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ciencia
1. Introducción
la 'realidad objetiva' es interpretada como 'la forma en que las cosas son
independientemente de nosotros y nuestras creencias', [esto] sirve como
justificación y motivación para un 'método objetivo' que incluye: separación, en
el sentido de una eliminación o abnegación de nuestras vidas internas, del
'contenido subjetivo' de nuestras experiencias; y publicidad, en el sentido de la
capacidad de que los fenómenos en cuestión sean observables directamente por
el público (Lloyd 1995, p. 357).2
Según Lloyd, la tiranía ontológica sigue presente en aquellas perspectivas realistas que
consideran que la objetividad sólo es alcanzable por medio de una descripción única y
verdadera de los entes y relaciones que existen, independientemente de nuestra
percepción, en la realidad. Esta visión presupone que la naturaleza tiene de por sí
objetos, eventos o leyes naturales que la ciencia debe poder descubrir.
Para esta pensadora, sólo una vez que abandonamos la tiranía ontológica
1 Lloyd cita un pasaje de Galileo que ilustra el espíritu de la tiranía ontológica de la época: «La filosofía
está escrita en ese gran libro que siempre yace ante nuestros ojos –el universo– (...) ese libro está escrito
en el lenguaje matemático y los símbolos son triángulos, círculos y otras figuras geométricas» (citado en
Lloyd 1995, p. 358).
2 Todas las traducciones del inglés al castellano fueron realizadas por la autora de este artículo.
estaremos en condiciones de reconocer que los factores socio-culturales están presentes
y juegan un papel central en la producción de conocimiento. Es esto lo que se intentará
realizar en las próximas secciones a partir de la propuesta de Helen Longino.
Así, estos individuos son tratados como hombres y mujeres inadecuados en lugar de
pensarlos, por ejemplo, como sujetos con su propia especificidad física o como puntos
en un continuum en el que los hombres y mujeres prototípicos serían los extremos. Para
profundizar sobre este punto, es útil analizar el tratamiento médico de la
intersexualidad.6 En lugar de pensar en las personas intersex como encarnaciones
diferentes de la genitalidad, se las patologiza e interviene quirúrgicamente para que se
5 Cabe aclarar que utilizaremos la clásica división feminista entre sexo, para referir a lo
anatómico/fisiológico, y género, para mentar los roles y comportamientos sociales considerados
apropiados para hombres y mujeres.
6 Intersexualidad es un término relativamente nuevo utilizado como suplemento del viejo término,
cargado de estigma y mitologización, hermafroditismo. Si bien hay varios tipos de intersexualidades, se la
suele definir como una condición en la que las personas nacen con una anatomía sexual que no encaja con
las definiciones típicas de machos y hembras. Esto puede incluir desde personas con genitales ambiguos
(penes pequeños, clítoris alargado), hasta personas con un cromosoma sexual extra (personas con XXY) o
casos de intersexualidad gonadal verdadera en los que las personas tienen tanto tejido ovárico como
testicular (estos casos son menos usuales). 1 de cada 2000 personas nacen con intersexualidad
diagnosticable aunque se cree que formas más sutiles de intersexualidad o que aparecen más tarde en la
vida son más frecuentes. Fuente: http://www.isna.org
conformen con el ideal de sexo/género culturalmente hegemónico. En palabras del
activista intersex, Mauro Cabral (2009): «La intersexualidad no es una enfermedad, sino
una condición de no conformidad física con criterios culturalmente definidos de
normalidad corporal» (p. 137). Esto abona la tesis de Longino de que el dimorfismo
sexual es más bien un valor que un hecho. Las siguientes palabras de Diana Maffía
(2009) capturan con claridad este punto: «Tan fuerte es el dogma sobre la dicotomía
anatómica, que cuando no se la encuentra se la produce. Cuando los genitales son
ambiguos, no se revisa la idea de la naturaleza dual de los genitales sino que se
disciplinan para que se ajusten al dogma» (p. 7).
Como demuestran Longino y Doell, el presupuesto del dimorfismo también
aparece en los estudios endocrinológicos que encaran la segunda dimensión, a saber los
efectos de las hormonas sexuales en el comportamiento de los individuos. A diferencia
de los estudios sobre los efectos de las hormonas en el desarrollo de órganos sexuales,
los modelos teóricos que buscan establecer vínculos causales entre las hormonas
sexuales y la personalidad tienen que saldar una distancia mucho más considerable entre
la evidencia y las hipótesis en juego.
¿Qué hipótesis se presentan en estos estudios? Para el sociólogo Steven
Goldberg en La inevitabilidad del patriarcado, por ejemplo, se trata de demostrar que la
dominación social por parte de los hombres está vinculada a los niveles de testosterona
que circulan en sus organismos. La psicóloga Anke Ehrhardt, por su parte, ha intentado
argumentar que los roles de género dimórficos –en los que se incluyen el gasto de
energía física, jugar a la mamá y la agresión social– están influenciados por la
exposición pre y perinatal a hormonas sexuales (Ehrhardt y Bahlburg 1981). Es este
estudio el que Longino y Doell analizan con mayor detenimiento. ¿Cuáles son los datos
que Ehrhardt utiliza como evidencia para apoyar su hipótesis? Su análisis emplea tanto
experimentos con ratas de laboratorio así como observaciones controladas de individuos
con irregularidades hormonales, en particular, de mujeres jóvenes con HSC (hiperplasia
suprarrenal congénita). La HSC es una condición intersexual genética que afecta la
glándula suprarrenal y cuyo efecto es una producción excesiva de andrógenos pre y
postnatalmente. Las niñas que tienen HSC suelen nacer con lo que los médicos
denominan genitales ambiguos –por ejemplo, un clítoris más largo que el promedio– y
al crecer pueden desarrollar vello facial y voz gruesa. Cabe aclarar que muchas de las
niñas con HSC suelen pasar por cirugías genitales para eliminar la ambigüedad y
reciben tratamientos con cortisol de forma crónica con el fin de que sus hormonas
alcances niveles normales.
Los estudios de Ehrhardt siguieron a niñas afectadas por HSC que fueron
expuestas prenatalmente a elevados niveles de andrógenos para evaluar su
comportamiento posterior en la niñez y la adolescencia. A su vez, tomaron a las
hermanas de estas niñas como grupo de control. Según los datos de Ehrhardt, las niñas
con HSC exhibían marimachismo [tomboysim], caracterizado como una preferencia por
las actividades al aire libre, una predilección por compañeros de juego varones, más
interés en carreras profesionales que en ser amas de casa, así como menos interés en
bebés y en jugar a la mamá que las niñas no afectadas por HSC. A partir de esta
información, Ehrhardt sostiene que los roles de género están influenciados por la
presencia prenatal de hormonas sexuales. Longino y Doell encuentran sorprendente que
Ehrhardt no tome en consideración la información observacional ampliamente
disponible sobre los efectos tempranos de los factores ambientales en el desarrollo del
comportamiento de género de estas niñas. ¿Por qué se atribuye la conducta de las niñas
con HSC a la fisiología en lugar de la crianza? En el estudio de Ehrhardt, lo que permite
establecer el nexo causal entre los niveles hormonales prenatales y el comportamiento,
es la analogía con los estudios realizados en otras especies de mamíferos. En particular,
ella utiliza investigaciones sobre la conducta de ratones de laboratorio. Para eso, tiene
que suponer que las situaciones de los roedores y de los humanos son lo suficientemente
similares como para que la demostración del mecanismo causal en una especie valga
para la otra. Las autoras notan varios problemas con esta suposición. Primero, que el
cerebro humano es mucho más complejo que el de los ratones. Segundo, que los
experimentos con roedores involucran un factor único mientras que la situación humana
siempre es interactiva. Por último, que algunos experimentos muestran datos equívocos
sobre la determinación hormonal del comportamiento de los ratones. Además de estos
problemas, ellas sostienen que las observaciones que utiliza Ehrhardt no descartan otras
explicaciones alternativas. La mayoría de los estudios sociológicos han descripto el
comportamiento de las niñas con HSC como producto de factores ambientales o como
respuesta deliberada por parte de las niñas a la situación que perciben (la mutilación
genital que sufren, su exposición a tratamientos hormonales, la patologización de su
condición, etc.). Asimismo, como existen varias jovencitas que exhiben
comportamientos supuestamente masculinos y no tienen HSC, es posible defender la
hipótesis de que sea el ambiente o la autodeterminación el factor responsable de su
comportamiento más que los estados hormonales. Hasta el día de hoy, señalan Longino
y Doell, no han sido dados argumentos capaces de descartar estas hipótesis sociales
alternativas.
Ahora bien, ¿de qué manera entran en juego los presupuestos en torno al género
en esta investigación?7 Para contestar esta pregunta, podemos analizar tanto la
descripción de las observaciones como los presupuestos que median la inferencia de los
datos a las hipótesis. Con respecto al primer punto, Longino y Doell (1996) sostienen
que los estudios de Ehrhardt son claramente sexistas en su descripción de
comportamientos de género supuestamente dimórficos: «Usar un término como
“marimacho” para describir el comportamiento de chicas con HSC refleja la aceptación
inicial de prescripciones sociales para los comportamientos apropiados de los géneros»
(p. 86). Como han señalado muchas feministas, cuestiones como la masculinidad y la
feminidad son ideales de la personalidad a los que aspiramos o que se nos exhorta
asumir. Así, nombrar a una niña marimacho o a un niño maricón es considerar a esos
niños como no cumpliendo el mandato de género que se espera de ellos y adoptando
comportamientos que, supuestamente, pertenecerían al género opuesto –en lugar de
pensarlos como modos alternativos de vivir la feminidad o la masculinidad–. En
síntesis, el dimorfismo, tanto en lo que respecta al sexo como al género, no es tanto un
hecho sino un valor. Es decir, es un mandato que regula tanto la división anatómica de
los cuerpos así como los comportamientos supuestamente apropiados para niñas y
niños.
Asimismo, Longino y Doell remarcan que la investigación de Ehrhardt es
androcéntrica y etnocéntrica al suponer que las diferencias de comportamiento que
aparecen en la cultura de la investigación representan universales humanos que estarían
presentes en la especie como un todo. Hay culturas en las que el dimorfismo sexual no
es imperante para dividir a los géneros –por ejemplo, en algunos pueblos originarios,
como los amerindios de Estados Unidos8 – y eso demuestra que la división binaria no es
7 Longino y Doell notan que la elección de un tipo de explicación fisiológica no está directamente
relacionada a los prejuicios androcéntricos. No obstante, las feministas han cuestionado la preferencia de
modelos fisiológicos por sobre los modelos sociales ya que favorecen la idea de una naturaleza humana
determinada biológicamente. La crítica radica en que basar la diferencia de género en lo biológico por
sobre lo social ha servido –y sigue sirviendo– como una justificación para mantener las desigualdades
sociales y legales entre hombres y mujeres. Siguiendo esta misma línea, recordemos que uno de los
eslogan feministas más famosos es «la biología no es destino», que surgió para repudiar las posiciones
que consideraban que las desigualdades de género eran producto de la diferencia biológica más que
resultado de coyunturas políticas determinadas. El punto para sostener que la desigualdad de género es
histórica y social – en lugar de verla como el resultado inevitable de la naturaleza humana –es que si fue
construida, puede ser reconstruida de forma alternativa–.
8 Los amerindios norteamericanos utilizan la categoría de berdache, badea o dos espíritus para referir a
personas que cumplen con roles de género tanto masculinos como femeninos y son consideradas un
género alternativo.
obligatoria ni universal sino convencional, local e histórica.
Estos problemas en la descripción pueden ser solucionados empleando términos
menos cargados de valoraciones estereotipadas –a diferencia de marimacho– y haciendo
un cruce cultural con estudios de otras latitudes. Para Longino, en este caso es posible
revisar la descripción de los datos para minimizar los prejuicios del investigador o de la
investigadora. Al contrario de lo que piensan los críticos de la filosofía feminista de la
ciencia, las autoras afirman que «la crítica feminista tiene el potencial de mejorar y
refinar esta área de estudio» (Longino y Doell 1996, p. 86).
Con respecto a la inferencia de la observación a las hipótesis, lo que permite
acortar la distancia entre una y la otra es el presupuesto de la uniformidad entre las
especies –humanos y ratones– lo cual, para las filósofas, es problemático y dudoso. Sin
embargo, ellas sostienen que los prejuicios sexistas claramente presentes en la
descripción de datos, no los observaron en la inferencia de evidencia a hipótesis. Lo que
sí medió en esta inferencia –es decir, lo que funcionó como hipótesis auxiliar– es la
adopción de lo que denominan el modelo lineal, a saber el presupuesto de que hay una
relación causal unidireccional entre dos fenómenos (en este caso, entre las hormonas y
el comportamiento). Este presupuesto, como se estableció más arriba, es apoyado por
los estudios con ratones, en los cuales se busca correlacionar el papel de las hormonas
con la conducta diferenciada de machos y hembras. Longino y Doell, en cambio, están a
favor de otro tipo de modelo para dar cuenta del comportamiento humano que no sea
lineal ni que tome a un único factor –en este caso, el hormonal– como causa de la
conducta. Como se verá en la última sección, ellas sostienen que la elección entre un
modelo u otro también puede estar influenciada, si bien indirectamente, por cuestiones
valorativas y que su deseo de adoptar un modelo más complejo e interactivo por sobre
el lineal está vinculado a su feminismo.
Esto significa que la elección de un modelo que sea más atento a la agencia, a la
capacidad de los individuos de autodeterminar su comportamiento, a las intenciones y
deliberaciones de los sujetos y a los factores sociales está profundamente enraizada en
su adscripción al feminismo. Según Longino, el feminismo es un movimiento cuyo fin
es expandir las potencialidades humanas. Cuando el feminismo cuestiona los roles fijos
de género y plantea trascenderlos, se basa en una noción de agencia que sostiene que los
seres humanos son capaces de actuar a partir de la autopercepción que tienen de sí
mismos y de su mundo, y de transformarse y transformar la sociedad de acuerdo a esta
autopercepción. Su crítica al modelo lineal no sólo está motivado por cómo describe las
observaciones sino porque, según Longino, es una perspectiva que limita la capacidad
de acción humana (y es útil recordar que el modelo lineal en endocrinología privilegiaba
el papel de las hormonas en la determinación de la conducta por sobre los factores
sociales o por sobre la autodeterminación de los sujetos estudiados). La elección de un
modelo teórico por sobre otro está guiado por compromisos políticos feministas acerca
de la acción humana, lo cual vuelve a desdibujar la división fuerte entre valores
constitutivos y valores contextuales. Esto es así, por un lado, ya que los valores políticos
pueden funcionar como valores epistémicos y, por el otro, porque los valores
constitutivos (como la simplicidad, la linealidad o la unidireccionalidad) no tienen
únicamente una base cognitiva sino que yacen sobre una visión compleja del mundo,
sus habitantes y sus relaciones (lo cual, para la autora, incluye presupuestos ontológicos,
políticos, éticos, etc.).
Ahora bien, cuando Longino habla de valores feministas suele identificar seis de
ellos que aparecen en diversas obras de teoría feminista:
1. Adecuación empírica: se trata de que haya acuerdo entre las hipótesis y los datos
observacionales. Muchas feministas han buscado mostrar, por ejemplo, que la
etiología biológica de la diferencia sexual no cumple con los criterios mínimos de
adecuación empírica. Si bien es un ideal recuperado por las feministas, en realidad
se trata de un valor general compartido por la gran mayoría de los científicos.
2. Novedad: se valoran modelos o teorías que difieran significativamente de las
anteriores. Refleja una duda sobre el carácter androcéntrico y excluyente de las
ciencias modernas europeas y americanas.
3. Heterogeneidad ontológica: toda teoría supone una ontología, es decir, una
caracterización de qué cuenta como entidad real en su dominio. La heterogeneidad
ontológica reconoce la paridad de diferentes tipos de entidades en lugar de desechar
las diferencias o tratarlas como versiones de un miembro paradigmático del
dominio.
4. Complejidad de las relaciones: este criterio valora teorías que tratan a las relaciones
entre las entidades y los procesos como recíprocos e interaccionales en lugar de
entenderlas como monocausales o unidireccionales.
5. Aplicabilidad a las necesidades humanas: es un criterio pragmático que favorece
aquellos programas de investigación que puedan generar conocimiento aplicable con
el objetivo de mejorar las condiciones materiales de la vida humana.
6. Difusión o descentralización del poder: es otro criterio pragmático que privilegia
programas de investigación que no requieran pericias secretas, equipos onerosos o
que limiten su acceso al resto de los científicos.
Uno podría preguntarse qué hace que estos valores sean feministas, siendo que también
son aceptados por quienes no adhieren a esta corriente y que pueden servir como ideales
epistémicos para todas las investigaciones científicas en general. Una posible respuesta
es que estos valores expresan un modo de ser en el mundo propiamente femenino, es
decir, que las mujeres –ya sea por la biología o por su experiencia social– tienden a
comprender el mundo a través de teorías caracterizadas por estos valores. Pero esta es
una respuesta que Longino rechaza categóricamente. En primer lugar, porque no hay
evidencia de que haya algo así como un modo de conocer que sea propiamente
femenino, como si las mujeres fueran un conjunto homogéneo y universal. En segundo
lugar, porque esa afirmación no es un argumento para demostrar que son valores útiles
para la producción y evaluación de teorías. Para Longino, lo que hace a estos valores
feministas es lo que su aplicación puede ofrecer a los fines del feminismo. El feminismo
busca desmantelar la subordinación de las mujeres y, para eso, intenta revelar los
procesos sociales que producen las jerarquías de género y conducen a la opresión
femenina. Este objetivo, según la autora, es y ha sido más fácilmente alcanzable a través
de perspectivas teóricas que aceptan los valores feministas previamente mentados.
Esto significa que la elección de modelos en pugna implica una decisión
deliberada basada en compromisos no sólo epistémicos sino también políticos.
Obviamente, la preferencia de un modelo por sobre otro está limitada por la evidencia y
la adecuación empírica; pero, según la autora, esto no es suficiente para determinar la
elección de un modelo sobre otro. Y aquí Longino (1987) insta a los lectores y a los
científicos a poner en primer plano la responsabilidad a la hora de elegir una teoría:
es claro que como científicas o teóricas tenemos que elegir. Podemos seguir
haciendo ciencia estándar, cómodamente abrigados por los mitos de la
retórica científica o podemos alterar nuestras alianzas intelectuales. Si bien
podemos seguir sosteniendo un objetivo abstracto de conocimiento, podemos
elegir ante quién, social y políticamente, nos hacemos responsables en
nuestra búsqueda de ese objetivo (p. 61).
Esto significa que una ciencia feminista no es la expresión de una esencia femenina,
sino el producto de una elección deliberada de desarrollar modelos que busquen
profundizar los fines feministas: amplificar las potencialidades humanas, combatir el
sexismo y androcentrismo, revelar los mecanismos sociales de producción de jerarquías
de género, etc. Si bien Longino reconoce que esta labor no es fácil, considera que
tampoco es imposible. La tarea es transformar las condiciones presentes tanto en las
disciplinas científicas como en la arena social.
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