ar el m ercad o co n las m anos
vacías. Q u ien es tienen una p osición estratégica e n el mer
cad o y sab en exp lo tar sus relacio n es p erson ales co n los
vend ed ores acaparan todas las reservas, m ientras tod os los
dem ás se quedan a verlas venir. Para evitar estas co n secu en
cias n o d esead as d e su intervención, el g o b iern o d e be aña
dir al p recio im puesto tam bién el racionam iento. Una nue
va d isposición del g o b iern o estab lecerá en to n ces tam bién
la cantidad d e m ercancía que pu ed e ced erse, al p recio im
puesto, a qu ien lo solicite.
Si en el m om en to e n q u e el g o b iern o interviene las pro
visiones existentes ya se han agotado, el p roblem a se agra
va ulteriorm ente. En efecto, co m o a e se p recio de venta
im puesto p or la autoridad la p rod u cción n o es ya rentable,
ésta se limita o incluso se suspende. Si e n cam b io la autori
dad quiere q u e la p rod u cción siga, d eb e obligar a los em
presarios a producir, y en to n ces d e be fijar no só lo los pre
cios de las m aterias primas y de los sem ielaborad os, sino
tam bién los salarios. Y, por otra parte, estas disposicion es
n o pu ed en lim itarse a uno o a p o co s sectores de produc
ció n que se d e see regular porqu e se piensa que sus pro
ductos son particularm ente im portantes. D eb e n extend er
es
se a todos los secto res productivos, es decir, d eben regular
los precios de todos los bien es y todos los tipos de salarios,
y. en una palabra, los com portam ientos de todos — em pre
sarios, capitalistas, terraten ien tes y trab ajad ores— . Si se
exceptu aran algunos secto res productivos, el capital y el
trabajo afluirían a ellos inm ediatam ente, de m odo que se
frustraría el o bjetiv o que el g o b iern o se proponía co n su
primera intervención. El g o b iern o quiere, en cam bio, que
la m ayor inversión de capital y trabajo se dirija precisam ente
al secto r d e p rod u cció n q u e ha p en sad o regular, p or la
particular im portancia q u e atribuye a sus productos. Q ue
haya desertado p recisam en te e se sector, y que se deba al
efecto de su intervención, es contra todas sus intenciones.
Ahora vem os claram ente qué ha sucedido: la intervención
autoritaria en el m ecanism o del sistema econ óm ico basado
en la propiedad privada de los m edios de producción ha fa
llado el objetivo que el gobierno pretendía alcanzar co n ese
medio. Esa intervención no só lo no ha conseguido el fin de
quien la había prom ovido, sino q u e ha resultado incluso
contraproducente respecto a ese fin, porque el «mal» que por
su m edio se quería com batir no se ha eliminado, sino que
más bien se ha agravado ulteriorm ente. Antes de que el pre
cio se im pusiera p or decreto, la m ercancía — en opinión de
la autoridad— era dem asiado cara; ahora incluso ha desapa
recido del m ercado. Pero este resultado no estaba en las in
tenciones d e la autoridad, que más bien quería hacerla más
accesible al consum idor reconduciendo su precio. Su inten
ción era opuesta: desde su punto de vista, el mal m ayor era
sin duda la penuria de esa m ercancía, la imposibilidad de
obtenerla. En este sentido puede decirse que la intervención
del g ob iern o ha sido ilógica y contraria al fin que se propo
nía y, más en general, que cualquier programa de política
econ óm ica que pretenda operar co n tales intervenciones es
irrealizable e im pensable, contrario a la lógica económ ica.
119
Si el g o b iern o n o tien e inten ción de enderezar las cosas
ab sten ién d ose d e intervenir y revocan d o el p recio im pues
to, en to n ces no le queda más rem ed io que h acer seguir al
prim er paso tod os los dem ás. Al d ecreto que p rohíbe apli
car precios superiores a los prescritos d eb e seguir n o sólo
un d ecreto que obligue a p o n er a la venta todas las existen
cias, y luego otro sobre el racionam iento, sino tam bién un
d ecreto más q u e fije los p recio s d e los b ie n e s de orden
superior y los salarios, y, para com pletar la obra, el d ecreto
sobre la oblig ació n de trabajar de em presarios y obreros.
Y, repito, estas p rescripcion es n o pu ed en lim itarse a uno o
a u n os p o co s secto res de producción, sino que d e be n e x
tend erse a todos. No hay otra elecció n : o renunciar a inter
venir en el libre ju eg o del m ercado, o b ien transferir toda la
d irección de la prod u cción y la distribución a la autoridad
del g ob iern o. O capitalism o o socialism o. No existe una
tercera vía. El m ecanism o q u e regula el p ro ce so que aca
bam os de describir n o es d esco n o cid o para aquellos que
han vivido en su propia piel, durante la guerra y lu ego en
el period o d e inflación, los intentos de los g ob iern os de fi
jar autoritariam ente los precios. H oy todos sabem os q u e el
ú n ico resultado de esa im posición autoritaria de los pre
cio s sig n ificó la d esap arició n del m e rcad o de tod as las
m ercancías afectadas. Siem pre que se p ro ced e a im poner
los precios, el resultado es el m ism o. Si, por ejem p lo, el
gob iern o im pon e un lím ite a los alquileres, se produce in
m ediatam ente una falta d e pisos. En Austria el partido so
cialdem ócrata ha abo lid o prácticam ente los alquileres. La
co n secu en cia ha sido q u e en la ciudad de Viena, por ejem
plo, a pesar d e la n otab le dism inución de la p o b lació n des
de el com ien zo de la guerra, y a pesar de la construcción
de m illares de nuevos pisos por parte del m unicipio e n la
posguerra, m illares de personas n o p u ed en hoy encontrar
un alojam iento.
120
T om em os otro ejem plo: el salario m ínim o fijado por ley.
Si la relación entre em presario y trab ajad or se desarro
lla al m argen de toda reglam en tación legislativa y de m edi
das coactivas de los sindicatos, el salario q u e el em presario
paga por cada tipo d e trab ajo corresp on d e exactam en te al
increm ento d e valor q u e los m ateriales m uertos reciben
gracias a e se trabajo. El salario n o pu ed e ser m ás alto, por
que de otro m od o las cu en tas n o salen y el em presario se
ve obligado a renun ciar a esa p rod u cción q u e ya no es ren
table. Pero tam p o co pu ed e ser inferior, p o rq u e en tal caso
serían los o b reros los q u e se trasladarían a otros sectores
productivos co n m ayores rem u neracion es, y el em presario
se vería igualm ente obligad o a renunciar a e sa producción
por falta de m ano d e obra.
Existe, pues, siem pre en la econ om ía un tipo salarial con
el que todos los trabajadores en cu entran e m p leo , y cual
quier em presario q u e a e se tipo salarial qu iera poner en
m archa una em presa rentable encu entra lo s trabajadores
que busca. Este tipo salarial suele llam arse, e n econ om ía
política, salario e stático o natural. A um enta cu and o, en
igualdad d e las dem ás co n d icion es, la cantid ad de capital
disponible — para la q u e se b u sca em p leo e n la produc
ción— sufre una dism inución. P ero hay q u e te n e r en cu en
ta que n o es e xa cto hablar sim plem ente d e «salarios» y de
«trabajo», ya qu e las p restacion es laborales so n cualitativa
y cuantitativam ente (calculadas por unidad d e tiem po) muy
distintas, lo m ism o q u e los salarios.
Si la eco n o m ía no abandon ara nu nca el estad o estacio
nario, e n el m ercad o del trabajo libre d e la in jerencia de los
gob iernos y de la co a cció n d e los sin d icatos n o existiría
paro. P ero una so cied ad e n estado estacio n ario es un puro
expediente con cep tu al del que se sirve la teoría económ ica,
un instrum ento n ecesario a nuestro p en sam ien to con el fin
de iluminar por contraste los pro cesos q u e se desarrollan
121
en el sistem a e co n ó m ico real en el q u e vivim os y o p era
m os. La vida — y p od em os d ecir q ue por suerte— n o está
nunca en un punto m uerto. En la eco n o m ía de un país no
existe nunca una situación estática absoluta, sino que hay
cam b io s continu os, m ovim ientos, noved ad es y p roceso s
aún inacabados o ya realizados de m anera distinta. Existen
siem pre, por tanto, secto res de prod u cción que son ab an
donados o redim ensionados, p orqu e la dem anda d e sus
productos se ha orientado a otra parte, y sectores d e pro
d u cción que son am pliados o abiertos ex novo. Si só lo p en
sam os e n las últimas décadas, pod em os enum erar toda una
serie de nuevas industrias surgidas d e la nada: la industria
autom ovilística, aeronáu tica, cinem atográfica, de la seda
artificial, de las conservas alim entarias, de las turbinas, de
la radiofonía. Estos secto res industriales ocu p an h oy a mi
llon es de hom bres que sólo en parte so n fruto del aum ento
d em ográfico; una parte proviene d e aquellos sectores que
p or e fecto de los p erfeccion am ien tos tecn o ló g ico s p u ed en
trabajar co n un núm ero m enor de obreros.
A v ece s los cam b io s q u e alteran la relació n en tre los
distintos sectores productivos son tan lentos que ningún
trabajador se ve en la necesid ad de recualificarse y de a co
m eter otra actividad. Sólo los jó ven es que acab an de entrar
e n la vida laboral se dirigen e n m edida prepond erante a los
sectores industriales nuevos o e n expan sión . Pero en g e
neral en el orden social capitalista el progreso y el aum ento
del bienestar co lectiv o so n tan rápidos que n o ahorran a
nadie la necesid ad de adaptarse. Cuando h ace más d e d os
cien tos años un m u ch ach o aprendía un oficio, podía co n
tar co n poder ejercerlo durante toda la vida tal co m o lo había
aprendido, sin tem er q u e su conservadurism o le perjudica
ría. Hoy es distinto. Tam bién el ob rero tien e que adaptarse
al continuo cam b io d e las con d icion es, adquirir nuevas o
distintas cualificacion es, aband on ar ramas laborales q ue ya
122
no necesitan el núm ero de trabajadores de otro tiem po y
dirigirse a una rama nueva o distinta o a una rama que pre
cisa de m ás trabajadores. Pero aun cu an d o p erm anezca en
la ram a antigua, tien e q u e aprender co sas nuevas si la si
tuación lo exige.
Para el trabajador to d o esto adquiere el asp ecto de las
o scilacion es salariales. Si un secto r industrial ocup a relati
vam ente dem asiados obreros, se llega a los despidos, y para
los despedidos n o es fácil en con trar un nu evo trabajo e n el
mismo sector. La presión de los parados sobre el m ercado
de trabajo deprim e el salario e n este secto r de producción.
Esto im pulsa en to n ces a los trabajadores a bu scar un traba
jo en aquellos sectores productivos en lo s que existe de
manda de nuevos obreros y que están dispuestos a pagar
salarios m ás altos.
D e tod o esto resulta co n absoluta claridad q u é es lo que
pued e satisfacer la aspiración del trabajador a o bten er un
trabajo y un salario m ás alto. En gen eral, los salarios no
pueden superar el nivel que norm alm ente alcanzarían en
un m ercad o n o em bridado por la in jeren cia del gob iern o o
de otros p od eres sociales — a n o ser que se d esen cad en en
efectos colaterales que ningún trabajador podría desear. En
un secto r productivo particular o e n un determ inado país
se pued e elevar el salario sólo si se pro h íb e la afluencia de
trabajadores de otros sectores o del exterior. Tales aum en
tos salariales se o btien en a costa de los trabajadores a los
que se les m antiene forzosam ente alejad os de e se sector,
cuyo salario e n e fe cto es inferior al que podrían o b ten er si
no se im pidiera su libre circulación. La m ejora salarial de
unos se o btien e, pues, a costa de otros. Esta política d e b lo
q u eo de la inm igración só lo pu ed e b en eficiar a los trabaja
dores en aquellos países o e n aquellos secto res d e produc
ción q u e a d o lecen de cierta caren cia relativa de m ano de
obra. Pero e n un secto r o en un país que n o se encuentra
123
e n esta situación, lo ú n ico q u e pu ed e aum entar el salario
es el aum ento generalizad o de la productividad del trabajo
o el increm ento del capital, o b ien la m ejora tecn oló g ica
del p roceso productivo.
Pero si el g o b iern o fija por ley un salario m ínim o por
encim a del nivel del salario estático o natural, en to n ces los
em presarios n o podrán m enos de tom ar nota de la im posi
bilidad de desarrollar co n éxito un cierto núm ero de activi
dades todavía rentables a un nivel salarial inferior. Por tanto,
reducirán la p rod u cción o despedirán trabajadores. La co n
secu en cia de un aum ento artificial, es decir, proced en te de
fuera del m ercado, es el aum ento del paro.
Es cierto que hoy por lo gen eral n o se fija p or ley un
salario m ínim o, al m enos a gran escala. Sin em bargo, la
po sició n de fuerza que han adquirido los sindicatos les ha
dado esta posibilidad. No es que el h ech o de q u e los traba
jad ores puedan coaligarse en un sind icato para pod er tra
tar m ejor co n los em presarios sea e n sí y por sí una circuns
tancia que pueda perturbar la m archa de los fen óm en os de
m ercado. Ni tam p oco el h e ch o de qu e los trabajadores rei
vindiquen co n éxito el d erech o d e incum plir a d iscreción
los contratos pactados y de aband on ar el trabajo tendría el
e fe cto de perturbar el m ercado de trabajo. El fen óm en o que
crea una situación nueva e n el m ercado de trab ajo es el
elem en to de co a cció n presen te en la huelga y e n la sindi
cación que hoy caracteriza a la m ayoría de los Estados in
dustriales europeos. C uando los trabajadores organizados
en sindicatos niegan a los no sindicados el d erech o a traba
jar, y en caso de huelga llegan a im pedir abiertam ente co n
la v iolencia a otros trabajadores sustituir a los huelguistas,
las reivindicaciones salariales q u e h a ce n a los em presarios
tienen el m ism o e fe cto que una ley del g o b iern o sobre sa
larios m ínim os. En efecto, el em presario, a m enos que cie
rre la tienda, se ve forzado a ced er a las dem andas de los
124
sindicatos y a pagar salarios que im plican inevitablem ente
una reducción cuantitativa de la producción, porque el pro
ducto fabricad o a co stes muy altos n o pu ed e vend erse en
la m isma m edida que el producto fabricad o a co stes más
bajos. Y así el salario m ás alto, arrancado a través del sindi
cato, se convierte e n causa de paro.
La exten sión y duración del paro d ebid o a esta causa
son muy distintas de las del paro d ebid o a los continuos
desfases en la dem anda de fuerza de trabajo. Si el paro se
debe só lo a los progresos del desarrollo industrial, n o pu e
de ser dem asiado ex ten so ni hacerse estructural. Los traba
jad ores so b ran tes e n u n secto r produ ctivo n o tardan en
encontrar trabajo e n los secto res em ergentes o e n los qu e
están en fase de am pliación. Si hay movilidad de los traba
jadores, y si el paso de un secto r a otro n o es obstaculizado
por im pedim entos gubernam en tales o de sim ilar naturale
za, la adaptación a las nuevas co n d icion es n o es dem asia
do difícil y se prod u ce co n bastante rapidez. Y si adem ás se
h ace que fu n cio n en m ejor las oficinas d e co lo ca ció n , se
pued e aportar una contribución notable a la ulterior reduc
ción del nivel d e este tipo de paro.
Por el contrario, el paro d ebid o a la intervención d e fac
tores coactivos e n el libre ju eg o del m ercad o de trabajo n o
es una fase transitoria, q u e ap arece y d esap arece continua
m ente. No se pu ed e elim inar m ientras persista la causa qu e
lo produce, es decir, m ientras la ley o el pbd er de los sindi
catos im pidan q u e el salario sea nu evam ente recon du cido,
por la presión de los parados e n b u sca d e trabajo, al nivel
que alcanzaría sin la intervención del g o b iern o y del sindi
cato, y se estabilice en aquel tipo en el q u e todos cuantos
buscan trabajo acab an encontrán dolo.
Si adem ás el g ob iern o y los sindicatos co n ce d e n a los
parados el subsidio garantizado, lo ú n ico que se consigu e
es agravar el mal. En efecto, si se trata d e paro d ebid o a los
125
cam bios dinám icos de la econ om ía nacional, el subsidio de
d esem p leo só lo pu ed e ten er el e fe cto d e aplazar perm a
nentem en te la adap tación de los trabajadores a las nuevas
con d icion es. El parado asistido n o consid era necesario tra
tar de recualificarse profesionalm ente cuando ya n o en cu en
tra trabajo en la vieja profesión; o p or lo m enos deja trans
currir más tiem po antes de decidirse a pasar a una nueva
profesión, o a cam biar de lugar de trabajo, o a redim ensionar
su d em and a salarial ad aptánd ola al nivel en q u e podría
encontrar trabajo. Mientras los b en eficios del desem pleo no
se co lo q u en a un nivel bajo, puede decirse qu e, m ientras
estén garantizados, tam bién estará garantizado el paro.
Si se trata e n cam b io de paro provocad o por el aum ento
artificial del nivel salarial d ebid o a intervenciones del go
biern o o a la p resión del aparato sindical co n la tolerancia
del g ob iern o, en to n ces el problem a cam bia, y de lo que se
trata es de saber qu ién d eb e soportar las cargas, si los em
presarios o los trabajadores. Es un h e ch o q ue el Estado, el
gob iern o y los m unicipios n o soportan nunca estas cargas,
pu es las descargan so b re el em presario, o el trabajador, o
sobre am bos a partes iguales. Si estas cargas las soportan
los trabajadores, quiere decir que a ésto s se les priva total
m ente o en parte del fruto del aum ento artificial del salario;
y pu ed e incluso su ced er que las cargas sean superiores a lo
que los propios trabajadores han ob ten id o co n ese aum en
to artificial. En cuanto al em presario, la carga del subsidio
de d esem p leo se le pu ed e adosar e n form a de im puesto
proporcional al total d e los salarios que paga. En este caso
el subsidio de d esem p leo, al provocar el aum ento d e los
co stes de la fuerza d e trabajo, tien e el m ism o e fe cto que un
n u evo aum ento del salario p o r en cim a del nivel estático; se
reduce la rentabilidad del em p leo de fuerza de trabajo, y
co n ello m ism o dism inuye el núm ero de trabajadores qu e
podrían aún ser em plead os de m anera rentable. Así pues,
126
el paro cre ce u lteriorm ente, en una espiral crecien te. P ero
a los em presarios se les pu ed e obligar a pagar la carga del
subsidio de desem p leo tam bién a través de un im puesto
sobre los b en eficio s o so b re el patrim onio, co n ind epen
d encia del núm ero de trabajadores. Tam bién e n este caso
se trata de un ulterior im pulso al aum ento del paro, ya que,
si se destruye capital o por lo m enos se frena la form ación
de n u evo capital, las co n d icion es para el em p leo de fuerza
de trabajo, ceteris paribu s, resulta m ás d esfavorable.2
Es claro que n o se pu ed e elim inar el paro acom etien d o
un program a de obras públicas de otro m od o no previstas.
En este caso los m ed ios financieros invertidos d eberían ser
hurtados, a través de im puestos o créditos, al em p leo alter
nativo qu e habrían tenido. D e este m od o se con sigu e miti
gar el paro tan só lo e n un sector, h acien d o que aum ente en
otro.
D esd e cualquier lado q ue con sid erem os el intervencio
nism o, co n d u ce siem pre a un resultado que n o está en las
inten ciones de sus autores y fautores, y q u e d esd e su pro
pio punto de vista n o pu ed e m enos de p arecer irracional y
contrario al objetivo perseguido, y p or tanto políticam ente
insensato.
2 A u n q u e al m is m o ti e m p o e n t o d o el m u n d o y e n to d o s lo s s e c t o r e s
d e p ro d u c c i ó n se a u m e n ta ra el sa la rio c o n i n te r v e n c i o n e s a rtificio sa s d el
g o b i e r n o o c o n la c o a c c i ó n d e lo s s in d ic a to s , la c o n s e c u e n c i a in m e d ia ta
sería sie m p re la d e s tr u c c ió n d e ca p ita l, y la ú ltim a, d e n u e v o , la r e d u c c ió n
d el s a la rio . H e a n a liz a d o d e ta lla d a m e n te e s te p u n to e n lo s e sc r i to s e n u m e
ra d o s e n e l Apéndice.
127
6. E l c a pit a l is m o e s e l ú n i c o s is t e m a po s i b l e
D E R ELA C IO N ES SO C IALES
128
décim a o una vigésim a parte d e su nivel actual, y luego se
im ponga a cada u n o la oblig ació n de una austeridad inim a
ginable para el hom bre m oderno. Los m ism os escritores que
invocan el retorno a la Edad M edia o, co m o ellos d icen, a
una «nueva Edad M edia» co m o ú nico m od elo ideal de so
ciedad, y que reprochan a la era capitalista so b re tod o su
m entalidad y sus prin cipios m aterialistas, están a su vez
im buidos de m entalidad materialista m u ch o m ás de lo que
creen . En e fecto, ¿qué m ayor signo del m ás craso m ateria
lism o que pensar — co m o h acen estos escritores— qu e la
sociedad, tras volver a form as de eco n o m ía y a sistem as
políticos m edievales, co n serve tod os los instrum entos téc
nicos de p rod u cción q u e el capitalism o ha cread o y co n los
q ue al m ism o tiem po h a garantizado al trabajo hum ano el
alto nivel de productividad q u e ha alcan zad o e n la é p o ca
capitalista? La productividad q u e caracteriza al m od o de
p ro d u cció n cap italista es resu ltad o p re cisa m e n te d e la
m entalid ad cap italista y de la actitu d cap italista d e lo s
individuos hacia la e con om ía, y es un resultado de la tec
nología m od ern a só lo e n la m edida e n q u e del espíritu
capitalista n o podía m enos de seguirse n ecesariam en te el
desarrollo tecn o ló g ico .
Nada hay tan absurdo co m o aquel teorem a de la co n
cep ció n m aterialista de la historia de Marx, según el cual
«el m olino m anual gen era una socied ad de señ ores feuda
les, el m olino de vapor una socied ad de capitalistas indus
triales». Para gen erar la idea del m olino d e vapor, y para
crear las prem isas de la realización de esta idea, se precisó
la socied ad capitalista. Es el capitalism o el que ha g en era
do la tecn ología y n o al revés. Pero n o m enos absurda es la
idea de pod er conservar la organización técnico-m aterial
de nuestra econ om ía si se elim inan sus b ases espirituales.
Sería im posible seguir gestionand o racionalm ente la e co
nom ía si to d o el universo m ental se reconvirtiera al tradi
129
cionalism o y al autoritarism o. El em presario, e lem en to di
nám ico de la so cied ad capitalista y por tanto de la te cn o lo
gía m oderna, es inim aginable en un am biente de hom bres
consagrados a la vida contem plativa.
P ero decir q u e cualquier form a social distinta de la que
se basa e n la propiedad privada d e los m edios d e produc
ció n es im posible significa decir exactam en te que la pro
piedad co m o b ase de la aso ciació n y la co o p era ció n hum a
na d e be m antenerse, y q ue d eb e com batirse enérgicam ente
cualquier intento de aboliría. Calificar, pues, de apologistas
de la propiedad privada a los liberales es perfectam en te
correcto, ya que la palabra d e origen griego «apologista»
significa cabalm en te «d efen sor». Sin em bargo, sería m ejor
evitar esa p alab ra d e o rig e n e xtra n jero , d ad o q u e para
m uchos los térm inos «apología» y «apologista» sugieren la
idea de q u e lo q u e se d efiend e es algo injusto.
No obstante, m ás q u e rechazar el supuesto im plícito en
el u so d e esta e xp re sió n , es im p ortan te e sta b le ce r otro
punto, es decir, que la institución de la propiedad privada
n o tiene n ecesid ad de d efen sa alguna, ni de justificación,
m otivación o exp licació n . La socied ad tien e n ecesid ad de
la propiedad privada para subsistir, y co m o los hom bres
tienen n ecesid ad de la sociedad, d e be n preservar la pro
piedad privada para n o dañar sus propios intereses, es d e
cir, los intereses d e todos. Puesto que la socied ad só lo p u e
de sostenerse so b re la base de la propiedad privada, quien
la defiende, defiende el m antenim iento del n e x o social que
liga a todos los hom bres, el m antenim iento de la cultura y
la civilización del h om bre. Se h ace apologista y d efen sor
de la sociedad, de la cultura y la civilización y, si quiere estos
fines, d eb e tam bién q u erer y defen d er el ú n ico m edio que
co n d u ce a ellos, o sea, la propiedad privada.
P ero quien defiende la propiedad privada de los m edios
de prod u cción n o p o r ello defiend e sin más que el orden
130
social capitalista que en ella se basa sea p erfecto. La per
fecció n n o es de este m undo. T am bién d el ord en social
capitalista a cada u n o de nosotros pued e n o gustar esto o
aquello, m u cho o incluso todo. P ero ése es, precisam ente,
el ú n ico o rd en so cia l p o sib le. P od em os esforzarn o s en
m odificar esta o aquella institución, a co n d ición de n o to
car la propiedad, q u e es la esen cia y la b ase del orden so
cial. P ero en co n ju n to d eb em o s contentarnos co n este or
den social porque n o pu ed e h aber otro.
Tam bién en la «naturaleza» pu ed e h aber algo que no
nos gusta. P ero n o por e llo pod em os m odificar la esen cia
de los pro cesos naturales. Si, por ejem p lo , alguien piensa
— y hay quien lo ha afirm ado— q u e el m od o e n q u e el
hom bre tom a el alim ento, lo asim ila y lo digiere, es rep e
lente, es inútil discutirlo; p ero sin duda hay que decirle que
sólo existe esa vía o la m uerte por ham bre. No hay tercera
vía. Lo m ism o ocurre co n la propiedad: au t aut. O propie
dad privada de los m edios de producción, o bien ham bre y
m iseria para todos.
El térm ino qu e suelen em plear los en em igos del libera
lism o para definir su co n cep ció n de política eco n ó m ica es
«optim ism o», entend id o co m o una acu sació n o bien co m o
una definición sarcástica de la m entalidad liberal.
Si co n esa definición de la doctrina liberal se pretende
atribuir al liberalism o la idea de que el m undo capitalista es
el m ejor de los m undos p osibles, se trata d e una pura estu
pidez. Para una ideología co m o la del liberalism o, fundada
enteram ente so b re b ases científicas, cu estion es co m o la de
la bond ad o n o del ord en social capitalista, de la posibili
dad o n o de imaginar otro m ejor, de la n ecesidad o n o de
re ch a za rlo d e sd e cu a lq u ie r p u n to d e vista filo s ó fico o
m etafísico, ni siquiera se plantean. El liberalism o se basa
en las cie n cias d e la e con om ía po lítica pura, las cu ales
dentro de su sistem a n o co n o ce n juicios de valor, n o hacen
131
afirm aciones so b re el d eb er ser, sob re lo que está b ien o
está m al, sino q u e se lim itan a tom ar nota de lo qu e es y
cóm o es. Si estas cien cias nos m uestran q u e d e todas las
form as posibles de organización social só lo una — la que
se basa en la propiedad privada de los m edios de produc
ción — es capaz de sobrevivir, porqu e todas las dem ás son
irrealizables, aquí n o hay nada que pued a autorizar la defi
n ición de optim ism o. Q ue la organización capitalista de la
socied ad sea cap az d e vivir y de funcionar, es una m era
con statación que nada tien e q u e v er co n el optim ism o.
P ero los enem igos del liberalism o n o cejan , y reafirm an
su punto de vista según el cual este orden social es m alo.
Ahora bien, puesto q u e este en u n ciad o co n tien e un juicio
de valor, n o p u ed e so m e te rse a n in gu n a d iscu sió n que
quiera ir más allá de los juicios puram ente subjetivos y por
tanto no científicos. Si e n cam bio se basa en una p ercep
ció n errónea de los p ro cesos que tien en lugar e n el orden
social capitalista, la eco n o m ía política y la socio logía pu e
d en corregirla. Y tam bién en este caso el optim ism o nada
tien e que ver. Prescind iend o co m pletam ente de toda otra
consid eración, tam p o co el descubrim iento de los posibles
d efecto s del orden social capitalista tendría significado al
gun o para los problem as p o lítico-sociales m ientras n o se
dem uestre q ue un orden social distinto sería n o digo m e
jor, sino sim plem ente capaz de funcionar, y esto n o se ha
podid o demostrar. Por el contrario, la cien cia ha logrado
demostrar que todas las construcciones sociales imaginables
en sustitución del orden social capitalista son internam en
te contradictorias e irracionales, y por tanto incap aces de
prod u cir aq u ello s e fe cto s d e los q u e sus d e fen so re s las
consideran cap aces.
La m ejor dem ostración de lo m u ch o que es ilegítim o
hablar de optim ism o y de pesim ism o, y d e có m o la etiqu e
ta de optim ism o aplicada al liberalism o tiend e en realidad
132
a crear en torno a él un clim a d e preven ción , introducien
do subrepticiam ente factores em otivos extracientíficos, nos
la o frece la circunstancia de qu e, si es así, en to n ces co n la
misma legitim idad podrían calificarse tam bién de optim is
tas q u ien es cre en realizable la con stru cción d e una com u
nidad basada en el so cialism o o en el in terv encionism o
estatal.
Raram ente la m ayoría de los autores q u e se ocu p an de
los p roblem as de política eco n ó m ica d ejan escap ar la o ca
sión de verter so b re la socied ad capitalista una avalancha
de ataques insensatos y pueriles, al tiem po que exaltan co n
palabras inspiradas aqu ello s m agníficos m od elos q u e se
llam an socialism o o intervencionism o estatal, cuando n o ya
socialism o agrario y sindicalism o. En el fren te opu esto han
sido siem pre muy p o co s los autores que han tejido el e lo
gio del ord en social capitalista, aunque fuera e n ton os más
m oderados. Si se quiere, se es libre de colgar a estos últi
m os la etiqueta d e optim istas del capitalism o. P ero si se
hace, co n m ayor razón se d e be atribuir a aquellos autores
antiliberales la definición de hiperoptim istas del socialism o,
del intervencionism o estatal, del socialism o agrario y del
sindicalism o. En caso contrario, es decir, si la definición de
optim istas del capitalism o se reserva para los autores lib e
rales co m o Bastiat, e llo dem uestra q u e n o se trata en ab so
luto d e un intento de clasificación cien tífica sino de una
deform ación político-partidista sin más.
Repito, lo que el liberalism o sostiene n o es q u e el orden
capitalista sea óptim o desde cualquier punto d e vista. Afir
ma sim plem ente qu e, para alcanzar los fines que los hom
bres persiguen, la socied ad capitalista es la única indicada,
y que los m od elos so ciales q u e se llam an socialism o, inter
vencionism o, socialism o agrario y sindicalism o so n irreali
zables. P recisam en te p or e sto los n eu rastén ico s q u e n o
pueden soportar esta verdad califican a la econ om ía política
133
d e cien cia triste. Pero la econ om ía política y la sociología,
por el h e ch o de q ue n o s m uestren el m undo tal co m o es,
so n tan p o co tristes co m o la m ecán ica porqu e nos d em ues
tra la im posibilidad del perpetuum m obile, o la b iología
porqu e nos en señ a q u e los seres vivos so n m ortales.
7. C a r t e l e s , m o n o po l i o s y l ib e r a l is m o
134
duda. Si esta evolu ción n o es obstaculizada por políticas
proteccionistas y otras m edidas anticapitalistas, se llegará
al pu nto e n que e n cad a secto r de p rod u cción acabarán
existien d o relativam ente p ocas em presas co n niveles muy
altos de esp ecializació n (si n o ya una sola em presa) que
producen para tod o el m undo.
Hoy, desde luego, estam os aún muy lejos de una situa
ción de este gén ero, ya q u e la política de todos los Estados
tiende a circunscribir d entro d e la unidad de la e con om ía
m undial unas p o cas áreas e n las qu e, al am paro de aran ce
les y otras m edidas q u e tiend en al m ism o resultado p rotec
cionista, se m an tienen artificialm ente e n pie o incluso se
crean ex novo em presas que d e otro m od o no serían co m
petitivas e n el m ercad o libre m undial. Al m argen de las
o p cio n es de política com ercial, el argum ento q u e se aduce
en pro de esta política que tiend e a contrarrestar la co n ce n
tración de las em presas es sustancialm ente u n o solo: que
sólo gracias a ella se evitaría la exp lo tación d e los consu m i
dores por parte de las organ izaciones m onopolistas de los
productores.
Para verificar la solidez de este argum ento, supongam os
que el d esarrollo d e la división del trab ajo e n todo el m un
do haya llegado tan lejos que la p rod u cción de to d o artícu
lo singular se co n cen tre en una sola em presa, d e tal m odo
que el consum idor, e n cu an d o com prador, tenga siem pre
ante sí un único vendedor. En una situación hipotética com o
ésta, una teoría econ óm ica muy superficial sostien e que los
productores estarían e n co n d icion es de m antener los pre
cios artificialm ente altos y o b ten er b en eficio s enorm es, co n
la co n secu en cia d e h acer em peorar notab lem en te el tenor
de vida de los consum idores. P ero es fácil com p ren d er que
ésta es una visión com pletam ente errónea d e las cosas. Sólo
se pu ed en fijar duraderam ente p recios de m on op olio — a
m enos que estén autorizados por determ inadas interven
135
cio n es del gob iern o— si se d isp one de recursos m ineros o
energéticos. Un m o n o p o lio aislado de la industria de trans
form ación que obtuviera ben eficio s m ás altos de lo norm al
estim ularía la creació n de em presas com petitivas, las cua
les quebrarían el m on op olio, recon d u cien d o los p recios y
los b en eficio s de nu evo al nivel m edio. Pero, e n general,
en la industria de transform ación es im posible form ar m o
nopolios, porque, a un determ inado nivel de los m edios
existen tes e n una econ om ía, el volum en global del capital
invertido en la p rod u cción y de las fuerzas d e trab ajo dis
p on ibles, y por lo tanto tam bién del volum en del producto
social, están dados. Se podría reducir el em p leo de capital
y d e trabajo en un determ inado secto r productivo o en un
determ inado núm ero d e secto res, a fin de m an tener m ás
altos, reduciendo la prod u cción, los p recios por unidad de
producto y los ben eficio s brutos del o de los m onopolistas.
P ero e n to n ce s los cap itales y las fuerzas d e trab ajo qu e
quedarían libres afluirían a otro secto r productivo. Y si se
intentara reducir la p rod u cción en tod os los secto res para
o bten er p recios más altos, el capital y los trabajadores que
e n un prim er m om en to n o encontraran em p leo , si se o fre
ce n a precios m ás bajos darían un im pulso al desarrollo de
nuevas em presas, las cu ales acabarían de n u evo rom pien
do el m o n o p o lio de todas las dem ás. La idea de un cartel y
de un m on o p o lio universal d e la industria de transform a
ció n es, pues, puram ente quim érica.
Sólo se podrían crear auténticos m o n op olios si se tiene
el m o n o p o lio de la tierra y de los recursos m inerales y en er
géticos. P ero co m o n o es el caso siquiera tom ar en con si
d eració n la idea de p o d er reunir e n un so lo m o n o p o lio
m undial toda la superficie agrícola utilizable sobre la faz
de la Tierra, n o queda m ás q u e exam in ar sim plem ente los
m on op olios derivados de la disponibilidad de yacim ientos
m ineros que pu ed en explotarse. Para los m inerales de im
136
portancia secundaria existen ya m o n op olios del g én ero , y
siem pre se pu ed e im aginar q u e se intentará realizar co n
éxito algo sem ejan te co n los dem ás m inerales. Esto signifi
caría altas rentas para los dueños de estos yacim ientos, re
ducción de los consu m os y búsqueda de su ced án eos de los
m ateriales que resultan más caros. Un m o n o p o lio mundial
del p e tróle o im pulsaría a recurrir e n m ayor m edida a la
energía hidráulica, al carbón , etc. D esd e el punto de vista
de la econ om ía m undial, y m irando las co sas sub specie
ceternitatis, esto significaría que nos veríam os obligados a
ahorrar, m ás de lo q u e haríam os en otro caso , en el u so de
aquellas m aterias prim as p reciosas q u e só lo podem os des
truir p ero n o sustituir, a fin de transmitir a las g en eracio n es
futuras una cantidad m ayor d e lo que su cedería en el caso
de una econ om ía sin m onopolios.
El e sp a n tajo del m o n o p o lio , p u n tu alm en te e v o cad o
siem pre que se habla del desarrollo de una econ om ía libre,
no d eb e asustarnos. Los m on op olios m undiales efectiva
m ente realizables sólo podrían referirse a la p rod u cción de
unas p ocas m aterias primas. En cuanto a su eventual e fecto
positivo o negativo, es difícil decidirlo de m anera tan neta.
A los expertos e n eco n o m ía q u e e n sus análisis se guían
por sentim ientos instintivos de envidia, estos m on op olios
les p arecen nefastos p o r el sim ple h e ch o de que propor
cion an pingües b en eficio s a sus titulares. P ero si se exam i
nan las co sas sin preju icios, se observa q u e en el fon d o
im pulsan a un u so m ás m oderado d e la lim itada cantidad
de recursos m ineros de que disp onem os. Si los ben eficio s
de los m onopolistas so n o b jeto de envidia, no hay m ás que
e ch a r m an o, sin tem o r a las co n se cu e n cia s e co n ó m icas
negativas d e cualquier tipo, de los im puestos, para que esos
b en eficios acab en e n las arcas del Estado.
D istintos de los m o n op olios m undiales son los m o n o
polios nacionales e internacionales, cuya im portancia prác
137
tica deriva hoy fundam entalm ente d e q u e n o n a ce n de la
ten d en cia evolutiva de la eco n o m ía libre de m ercado, sino
que son producto de una política econ óm ica antiliberal. Casi
todos los intentos de acaparar el m o n o p o lio del m ercado
de un determ inado artículo só lo so n p osibles porqu e e xis
ten aran celes q u e desagregan el m ercad o m undial en m u
ch o s p equ eñ o s m ercados nacion ales. Ju n to a estos m o n o
polios pod em os considerar tan sólo aquellos carteles que
los d u eñ os de determ inados recursos m ineros consigu en
form ar porqu e en cu entran e n los altos co stes de transporte
n acional o regional una p ro tecció n contra la co m p eten cia
de otras zonas productivas.
Un error fundam ental que se co m ete cu an d o se valoran
los efectos de los trusts, de los carteles y de las em presas
que tien en el m o n o p o lio de algún artículo e n el m ercado,
es el de hablar d e «control» del m ercado, de « d ik ta td e los
precios» p or parte de estos m onopolistas. El m onopolista
en realidad n o con trola el m ercado ni está en co n d icion es
de dictar los precios. D e un control del m ercad o y del diktat
de los precios só lo se podría hablar si el artículo en cu es
tión es estratégico en el sentido más estricto del térm ino y
n o fuera sustituible p or un su ced án eo. Pero, co m o es sabi
do, este presu p u esto n o se ap lica a ningún artículo. No
existe ningún b ien e co n ó m ico de cuya p o sesión d epend a
la vida o la muerte de quien está dispuesto a adquirirlo. Lo
q ue distingue la form ación del p recio d e m o n o p o lio de la
form ación del p recio com petitivo es la circunstancia de que
el m onopolista, siem pre que se den ciertos presupuestos
precisos, tien e la posibilidad, vend iendo una cantidad in
ferior del producto a un p recio m ás alto (y esto es lo que
llam am os p recio d e m o n o p o lio ), de o b te n e r un b en eficio
m ayor q u e el q u e obtendría ven d ien d o al p recio q u e se
form aría en un m ercad o de com prad ores en co m p eten cia
entre sí (qu e es el p recio com petitivo). El presupuesto a que
138
m e refería es el siguiente: que el co n su m o no reaccio n e a
un aum ento del p recio red ucien d o tanto la dem anda que
se volatilice aquel b en e ficio bruto m ayor q u e se obten ía de
la venta de una cantidad inferior de producto a un precio
más alto. Si a ese punto es efectivam ente p osible alcanzar
una p osición de m on op olio e n el m ercado y, a través del
aum ento de p recio , lucrarse co n el p recio de m on op olio,
en el secto r industrial e n cu estión se obtendrán ben eficio s
superiores a la m edia. Aun cuando, no obstan te esto s ma
yores ben eficio s, n o nacieron nuevas em presas del m ism o
tipo por el tem or justificado a que, red ucien d o el precio de
m on op olio hasta h acerlo coincidir co n el p recio de co m
petencia, las m ism as n o serían igualm ente rem unerativas,
se pu ed e contar tam bién co n el nacim iento d e industrias
afines com petitivas, qu e co n una inversión inferior pued en
em prender la producción del m ism o artículo producido por
el cartel; y e n to d o caso las industrias sustitutivas estarán
dispuestas a exp lo tar la situación favorable am pliando la
producción. Por todas estas razones, los m o n op olios e n la
industria de transform ación q u e no dispongan del m o n o
p olio de determ inados yacim ientos de m aterias primas son
sum am ente raros. Si y cu and o n acen , es p orqu e los h acen
posibles determ inadas m edidas legislativas, autorizaciones
y derech os varios, norm as aduaneras y tributarias, y so b re
tod o el sistem a de co n ce sio n es. H ace una o dos d écadas se
h ab ló d e m o n o p o lio de los ferrocarriles. Q ued a p or ver
hasta q ué punto este nuevo m on op olio se b asó en el siste
ma d e co n cesio n es. H oy nadie ya arm aría tanto escándalo.
El autom óvil y el avión se han convertido en tem ibles co m
petidores del tren. P ero ya antes de q u e surgieran estos
com petidores, la posibilidad d e utilizar las vías fluviales y
marítimas pon ía un lím ite p reciso m ás allá del cual, e n nu
m erosos trayectos, los ferrocarriles n o podían llegar co n sus
tarifas.
139
Cuando hoy se afirma p or todas partes que u n o de los
presupuestos esen ciales del ideal liberal de socied ad capi
talista habría sido desm entido p or la form ación d e los m o
n o p o lio s, n o só lo se exag era en orm em en te, sin o q u e se
d esco n o cen los h ech o s. Sea cual fu ere el trato q u e se d é al
problem a de los m onopolios, nos hallarem os siem pre frente
al h e ch o de que los p recios d e m o n o p o lio só lo son posi
bles si existe m o n o p o lio de determ inados recursos en er
gético s o si la legislación y la adm inistración pública crean
los presupuestos para la form ación d e los m ism os. En el
desarrollo e co n ó m ico e n sí, excep tu an d o el secto r m inero
y las ramas de producción afines, n o pued e hablarse de una
ten d en cia a la elim in ación d e la com p eten cia. Cuando, en
p olém ica co n el liberalism o, se afirma q u e hoy n o se da
rían ya las co n d icion es de la co m p eten cia q ue existían en
la é p o ca d e la econ om ía política clásica y e n los albores de
las ideas liberales, se d ice algo absolu tam en te inexacto .
Basta pon er e n práctica algunos postulados del liberalism o
(lib re cam bio e n el m ercad o interno y en el co m ercio e x te
rior) para restablecer aquellas con d icion es.
8 . La b u r o c r a t iz a c ió n
140
en su interior la se lecció n de los directivos no se h ace ya
sobre la capacidad efectivam ente dem ostrada en el pu esto
de trabajo, sino so b re la b ase de criterios form ales co m o
los títulos de estudio, la antigüedad en el servicio, y con
frecuencia sobre la b ase de relaciones personales, que nada
tienen que ver co n los criterios objetivos. D e m anera que
a cab a p or d e sa p a recer p recisam en te aq u el carácter q u e
distingue a la em presa privada de la em presa pública. Y
e n to n ces — tal es la con clu sió n a la que se quiere llegar—
si e n la ép o ca del liberalism o era legítim o o p o n erse a la
em presa pública q ue inhibía la libre iniciativa y la alegría
del trabajo, hoy esta o p o sició n n o está ya justificada, desde
el m om ento en que e n las em presas privadas los p roced i
m ientos burocráticos pedantes y form alistas n o tienen nada
que envidiar a los de la em presa pública.
P ara p o d er ap reciar lo fu n d ad o d e estas o b je cio n e s,
convien e ante todo aclarar qué se entiende exactam ente por
burocracia y gestión burocrática de una em presa, y e n qué
estas últim as se distinguen d e la em presarialidad y de la
gestión em presarial. La antítesis entre espíritu em presarial
y m entalidad burocrática no es otra que la versión cultural
de la antítesis entre capitalism o y socialism o, es decir, en
tre propiedad privada y propiedad colectiv a de los m edios
de producción. Q u ien d ispone de m edios de prod u cción
de su propiedad o tom ados en préstam o a interés de q uien
es su p ropietario, d eb e cuidar siem pre d e em plear tales
m edios de tal m od o que satisfagan, e n las co n d icion es da
das, la necesid ad social m ás urgente. Si n o lo hace, trabaja
rá co n pérdidas, verá en un prim er m om ento có m o estará
cada vez más com prom etida su p osición de propietario y
de em presario, y al final será expu lsad o definitivam ente de
esta p osición. A este punto d eja de ser propietario y em
presario, y acab a retroced ien d o a la categoría q u e sólo está
en co n d icion es d e vend er su propia fuerza de trabajo y no
141
tien e la m isión de orientar la prod u cción en la d irección
correcta — correcta e n el sentid o de los consum idores. El
cálcu lo de rentabilidad del capital, q u e representa el alfa y
el om ega d e la contabilidad com ercial, o frece a em p resa
rios y capitalistas el instrum ento ad ecu ad o para controlar
co n la m ayor exactitud p o sib le todos los detalles de la pro
pia actividad y, si es preciso, de verificar los efectos de cada
iniciativa eco n ó m ica so b re el resultado total de la em presa.
Así pues, el cálculo m onetario y la contabilidad de costes
constituyen la más im portante herram ienta intelectual del
em presario capitalista, y fue nada m enos que G oethe quien
dijo que la contabilidad por partida doble es «uno de los más
bellos inventos del espíritu hum ano». Y G oethe podía e x
presarse así porque estaba libre de aquel resentim iento cons
tante que los p equ eños literatos cultivan contra el hom bre
de negocios. Esta gente m ezquina n o h ace más que repetir
en coro obsesivam ente que calcular e n dinero y com portar
se según una lógica financiera son lo más torpe del mundo.
C álculo m onetario, contabilidad y estadística em presa
rial o frecen tam bién a las em presas m ayores y más co m
p le jas la p o sib ilid ad d e v erificar e x a cta m e n te la b u en a
m archa de todas las se ccio n es. D e este m odo se tiene tam
b ién la posibilidad de valorar la incid encia de la actividad
de los distintos directores d e departam ento sobre el éxito
global de la em presa, y se o b tien e un parám etro p reciso
para su tratam iento eco n ó m ico , ya que se sab e co n exacti
tud cuánto valen y cu ánto se les pu ed e pagar. La prom o
ció n a puestos más altos y de m ayor responsabilidad pasa
por los resultados o b ten id os en un ám bito operativo más
restringido. Y co m o se p u ed e co n trolar la a cció n d e un
director de departam ento a la luz d e la contabilidad em p re
sarial, tam bién es posible verificar la actividad esp ecífica
del em presario en cada secto r de su actividad global y el
efecto de determ inadas medidas organizativas y de otro tipo.
142
Existen naturalm ente lím ites a la exactitud de esto s co n
troles. D entro de una se cció n o d e un departam ento los
criterios para verificar el éxito o fracaso de la actividad de
cad a o p erad or so n distintos d e a q u ello s co n los q u e se
com prueba el éxito o fracaso del propio director del d e
partam ento. Hay adem ás departam entos cuya contribución
a la actividad global d e la em presa n o pu ed e valorarse co n
criterios contables. La contribución de un servicio de estu
dios, d e los servicios jurídicos, de una secretaría, d e un
servicio estadístico, e tc., n o pu ed e definirse co n los mis
m os criterios co n que se precisa la particular aportación de
una dirección com ercial o de producción. El prim ero d eb e
dejarse a la valoración general del director del departam ento
com peten te, m ientras q u e el otro d e be valorarlo la d irec
ción general. Y se pu ed e h acer tranquilam ente, tanto por
que ésta tiene una visión global d e la situación m ás ad e
cuada, co m o porque quien d eb e valorar (dirección general,
dirección d e d epartam ento) está person alm ente interesa
do e n la exactitud de la propia valoración, desde el m om en
to en que el resultado d e la actividad productiva confiada a
su responsabilidad repercute en sus propios ingresos.
Lo o p u esto a este tipo de em presa controlad a en todo
m om ento d e su vida productiva por el cálcu lo de rentabili
dad es el aparato adm inistrativo público. Un ju ez p u ed e
haber desem peñado b ien o mal sus funciones, pero en todo
caso n o d e be dar cu en ta de ellos nadie. Y esto puede apli
carse a cualquier alto fu ncionario de la adm inistración pú
blica, donde no existe ninguna posibilidad de establecer con
parám etros objetivos de cualquier tipo si un departam ento
o una se cció n han sido adm inistrados bien o mal, co n co s
tes excesiv o s o eco n ó m ico s. Por consigu ien te, cu and o se
trata de valorar la actividad de estos funcionarios interviene
una o pinión subjetiva y p or tanto arbitraria. Si se trata de
estab lecer si una oficina es n ecesaria, si los em plead os que
143
en ella trabajan son dem asiados o dem asiado po co s, o si su
estructura es funcional o n o, la d ecisión n o puede m enos
de ser el resultado d e una su p erp osición de criterios que
nada tiene d e objetivo. Hay un ú n ico secto r de la adm inis
tración pública e n el q u e existe un criterio infalible para
estab lecer el éxito o fracaso: el militar, cu and o se e stab lece
la estrategia bélica. Pero tam bién aquí só lo se pu ed e esta
b lece r co n certeza, a posteriori, si la o p eració n ha sido o
n o coron ad a p or el éxito. P ero es difícil dar respuestas ri
gurosam ente exactas si se nos pregunta e n qué m edida la
distribución de las relacion es ha pod id o decidir co n ante
lació n la suerte del conflicto, y la parte q u e en el é xito pu e
de atribuirse a la capacidad (o incapacidad ) de los jefes, y
a su com portam iento, o a la funcionalidad de las instala
cio n e s co n q u e se ha contado. Ha h abid o gen erales ce le
brad os p or las victorias qu e, de h e ch o , h iciero n to d o lo
p o sib le para facilitar la victoria d e sus en em ig os, y só lo
d e be n su victoria a circunstancias que resultaron ser más
fuertes q u e sus errores. Y otras v eces, e n cam bio, se co n
d en ó a militares cuya genialidad había h e ch o lo posible para
evitar la ineluctable derrota.
El único m andato que el director de una em presa privada
da a los encargados e n el m om ento en el que les transfiere
una autonom ía e n la gestión es ésta: tend er a la m áxim a
rentabilidad. T od o lo que tiene que d ecir a sus em plead os
e stá co n te n id o e n e s te m an d ato ; la co n tab ilid ad d e la
em presa se encargará luego de e stab lece r fácilm ente y co n
seguridad e n q ué m edida ellos lo han cum plido.
Muy distinta es la situación de quien dirige una oficina
burocrática. Puede ciertam en te distribuir entre sus subor
dinados algunos encargos ejecutivos, p ero lu ego n o está
en co n d icion es de verificar si los m edios em pleados para
alcanzar el objetiv o han sido p roporcionad os a los resulta
dos conseguidos. A n o ser que esté om nip resente en todas
144
las se ccio n es y n eg ociad os co n fiad o s a su d irecció n , no
podrá valorar si p o r casualidad habría sido posible alcan
zar e l m ism o ob jetiv o co n un m enor em p leo de trabajo y
de m edios m ateriales. Aquí prescindim os com pletam ente
del h e ch o d e q u e el resultado m ism o n o pu ed e valorarse
en térm inos de cifras sino sólo aproxim adam ente, pues no
consideram os estas cu estio n es d esd e el punto de vista de
la técn ica adm inistrativa y de sus e fectos externos. Trata
m os sencillam en te de analizar la rep ercu sión de esta técn i
ca sobre la gestión interna del aparato burocrático, de suerte
que el resultado nos interesa sim plem ente en relación co n
las aplicacion es que de él se ha h ech o . Ahora bien , puesto
que para e stab lecer esta relación es im pen sable recurrir a
la verificación co n tab le tal co m o se h ace co n la contabili
dad com ercial, el director de un aparato bu rocrático se ve
obligado a impartir a sus subordinados una serie de direc
trices cuya observancia es obligatoria. E n tales directrices
se dan de m anera esqu em ática algunas su gerencias sobre
el norm al despacho de las actividades corrientes; en cam bio,
para lo s caso s extraord in arios es n e ce sario pedir, antes de
afrontar un gasto, la au to rizació n d e la jerarqu ía superior,
segú n un p roced im ien to farragoso y e sca sa m e n te fu n cio
nal, en cu ya d efen sa só lo p u ed e ad u cirse el argum ento
de q u e es el ú n ico p o sib le. Ya q u e si se diera a tod a o fici
na p eriférica la facu ltad de ap ro b ar au tó n o m am en te los
gastos que co n sid era n e ce sario s, los co ste s d e la adm inis
tración cre cería n e n form a e x p o n en cia l. R e sp e cto a las
grandes ca re n cias y a la e scasa e ficie n cia del sistem a, es
inútil h a ce rse ilu sion es. M uchos g astos autorizados son
su p erflu os, y m u ch o s q u e serían n e ce sario s se aplazan
p recisam en te p o rqu e el ap arato b u ro crá tico n o está en
co n d icio n es, d e b id o a sus características esp ecífica s, de
ad ap tarse a las situ a cio n e s tal co m o lo h a ce el sistem a
em presarial.
Í45
La burocratización despliega sus e fectos esp ecialm en te
sobre aquel que la representa, es decir, el burócrata. En la
em presa privada la contratación de un o b rero n o es un acto
de favor, sino una tran sacción e co n ó m ica norm al en la qu e
am bas partes, el dador de trabajo y el prestador de obra,
tienen su respectivo interés. El dador d e trabajo d eb e tratar
de pagar la fuerza d e trabajo en co n so n an cia co n la presta
ció n laboral. Si n o lo hiciera, correría el riesgo de que le
quitase el o b rero un com petid or dispuesto a pagarle más.
El contratado, p o r su parte, d eb e tratar de ocu p ar su pu es
to d e m odo q u e m erezca el salario, para n o correr el riesgo
d e perder su puesto. C om o la contratación n o es un favor
sino una transacción e con óm ica, el o b rero contratado n o
d e b e preocuparse d e la eventualidad d e ser desped id o por
ser o b jeto de anim adversión. El em presario q u e, p or pre
ju icio personal, despide a un o b rero q ue trabaja b ien y se
gana su salario, se perjudica só lo a sí m ism o, n o al obrero,
el cual acabará encontran d o un trabajo del m ism o nivel. No
existe la m enor dificultad en dejar al director de se cció n la
facultad de contratar y despedir a la m an o de obra, precisa
m ente porque él, obligad o por el atento control que ejerce
la co n tab ilid ad em p resarial so b re su p ropia actividad a
bu scar la m ayor rentabilidad de su sector, d e b e preocupar
se tam bién, e n su p ropio interés, d e m an tener celo sam en te
la propia m ano d e obra. Si despide a alguien porqu e le es
antipático y no por necesid ad , si se d eja llevar por razones
person ales y n o objetivas, qu ien pierde es él m ism o, por
que, en definitiva, es so b re él so b re q u ien recae el d añ o de
la falta de éxito del secto r q ue le ha sido confiad o. Así se
resu elve sin friccion es la g estió n organizativa del factor
personal de la produ cción, es decir, del trabajo, en el pro
ce s o de producción.
Totalm ente distinta es la situación de la em presa públi
ca dirigida por burócratas. C om o aquí la co lab o ració n pro
146
ductiva de un sector, y p or lo tanto de un em p lead o aunque
tenga una fu n ción directiva, n o se pu ed e verificar sobre la
base de su resultado, tanto en los criterios de contratación
co m o en los parám etros retributivos, se acab a abrien d o de
par e n par las puertas a toda clase d e favoritism os por una
parte y obstru ccionism os p or otra. El h e ch o d e que para
ser contratado en las distintas fu n cion es del servicio públi
co n u nca venga m al la recom en d ació n de una person a in
fluyente, n o d eb e recon du cirse a la particular incapacidad
de los aspirantes a eso s puestos, sino a la falta a p ríorí de
todo criterio objetivo para la contratación pública. Sin duda,
d eb e ser contratado el m ás com p eten te; p ero el problem a
es precisam ente éste: ¿cóm o saber qu ién es efectivam ente
el m ás com petente? Si pudiera hacerse co n la m isma sen ci
llez co n que se e stab lece la valía d e un tornero o de un ti
pógrafo, el p roblem a se resolvería sin ninguna dificultad.
P ero co m o n o es así, los m árgenes de discrecionalidad se
am plían.
Para pod er co n ten e r al m áxim o la arbitrariedad se in
tenta delimitarla im pon ien do una serie de co n d icion es for
m ales para la contratación y las prom ocion es. Y en to n ces
se vincula el nom bram iento para determ inadas fu nciones
a un determ inado grado de instrucción, o bien a la aproba
ció n de determ inados exám en es y al desarrollo continua
do de determ inados añ o s de actividad e n otras tareas, y la
prom oción se h ace d ep en d er de la antigüedad en el servi
cio. T od o esto, naturalm ente, no sustituye a la posibilidad
g eneral de elegir al hom bre ad ecu ad o para el puesto justo
a través del instrum ento de la cu en ta d e pérdidas y ganan
cias. C om o tod o el m undo sabe, ni los estudios, los e xám e
nes o la antigüedad e n el servicio garantizan en absolu to el
acierto en la selección . Por el contrario, este sistem a excluye
a p riori q u e las personas más valiosas y preparadas lleguen
a ocup ar los puestos q u e m erecían. Aún n o se ha visto a
147
nadie particularm ente preparado alcanzar la cim a de un de
partam ento gracias al currículum esco lar y a la antigüedad
en el servicio prescritos. Inclu so e n Alem ania, patria de la
b eatería burocrática, la exp resió n «es un funcionario irre
prensible» sugiere una person a am orfa y pasiva au nqu e de
sanos principios.
Así pues, la característica principal d e la gestión bu ro
crática es la au sen cia de cu alq u ier criterio de cálcu lo de
ben eficio s y pérdidas para valorar los resultados obtenid os.
D e m odo que para co m p en sar este d efecto, au nqu e sólo
sea de m anera extrem ad am ente inadecuada, se ve obliga
da a vincular el desenvolvim iento de su actividad y la co n
tratación del personal a toda una serie de p rescripciones
form ales. Todos los m ales que se ach acan a la gestión bu
rocrática — la rigidez, la au sencia de inventiva y la im po
ten cia frente a los problem as que e n el m undo de la em
presa encuentran tan fácil solu ción — so n co n secu en cia de
este ú nico d efecto fundam ental. M ientras la actividad del
aparato estatal qu ed e lim itada al ám bito restringido q u e le
asig n a el lib e ra lism o , lo s a sp e cto s n eg ativ o s d el b u ro
cratism o n o se advierten excesiv am en te. Se convierten en
p ro b lem a s graves d e to d a la e co n o m ía só lo cu a n d o el
E stad o — y lo m ism o pued e decirse, naturalm ente, resp ecto
a los m unicipios y las provincias— pasa a la socialización
d e algunos m edios de p rod u cción y a la intervención di
recta y activa e n la p rod u cción y e n el co m ercio .
Si la em presa pública se gestiona exclusivam ente con
criterios de m áxim a rentabilidad, podrá naturalm ente ser
virse del cálculo e co n ó m ico e n térm inos m onetarios, m ien
tras prevalezcan las em presas privadas y exista un m erca
d o y u nos p recio s d e m ercad o. El ú n ico o b stá cu lo a su
desarrollo y a su eficien cia es que sus directivos — que son
un organism o pú blico— n o están interesados e n el éxito o
fracaso de sus iniciativas co m o lo está la em presa privada.
148
Por e so no se le pu ed e dejar al directivo p ú b lico la libertad
de tom ar d ecision es estratégicas. Al n o ten er la respon sa
bilidad de las eventuales pérdidas derivadas de su política
em presarial, su gestión sentiría la fácil ten tación de aven
turarse en em presas q u e un gestor realm ente resp on sable
— e n cuanto som etid o a eventuales pérdidas— jam ás e m
prendería. D e dond e la necesid ad de limitar sus pod eres
discrecionales. P ero co n in d epend encia d e que se le vin
cu le a una serie de norm as rígidas y a las d elib eracio n es de
un com ité de control y a la ap ro b ació n p or parte de una
autoridad superior, to d o el com portam iento de la em presa
acaba adquiriendo esa rigidez y esa falta d e flexibilidad que
han llevado en todas partes a la em presa pública a co le c
cion ar un fracaso tras otro.
Sin em bargo, raram ente su ced e que una em presa pú
blica siga exclusivam ente un criterio de rentabilidad mar
ginando las dem ás con sid eracion es. N orm alm ente, a una
em presa pública se la pide q u e se atenga a determ inados
criterios e co n óm ico s de «interés nacional» o de otro tipo.
Se le exig e, p or ejem plo, q u e favorezca la prod u cción na
cional frente a la extranjera tanto en la política de com pras
co m o e n la de ventas. A los ferrocarriles n acion ales se les
pide que practiquen una política de p recios en co n so n an
cia co n determ inados intereses de política com ercial, que
construyan y gestion en algunas líneas co n ind epend encia
de cu alquier criterio d e rentabilidad, co n el ú n ico fin de
prom over el d esarrollo e co n ó m ico de determ inadas zonas
geográficas, y otras líneas acaso por razones estratégicas o
de otro tipo. Pero en el m om ento m ism o e n q ue en la g es
tión em presarial entran en ju ego tales factores, se prescin
de de tod o control a través del cálcu lo d e costes y b e n e fi
cios. Si el directivo de los ferrocarriles, e n el m om ento de
presentar un b alan ce negativo, pu ed e d ecir im punem ente:
«Es cierto, los tramos ferroviarios confiados a mi gestión han
149
tenid o pérdidas según los criterios d e la rentabilidad pro
pia de una econ om ía privada, p ero n o hay que olvidar que
desde el punto de vista de la eco n o m ía nacional, de la p o
lítica nacional, de la política militar y d esd e m uchos otros
puntos de vista, han resuelto m uchos otros problem as q u e
no se encuadran e n el cálcu lo d e rentabilidad», si puede
expresarse así, en to n ces es evidente q u e el cálculo de ren
tabilidad ha perdido toda fuerza para valorar el éxito de la
actividad em presarial, y por tanto la em presa misma, aun
prescind iendo de otras circunstancias q u e van en la mism a
d irección, no pued e m enos de ser gestionada exactam ente
co n los m ismos criterios que una prisión o una oficina fiscal.
Una em presa privada, gestionada co n criterios e co n ó
m icos q u e tiend en a la m áxim a rentabilidad, nunca puede
burocratizarse, aunque sea de grandes dim ensiones. Si se
atiene rigurosam ente al principio de rentabilidad, tam bién
la em presa de grandes dim en sion es tien e la posibilidad de
verificar co n la m áxim a exactitud la im portancia de todas
las tran sacciones y d epartam entos para el éxito global de
la m isma. M ientras las em presas se atengan exclu sivam en
te al b en eficio , evitarán caer e n la burocratización. El fen ó
m en o de la burocratización de las em presas privadas al que
estam os asistien do p or d oqu ier só lo p u ed e im putarse al
intervencionism o estatal, que im pone a su gestión criterios
q u e n o adoptarían si pudieran tom ar d ecisio n es co n auto
nom ía. Cuando una em presa tiene que preocuparse de no
quebrantar prejuicios políticos e idiosincrasias de tod o tipo
por tem or a ser acosad a e n todos los sentidos por los órga
nos estatales, no tarda en aband on ar el terreno seguro de
la rentabilidad. En Estados Unidos, por ejem plo, entre las
em presas de utilidad pú blica hay algunas que para evitar
con flictos co n la o pinión pública por una parte, y co n el
pod er legislativo, co n el judicial y co n la adm inistración por
otra, fuertem ente influidos p or la o pinión pública, se abs
150
tienen en principio de contratar católicos, h ebreos, ateos,
darwinistas, negros, irlandeses, alem anes, italianos y em i
grantes recientes. Para una em presa que op era e n un siste
ma estatal intervencionista, la necesid ad d e adaptarse a los
d eseo s del pod er político para evitar graves perjuicios ha
h e ch o que estos y otros criterios contrarios a los objetivos
d e rentabilidad hayan acab ad o p or influir cada vez más en
la gestión em presarial. P ero de este m od o d esap arecen la
im portancia del cálcu lo y de la contabilidad de co stes y
beneficios, y las em presas com ienzan cada vez más a adop
tar com portam ientos típicos d e las em presas públicas regi
das por principios formales. En una palabra, se burocratizan.
La burocratización de la gestión com ercial d e las gran
des em presas n o es, pues, en absoluto, resultado de una
necesid ad intrínseca del desarrollo d e la eco n o m ía capita
lista, sino u n fen ó m en o derivado de la política interven
cionista. Si el Estado y dem ás p od eres sociales n o o bstacu
lizaran a las em presas, incluso las de grandes dim ensiones
podrían trabajar co n los m ism os criterios e con óm ico s que
las m ás pequ eñas.
151
C a p í t u l o III
1. La s f r o n t e r a s d e l E s t a d o
153
sin roces de toda la humanidad. El pensam iento liberal mira
siem pre a toda la hum anidad y n o sólo a algunos sectores;
n o se liga a grupos restringidos, ni se detiene e n los lím ites
d e la aldea, de la región, del Estado o d el continente. Es un
pensam iento cosm opolita, ecum én ico, un pensam iento que
abarca a todos los hom bres y a tod a la Tierra. En este sen
tido el liberalism o es un hum anism o, y el liberal un ciuda
dano del m undo, un cosm opolita.
Hoy, cu and o las ideas antiliberales dom inan el m undo,
el cosm opolitism o se ha convertido e n un rep roch e a los
o jos de las m asas. Existen en A lem ania patriotas apasiona
dos in cap aces de perdonar a los grandes poetas alem anes,
esp ecialm en te a G o ethe, por no h ab er lim itado su p en sa
m iento y sus sentim ientos a la n ación y p or h ab er sido co s
m opolitas. Piensan q u e existe una con trad icción insupera
ble entre los intereses de la n ación y los d e la hum anidad,
y q ue qu ien dirige sus aspiraciones al b ien de toda la hu
m anidad, d eb e descuidar necesariam en te los intereses del
propio p u eblo. Nada m ás insensato q u e esta co n cep ció n .
Así co m o no es verdad en absolu to q u e quien trabaja por el
bien de to d o el p u eb lo alem án perjudica p or ello m ism o
los in tereses de su p e q u e ñ o lugar de n acim ien to, así es
igualm ente falso qu e un alem án q u e trabaja p or el b ien de
toda la hum anidad perjudique los in tereses particulares de
sus conciudad anos, de los hom bres a los que se siente cer
ca n o por com partir una m ism a lengua y unas m ism as c o s
tum bres, y por una co m p leja serie d e filiaciones y de raíces
culturales com u nes. Es cierto exactam en te lo contrario: el
individuo que se interesa p or la riqueza y la prosperidad
de la p equ eñ a com unidad e n que él vive y prospera se in
teresa igualm ente por la prosperidad del m undo entero.
Los nacionalistas chovinistas, que sostien en que entre
los intereses de los distintos p u eb los existen conflictos in
su p erab les y aspiran a una política de su prem acía de la
154
propia n ación sobre las dem ás, aunque e llo pudiera co m
portar el uso inevitable de la violencia, son los m ism os qu e
enfatizan al m áxim o la necesidad y la utilidad d e la co h e
sión dentro de los distintos p u eb los y Estados. Cuanto más
exaltan exasp erad am en te la necesid ad de la lucha hacia el
exterior, tanto m ás exasperad am ente pretend en la unidad
interna de la nación. Ahora bien, el liberalism o en m od o
alguno se op o n e a la reivindicación de la con cord ia n acio
nal. T od o lo contrario. La reivindicación d e la paz dentro
de la n ación es un postulado nacido de la idea m isma del
liberalism o y que se im puso só lo gracias a la fuerza de las
ideas liberales e n el siglo xvm. Antes de q u e las ideas lib e
rales se im pusieran co n su exaltación incond icional de la
paz, los p u eb los n o se lim itaron a h acerse la guerra entre
si; una secu en cia internacional de conflictos sangrientos se
d esen cad en ó tam bién e n el interior de cad a p u eblo. T od a
vía e n el siglo x v iii, e n los C ulloden, com batían británicos
contra británicos. En e l siglo xix, en Alem ania, Prusia hacía
la guerra a Austria, y otros Estados alem an es se alin eaban
con unos o co n otros. En aquel tiem po Prusia n o tenía in
con ven ien te en alinearse co n Italia contra la Austria alem a
na, y en 1870 la intervención de Austria al lado de los fran
ceses, que se batían contra Prusia y sus aliados, sirvió sólo
para frenar el cu rso de los acon tecim ien tos. M uchas de las
victorias de que el ejército prusiano ha presum ido siem pre
las obtuvieron tropas prusianas contra tropas de otros Es
tados alem anes. Sólo el liberalism o fue para los pu eb los
m aestro de tolerancia en sus relaciones internas, así co m o
tam bién quiere ser m aestro de paz e n sus relacion es co n el
exterior.
El argum ento decisivo e inconfundible contra la guerra
lo deriva el liberalism o de la realidad de la división del tra
bajo internacional, que ya d esd e h a ce tiem po traspasa las
fronteras de la com unidad política singular. Ninguna nación
155
civ ilizad a cu b re h o y a u tárq u ica m e n te sus n e ce sid a d e s
m ediante su producción interior. Todos los p u eb los d ep en
d en de la im portación de m ercancías p roced en tes del e x
terior, q u e pagan co n la exp o rtación de sus propios pro
ductos. Im pedir el intercam bio internacional d e m ercancías
significaría infligir un daño irreparable al grado de civiliza
ció n alcanzado por la hum anidad; equivaldría para-millo
nes y m illones de hom bres a la pérdida definitiva del b ien
estar, si n o ya del mínim o vital. Pero una época caracterizada
p o r la d ep en d en cia recíp ro ca de los p u eb los resp ecto a la
producción extranjera hace tam bién im posibles las guerras.
Si para decidir el resultado de una guerra h ech a por una
n ación firm em ente inserta en la división internacional del
trabajo pued e hoy bastar la interrupción de las im portacio
nes, una política belicista d ebería p reocuparse ante todo
d e h acer plenam ente autárquica la eco n o m ía nacional, lo
cual significa d eten er ya en período d e paz la división in
ternacional del trabajo en las fronteras del p ropio Estado.
Si Alem ania pensara salir de la división internacional del
trab ajo y se orien tara a cu brir d irectam en te sus propias
n ecesid ad es co n la p rod u cción interna, n o haría sin o pro
v ocar una drástica red ucción del prod u cto anual bruto del
trabajo alem án y por tanto una n otab le caída del bienestar,
del tenor de vida y del nivel social del p u eb lo alem án.
2. E l d e r e c h o d e a u t o d e t e r m i n a c i ó n
156
Los viejos liberales p en sab an q u e los p u eb los son p ací
ficos p or naturaleza y que só lo los déspotas q uieren la g u e
rra para aum entar su pod er y riqueza co n la conquista de
nuevas provincias. P en sab an por ello q u e era su ficiente
sustituir el dom inio de los déspotas p or g ob iern os queri
dos por el p u eb lo para asegurar autom áticam ente la paz
duradera. Y cu and o el Estado d em ocrático se percata de
que las fronteras n acion ales que se han ido configurando a
lo largo de la historia y q u e existen en el m om ento del pase
al liberalism o no corresp on d en ya a la voluntad política de
los ciu d ad an os, esas fron teras d e b en se r p a cíficam en te
m odificadas según los resultados de plebiscitos q ue exp re
san la voluntad de los ciudadanos. Siem pre que se haya
manifestado claram ente la voluntad de los habitantes de una
parte del país de unirse a un Estado distinto de aquel al que
perten ecen d eb e existir la posibilidad de desplazar las fron
teras de un Estado. En los siglos xvii y xvin los zares rusos
incorporaron a su im perio vastos territorios cuya p oblación
jam ás había d esead o form ar parte ju nto co n los rusos de
un conju nto estatal com ún. Su reivindicación dem ocrática,
en e fecto, era la secesió n del im perio ruso y la form ación
de un Estado au tó n o m o , segú n los caso s, p o laco , finés,
letón, lituano, etc. Precisam ente la circunstancia de que las
reivindicaciones y las aspiraciones análogas de otros pu e
blos (italianos, alem anes del Schlesw ig-H olstein, eslavos y
m agiares del Im perio d e los H absburgo) no podían verse
satisfechas sino por la guerra, fue la causa principal de todas
las guerras habidas en Europa desde el C ongreso de Viena
en adelante.
El d erech o d e autodeterm inación resp ecto a la cu estión
de la p ertenencia a un Estado significa, pues, esto: que si
los habitantes de un territorio — ya se trate de una única
aldea, de una región o de una serie de regiones contiguas—
han exp resad o claram ente a través de v otacion es libres su
157
voluntad de n o seguir en la form ación estatal a la que ac
tualm ente p erten ecen y de constituir un nu evo Estado au
tónom o, o la aspiración a p erten ecer a otro Estado, hay que
tener en cu en ta este deseo. Sólo esta solu ción pu ed e evitar
guerras civiles, revolu ciones y guerras internacionales.
Se m a len tie n d e e ste d e re c h o d e a u to d e te rm in a ció n
cu and o se define co m o «d erech o de autodeterm inación de
las n acion es», ya que no se trata del d erech o de autodeter
m inación de una unidad com pacta, sino d e la decisión que
los habitantes de cierto territorio d eb e n tom ar sobre la or
ganización estatal a la q u e qu ieren perten ecer. Aún más
grave es el m alentendido cu and o este d erech o de autode
term inación co m o «d erech o de las n acion es» se en tiend e
incluso, co m o de h e ch o ha sucedido, en el sentid o de que
a un Estado n acional se le da el d erech o de separar partes
de n ación que p erten ecen a otro territorio estatal e incor
porarlas, contra su voluntad, al propio Estado. Los fascistas
italianos, por ejem p lo, derivan del d erech o de autodeter
m inación de las n acion es la reivindicación de la se cesió n
del C antón T icin o y d e partes de otros can ton es suizos para
unirlos a Italia, au nqu e los habitantes d e esos can to n es no
lo q uieren e n absoluto. Análoga es la p osición de una parte
de los pangerm ánicos resp ecto a la Suiza alem ana y a los
Países Bajos.
El d erech o de au todeterm inación d e que h ab lo n o se
refiere, pues, a las n acion es, sino a los habitantes de cual
qu ier territorio su ficientem ente grande para form ar un dis
trito adm inistrativo a u tó n o m o . Si de algún m o d o fu era
p osible co n ce d e r a cad a individuo este d erech o de autode
term inación, habría que hacerlo. Sólo porque prácticam ente
n o se puede h acer por insuperables razones técn ico-ad m i-
nistrativas, que ex ig en que la adm inistración estatal de un
territorio tenga un orden am iento unitario — só lo por esto
es n ecesario limitar el d erech o de autodeterm inación a la
158
voluntad mayoritaria de los habitantes y d e territorios bas
tante grandes para p od er presentarse co m o unidades g e o
gráficas e n un ám bito político-adm inistrativo nacional.
El hecho de que el derecho de autodeterminación — mien
tras ha podid o ejercerse, y en todas partes se d ebería per
mitir que lo fuera— haya o habría llevado en los siglos xix
y XX a la form ación de Estados n acion ales y a la desintegra
ción d e los Estados plurinacionales, surgió de la libre vo
luntad de los ciu d ad anos llam ados a d ecid ir a través de
plebiscitos. La form ación de Estados q u e com prend ieran a
tod os los ciudad anos de una n ación fue el resultado del
d erech o de autodeterm inación; p ero n o su objetivo. SÍ una
parte del p u eb lo prefiere form ar una entidad estatal au tó
nom a a estar en una co n fed eración estatal junto a ciudada
nos d e otras n acion es en v ez de en el Estado unitario na
cional, se pu ed e ciertam en te tratar co n la propaganda e
inducirla a aceptar la ideología del Estado nacional unitario
para dar una form a distinta a sus aspiraciones políticas; pero
si se quiere con d icion ar su destino contra su voluntad a p e
lando al superior d erech o de la nación, estam os ante una
v iolación del d erech o de au tod eterm inación n o diferente
de cualquier otra form a de opresión. Una división de Suiza
entre Alem ania, Francia e Italia, au n qu e se hiciera resp e
tando exactam en te las fronteras lingüísticas, sería una gra
ve v iolación del d erech o de autodeterm inación, co m o lo
fue el reparto de Polonia.
3. La s b a s e s po l ít ic a s d e l a pa z
159
paz perm anente só lo pu ed e lograrse si se pon e en práctica
íntegra y universalm ente el program a liberal, y que la G u e
rra Mundial n o fue sin o la co n se cu en cia natural y necesaria
de la política antiliberal de los últim os d ecen io s.
Un lugar com ú n sin ningún sentid o lógico atribuye al
capitalism o la responsabilidad del origen de la guerra. Sien
do evidente la co n ex ió n entre política proteccionista y ori
g en de la guerra, hay quien cree — ignorando totalm ente la
efectiv a realidad d e las co sas— q u e hay q u e identificar
autom áticam ente p roteccion ism o co n capitalism o. Pero se
olvida q ue hasta n o h a ce m u cho se le rep roch aba al capita
lism o (al «capital financiero», a la «internacional del oro» y
al «capital co m ercial») exactam en te lo contrario, es decir,
n o tener patria y op o n erse a la n ecesid ad del p roteccion is
m o. Se olvida que hasta h ace b ien p o co en todos los escri
tos de los nacionalistas se podían leer ataques violentos
contra el capital internacional, acu sad o de antim ilitarism o
y de pacifism o. Es un puro disparate acusar a la industria
arm am entística de ser resp on sable del estallido de la g u e
rra. La industria de arm am entos surgió y se desarrolló enor
m em ente para respon der a la dem anda de arm as p or parte
d e los g ob iern os y de los p u eb los q u e pedían la guerra a
voz en grito. Sería, pues, absurdo su p on er q u e los pu eb los
se convirtieron a la política im perialista para co m p lacer a
lo s fabrican tes de arm as. C om o cu alq u ier otra industria,
tam bién la de arm am entos surgió para satisfacer una de
m anda. Si los p u eb lo s hubieran preferid o com prar otros
artículos e n lugar de fusiles y exp losiv os, los fabricantes
habrían producido aquéllos y n o éstos.
Se puede su p on er que el d e seo de paz es h oy general.
Sin em bargo, los p u eb los n o tien en una clara co n cien cia
de los presupuestos n ecesarios para garantizarla.
Para n o destruir la paz hay q u e elim inar el interés por
h a ce r la guerra. Es decir, hay que e stab lecer un orden qu e
160
asegure a las n acion es y a los ciudadanos individuales co n
d icion es de vida que les satisfagan de tal m od o que n o se
vean obligados a recurrir al instrum ento d esesp erad o de la
guerra. El liberal n o se p rop on e abolir la guerra co n p ero
ratas moralistas. Trata más bien de crear en la socied ad las
co n d icion es para elim inar sus causas.
El prim er presupuesto a este resp ecto es la propiedad
privada. Si existe la o b lig ació n de salvaguardar la p rop ie
dad privada incluso en tiem po de guerra; si el v en ced or no
tiene d erech o a apropiarse de la propiedad privada d e los
ciudadanos, y la apropiación de la propied ad pública es
prácticam ente irrelevante porque existe una extendida pro
pied ad privada d e los m ed ios de p ro d u cció n , e n to n ce s
viene a faltar un m otivo im portante para h acer la guerra,
aunque aún insuficiente para asegurar la paz. Si n o se quiere
que el d erech o d e autodeterm inación se resuelva en una
farsa, es n ecesario crear instituciones cap a ces de reducir al
m áxim o la im portancia del pase de un territorio d e una
soberanía estatal a otra, d e m odo que nadie salga ganando.
Puesto que las ideas sobre lo q u e es p reciso h acer n o están
claras en absoluto, con v ien e ilustrarlas co n algunos e jem
plos.
T om em os un m apa étnico-lingüístico d e la Europa ce n
tral u oriental. Se notará co n qué frecu en cia, por ejem p lo
en la B o h e m ia se p ten trio n a l y o ccid e n ta l, las fro n teras
étn icas so n cortad as p o r los ferrocarriles. En un Estado
in terv en cion ista y estatalista, es im p o sib le e n e ste caso
adoptar las fronteras políticas o las étnicas. Es inadm isible,
por ejem plo, hacer pasar por el territorio del Estado alem án
líneas ferroviarias del Estado ch e co , y m u ch o m en o s e s
adm isible e im aginable una línea ferroviaria q u e cada dos
kilóm etros cam bie de adm inistración, para encontrarse cada
vez, a los p o co s m inutos o un cuarto d e hora de viaje, ante
una nueva frontera co n todas las form alidades q u e hay que
161
cumplir. Se com p ren d e, pues, fácilm en te por q u é los esta-
talistas y los intervencionistas llegan a la con clu sión de que
la unidad «geográfica» o «eco n ó m ica» de tales territorios
no pu ed e «rom perse», y que por tanto es p reciso asignar el
territorio «a una ú n ica autoridad soberan a». (Y es o bvio
en to n ces que cada p u eb lo tratará de dem ostrar que es el
ú n ico titular legítim o de esta so b eran ía.) Para el liberalis
m o, en cam bio, una situación de este g én ero n o representa
ningún problem a. Los ferrocarriles privados, siem pre que
estén libres de toda injerencia estatal, pueden tranquilam en
te atravesar el territorio de varios Estados. Si n o existen fron
teras aduaneras y lim itaciones al tráfico de hom bres, ani
m ales y m ercancías, es totalm ente indiferente que un tren
e n algunas horas de viaje atraviese co n m ayor o m en o r fre
cu en cia las fronteras d e un Estado.
El m apa lingüístico nos m uestra tam bién los enclaves
nacionales. Se trata de asentam ientos étnicam ente hom o
g én eo s de ciudad anos que conviven, co m o otras tantas is
las lingüísticas, co n el cu erp o étn ico originario p ero sin un
vínculo territorial que establezca una unidad nacional. Dada
la situ ación actual d e los Estados, e s im p osib le agregar
políticam ente estos grupos al país de origen. El área e c o
nóm ica sujeta a control aduanero e n q u e consiste el Estado
actual precisa de una co h esió n territorial directa. Una p e
q u eñ a «zona extraterritorial», aislada del territorio directa
m ente lim ítrofe desd e el punto de vista d e la política e co
nóm ica y aduanera, estaría exp u esta a la estrangu lación
econ óm ica. En cam bio, en una situación de libre co m ercio
perfecto, en la que el Estado se limitara a garantizar la liber
tad privada, este problem a podría resolverse fácilm ente.
Ninguna isla lingüística se vería obligada a aceptar la adm i
nistración nacional só lo porqu e n o está unida a su propia
raíz étnica originaria por una franja de tierra poblad a por
conciudad anos.
162
El fam oso «problem a del corredor» só lo existe en un sis
tem a im perialista-estatalista-intervencionista. Un Estado-
enclav e cre e que tien e n ecesid ad de un «corred or» hacia el
mar para tener su propio co m ercio exterio r al am paro de la
influencia d e la política estatalista e intervencionista de los
Estados cuyos territorios le separan del mar. Si hubiera li
bre intercam bio, n o se ve por q u é razón un Estado-enclave
tendría que d esear p o see r un «corredor».
El p aso de un «área econ óm ica» a otra, entendida e n el
sentido estatalista del térm ino, incide profundam ente en las
relacion es m ateriales. P ién sese, por ejem p lo , e n la indus
tria algodon era de la Alta Sajonia, que ya ha pasad o dos
v eces por esta exp erien cia, o en la Silesia Superior, o e n la
industria textil polaca, etc. Si el cam bio d e nacionalidad de
un territorio está ligado a las ventajas o desventajas de sus
habitantes, quiere d ecirse q u e se ha lim itado sustancial
m ente su libertad de decidir a qué Estado d esean p erten e
cer. Se pu ed e hablar de verdadera autodeterm inación sólo
si la d ecisión de cada u n o deriva de su libre voluntad y n o
del tem or a perder o de la esperan za de ganar co n ello. Un
m undo capitalista organizado según principios liberales no
co n o ce «áreas e co n ó m icas» separadas. En un m undo así,
toda la superficie terrestre constituye un área eco n ó m ica
única.
El d e rech o de au to d eterm in ación fav orece só lo a las
mayorías. Para proteger tam bién a las m inorías, se p reci
san m edidas de política interior. Aquí qu erem os exam in ar
ante tod o las de política educativa.
En la m ayoría de los Estados existe hoy la obligación
escolar, o p or lo m enos la instrucción obligatoria. Los p a
dres están obligados a m andar a sus hijos a la escu ela du
rante un cierto núm ero de años o, a falta d e la instrucción
escolar, a q u e reciban una instrucción privada equivalente.
No es necesario rem ontarnos a las razones que en su tiem po
163
se adujeron a favor y e n contra de la oblig ació n e scolar o la
instrucción obligatoria, porqu e ni unas ni otras están ya
vigentes. Para pod er form ular un juicio sobre esta cuestión,
el único argumento pertinente es otro: que el m antenim iento
de la o bligación escolar y de la instrucción obligatoria es
absolutam ente incom patible co n los esfuerzos para instau
rar una paz duradera.
Los h abitan tes d e Londres, París y B erlín co n sid erarán
sin duda in creíb le esta afirm ación : ¿Q ué tend rán q u e v er
— se preguntarán— la oblig ació n escolar y la instrucción
obligatoria co n la guerra y la paz e n el g lo b o terráqueo? Sin
em bargo, estos y m u chos otros p roblem as sem ejan tes no
d e be n valorarse só lo desde el punto de vista del O ccid en te
eu ro p eo. En Londres, e n París y e n B erlín la cu estión e sco
lar tiene fácil solución . En estas ciudad es nadie tendrá nun
ca n in gu na duda a ce rca d e la len g u a e n q u e tien e q u e
impartirse la enseñanza. La población de estas ciudades que
m anda a sus hijos a la escu e la pu ed e consid erarse e n g en e
ral h o m o g én ea desd e el punto d e vista lingüístico. P ero
incluso los n o ingleses que viven e n Londres con sid eran
natural y b e n e ficio so para sus hijos que la en señ an za se
im parta e n inglés y n o en otra lengua; e idéntica es la situa
ció n en París y e n Berlín.
B ien distinto es el significado que la cu estión de la en
señanza reviste en aquellas am plias zonas geográficas en
q u e conviven y se entrem ezclan p u eb los q ue hablan len
guas distintas. Allí la cu estión de la lengua b ásica de la e n
señanza tiene una im portancia decisiva porqu e pu ed e de
cidir el futuro de la nación. A través de la escu ela se pued e
h acer que los hijos sean extraños al país al qu e p erten ecen
sus padres, y la escu ela pu ed e estar al servicio de la o p re
sión nacional. Q u ien controla la escu ela tiene el pod er de
perjudicar la nacionalidad ajena y fom entar los intereses de
la propia.
164
P rop on er enviar a los m u ch ach os só lo a la escuela en
que se en señ a la lengua de los padres n o es una solución al
problem a. Ante todo, porqu e n o siem pre es fácil estab le
cer — aun p rescind ien d o com pletam ente d e los m atrim o
nios m ixtos— cuál es la lengua de los padres. En las zonas
de lengua mixta la profesión obliga a m uchas person as a
servirse de todas las lenguas habladas en el país. Pero, por
otra parte, n o siem pre la person a particular tien e la p osibi
lidad de declararse abiertam ente a favor de una u otra na
cionalidad, si tiene e n cuenta su propia situación eco n ó m i
co-profesional. En un régim en de intervencionism o estatal,
en efecto, la elecció n le podría costar la clientela, si se trata
de ciudad anos de otra nacionalidad, o b ien el puesto de
trabajo, si es su dador de em p leo quien p erten ece a otra
nacionalidad. E xisten adem ás m u chos padres que a su vez
desean m andar a sus hijos precisam ente a la escu ela de otra
nacionalidad, porqu e prefieren a la fidelidad a la propia
etnia las ventajas del bilingüism o, o las de la adh esión a otra
nacionalidad. Perm itir que los padres elijan la escu ela a la
que quieren m andar a sus hijos significa exp o n erlos a toda
clase d e chan tajes. En todas las zonas de lengua mixta la
escu ela es una realidad política de la m ayor im portancia.
No se consegu irá despolitizarla m ientras siga siend o una
institución pú blica y obligatoria. Só lo hay un m edio para
conseguirlo: h acer que el Estado, el g ob iern o , las leyes, no
se o cu p en d e la escu ela y de la instrucción; que el dinero
p ú blico n o se gaste e n esto; que la ed u cació n y la instruc
ció n estén enteram ente en m anos d e los padres y de a so
ciacion es e instituciones privadas.
Es m ejor que una m asa de m u chachos crezca sin ins
tru cción form al q u e se le instruya para q u e lu eg o se le
m ande a dejarse matar o mutilar en la guerra cuando se hace
adulta. Cien v eces m ejor un analfabeto san o que un muti
lado instruido.
165
Sin em bargo, aun cu ando se elim inara la co acció n m o
ral ejercida a través de la escu ela y la instrucción obligato
ria, aún n o se habría h e ch o lo suficiente para elim inar to
dos los puntos de fricción entre las distintas etnias en las
zonas de lengua m ixta. La escu ela es un m edio de op resión
nacional, es tal vez el m edio que p arece m ás peligroso a
nuestra sensibilidad, p ero ciertam en te n o es el único. Cual
quier form a de in jerencia del g o b iern o en la vida e co n ó m i
ca pu ed e convertirse en un m edio de op resión nacional.
D esd e este punto de vista, quien se p reocu p e por m ante
ner la paz d eb e luchar por la lim itación d e la actividad e s
tatal al ám bito en que es ind ispensable en el sentid o más
estricto de la palabra. La p ro tecció n y la salvaguardia de la
libertad, de la vida, de la salud de los individuos y de la
propiedad privada p o r parte del aparato estatal son bien es
irrenunciables. Ya la actividad judicial y de policía dirigida
a estos objetivos puede resultar peligrosa en ám bitos e n que
un m otivo cualquiera para e je rce r un interés d e parte en
actos de oficio resulta prevalente. En general, só lo en los
países e n q u e n o se dan esto s e sp eciales m otivos de co m
portam iento sectario n o hay razón para tem er que un juez
q u e d eb e aplicar las leyes vigentes para proteger la vida, la
salud, la libertad y la propiedad, d eje de adoptar proced i
m ientos im parciales. Pero si p or m otivos religiosos, n acio
nales u otros sem ejan tes se produce entre los distintos gru
pos de p o b lació n una fractura tal q u e exclu y e cu alquier
sentid o d e justicia y d e hum anidad, y só lo d eja od io co m o
últim o residuo, en to n ces la cu estió n cam bia de aspecto. En
este caso, el juez que actúa co n scien tem en te, o m ucho m ás
a m enudo de m od o in con scien te y parcial, piensa incluso
q u e cum ple co n un d e be r suprem o ejercien d o su propia
fu nción al servicio de su propio grupo. Mientras la tarea del
Estado se limita a la p ro tecció n de la vida, de la salud, de la
libertad y de la propiedad, subsiste aún la posibilidad de
166
circunscribir cuidad osam ente las reglas q u e la autoridad y
los ju eces d eb en observar para n o d ejar ningún estrech o
m argen a la libre interpretación o al arbitrio del funcionario
o del juez. P ero si se perm ite al aparato estatal gestionar
d irectam en te una parte d e la p ro d u cció n , llam án d olo a
decidir so b re el em p leo de b ien es d e orden superior, e n
ton ces resulta im posible vincular los p od eres d iscrecion a
les de los adm inistradores públicos a norm as que garanti
ce n d eterm in ad os d e rech o s de los ciu d ad anos. Una ley
penal que d e see castigar los hom icidios pu ed e, en cierta
medida, trazar una línea divisoria entre lo qu d eb e co n si
derarse hom icidio y n o hom icidio, y de e ste m od o m arcar
un límite al área en q u e el m agistrado es libre de usar su
propio juicio. Tod o juez, desde luego, sab e perfectam ente
que la ley más p erfecta puede burlarse e n los casos co n
cretos por interpretaciones, aclaraciones y aplicaciones. Por
el contrario, a un órgano que adm inistra organism os e c o
nóm icos, m inas o b ien es de propiedad pública, au nqu e se
vincule su discrecionalidad a otros criterios gen erales co m o
los q u e discutim os en el capítulo II, só lo se le pu ed en im
partir unas pocas directrices totalm ente genéricas y por tanto
prácticam ente in eficaces, cabalm en te para evitar d ecisio
nes n o im parciales so b re cu estion es controvertidas de in
terés político nacional. En m uchos casos se tien e que dejar
m ano libre a e se órgano por la im posibilidad de valorar con
a n te la ció n las circu n stan cias e fectiv as e n q u e h ab rá de
actuarse, y en to n ces se deja el cam p o libre a la arbitrarie
dad, a los intereses partidistas y a los abusos de la burocracia.
T am bién e n los territorios habitados p or ciudadanos de
distinta nacionalidad se precisa una adm inistración unita
ria. Ciertam ente no se pu ed e p on er en cad a esquina de la
calle, alternativam ente, a un guardia alem án y otro ch e co ,
para que cada u n o d e ellos se o cu p e de los ciudadanos de
su propia nacionalidad. Y aunque pudiera hacerse una co sa
167
tal, surgiría inm ediatam ente el p roblem a de sa be r a quién
corresp ond e intervenir cu and o el m otivo de la intervención
lo o frecieran ciudad anos de am bas nacionalidades. Los in
con v en ien tes que com porta la h om ogen eid ad adm inistra
tiva ciertam ente no pu ed en evitarse. P ero tam p o co d eb en
exagerarse hasta el absurdo las dificultades q u e ya existen
e n el terreno de la p ro tecció n de la vida, de la salud, de la
libertad y de la propiedad, hasta el punto de exten d er la
actividad del Estado tam bién a otros sectores, concretam en
te a aquellos e n q u e por razones intrínsecas es n ecesario
co n ce d e r m ayores m árgenes al arbitrio.
Existen am plios territorios habitados no só lo por ciuda
dan os d e una ú n ica p oblación , raza y religión, sino tam
b ién p or una abigarrada m ezcla de etnias d e toda p ro ce
dencia. Los m ovim ientos m igratorios que inevitablem ente
seguirán a los desplazam ientos de los asentam ientos pro
ductivos irán p o n ien d o a nuevas áreas geográficas ante el
problem a de la prom iscuidad étnica. Si n o se quiere agra
var artificialm ente las friccion es q u e inevitablem ente surgi
rán de tal co h ab itació n , es preciso lim itar el papel del Esta
d o a aquellas fun cio n es que só lo él p u ed e desem peñar.
4. El n a c io n a l is m o
168
cia e n cuestión. O ficialm ente el acto de conquista se justi
ficaba m ediante la co n stru cción m ás o m en os artificial de
una reclam ación jurídica. La cu estión de la identidad na
cional de los habitantes de la provincia interesada ni siquiera
se tom aba e n consid eración.
Sólo para el liberalism o la cu estión del trazado d e las
fronteras estatales se convirtió en un problem a independien
te d e con sid eracion es d e orden militar e histórico-jurídico.
El liberalism o, para el q u e el Estado se basa en la voluntad
de la m ayoría de los individuos que habitan e n un determ i
nado territorio, rechaza todas las razones de ord en militar
que antes se consid eraban decisivas para trazar las fronte
ras del Estado. R echaza el derech o d e conquista, considera
absurdo que se pueda hablar de co n fin es estratégicos, y no
consigu e en absoluto com p ren d er có m o se puede preten
der incorporar un territorio al propio Estado para adueñar
se de un baluarte. El liberalism o n o re co n o ce a ningún prín
cip e el d e rech o h istórico a h ered ar u na provincia. Una
m onarquía en sentido liberal sólo pued e ser tal si es un reino
so b re los individuos y n o sobre un determ inado territorio
del que los hom bres se convierten en sim ples pertenencias.
El so b eran o por la gracia de D ios deriva su título d e un área
geográfica, por ejem p lo «rey d e Francia». Los reyes instala
dos p o r el liberalism o derivan su título n o del territorio sino
del no m b re del p u eb lo so b re el q u e rein an co m o reyes
constitucionales. Y así Luis Felipe tenía el título de «rey de
los fran ceses»; existe un «rey de los belgas», y existió un
«rey de los h elen os».
El lib e ra lism o ha cre a d o la form a ju ríd ica cap az de
expresar la voluntad d e una n ación de p erten ecer o n o a
un determ inado Estado. Esta form a es el plebiscito. A través
del p lebiscito se e stab lece a qué territorio estatal d esean
perten ecer los habitantes de una determ inada zona geográ
fica. P ero aunque se satisficieran todos los presupuestos
169
políticos gen erales (p o r ejem plo, los relativos a la e nseñ an
za) y los de ord en p o lítico -eco n ó m ico para n o reducir el
p lebiscito a una farsa, y au nqu e fuera sin más p osible co n
v ocar en todos los m unicipios plebiscitos so b re la elecció n
del Estado al que se desea pertenecer, y repetirlos siem pre
que hayan cam biad o las circunstancias, quedaría siem pre
un residuo n o resuelto que podría g en erar fricciones entre
las distintas etnias. Verse obligados a p erten ecer a un Esta
d o que n o se d esea — si a esta situación se llega co m o co n
se cu en cia d e un plebiscito— n o es m en os intolerable que
serlo por e fe cto de una conquista militar. Pero resulta d o
blem en te intolerable para qu ien está separad o de la m ayo
ría d e sus conciu d ad anos p or la barrera de la lengua.
P erten ecer a una m inoría nacional significa siem pre ser
ciudadanos de segunda clase. Los d ebates políticos tienen
su instrum ento natural e n la palabra y e n la página escrita,
en los discursos, e n los artículos periodísticos y e n los li
bros. P ero q u ien p erte n e ce a una m inoría lingüística no
dispone de estos instrum entos en la m ism a m edida e n que
d isp one quien habla la lengua-m adre y de u so corriente,
e n la cual se tien en esto s d ebates. Si la o pinión política de
un p u eb lo es el co n d en sad o de las ideas expresadas en su
literatura política, para quien habla una lengua extranjera
la co n d en sació n de estas op in io n es e n form a de ley tiene
una im portancia inm ediata, ya q u e a esta ley d eb e atener
se. Sin em bargo, tiene la sen sació n de estar exclu id o de la
participación activa e n la form ación d e la voluntad del le
gislador, o e n tod o caso de no p od er participar en ella e n la
m ism a m edida e n q u e participan los ciudadanos que co n s
tituyen la m ayoría étnica. D e suerte q u e cu an d o com p are
ce ante el ju ez o el funcionario p ú blico para cualquier dili
gen cia que le atañe, se halla e n presencia de hom bres cuyas
ideas políticas le son ajenas, porqu e se han form ado bajo
otras influencias ideológicas.
170
Pero, aun prescind iendo de tod o esto, la misma circuns
tancia de que los co m p o n en tes de la m inoría tengan que
servirse de una lengua extranjera en los tribunales o en las
oficinas administrativas constituye en m u chos asp ectos un
verdadero obstáculo. Hay una diferencia abism al, para un
acusado, entre la posibilidad de dirigirse al tribunal direc
tam ente en su propia lengua y ser interrogado e n cam b io a
través de un intérprete. P o co a p o co los co m p o n en tes de la
m inoría étn ica em p iez an a sen tirse e n tre e xtran jero s, a
sentirse só lo ciudadanos de segunda clase, au nqu e form al
m ente la ley lo niegue.
Todos estos in convenientes son ya difíciles de superar
en un Estado de d erech o liberal, e n el que la actividad de
gob iern o se limita a la pro tecció n d e la vida y de la p rop ie
dad de los ciudadanos. P ero se h acen intolerables e n un
Estado intervencionista, por no hablar de un Estado so cia
lista. Cuando las autoridades administrativas pued en entro
m eterse en la vida eco n ó m ica a su cap rich o ; cu an d o los
m árgenes d e discrecionalidad en q u e los ju eces y funcio
narios públicos pu ed en tom ar sus d ecisio n es so n tan am
plios q u e e n ellos hay lugar tam bién para los p reju icios
p o lítico s; cu an d o e sto su ced e, q u ie n e s p e rte n e ce n a la
m inoría nacional se sien ten exp u estos a la arbitrariedad y a
la prep oten cia de los funcionarios pú blicos p erten ecien tes
a la m ayoría étnica. Y ya vim os antes q u é significado ad
quiere tod o esto cu an d o tam p oco la escu ela y la Iglesia son
libres sino que están som etidas a las norm as del gobierno.
Aquí es donde hay q u e bu scar las raíces del nacionalis
m o agresivo que actualm ente arrecia por todas partes. Es
un error esforzarse e n recon d u cir los actuales fen óm en os
de hostilidad entre las diversas n acion alid ad es a cau sas
naturales y n o a cau sas políticas. T od os los síntom as de
aversión instintiva entre los p u eb los q u e su elen aducirse
co m o p ru eb a se o b serv an ta m b ién e n el interior de las
171
distintas nacionalidades. El bávaro odia al prusiano y v ice
versa. Entre los franceses y entre los p o laco s el odio entre
d iferentes grupos étn icos n o es m enos fuerte. Y, sin em
bargo, alem anes, polacos y franceses conviven pacíficam en
te e n sus respectivas entidades estatales. Lo que principal
m ente p o n e de relieve la aversión de los p o laco s hacia los
alem anes y viceversa es la aspiración de am bos p u eb los a
ten er el control político de las zonas fronterizas en las que
alem anes y polacos viven co d o co n cod o, y a em plearlo para
ejercer una hegem onía nacional sobre la otra nación. Lo que
ha despertado un od io devastador entre las diversas etnias
ha sido la recíproca voluntad de servirse de la enseñ anza
co m o instrum ento para erradicar de los hijos la lengua de
sus padres, la persecución de la m inoría lingüística por parte
d e los tribunales y de las autoridades administrativas, a tra
vés de las m edidas d e política e co n ó m ica y de las exp ro
p iacion es. Con la inten ción de crear previam ente co n m e
dios violentos co n d icion es favorables a la futura política de
la propia nacionalidad, en los territorios de lengua m ixta se
ha instaurado un sistem a opresivo q u e crea u n peligro para
la paz mundial.
M ientras en los territorios de nacionalidad m ixta n o se
ponga e n práctica íntegram ente el liberalism o, el od io no
podrá m enos de exasp erarse cad a vez m ás y d esen cad en ar
guerras y revueltas perm anentes.
5. E l i m pe r i a l i s m o
172
migos internos y extern os. Y ningún sob eran o podía co n
siderarse bastante rico, porqu e n ecesitab a m edios ingen
tes para m antener a sus ejércitos y pagar a sus seguidores.
Para el Estado liberal la cu estión de la m ayor o m enor
exten sió n de su territorio tien e una im portancia secun d a
ria. La riqueza n o pu ed e adquirirse incorporand o nuevas
provincias, porqu e los «ingresos» que d e e llo se derivarían
serían inevitablem ente contrarrestados p or los costes n e
cesarios para m antener la adm inistración de estos m ism os
territorios. El increm ento del pod er militar n o es esen cial al
Estado liberal, porque n o cultiva planes agresivos. Tal es la
razón de la resistencia q u e o p o n en los parlam entos liberales
a tod os los intentos de aum entar los gastos militares, a toda
política de agresión y a todas las veleidad es anexionistas.
Ciertam ente, la política de paz liberal — que a principios
de los años sesen ta del siglo xix, cu an d o el liberalism o fue
de victoria en victoria, se consid eraba ya consolidada, al
m enos co n resp ecto a Europa— presu p on e la puesta en
práctica generalizada del d erech o de autodeterm inación de
las nacion es. Y para o btenerla fueron n ecesarias ante todo
— frente a la escasa voluntad de las p oten cias absolutistas
de salir de la escen a voluntariam ente— una serie de g u e
rras y de insu rrecciones cruentas. La liquidación del dom i
n io e xtra n je ro e n Italia, la d e fen sa d e lo s a lem an es del
Schlesw ig-H olstein frente al peligro de d esnacionalización,
la liberación d e los p olacos y d e los eslavos balcán icos, sólo
fueron posibles co n la fuerza de las armas.
En un so lo país, entre tantos en los q u e el d erech o de
au todeterm inación había entrado en con flicto co n el orden
p olítico existente, se consigu ió alcanzar una solu ción pací
fica: e n la Inglaterra liberal, q u e co n ce d ió la libertad a las
islas jónicas. En los dem ás, p or todas partes, fueron n e ce
sarias guerras e insurrecciones. De las luchas p or el Estado
alem án surgió el m alhadado co n flicto m od erno fran co-ale
173
m án; la cu estión p olaca qu ed ó sin resolver tras la represión
zarista de la enésim a revuelta; la cu estión balcán ica se re
solvió só lo parcialm ente; y finalm ente, la im posibilidad de
resolver los p roblem as del im perio austro-húngaro por la
o p o sició n de los H absburgo con d u jo al incidente que se
convirtió en la causa inm ediata de la guerra mundial.
El im perialism o m o d ern o se distingue del e x p a n sio
nism o de las m onarquías absolutas por el h e ch o de q ue sus
protagonistas n o so n ya el rey y su linaje, y tam p o co la
nobleza, la burocracia y los militares que piensan e n el rico
botín y saqueo de los territorios conquistados, sino las masas
populares que ven en el im perialism o el m edio más indica
d o para conservar la in d epen d en cia nacional. En el co n
texto de una política antiliberal, q u e am plía las funciones
del Estado hasta n o dejar prácticam ente esp a cio alguno a
una actividad social libre d e la m ano pública, es inútil e s
perar una solución, au nqu e sólo sea parcial, d e los p ro b le
m as políticos d e los territorios e n que conviven diversas
nacionalidades. Si en estos territorios n o se introduce una
adm inistración íntegram ente liberal, n o se podrá hablar ni
lejanam ente de una equ ip aración jurídica de las distintas
etnias. Podrá h aber só lo dom inadores y dom inados. Y sólo
se podrá elegir entre ser y un qu e o m artillo. D e este m od o
la aspiración a un Estado nacional tan fuerte co m o sea p o
sible, y capaz d e exten d er su dom inio a todos los territo
rios de nacionalidad mixta, se convierte en un postulado
indispensable para conservar la propia n ación .
Pero el problem a de los territorios d e lengua m ixta n o
se limita a las zonas de antiguo asentam iento. El capitalis
m o abre a la civilización nuevos países q u e aseguran a la
producción nuevas con d icion es más favorables que las que
existen en la m ayoría de los viejos países. El capital y el tra
b a jo se desplazan a los lugares q u e o frece n las m ejo res
oportunidades. N acen flujos m igratorios que superan todas
174
las m igracion es étn icas an terio res. S ó lo p o ca s n a cio n es
pueden permitirse dirigir sus propios em igrantes a los países
en q u e el pod er político está en m anos de co n n acion ales.
C uando falta esta con d ición , el m ovim iento m igratorio aca
ba reprod uciend o los conflictos que su elen producirse en
tod os los territorios de lengua m ixta. Sin entrar aquí en
m ayores profundidades sobre el p roblem a, pod em os decir
que en este asp ecto la situación de los territorios d e asenta
m iento de Ultramar es distinta de la de los v iejos países
eu rop eos, p ero los con flictos q u e surgen de la difícil co n
dición de las m inorías n acion ales son, e n térm inos g en era
les, los mismos. D el d e seo de evitar a los con n acion ales este
destino nacen, por un lado, el colonialism o, el im pulso a la
conquista de colon ias apropiadas para los asentam ientos
europeos, y p or otro, el proteccionism o, la política e co n ó
m ica que debería proteger de la más agresiva co m p eten cia
exterior la p rod u cción nacional, q u e trabaja en co n d icio
nes m enos favorables, y evitar así la em igración de m ano
de obra. Pero para exten d er al m áxim o el m ercado protegi
do se acab a por exten d er la conquista tam bién a territorios
que n o prevén asentam ientos eu ro p eos. El im perialism o
m od erno em p ezó cabalm en te co n la reacció n político-co-
m ercial de finales d e los años setenta del siglo xix y co n la
carrera de los Estados industriales por los «m ercados» co
loniales en África y Asia.
La exp resió n «liberalism o» para definir la m oderna p o
lítica expansionista se ad optó ante todo co n referen cia a
Inglaterra. En realidad, el im perialism o inglés tendía inicial
m ente n o tan to a in corp orar nu ev os territorios cu an to a
recon d u cir a una unidad p o lítico -com ercial las distintas
p o sesion es som etidas al rey de Inglaterra. Esto respondía a
la situación e sp ecífica de Inglaterra, m adre patria d e los
m ayores asentam ientos coloniales del mundo. Sin em bargo,
los o b jetivos que perseguían los colonialistas ingleses co n
175
la creació n de una unidad aduanera en tre los dom inions y
la madre patria tenían las m ism as finalidades q u e las co n
quistas co lo n iales d e A lem ania, Italia, Francia, B élg ica y
dem ás Estados eu rop eos: la creació n d e pasillos protegi
dos para la exp o rtación de sus m ercancías.
Pero estos grandes objetivos político-com erciales n o los
con sigu ió el im perialism o en ninguna parte. La idea d e la
u nión aduanera pan-británica se q u ed ó e n el papel. Las
zonas anexionad as p o r los Estados eu ro p eos e n las últimas
décadas, y aquellas e n las q ue consigu ieron arrancar algu
nas «co n cesio n es», tienen un peso tan irrelevante en la pro
visión de m aterias prim as y sem ielab o rad o s al m ercad o
m undial y en la paralela abso rció n de productos industria
les por parte d e tales zonas, que ningún vínculo político-
com ercial consiguió producir un cam b io sustancial de la
situación. Para alcan zar los o b jetiv os persegu idos p or el
im perialism o, los Estados n o podían con ten tarse co n o cu
par territorios p oblad os p o r salvajes in cap aces de o p o n er
cu alquier resistencia. Se vieron obligad os a agredir a terri
torios su ficientem ente equipados d esd e el punto d e vista
militar para p od er d efen d erse. Y precisam ente aquí la p o
lítica im perialista sufrió e n todas partes y se prepara para
sufrir una serie de reveses. Por doquier, e n A bisinia, en
M éxico, en el C áucaso, en Persia, e n China, vem os a los
agresores im perialistas e n retirada o por lo m enos ya en
grandes dificultades.
6 . La po l ít ic a c o l o n ia l
176
presidido la política co lo n ial era el de aprovechar la su pe
rior potencia de la raza blan ca so b re los p u eb los de otras
razas. Los eu ro p eos, e n p o sesión de todas las arm as y las
tecn o lo g ías pro p o rcio n ad as p or la civ ilización eu ro p ea,
em igraron para som eter a pueblos más débiles, depredarlos
de sus propied ad es y h acerlos esclavos. Se ha intentado
edulcorar y ocultar los verdaderos m otivos d e la política
colonial tras la m áscara del in o cen te d e seo de h acer q u e
los p u eb los salvajes participen de los b en eficio s de la civi
lización europea. Aun cu an d o hubiera sido ésta la verda
dera intención d e los gob iern o s que se lanzaron a la co n
quista de los continentes lejanos, el liberal n o podría en todo
caso considerarla una razón suficiente para dem ostrar la
utilidad y las ventajas de este tipo de colonización. Si el nivel
eu ro p eo de civilización es realm ente m ás alto (co m o n o so
tros creem o s) que el de los p u eb los prim itivos d e África y
tam bién del muy refinado de Asia, esta superioridad d e b e
ría dem ostrarse ante to d o pred isponiend o a estos pu eb los
a acogerla voluntariam ente. Pero ¿puede h ab er prueba de
ineptitud m ás atroz, para la civilización eu ro p ea, que la de
su incapacidad d e difundirse de otro m od o que co n el h ie
rro y el fuego?
No hay capítulo de la historia m ás ensangren tado que
el de la historia d e la política colon ial. Sin utilidad alguna y
sin ningún fin se vertieron ríos de sangre, fueron devasta
das tierras fértiles, fu eron corrom pidas y exterm inadas po
b lacion es enteras. Es evid ente que to d o esto no pu ed e ser
edulcorad o o justificado en m odo alguno. El dom inio de
los eu rop eo s en África y en partes im portantes de Asia es
un dom inio absoluto, y contrasta de la m anera más estri
dente co n todos los principios del liberalism o y de la d e
m ocracia. No pu ed e haber, por tanto, ninguna duda so b re
la n ecesid ad ind erogable de esforzarse p or su liquidación.
El ú n ico problem a con siste e n p roced er a la liquidación de
177
esta situación insostenible d e la m anera que cau se el m e
nor daño posible. La solu ción más sencilla y radical sería la
de retirar inm ediatam ente los funcionarios, las tropas y los
policías e uro p eos de estos territorios y dejar a sus habitan
tes a su destino. Es sustancialm ente irrelevante que se soli
cite de inm ediato el ab an d o n o de las colo n ias o que tal
solicitud vaya precedida de un p lebiscito de las p o b lacio
nes indígenas n o influido por las autoridades coloniales. No
pu ed e h ab er duda alguna so b re el resultado que tendría un
plebiscito realm ente libre. El d om inio de los e u ro p eos en
las colon ias de Ultramar n o pued e con tar co n la ap roba
ció n de q u ien es lo han sufrido. Las co n secu en cias d e esta
so lu ción radical serían, en un prim er m om ento, la anarquía
o co m o m ínim o una serie ininterrum pida de conflictos en
los territorios evacu ad os p or los eu rop eos. Se pu ed e afir
mar con seguridad que las poblaciones indígenas han apren
dido hasta ahora de los eu rop eos só lo lo p eor y nada b u e
no. Y ésta no es ciertam en te una acu sació n a los indígenas,
sino a los eu rop eos, que n o les han llevado sino lo peor. A
las colonias sólo han llevado armas e instrum entos de m uer
te d e tod o g én ero , han enviado a los individuos p eo res y
m ás violentos co n el cargo de funcionarios o el uniform e
d e militares, im plem entand o un dom in io militar y policial
q u e nada tiene que envidiar, en cu an to a m étod os sangui
narios y despiadados, al sistem a de g o b iern o de los b o lch e
viques. Los eu ro p eo s no pu ed en so rp ren d erse si el mal
ejem p lo que ellos h an dado en las co lo n ias da ahora tam
b ién m alos frutos. En to d o caso , n o tend rían d e rech o a
q uejarse farisaicam ente del b ajo nivel de la moral pública
d e las p o b lacio n es indígenas. Y sería ilegítim o por su parte
afirm ar que éstas estarían aún inm aduras para o b te n e r la
libertad, y q ue para ser dignas de ella necesitan aún un lar
g o periodo de ed u cació n b a jo el látigo de las arm as extran
jeras. Precisam ente esta «educación» es responsable e n par
178
te de las pésim as co nd icio n es e n que hoy se encu entran las
colonias, aunque sus efectos sólo se verán plenam ente tras
la prevista partida d e las tropas y de los funcionarios euro
peos.
Es p robable que haya, en cam bio, q u ien sostenga que
es d e be r de los e u ro p eos co m o raza superior evitar la pre
visible anarquía q u e se extend ería d esp u és d e la evacu a
ció n de las colonias, y m an tener su d om inio colonial p or el
propio interés de las p o b lacio n es lo cales y por su m ism o
bien. Se puede im aginar que para apoyar este argum ento
no se ahorrarán las d escrip cion es som brías de las co n d i
cio n e s e n q u e se en co n tra b an las re gio n e s cen trales de
África y algunas partes d e Asia antes de la instauración del
dom inio eu rop eo. Nos recordarán la caza al esclav o de los
árabes y los esp an tosos e x ce so s a que se aband on aron tan
tos déspotas indios. P ero de lo q u e no hay duda es de que
en e ste argum ento hay m ucha h ip ocresía. Porqu e n o se
pu ed e olvidar, por citar un ejem p lo, q u e el co m ercio de
esclavos en África só lo pudo prosperar porqu e había d es
cen d ien tes de los eu ro p eos en las co lo n ias am ericanas q u e
com praban esclavos. Por lo dem ás, n o pen sam os que sea
el caso de discutir tanto so b re los pros y los contras de esta
argum entación. Si a favor del m antenim iento del dom inio
eu ro p eo en las co lo n ias n o se pu ed e aducir otro argum en
to que el del supuesto interés d e las p o b lacio n es indíge
nas, en to n ces habría q u e decir que cu anto antes se elim ine
este d om inio m ejor será. Nadie tien e d erech o a m eterse en
los asuntos de otro para prom over su bien, y nadie, cu an
do piensa en su propio interés, debería fingir q u e obra no
para sí sino sólo en interés de otro.
A favor del m antenim iento de la influencia europea en
los territorios coloniales hay, e n cam bio, un argum ento muy
distinto. Si los eu ro p eos n o hubieran nu n ca som etid o las
co lo n ias tropicales a su soberan ía, y si n o hubieran co n s
179
truido una b u en a parte de su sistem a e co n ó m ico sobre la
adquisición de m aterias prim as de las zonas tropicales y de
productos agrícolas de los territorios de Ultramar pagados
co n productos industriales, hoy se podría discutir tranqui
lam ente si es oportu no o n o introducir a estos territorios en
el circuito de la eco n o m ía m undial. P ero las co sas n o están
así, por el sim ple h e ch o de que todos estos territorios se
vieron forzados por la colo n izació n a entrar en el ám bito
de la econ om ía m undial. G ran parte d e la econ om ía euro
pea se basa hoy e n la inclusión de África y d e vastas zonas
d e Asia e n la e co n o m ía m undial co m o p ro v eed o ras de
m aterias primas de toda clase. Estas m aterias primas no son
arrancadas por la fuerza a las p o b lacio n es de estos territo
rios, ni se entregan co m o tributo, sino qu e se cam bian por
productos industriales eu ro p eos, y por tanto en un inter
cam bio voluntario. Las relaciones n o se basan, pues, e n una
ventaja unilateral; la utilidad es recíproca, y los habitantes
d e las co lo n ias o btien en ventajas lo m ism o q u e los habi
tantes de Inglaterra o de Suiza. La interrupción de estas re
lacio n es tendría por e llo graves co n secu en cia s econ óm icas
tan to para Europa co m o para las propias co lo n ias, las cu a
les exp erim en tarían una n o tab le re d u cció n en su te n o r de
vida. Si es cierto q u e la len ta e x te n sió n d e las relacio n es
e co n ó m ica s a to d o el plan eta y el d esarrollo gradual de la
e co n o m ía m undial están entre las fu en tes m ás im portan
tes del au m en to de riq u eza e n los ú ltim os 150 añ o s, e l
d esm an telam ien to p recip itad o de estas re la cio n es co m e r
ciales constituiría una catástro fe e co n ó m ica m undial sin
p reced en tes, q ue p or su e xten sió n y e fectos superaría co n
m u ch o a la crisis ligada a las co n se cu en cias e co n ó m icas
d e la guerra m undial. ¿Es realm en te n e cesa rio reducir ul
terio rm en te el b ien e star de Europa y d e las co lo n ias ju n
tam en te, co n tal de co n c e d e r a las p o b la cio n e s ind ígenas
u n a p o sib ilid a d d e a u to d e te rm in ació n p o lítica q u e e n
180
a bso lu to las llevaría a la libertad , sin o só lo a cam b iar de
amo?
Tal es el criterio decisivo que hay que adoptar cu and o
se trata de abordar las cu estio n es de política colonial. Los
funcionarios, las tropas y los policías e uro p eos d eb en per
m an ecer e n las co lo n ias m ientras su presen cia sea n ece sa
ria para m antener en pie los presupuestos jurídicos y polí
ticos ind ispensables para asegurar la participación d e los
territorios colon iales en el co m ercio internacional. Hay que
asegurar a las colon ias la posibilidad d e practicar el com er
cio, la industria y la agricultura, de explotar las m inas y lle
var los productos lo cales m ediante el transporte ferroviario
y fluvial a las costas para lu ego encam inarlos hacia Europa
y Am érica. Preservar esta posibilidad es interés de todos,
no só lo de los habitantes de Europa, de A m érica y de Aus
tralia, sino tam bién de las propias p o b lacio n e s de Asia y de
África. Mientras las p oten cias co lo n iales se lim iten a esto y
no vayan más allá, nada podría o bjetarse hoy a sus activi
dades en las colonias incluso desde el punto de vista liberal.
P ero todos sabem os lo m u cho que han p ecad o contra
este principio todas las p oten cias co lo n iales. No es p reciso
recordar los horrores narrados por cronistas dignos d e fe
en sus inform es sobre el Congo. Esperem os que estos h o
rrores n o hayan sido un acto inten cio n ad o del g o b iern o
belga, y q u e haya que atribuirlos solam en te a los e x ce so s y
a la pésim a calidad d e los funcionarios enviados al C ongo.
Pero el h e ch o m ism o d e que casi todos los Estados co lo
niales hayan instaurado en las colon ias un régim en de p o
lítica colonial q u e asegura una p osición de privilegio a las
m ercancías d e la m adre patria, dem uestra q ue e n la políti
ca colon ial h oy p revalecen criterios totalm ente distintos de
los q u e deberían dom inar e n este cam po.
Para arm o n izar los in terese s d e E u rop a y d e la raza
blan ca co n los de las zonas de co lo r e n lo que resp ecta a la
181
adm inistración eco n ó m ica d e las colon ias, habría que co n
fiar a la Sociedad de N aciones la supervisión de la adm inis
tración d e todos los territorios d e Ultramar en los que no
existe una constitu ción parlam entaria. La Socied ad de Na
cio n e s d eb ería vigilar la co n ce sió n e n breve plazo d e la
autonom ía adm inistrativa a todos los territorios que aún no
la p o seen , y la lim itación de la influencia de la m adre patria
e n m ateria de garantía de la propiedad, de los d erech os
person ales de los extran jeros y de las relaciones com ercia
les. Habría que conced er, tan to a las p o b lacio n es indíge
nas co m o a los extran jeros resid entes e n las co lo n ias, el
d erech o a apelar inm ediatam ente a la Socied ad de N acio
n es siem pre que una m edida de la m adre patria exced iera
los lím ites estrictam ente n ecesarios para garantizar la se
guridad del co m ercio y de la actividad eco n ó m ica de esos
países. Y a la Socied ad de N aciones habría q u e co n ced erle
el d erech o a atend er estas reclam aciones.
La puesta en práctica de estos principios transform aría
a todos los territorios de Ultramar d e los Estados eu rop eos
en otros tantos m andatos de la Sociedad de N aciones. Pero
tam bién esto debería consid erarse só lo co m o un estadio
transitorio. El o bjetiv o últim o d eb e ser la total em ancipa
ció n d e las colon ias del régim en d esp ó tico a q u e hoy están
som etidas.
Esta solución d e un problem a ya difícil de p o r sí, y que
cad a vez lo será más e n el futuro, d ebería satisfacer n o sólo
a los pu eblos e uro p eos y am ericanos q u e no tien en p o se
siones coloniales, sino tam bién a las dos partes directam ente
interesadas, los colonizad ores y los colonizados. Las p oten
cias colon iales d eberían com p ren d er q u e a la larga no p o
drán conservar su dom inio en las colonias. Las p o b lacio
n e s in d ígen as h an ad qu irid o su a u to n o m ía g racias a la
p en etración del capitalism o; la distancia cultural entre sus
clases altas y los oficiales y funcionarios de la adm inistra
182
ción colonial ha d esaparecid o, y b ajo el perfil militar y p o
lítico la distribución del pod er es h o y muy distinta de la que
aún existía e n la pasada gen eración. El intento d e las p o
tencias europeas, de Estados Unidos y de Ja p ó n de tratar a
China co m o un territorio colonial ha fracasado. En Egipto
los ingleses están ya en retirada, y en India están e n posi
ción d e resistencia. Es sabid o, p or otra parte, que los Países
B ajo s n o están e n co n d icion es de m an tener el archipiélago
indio e n caso de un ataqu e serio. Y lo m ism o pued e decir
se de las co lo n ias francesas e n África y Asia. Los am erica
nos n o están con ten tos co n los filipinos y estarían dispues
tos a d esh acerse de ellos en la prim era o ca sió n favorable.
El p o n er a las colon ias b a jo la p ro tecció n de la Socied ad de
N aciones garantizaría a las potencias colon iales la p osesión
íntegra de sus inversiones y evitaría sacrificios inútiles para
reprimir insurrecciones. Las poblaciones indígenas, a su vez,
deberían celebrar co n gratitud la o casió n d e o b te n e r la in
dep en d en cia por una vía pacíficam ente evolutiva, y al m is
m o tiem po la garantía d e q u e ningún p u eb lo colind ante
anim ado de eventuales in ten cion es de conquista am ena
zará e n el futuro su autonom ía política.
7. E l l ib r e c o m e r c io
183
de la política librecam bista, h oy triunfa el proteccionism o.
D ía tras día el principio de la autarquía nacional gana n u e
v os adeptos. Incluso Estados co n p o co s m illones de habi
tantes, co m o Hungría y la R epública C h ecoeslov aca, tratan
de hacerse ind epend ientes d e las im portaciones exteriores
co n una política de altos aran celes proteccionistas y prohi
b icion es de im portación. En Estados Unidos la política de
co m ercio exterior se basa e n la idea de im poner a todas las
m ercancías producidas e n el exterior a costes inferiores un
arancel equivalente al d iferencial d e co ste. El asp ecto gro
tesco de sem ejan te idea está en el h e ch o de q ue todos los
Estados piensan reducir así las im portaciones y aum entar
al m ism o tiem po las exp o rtacion es. P ero el ú n ico resultado
d e esta política ha sido la red ucción de la división interna
cional del trabajo y p or tanto el d esce n so g eneralizado de
la productividad; y si esto n o se m anifiesta a la luz del sol
es sim plem ente porqu e los progresos de la econ om ía cap i
talista son aún su ficientem ente grandes para com pensarlo.
P ero es claro que hoy todos serían más ricos si, d ebid o a la
política p ro teccio n ista, la p rod u cció n n o fuera artificial
m en te desviada de las zo n as e n q u e las co n d icio n es de
p rod u cción lo cales so n más favorables a aquellas e n que
lo so n m enos.
En un régim en de plena libertad de m ercad o la asigna
ción del capital y del trabajo se dirigiría en cam bio a las zonas
e n q u e se o frecen las co n d icion es de p rod u cción m ás fa
vorables. Y así, a m edida que se p erfeccio n an los m edios
de transporte, m ejora la tecnología y un m ejor conocim iento
d e nuevos países q u e se abren al m ercado, em erge la rea
lidad de áreas d e p ro d u cció n m ás favorables que las ya
explotad as. Y allí se traslada la producción. Esta tend encia
a trasladarse desde las áreas e n q u e las co n d icion es de pro
ducción son m enos favorables a aquellas e n q ue lo son m ás
es típica del capital y del trabajo.
184
P ero estas m igraciones de capital y de trabajo presupo
n en no sólo una com pleta libertad d e cam b io sino tam bién
una au sencia de barreras que im pidan la m ovilidad del ca
pital y del trab ajo d e un país a otro. Este presupuesto no
existía cu and o se e la b o ró la doctrina clásica del libre cam
bio. Toda una serie de obstáculos se interponían e nto n ces
a la movilidad n o só lo del capital sino tam bién d e los traba
jadores. Los capitalistas evitaban invertir sus capitales en el
exterior, ya sea por el e sca so co n o cim ien to de las situacio
nes, ya sea p or la gen eral inseguridad jurídica y por otras
razones análogas. Y los trabajadores, por su parte, n o te
nían la posibilidad de d ejar su país por todas las dificulta
des de orden jurídico, religioso y d e otro tipo q u e e n co n
trarían e n e l n u ev o p aís, e n p rim er lu gar la len gu a. La
distinción introducida e n la teoría e co n ó m ica entre co m er
cio interior y co m ercio exterior sólo pu ed e ten er una justi
ficación en la circu n stan cia d e q u e el presup uesto de la
perfecta m ovilidad del capital y del trabajo existía para el
m ercado interno pero n o para el m ercad o entre varios Es
tados. El problem a al q ue la teoría clásica d ebía dar una
respuesta es el siguiente: ¿cuáles so n los e fectos del libre
cam b io internacional d e las m ercancías si la m ovilidad del
trabajo y del capital de un país a otro se obstaculiza? La res
puesta la dio la teoría ricardiana en los siguientes térm inos:
los distintos sectores de producción se distribuyen entre los
distintos países de tal m anera que cada uno de ellos se aplica
a producir aquellas co sas en las q u e sab e q u e p o see una
clara su p eriorid ad so b r e los d em ás. Los m ercan tilistas
tem ían que un país q u e dispusiera d e co n d icion es de p ro
d u cción m enos favorables im portaría m ás d e lo q u e exp o r
taría, depau peran d o así las arcas del tesoro. Para contra
rrestar eficazm ente esta desgraciada eventualidad, pedían
la im posición de aran celes protectores y p roh ibicion es de
im portación. La doctrina clásica d em ostró lo infundado de
185
los tem ores m ercantilistas. C on una dem ostración brillan
te, p erfecta e in con fu n d ible — y q u e d e h e ch o nad ie ha
rechazado— teorizó q u e incluso un país que e n todos los
sectores productivos disponga de co nd icio n es m enos fa
vorables que los dem ás, n o d eb e e n m od o alguno tem er
exportar m enos de lo q ue im porta, ya que tam bién los paí
ses que d isp onen de co n d icion es m ás favorables acaban
inevitablem ente co n sid eran d o v en tajo so im portar de los
países co n co nd icio n es de p rod u cción m enos favorables
aquellos artículos en cuya p rodu cción serían acaso su pe
riores, p ero n o tanto co m o lo son e n los otros artículos en
los q u e han term inado p or especializarse.
En una palabra, al h o m b re p o lítico la d octrina libre
cam bista clásica le d ice lo siguiente: existen países en los
que las co n d icion es de prod u cción naturales son m ás fa
vorables, y otros e n q u e lo so n m enos. La división interna
cional del trabajo h a ce que esp on tán eam en te, y por tanto
tam bién sin intervención d e los gob iern o s, cada país, co n
in d epend encia d e sus co n d icion es de prod u cción, acab e
hallando su propia co lo cació n en la com unidad intern acio
nal del trabajo. Sin duda, los países dotados de co n d icio
n es de p rod u cción m ás favorables serán m ás ricos, y los
otros más p obres; p ero ésta es una realidad que ninguna
política podrá cam biar, porqu e es una co n se cu en cia inevi
table de la diversidad d e los factores naturales de produc
ción.
Tal era la situación frente a la q u e se en co n tró el viejo
liberalism o, y a la q u e respon d ió cabalm en te co n la doctri
na clásica del libre cam bio. P ero d esd e los tiem pos de Ri
cardo la situación m undial ha cam biad o n otablem ente, y
aquella frente a la cual se encontró la doctrina librecam bista
en los últim os sesen ta años antes del estallido de la [prime
ra] guerra m undial era com p letam en te distinta de la que
había tenid o q u e afrontar a finales del siglo xvm y princi
186
pios del xix, ya q u e el siglo xix m ientras tan to había en par
te elim inado las barreras que al principio se habían inter
puesto a la p erfecta m ovilidad del capital y del trabajo. En
efecto, resp ecto a los tiem pos de Ricardo, invertir capital
en el exterior se había h ech o m u cho m ás fácil. La certeza
del d erech o había aum entad o claram ente, el co n o cim ien
to d e los países, d e los usos y costum bres extran jeros se
había am pliado, y la socied ad anónim a ofrecía la posibili
dad d e repartir entre una pluralidad d e su jetos y por tanto
reducir el riesgo em presarial en países lejanos. Sería sin duda
exagerad o decir q u e a principios del siglo x x la m ovilidad
del capital e n el m ercad o internacional era igual a la ex is
tente dentro de cada Estado. Las diferen cias eran aún nota
bles y tam bién eran bastante con ocid as, p ero en tod o caso
n o era ya p o sib le partir d e la idea de que el capital se detu
viera e n las fronteras del Estado. Y m en os aún podía apli
carse esto a la fuerza de trabajo. En la segunda mitad del
siglo x ix m illones de e u ro p e os d ejaron su país para e n
co n trar m ejo res p o sib ilid ad es e co n ó m icas e n tierras d e
Ultramar.
Una vez desaparecida la co n d ición de inm ovilidad del
capital y del trabajo contra la que ch o cab a la teoría libre
cam bista clásica, tam bién perdía valor n ecesariam en te la
distinción entre los distintos efectos del libre m ercad o inte
rior y exterior. C uando el capital y el trabajo pu ed en em i
grar librem ente al exterior, desaparece la legitim idad de esa
distinción, y para el m ercad o exterior vale lo dicho para el
m ercado interno, es decir, q ue el libre co m ercio co n d u ce a
explotar exclusivam ente las condiciones d e producción más
favorables y a aband on ar las m enos favorables. D e los paí
ses q u e disponen de m en ores oportunidades productivas,
el capital y el trabajo se desplazan a aquellos e n que las
mismas son m ayores, o sea, en térm inos aún más exp líci
tos, el capital y el trabajo salen de los viejos países e uro
187
p eos densam ente p oblad os y se trasladan a los territorios
de Am érica y de Australia, q u e o frece n m ejores co n d icio
nes d e producción. H istóricam ente, para los pu eb los euro
p eos, q u e adem ás de los viejos territorios de asentam iento
europeos poseían tam bién los de Ultramar, apropiados para
el asentam iento de los eu rop eos, e sto se tradujo en un sim
ple trasvase de una parte de la p o b lació n a eso s territorios;
para Inglaterra, por ejem plo, significó sim plem ente, para
una parte de sus hijos, ir a estab lecerse en Canadá, Austra
lia o Sudáfrica. Los em igrados que h abían d ejad o Inglaterra
podían seguir siend o ciudadanos del Estado inglés y perte
n ecien d o a su nación despu és de estab lecerse e n el extran
jero. Distinta fue la situación de Alemania. El alem án qu e
em igraba llegaba a un Estado extran jero a todos los e fe c
tos, entre ciudadanos de una n ación extranjera; se con v er
tía en ciudad ano de un Estado extran jero, y se podía su po
ner que a la vuelta de una, dos o a lo sum o tres gen eraciones
perdería tam bién la identidad étnica alem ana, asim ilándo
se a una n ación extranjera. Así pues, Alem ania se en co n tró
ante el dilem a de ten er que asistir pasivam ente o n o al é x o
d o d e una parte de su capital y de sus hijos a tierras extran
jeras.
No hay, pues, q u e caer en el error de pensar que el pro
blem a p olítico-com ercial frente al cual se hallaron Inglate
rra y Alem ania en la segunda mitad del siglo xix era idénti
co. Para Inglaterra se trataba sim plem ente de aceptar o no
que una parte de sus hijos em igrara a los dom inions, y no
h abía m otivo algu no para im pedirlo. Para A lem ania, en
cam bio, el problem a consistía e n tolerar o n o la em igración
de alem anes a las co lo n ias británicas, a Sudam érica y otros
países, dando por d escontad o que estos em igrantes renun
ciarían co n el tiem po a su ciudadanía y a su identidad étnica,
lo m ism o que ya habían h e ch o en el pasad o cen ten ares de
m iles e incluso m illones d e alem anes em igrados. Y co m o
188
no había in ten ción alguna de tolerar un h e ch o d e este g é
nero, el R eich alem án, que en los años sesen ta y setenta se
había acercad o gradualm ente al libre com ercio, a finales de
los añ o s seten ta p a só d e n u ev o al p ro teccio n ism o para
defen der la agricultura y la industria alem anas de la co m
p etencia extranjera. Al am paro de los aranceles, la agricul
tura alem ana consigu ió en cierta m edida co n ten e r la co m
p etencia de la agricultura del Este eu rop eo y transoceánica,
favorecida p or tierras m ejores; la industria alem ana, por su
parte, consiguió form ar una serie de carteles q u e m antu
vieron los p recios por encim a de los d e m ercad o y le per
m itieron, co n los ben eficio s obtenid os, vend er e n el extran
jero a p recio s del m ercad o m undial y a v ece s in clu so a
precios inferiores.
P ero fue im posible o b te n e r aquel éxito definitivo q u e la
política com ercial esp erab a d e la vuelta al proteccionism o.
Cuanto más aum entaban e n A lem ania el co ste de la vida y
los co stes de prod u cción d ebid o p recisam ente a los aran
ce le s protectores, tanto m ás se agravaba la situación políti
co-com ercial. Es cierto que Alem ania tuvo la posibilidad,
en las prim eras décad as de la nueva era político-com ercial,
de p o n e r e n m archa una p od erosa exp an sión industrial.
Pero esta exp an sión se habría producido tam bién sin pro
teccionism os, p orqu e era prevalentem en te fruto de la in
troducción de nuevos proced im ientos e n la industria side
rúrgica y q u ím ica , q u e p e rm itiero n a tod a la ind ustria
alem ana aprovechar m ejor los grandes recursos naturales
del su elo alem án.
La situación político-com ercial actual se caracteriza por
el h e ch o de que la política antiliberal, q u e ha elim inado la
libre circulación del trabajador en el m ercado internacio
nal y ha som etid o a restriccion es n otab les la m ovilidad del
capital, e n cierta m edida ha h e ch o d e sce n d e r de nu ev o
aquella diferencia en los presupuestos del m ercado inter
189
n acional que existía entre co m ien zo s y final del siglo xix.
D e nuevo se obstaculiza la movilidad del capital y so b re
tod o de la fuerza de trabajo. Un m ercado libre de m ercan
cías, e n e stas co n d ic io n e s, n o d e se n ca d e n a ría o le ad a s
migratorias, sin o q ue induciría una vez más a las distintas
naciones a especializarse en las actividades productivas para
las que existen en casa las co n d icion es objetivas relativa
m ente m ejores.
Pero sea cual fuere la realidad de los presupuestos del
co m ercio internacional, los aran celes protectores sólo pu e
den ob ten er un resultado: q u e ya n o se produce allí donde
las co n d icion es naturales y sociales son m ejores, sino en
otra parte, es decir, dond e esas co n d icion es son peores. Las
políticas proteccionistas, pues, tien en siem pre co m o e fe c
to la dism inución del producto del trabajo hum ano. El par
tidario del libre cam b io n o pretende e n absolu to negar que
el m al q u e los p u eb lo s q u ieren com batir co n la política
proteccionista sea, e n efecto , un mal. Sostiene sólo q u e los
m edios adoptados por los im perialistas y p or los p rotec
cionistas n o so n ad ecu ad os para elim inar ese mal, y por
tanto p ro p o n e a su vez otra vía. El h ech o d e que pu eb los
co m o el alem án o el italiano hayan sido considerados las
cen icien tas del reparto del m undo, obligando así a sus hijos
a em igrar a p aíses cuyas co n d icio n es p olíticas ilib erales
h a ce n q u e tengan q u e aband on ar su nacionalidad, es una
de esas co n d icion es del ord en am iento actual de las rela
cio n es entre los Estados qu e el liberalism o quiere cam biar,
porqu e só lo así pu ed en cam biarse los presupuestos de una
paz efectiva.
190
8 . La l ib e r t a d d e c ir c u l a c ió n
191
socied ad basada en la propiedad privada de los m edios de
p rod u cción que cada uno pueda trabajar y consum ir d on
de m ejor le parezca. Este postulado se h ace negativo sólo
cu an d o se o p o n e a las fuerzas que tratan de limitar la libre
circu lación de los individuos. Y así el d erech o de libre cir
cu lación ha experim en tad o a lo largo del tiem po un cam
b io radical. En los siglos xvm y xix, cu and o surgió y se d e
sarrolló, el liberalism o h u b o de luchar por la libertad de
em igración. En aquella é p o ca tuvo q u e batirse contra las
leyes que im pedían a los habitantes del cam p o trasladarse
a la ciudad, y castigaban duram ente a quien quería dejar su
propia patria para bu scar e n el exterio r una suerte mejor,
m ientras que en general n o se obstaculizaba y se d ejaba
plena libertad a la inm igración.
Hoy, co m o es sabido, las co sas han cam biado. Se em
p ezó h ace unas d écadas prom ulgando algunas leyes co n
tra la inm igración de asiáticos y ch in os, y h oy e n tod os los
Estados del m undo m ás exp u esto s a la inm igración existen
leyes más o m enos rigurosas que la prohíben absolutam ente
o la restringen drásticam ente.
La política dirigida a la lim itación de la inm igración d eb e
considerarse desde un d o b le punto d e vista: co m o política
de los sindicatos y com o política de proteccionism o nacional.
El ú n ico in stru m en to q u e lo s sin d icato s tie n e n para
influir en interés propio en el m ercad o de trabajo — si pres
cindim os del uso de los m edios coactivos co m o la organi
zación forzosa d e todos los trabajadores, la huelga obliga
toria y el b o ico t duro con tra q u ien q u iere trab ajar— es
restringir la oferta de m ano de obra. P ero co m o los propios
sindicatos n o tien en la posibilidad de reducir el núm ero de
trabajadores q u e viven en el m undo, la única posibilidad
q u e les queda es reducir el núm ero d e trabajadores en un
secto r industrial o e n un país, a costa de los trabajadores de
otros sectores o de otros países. Y el instrum ento es preci-
192
sám ente el b lo q u eo d e la inm igración. O bstruir el a cceso a
un secto r industrial por parte de otros trabajadores que vi
ven e n el m ism o país só lo es p osible hasta cierto punto por
evidentes m otivos políticos prácticos. En cam bio, cerrar las
fronteras a la inmigración exterior no es políticam ente difícil.
En Estados Unidos las co n d icion es de prod u cción natu
rales son m ás favorables que en algunas grandes áreas eu
ropeas, y por consigu ien te es allí m ás elevada la producti
vidad del trabajo y so n m ás altos los salarios. Si existiera
lib ertad d e circu lació n , m u ch o s tra b a ja d o res e u ro p e o s
em igrarían e irían a bu scar trabajo a Estados Unidos. Pero
las leyes am ericanas so b re inm igración h ace n tod o lo p osi
ble para frenar este p ro ceso. D e este m od o el salario se
m antiene en Estados Unidos por encim a del nivel al q u e se
establecería si existiera p len a libertad de inm igración, y en
Europa por d eb ajo de e se nivel. Por una parte se ben eficia
el trabajador am ericano, p or otra pierde el europeo.
P ero sería erró n eo considerar los e fectos de las restric
cio n es a la libertad de circu lación só lo d esd e el punto de
vista del e fecto d irecto sobre el salario. Estos e fectos van
m ucho más allá. Gracias al e xce so relativo de oferta de m ano
de o bra en áreas e n q u e las co n d icion es de p rod u cción son
m enos favorables, y a la relativa caren cia d e trabajadores
en las áreas en q u e lo son más, habrá una m ayor exp an sión
de la produ cción e n las prim eras y una m ayor con tracción
en las segundas resp ecto a una hip otética situación de p le
na libertad d e circulación. Los e fectos de las restriccion es a
la libertad d e m igración son, pues, idénticos a los p rovoca
dos por el proteccionism o. Tales efectos com portan, en una
parte del m undo la im posibilidad de exp lotar oportunida
des d e producción m ás favorables, y en otra parte del m is
m o la necesidad de explotar oportunidades de prod u cción
m enos favorables. D esd e el punto de vista de la colectivi
dad hum ana en su conju nto, esto se traduce en una reduc
193
ció n de la productividad del trabajo hum ano, de la riqueza
material disponible.
Los intentos de justificar las restriccion es a la inm igra
ció n basánd ose en criterios eco n ó m ico s están de entrada
co n d en ad o s al fracaso. Las restriccion es a la inm igración
— y so b re esto n o existe la m en or duda— red ucen la pro
ductividad del trabajo hum ano. Al im pedir la inm igración,
los sindicatos d e Estados Unidos o de Australia, co n tal de
o bte n e r unas v entajas sectoriales, van n o só lo contra los
intereses de los trabajadores de otros países, sino tam bién
contra los del resto d e la hum anidad. Y queda por ver ad e
m ás si el eventual aum ento general de la productividad del
trabajo hum ano inducido p or la institución d e la plena li
bertad de circulación no sea tal que co m p en se tam bién las
p osibles pérdidas q u e los afiliados a los sindicatos am eri
can o s y australianos experim entarían co m o co n secu en cia
d e la inm igración de trabajadores extranjeros.
Pero los trabajadores de Estados U nidos y de Australia
n o podrían limitar la inm igración si n o dispusieran de un
ulterior argum ento para justificar su m od o de obrar. Toda
vía hoy la fuerza de ciertos principios e ideas liberales es
tan grande q u e para com batirlos se recurre al exp ed ien te
de co lo ca r por encim a del o bjetiv o de la m áxim a rentabili
dad un su p u esto in terés su p erior y m ás im portante. Ya
hem os visto có m o el proteccion ism o se ha justificado ale
gand o superiores razones nacion ales. Y superiores intere
ses n acionales se h an aducido tam bién co m o argum ento a
favor de las restriccion es a la inm igración.
Una vez co n ced id a plena libertad d e inm igración — se
so stie n e — aflu irán a A ustralia y a A m érica o lea d a s de
inm igrantes p ro ce d en te s d e las áreas su p erp ob lad as de
Europa. Y serán tan n um erosos que será inútil esperar su
asim ilación nacional. Si en el pasad o los em igrantes a Esta
dos U nidos aprendieron inm ediatam ente la lengua inglesa
194
y asim ilaron los usos y costum bres am ericanos, el fen ó m e
n o podía atribuirse en parte al h e ch o d e q u e en to n ces los
em igrantes n o eran tan n um erosos y n o llegaban todos a
un tiem po. Los p equ eñ o s grupos de em igrantes que se dis
tribuían por tod o el inm enso territorio am ericano se disper
saban muy pronto e n el gran am asijo de etnias existentes, y
el em igrante individual estaba ya asim ilado cu and o los gru
pos sucesivos de inm igrantes p onían p ie p or prim era vez
en su elo am ericano. U n o de los presupuestos m ás im por
tantes de la asim ilación nacional, e n e fecto, era en to n ces el
núm ero no excesiv o de emigrantes. H o y — se afirma— todo
esto sería distinto, se corre el peligro de destruir el predo
m inio, o, por m ejor decir, la dictadura d e la nacionalidad
anglosajona en Estados Unidos. El peligro mayor, e n este
sentido, lo constituiría una masiva inm igración de elem en
tos m ongólico-asiáticos.
P rob ablem en te esto s tem ores, e n lo que respecta a Es
tados Unidos, so n exagerad os. Pero de seguro que n o lo
so n para Australia. Australia tien e ap roxim ad am en te e l
m ism o núm ero de habitantes que Austria. Pero su superfi
cie geográfica es cien v ece s m ayor y sus recursos naturales
son seguram ente m ás abundantes q u e los de Austria. Si se
liberalizara la inm igración en Australia, se pu ed e co n jetu
rar co n am plio m argen de probabilidad que su p oblación
en p o co s años estaría form ada prevalentem ente por jap o
neses, chinos, m alayos y co olies.
El re celo que e n tod o el m undo siente la mayoría de los
hom bres resp ecto a quien p erten ece a otra nacionalidad, y
sobre todo a una raza d iferente, es tan grande q u e se co m
prende la neta op o sició n a la idea de hallar un com prom iso
p acífico so b re esto s con trastes. Es difícil p en sar q u e los
australianos perm itirían voluntariam ente la inm igración de
e uro p eos q u e no p erten ecieran a la n ación inglesa, y se
exclu ye absolutam ente q u e pued an perm itir a los asiáticos
195
bu scarse un trab ajo y esta b lece rse en su con tin en te. Los
australianos de origen inglés insisten e n que la conquista
inicial de estas tierras por parte de los ingleses confiere a la
n ación inglesa para tod a la etern id ad el privilegio d e la
p o sesión exclusiva d e to d o el con tin en te. Pero los ciuda
dan os de las dem ás n acion es del m undo n o tien en ningu
na intención de disputar a los australianos esta su posesión.
C onsideran solam ente injusto q u e los australianos no les
perm itan aprovecharse en Australia de co nd icio n es actual
m ente n o utilizadas, obligánd oles a aprovechar co n d icio
nes de prod u cción m ás d esfavorables en su patria.
A ctualm ente los térm inos de este co n ten cio so , tan im
portante para el destin o del m undo, p orqu e de su solución
d ep en d e el ser o n o ser de la civilización, son los siguien
tes: p or una parte, hay d ecen as, m ejor dicho, cen ten ares
d e m illones de eu rop eo s y de asiáticos q ue se ven obliga
d os a trabajar e n co n d icion es de p rodu cción m ás d esfavo
rables q u e las que podrían en con trar e n los territorios ah o
ra cerrados a su entrada. Éstos piden que se abran las puertas
del paraíso pro h ib id o, p o rqu e co n e llo se p ro m eten un
aum ento de la productividad de su trabajo y por tanto un
m ayor bienestar. En el fren te o p u esto están los q u e son
felices de p o seer la tierra q u e tien e las co n d icion es m ás
favorables de producción. Si son obrero s y n o propietarios
d e m edios de producción, n o q uieren que desaparezcan
los altos salarios que les garantiza su p osición . Pero la na
ció n e n su co n ju n to es unánim e en tem er la inundación de
extranjeros. Tem e p od er convertirse un día en m inoría en
su propia casa, y ten er que sufrir a tal punto los horrores de
la p ersecu ción nacional a la que hoy, p or ejem plo, están
exp u estos los alem anes en la R epública C h ecoslovaca, en
Italia y en Polonia.
La legitim idad de estos tem ores es incontestable. La ple
nitud d e p o d eres d e q u e h o y g oza el Estado n o p u ed e
196
m enos de inducir a una minoría n acion al a tem er lo p eo r
por parte de una m ayoría de nacionalidad distinta. M ien
tras se co n sien ta q u e el aparato estatal ten ga los plen o s
poderes que hoy tien e y que la opinión pú blica le re co n o
ce , la sola idea d e ten er q u e vivir en un Estado cuyo g ob ier
no está en m anos de hom bres de distinta nacionalidad es
terrorífica. Es terrible vivir en un Estado en el q u e la m ayo
ría dom inante te e xp o n e e n todo m om en to a una p ersecu
ció n q u e se o cu lta b a jo una ap arien cia d e legalidad. Es
terrible ser rechazados ya en la escu ela a causa de la p erte
n en cia étnica, y no o b te n e r justicia ante cu alquier tribunal
o autoridad adm inistrativa porque n o se form a parte d e la
nacionalidad dom inante.
Si se mira el co n flicto desde este punto de vista, parece
que n o existe otra solu ción q ue la violenta de la guerra, en
la cual probablem en te la nacionalidad m ás débil num éri
cam en te sería derrotada y, p or ejem p lo , las p o b lacio n es
asiáticas q u e ascien d en a cien tos de m illones lograrían e x
pulsar de Australia a los d escen d ien tes de la raza blanca.
Pero n o querem os aband on arn os a sem ejan tes conjeturas.
Una co sa es cierta: guerras de este tipo — suponiendo, na
turalm ente, q u e un problem a de tal envergadura n o se v en
tilaría con u n a sola guerra— cond u cirían inevitablem ente
a la m ás espantosa catástrofe de la civilización.
Es, pues, claro que una solución del problem a m igrato
rio es im posible m ientras se siga aferrados al ideal del Esta
do q u e se ocup a de tod o y se entrom ete en toda exp resión
de la vida hum ana, o incluso si se sigue fieles al ideal so cia
lista. La puesta en práctica del liberalism o haría desapare
cer el problem a m igratorio q u e hoy p arece insoluble. ¿Qué
dificultades podrían surgir, en una Australia regida por g o
biernos liberales, si en algunas partes de este con tin en te
prevalecieran los jap o n e ses y e n otras los alem anes?
197
9. Los E s t a d o s U n id o s d e E u ro p a
198
Los Estados europeos deberían por lo tanto asociarse en una
unión militar y política, una alianza de p ro tecció n y d efen
sa mutua, la única qu e sería capaz de asegurar a Europa en
los siglos venideros el im portante papel e n la política m un
dial q u e ya tuvo en los últim os siglos. Un ap oyo firm e a la
idea d e la U nión pan eu rop ea vien e de qu ien día tras día se
va dando cuenta co n una evidencia cad a vez m ayor de que
n o podría h aber nada más insensato q u e una política pro
teccionista de los Estados europeos. Sólo el ulterior d esa
rrollo de la división internacional del trab ajo pued e aum en
tar el bienestar y crear la riqueza material que necesitarem os
para elevar el ten o r d e vida y por tanto el nivel cívico de las
masas. La política e co n ó m ica de todos lo s Estados, p ero
so b re tod o la de los Estados eu ro p eos m ás pequ eñ os, está
encam inad a p recisam ente a im pedir sistem áticam ente la
división internacional del trabajo. Si com param os las co n
d icion es en que vive la industria norteam ericana, que dis
pon e de un m ercad o d e 120 m illones de consum idores no
im pedido p or barreras aduaneras y otras trabas de parecida
naturaleza, co n aquellas e n que viven la industria alem ana
y tam bién la ch eco slo v aca y la húngara, se aprecia toda una
serie de absurdos esfuerzos que se están haciendo para crear
tantas p equ eñ as áreas econ óm icas autárquicas.
Los inconvenientes d enunciad os p or los precursores de
la idea de los Estados U nidos de Europa existen ciertam en
te, y cu an to antes se trate de elim inarlos, m ejor. Sin em bar
go, la form ación de los Estados U nidos d e Europa n o sería
la vía más adecuada para alcanzar este objetivo.
C ualquier reform a d e las relacio n es entre los Estados
d e be fijarse el objetiv o d e elim inar una situación de h e ch o
en la q u e cada Estado individual n o h a ce más que esperar
co n im paciencia la o casió n propicia para am pliar su pro
pio territorio a costa de otros Estados. El problem a de las
fronteras, q u e hoy tien e un p eso d esproporcion ad o, d eb e
199
perder su centralidad. Los p u eb los d e be n en ten d er que el
problem a más im portante d e la política exterio r es la co n s
trucción d e la paz perm anente, y que el ú nico m edio para
asegurar la paz e n el m undo co n siste e n circu nscribir al
m áxim o la actividad del Estado. Al p ropio Estado y a su li
m itación geográfica n o se le d e be atribuir ya aquel signifi
cad o suprem o para la vida que exp lica luego cóm o, en el
pasado y tam bién e n el presente, se han derram ado ríos de
sangre por delim itar los con fin es d e los distintos Estados.
La m iopía cultural, qu e n o ve sino la propia realidad estatal
y la propia nación, y n o entiend e la im portancia de la c o
o p eración internacional, d eb e ser sustituida por una m en
talidad cosm opolita. Pero esto só lo será po sib le si la So cie
dad de N acion es, la suprem a autoridad in tern acio n al y
supra-estatal, se constituye de tal m od o q u e impida la agre
sión a cualquier p u eb lo o individuo por su identidad y per
ten en cia étnica.
Para arrancar a los p u eb lo s de las angustias de la políti
ca nacionalista, q u e espera p eren n em en te la ruina del pu e
blo lim ítrofe y acab a provocan d o la ruina de todos, y para
im pulsarlos hacia una auténtica política m undial, es preci
so com pren d er ante to d o que los intereses de los pu eb los
n o son auténticos, y que el m ejor m od o de h a ce r q u e cada
p u eb lo fo m en te su pro p io interés con siste en p roveer y
p rom over el d esarrollo de tod os los p u eb los y e n evitar
cuidad osam ente cualquier intento de oprim ir a otros p u e
blos o partes de ellos. El problem a, pues, n o con siste en
sustituir el chovinism o a favor del propio p u eb lo por un
chovinism o am pliado a una esfera m ás am plia de pu eblos,
sino en com prend er q u e cu alquier form a de chovinism o es
perjudicial; y que los viejos instrum entos militaristas de la
política internacional tien en que ser sustituidos p or n u e
vos instrum entos p acíficos que se fijen co m o o bjetiv o la
co lab o ració n y n o la guerra recíproca.
200
Los fautores d e la idea p an eu rop ea y de los Estados
U nidos de Europa persiguen e n cam b io otros objetivos. No
piensan en una nueva form a de sistem a político que se dis
tinga sustancialm ente, p or su política, d e los Estados tradi
cio n ales tend encialm ente im perialistas y militaristas, sino
en una nueva versión de esta vieja idea d e Estado. C onci
b en la Paneuropa co m o un organism o m ás grande que los
Estados individuales, en el q u e éstos d eberían disolverse
para h acerlo más po d eroso que sus distintos co m p o n e n
tes, m ilitarm ente más preparado y co n m ayor capacidad de
h ace r fren te a los gran d es Estad os co m o Inglaterra, los
Estados U nidos de Am érica y Rusia. En una palabra, el ch o
vinism o fran cés, alem án y m agiar sería sustituido por el
e u ro p e o , cu y os v en a b lo s se lanzarían co n tra los «extran
je ro s» d e tu rn o — in g le se s, a m e rican o s, ru sos, ch in o s,
ja p o n eses— , m ientras q u e en el interior uniría a todos los
pu eb los eu rop eos.
Sin em bargo, si un sentim iento po lítico y una política
estatal y militar chovinista pu ed en ciertam en te construirse
so b re una base nacional, n o pu ed en serlo en cam b io so b re
una b ase geográfica. Si la lengua com ún estab lece un fuer
te lazo com ún entre los ciudadanos de una nación, la di
versidad lingüística cava un foso entre los pu eblos. Sin esta
realidad de h e ch o — ind ep en d ien te de tod as las id eo lo
gías— jam ás se habría podid o desarrollar una m entalidad
chovinista. La circunstancia de que el o jo del geógrafo q u e
observa el m apa pueda (¡n o d eba!) consid erar m entalm en
te el continente eu rop eo (¡excluid a Rusia!) co m o una uni
dad, n o crea por e llo m ism o una solidaridad entre los h ab i
tantes de este esp acio g eográfico so b re la q u e los políticos
puedan fundar sus proyectos. A un habitante d e Renania
se le podrá acaso hacer com pren d er que si guerrea al lado
de los a le m a n e s d e la Prusia O rien tal, e n realidad está
d efen d ien d o su propia cau sa, y a ca so un día se logrará
201
h acerle com pren d er que la causa de tod os los hom bres es
tam bién su propia causa. P ero n o podrá com pren d er que
d e be batirse por la causa d e los portugueses porqu e tam
bién so n eu rop eos, m ientras q ue la causa de Inglaterra es
la causa de un en em ig o o, e n el m ejor d e los casos, la causa
d e un extran jero que le es com p letam en te indiferente. Una
larga evolución histórica, que nadie puede borrar de la vida
d e la hum anidad (y que, por lo dem ás, el liberalism o n o
tien e ninguna in ten ción de borrar), ha llevado al corazón
de un alem án a palpitar co n más fuerza cu an d o o ye hablar
de cualidad alem ana, de p u eb lo alem án, de Alem ania. Este
sen tim ien to n a cio n a l existía ya an tes d e q u e la p o lítica
em pezara a construir so b re él una idea de Estado alem án,
d e p o lítica alem an a, y tam b ién d e ch o v in ism o alem án .
H aber olvidado el h e ch o d e que las palabras «Europa» o
«Paneuropa» y «europeo»*o «paneuropeo» no tienen la mis
ma resonancia, la misma capacid ad em otiva que las pala
bras «Alem ania» y «alem án», ha sido el error fundam ental
de todos estos gen ero sos proyectos que q uieren sustituir
los Estados n acion ales p or u n ion es de Estados, llám ense
M itteleuropa, P aneuropa, Panam ericanism o y otras form a
cio n es sem ejantes.
Una confirm ación clarísim a de cu an to estam os d icien
do nos la o frece el decisivo papel que e n todos estos pro
y ecto s asum e el p roblem a b a jo el a sp e cto d e la política
com ercial. En la situación actual, n o es difícil co n v en cer a
un habitante de Baviera d e q u e es justo pagar un arancel
por una determ inada m ercancía co n el fin de d efen d er el
trabajo alem án de Sajonia. Puede esperarse q u e un día se
le pueda convertir a la idea de q u e todos los intentos de
practicar una política com ercial autárquica, y por tanto to
dos los aranceles protectores, son irracionales y contrapro
d u centes resp ecto al fin q u e se p roponen, p o r lo que d e
b en ser abolidos. Pero nunca se consegu irá co n v en cer a un
202
p o la co o a un m agiar de q u e es ju sto pagar p o r ciertas
m ercancías un p recio superior al de m ercad o para perm itir
que Francia, A lem ania o Italia p rod u zcan e n su país un
m ism o g én ero de m ercancías. En una palabra, se puede
basar la política proteccionista en el sentim iento de perte
n e n cia n acion al y e n la teoría n acion alista de la in co n
ciliabilidad d e los intereses de las diferen tes nacion es; pero
n o existe una b ase id eológica análoga so b re la que co n s
truir un sistem a de política proteccionista válida para una
unión de Estados. Es un evid ente contrasentid o disgregar
en m uchas p equ eñ as áreas econ óm icas n acion ales co n un
m áxim o grado de autarquía una econ om ía m undial m etida
en un p ro ceso cada vez m ás unitario. P ero la política de
aislam iento nacionalista no se supera sustituyéndola por una
política aislacionista de una form ación estatal ampliada qu e
asu m e e n una unidad po lítica las distintas n a cio n e s. La
política proteccionista y los experim entos autárquicos sólo
p u ed en derrotarse p o r la con v icció n de q u e am b os so n
d eletéreo s y por el sentid o de solidaridad d e los intereses
de todos los pueblos.
La n ecesidad d e adoptar el lib recam b io n o es sino la
lógica co n se cu en cia d e la dem ostración de q u e la disgre
g ació n de la unidad d e la eco n o m ía m undial en m uchas
pequ eñas áreas econ óm icas autárquicas es perjudicial. Para
dem ostrar e n cam bio la n ecesid ad de form ar un área pro
teccionista y autárquica paneu ropea, habría que dem ostrar
antes, por ejem plo, q u e existe una solidaridad d e intereses
entre portugueses y rum anos, mientras al m ism o tiem po los
intereses d e am bos ch o ca n co n los intereses de Brasil o de
Rusia. Habría q ue dem ostrar q u e es m uy b u en o para los
húngaros abandonar a su destino la propia industria textil para
favorecer la alem ana, francesa o belga, y que en cam bio los
intereses de los húngaros son perjudicados por la importa
ción de los productos de la industria textil inglesa o americana.
203
El m ovim iento para la form ación d e los Estados Unidos
de E u rop a su rgió d e la ju sta p e rce p ció n d e la in so ste-
nibilidad de toda política n acional chovinista. Pero lo que
se quiere p o n er en su lugar es irrealizable, porqu e n o tiene
un fundam ento co n creto e n la co n cien cia de los pueblos.
Y aunque se lograra alcanzar el o b jetiv o del m ovim iento
paneuropeo, la situación mundial no m ejoraría en absoluto.
El co n flicto entre una Europa continental unida y las gran
des p oten cias m undiales extern as a su área n o sería m enos
funesto que el co n flicto entre los Estados europeos.
10. L a So c ie d a d d e Na c io n e s
204
la paz internacional del m ism o m odo q u e e n el interior de
cada Estado existen tribunales y autoridades que se o cu
pan o al m enos d eberían ocup arse de m antener la paz in
terna.
D urante m ucho tiem po la p etición de crear una organi
zación m undial supra-estatal ha sido una utopía de p o co s
pensad ores q ue a nadie parecía interesar.
Ciertam ente, desde el final de las guerras n ap oleón icas
el m undo vio repetidam ente có m o los hom bres políticos
de los principales Estados se reunían en co n feren cias en
busca de d ecision es unánim es; y ya m ediado el siglo xx,
fueron naciend o num erosas organizaciones supra-naciona-
les — com o, para citar alguna, la Cruz Roja o la Unión P os
tal M undial— . P ero a tod o esto lo sep araba una distancia
sideral del desarrollo d e una organización realm ente por
encim a de los Estados. T am p o co las co n feren cias de paz
de La Haya dieron ningún paso adelante a este respecto.
Sólo los horrores de la guerra m undial consiguieron crear
un am plio co n se n so en torn o a la idea de una organización
m undial cap az de evitar la guerra en el futuro. Una vez a ca
bada la guerra, los v en ced ores decid ieron crear un orga
nism o al que se le dio el nom bre de Socied ad de N aciones,
que m uchos consid eran el punto de partida de una futura
organización que esté p o r encim a d e los Estados y que sea
efectivam ente útil.
P ero no ca b e duda d e que la institución q ue lleva este
n om bre n o realiza e n ab so lu to el ideal d e organ ización
supra-estatal que persigue el liberalism o. En prim er lugar,
p orqu e de la Sociedad d e N aciones no form an parte algu
nos d e los Estados más im portantes del m undo. En efecto,
qued an fuera — d ejando a un lado las n acion es más p e q u e
ñas— nada m enos qu e los Estados Unidos. P ero el defecto
principal de la Sociedad de N aciones es q u e distingue dos
categorías de Estados: los que so n m iem bros de p len o d e
205
re ch o y los que n o lo son, p orqu e e n la guerra mundial
estuvieron del lado de los derrotados. Es evidente q u e se
m ejante estructura jerárquica de la com unidad intern acio
nal lleva e n sí inevitablem ente el g erm en de la guerra co m o
cualquier estructura jerárquica dentro de un Estado. La suma
de todas estas caren cias ha h e ch o que la Sociedad de Na
cio n es dem ostrara una d eplorable debilidad e incapacidad
en todos los problem as. P ién sese solam en te e n su com por
tam iento a propósito del con flicto entre Italia y G recia, en
la cu estión del M ossul, y esp ecialm en te e n todos los casos
en q ue el destino de m inorías oprim idas d epend ió de su
decisión.
En todos los países, p ero esp ecialm en te en Inglaterra y
en Alem ania, existen grupos qu e consid eran oportuno, en
interés de la evolu ción de esta pseud o-Socied ad de N acio
nes hacia una auténtica Sociedad de N aciones, es decir, una
auténtica alta autoridad política por encim a d e los Estados,
ser extrem ad am ente cautos al denunciar sus debilidades e
ineficiencia. Pero es precisam ente este oportunism o el que
está fuera de lugar. Si la Socied ad de N aciones — hablo, por
supuesto, de la institución gen eral y n o de sus funcionarios
y em pleados— es un organism o inad ecuado que n o corres
p o n d e a los requisitos que d e be n exigirse a una organiza
ció n mundial supra-estatal, n o hay que cejar e n denunciar
lo, precisam ente para p o n er d e relieve to d o lo q u e debería
cam biarse para que de esta pseud o-Sociedad de N aciones
surja algo que esté a la altura de las fu n cion es de una ver
dadera Socied ad de N aciones. Nada ha perjudicado tanto a
la idea misma de una organización mundial por encim a de
los Estados q u e la co n fu sió n d e ideas prod u cid a p or la
creen cia de que la Sociedad d e N aciones realizó ya e n todo
o al m enos en parte lo que un verdadero y h o n esto liberal
d eb e pretender de un organism o d e e se gén ero. Es im posi
ble construir una verdadera Sociedad de N aciones, que ten
206
ga la fu nción ind erogable de garantizar la paz perm anente,
sobre el principio de resp eto de los co n fin es históricos tra
dicionales de los distintos Estados. La Socied ad de N acio
nes perpetúa el d efecto fundam ental de to d o el d erech o
internacional tradicional, e n el m om ento m ism o en que li
mita su propia función a la pura observ ancia d e las reglas
p rocesales en las controversias entre los pu eb los, sin pre
ocup arse lo más m ínim o de crear, para resolverlas, nuevas
norm as que no sean las de la m era con servación de la si
tu ación jurídica existen te y de los pactos firm ados. En estas
co n d icion es es im posible garantizar la paz, a n o ser que la
situación m undial se reduzca al inm ovilism o total.
Sabem os p erfectam ente q u e la Socied ad de N aciones,
aunque sea co n mil reservas y cautelas, prevé futuros cam
bios de fronteras que hagan justicia a las aspiraciones de
los pu eblos y de las m inorías étnicas y qu e, siem pre co n
toda prudencia y cautela, prom ete proteger a las minorías.
Esto nos autorizaría a esp erar que de los prim eros plan tea
m ientos claram ente insuficientes pu ed e derivarse un orga
nism o que sea realm ente digno de llam arse Super-estado
mundial y que regale a los pu eblos la paz que necesitan.
Pero la d ecisión so b re este punto n o pu ed e tom arse en las
sesion es d e la propia Socied ad de N aciones q u e se ce le
bran e n G in ebra, ni tam p o co en los Parlam entos de los
Estados, ya q u e n o se trata d e un p roblem a de organiza
ció n o de té cn ica adm inistrativa in tern acio n al, sin o del
m ayor problem a id eo lóg ico que la hum anidad jam ás haya
tenid o que resolver. Es decir, se trata de saber si se logrará
im poner en el m undo aquel principio sin el cual todos los
acuerd os de paz y todos los procedim ientos arbitrales en
los m o m en tos crítico s se con v ertirán e n p ap el m ojad o,
caren tes de tod o valor. Y este principio n o pued e m enos
de coincid ir co n una profesión de fe ilimitada y sin reser
vas e n el liberalism o. La idea liberal d eb e penetrar en los
207
pu eblos; los principios liberales d e be n im pregnar todas las
instituciones estatales para crear los requisitos de la paz y
elim inar las causas d e la guerra. M ientras siga h abien d o
aranceles protectores y p roh ibicion es m igratorias, e scu e
las e instrucción obligatorias, intervencionism o y estatism o,
surgirán continu os con flictos destinados a com plicarse y a
d esem b o car en otras tantas guerras.
11 . R u s i a
208
dental y e n Am érica la m entalidad q u e H erbert Sp en cer lla
m ó militarista ha sido sustituida por la m entalidad que él
define co m o industrial. Hay un solo gran p u eb lo que hoy
sigue aferrado firm em ente al ideal militarista: el pueblo ruso.
Es claro que tam bién e n el p u eb lo ruso existen elem en
tos que rechazan la m entalidad dom inante en el resto del
pu eblo, p ero p or desgracia nu nca han sabid o destacarse
entre sus conciudad anos. D esd e que Rusia está en cond i
cio n es de ejercer una influencia so b re la política europea,
ha adoptado progresivam ente frente a Europa la postura
del predador que esp era la o casió n para saltar sobre la pre
sa y apoderarse d e ella. Los zares rusos nu nca reco n o cie
ron m ás límite a la exp an sión de su im perio que el dictado
por una razón de fuerza mayor. E idéntica es la posición de
los b olch ev iqu es resp ecto al problem a de la exp an sión te
rritorial del dom inio ruso. Tam bién ellos saben , al igual que
los zares, que en la conquista se puede y se d eb e llegar hasta
dond e se pu ed en arriesgar las propias fuerzas. La feliz cir
cunstancia que ha salvado a la civilización de la aniquila
ción p or obra de los rusos fue la gran fuerza que dem ostra
ron los Estados eu ro p eos al h acer frente co n éxito al asalto
de las bárbaras hordas rusas. Las exp erien cias acum uladas
por los rusos en las guerras n ap o león icas, en la guerra de
Crimea y en la cam paña contra Turquía e n 1877-78, revela
ron la incapacidad de su ejército para abrir la ofensiva co n
tra Europa, a p esar de su en orm e fuerza num érica. Y la
guerra m undial lo ha confirm ado.
Pero m ás peligrosas q u e las bayonetas y que los cañ o
nes se han revelado las armas ideológicas. N aturalm ente,
el e co que las ideas rusas han hallado e n Europa se d eb e
en prim er lugar a la circunstancia de que en Europa esas
ideas circulaban ya am pliam ente antes de que llegaran de
Rusia. Sería más co rrecto d ecir que estas m ism as ideas ru
sas n o eran originales, sino que fueron tom adas de Europa,
209
aunque en cajaban b ien en el carácter de los rusos. La este
rilidad m ental del p u eb lo ruso era tan grande que n o fue
capaz de elaborar y exp resar co n autonom ía ideas q u e son
em blem áticas de su m ás profunda naturaleza.
El liberalism o se basa enteram ente e n la cien cia, y su
política n o es sino la aplicación de datos científicos. Por ello
d eb e evitar el uso de juicios de valor n o científicos. Los jui
cio s de valor están fuera de la cien cia y son siem pre pura
m ente subjetivos. Es, pues, im propio clasificar los pueblos
so b re la base de su valor, y hablar p or tanto de pu eb los
superiores e inferiores. Por tanto, tam b ién el problem a de
si los rusos son o n o un p u eb lo inferior e x ce d e com pleta
m ente nuestro análisis. N osotros n o afirm am os que lo sean.
D ecim os tan só lo q u e no quieren tom ar parte e n la co o p e
ración social entre los hom bres. R esp ecto a la so cied ad de
los individuos y d e los pu eb los, ap arecen co m o un pu eb lo
que n o se preocupa sin o de disipar lo q u e otros han acu
m ulado. Un p u eb lo e n el q u e so b rev iv en los ideales de
D ostoievski, de Tolstoi y de Lenin es incapaz de g en erar un
vínculo social; n o pu ed e vivir e n paz co n el m undo; tiene
q u e recaer e n la co n d ició n de absoluta barbarie. La natura
leza, que ha dotad o a Rusia de tierras fértiles y d e inm ensas
riquezas m ineras, la ha convertido en un país m u ch o más
rico que Estados Unidos. Si los rusos hubieran desarrolla
d o una política capitalista, co m o los am ericanos, hoy se
rían el p u eb lo más rico del m undo. El despotism o, el im pe
rialism o y el bolch ev ism o le han convertido, e n cam bio, en
el p u eb lo más pobre. Y ahora van por tod o el m undo en
b u sca de capitales y d e créditos.
Cuando se reco n o ce todo esto, la co n secu en cia neta que
se d ed u ce y qu e d e be servir de línea de discrim inación de
la política de los p u eb los civilizados resp ecto a Rusia es la
siguiente: dejar que los rusos sean rusos, dejar que en su
país hagan lo que quieran, p ero n o perm itáis que salgan de
210
sus fronteras para destruir la civilización europea. Natural
m en te, e so n o eq u iv ale e n ab solu to a p ro p o n e r q u e se
prohíba la im portación y la trad ucción de los escritos ru
sos. Q u e los n eu ró tico s se diviertan cu an to quieran; las
personas sanas, en todo caso, los evitarán. D esde luego, esto
tam poco significa prohibir a los rusos que em prendan via
jes de propaganda por el m undo y que derram en sus rublos
para corrom per así co m o en otro tiem po h iciero n los zares.
Si la civilización m oderna n o estuviera en co n d icion es de
defen d erse de las asech an zas de los corrom pidos, estaría
definitivam ente sen ten ciad a. O bv iam en te, esto significa
todavía m enos im pedir a los eu ro p eos y a los am ericanos
viajar a Rusia, si es que les ap etece. P ero en tal caso les in
vitam os a m antener los o jos b ien abiertos y a observar aten
tam ente, p or su cuenta y riesgo, el país de los exterm inios
en m asa y de la m iseria de las m asas. T am p o co esto signi
fica, finalm ente, im pedir a lo s capitalistas que co n ce d a n
préstam os a los soviets o invertir e n Rusia. Si son tan lo co s
que esp eran que un día volverán a ver su dinero, allá ellos.
P ero atención: los g ob iern os d e Europa y de Am érica
d eben dejar de favorecer el destruccionism o soviético, co n
cediendo prem ios a quienes exportan a la Rusia soviética y
subvencionando así el sovietism o ruso. Y esperem os que
d ejen de hacer propaganda a favor de la em igración de m ano
de obra y la exportación de capitales a la Rusia soviética.
Si luego el p u eb lo ruso quiere o n o quiere dar la espal
da al sistem a soviético, es asunto suyo e n un o y otro caso.
H oy el peligro para el m undo no vien e ya de la tierra del
látigo y los carceleros. A pesar d e todas sus veleidades b e
licosas y destructivas, los rusos no so n cap aces d e am ena
zar seriam ente la paz en Europa. Por tanto, dejém oslos li
bres d e h acer lo q u e quieran. Lo que en tod o caso hay que
im pedir absolutam ente es que la política destruccionista de
los soviets sea su bvencionad a y fom entada por nosotros.
211
Ca pí t u l o IV
1. E l d o c t r in a r is m o d e l o s l ib e r a l e s
213
m entira, aunque se le quiera llam ar eufem ísticam ente tác
tica diplom ática o com prom iso. Si los hom bres n o h acen
voluntariam ente, y p o r una co n scien te razón de necesid ad
social, lo que hay que h acer para conservar la socied ad y
prom over su bienestar, n o hay astucia ni exp ed ien te tácti
co q u e pued a p o n erlos e n el bu en cam ino. Si por error
equ ivocan el cam ino, es p reciso h acer una intensa lab o r de
clarificación y de inform ación; p ero si n o se consigu e, si
perseveran en el error, en to n ces no hay nada que hacer para
frenar el declive. T od os los trucos y artificios d em agógicos
d e los tácticos de profesión só k^sirv e jv ^a ra favorecer las
miras de quien d e b u en a o de m ala fe trabaja por la d eca
d en cia de la sociedad. Con la m entira y la dem agogia no se
fav orece ciertam ente la causa del progreso social, es decir,
del d esarrollo cad a vez m ás elev ad o de la sociedad. No hay
p o d er en el m undo, ni astucia ni em b ro llo q u e pued an
engañar a la hum anidad o frecién d ole una teoría social que
n o com parte sino q u e rechaza abiertam en te esa causa.
El ú n ico cam ino abierto a quien d esea llevar al m undo
p o r la vía del liberalism o es el de co n v en cer a sus propios
con ciu d ad an os d e la necesid ad de una política liberal. El
trab ajo de clarificación es el ú n ico q u e el liberal puede y
d e be realizar para contrarrestar, en la m edida de sus fuer
zas, el declive h acia el q u e hoy la socied ad se encam ina a
pasos v eloces. No hay ya esp acio para las co n ce sio n es a
los prejuicios inveterados y los viejos y ya queridos errores
teóricos. Sobre las cu estio n es del ser o n o ser de la so cie
dad, del desarrollo o declive de m illones de hom bres, nin
guna co n ce sió n para cu alq u ier form a d e d ebilidad o de
diferencia es ya posible.
El m undo só lo podrá superar gradualm ente la situación
en que le han precipitad o los grupos anticapitalistas orga
nizados si el liberalism o vuelve a ser el e je de la política de
las grandes n aciones, só lo si un cam b io radical en la m en
214
talidad y una con v icció n profunda de los individuos co n si
guen dar d e nuevo vía libre al capitalism o. No existe otra
form a de sacarnos de la actual con fu sión política y social.
El error m ás grave del que sigue prisionero el v iejo libe
ralism o fue el optim ism o resp ecto a la d irección inevitable
que había tom ado el d esarrollo de la sociedad. Los precur
sores del pensam iento liberal, los so ció log o s y e co n o m is
tas del siglo xvm y prim era mitad del xix, y sus seguidores,
estaban con ven cid os a p rio ri de que la hum anidad progre
saría hacia niveles cada vez m ás altos de p erfecció n , y que
nada sería capaz de fren ar e se progreso. Estaban tam bién
firm em ente con v en cid os de que el co n o cim ien to racional
d e las leyes fundam entales de la co op eració n social que
ellos habían d escu bierto n o tardarían en convertirse en pa
trim onio de todos, y que en el futuro la hum anidad se her
m anaría pacíficam ente e n un sistem a h e ch o d e relaciones
sociales cada vez m ás estrechas, de progresivo bienestar y
de n iveles cad a vez m ás elev ad os de civ ilización . Nada
podría resquebrajar e se optim ism o. D e m anera que cu an
do co m en zó y se fue en d u recien d o la lucha contra el lib e
ralism o, cuando por todas partes se d esen cad en ó la tem
pestad contra la h egem on ía política de las ideas liberales,
pensaron que se trataba de las últimas escaram uzas de re
taguardia de una visión del m undo en vías de extinción, que
no m erecía la pen a com batir seriam ente porqu e n o tarda
ría e n d esvanecerse.
Los liberales pen saban que todos los hom bres p o seen
la capacidad m ental de com pren d er racionalm ente los difí
ciles problem as de la vida social y d e obrar e n co n secu en
cia. Estaban tan con v en cid o s de la claridad y de la evid en
cia de los razonam ientos q u e los habían llevado a sus ideas
políticas que no podían com prend er có m o otros n o podían
co m p ren d erlo s. En realidad fu ero n e llo s los q u e n u n ca
com pren d ieron dos cosas: prim ero, que la gran m asa de
215
los hom bres n o p o see la capacid ad de p en sar lógicam ente;
segundo, q u e a la m ayor parte de los hom bres, incluso en
la hipótesis d e q u e co n o zca n el valor e xa cto de las cosas,
una ventaja particular m om entánea les p arecerá siem pre
m ás im portante que una ganancia m ayor perm anente. La
m ayoría de los h om bres n o p o see e n absolu to la aptitud
m ental que se precisa para orientarse en la com plejid ad de
los problem as de la vida social, y so b re tod o n o tiene la
fuerza de voluntad ind ispensable para h a ce r el sacrificio
provisional e n el que e n definitiva con siste toda la acción
social. La con sign a d el intervencionism o estatal y del so
cialism o, y e n particular las propu estas d e exp ro p iació n
parcial de la propiedad privada, en cu entran siem pre apro
b ació n entusiasta entre las m asas, q u e esperan o b ten er de
ello un b en eficio inm ediato.
2. Los pa r t id o s po l í t ic o s
216
n en cia a la propia clase. Puede h ab er desertores que, pre
sintiendo m ayores ventajas person ales pasánd ose al cam
po contrario, acab an batién d ose contra su propia clase y,
por tanto, son m arcados co m o traidores. Sin em bargo, si se
prescinde de estos caso s excep cio n ales, el dilem a « co n cuál
d e los grupos en co n flicto alinearse» no roza la m ente del
individuo, q u e sigue alinead o co n sus co m p añ ero s de cla
se y com parte su destino. La clase o las clases insatisfechas
de la propia co n d ición se levantan contra el ord en vigente
y tratan d e satisfacer sus propias reivin dicaciones entrand o
e n co n flicto co n las dem ás clases. El resultado de estas lu
ch as — a no ser q u e to d o qu ed e co m o antes, porque los
insurgentes son derrotados— es el fin del v iejo ord en y el
nacim iento de un ord en nuevo, en el cual los derech os de
las clases se redistribuyen según una jerarquía distinta de
la anterior. El liberalism o, desde sus orígen es, reclam a que
se suprim an los privilegios esp eciales, que la estratificación
p or clases d e la socied ad ced a el puesto a un nuevo orden
en el que só lo existan ciudad anos co n iguales d erechos. Y
lo q ue se ataca n o son ya los distintos privilegios d e cada
clase, sin o el sistem a m ism o de privilegios d e clase. El lib e
ralism o derriba las barreras que separan a las clases y em an
cip a a los hom bres d e la angosta con d ición en q u e los ha
con fin ad o el ord en social basad o e n clases. Sólo e n la so
ciedad capitalista, só lo e n el sistem a p olítico inspirado en
los principios liberales se le invita al individuo a colaborar
directam ente en la con stru cción d e la organización política
del Estado, y sólo en él pu ed e decidir los fines y los ideales
políticos que prefiere. En el Estado basad o e n la estructura
de clases existen só lo conflictos entre distintas clases e n
frentadas unas a otras e n sus rígidas po sicio n es, o bien , si
es que n o hay m otivo para ello, los con flictos se transfieren
al interior de las clases, d on d e es p o sib le una dialéctica
política, dando lugar a escisio n es y banderías, a conflictos
217
entre las distintas cam arillas políticas para ganar influencia
y poder, y un lugar en el p eseb re. Só lo en el Estado de de
recho, en el q ue todos los ciudadanos tien en los m ism os
d erech os — au nqu e nunca y e n ningún país se m aterialice
íntegram ente el ideal de los liberales— , pu ed en existir par
tidos políticos, es decir, aso ciacio n es d e person as que qu ie
ren traducir sus ideas en legislación y actos administrativos.
En cuanto a e stab lecer la m ejor vía para alcanzar el o bjeti
vo liberal — o sea, la co o p era ció n pacífica entre los hom
bres— , las opin ion es pu ed en ciertam ente ser distintas, y
estas divergencias de o p in ion es tien en q u e resolverse con
la batalla de las ideas. Así pues, e n la so cied ad liberal pu e
de h ab er tam bién partidos socialistas, e incluso podrían
co n ceb irse partidos q u e quisieran reservar a determ inados
estratos sociales una p osición jurídicam ente privilegiada.
P ero todos estos partidos, aunque en cu an to socialistas o
fau tores d e privilegios corp orativ os re ch a ce n e n últim o
análisis el liberalism o, d eberían co n to d o aceptarlo en pri
m era instancia y antes de alcanzar la victoria, com p rom e
tién d ose a em plear e n sus batallas políticas exclusivam ente
los instrum entos ideales, las únicas arm as que el liberalis
m o con sid era adm isibles e n la lucha política. Fue en este
sentid o co m o una parte de los socialistas pre-m arxistas, de
los socialistas «u tópicos», se batieron por el socialism o en
el terreno del liberalism o. Y e n este sentido, e n la Europa
oriental, durante la gran estación del liberalism o, la Iglesia
y la n obleza trataron d e perseguir m o m entáneam ente sus
fines sobre el terreno del m oderno Estado de d erecho.
Los p artid o s q u e h o y v em o s e n a cció n so n d e una
e sp e cie to talm en te distinta. N aturalm ente, e n to d o s sus
program as reservan una parte a la socied ad hum ana en su
conju nto y a la form ulación del ideal de co o p eració n so
cial. Pero las afirm aciones que figuran e n esta parte g en e
ral del program a so n sólo una co n ce sió n obligada a la idea
218
liberal q u e n o pu ed en evitar hacer, p ero q ue está e n pal
m aria contrad icción co n la otra parte del program a en la
q ue se m anifiestan sus verdaderos fines, y q u e será la única
q u e realm ente se tendrá e n cuenta. Los partidos son los
representantes de determ inadas clases q u e q uieren que se
garanticen y am plíen los privilegios que el liberalism o tuvo
q u e confirm ar porqu e su victoria n o fue com p leta, y de
determ inados grupos que aspiran a o b te n e r privilegios, y
por tan to a convertirse ante to d o en «clases». El liberalis
m o, e n cam bio, se dirige a todos y p ro p o n e un program a
que pu ed e ser acep tad o igualm ente p or todos. No prom e
te a nadie ventajas particulares, y en el m om en to m ism o en
q u e pide q u e se ren u n cie a perseguir intereses particula
res, pide tam bién que se hagan sacrificios, naturalmente pro
visionales, o sea, q u e se ren u n cie a una ventaja m enor para
o b ten er otra mayor. Por el contrario, los partidos que re
presen tan intereses particulares se dirigen tan só lo a una
parte de la sociedad, y a esta parte exclusiva ante la q ue se
com p rom eten le prom eten ventajas particulares a e xp e n
sas del resto de la sociedad.
T od os los partidos políticos m od ernos y todas las m o
dernas ideologías d e partido se han form ado co m o reac
ción de los privilegios de clase y d e los intereses particulares
contra el liberalism o. Antes de la aparición del liberalism o
existían ciertam ente clases, intereses y prerrogativas parti
culares de las clases, y por tanto tam bién luchas d e clase;
pero e n aquella é p o ca la id eológica de tod o el sistem a b a
sad o en las clases podía exp resarse de una form a ingenua
y despreocupad a, y su carácter antisocial n o constituía un
problem a ni para sus adeptos ni para sus adversarios, ni
tenía n ecesid ad de bu scar una legitim ación social. Por e so
es im posible com parar m ecán icam en te el v iejo sistem a de
clases co n la actividad d e los actuales partidos que repre
sentan intereses particulares. Para com prender la naturaleza
219
de estos partidos basta observar que al principio su única
inten ción era la crítica y el rech azo de la doctrina liberal.
Sus doctrinas de partido n o son , co m o el liberalism o, la
aplicación de una teoría social orgánica a la política. En el
liberalism o se ha cread o antes la plataform a científica, sin
inten ción alguna d e traducirla e n e fectos políticos, y luego
de ella se ha derivado una ideología política. Al contrario,
los objetivos de la política antiliberal — las prerrogativas y
los privilegios— estaban ya fijados desde el principio, y para
justificar esta política se intentó ap osterio ñ construir sobre
ella una ideología. La em presa, e n realidad, era bastante
sim ple. A los agrarios les bastó en arbolar la bandera d e la
prioridad absoluta de la agricultura, a los sindicatos apelar
a la centralidad del trabajo, y a los partidos m edio-burgue-
ses, la im portancia de un estrato social co lo ca d o en la p o
sición áurea del centro. P o co im porta q u e luego nada se
hiciera co n estas ap elacio n es para dem ostrar la necesidad
o sólo la utilidad para la colectividad d e las invocadas pre
rrogativas. Los estratos so ciales q ue se quiere conquistar
acu d en igualm ente, y para los dem ás cualquier intento de
proselitism o sería inútil.
T od os los partidos m od ernos que representan intereses
particulares, a pesar de la diversidad d e objetiv os q u e los
separa, y por m ás que puedan com batirse entre sí, form an
contra el liberalism o un ú n ico y co m p acto frente de lucha.
El principio liberal de que, en últim o análisis, todos los in
tereses racionalm ente perseguidos pu ed en conciliarse en
fu rece literalm ente a estos partidos. Según su co n cep ció n ,
los conflictos de intereses son insuperables, y só lo pueden
resolverse co n la victoria de una parte so b re otra, en b e n e
ficio de una y perjuicio de la otra. El liberalism o, según e s
tos partidos, n o es lo que pretende ser: tam p oco él es otra
co sa q u e un partido q u e trata de d e fen d er los in tereses
particulares de un d eterm inado grupo social, el de los ca
220
pitalistas y los em presarios, es decir, de la burguesía, co n
tra los intereses de todos los dem ás estratos sociales.
Es lo que sostien e el m arxism o, y hay qu e d ecir qu e lo
ha h e ch o co n gran é xito d e p ú blico. Si con sid eráram os
co m o dogm a esen cial del m arxism o la teoría del insupera
ble antagonism o de los intereses de clase e n la socied ad
basada e n la propiedad privada d e los m edios de produc
ción, habría que considerar seguidores del m arxism o a to
dos los partidos existentes h oy e n el con tin en te europeo.
Tam bién los partidos nacionalistas consideran justa la teo
ría del antagonism o de clase y d e la lucha de clases, en la
m edida e n q u e com parten la opinión de q u e en la so cie
dad capitalista tales antagonism os existen y q u e este co n
flicto tien e que decidirse en un sentido u otro. Lo que los
diferencia de los partidos m arxistas es su particular teoría
de la su p eración de la lucha de clases m ediante la articula
ció n corporativa de la sociedad, y su voluntad de constituir
el ú n ico frente de lucha que consideran justo: el q ue tiene
co m o o b jetiv o la lu cha en tre los p u eb los. Éstos, e n una
palabra, n o niegan que e n la socied ad basada e n la propie
dad privada de los m edios de p rod u cción existan antago
nism os d e clase; pero afirm an que estos antagonism os no
deberían existir, y para elim inarlos piensan dirigir y regular
la propiedad privada co n intervenciones de la autoridad;
es decir, q u ieren sustituir el capitalism o p o r el interven
cionism o. Pero e n el fond o los m arxistas n o d icen cosas
distintas; tam bién ellos prom eten llevar el m undo hacia un
estado d e cosas en el que ya n o habría ni clases ni antago
nism os de clase, y p or tanto tam p oco lucha de clases.
Para com pren d er el sentid o d e la teoría d e la lucha de
clases hay q ue ten er presen te q u e ésta se dirige contra la
teoría liberal de la solidaridad de tod os los intereses en la
so cie d a d lib re, b asad a e n la p ro p ied a d privada d e los
m edios de produ cción. Los liberales habían sostenid o que
221
tras la elim inación de las d iferencias de clase, tras la aboli
ció n de todos los privilegios y la institución de la igualdad
ante la ley, nada obstaculizaría ya la co op era ció n pacífica
de tod os los integrantes de la sociedad, porqu e en to n ces
los intereses rectam ente entendidos acab an coincidiendo.
Las críticas que los d efen sores del feudalism o, de los privi
legios y las diferencias de clase pensaron dirigir a esta te o
ría n o tardaron en dem ostrar q ue eran injustificadas y no
consiguieron o b ten er un co n sen so significativo. Sin em bar
go, e n el sistem a de catalaxia de Ricardo están las b ases de
una nueva teoría del antagonism o de los intereses de la so
ciedad capitalista. Ricardo crey ó pod er dem ostrar de qué
m anera, a lo largo del d esarrollo eco n ó m ico , se m odifica
periód icam ente la relación entre las tres clases de renta de
su sistem a: b en eficio , renta y salario. Esto dio p ie a algunos
econ om istas ingleses d e la tercera y cuarta d écadas del si
glo x ix para hablar d e las tres clases d e capitalistas, d e los
propietarios de tierras y d e los trabajadores asalariados, y
para afirm ar que entre estos grupos existiría un conflicto
insalvable. Esta línea d e p ensam iento fue la que luego si
guió Marx.
En el M anifiesto comunistaM arx. n o distingue entre casta
y clase. Sólo cu an d o m ás tarde, en Londres, leyó los escri
tos olvidados de los panfletistas de los años treinta y cu a
renta del siglo xix, que le anim aron a ocu p arse del sistem a
d e Ricardo, intuyó que se trataba de dem ostrar que tam
b ién e n una socied ad sin jerarquías y privilegios de casta
existen antagonism os insuperables. Esta conflictividad de
intereses la tom a del sistem a ricardiano, distinguiendo las
tres clases de capitalistas, terratenientes y trabajadores. Pero
n o se d etiene en esta distinción. No tarda en hablar de la
existen cia de dos clases tan sólo, los propietarios y los pro
letarios, para lu ego distinguir de nu evo un núm ero de cla
ses superior a las dos o tres grandes clases. Pero ni Marx ni
2 2 2
ninguno de sus m uchos seguidores intentaron nunca d es
cribir de algún m odo el co n ce p to o naturaleza de las cla
ses. Es significativo q u e en el tercer volum en de El Capital,
el capítulo titulado «Las clases» se interrum pa después de
unas p ocas frases. Más de una gen eració n separa la publi
cación del M anifiesto com unista, en el que Marx convierte
por prim era vez el antagonism o y la lucha d e clases en el
co n ce p to básico de su teoría, y la m uerte del propio Marx.
En este periodo Marx escrib ió varios volúm enes, sin que
en ningún m om en to aclarara q u é hay q u e en ten d er por
«clase». Sobre este problem a de las clases n o fue más allá
de la en u n ciación n o dem ostrada de un dogm a, o tal vez
sería m ejor decir de un eslogan.
Para dem ostrar la teoría de la lucha d e clases habría que
dem ostrar ante todo dos cosas: p or un lado, que existe so
lidaridad entre los integrantes de una m ism a clase, y por
otro que lo que favorece a una clase perjudica a la otra. Pero
esta dem ostración nu nca se hizo, y ni siquiera se intentó.
Entre «com pañ eros» de clase existe, ante tod o, co m o co n
secu en cia de la h om ogen eid ad de «co n d ición social», no
solidaridad de intereses sino com peten cia. P or ejem plo, el
o brero q u e trabaja e n m ejores co nd icio n es q u e la m edia
tiene interés en im pedir la llegada de un com petid or que
podría reducir su renta al nivel m edio. En las décadas en
q u e los m arxistas, e n sus co n g reso s in tern acio n ales, no
h acían m ás que proclam ar co n palabras altisonantes la teo
ría d e la solidaridad internacional del proletariado, los o b re
ros de Estados Unidos y de Australia op on ían mil obstácu
los a la inm igración. Los sin d icato s in g leses h an h e ch o
prácticam ente im posible, co n una apretada red de m edi
das protectoras, la aflu encia de m ano de obra extranjera a
los sectores productivos q u e controlan. Lo q u e los partidos
o b rero s de todos los Estados han h e ch o a este resp ecto es
b ien co n o cid o . Se p u ed e d ecir ciertam en te q u e esto no
2 2 3
debería h ab er suced ido, que los obrero s deberían haberse
com portad o de otro m odo, y que lo q u e h a ce n está mal.
P ero es incuestionable que lo q u e h a ce n fav orece directa
m ente — por lo m enos de m om ento— a sus intereses.
El liberalism o ha dem ostrad o que el su pu esto antago
nism o de intereses, q u e segú n una tesis muy exten d id a
existiría entre personas, grupos y clases d entro del o rd en a
m iento social basad o e n la propied ad privada de los m e
dios d e producción, en realidad n o existe. C uando crece la
cantidad de capital, la renta de los capitalistas y de los te
rratenientes aum enta en térm inos absolutos y la de los obre
ros e n térm inos absolutos y relativos. En térm inos de renta
los intereses de los distintos grupos y clases sociales — de
los em presarios, de los capitalistas, de los terratenientes y
de los obreros— se m ueven e n la m ism a d irección ; sólo es
distinta la proporción en sus respectivas cuotas de produc
to social. Los intereses de los terratenientes ch o ca n co n los
d e los dem ás estratos só lo en el caso de m o n o p o lio p erfec
to de determ inados productos m ineros. Los intereses de los
em presarios no pu ed en nu nca o p o n erse a los de los co n
sumidores, porque el em presario prospera tanto m ás cuanto
m ejor consigu e satisfacer los d eseo s del consum idor.
Los contrastes d e intereses só lo pu ed en surgir si la libre
disponibilidad de los m edios de p rod u cción se limita por
in terv en cion es del g ob iern o o por otras fuerzas sociales
dotadas de pod er coactivo, es decir, p or p on er un ejem plo,
si aum entan «artificialm ente» los precios de un determ ina
d o artículo gravándolo co n un arancel protector, o bien se
su ben «artificialm ente» los salarios de un determ inado gru
p o de trabajadores, b loq u ean d o la entrada en e se secto r
profesional. Entonces interviene la fam osa dem ostración de
la escu ela librecam bista, nu nca refutada y p or siem pre irre
futable. Tales favoritism os pued en ciertam ente fav orecer al
grupo determ inado en cu yo favor se d eciden, p ero só lo si
224
y cu an d o otros grupos n o hayan podid o o bten erlos. Pero
n o se pu ed e pensar q u e se engañará durante m u ch o tiem
po a la m ayoría so b re el significado efectivo d e tales privi
legios, hasta pretender q u e los tolere voluntariam ente. Y si
se quiere obligarla co n la fuerza a aceptarlos, n o se co n se
guirá sino provocar una violenta rebelión, y p or tanto, en
una palabra, la interrupción d e e se p acífico p ro ceso liberal
q u e es interés de todos conservar. Si se intentara resolver el
problem a n o lim itando esto s privilegios a una o a pocas
personas o b ien a este o aquel grupo o estam en to social,
sino transform ándolos en una regla general — por ejem plo,
exten d ien d o los aran celes protectores a la m ayoría de los
productos, o b ien h acien d o m ás difícil en igual m edida el
a cce so a la mayoría d e los secto res p rofesion ales— , en to n
ces las ventajas y desventajas para cada grup o o estam ento
social se anularían recíp rocam en te, co n el ú n ico resultado
final de quedar todos igualm ente perjudicados por el d es
cen so de la productividad del trabajo.
C uando n o s n eg am o s a re co n o ce r esta teoría funda
m ental d el lib eralism o , cu a n d o se rid iculiza y se n ieg a
sistem áticam ente la «arm onía de los intereses», n o queda
m ás que refugiarse — co m o h a ce n todas las orien tacion es
antiliberales— en la solidaridad de intereses e n una esfera
m ás restringida, ya se trate de los ciudad anos de una na
ción (contra los de otras naciones), o bien de una clase (co n
tra las dem ás clases). Para dem ostrar esta supuesta solida
ridad se precisaría ante to d o una particular dem ostración
que nadie ha h e ch o nu nca o tan só lo intentado hacer. Ya
que tod os los argum entos posibles para dem ostrar la soli
daridad dentro de esta esfera m ás restringida dem uestran
más b ien lo contrario, es decir, la solidaridad general de los
intereses en la socied ad ecum én ica. Los m ism os argum en
tos que dem uestran q u e toda la hum anidad es e n realidad
una sociedad solidaria — y que no dejan ningún margen para
225
la im agen d e una hum anidad h ech a d e antagonism os insu
p erables entre pu eb los, razas, etc.— dem uestran tam bién
có m o se superan los q u e a prim era vista p arecen contras
tes de intereses.
Los partidos antiliberales n o dem uestran en absoluto,
co m o les gusta creer, q u e existe una solidaridad dentro de
las n acion es, de las clases, de las razas. En realidad se limi
tan sim plem ente a incitar a los m iem bros d e estos grupos a
aliarse e n un frente com ú n contra todos los dem ás grupos.
La solidaridad de in tereses d entro d e los grupos de qu e
hablan n o es la con statació n de un h e ch o , sino un m ero
postulado. En realidad n o dicen: los intereses son solida
rios, sino: hay qu e h a cer q u e lo sean, y para esto es p reciso
aliarse para una acción unitaria.
Los partidos de intereses de la é p o ca m oderna declaran
abiertam en te desd e el prin cipio que su política tiend e a
o b te n er privilegios para un grup o d eterm in ad o. E xisten
partidos agrarios que tratan de ob te n e r aran celes protecto
res y otras ventajas (p o r ejem plo, su b v en cion es) para los
agricultores; existen partidos que representan a los em plea
dos pú blicos y se b aten exclusivam ente por ellos; existen
partidos regionales qu e tratan de o b ten er ventajas para los
habitantes de una determ inada región. En el ca so de todos
esto s partidos es claro que no b u scan sino la ventaja d e un
determ inado grupo social sin p reocuparse d e la colectivi
dad o de todos los dem ás estratos sociales, aun cu an d o tra
ten de revestir esta o p ció n program ática d eclarand o que
toda la socied ad se salva só lo si se ayuda a la agricultura, a
la burocracia, etc. A lo largo de los años acab an subrayan
do cada vez m ás abierta y cín icam ente q u e se ocu p an sólo
de un se cto r de la so cied ad y operan só lo e n su interés. Al
principio del m ovim iento antiliberal m oderno, sobre este
punto h abía que ser todavía más b ien cau tos, p o rqu e la
g en eració n que cre ció e n las ideas liberales advertía co m o
226
un h e ch o antisocial la defen sa sin escrúpulos d e intereses
corporativos particulares.
Los representantes de intereses sectoriales só lo pued en
form ar grandes partidos coaligand o en un frente de lucha
unido a los distintos grupos que tien en intereses conflicti
vos. P ero los privilegios corporativos tien en un valor prác
tico sólo si b en efician a una m inoría y si n o so n anulados
p o r p riv ilegios co rp o rativ o s g aran tizad os a otro grupo.
Actualm ente, cu an d o aún perdura el e fe cto d el rech azo li
beral a los privilegios nobiliarios, un grupo restringido no
pued e p reten d er im poner su propia preten sión de o b ten er
privilegios contra todos los dem ás grupos, a n o ser que se
presenten circunstancias particularm ente favorables. Todos
los partidos q u e representan intereses particulares d eb en
por tanto tratar de form ar grandes partidos partiendo de
grupos m ás restringidos co n intereses distintos y conflicti
vos. P ero si el espíritu es el de presentarse para representar
las dem andas interesadas de quien aspira a o b te n e r privi
legios, e se objetivo resulta inalcanzable a través de la alian
za oficial de los diversos grupos. No se pu ed e esperar un
sacrificio provisional de quien se fija co m o o b jetiv o o b te
ner un privilegio para su p ropio grupo o incluso para la
propia persona; si esta person a fuera capaz d e com pren
d er el sentid o del sacrificio provisional, tendría una co n
ce p ció n liberal de la política y n o consideraría la política
co m o un instrum ento para d efen d er sus p rop ios intereses.
Tanto m enos se le pu ed e d ecir abiertam en te q u e co n el
privilegio que se le co n ce d e ganaría más de lo que p erd e
ría por el privilegio co n ced id o a otros. Los discursos y los
escritos en q u e se dijeran estas co sas n o podrían m ante
nerse ocultos por m ucho tiem po, e inducirían a los otros a
aum entar las pretensiones. Y así los partidos d e intereses
se ven forzados a la cautela. So b re este punto esen cial de
su program a d eb e n cuidar de em p lear só lo ex p resio n es
227
am biguas que oculten la realidad efectiva d e las cosas. El
ejem p lo más clam oroso de lo que estam os diciendo lo ofre
ce n los partidos proteccionistas. Éstos d eb e n intentar siem
p re p resen tar su in terés program ático p o r los a ran celes
protectores co m o un interés que afecta a un am plio estrato
social. Si los industriales d efiend en los aranceles, sus diri
gen tes por lo regular n o d icen que los intereses de los dis
tintos grupos y a m enudo tam bién de las em presas particu
lares n o so n idénticos y solidarios. El industrial textil es
p erju d icad o p or el aran cel so b re el alg o d ó n y so b re las
m áquinas textiles, y só lo puede apoyar al m ovim iento p ro
teccion ista si esp era que los aran celes so b re los tejid os se
rán bastante elevados que co m p en sen los perjuicios cau
sados p or los otros aran celes. El agricultor q u e prod u ce
forraje pide sobre su producto un arancel q u e el ganadero
rechaza; el productor vinícola pide so b re la im portación de
vinos un arancel q u e a cada agricultor que n o produce vino
causa los m ism os perjuicios q u e sufren los consum idores
d e las grandes ciudades. Si a pesar d e tod o vem os que los
d e fen so res del p ro te ccio n ism o se p resen tan co m p acto s
co m o un partido, es porque se oculta la realidad efectiva
d e las cosas.
Sería totalm ente absurdo intentar construir un partido
de los intereses sectoriales privilegiando e n igual m edida a
la m ayoría d e la p o b lació n , p u es e n to n ce s el privilegio
dejaría de ser tal. En un país p revalentem en te agrario, qu e
p or tan to exp o rta productos agrícolas, un partido agrario
que representara exclusivam ente los intereses de los agri
cultores no duraría m ucho. ¿Qué es lo que debería reivin
dicar? Los aranceles protectores no favorecerían en nada a
los agricultores q u e tienen q u e exportar; no podrían co n
ce d erse su b v e n cio n e s a la m ayoría de lo s p ro d u cto res,
porqu e la m inoría no podría proporcionarlos. Al contrario,
las m inorías que reclam an privilegios d e be n dar la im pre
228
sión de que cu en tan co n las grandes m asas. Cuando los
partidos agrarios de los países industriales presen tan una
reivindicación a favor de un grupo de obreros, hablan siem
pre de la m asa obrera, om itiendo alegrem ente decir ante
todo q u e los intereses sindicales de los em plead os en los
distintos secto res productivos n o son idénticos sino más
b ien antagónicos, y adem ás que dentro de los distintos se c
tores productivos y de las diferentes em presas existen fuer
tes contrastes de intereses.
U no de los dos errores de fon d o de tod os los partidos
q u e luchan para arrancar privilegios corporativos es cabal
m ente éste: que p or un lado se ven obligad os a apoyarse
en una b ase restringida, porqu e los privilegios dejan de ser
tales si se co n ced en a la m ayoría; y por otro lado, en cam
bio, sólo co m o representantes de la m ayoría pu ed en e sp e
rar realizar sus aspiraciones. El h e ch o d e q u e en determ i
nados países algunos partidos hayan co n segu id o superar
este dilem a intensificando la agitación y co n v en cien d o a
cada estrato o grupo social de ser destinatario exclu sivo de
las v entajas de una eventual victoria del partido, tal vez
pueda dem ostrar la habilidad diplom ática y táctica de los
dirigentes de e se partido y la escasa capacid ad de valora
ció n y la inm adurez política de la m asa electoral, p ero en
ab so lu to dem uestra la posibilid ad de resolv er de raíz el
problem a. Cierto que se pued e prom eter al m ism o tiem po
a las p o b lacio n es urbanas pan barato y a los cam pesinos
precios del trigo m ás altos, p ero n o se p u ed en m antener al
m ism o tiem po am bas prom esas. Se pued e ciertam ente pro
m eter a u n o q u e se luchará por au m entar determ in ados
gastos estatales, sin sacrificar paralelam ente otros capítu
los de gasto, y al m ism o tiem p o o frece r a otro grup o la
posibilidad de una red u cción de im puestos: p ero tam p oco
en este caso se podrán m antener al m ism o tiem po am bos
com prom isos. Una de las técn icas probadas de estos parti
229
dos es la de dividir a la so cied ad en productores y con su
m id o res; y p o r lo g e n e ra l re cu rren tam b ién a la sólita
hipostatización del Estado en m ateria de política financie
ra, en orden a adosar nuevos gastos a la haciend a pública,
d esinteresánd ose del problem a de su cobertura, pero tam
b ién para pod er q uejarse al m ism o tiem po de la presión
fiscal.
El otro error de fon d o de estos partidos es su incapaci
dad de p o n er límites a sus reivindicaciones sectoriales. Para
ellos existe un solo lím ite a sus dem andas: la resistencia que
o p o n e la contraparte. Y esto es natural y form a parte de la
naturaleza m isma d e los partidos q u e persiguen privilegios
corporativos. Sin em bargo, tam bién aq u ello s partidos que
n o p ersig u en program as particularistas, p e ro en tran en
con flicto e n la p ersecu ción de ilim itados d eseo s d e privile
gios d e unos y de sacrificio y deslegitim ación jurídica de
los otros, están destinados a destruir cu alquier sistem a po
lítico. D esde q u e se d escu brió co n claridad crecien te este
fen ó m en o se vien e h ablan d o de la crisis del Estado m oder
n o y de crisis del parlam entarism o. P ero en realidad se tra
ta de la crisis de la ideología d e los m odernos partidos de
intereses.
3. La c r i s i s d e l pa r l a m e n t a r i s m o y l a i d e a d e l a c á m a r a
D E LA S C O R P O R A C I O N E S O D E L P A R L A M E N T O E C O N Ó M I C O
230
todas las partes y de todas las articulaciones d e la sociedad
co in ciden , y que tod o tipo de privilegio a favor de e sp ecia
les grupos y secto res de p o b lació n es contrario al b ienestar
co lectivo y d eb e ser abolid o. Los partidos de un parlam en
to que está en co n d icion es de e jerce r las fu n cion es q ue le
asignan todas las constitu ciones de la edad m oderna pu e
den naturalm ente discrepar sobre determ inadas cu estiones
p olíticas, p e ro d e b e n co n sid erarse rep resen tan tes de la
n ación en su conju nto, n o de particulares territorios o e s
tratos sociales. Por encim a de toda diversidad de op in io
nes d eb e darse la convicción de que en último análisis existe
una identidad de in ten cion es y aspiraciones, y que se pu e
de discutir só lo sob re los m edios para alcanzar los fines
perseguidos. Los partidos n o están separados por un fo so
insalvable, por contrastes de intereses que ellos están dis
pu estos a llevar hasta sus últim as co n secu en cias, aunque
p or ello tuviera que sufrir la n ación entera y derrum barse
el pro p io Estado. Lo que divide a los partidos es só lo la
p osición q u e adoptan frente a los problem as políticos co n
cretos. En el fond o, pues, só lo existen dos partidos: el qu e
g ob iern a y el que quiere gobernar. Tam bién la opo sició n
quiere gobernar, n o para h acer triunfar determ inados inte
reses o para ocu p ar los cargos del g ob iern o co lo can d o en
ellos a m iem bros del partido, sino para traducir sus ideas
e n actos legislativos y adm inistrativos.
Sólo e n estas co nd icio n es es p osible realm ente la e xis
ten cia d e p arlam en to s y d e un régim en parlam en tario.
D urante m ucho tiem po estas co n d icion es se realizaron en
los países anglosajones, dond e todavía hoy se aprecia su
eficacia. En el continente eu ro p eo, en cam bio, incluso en
la é p o ca que su ele indicarse co m o el p eriod o áu reo del
parlam entarismo, sólo se puede hablar propiam ente de cier
ta aproxim ación a estas con d icion es. D esd e h ace décadas,
la situación d e las rep resen tacion es parlam entarias eu ro
231
peas nos m uestra lo contrario. Existe un núm ero excesiv o
de partidos, y cada u n o de ellos está fragm entado en su
interior e n varios subgrupos q u e hacia fuera se presentan
a caso co m o una ú nica form ación com pacta, p ero que en
los debates internos se p elean co n la m ism a virulencia con
q u e públicam en te lo h ace n co n otros partidos. Tod o parti
d o o grupo de partidos se siente llam ado a representar e x
clusivam ente determ inados intereses particulares que in
tenta h acer prevalecer a toda costa. Principio y fin de su
política es tratar d e acercar lo m ás p osible a los «suyos» a
las arcas del Estado, favorecerlos co n tarifas protectoras,
prohibicion es de im portación, leyes de «política social» y
privilegios d e tod o tipo a costa de los dem ás partidos de la
sociedad. P ero la absoluta falta de tod o límite a las reivindi
cacion es de partido acaba haciend o im posible para siem pre
a cada partido alcanzar sus propios objetivos programáticos.
Es im pensable que se pueda realizar íntegram ente el pro
gram a de los partidos agrarios y de los partidos obreros.
Para lograrlo, es natural que cada partido d e see alcanzar
aquel grado d e influencia que le perm itiría realizar la parte
más am plia posible, pero siem pre tien e que pod er estar en
co n d icio n e s tam b ién d e justificar an te sus e le cto re s los
m otivos de la falta de realización de tod o el program a. Y
p u ed e h a ce rlo o b ien inten tand o, a p esar de estar e n el
gobierno, suscitar en la opinión pública la im presión de estar
en la o p osición , o b ien tratando de ech a r la culpa a uno
cualquiera de los p od eres que escap an a su influencia (en
los Estados m onárquicos, al rey, en ciertas situaciones, a
los países extranjeros, e tc.). Y así, si los b olch ev iqu es no
con sigu en dar la felicidad a Rusia y los socialdem ócratas
n o co n sig u en dársela a Austria, la culpa es del «capitalism o
occid ental» que lo im pide. D esd e h ace por lo m enos cin co
años en Alem ania y Austria dom inan partidos antiliberales;
p ero seguim os leyend o en sus boletin es, incluso en los de
2 3 2
sus representantes «científicos», q u e toda la culpa del d es
gob iern o actual es del d om inio de los principios liberales.
Un parlam ento form ado por representantes de partidos
de intereses antiliberales n o está en co n d icion es de funcio
nar, y a la larga acab a por desilusionar a todos. Esto es lo
que se quiere decir hoy, y desde h ace años, cu and o se ha
bla de crisis del parlam entarism o.
Para superar esta crisis algunos prop on en elim inar las
instituciones dem ocrático-parlam entarias e introducir una
dictadura. P ero no vam os a repetir aquí una vez m ás todas
las razones que se o p o n en a la elección de la dictadura, pues
ya lo hem os h ech o am pliam ente.
Una segunda propuesta se refiere a la integración o sus
titución del parlam ento elegid o en sufragio universal por
todos los ciudadanos por un parlam ento form ado p or re
presentantes de las distintas categorías p rofesion ales o cor
poracion es. Partiendo del supuesto d e q u e los m iem bros
elegid os gen éricam en te a los parlam entos n acion ales por
sufragio universal no tien en la com p eten cia y el n ecesario
co n o cim ien to de la econ om ía, se sostien e la n ecesid ad de
h acer m enos política gen érica y más política econ óm ica.
Así, los representantes de las categorías p rofesion ales p o
drían ponerse rápidam ente de acu erd o so b re cu estion es a
cuya solución los diputados de los co legio s electo rales so
bre b ase puram ente territorial n o llegan o llegan só lo tras
exten u an tes dilaciones.
Es n ecesario ante todo aclarar un punto: q u e en un par
lam ento corporativo la cu estión decisiva es la e lecció n del
sistem a electoral, o sea, si se elige el voto «p or cab eza», se
trata d e estab lecer cuántos representantes hay q u e asignar
a las distintas categorías profesionales. Este problem a d ebe
resolverse antes de q u e se co n v oq u e el parlam ento co rp o
rativo, y una vez resuelto el problem a, se pu ed e incluso
prescindir de co n v ocar el parlam ento, porqu e el resultado
2 3 3
de las v o tacio n es parlam en tarias se da p o r d esco n tad o.
Distinta, naturalm ente, es la cu estión de la posibilidad de
m antener, despu és de fijarla, la distribución del p o d er en
tre las corp oracion es. Se pu ed e ten er la seguridad — y es
inútil hacerse ilusiones d e lo contrario— de q ue ésta jam ás
será d el agrado de la m ayoría del p u eb lo ; para crear un
parlam ento del agrado de la m ayoría n o se precisa en a b
soluto un parlam ento de estructura corporativa. Se tratará
só lo de sab er si la insatisfacción que suscita en la pobla
ció n el sistem a b asad o e n el p arlam en to co rp o rativ o es
bastante am plia para gen erar un violen to v u elco del siste
ma. Es cierto que un sistem a de este gén ero , al contrario de
lo q u e su ced e e n la constitu ción dem ocrática, n o o frece
ninguna garantía de un cam b io de política según el d eseo
de la gran mayoría de la población . Y co n esto hem os dicho
tod o lo que hay q u e d ecir d esd e el punto de vista liberal
contra la idea de una estructuración corporativa del parla
m ento. El liberal rechaza a p riori discutir un sistem a que
n o excluya toda interrupción violenta del desarrollo pacífico.
M uchos partidarios de las ideas del parlam ento corp o
rativo piensan que e n él los conflictos n o hay q u e resolver
los co n la victoria de un partido sobre otro sino m ediante el
com prom iso. Pero ¿qué su ced e si n o se con sigu e alcanzar
un acuerdo? Los com prom isos só lo se alcan zan cu an d o el
am en azad o r e sp ectro d e un resultado d esfavorable a la
propia causa induce a cad a una de las partes a ceder. Nadie
im pide a los partidos que se pongan de acu erd o tam bién
en un parlam ento elegid o p or sufragio universal, y nadie
p u ed e obligarlos a que se pongan de acu erd o en un parla
m ento corporativo.
Así, pues, un parlam ento corporativo n o pu ed e hacer
lo que en cam bio h ace un parlam ento co m o órgan o de una
constitu ción dem ocrática: n o pu ed e ser la sede de recom
po sició n pacífica de los contrastes de opinión política, ni
234
p u ed e im pedir una in terru pción violen ta d el d esarrollo
p acífico de la socied ad m ediante golpes de Estado, revolu
cio n es y guerras civiles. Los pro cesos políticos decisivos a
través d e los cuales se define la distribución del pod er p o
lítico dentro del Estado no tien en lugar e n el ám bito del
parlam ento corporativo y d e las eleccio n e s d e las q u e b ro
ta su com p osición . Lo que determ ina la distribución son las
norm as que e stab lecen el p eso de las distintas categorías
en la form ación de la voluntad estatal; p ero estas norm as
se d ecid en fuera del parlam ento corporativo y sin ningún
n e xo orgán ico co n las eleccio n es de las que es em anación.
Es, pues, absolutam ente co rrecto negar a la representa
ció n co rp o rativ a el n o m b re de p arlam en to . El len g u aje
p olítico en los dos últim os siglos se ha ido acostum brando
progresivam ente a distinguir rigurosamente entre parlam en
to y asam blea corporativa. Si no se quiere confundir todos
los co n cep tos de la política, habría que atenerse firm em ente
a esta distinción.
N aturalm ente, n o es q u e se elim inen todos los d efectos
de la re p rese n ta ció n co rp o rativ a p ro p o n ie n d o — co m o
h acen Sidney y B eatrice W ebb, y co n ellos m u chos sind ica
listas y socialistas grem iales, y co m o antes de ellos hicieron
aquí en el continente algunos partidarios de la reform a de
la Cámara Alta— la co ex isten cia d e dos cám aras distintas,
una elegida por sufragio universal y otra por grupos de e le c
to res d ivid id os e n ca teg o ría s p ro fesio n a le s. El sistem a
bicam eral pu ed e funcionar prácticam ente só lo a con dición
de q u e una cám ara ten ga un p red o m in io in con d icio n al
sobre la otra, a la q ue im pone su voluntad; o bien, en el
caso de q ue am bas cám aras estén e n p o sicio n es distintas,
só lo a co n d ición de q u e estén obligadas a bu scar una solu
ció n d e com prom iso. Pero si el com prom iso n o se da, no
queda, ultim a ratio, otra solu ción q ue la batalla violenta
extraparlam entaria. Se puede dar al p roblem a las vueltas
235
q ue se quiera, p ero siem pre se vuelve a la m ism a dificultad
insuperable. Y en ella naufragarían inevitablem ente todos
los m od elos propuestos de esta o de análoga naturaleza,
llám ense cám ara de las co rp o racio n es, parlam ento e c o n ó
m ico o co m o se quiera. Y cu an d o al final se acab a propo
n ien d o algo nuevo p ero totalm ente insignificante co m o la
creació n de un co n se jo e co n ó m ico dotad o tan só lo de voto
consultivo, lo ú n ico que se h a ce es co n fesar abiertam ente
q u e ninguna de estas propuestas es viable.
Los partidarios d e la idea de la rep resen tació n co rp o
rativa se eq u iv o can si p ien san q u e, e ncu ad ran d o en una
estructura co rp o rativ a la p o b la ció n y la re p resen tació n
popular, se pu ed en superar los antagonism os que hoy d es
garran la unidad n acion al. Es im p osib le elim in ar d e la faz
de la tierra e sto s an tagon ism os co n artificios de ingeniería
co n stitu cio n al. Só lo la id eo lo g ía lib eral p u ed e superarlos.
4. Los P A R T ID O S P O L Í T I C O S Y E L L IB E R A L IS M O
236
Para e sto s partidos d e in tereses to d o s lo s problem as
políticos se reducen a problem as de táctica política. Su meta
está ya fijada previam ente: arrancar el m áxim o de privile
gios y ventajas para los grupos que representan y a costa
de todos los demás. El program a del partido sirve para ocu l
tar este objetivo político y acaso para legitimarlo, nunca para
d eclararlo abiertam ente. Por lo dem ás, todos los inscritos
en el partido d e una m anera u otra lo co n o cen , y n o es pre
ciso explicárselo. Preguntarse so b re qué parte del progra
ma p u ed e hacerse pú blica es ya una cu estión puram ente
táctica.
Tod os los partidos antiliberales son partidos corporati
v os, q u e b u scan só lo o b te n e r fav ores para sus p ro p io s
m iem bros, sin preguntarse siquiera si n o será p recisam en
te ésta la causa de la disgregación de toda la estructura de
la sociedad. Son in cap aces de dar respuesta alguna a las
críticas del liberalism o, que d esenm ascara sus inten ciones.
A la luz d e un riguroso exam en lógico de sus pretensiones
n o podrían negar ni por un m om ento q u e toda su co n d u c
ta en últim o análisis es antisocial y destructiva, y q u e un
sistem a social nacido del ch o q u e de estos particularism os
se revelaría im posible incluso a una reflexión apenas su
perficial. Y, sin em bargo, p or lo general, la evidencia de este
dato no ha perjudicado en m od o alguno a esto s partidos a
los o jos d e quien es incapaz de pensar m ás allá d e lo qu e
ve inm ediatam ente al alcan ce de la m ano. La m asa n o se
pregunta q u é su ced erá pasad o m añana o m ás tarde; no
piensa m ás que en el h oy y a lo sum o en el día siguiente.
No se pregunta si todos los dem ás grupos, al perseguir sus
propios intereses particulares, m ostrarán la m ism a indife
rencia hacia el b ien de la colectividad; esp era n o só lo co n
seguir satisfacer sus p ropias p reten sio n es, sin o tam bién
rechazar las d e los dem ás. A los p o co s que juzgan la acción
a la luz de norm as superiores, y q u e exig en que tam bién
237
e n la vida política se o b e d e zca al im perativo categ ó rico
(«A ctúa de m anera q u e la m áxim a de tu voluntad pueda
valer al m ism o tiem po co m o principio de una legislación
universal, o sea que de la tentativa de pensar tu acción co m o
ley observada por todos n o resulte ninguna contradicción»),
la ideología de los partidos de intereses naturalm ente no
tiene nada que ofrecer.
D e este vicio lógico, connatural a la ad h esión a la ideo
logía de intereses, el socialism o ha ob ten id o consid erables
ventajas. Para m uchos de los q u e n o con sigu en com p ren
der plenam ente la gran idea del liberalism o, p ero que sin
em bargo son dem asiado inteligentes para poder contentarse
co n las reivindicaciones puram ente corporativas, la ad h e
sión al socialism o ha tenid o un significado im portante. La
idea socialista, a la que n o se pu ed e negar una cierta gran
diosidad de co n ce p ció n , co n in d ep en d en cia de los d efec
tos connaturales e inelim inables de q u e h ablam os al co
m ienzo, ha term inado p o r enm ascarar y legitim ar al m ism o
tiem po la debilidad de la id eología corporativista. Ha lleva
d o a desviar la mirada del crítico desde la acción del parti
d o a un gran problem a que, al m argen de lo que se piense
de él, era sin em bargo digno d e una consid eración m ás seria
y profunda.
En los últim os cien añ o s el ideal socialista ha contado,
b a jo varias form as, co n le gio n e s de segu id o res serios y
honestos. M uchos d e los m ejores y m ás n o b les hom bres y
m ujeres lo han seguido co n entusiasm o, y ha representad o
la estrella polar para la acción de em in en tes estadistas, ha
alcan zado una posición dom inante e n las cátedras, infla
m ado a los jóven es, colm ad o la m ente y el corazón de las
últimas g en eracio n es y d e la actual, hasta el punto de que
un día se podrá con razón definir la historia de nuestra ép oca
co m o la era del socialism o. En las últim as d écadas todos
los Estados han h e ch o to d o lo posible para realizar el ideal
238
socialista, a través de estatizaciones y m unicipalizaciones
de em presas y m edidas destinadas a llevam os hacia una
econ om ía planificada. El d efecto estructural d e toda em pre
sa socialista, las nefastas co n secu en cias para la productivi
dad del trabajo hum ano y la im posibilidad de un cálcu lo
e co n ó m ico socialista no h an tardado e n cond u cir por d o
quier tales intentos a un lím ite m ás allá del cual ulteriores
m edidas de socialización habrían com prom etid o m anifies
tam ente la propia distribución de b ien es a la p oblación . Y
así se ha im puesto la necesid ad de pararse en el cam ino
hacia el socialism o, y el ideal socialista, au nqu e sigue d o
m inando la ideología, e n la política práctica se ha converti
d o en un m ero m anto para cubrir la política de intereses de
los partidos obreros. Podríam os dem ostrar todo esto tom an
d o e n consid eración, por ejem plo, uno cualquiera de los
m uchos partidos socialistas, incluso las distintas corrientes
del socialism o cristiano. P ero preferim os h acerlo eligiendo
a los socialistas m arxistas, que sin duda han sido y siguen
siend o el m ás im portante partido socialista.
Para M arx — y para los m arxistas— el so cialism o era
realm ente una cosa seria. Marx rechazó siem pre todas aque
llas m edidas a favor de grupos particulares y estratos so cia
les q u e dem andan los partidos de intereses. Jam ás n e gó el
argum ento liberal según el cual el ú nico resultado inevita
b le de tales in te rv e n cio n es e n la vida e co n ó m ic a es la
red u cción general de la productividad del trabajo social.
Siem pre que pensó, escribió y habló de m anera lógicam ente
co h eren te, con sid eró que cualquier intento de influir so b re
el m ecanism o del sistem a social basad o en la propiedad
privada de los m edios de producción co n intervenciones
d e sd e arriba, del g o b ie r n o o d e otros ó rgan o s so cia le s
d otad os de los m ism os pod eres, es insensato, porqu e al
tiem po que no co n d u ce al resultado querido por qu ien lo
prom ueve, n o deja de reducir la productividad del sistem a
239
eco n ó m ico . Marx quiso organizar la lucha de los obreros
para realizar el socialism o, n o para o b te n e r determ inadas
ventajas particulares e n el ám bito de la socied ad basada en
la propiedad privada de los m edios de produ cción. Q uería
un partido o brero socialista, n o un partido que aspirara a
prom over determ inadas reform as, un partido «p equ eñ o -
burgués», co m o él lo llam aba.
Tras las anteojeras de su sistem a escolar, que le im pe
dían una con sid eración d esapasionada de las cosas, p en só
que los obreros, organizados en partidos «socialistas» por
los intelectuales q u e m ilitaban b ajo su band era ideológica,
estarían dispuestos, co m o quería la doctrina, a asistir tran
quilam ente al desarrollo del capitalism o para n o aplazar el
día e n q ue la sociedad, m adura ya para la exp ro p iació n de
los expropiadores, se «convertiría» e n el socialism o. No se
d aba cuenta d e que los partidos o breros, igual q u e hacían
los dem ás partidos de intereses que estab an crecien d o por
to d as p artes, aun a ce p ta n d o e n p rin cip io el p rogram a
socialista, en la política práctica de tod os los días só lo p en
saban e n ob ten er ventajas particulares para los obreros. El
teorem a m aixiano de la solidaridad de intereses entre todos
los proletarios, que M arx teorizó para unos fines políticos
totalm ente distintos, sirvió de m anera ex ce len te para o cu l
tar h áb ilm en te el h e ch o de q u e lo s co ste s de lo s éxitos
ob ten id os por los distintos grupos obreros los soportaban
inevitablem ente otras cap as obreras, y qu e por tanto en la
política social y e n las luchas sindicales los intereses de los
proletarios n o eran e n absolu to solidarios. Para la actividad
d el partido q u e d efen d ía los in terese particulares d e los
obreros, la doctrina m arxista tuvo, pues, la m ism a función
q u e para el Zentrum alem án y para los dem ás partidos de
inspiración clerical tuvo la ap elació n a la religión, para los
partidos nacionalistas la ap elación al espíritu del pueblo,
para los partidos agrarios la afirm ación de la solidaridad de
240
intereses entre los distintos grupos de productores agríco
las, y para los partidos proteccionistas la teoría de la n e ce
sidad d e una tarifa ú nica en d efen sa del trabajo nacional.
Cuanto más crecían los partidos socialdem ócratas, y cu an
to más aum entaba la influencia de los sindicatos sobre ellos,
tanto m ás se convertían e n una e sp e cie de fed eración de
sindicatos que lo subord inaban to d o a la perspectiva de la
sind icación obligatoria y la subida de los salarios.
El liberalism o n o tien e nada e n com ún co n todos estos
partidos; más bien, es exactam ente lo contrario. No prom ete
a nadie ventajas particulares y pide a todos q u e se sacrifi
q u en para m antener viva la sociedad. N aturalm ente, estos
sacrificios — que m ás exactam en te d e be n definirse co m o
renun cias a ventajas particulares— so n só lo provisionales,
y n o tardan en ser recom p en sad os p or ventajas m ayores y
perm anentes. Pero in icialm en te se trata siem pre de sacri
ficios. D e este m od o la situación del liberalism o e n la co m
p etición entre los partidos se encuentra desd e el principio
en una situación totalm ente específica. Mientras que el can
didato antiliberal prom ete ventajas particulares a cada uno
de los grupos de e le cto re s — a los prod u ctores prom ete
p recios más altos y a los consum idores precios más bajos,
a los funcionarios públicos sueldos m ás altos y a los contri
b u y en tes im puestos m ás b a jo s; está d isp u esto a a co g e r
cualquier dem anda de em p leo de los recursos públicos, con
tal de q u e sea a costa del Estado y de los ricos; no co n sid e
ra a nin gú n g ru p o tan p e q u e ñ o q u e n o m e rez ca, para
ganárselo, una regalía tom ada de los bolsillos de la « co lec
tividad»— , en cam bio, el liberal q u e con cu rre a las e le ccio
n es pu ed e d ecir claram ente a todos los electo res qu e aten
d er to d a esta sum a d e re iv in d ica cio n e s p articu lares es
antisocial.
241
5. Pr o pa g a n d a y a pa r a t o d e pa r t id o
242
p o r difundir las ideas liberales. Su v ictoria se produciría
e n to d o caso.
T am bién sobre este punto, para com p ren d er a los ad
versarios del liberalism o hay que ten er e n cu en ta que toda
su acción tiende ú nicam ente a o p o n erse al liberalism o, y
n o es otra co sa que un rech azo y una reacció n contra las
ideas liberales. Estos adversarios nunca han sido cap aces
de co n trap on er a la idea liberal una teoría social y e co n ó
m ica orgánica, porque una teoría así só lo pu ed e llevar a la
ideología liberal. P ero co n un program a que prom etía algo
só lo a uno o a unos p o co s estratos sociales, era em presa
d esesperad a ganarse el co n sen so de los dem ás estratos. Por
e llo a esto s partidos sólo les qued aba inventar institucio
nes ca p a ces de atraer a sus propias filas las franjas sociales
a las que se dirigían, y m antenerlas en ellas firm em ente. Y
tenían tam bién q u e im pedir que las ideas liberales hicieran
prosélitos entre los sectores co n los que ellos más contaban.
A este fin crearon una organización de partido capaz de
ten er fuertem ente agarrado al individuo de suerte que no
pudiera ni siquiera ocurrírsele salir del partido. En Alem a
nia y e n Austria, donde tal sistem a se p e rfeccio n ó co n p e
d an te p recisió n , y en los Estados d e la Europa o rien tal,
donde se imitó p erfectam ente, h oy el individuo n o es ya
un ciudadano, sino un m iem bro del partido. Ya desde niñ o
el partido cuida de él. Inclu so el deporte y las am istades se
organizan en fu n ción de la política del partido. Las co o p e
rativas agrícolas (el ú n ico interm ediario gracias al cual el
agricultor particular pu ed e disfrutar de una parte de las
su bvenciones y facilidades q ue corresp on d en a los produc
tores agrícolas), las instituciones para la p rom oción de la
clase m edia artesana, las oficinas de co lo cació n y las cajas
m utuas d e los o b rero s, tod o se gestiona co n criterios de
partido. Para cualquier asunto q u e d ependa d e la discrecio-
nalidad de una autoridad, el ciudadano particular precisa
243
del ap oyo de su partido si quiere q ue se le tenga e n cuenta.
En tales circunstancias, cualquier laxism o sobre cu estion es
que afectan al partido le h a ce so sp ech o so; y si aband on a el
partido, tendrá que afrontar graves in con v en ien tes e co n ó
m icos, cu and o n o la m arginación y el b o ico t social.
Los partidos d e intereses reservan un cuidado especial
al problem a de la clase intelectual. Las p rofesion es libera
les — abogados, m édicos, escritores y artistas— n o están
suficientem ente representadas hasta el punto de poder pen
sar en constituirse en partido de intereses. Por e so las profe
siones liberales fueron las últimas e n recibir la influencia de
la ideología de los intereses corporativos, y siem pre fueron
las que durante más tiem po y co n m ayor tenacidad se m an
tuvieron ligadas al liberalism o, pues nada podían esperar de
la defensa im placable y desvergonzada de sus propios inte
reses particulares. Pero esta situación no podía m enos de sus
citar una fuerte perplejidad en los partidos que eran los re
presentantes de tales intereses; n o podían éstos tolerar que
los «intelectuales» perm anecieran fieles al liberalism o. En
efecto, tenían razón al tem er que las ideas liberales, refor-
muladas y reexpuestas por representantes de esta clase, lo
graran la aprobación y el apoyo de la m asa de sus com p o
nentes, alcanzando una fuerza capaz de diezmar sus filas. Por
lo dem ás, ya habían experim entado lo peligrosas que podían
ser estas ideologías para los privilegios corporativos. D e ahí
que las organizaciones de estos partidos corporativos se dis
pusieran a estudiar el m odo de que los representantes de las
profesiones «liberales» pasaran a depender de ellas. Objetivo
que no tardó en alcanzarse, incorporando sistem áticam ente
a estos profesionales al aparato del partido. El m édico, el
abogado, el escritor y el artista tienen q u e encuadrarse y
subordinarse a la organización de sus pacientes, clientes, lec
tores y m ecenas. Y qu ien n o quiere o incluso se niega a
hacerlo, tendrá que aceptarlo forzado por el boicot.
244
El som etim iento d e las p rofesion es liberales se co m p le
ta co n el procedim iento adoptado para el ingreso en el ser
vicio p ú blico o el a cceso a una cátedra. Para potenciar el
sistem a de partidos se contratan só lo los inscritos e n los
partidos corporativos, ya sea los que ya están en el poder,
ya sea los que aún n o lo están, so b re la b ase de un preciso
au nqu e tácito pacto en tre ellos. Y para terminar, tam bién la
prensa ind epend iente se h ace entrar en razón co n la am e
naza del b oicot.
La organización de partido alcanza su culm in ación co n
la form ación de auténticas tropas de partido, organizadas
según el m od elo del ejército nacional, co n sus planes de
m ovilización, estrategias operativas y arm as que les per
m iten atacar en cualquier m om ento. P recedidos por bandas
m usicales y estandartes, sus cortejos recorren sistem ática
m en te las calle s d e la ciudad , a n u n cian d o al m und o la
e xp lo sió n de una era de d esórd en es y con flictos sin fin.
D os circunstancias contribuyen actualm ente a atenuar
el peligro de sem ejan te situación. Ante tod o el h e ch o de
qu e en algunos Estados im portantes se ha alcanzado un
cierto equ ilibrio de fuerzas entre los partidos. D ond e esto
falta, co m o e n Rusia y e n Italia, los p oderes del g o b iern o se
em p lean , en abso lu to d esp recio de lo q u e qued a de los
principios liberales q u e el resto del m undo respeta, para
oprim ir y perseguir a los seguidores d e los partidos q ue n o
están ya e n el poder.
La segunda circunstancia que aún im pide qu e se llegue
a los extrem o s se refiere a las n a cio n e s im pregnadas de
espíritu antiliberal y anticapitalista, las cu ales cuentan con
la afluencia de capitales p roced en tes d e los países clásicos
del capitalism o y del liberalism o, sobre to d o d e los Estados
Unidos. Sin los créditos de estos últim os, las co n se cu en
cias de la política de d estru cción de capital practicada por
e sos países se habrían m anifestado ya co n m ayor evidencia.
245
El anticapitalism o pu ed e sobrevivir só lo co m o parásito del
capitalism o. Se ve, por tanto, forzado a m an tener un cierto
grado de prudencia ante la o pinión pú blica occid ental, en
la que todavía se re co n o ce el liberalism o aunque e n una
versión muy diluida. En el h e ch o de que los capitalistas, en
g en eral, d esean co n ce d e r créd ito so lam en te a los países
deudores q u e o frecen alguna esperanza d e devolución del
préstam o, los partidos destructivistas ven la prueba de ese
«dom inio m undial del capital» al q ue luego pid en ayuda.
6 . ¿E l p a r t i d o d e l c a pi t a l ?
246
ríos. Cuando los m arxistas sostienen q u e el socialism o sólo
podrá realizarse cu and o el m undo esté «m aduro» para él,
pu esto que una form ación social n o d esap arece «antes de
q u e se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas de
q u e la m ism a es capaz», p or ello m ism o adm iten al m enos
para el presen te que la institución de la propiedad privada
es ind ispensable a la sociedad. Inclu so los b olch ev iqu es,
que hasta ayer hicieron propaganda co n el hierro, el fu ego
y la horca por su versión del m arxism o, según la cual esa
«m adurez» ya se había alcanzado, hoy se ven forzados a
adm itir que aún es dem asiado pronto. P ero en tal caso, si
n o se pu ed e prescindir, al m enos por el m om ento, del ca
pitalism o y de su «sobreestructura» jurídica — la propiedad
privada— , ¿puede afirm arse que una ideología que co n si
dera la propiedad privada co m o b ase de la socied ad favo
rece só lo los intereses egoístas de los propietarios contra
los intereses de todos los demás?
Naturalmente, cu an d o las ideologías antiliberales d ecla
ran que la propiedad privada es indispensable — n o importa
si sólo para el presen te o para siem pre— , siguen creyend o
q u e e n to d o caso tien e que ser dirigida y limitada por inter
v en cion es d el p o d er p olítico. Por tanto, n o pred ican en
m odo alguno el liberalism o y el capitalism o, sino el interven
cionism o. P ero la econ om ía política ha d em ostrad o que el
intervencionism o estatal es irracional y contraprod ucente
re sp ecto al fin, que es incapaz d e alcan zar los ob jetiv os
desead os por sus partidarios, y que por tanto es un error
su p on er que junto al socialism o (propied ad colectiva) y al
ca p italism o (p ro p ie d a d p riv ad a), se p u ed a im agin ar y
realizar un tercer sistem a d e constitu ción social del trabajo
llam ad o in terv en cio n ism o . Los in ten to s d e p racticar e l
in terv en cio n ism o n o p u ed en m en o s de con d u cir a una
situación que contradice las inten ciones m ismas de sus pro
m otores, los cu ales se hallarían en todo caso ante el dilem a
241
de aband on ar cu alquier intervención, y por tanto dejar in
tacta la libertad privada, o sustituirla p or el socialism o.
T am p oco ésta es una afirm ación q u e haga só lo el e c o
nom ista liberal, co m o quiere cierta idea popular según la
cual existirían tantas eco n o m ías políticas co m o partidos.
Tam bién Marx e n todos sus escritos teóricos contem pló sólo
la alternativa so cialism o o cap italism o, y vertió to d o su
d esd én y su sarcasm o so b re los reform istas, esclavos, se
gún él, de la «m entalidad p equ eñ o-b urgu esa», que rech a
zan el socialism o p ero q u ieren transform ar la propiedad
privada. La econ om ía política no ha intentado nu nca d e
m ostrar la viabilidad del sistem a de propiedad privada li
m itada y dirigida p or intervenciones de la autoridad. Cuan
do los «socialistas de cátedra» quisieron dem ostrarlo a toda
costa, com en zaron n egan d o la posibilidad de un co n o ci
m iento cien tífico en el cam po eco n ó m ico , y acabaron de
clarando que lo que hace el Estado d eb e ser n ecesariam en
te racional. D ado q u e la ciencia declaraba ilógica su política
e con óm ica, trataron de elim inar la cien cia y la lógica.
La situación n o es sustancialm ente distinta en lo que res
pecta a la dem ostración d e la posibilid ad y viabilidad de un
sistem a social socialista. Los socialistas pre-m aixistas habían
intentado inútilm ente dem ostrarlo, p ero n o lo consigu ie
ron y n o se aventuraron a desm ontar las duras o b jecio n es a
la viabilidad de su utopía form uladas por críticos cap aces
de em plear todos los instrum entos de la cien cia. D e suerte
que e n torno a m ediados del siglo x ix el p ensam iento so
cialista parecía estar ya liquidado. Y entonces entró Marx
en escena. El cual e n absoluto ofreció la dem ostración — por
lo dem ás im posible— de la viabilidad del socialism o, sino
que se limitó a declarar — naturalm ente, sin poder dem os
trarlo— que la llegada del socialism o sería inevitable.
D e este teorem a arbitrario y del axiom a (para él) indis
cutible según el cual tod o lo q u e en la historia de la hum a
248
nidad viene d espués representa un progreso resp ecto a lo
anterior, él saca la con clu sió n d e que, p or tanto, el socialis
m o es ta m b ién m ás p e rfe cto q u e el cap italism o , y q u e
consigu ien tem ente cualquier duda so b re su viabilidad es
in ad m isib le. Según M arx, p u es, es a b so lu tam e n te an ti
cien tífico plantearse la cu estión de la posibilidad del siste
m a social socialista, e incluso estudiar los problem as qu e
este sistem a plantea. Q u ien lo intentaba era proscrito por
los socialistas y p or la op in ió n pública b ajo su influencia.
Pero a pesar de estas dificultades — por lo dem ás, puram en
te extrín secas— la eco n o m ía política se ha o cu p ad o del
m od elo teó rico del sistem a social socialista y ha dem ostra
d o de m anera irrefutable que cualquier tipo de socialism o
es irrea liz a b le p o rq u e e n u na co m u n id a d so cialista e s
im posible el cálcu lo eco n ó m ico . Los seguidores del socia
lism o apenas han osad o replicar algo a este diagnóstico, y
cu a n d o lo h an h e ch o , el co n te n id o de su rép lica se ha
m ostrado totalm ente insignificante.
Lo qu e la cien cia ha dem ostrado en el p lan o teó rico ha
sido confirm ad o en la realidad práctica, es decir, en el fra
ca so d e to d o s los e xp e rim e n to s, tan to so cialistas co m o
intervencionistas.
Así pues, cu and o se afirm a q u e d efen d er el capitalism o
es un problem a exclu sivo de los em presarios y de los cap i
talistas, cuyos intereses particulares, op u estos a los de to
d os los dem ás estratos sociales, serían apoyados por el sis
tem a capitalista, n o se h ace otra cosa que lanzar propaganda
engañosa contand o co n la incapacidad de ju icio de los idio
tas. «Los que tien en » (th e h a v e’s) n o tienen un m otivo para
d efen d er la propiedad privada de los m ed ios de produc
ció n distinto del de «los q u e n o tien en » (th e hav e-n ot’s). Si
d efien d en sus in tereses p articu lares so n cu alq u ier co sa
m enos liberales. La idea de q u e «los q u e tienen» perm an e
ce n eternam ente co m o propietarios, m ientras siga e n pie
249
el capitalism o, deriva de una total ignorancia de la natura
leza d e la econ om ía capitalista, en la cual la propiedad pasa
de m anos continu am ente desde q u ien es m enos capaz de
gestionarla a quien la gestiona mejor. En la socied ad cap i
talista el patrim onio só lo pu ed e conservarse si se gana de
n u evo continu am ente inviniénd olo de m anera inteligente.
Q u ien es ya lo p o seen , los ricos, n o tien en ningún m otivo
esp ecial para d esear una co n d ición d e co m p eten cia ilimi
tada; antes bien, esp ecialm en te cu ando n o so n los prim e
ros e n ganarlo sino que se limitan a heredarlo, tien en más
m otivo para tem er q u e para esp erar de la co m p eten cia.
Están particularm ente interesados m ás en el intervencio
n ism o estatal, que tiende siem pre a conservar la distribu
ció n actual de los b ien es entre los propietarios, que e n el
liberalism o, e n cu yo sistem a no hay lugar para quien per
m an ece tenazm ente apegad o a la realidad transm itida y a
la riqueza establecid a q u e constituye su pilar.
El em presario só lo pu ed e prosperar si satisface la d e
m anda de los consum idores. Si el m undo quiere guerra, el
liberal trata de hacer com prend er las ventajas de la paz, pero
el em presario fabrica cañ o n es y am etralladoras. Si hoy la
o p in ió n pública defien d e la inversión de capital en Rusia,
el liberal puede esforzarse en dar a en ten d er que invertir
capitales e n un país en el q ue el g o b iern o proclam a abier
tam en te co m o objetiv o últim o de su política la exp ro p ia
ció n de tod os los capitales, es co m o ech ar m oned as al mar;
pero el em presario va tranquilam ente a producir en Rusia
si pu ed e descargar el riesgo so b re otros — ya sean el Esta
do, o bien los capitalistas m enos avispados, que se dejan
em baucar por una o pinión pública sabiam ente pilotada por
el dinero ruso. El liberal com bate las tentaciones autárquicas
en la política com ercial; p ero el fabrican te alem án va igual
m ente a construir una fábrica en el Estado oriental cerrado
a las m ercancías alem anas para aprovisionar el m ercad o de
250
e se país aprovechán d ose de los aranceles protectores. Los
em presarios y los capitalistas q ue tien en las ideas claras
pueden juzgar deletéreas para la colectividad las con secu en
cias de la política antiliberal; pero en cuanto em presarios y
capitalistas tien en q ue tratar de adaptarse sin resistir a las
co n d icion es objetivas.
No existen clases sociales que pued an d efen d er el lib e
ralism o por intereses egoístas particulares q u e perjudican
a la colectividad y a las dem ás clases sociales, p recisam en
te porqu e el liberalism o n o está al servicio d e ningún inte
rés particular. El liberalism o n o pued e con tar co n la misma
ayuda q u e los partidos antiliberales en cu entran e n la adhe
sió n de todos aquellos q u e pretenden aferrar una ventaja
particular a costa de todos los dem ás. Si a un candidato li
beral los electo res a los que pide el voto le preguntaran:
«¿Qué quiere h acer usted y qué quiere h acer su partido por
mí y p or mi grupo?», la única respuesta q u e el candidato
podría dar es ésta: «El liberalism o atiende al interés de to
dos, n o al interés particular de éste o aquél».
Ser liberal significa cabalm en te com p ren d er que un pri
vilegio particular reservado a un reducido estrato social en
perju icio de otros n o pu ed e m an tenerse a la larga sin d e
fend erlo co n uñas y d ientes (¡y esto significa guerra civil!);
y qu e, p or otra parte, tam p o co se podría privilegiar a la
m ayoría, porqu e en to n ces los privilegios se anularían unos
a otros, perdiendo to d o valor para qu ien es los disfrutan, y
el ú n ico resultado sería la reducción generalizada de la pro
ductividad del trabajo.
251
C a p ítu lo V
253
P ero la civilización m oderna n o p erecerá, a n o ser q u e
se suicide. Ningún en em igo extern o pu ed e destruirla co m o
los esp añ o les destruyeron la civilización azteca, porqu e no
hay nadie so b re la faz de la tierra que pueda com petir co n
los protagonistas de la civilización m oderna. Sólo enem igos
internos pued en am enazarla. Sólo pu ed e m orir si la id eo
logía antiliberal y antisocial sustituye a las ideas liberales.
En realidad la co n v icció n de que el progreso m aterial
só lo es p o sib le e n la socied ad capitalista em pieza a difun
dirse cad a v ez más. A unque los antiliberales n o lo adm iten
explícitam ente, hay un recon ocim ien to p len o e im plícito
indirectam ente e n el elog io q u e su ele hacerse del estado
estacionario.
Se em pieza a p en sar que los progresos m ateriales de las
últimas g en eracio n es han sido ciertam en te ex ce p cio n a les
y han producido algunas co sas útiles, p ero q u e ha llegado
el tiem po de decir basta. Es hora de q u e la prisa y la carrera
desenfrenad a del capitalism o m oderno ced an el p aso a una
tranquila fase de m editación. Es p reciso hallar tiem po para
un retorno a nuestro interior, y para e llo hay que sustituir el
capitalism o p or una organización eco n ó m ica distinta que
d eje d e crear co sas nuevas. La mirada del econ om ista ro
m ántico vaga por el pasado y d escu bre la Edad Media, p ero
n o la Edad M edia real q u e existió históricam ente, sino un
m o d elo suyo puram ente fantástico, q u e nu nca existió real
m ente. Su m irada se extien d e tam bién por O riente, y tam
p o co aquí se trata de un O riente verdadero sino soñad o por
su fantasía. ¡Qué felices eran los hom bres sin la técn ica y
sin la cultura m oderna! ¡Cómo hem os podido renunciar con
tanta ligereza a sem ejan te paraíso!
Q uien predica el retorn o a form as m ás sim ples de e c o
nom ía social, olvida que sólo nuestro sistem a eco n ó m ico
o frece la p o sibilid ad d e m antener, co m o hoy o cu rre, el
núm ero de individuos q u e actualm ente p u eb la nuestro pla
254
neta. Un retorno a la Edad Media significaría el exterm inio
de cien tos de m illones d e personas. Q u ien es defienden el
estad o estacion ario resp on d en , p or su puesto, q u e n o es
p reciso llegar tan lejos. Bastaría deten erse e n los niveles ya
alcanzados y renunciar a ulteriores progresos.
Q u ien m agnifica el estad o estacion ario olvida tam bién
que el d eseo d e m ejorar la propia situación m aterial es in
nato e n el hom bre q u e piensa. No se pu ed e borrar este
im pulso q u e es el resorte de toda a cció n hum ana. Si se le
cierra el cam ino p or el q u e ha con segu id o obrar por el bien
d e la sociedad, p erfeccion an d o los m odos de satisfacer las
propias necesidades, n o le queda más que una alternativa:
la de volver a oprim ir y robar a sus sem ejantes, tratando
solam ente d e en riqu ecerse a sí m ism o y de em p o b recer a
todos los dem ás.
Es cierto que este afanarse p or aum entar el propio b ien
estar n o h a ce a los hom bres m ás felices. Pero está en la
naturaleza del hom bre ten d er a m ejorar su propia cond i
ción material. Quitadle la satisfacción de esta tensión y caerá
en la apatía y el em brutecim iento. La m asa n o e scu ch a a
quien la exhorta a contentarse; y acaso tam bién los filóso
fos que lanzan este grito de advertencia so n presa de una
grave form a d e auto-ilusión. Si d ecís a la g en te que sus
padres vivían peor, os dirán que n o co m p ren d en por qué
razón ellos n o d eb en mejorar.
A certado o eq u iv o cad o , co n o sin el b e n e p lácito del
austero censor, un h e ch o es cierto: q u e los hom bres tien
d en y tend erán siem pre a m ejorar su propia condición . Es
el destino del h om bre, que éste n o pu ed e eludir. El d esaso
sieg o y la inquietud del h om bre m od erno es vivacidad de
su m ente, de sus nervios y de sus sentidos. No se pued e
recon d u cirle a la arcadia d e las fases ancestrales de la his
toria hum ana, co m o no se pu ed e restituir al adulto la inge
nuidad de su niñez.
255
Pero, so b re todo, ¿qué se o frece a cam b io de la renun
cia a un ulterior p rogreso material? La dicha y la felicidad,
la paz y el equilibrio interior, n o n acerán por el sim ple h e
ch o de n o pensar ya e n m ejorar el m od o de satisfacer las
propias n ecesidades. Es absolutam ente insensata la idea de
estos intelectuales resentidos, d e que la pobreza y la auste
ridad crean las co n d icion es para el p len o d espliegue de las
energías internas. C uando se discute de estas cu estiones
sería conveniente evitar los circunloquios y llamar a las cosas
por su nom bre. La riqueza m oderna se manifiesta sobre todo
e n la cultura del cu erp o — higiene, am or p o r la lim pieza,
d eporte— . Todavía h oy — acaso ya n o en Estados Unidos,
pero seguram ente en todas partes— el lu jo de las personas
acom od ad as, si el progreso e co n ó m ico m antiene el ritmo
q u e ha tenid o hasta ahora, se convertirá m uy pron to en
patrim onio de todos. ¿Acaso piensa alguien en riqu ecer la
vida interior del hom bre exclu y en d o a las m asas de la co n
quista de aquel nivel de higiene física del que ya pued en
disfrutar las personas acom odadas? ¿La felicidad está e n un
cu erp o descuidado?
A qu ien canta las loas de la Edad M edia só lo se le pued e
respon d er q ue nada sabem os d e los sentim ientos íntim os
del hom bre m edieval, es decir, si se sintió m ás feliz o m e
nos feliz de lo que se siente el hom bre m od erno. P ero a
quienes señalan co m o m odelo el estilo de vida de los orien
tales quisiéram os preguntarles si realm ente la Asia de hoy
es e se paraíso que nos describen.
El elo g io de la eco n o m ía estacionaria co m o ideal social
es realm ente el últim o argum ento de los en em igos del libe
ralism o para justificar sus teorías. No olvidem os la prem isa
d e sus críticos, es decir, que el liberalism o y el capitalism o
frenan el d esarrollo integral de las fuerzas productivas y
provocan la m iseria de la masa. No olvidem os tam poco que
los enem igos del liberalism o han presum ido de perseguir
256
un ord en social cap az de crear más riqueza de la que pu e
de crear el orden social que com baten. Y ahora, acorralados
por la autocrítica d e la econ om ía política y d e la sociología,
tien en que adm itir que só lo el capitalism o y el liberalism o,
só lo la propiedad y la libre actividad em presarial garanti
zan la m áxim a productividad del trabajo hum ano.
Su ele afirm arse que lo que h oy separa a los partidos
políticos serían las grandes antítesis ideológicas, eso s co n
trastes que sería im posible superar co n argum entos racio
nales. D e donde — se sostien e— la inutilidad incluso de
discutir estas grandes antítesis, dado q u e cad a u n o seguiría
m an teniend o su propia op in ión porqu e ésta se apoya en
una visión general de las co sas im p erm eable a toda co n si
d eración racional. Puesto que los fines últim os a los qu e
tiend en los hom bres son diferentes, habría que excluir cual
quier posibilidad de q ue estos m ism os hom bres q u e persi
guen fines diferentes pued an p on erse de acu erd o sobre un
m od elo com ún.
P ero ésta es una visión absolutam ente invertida de las
cosas. Si exclu im os a los p o co s ascetas que co h eren tem en
te d esean despojarse de todos los b ien es exteriores y lle
gan a la supresión m isma de la acción y de la praxis, m ejor
dicho, al total aniquilam iento d e sí m ism os, el resto d e la
hum anidad d e raza blan ca, al m argen de sus divergencias
sobre las cosas ultraterrenas, co in ciden en preferir un sis
tem a social d e alta productividad del trabajo a un sistem a
de b a ja productividad. In clu so q u ie n e s p ien san q u e un
desarrollo crecien te del m od o de satisfacer nuestras n e ce
sidades tiene aspectos negativos, y q ue por tanto sería m ejor
que nos acostum bráram os a producir m enos b ien es — sal
v o verificar cuántos son realm ente qu ien es así piensan sin
ceram ente— , incluso éstos, decía, no auspiciarían q u e la
mism a cantidad de trab ajo produjera m en os bien es; a lo
sum o, auspiciarían q u e se trabajara m enos y por tanto se
251
produjera m enos, p ero n o que la m isma cantidad de traba
jo produjera m enos.
Los actuales contrastes políticos n o d ep en d en d e op u es
tas visiones gen erales del m undo; se refieren a la vía y a los
m edios para alcanzar co n la m áxim a rapidez y el m ínim o
sacrificio una m eta que todos reco n o ce n justa. Esta m eta,
este fin al q u e todos tiend en, es la m áxim a satisfacción de
las n ecesid ad es hum anas, el bienestar, la riqueza. Es evi
dente q u e esto n o agota enteram ente las aspiraciones del
h om bre, p ero es to d o aqu ello a lo qu e pu ed en aspirar co n
m edios m ateriales a través de la co op eración social. Los
b ien e s interiores — la dicha, la felicidad del alm a, la elev a
ció n espiritual— cad a u n o d eb e bu scarlos tan só lo e n sí
mism o.
El liberalism o n o es una religión, n o es una co n ce p ció n
general del m undo, una W eltanschauung, y m u cho m en os
un partido q u e d efiend e intereses particulares. No es una
religión, porque n o pide ni fe ni entrega, n o vive en una
aureola de m isticism o y no p o see dogm as. No es una co n
cep ció n general del m undo, porqu e n o pretende explicar
el co sm o s y n o nos dice ni quiere d ecirn os nada sobre el
sentid o y el fin de la existen cia hum ana. No es un partido
de intereses, porqu e n o prom ete, n o quiere proporcionar
y n o co n ce d e de h e ch o privilegios d e ninguna clase a nin
gún grupo y a nadie personalm ente. El liberalism o es algo
com pletam ente distinto. Es ideología, teorización del n e x o
que m antiene unidas las realidades sociales y al m ism o tiem
p o aplicación de esta teoría al com portam iento de los hom
bres en las realidades sociales. No prom ete nada que so
brepase los lím ites de lo que e n la socied ad y por m edio de
la socied ad pued e realizarse. Sólo una co sa q uiere dar a los
hom bres: un desarrollo pacífico y continu o del bienestar
material para todos, para m antener lejos las causas exter
nas del sufrim iento en los lím ites en q u e pu ed en h acerlo
258
las instituciones sociales. Reducir el sufrim iento, aum entar
el placer, tal es su fin.
Ninguna secta y ningún partido político ha creíd o nun
ca que podía renunciar a los afectos a favor de la propia
causa. Retórica rim bom bante, m úsica e him nos co n ondear
de banderas, flores y co lo res sim bólicos, tod o sirve a los
jefes para ligar a sus seguidores a su propia persona. Nada
d e esto h ace el liberalism o. No tiene una flor o un co lo r
co m o sím bolo de partido, ni un him no o ídolos de partido,
sím bolos o lem as. T ien e una causa q u e d efen d er y los ar
gum entos para defenderla. Es co n éstos co n los q u e d eb e
triunfar.
259
Apéndice
1. La l it e r a t u r a s o b r e e l l ib e r a l is m o
261
rie de com prom isos, hasta deslizarse lentam ente hacia el
socialism o. Él es el resp on sable de la desenvuelta m ezco
lanza d e ideas liberales y socialistas que llevó a la d ecad en
cia del liberalism o inglés e hizo vacilar el bienestar de la
población inglesa. Sin em bargo — o acaso precisam ente por
esto— es im portante co n o ce r los escritos más im portantes
de Mill ( Principies o f P olitical Econom y, l . 2 ed., 1848; On
Liberty, 1859; Utilitarianism, 1862). Sin un estudio profun
do de Mill es im posible com pren d er la historia de las dos
últimas g en eracion es. En e fecto, Mill es el m ayor defen sor
del socialism o; todos los argum entos p osibles a favor del
socialism o fu eron cuidad osam ente elaborad os por él. Ju n
to a Mill todos los dem ás autores socialistas — Marx, Engels
y Lassalle incluidos— casi d esaparecen .
Es im posible com prend er el liberalism o sin la econ om ía
política. El liberalism o es eco n o m ía política aplicada, polí
tica estatal y social so b re b ases científicas. Y aquí, inm edia
tam ente después de los escritos citados, hay q u e co n o cer
ante tod o la obra del gran m aestro de la eco n o m ía política
clásica
D avid R icardo, P rin cipies o f P olitical E conom y a n d
Taxation, 1817.
Las m ejores introd ucciones al estudio d e la cien cia e c o
n ó m ica m od ern a so n las d e H. O sw alt, Vortráge ü ber
w irtschaftliche G ru n dbegriffe (varias e d icio n e s ), C. A.,
Verrijn Stuart, D ie G rundlagen d er Volksw irtschaft(1 92 3 ).
Las obras m aestras d e la econ om ía política m oderna en
alem án son:
Carl Menger, G rundsatze d er Volksw irtschaftslehreipñ-
m era ed., 1871) y Eugen von B ó h m -B aw erk, K apital und
K apitalzin s (prim era ed., 1884 e 1889).
Una suerte infausta — no distinta de la que le cu p o al
liberalism o alem án— tuvieron las d os con tribu cion es más
im portantes q ue A lem ania había co n segu id o dar a la litera-
262
tura liberal. Las Ideen zu ein em Versuch d ie G renzen d er
W irksam keit des Staates zu bestim m en d e W ilhelm von
H um boldt estaban listas para la im prenta e n 1792. En el
m ism o año Schiller p u blicó una parte de las m ismas sobre
la N eue Thalia, y otras partes ap arecieron e n el B erlin er
M onatsschrift. P ero co m o el editor de H um boldt, G esch en ,
tenía m iedo de publicar el libro íntegro, éste p erm aneció
co m o m anuscrito y fue olvidado, para ser despu és descu
bierto y publicad o só lo tras la m uerte del autor.
La obra de H einrich G ossen, Entwiklung d er G esetze des
m enschlichen Verkehrs u n d d erd arau sfliessen d en Regeln
fü r m enschliches H andeln, en con tró ciertam ente un ed i
tor, p ero cuando fue publicada en 1854 n o en co n tró lecto
res. La obra y su autor perm an ecieron e n la som bra hasta
q u e el inglés Adam son en co n tró un ejem plar del libro.
Tuda la poesía clásica alem ana, pero sobre todo las obras
de G oethe e de Schiller, están penetradas por el pensam iento
liberal.
La historia del liberalism o político e n A lem ania es breve
y p o co alentadora. Una distancia sideral separa la Alem a
nia actual del espíritu liberal, y esto se refiere tanto a los
d efen sores d e la R epública de W eim ar co m o a sus adversa
rios. En Alem ania nadie co n o ce ya el liberalism o, p ero to
dos lo denigran. El od io al liberalism o es lo ú nico que une
a los alem anes. D e los escritos m ás recien tes sobre el lib e
ralism o habría que citar los trabajos de Leopold von W iese
(D er Liberalism us in Vergangenheit u n d Zukunft, 1917;
Staatssozialism us, 1916; F reie W irtschaft, 1 9 1 8 /
A los pu eblos de la Europa oriental llegó ciertam ente un
cierto so p lo im perceptible del espíritu liberal. Pero tam bién
en la Europa occid ental y e n Estados U nidos el pensam ien
to liberal está en declive, au nqu e pued e decirse que, co m
p arados co n los alem an es, e sto s p u eb lo s siguen sien d o
liberales.
263
D e los autores liberales m ás antiguos hay que leer tam
bién a Frédéric Bastiat (O euvres com pletes, 1855). Bastiat
escribía en un estilo brillante, y la lectura de sus escritos es
singularm ente grata. No hay q u e extrañarse de que sus te o
rías estén hoy superadas, si se tienen en cu en ta los progre
sos im ponentes de la teoría econ óm ica después de su muer
te. P ero su crítica de tod os los proteccionism os y de todas
las ten d en cias afines sigue siend o insuperable, y los pro
teccionistas y los intervencionistas n o h an sido cap aces de
proferir ni siquiera una palabra de réplica sobre la base de
los h ech o s, lim itándose únicam ente a b alb u cear sin tregua
ch e Bastiat es «superficial».
C uando se afronta la literatura política anglosajona m ás
recien te, hay que procurar n o descuidar una circunstancia:
que e n el área anglosajona co n el térm ino liberalism o se
indica prevalentem ente una form a m oderada de socialis
m o. Una e xp o sició n sintética del liberalism o es la del in
glés L.T H obhou se, Liberalism (1 ,a ed. 1911) y del am erica
n o Ja c o b H. H ollander, E conom ic Liberalism , 1925. Pero
las m ejores guías a la com pren sión de la m entalidad de los
liberales ingleses so n las de H artley W ithers, The Case fo r
Capitalism , 1920, Ernest J . P. B en n , The C onfessions o f a
Captíalist, 1925, e I f l w ere a L abou r Leader, 1926, y The
Letters o f an Individualist, 1927. En este últim o escrito, en
pp. 74 ss., hay una lista de pu b licacion es inglesas so b re los
problem as fundam entales de la econ om ía.
Una crítica de la política proteccionista la encontram os
e n el v o lu m en d e F ran cis W. Hirst, S afeg u ard in g a n d
Protection, 1926.
Muy instructivo es tam bién el resum en de un d ebate
p ú blico so b re el tem a That Capitalism h as m ore to o ffer to
the w orkers o f the United States that h as Socialism , ce le
brad o el 23 de en ero de 1921 en Nueva York entre E.R.A.
Seligm an e Scott Nearing.
264
Para una introducción al pensam iento so cio lóg ico , v éa
se Je a n Izou let, La Cité m od ern e ( 1 .a e d ., 18 90 ), y R.M.
M aclver, Community, 1924.
E x p o sicio n es historiográficas de las ideas liberales se
hallan en Charles G ide y Charles Rist, H istoire des D octrines
E conom iques (nu m erosas ed icio n es).
Albert Schatz, L'Individualism e écon om iqu e et social,
1907.
Paul Barth, D ieG eschichtederP hilosophiealsS oziologie
(nu m erosas ed icio n es).
W alter S u lz b a ch , D ie G ru n dlagen d e r p o litisch en
P arteibildung, 1921, afronta la teoría del partito político.
O skar Kleinhattigen, G eschichte des deutschen Liberal-
ismus, 2 vols. 191 1/2, intenta trazar tod a la historia del libe
ralism o alem án.
Cito aquí, finalm ente, algunos trabajos m íos, lim itándo
m e a los m ás estrecham ente relacionad os co n el problem a
del liberalism o:
Nation, Staat u n d W irtschafi;•B eitráge zu r P olitik und
G eschichte d er Zeit, 1919.
D ie G em einwirtschaft; Untersuchungen ü ber den Sozial-
ismus, 1922.
«Antim arxism us» (W eltunrtschaftliches Archiv, vol. 21,
1925) 3.
«Sozialliberalism us» ( Z eitschrift fü r d ie gesam te Staat-
sw issenschaft, vol. 8 1 .1 9 2 6 ).
«Interventionism us» (A rch iv fü r Sozialw issenschaft, vol.
5 6 ,1 9 2 .
«T h eorie der Preistaxen» ( H andw órterbuch d er Staat-
sw issenschaften, vol. VI, 1925).
Lam entablem ente, só lo una parte de los escritos extran
jeros citados ha sido traducida al alem án.
265
2. C u e s t io n e s t e r m in o l ó g ic a s a pr o pó s it o
D E L « L IB E R A L IS M O »
266
m eta final d e toda aspiración a h acer felices a tod o y a to
dos, sino los m edios para alcanzarla. Pues bien , lo que ca
racteriza al liberalism o es la elecció n del m edio, co n sisten
te e n la propiedad privada de los m edios d e producción.
P or lo dem ás, so b re las cu estion es term inológicas cada
uno pu ed e pensar co m o quiera. Lo decisivo n o es el nom
bre sin o la sustancia. P or m ás enem igos q u e se sea de la
propiedad privada de los m edios de producción, habrá que
admitir en to d o caso q u e por lo m enos e n teoría alguien
que defienda esta propiedad privada existe; y, una vez ad
m itido esto , hay q u e en co n trar una d efin ición para esta
orientación. A qu ien es hoy se d icen liberales habrá en to n
ce s q u e h acerles una pregunta: ¿qué nom bre darían a una
orien tación que lucha por la salvaguardia d e la propiedad
privada de los m edios de producción? P rob ablem en te res
ponderían m en cion an d o el nom bre de «m anchesterism o»,
recurriendo a un térm ino que originariam ente se em p leó
co m o un epíteto sarcástico e injusto. Y no habría razón al
guna para n o em plearlo co m o d efinición de la ideología
liberal, si no se opusiera el h e ch o de que este térm ino se ha
em plead o hasta ahora siem pre y solam en te para indicar el
program a eco n ó m ico y n o tam bién el program a general del
liberalism o.
Si, de un m od o u otro, tam bién la o rien tació n que se
proclam a favorable a la propiedad privada de los m edios
de p rod u cción tien e derech o a ten er un n om bre, e nto n ces
tanto vale m antener el v iejo térm ino tradicional. La con fu
sión surgiría só lo si se quisiera seguir la nueva praxis que
perm ite que tam bién proteccionistas, socialistas y belicistas
se llam en lib erales cu an d o les co n v ien e. Podría m ás b ie n
surgir otro p roblem a: si n o sería o p o rtu n o , en interés de
una m ayor pro p ag ació n de las ideas liberales, dar un nom
b re nu evo a la id eo lo g ía liberal para lib erarse d e una vez
del p reju icio gen eral q u e se alim enta, e sp ecia lm e n te en
267
A lem ania, contra el liberalism o. Pero sem ejan te prop u es
ta, au nqu e se haga co n las m ejores inten cion es, sería a b so
lutam ente iliberal. Así co m o el liberalism o d eb e evitar, por
ind erogables razones intrínsecas, todas las m aniobras pro
pagandísticas y los exp ed ien tes fraudulentos a los que les
gusta recurrir otras ideologías co n tal de arrancar el co n
sen so, así tam bién d eb e evitar aban d on ar su antiguo nom
bre por el so lo h e ch o de ser im popular. Al contrario, preci
sam ente porque la palabra «liberal» no g oza en Alem ania
de b u en a fam a, co n m ayor razón el liberalism o d eb e co n
servarla. No hay qu e ha ce r dem asiad o fácil la vía al p en sa
m iento liberal, ya que el verdadero problem a n o so n las
p rofesion es de fe liberal de quien sea. El verdad ero p roble
ma con siste en hacerse con cretam en te liberales, en pensar
y obrar co m o liberales.
U na segunda o b je ció n q u e se podría plantear contra la
term inología em pleada en este libro es que en él liberalis
m o y dem ocracia n o se contem plan co m o antítesis. H oy en
Alem ania m uchos entiend e por liberalism o aquella orien
tación que tien e co m o ideal la m onarquía constitucional, y
p o r d e m o cra cia la o rien ta ció n q u e tien e co m o id eal la
m onarquía parlamentaria o la república. Pero se trata de una
co n cep ció n insostenible incluso b a jo la óptica histórica. El
liberalism o ha defen dido siem pre la m onarquía parlam en
taria, n o la constitucional. Más aún, su derrota en la cu es
tión constitucional se d eb ió p recisam ente al h e ch o de ha
b e r realizad o , e n e l R eich alem án y e n A ustria, só lo la
m o n arqu ía co n stitu cio n a l, así co m o el triunfo del an ti
liberalism o con sistió e n h a ce r el parlam ento alem án tan
d ébil que m ereció el apelativo n o ciertam ente h on orable
p ero absolutam ente pertinente de «charlatorio», y la afir
m ación igualm ente certera de aquel jefe d e un partido co n
servador que dijo que bastarían un sim ple ten ien te y d o ce
hom bres para disolverlo.
268
El co n cep to de liberalism o es más am plio; define una
ideología q u e co m p ren d e la vida social e n su conjunto. La
dem ocracia en cam bio define una ideología que com prende
tan só lo un ám bito parcial de las relacio n es sociales — el de
la organización estatal. En la prim era parte d e este libro h e
m os exp licad o por q u é el liberalism o d eb e n ecesariam en
te reivindicar la form a d e Estado dem ocrática. D em ostrar
p or q u é todas las orien tacio n es antiliberales, y p or tanto
tam bién el socialism o, d eb en ser n ecesariam ente tam bién
antidem ocráticos, es tarea que sólo pu ed e cum plirse con
in v e stig acio n e s e s p e cífica s so b re la n aturaleza de tales
orien taciones. Por lo que respecta al socialism o, h e tratado
de h acerlo e n mi libro sobre la econ om ía colectivista.
Sobre estas cuestiones el alem án se equivoca fácilm ente,
porque piensa siem pre en los nacional-liberales y en los so
cial-dem ócratas. Pero los nacional-liberales desde su origen
n o fueron nunca un partido liberal, al m enos en materia jurí-
dico-constitucional. Representaban aquella ala del viejo par
tido liberal que se co lo có en el terreno «del realism o políti
co », es decir que aceptó com o definitiva la derrota que sufrió
el liberalism o durante el conflicto constitucional q ue lo opu
so a sus adversarios «de derecha» (Bism arck) y «de izquierda»
(lassallian o s). En cu an to a los so ciald em ó cratas, fuero n
dem ócratas sólo mientras n o estuvieron en el poder, es decir
hasta el día en que se sintieron suficientem ente fuertes para
plegar co n la violencia a sus adversarios. En el m om ento
mismo en q ue creyeron ser los más fuertes, eligieron inm e
diatam ente la dictadura — com o, por lo demás, habían de
clarado siem pre sus intelectuales. Sólo cuando los cuerpos
francos de los partidos de derecha les infligieron una serie
de derrotas sangrientas, se volvieron demócratas «hasta nueva
orden». Sus intelectuales sintetizan todo esto en la fórmula:
«D entro de los partidos socialdem ócratas el ala dem ocrática
ha triunfado siem pre sobre la que quiere la dictadura.»
269
Es claro que só lo se pu ed e llam ar d em ocrático un partido
que e n todas las circunstancias — y p or tanto tam bién cu an
do es el m ás fuerte y está en el p od er— d efiend e las insti
tu ciones dem ocráticas.
270
índice de nombres
A d a m s o n , R .: 2 6 3 K l e i n h a t ti n g e n , O .: 2 6 5
A ris tó te le s : 4 5 , 5 6
L a ss a lle : 7 0 , 1 0 8 , 2 6 2
B a r t h , P .: 2 6 5
B a s t i a t , E .: 1 3 3 , 2 6 4 M a r x , K .: 11, 12, 45, 129, 222,
B e n n , E .J . R . : 2 6 4 2 2 3 , 2 3 9 ,2 4 0 , 2 4 8 , 2 4 9 , 2 5 0 ,
B e n th a m , J .: 2 8 , 5 9 , 2 6 1 262
B i s m a r c k , O .: 2 2 , 2 3 , 2 6 9 M e n g e r , C .: 2 6 2
B ó h m -B a w e rk , E. v o n : 2 6 2 M il l , J . S . : 2 6 l , 2 6 2
B u rc k h a rd t, J .: 8 7 M is e s , L. v o n : 2 , 5 , 9 , 1 4 , 1 5 , 1 6 ,
1 7 ,1 8 , 24
C o b d e n , R .: 9 , 5 9
N a p o le ó n : 5 8 , 2 3 0
D o s to ie v s k i: 2 1 0 N e a r i n g , S .: 2 6 4
N i e t z s c h e , F .W .: 9 4
E n g e ls: 2 6 2
O s w a l t , H .: 2 6 2
F o u r i e r , S .: 1 8 , 4 0 , 4 1 , 4 2 , 4 3 , 4 5
F r e u d , S .: 4 1 , 4 2 R i c a r d o , D .: 2 8 , 1 8 6 , 1 8 7 , 2 2 2 ,
262
G i d e , C .: 2 6 5 R i s t, C . : 2 6 5
G o e t h e , J .W . v o n : 4 2 , 4 5 , 6 5 , 1 4 2 ,
1 5 4 ,2 6 3 S c h a t z , A .: 2 6 5
G o s s e n , H .H .: 2 6 3 S c h e l l i n g , F .W .: 9 4
S c h ill e r, J . : 6 5 , 2 6 3
H e g e l , G .W .E .: 7 1 , 9 4 S m i t h , A .: 1 5 , 2 8 , 2 6 l
H i r s t , F .W .: 2 6 4 S u l z b a c h , W .: 2 6 5
H itle r, A : 7 8
H o b h o u s e , L .T .: 2 6 4 T o l s t o i , L .N .: 2 1 0
H o lla n d e r, J .: 2 6 4 T r o t s k i , L .: 4 5 , 7 8 , 8 0
H u m b o ld t, W . v o n : 2 8 , 5 9 , 2 6 3
H u m e , D .: 2 8 , 2 6 l V e r r i j n , S .: 2 6 2
Iz o u le t, J .: 2 6 5 W eb b, S . y B . : 12, 23 5
W ie s e , L. v o n : 2 6 3
K a n t , E .: 5 8 W i t h e r s , H .: 2 6 4
271
E N LA M IS M A C O L E C C IÓ N
E L O R D E N S IN P L A N , Lorenzo Infantino
L A V I E N A D E P O P P E R , DarioAntiseri
L A C O N T R A R R E V O L U C IÓ N D E LA C I E N C I A , Friedrich A. Hayek
I N T R O D U C C I Ó N F I L O S Ó F I C A A L P E N S A M I E N T O D E F .A . H A Y E K ,
GabrielJ. Zanotti
C R ÍT IC A D E L I N T E R V E N C I O N I S M O , Ludwig vonMises
E L O R D E N S E N S O R IA L , FriedrichA. Hayek
IG N O R A N C I A Y L IB E R T A D , Lorenzo Infantino
T E O R Í A E H I S T O R I A . U n a i n t e r p r e t a c i ó n d e la e v o l u c i ó n s o c i a l y
e c o n ó m ic a , Ludwig von Mises
K A R L R. P O P P E R : R E V IS IÓ N DE SU LEG A D O , Wenceslao J.
González ( e d . )
B U R O C R A C IA ( 2 .a e d ic ió n ), Ludwig von Mises
P O L ÍT IC A E C O N Ó M IC A [S e i s l e c c i o n e s so b re el ca p ita lis m o ],
Ludwig vonMises
Bruno Leoni
L E C C I O N E S D E F I L O S O F ÍA D E L D E R E C H O ,
IN D IV ID U A L IS M O , M E R C A D O E H IS T O R IA D E LA S ID E A S , Lorenzo
Infantino
IN D I V I D U A L I S M O : E L V E R D A D E R O Y E L F A L S O , Friedrich A.
Hayek
I N T R O D U C C I Ó N F IL O S Ó F I C A A L P E N S A M I E N T O D E F . A . H A Y E K ,
Gabrielf. Zanotti
LA E C O N O M ÍA D E LA A C C IÓ N H U M A N A [U n o r d e n a m ie n t o
e p i s t e m o l ó g i c o d e l o s t e o r e m a s d e la e c o n o m í a s e g ú n M is e s ] ,
GabrielJ. Zanotti
¿P O D E R O L E Y E C O N Ó M IC A ?, Eugen von Bóhm-Baiverk
V A L O R , C A P IT A L , I N T E R É S . E l m a n u s c r i t o d e 1 8 7 6 , Eugen von
Bóhm-Bawerk
H A YEK SO BRE H A YEK, FriedrichA. Hayek
P R IN C IP IO S DE UN O RD EN S O C IA L L IB E R A L ( 2 .a e d ic ió n ),
FriedrichA. Hayek
N A C IÓ N , E S T A D O Y E C O N O M ÍA , Ludivig von Mises
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véase n uestra págin a web
w w w .u n i o n e d i t o r i a l .n e t