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El problema de la objetividad científica en la filosofía feminista de la

ciencia

Mariela Nahir Solana

1. Introducción

Uno de los ideales epistémicos más comúnmente asociados a la práctica


científica es el de la objetividad. Pero, ¿qué significa que la ciencia, sus métodos o sus
resultados sean objetivos? ¿Qué relación supone este concepto entre el conocimiento
científico y los valores sociales propios de las comunidades epistémicas? ¿Son los
valores contextuales –éticos, políticos, culturales– necesariamente nocivos para la
investigación científica?
El presente capítulo pretende reflexionar sobre estas preguntas a partir de la
filosofía feminista de la ciencia. En particular, se utilizará el enfoque filosófico de Helen
Longino para, en primer lugar, formular una crítica al ideal tradicional de objetividad
científica como neutralidad valorativa y, en segundo lugar, para ofrecer una posible
reformulación de la objetividad como proceso social. Para esto, el capítulo estará
estructurado de la siguiente forma. En la primera sección, se contextualizará la
propuesta de Longino dentro de la filosofía feminista de la ciencia. A su vez, se
examinará la noción clásica de objetividad a partir de la idea de tiranía ontológica de
Elisabeth Lloyd. En la segunda sección, se estudiará específicamente la filosofía de la
ciencia de Longino haciendo hincapié en la distinción entre valores constitutivos y
valores contextuales y en la tesis de la subdeterminación de las teorías. Asimismo, se
emplearán algunos ejemplos del campo de la primatología y de la endocrinología para
ilustrar la teoría de Longino. Finalmente, en la tercera sección, se presentará la
reformulación que ella hace de la noción de objetividad y se intentará vincular esta
propuesta a su polémica reivindicación de una ciencia feminista.

2. Incursiones feministas en filosofía de la ciencia

Con el objetivo de entender más cabalmente la propuesta de Longino, en esta


sección se presentarán algunas de las tesis centrales de la filosofía feminista y sus
aplicaciones al campo de la filosofía de la ciencia.
Para empezar, se podría afirmar que uno de los aportes fundamentales de la
teoría feminista ha sido la introducción del concepto de género como categoría
analítica. Este concepto fue utilizado para examinar los diversos modos en que lo
masculino y lo femenino son construidos socialmente. A diferencia de nociones más
biológicas como macho y hembra, la noción de género sirve para analizar toda una serie
de discursos, atributos, características y comportamientos que las sociedades asignan, de
modo no equitativo, a hombres y mujeres. Utilizando este concepto como herramienta
crítica, el feminismo ha desenmascarado la forma en que muchos de los temas centrales
de las ciencias sociales y las humanidades presuponen y/o refuerzan jerarquías de
género. Así, cuestiones como las instituciones sociales, la subjetividad, las prácticas
culturales, la periodización histórica, la división entre las esferas pública y privada, los
cánones literarios, etc. fueron analizados como construcciones que, lejos de ser
neutrales y universales, pueden asumir y reproducir valores de género.
En lo que respecta a la filosofía de la ciencia, la introducción del concepto de
género permitió repensar la naturaleza misma de la investigación científica. Si bien no
hay algo así como una filosofía feminista de la ciencia unívoca y homogénea, se puede
considerar que un elemento que aúna las diversas posiciones es la crítica a la idea de
que la ciencia es un espacio neutro en términos de género. Tal como señala Longino, la
máxima feminista en filosofía de la ciencia es no hacer desaparecer el género, es decir,
no suponer que las cuestiones de género son irrelevantes para entender el
funcionamiento de la disciplina científica. Haciéndose eco de la noción de conocimiento
situado de Donna Haraway (1988), muchas autoras feministas buscarán mostrar que la
ciencia, lejos de ser una práctica independiente de valores sociales, se encuentra
fuertemente influenciada por una serie de ideales y creencias propios tanto de la
comunidad epistémica como del contexto social. Según Haraway, así como el
conocimiento se produce y se aprende en comunidades científicas, también se aprenden
y producen las creencias tácitas y explícitas que regulan las prácticas de estas
comunidades científicas. Pero los científicos no sólo son parte de comunidades
epistémicas, sino que también habitan comunidades sociales y, por ende, comparten y
emplean muchos de los valores y presupuestos propios de sus sociedades. El problema
es que estos valores suelen pasar desapercibidos y pueden, en ocasiones, afectar el
potencial explicativo y/o predictivo de las teorías. Entre estos ideales, el feminismo está
interesado en resaltar la presencia de estereotipos y prejuicios de género que a menudo
obstaculizan la investigación y comprometen los resultados obtenidos tanto de las
ciencias sociales como de las naturales. Por ejemplo, en el campo de la historiografía,
algunas feministas han mostrado de qué forma la periodización canónica de la historia
académica presupone un sujeto histórico masculino. Así, episodios que fueron
tradicionalmente concebidos como desarrollos progresistas –tales como el Renacimiento
o la Revolución francesa– son revisados por las feministas desde la perspectiva de las
mujeres. Según la historiadora Joan Kelly (1999), por ejemplo, para las mujeres no
hubo renacimiento o, por lo menos, no lo hubo durante el denominado Renacimiento:
«la Europa del Renacimiento, implicó la domesticación de la esposa burguesa y el
aumento de la persecución de brujas en todas las clases sociales» (p. 18). Con respecto a
las ciencias naturales, se ha señalado, por ejemplo, que aquellas narraciones biológicas
sobre la fecundación humana que, basándose en distribuciones estereotipadas de roles
de género, adjudican a los espermatozoides un rol activo y al óvulo un rol pasivo, han
tenido dificultades para reconocer el papel causal que tiene el óvulo en la inseminación
(Martin 1996).
La filosofía feminista de la ciencia, asimismo, ha implicado dimensiones no sólo
descriptivas sino también prescriptivas. Esto es, no sólo ha intentado revelar los
prejuicios sexistas que subyacen a la práctica científica sino también proponer modos de
trascender esas limitaciones y pensar en programas de investigación feministas. Como
se verá cuando se analice la teoría de Longino, ella busca hacer todas esas cosas:
analizar la práctica científica efectiva a partir de la noción de género, criticar la
incidencia de algunos valores sexistas y proponer el desarrollo de una ciencia feminista.
Cabe aclarar que las incursiones feministas en cuestiones científicas no surgieron
sin resistencias ni cuestionamientos. Al fin y al cabo, ¿no se supone que la filosofía de la
ciencia así como la ciencia misma deben ser universales e imparciales, es decir,
independientes de valores particulares y parciales como lo son los valores feministas?
Para quienes defienden una visión de las ciencias como espacios libres de ideologías,
hablar de una contribución feminista a las ciencias puede parecer una contradicción en
los términos. Stephen Gould (1984), por ejemplo, sostiene que no hay ningún aporte
distintivo que las feministas puedan hacer a la disciplina científica. Según este autor, no
hay ciencia masculinista o feminista sino solamente buena o mala ciencia. Desde una
perspectiva incluso más radical, Susan Haack (1993) considera que el feminismo, como
perspectiva política, es hostil a la ciencia. Para ella, la objetividad de la ciencia sólo
puede garantizarse si protegemos a la investigación de la influencia de valores
culturales. Las feministas, al negar esta protección, serían una amenaza a la integridad
científica. Por ende, para Haack, hablar de una filosofía feminista de la ciencia
representa un error categorial.
Estas críticas nos permiten penetrar en el corazón del problema que se busca
analizar en este artículo, a saber, si la intromisión de valores sociales –ya sean prejuicios
androcéntricos, ya sean valores feministas– en la formulación de teorías científicas
socava la objetividad de la ciencia. Quienes critican la existencia de valores e intereses
sociales en el contenido científico (por ejemplo, al describir datos o contrastar
hipótesis), sostienen que estos valores externos conducen a resultados necesariamente
negativos. Muchas feministas, entre las cuales se encuentra Longino, coinciden en que,
en ocasiones, esto puede ser el caso pero rechazan el argumento universal y a priori de
que esto siempre sea así. De hecho, puede suceder que los valores externos entren en
juego en la formulación de las teorías y que esto contribuya al desarrollo de mejores
investigaciones y al alcance de resultados más adecuados. En todo caso, habrá que
analizar casos concretos para poder determinar si, efectivamente, los valores sociales
dañan o no la efectividad de una teoría.
Para Longino y otras filósofas feministas de la ciencia, el punto no es resguardar
a la ciencia de los valores contextuales para preservar el ideal clásico de objetividad,
sino reformular la noción misma de objetividad para que incorpore en su seno la
naturaleza social de la disciplina científica. Para comprender este punto en profundidad,
en la próxima sección se examinará más detenidamente la noción de objetividad y sus
consecuencias metodológicas.

3. Objetividad y tiranía ontológica

Como sostiene la filósofa de la biología, Elisabeth Lloyd (1995), el significado


de objetividad no es transparente, simple, estable ni claro. A través de un análisis de la
historia de la filosofía, la autora distingue cuatro usos recurrentes del término objetivo
que pueden ser predicados de diversas entidades: conocimientos, conocedores,
resultados, métodos, etc.
En primer lugar, objetivo significa independiente, desinteresado, impersonal, es
decir, que no depende de una perspectiva o posición particular. En segundo lugar,
objetivo denota público o públicamente accesible u observable (por lo menos, en
principio). En tercer lugar, objetivo significa que existe independientemente de nosotros.
En cuarto lugar, objetivo quiere decir que existe realmente y denota el estatus de las
cosas tal como son.
Según Lloyd, estas cuatro definiciones entrelazadas conforman una imagen
filosófica que ella acuñará tiranía ontológica y que es una de las representaciones de la
objetividad de las que busca distanciarse la filosofía feminista de la ciencia. La tiranía
ontológica, de acuerdo con Lloyd, surge en el siglo XVII. La emergencia de esta visión
filosófica está relacionada a la distinción entre cualidades primarias y cualidades
secundarias de las cosas, siendo las cualidades primarias las verdaderamente objetivas,
absolutas, constantes y representables matemáticamente (por ejemplo, el movimiento, la
longitud, la figura, etc.) mientras que las cualidades secundarias son aquellas que
dependen de nuestra percepción subjetiva de las cualidades primarias y que, al no
encontrarse en las cosas mismas, son fluctuantes, confusas y poco confiables (por
ejemplo, color, olor, gusto, etc.). La distinción, en un principio, funcionaba como un
principio no sólo epistémico sino ontológico ya que se suponía que el universo físico
era realmente geométrico1.
Cabe añadir que la tiranía ontológica implica no sólo una ontología –es decir, un
modo de comprender la naturaleza de las entidades del universo–, sino también un
método:

la 'realidad objetiva' es interpretada como 'la forma en que las cosas son
independientemente de nosotros y nuestras creencias', [esto] sirve como
justificación y motivación para un 'método objetivo' que incluye: separación, en
el sentido de una eliminación o abnegación de nuestras vidas internas, del
'contenido subjetivo' de nuestras experiencias; y publicidad, en el sentido de la
capacidad de que los fenómenos en cuestión sean observables directamente por
el público (Lloyd 1995, p. 357).2

Según Lloyd, la tiranía ontológica sigue presente en aquellas perspectivas realistas que
consideran que la objetividad sólo es alcanzable por medio de una descripción única y
verdadera de los entes y relaciones que existen, independientemente de nuestra
percepción, en la realidad. Esta visión presupone que la naturaleza tiene de por sí
objetos, eventos o leyes naturales que la ciencia debe poder descubrir.
Para esta pensadora, sólo una vez que abandonamos la tiranía ontológica

1 Lloyd cita un pasaje de Galileo que ilustra el espíritu de la tiranía ontológica de la época: «La filosofía
está escrita en ese gran libro que siempre yace ante nuestros ojos –el universo– (...) ese libro está escrito
en el lenguaje matemático y los símbolos son triángulos, círculos y otras figuras geométricas» (citado en
Lloyd 1995, p. 358).
2 Todas las traducciones del inglés al castellano fueron realizadas por la autora de este artículo.
estaremos en condiciones de reconocer que los factores socio-culturales están presentes
y juegan un papel central en la producción de conocimiento. Es esto lo que se intentará
realizar en las próximas secciones a partir de la propuesta de Helen Longino.

4. La filosofía de la ciencia de Helen Longino

Longino se hace eco de la tesis de la subdeterminación de las teorías para


rechazar el argumento a priori de que los valores sociales socavan la validez de la
investigación científica. La teoría de la subdeterminación señala que la evidencia
disponible es insuficiente para determinar qué tipo de creencias debemos tener con
relación a esta evidencia. En otras palabras, habría una distancia entre lo que podemos
observar o medir y los procesos que creemos que producen el mundo tal como lo
experimentamos; es decir, habría un gap entre los datos que observamos y las teorías,
modelos o hipótesis que desarrollamos para explicar esos datos.
Longino da un ejemplo de la física de partículas para ilustrar esta tesis. Las
hipótesis en física de partículas contienen términos como electrón, pión y muón para
referirse a distintas partículas. La evidencia para una hipótesis como «Un pión se
desintegra secuencialmente en un muón» obviamente no procede de la observación
directa de piones y muones, sino de fenómenos observables que consisten, en gran
parte, en fotografías tomadas en complejos aparatos como aceleradores, cámaras de
niebla, etc. Las fotografías muestran toda una suerte de líneas y espirales pero los
científicos, eventualmente, señalan un punto en una fotografía y sostienen: «aquí un
neutrino choca con un neutrón». Dicha afirmación es un logro interpretativo que implica
colapsar proposiciones teóricas y observacionales. Esto significa que las hipótesis, en
general, no son meramente generalizaciones de proposiciones observacionales. Dicho
en otras palabras, la conexión entre los datos observacionales y las teorías no está
completamente determinada por los primeros. Los datos son mudos respecto a las
hipótesis y pueden, de hecho, ser consistentes con hipótesis diversas e, incluso,
conflictivas. Otro ejemplo analizado por Longino puede servir para esclarecer esta idea.
En los estudios recientes sobre la evolución humana, hay dos grandes perspectivas que
buscan explicar la descendencia de los humanos desde los primates. La perspectiva
androcéntrica o del hombre cazador, adjudica un papel central al cambio de conductas
que experimentaron los machos. Así, considera que los cambios en los usos de
instrumentos es consecuencia del desarrollo de las prácticas de caza por parte de los
individuos masculinos de la especie. La perspectiva ginocéntrica o de la mujer
recolectora, en cambio, adjudica un rol fundamental a las alteraciones de
comportamiento de las hembras. Así, esta perspectiva sostiene que las mujeres fueron
las responsables de desarrollar instrumentos más sofisticados como respuesta a los
problemas nutricionales que sufrían a causa de la desaparición de los bosques. El punto
es que ambas aproximaciones utilizan los mismos datos para probar sus hipótesis:
huesos, dientes y pedazos de utensilios de piedra. Para la perspectiva androcéntrica,
esos huesos, dientes y pedazos de piedra funcionan como evidencia para la hipótesis de
que los hombres crearon herramientas de piedra para cazar, lo cual contribuyó al
desarrollo de caninos más pequeños, cerebros más grandes, comportamientos
cooperativos y lenguaje. Para la perspectiva ginocéntrica, esos mismos huesos, dientes y
piedras funcionan como evidencia para sostener que fueron las mujeres las que
construyeron herramientas de piedra para recolectar y suavizar las fibras duras de los
alimentos, lo cual fomentó el desarrollo de caninos más pequeños, cerebros más
grandes, comportamientos cooperativos y lenguaje. Esto significa dos cosas: en primer
lugar, que los datos solamente –los mismos fósiles que utilizan ambas perspectivas– no
determinan cuál de las hipótesis es la correcta y, en segundo lugar, que algo más que los
datos tiene que entrar en juego para facilitar la inferencia de la evidencia de fósiles
dentales y pedazos de piedra a las hipótesis sobre el comportamiento de nuestros
ancestros. Según Longino, lo que favorece dicha inferencia son las analogías que los
antropólogos trazan con los cazadores y recolectores contemporáneos. Dependiendo del
modelo de cazadores o recolectores que utilicen, tendrán una mirada muy diferente de
cómo fue la evolución humana.
Para continuar con el argumento inicial, si los datos por sí solos no son
suficientes para determinar qué teoría elegir, hacen falta elementos suplementarios para
que esos datos se constituyan como evidencia relevante para la teoría. Entre esos
elementos suplementarios, Longino identifica presupuestos de fondo que suelen no ser
explicitados sino que, justamente, son asumidos tácitamente. Entre esos presupuestos,
encontramos valores propios del modo de funcionamiento de las comunidades
científicas y valores propios de las sociedades en las que los científicos habitan. A las
primeras las denomina valores constitutivos e incluye ideales internos a la ciencia como
verdad, adecuación empírica, simplicidad, predictibilidad, etc. Estos valores «son la
fuente de las reglas que determinan qué constituye una práctica científica o método
científico aceptable» (Longino 1987, p. 54). Los valores contextuales, en cambio, son
los ideales e intereses personales, sociales y culturales de los científicos y expresan
preferencias acerca de cómo deben ser las cosas. Como señala la autora, la
interpretación tradicional de la ciencia natural moderna sostenía que los factores
constitutivos y contextuales eran claramente distintos e independientes uno del otro y
que los valores contextuales no jugaban ningún papel en el trabajo interno de la
investigación científica (a saber, razonamiento y observación). No obstante, Longino –
enmarcándose no sólo en la teoría feminista sino también en el giro social en filosofía
de la ciencia iniciado por Thomas Kuhn– busca eliminar la dicotomía entre valores
contextuales y constitutivos. Una vez que aceptamos que los datos no son suficientes
para determinar la relevancia evidencial, tenemos que admitir que hay supuestos en los
que se apoyan los científicos para establecer la conexión entre datos e hipótesis. «Y son
esos supuestos los que pueden ser el vehículo para involucrar consideraciones
motivadas primordialmente por valores contextuales» (Ibid., p. 55). Es importante tener
en cuenta que esto no significa que todos los razonamientos científicos incluyan valores
contextuales. En todo caso, eso es algo que se tendrá que examinar caso a caso. Más
bien, el punto es que no hay una forma a priori de eliminar los presupuestos de fondo
en la investigación científica y, por ende, «no hay una base formal para argumentar que
una inferencia mediada por valores contextuales es de por sí mala ciencia» (Ibid., p. 55)
Sin embargo, según Longino, el argumento conceptual no es suficiente. Es
necesario acudir a la historia o la sociología de la ciencia para ver, efectivamente y caso
a caso, si los valores sociales afectan o no la formulación de teorías y de qué modo.
Siguiendo esta línea, ella muestra que hay varios modos en que los valores
contextuales pueden afectar el trabajo científico. Por un lado, pueden determinar qué es
prioritario investigar, qué preguntas son realizadas y cuáles son ignoradas (por ejemplo,
cuando los organismos que fomentan la investigación establecen temas estratégicos que
recibirán más fondos que otros). Por otro lado, pueden involucrase en el funcionamiento
interno de la investigación científica, por ejemplo, al afectar el modo en que se
describen los datos o facilitando la inferencia de datos a teorías. A continuación, se
presentarán algunos casos estudiados por Longino junto a Ruth Doell en el área de la
endocrinología para mostrar cómo los valores de género afectan las teorías científicas.

5. Valores contextuales en la investigación endocrinóloga

La endocrinología es la rama de la medicina encargada de estudiar el funcionamiento


del sistema endocrino, es decir, el sistema compuesto por las glándulas y sus
secreciones, las hormonas. Dentro de la endocrinología, varios estudios se han dedicado
a analizar el papel de las hormonas en la diferenciación sexual. Así, se ha examinado de
qué modo las hormonas sexuales –estrógenos y andrógenos3– influyen en el desarrollo
de características sexuales y de género en hombres y mujeres. Estos estudios suelen
realizarse en tres dimensiones en las que se cree que las hormonas tienen efecto:
1. Lo anatómico y fisiológico: se han estudiado los efectos de los andrógenos y
estrógenos en el desarrollo de caracteres sexuales primarios (órganos reproductivos)
y secundarios (vello, voz, tamaño corporal), así como su influencia en la regulación
de la producción de esperma y en la regularidad del ciclo menstrual. También se ha
analizado, con menos éxito, el papel de las hormonas sexuales en el desarrollo del
cerebro.
2. El comportamiento: se ha intentado vincular la presencia de distintas hormonas con
comportamientos sexuales (posición copulatoria, el ritmo y frecuencia de la
actividad sexual) y con comportamientos no sexuales pero supuestamente
diferenciados en términos de género (la agresión, la dominación, la disposición a
pelear, el cuidado de otros, el acicalamiento, etc.)
3. La cognición: estos estudios buscan relacionar la influencia de hormonas sexuales
en la diferenciación cognitiva de niños y niñas, en especial, vinculados a las
habilidades verbales y espaciales.
Longino y Doell analizan estudios endocrinológicos que se corresponden a las dos
primeras dimensiones para comprender la importancia de los valores contextuales en la
descripción de los datos y/o en la inferencia de los datos a las hipótesis.
Con respecto a la primera dimensión, ellas afirman que la hipótesis general que
se maneja es que las hormonas sexuales cumplen un papel central en el desarrollo de
rasgos sexuales anatómicos y fisiológicos. Por ejemplo, es relativamente aceptado que
durante el tercer y cuarto mes el feto bipotencial desarrollará órganos sexuales
masculinos si está expuesto a andrógenos y que sin esa exposición desarrollará órganos
sexuales femeninos.4 Ahora bien, ¿cuáles son los datos que se utilizan para probar esta
hipótesis? En general, se obtienen datos experimentales a partir de estudios con
animales (mamíferos a los que se les manipula los niveles hormonales pre y
3 Los andrógenos son las hormonas encargadas de controlar el desarrollo de rasgos supuestamente
masculinos (la más conocida es la testosterona); los estrógenos son las hormonas que cumplen un papel
central en los ciclos menstruales y reproductivos de las biomujeres.
4 Sin embargo, hay poco consenso sobre el papel de las hormonas en el desarrollo del sistema nervioso y
en la conformación diferenciada del cerebro.
postnatalmente) y observaciones en el desarrollo de cuerpos humanos. En estos casos,
las observaciones más significativas son aquellas en las que las personas están afectadas
por irregularidades hormonales. Según estos estudios, aquellos individuos masculinos
que no poseen receptores intracelulares de andrógenos y que, por ende, no pueden
utilizar la testosterona, exhiben patrones de desarrollo femeninos en sus genitales
externos; mientras que aquellas hembras genéticas que están expuestas a un exceso de
andrógenos en el útero, exhiben genitales masculinizados, como clítoris alargados y
fusión incompleta de los labios vaginales.
Para las autoras, lo interesante de estos casos es que los razonamientos
científicos no serían posibles sin el presupuesto del dimorfismo sexual y de género, es
decir, sin el presupuesto de que existen dos y sólo dos tipos de sexos y géneros
claramente diferenciados5. Este presupuesto afecta la descripción de las observaciones
realizadas en los estudios endocrinológicos. Como se mostró más arriba, los individuos
que divergen de los desarrollos anatómicos masculinos y femeninos prototípicos son
tratados como formas parciales e incompletas:

Esta forma de explicación facilita el tratamiento de estos desplazamientos [con


respecto a lo prototípico] como patologías más que como patrones de desarrollo
diferentes. Pero [...] hay un nivel significativo de no conformidad. Esta no
conformidad, me parece, indica el carácter convencional de nuestro sistema
clasificatorio: decidimos tratar a estas no conformidades como aberraciones o
patologías en lugar de multiplicar las categorías (Longino 1994, p. 288).

Así, estos individuos son tratados como hombres y mujeres inadecuados en lugar de
pensarlos, por ejemplo, como sujetos con su propia especificidad física o como puntos
en un continuum en el que los hombres y mujeres prototípicos serían los extremos. Para
profundizar sobre este punto, es útil analizar el tratamiento médico de la
intersexualidad.6 En lugar de pensar en las personas intersex como encarnaciones
diferentes de la genitalidad, se las patologiza e interviene quirúrgicamente para que se

5 Cabe aclarar que utilizaremos la clásica división feminista entre sexo, para referir a lo
anatómico/fisiológico, y género, para mentar los roles y comportamientos sociales considerados
apropiados para hombres y mujeres.
6 Intersexualidad es un término relativamente nuevo utilizado como suplemento del viejo término,
cargado de estigma y mitologización, hermafroditismo. Si bien hay varios tipos de intersexualidades, se la
suele definir como una condición en la que las personas nacen con una anatomía sexual que no encaja con
las definiciones típicas de machos y hembras. Esto puede incluir desde personas con genitales ambiguos
(penes pequeños, clítoris alargado), hasta personas con un cromosoma sexual extra (personas con XXY) o
casos de intersexualidad gonadal verdadera en los que las personas tienen tanto tejido ovárico como
testicular (estos casos son menos usuales). 1 de cada 2000 personas nacen con intersexualidad
diagnosticable aunque se cree que formas más sutiles de intersexualidad o que aparecen más tarde en la
vida son más frecuentes. Fuente: http://www.isna.org
conformen con el ideal de sexo/género culturalmente hegemónico. En palabras del
activista intersex, Mauro Cabral (2009): «La intersexualidad no es una enfermedad, sino
una condición de no conformidad física con criterios culturalmente definidos de
normalidad corporal» (p. 137). Esto abona la tesis de Longino de que el dimorfismo
sexual es más bien un valor que un hecho. Las siguientes palabras de Diana Maffía
(2009) capturan con claridad este punto: «Tan fuerte es el dogma sobre la dicotomía
anatómica, que cuando no se la encuentra se la produce. Cuando los genitales son
ambiguos, no se revisa la idea de la naturaleza dual de los genitales sino que se
disciplinan para que se ajusten al dogma» (p. 7).
Como demuestran Longino y Doell, el presupuesto del dimorfismo también
aparece en los estudios endocrinológicos que encaran la segunda dimensión, a saber los
efectos de las hormonas sexuales en el comportamiento de los individuos. A diferencia
de los estudios sobre los efectos de las hormonas en el desarrollo de órganos sexuales,
los modelos teóricos que buscan establecer vínculos causales entre las hormonas
sexuales y la personalidad tienen que saldar una distancia mucho más considerable entre
la evidencia y las hipótesis en juego.
¿Qué hipótesis se presentan en estos estudios? Para el sociólogo Steven
Goldberg en La inevitabilidad del patriarcado, por ejemplo, se trata de demostrar que la
dominación social por parte de los hombres está vinculada a los niveles de testosterona
que circulan en sus organismos. La psicóloga Anke Ehrhardt, por su parte, ha intentado
argumentar que los roles de género dimórficos –en los que se incluyen el gasto de
energía física, jugar a la mamá y la agresión social– están influenciados por la
exposición pre y perinatal a hormonas sexuales (Ehrhardt y Bahlburg 1981). Es este
estudio el que Longino y Doell analizan con mayor detenimiento. ¿Cuáles son los datos
que Ehrhardt utiliza como evidencia para apoyar su hipótesis? Su análisis emplea tanto
experimentos con ratas de laboratorio así como observaciones controladas de individuos
con irregularidades hormonales, en particular, de mujeres jóvenes con HSC (hiperplasia
suprarrenal congénita). La HSC es una condición intersexual genética que afecta la
glándula suprarrenal y cuyo efecto es una producción excesiva de andrógenos pre y
postnatalmente. Las niñas que tienen HSC suelen nacer con lo que los médicos
denominan genitales ambiguos –por ejemplo, un clítoris más largo que el promedio– y
al crecer pueden desarrollar vello facial y voz gruesa. Cabe aclarar que muchas de las
niñas con HSC suelen pasar por cirugías genitales para eliminar la ambigüedad y
reciben tratamientos con cortisol de forma crónica con el fin de que sus hormonas
alcances niveles normales.
Los estudios de Ehrhardt siguieron a niñas afectadas por HSC que fueron
expuestas prenatalmente a elevados niveles de andrógenos para evaluar su
comportamiento posterior en la niñez y la adolescencia. A su vez, tomaron a las
hermanas de estas niñas como grupo de control. Según los datos de Ehrhardt, las niñas
con HSC exhibían marimachismo [tomboysim], caracterizado como una preferencia por
las actividades al aire libre, una predilección por compañeros de juego varones, más
interés en carreras profesionales que en ser amas de casa, así como menos interés en
bebés y en jugar a la mamá que las niñas no afectadas por HSC. A partir de esta
información, Ehrhardt sostiene que los roles de género están influenciados por la
presencia prenatal de hormonas sexuales. Longino y Doell encuentran sorprendente que
Ehrhardt no tome en consideración la información observacional ampliamente
disponible sobre los efectos tempranos de los factores ambientales en el desarrollo del
comportamiento de género de estas niñas. ¿Por qué se atribuye la conducta de las niñas
con HSC a la fisiología en lugar de la crianza? En el estudio de Ehrhardt, lo que permite
establecer el nexo causal entre los niveles hormonales prenatales y el comportamiento,
es la analogía con los estudios realizados en otras especies de mamíferos. En particular,
ella utiliza investigaciones sobre la conducta de ratones de laboratorio. Para eso, tiene
que suponer que las situaciones de los roedores y de los humanos son lo suficientemente
similares como para que la demostración del mecanismo causal en una especie valga
para la otra. Las autoras notan varios problemas con esta suposición. Primero, que el
cerebro humano es mucho más complejo que el de los ratones. Segundo, que los
experimentos con roedores involucran un factor único mientras que la situación humana
siempre es interactiva. Por último, que algunos experimentos muestran datos equívocos
sobre la determinación hormonal del comportamiento de los ratones. Además de estos
problemas, ellas sostienen que las observaciones que utiliza Ehrhardt no descartan otras
explicaciones alternativas. La mayoría de los estudios sociológicos han descripto el
comportamiento de las niñas con HSC como producto de factores ambientales o como
respuesta deliberada por parte de las niñas a la situación que perciben (la mutilación
genital que sufren, su exposición a tratamientos hormonales, la patologización de su
condición, etc.). Asimismo, como existen varias jovencitas que exhiben
comportamientos supuestamente masculinos y no tienen HSC, es posible defender la
hipótesis de que sea el ambiente o la autodeterminación el factor responsable de su
comportamiento más que los estados hormonales. Hasta el día de hoy, señalan Longino
y Doell, no han sido dados argumentos capaces de descartar estas hipótesis sociales
alternativas.
Ahora bien, ¿de qué manera entran en juego los presupuestos en torno al género
en esta investigación?7 Para contestar esta pregunta, podemos analizar tanto la
descripción de las observaciones como los presupuestos que median la inferencia de los
datos a las hipótesis. Con respecto al primer punto, Longino y Doell (1996) sostienen
que los estudios de Ehrhardt son claramente sexistas en su descripción de
comportamientos de género supuestamente dimórficos: «Usar un término como
“marimacho” para describir el comportamiento de chicas con HSC refleja la aceptación
inicial de prescripciones sociales para los comportamientos apropiados de los géneros»
(p. 86). Como han señalado muchas feministas, cuestiones como la masculinidad y la
feminidad son ideales de la personalidad a los que aspiramos o que se nos exhorta
asumir. Así, nombrar a una niña marimacho o a un niño maricón es considerar a esos
niños como no cumpliendo el mandato de género que se espera de ellos y adoptando
comportamientos que, supuestamente, pertenecerían al género opuesto –en lugar de
pensarlos como modos alternativos de vivir la feminidad o la masculinidad–. En
síntesis, el dimorfismo, tanto en lo que respecta al sexo como al género, no es tanto un
hecho sino un valor. Es decir, es un mandato que regula tanto la división anatómica de
los cuerpos así como los comportamientos supuestamente apropiados para niñas y
niños.
Asimismo, Longino y Doell remarcan que la investigación de Ehrhardt es
androcéntrica y etnocéntrica al suponer que las diferencias de comportamiento que
aparecen en la cultura de la investigación representan universales humanos que estarían
presentes en la especie como un todo. Hay culturas en las que el dimorfismo sexual no
es imperante para dividir a los géneros –por ejemplo, en algunos pueblos originarios,
como los amerindios de Estados Unidos8 – y eso demuestra que la división binaria no es
7 Longino y Doell notan que la elección de un tipo de explicación fisiológica no está directamente
relacionada a los prejuicios androcéntricos. No obstante, las feministas han cuestionado la preferencia de
modelos fisiológicos por sobre los modelos sociales ya que favorecen la idea de una naturaleza humana
determinada biológicamente. La crítica radica en que basar la diferencia de género en lo biológico por
sobre lo social ha servido –y sigue sirviendo– como una justificación para mantener las desigualdades
sociales y legales entre hombres y mujeres. Siguiendo esta misma línea, recordemos que uno de los
eslogan feministas más famosos es «la biología no es destino», que surgió para repudiar las posiciones
que consideraban que las desigualdades de género eran producto de la diferencia biológica más que
resultado de coyunturas políticas determinadas. El punto para sostener que la desigualdad de género es
histórica y social – en lugar de verla como el resultado inevitable de la naturaleza humana –es que si fue
construida, puede ser reconstruida de forma alternativa–.
8 Los amerindios norteamericanos utilizan la categoría de berdache, badea o dos espíritus para referir a
personas que cumplen con roles de género tanto masculinos como femeninos y son consideradas un
género alternativo.
obligatoria ni universal sino convencional, local e histórica.
Estos problemas en la descripción pueden ser solucionados empleando términos
menos cargados de valoraciones estereotipadas –a diferencia de marimacho– y haciendo
un cruce cultural con estudios de otras latitudes. Para Longino, en este caso es posible
revisar la descripción de los datos para minimizar los prejuicios del investigador o de la
investigadora. Al contrario de lo que piensan los críticos de la filosofía feminista de la
ciencia, las autoras afirman que «la crítica feminista tiene el potencial de mejorar y
refinar esta área de estudio» (Longino y Doell 1996, p. 86).
Con respecto a la inferencia de la observación a las hipótesis, lo que permite
acortar la distancia entre una y la otra es el presupuesto de la uniformidad entre las
especies –humanos y ratones– lo cual, para las filósofas, es problemático y dudoso. Sin
embargo, ellas sostienen que los prejuicios sexistas claramente presentes en la
descripción de datos, no los observaron en la inferencia de evidencia a hipótesis. Lo que
sí medió en esta inferencia –es decir, lo que funcionó como hipótesis auxiliar– es la
adopción de lo que denominan el modelo lineal, a saber el presupuesto de que hay una
relación causal unidireccional entre dos fenómenos (en este caso, entre las hormonas y
el comportamiento). Este presupuesto, como se estableció más arriba, es apoyado por
los estudios con ratones, en los cuales se busca correlacionar el papel de las hormonas
con la conducta diferenciada de machos y hembras. Longino y Doell, en cambio, están a
favor de otro tipo de modelo para dar cuenta del comportamiento humano que no sea
lineal ni que tome a un único factor –en este caso, el hormonal– como causa de la
conducta. Como se verá en la última sección, ellas sostienen que la elección entre un
modelo u otro también puede estar influenciada, si bien indirectamente, por cuestiones
valorativas y que su deseo de adoptar un modelo más complejo e interactivo por sobre
el lineal está vinculado a su feminismo.

6. Repensando la objetividad científica

A esta altura es necesario volver sobre la pregunta que motivó la escritura de


este capítulo: ¿qué concepción de la objetividad aparece en el planteo feminista de
Longino una vez que admitimos que la intromisión de valores contextuales en la
investigación científica no puede ser negada a priori?
Como se ha analizado en el apartado 3, la filosofía feminista de la ciencia que
apoya la noción de conocimiento situado rechaza la idea de objetividad científica propia
de la tiranía ontológica. Es decir, se opone a la tesis de que la objetividad cognitiva es
posible si y sólo si el sujeto que conoce no está condicionado por sus intereses,
prejuicios y valores subjetivos. Para que eso sea posible, se propone un método
científico que busca purificar las distorsiones propias de la subjetividad para, así,
alcanzar la objetividad anhelada. Longino señala que, a lo largo del siglo XX, han
surgido dos grandes desafíos a esta versión tradicional de la objetividad. Por un lado,
filósofos de la ciencia como Kuhn, Feyerabend y Hanson han argumentado a favor de la
carga teórica de toda observación, es decir, que toda observación se realiza a partir del
marco teórico propio de la observadora (para ilustrar este punto, se puede recordar la
descripción de las conductas en el estudio de Ehrhardt). Por otro lado, autores como
Duhem y Quine han defendido la tesis de la subdeterminación de las teorías a partir de
los datos, mostrando que algo más que la adecuación empírica tiene que darse para
elegir una teoría científica de entre todas las contrincantes (como ejemplo, se puede
evocar la subdeterminación de las teorías androcéntricas y ginocéntricas en
primatología).
Sin embargo, esto no significa que el conocimiento científico sea inalcanzable ni
que la ciencia esté librada a un relativismo incapaz de distinguir entre el conocimiento
riguroso y la mera opinión. Según Longino (1996):

Aplicando lo que considero que es una perspectiva feminista según la cual


todos estamos en relaciones de interdependencia, he sugerido que el
conocimiento científico es construido no por individuos aplicando un
método al material a conocer sino por individuos en interacción con otros de
forma tal que se modifiquen sus observaciones, teorías e hipótesis y patrones
de razonamiento (pp. 271-272)

Es aquí donde comienza a vislumbrarse en la obra de Longino una forma de concebir la


objetividad científica como un proceso social de interacción y diálogo crítico entre los
miembros de las comunidades científicas. Esta concepción es un claro ataque a las
perspectivas más solipsistas o individualistas de entender los sujetos de conocimiento.
Longino afirma no sólo que los científicos no suelen trabajar solos sino que para que sus
producciones sean consideradas «conocimiento científico» tienen que ser aprobados por
sus pares. Esta aprobación depende de tres posibles críticas que sus colegas pueden
realizar. En primer lugar, la crítica evidencial, que involucra la evaluación de la calidad
de los datos obtenidos, del grado de apoyo que la observación otorga a las hipótesis, de
la corrección de los experimentos, etc. En segundo lugar, la crítica conceptual, que
incluye la valoración de la solidez interna de las teorías y de su consistencia con las
teorías existentes ya aceptadas. Por último, también se pueden criticar los presupuestos
de fondo que aparecen en las hipótesis, modelos o teorías. Es importante para Longino
que esta última crítica no pierda relevancia. Como ya se ha señalado, los presupuestos
de fondo suelen pasar desapercibidos por las comunidades científicas –justamente por
eso se los denomina de fondo– por lo cual, es necesaria la presencia y expresión de
puntos de vista alternativos para que haya una crítica efectiva de estos presupuestos.
Entre estos puntos de vista alternativos, los grupos postergados o minoritarios juegan un
papel central. Esto no significa que, por ejemplo, las mujeres tengan un punto de vista
privilegiado que les permita acceder a una realidad más profunda o tener un
conocimiento más verdadero del mundo. Más bien, significa que la existencia de
perspectivas que no hagan desaparecer el género puede contribuir a revelar los modos
difusos o invisibilizados en los que los presupuestos sexistas afectan la práctica
científica. Lo mismo puede ser dicho de otros sujetos minoritarios. Por ejemplo, los
historiadores y sociólogos afroamericanos han señalado la existencia de prejuicios
raciales en varias investigaciones, así como los teóricos de la disidencia sexual se han
encargado de echar luz sobre los presupuestos homofóbicos y transfóbicos de algunos
estudios.
En síntesis, para la filósofa «el conocimiento científico, desde esta perspectiva,
es el resultado de un diálogo crítico que entablan los individuos y grupos que sostienen
diferentes puntos de vista» (Longino 1996, p. 272). Pero para que este diálogo crítico
pueda darse, Longino identifica cuatro condiciones que deben cumplirse:
1. Tiene que haber foros públicamente reconocibles para la crítica de evidencia,
métodos, presupuestos y razonamientos (Longino, de todas formas, reconoce la
dificultad de este requisito en virtud de la privatización de la información que
caracteriza la práctica científica hegemónica cuyos fines productivos son
principalmente militares o económicos).9
2. La comunidad epistémica no debe meramente tolerar la crítica disidente sino que sus
9 Longino en una entrevista admite ser conservadora respecto a la dirección que ha tomado la ciencia en
la actualidad: «Creo que la ciencia, como institución, ha cambiado profundamente en la segunda mitad
del siglo XX, y que los rasgos que la hicieron robusta –apertura, interacción crítica, diversidad de
perspectivas– corren riesgo de desaparecer a medida que más y más actividad científica cae bajo el yugo
del sector privado» (Longino 2003)
creencias y teorías deben cambiar a lo largo del tiempo en respuesta al discurso
crítico (una dificultad para alcanzar esta condición es la exhortación que acecha a
los científicos de dar siempre resultados positivos, lo cual dificulta la absorción de la
crítica).
3. Tiene que haber estándares públicamente reconocibles para poder evaluar las
teorías, hipótesis y prácticas observacionales. Estos estándares existen en función de
los fines cognitivos de las comunidades científicas y están abiertos a la crítica y a
posibles reformulaciones. Según Longino, con la posible excepción de la adecuación
empírica, no es necesario que haya estándares comunes a todas las comunidades
científicas sino que pueden existir criterios locales.
4. Las comunidades epistémicas tienen que estar caracterizadas por la equidad de la
autoridad intelectual, es decir que los resultados a los que se llegue por consenso no
deben ser alcanzados a través del ejercicio del poder político o económico o a través
de la exclusión de las perspectivas disidentes, sino que debe ser el producto de un
diálogo crítico en el que todas las partes relevantes puedan estar representadas.
Estas cuatro condiciones ideales tienen varios corolarios. En primer lugar, se caracteriza
a la objetividad científica como un proceso social de escrutinio crítico a partir de
espacios y estándares que deben ser públicamente accesibles. Esto significa que para
que el conocimiento científico sea riguroso no necesita liberarse de los presupuestos de
fondo (entre los que se incluyen los valores contextuales) sino que éstos deben poder
estar abiertos a la crítica. Esta posición diferencia a Longino de lo que ella denomina
feminismo empirista ingenuo, que considera que la solución a los prejuicios
androcéntricos y sexistas en ciencia es encontrar criterios para alcanzar una ciencia
neutral en términos valorativos.
Otro punto central de su cuarteto de condiciones es el énfasis que la autora pone
en la existencia de diversas perspectivas para que haya un discurso crítico efectivo. Si
los presupuestos de fondo suelen pasar desapercibidos –en especial, para quienes se
encuentran en una posición de privilegio– entonces la presencia de miradas que pongan
el foco directamente sobre esos presupuestos es central para traerlos a un primer plano.
Así, el único resguardo contra la intromisión perniciosa de prejuicios de todo tipo –de
género, religiosos, metafísicos, raciales, estéticos, políticos, etc.– es que éstos puedan
ser discutidos, defendidos o cuestionados en la arena pública.
Uno podría cuestionar la cuarta condición de Longino señalando que hay
diferencias de experticia y competencia dentro de las comunidades científicas que
terminan jerarquizando a algunos miembros de la misma. Sin embargo, el punto central
de esta cuarta condición no es eliminar las diferencias legítimas de experiencia y mérito,
sino cuestionar las diferencias ilegítimas producto del ejercicio del poder social que
acaban excluyendo de la mesa de diálogo a los sujetos en posiciones de desventaja: «La
equidad de autoridad intelectual no significa que vale todo sino que todos son
considerados como igualmente capaces de proveer argumentos pertinentes para la
construcción de conocimiento científico» (Longino 1996, p. 273).

7. Palabras finales: ¿hacia una ciencia feminista?

A lo largo de este capítulo se ha intentado mostrar que los cuestionamientos feministas a


la noción tradicional de objetividad científica no conducen necesariamente a un
abandono de este ideal ni a un relativismo incapaz de distinguir entre conocimiento
científico y mera opinión. Para eso, se ha intentado exponer una posible resignificación
de la noción de objetividad que tenga en consideración el papel de los valores
contextuales y la interacción social en la producción y evaluación de las teorías
científicas. Si, como establece Longino, no se puede determinar a priori que los valores
sociales sean nocivos para la investigación científica, cabe preguntarse si es posible
elegir deliberadamente qué valores serán asumidos y cuáles serán rechazados. Y si la
respuesta es positiva, ¿cómo y con qué criterios?
Para responder estos interrogantes, es útil recordar el rechazo de Longino y
Doell a los modelos lineales para comprender la relación entre las hormonas y los
comportamientos. Según las autoras, la elección entre un modelo lineal y uno más
interaccionista no está determinado necesariamente por la evidencia sino que puede
estar influenciado por valores contextuales. Ellas mismas identifican la centralidad de
estos valores en su propia elección de un modelo complejo:

Creo que la decisión de adoptarlo está motivada por consideraciones


cargadas de valores –por el deseo de entendernos a nosotros y los otros como
autodeterminantes (por lo menos, en ocasiones), esto es, como capaces de
actuar sobre la base de conceptos o representaciones de nosotros y del
mundo en el que actuamos [...]. Creo, además, que este deseo por parte mía y
de Ruth Doell es, en varias formas, un aspecto de nuestro feminismo
(Longino 1987, p. 59).

Esto significa que la elección de un modelo que sea más atento a la agencia, a la
capacidad de los individuos de autodeterminar su comportamiento, a las intenciones y
deliberaciones de los sujetos y a los factores sociales está profundamente enraizada en
su adscripción al feminismo. Según Longino, el feminismo es un movimiento cuyo fin
es expandir las potencialidades humanas. Cuando el feminismo cuestiona los roles fijos
de género y plantea trascenderlos, se basa en una noción de agencia que sostiene que los
seres humanos son capaces de actuar a partir de la autopercepción que tienen de sí
mismos y de su mundo, y de transformarse y transformar la sociedad de acuerdo a esta
autopercepción. Su crítica al modelo lineal no sólo está motivado por cómo describe las
observaciones sino porque, según Longino, es una perspectiva que limita la capacidad
de acción humana (y es útil recordar que el modelo lineal en endocrinología privilegiaba
el papel de las hormonas en la determinación de la conducta por sobre los factores
sociales o por sobre la autodeterminación de los sujetos estudiados). La elección de un
modelo teórico por sobre otro está guiado por compromisos políticos feministas acerca
de la acción humana, lo cual vuelve a desdibujar la división fuerte entre valores
constitutivos y valores contextuales. Esto es así, por un lado, ya que los valores políticos
pueden funcionar como valores epistémicos y, por el otro, porque los valores
constitutivos (como la simplicidad, la linealidad o la unidireccionalidad) no tienen
únicamente una base cognitiva sino que yacen sobre una visión compleja del mundo,
sus habitantes y sus relaciones (lo cual, para la autora, incluye presupuestos ontológicos,
políticos, éticos, etc.).
Ahora bien, cuando Longino habla de valores feministas suele identificar seis de
ellos que aparecen en diversas obras de teoría feminista:
1. Adecuación empírica: se trata de que haya acuerdo entre las hipótesis y los datos
observacionales. Muchas feministas han buscado mostrar, por ejemplo, que la
etiología biológica de la diferencia sexual no cumple con los criterios mínimos de
adecuación empírica. Si bien es un ideal recuperado por las feministas, en realidad
se trata de un valor general compartido por la gran mayoría de los científicos.
2. Novedad: se valoran modelos o teorías que difieran significativamente de las
anteriores. Refleja una duda sobre el carácter androcéntrico y excluyente de las
ciencias modernas europeas y americanas.
3. Heterogeneidad ontológica: toda teoría supone una ontología, es decir, una
caracterización de qué cuenta como entidad real en su dominio. La heterogeneidad
ontológica reconoce la paridad de diferentes tipos de entidades en lugar de desechar
las diferencias o tratarlas como versiones de un miembro paradigmático del
dominio.
4. Complejidad de las relaciones: este criterio valora teorías que tratan a las relaciones
entre las entidades y los procesos como recíprocos e interaccionales en lugar de
entenderlas como monocausales o unidireccionales.
5. Aplicabilidad a las necesidades humanas: es un criterio pragmático que favorece
aquellos programas de investigación que puedan generar conocimiento aplicable con
el objetivo de mejorar las condiciones materiales de la vida humana.
6. Difusión o descentralización del poder: es otro criterio pragmático que privilegia
programas de investigación que no requieran pericias secretas, equipos onerosos o
que limiten su acceso al resto de los científicos.
Uno podría preguntarse qué hace que estos valores sean feministas, siendo que también
son aceptados por quienes no adhieren a esta corriente y que pueden servir como ideales
epistémicos para todas las investigaciones científicas en general. Una posible respuesta
es que estos valores expresan un modo de ser en el mundo propiamente femenino, es
decir, que las mujeres –ya sea por la biología o por su experiencia social– tienden a
comprender el mundo a través de teorías caracterizadas por estos valores. Pero esta es
una respuesta que Longino rechaza categóricamente. En primer lugar, porque no hay
evidencia de que haya algo así como un modo de conocer que sea propiamente
femenino, como si las mujeres fueran un conjunto homogéneo y universal. En segundo
lugar, porque esa afirmación no es un argumento para demostrar que son valores útiles
para la producción y evaluación de teorías. Para Longino, lo que hace a estos valores
feministas es lo que su aplicación puede ofrecer a los fines del feminismo. El feminismo
busca desmantelar la subordinación de las mujeres y, para eso, intenta revelar los
procesos sociales que producen las jerarquías de género y conducen a la opresión
femenina. Este objetivo, según la autora, es y ha sido más fácilmente alcanzable a través
de perspectivas teóricas que aceptan los valores feministas previamente mentados.
Esto significa que la elección de modelos en pugna implica una decisión
deliberada basada en compromisos no sólo epistémicos sino también políticos.
Obviamente, la preferencia de un modelo por sobre otro está limitada por la evidencia y
la adecuación empírica; pero, según la autora, esto no es suficiente para determinar la
elección de un modelo sobre otro. Y aquí Longino (1987) insta a los lectores y a los
científicos a poner en primer plano la responsabilidad a la hora de elegir una teoría:

es claro que como científicas o teóricas tenemos que elegir. Podemos seguir
haciendo ciencia estándar, cómodamente abrigados por los mitos de la
retórica científica o podemos alterar nuestras alianzas intelectuales. Si bien
podemos seguir sosteniendo un objetivo abstracto de conocimiento, podemos
elegir ante quién, social y políticamente, nos hacemos responsables en
nuestra búsqueda de ese objetivo (p. 61).

Esto significa que una ciencia feminista no es la expresión de una esencia femenina,
sino el producto de una elección deliberada de desarrollar modelos que busquen
profundizar los fines feministas: amplificar las potencialidades humanas, combatir el
sexismo y androcentrismo, revelar los mecanismos sociales de producción de jerarquías
de género, etc. Si bien Longino reconoce que esta labor no es fácil, considera que
tampoco es imposible. La tarea es transformar las condiciones presentes tanto en las
disciplinas científicas como en la arena social.

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